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41 La provocación al tío Peter

Las piernas se me doblaron y me encontré sentada en el suelo. Curtis Rivers me miró sin compasión, pero yo no quería misericordia. «Es por tu hermano»… «Esto por Peter.» Tony vio a Alito y a Dornick que encadenaban a un hombre a un radiador encendido, vio que le aplicaban electricidad en los genitales. Mi padre, mi sabio, bueno y afectuoso padre… Tenía las manos mojadas y, cuando me las miré, creí que vería sangre en ellas, la sangre de Steve Sawyer, la sangre de todos los prisioneros a quienes mi padre había visto torturados por Dornick o Alito, pero sólo eran lágrimas y mocos.

No sé cuánto tiempo pasé sentada en el polvoriento y gastado suelo, observando una araña que caminaba junto al zócalo. Quise tumbarme en aquel suelo y dormir el resto de mi vida en esta tierra. Primero tenía que encontrar a Petra, tenía que encontrar a Lamont y después quizá me acurrucaría y moriría.

«Esto es por Peter.» La conversación en Nochebuena que recordé después de ver a Alito volvió de nuevo a mi mente. Mi padre decía: «Ya has conseguido tu ascenso. ¿No basta con eso?» Y Alito respondía: «¿Quieres verlo en prisión?»

Al final, me puse de nuevo en pie. Me dolían los hombros.

Después de los disturbios del verano, mi padre había estado tenso todo el otoño. No recuerdo nada de las manifestaciones que el hermano de Harmony había organizado con la hermana Frankie, pero debieron de ser delante de la comisaría de mi padre. Imagino la tensión que debía de reinar en el interior pues, además, la alcaldía los presionaba y exigía un arresto inmediato.

Así que la Fiscalía del Estado organizó la incriminación: detened a uno de los Anacondas; siempre son culpables de algo. A saber por qué eligieron a Sawyer o salió a relucir su nombre. ¿Larry Alito? Mi mente se resistía a la idea de nombrar a mi padre. Arnie Coleman siguió el juego como abogado de oficio convenientemente asignado al caso. Uno elige a la persona más ansiosa de favores, la más proclive a apuntarse al juego.

En Cook County no se necesitaba ser un genio, ni mucho dinero, para convencer al jefe de los abogados de oficio de que te hiciera un favor. Al fin y al cabo, durante el tiempo que pasé en la oficina de los Abogados de Oficio y Coleman fue mi jefe, lo vi hacer una y otra vez. Mis compañeros de trabajo y yo sabíamos que había dinero que cambiaba de manos. Lo que nunca sabíamos era cuánto.

Temblorosa, respiré hondo y miré a los cuatro hombres. En aquella situación tenía que comportarme como una profesional, lo cual significaba que debía recuperar la compostura. Quizá no se me presentara otra oportunidad de hablar con Kimathi.

– Señor Kimathi… Si puedo, encontraré a la persona que realmente mató a Harmony Newsome, pero me temo que eso significa que necesito hacerle algunas preguntas más.

Kimathi tragó saliva convulsivamente y se escondió detrás de Curtis.

– En el juicio, señor Kimathi, ¿qué quería decir cuando afirmó que Lumumba tenía su foto?

– Eso es. Lumumba tiene mi foto.

– Pero, ¿qué foto?-inquirí.

– Se lo dijo a Johnny. Johnny prometió pero nadie vino. Todos me abandonaron. Todos tienen miedo de los demonios que vienen por mí. Estoy cubierto de demonios. -De repente acercó su cabeza a mi cara, se dobló hacia delante y se torció de tal manera que me miraba de soslayo, sacando la lengua como una máscara maya-. ¿Ve mis demonios? ¿Ve cómo recorren mi cuerpo.

– Esos demonios no son suyos, señor Kimathi -dije, haciendo un esfuerzo por no retroceder un paso-. Son de los detectives que lo torturaron. Diga a los demonios que se vayan, que se vayan con sus amos.

– No, son míos. Llevan mucho tiempo conmigo. El pastor Hebert me dijo que… me dijo que, si salía con Johnny y Lumumba en vez de ir a la iglesia, me condenaría. Los demonios. El pastor me los envió para que no se me olvidara ni un solo día.

Hablar con él era casi insoportable pero conseguí que no se me quebrara la voz.

– ¿Y las fotos? ¿Qué fotos tenía Lumumba?

Kimathi levantó la cabeza y miró a Curtis con el ceño fruncido de preocupación.

– Lumumba dijo que tenía una foto de la persona que había matado a Harmony pero, ¿no la maté yo? ¿Tenía mi foto?

– Tú no la mataste, Kimathi -dijo el maquinista-. Y la blanquita tiene razón en eso de los demonios. No son tuyos. Mándalos a la persona a quien pertenecen.

Mientras Kimathi hablaba advertí que lo que buscaban los que habían entrado en mi casa y en mi oficina era la foto en la que aparecía quien mató a Harmony Newsome. Precisamente por eso, Petra quería visitar las casas de mi infancia, para ver si Tony había dejado en ellas alguna prueba vital, una foto que demostrase quién había matado a Harmony. ¿Aparecería su hermano en esa foto? Por lealtad a la familia, ¿Tony había robado y escondido pruebas? ¿Tan lejos había llegado?

– ¿Y qué sucedió con Lumumba? -Me sentía como dividida en dos, entre las emociones que palpitaban en mi interior y mi fría voz de investigadora formulando las preguntas.

– Johnny lo sabe -respondió Curtis-. Ocurrió durante la gran nevada. Eso es lo único que yo sé.

– La víspera de la nevada, usted estuvo en el Waltz Right Inn, ¿verdad?

– Sí. -Rivers asintió levemente-. Lamont llegó con Johnny, como dijo la hermana Rose. Fueron a la trastienda y hablaron. Luego salieron y se apuntaron a la fiesta. Lamont se marchó hacia las dos de la madrugada. Y ésa fue la última vez que lo vi.

– ¿Johnny se marchó con él?

– No. Y habían peleado. Créame, si Johnny hubiese querido eliminar a Lamont, todos lo habríamos sabido, pero estábamos asustados por todo lo que le estaba ocurriendo a Steve… A Kimathi. Me parece que Johnny y Lamont hablaron de eso, hablaron de las fotos que Lamont había dicho que tenía.

– ¿Cree que Lamont está muerto?

– Estoy absolutamente seguro de que Lamont está muerto -respondió Curtis-. El hermano no tenía ningún sitio para esconderse que nosotros no supiéramos. La señorita Della tenía familia en Louisiana. Podían haberlo acogido, pero de haber sido así, lo habríamos sabido. Si alguien sabe qué le ocurrió a Lamont, ése es Johnny. Cuando la nieve se fundió y salimos de nuevo a la calle, pensé que Johnny también había visto a un demonio. Después de esa nevada, no dejó que nadie volviera a pronunciar el nombre de Lamont en su presencia.

– ¿Qué podría ofrecerle a Johnny Merton a cambio de que hablara conmigo? -Me presioné la frente con la mano-. Quiere que el Proyecto Inocencia trabaje para él, pero francamente…

– No es inocente del cargo por el que lo mandaron a la cárcel, pero no mató a Lamont Gadsden.

Busqué un pañuelo en el bolso y entonces advertí que no era mío. Era de la tienda. El maquinista que jugaba al ajedrez se sacó un pañuelo del bolsillo para que me secara las manos y la cara. Los cuatro sabíamos lo que podía ofrecerle a Johnny Merton: la prueba de quién mató realmente a Harmony, la prueba de quién mató a Lamont y de dónde reposaba su cuerpo.

En aquella habitación, las relaciones habían cambiado después de que Kimathi me contara su historia y yo me desplomase al oírla. Rivers y sus amigos no se habían puesto exactamente de mi parte, pero yo ya no era su enemiga. Supongo que podría decirse que me habían dado la libertad vigilada.

– Lo lavaré y se lo devolveré -dije, mirando el pañuelo manchado-, pero antes tengo muchas cosas que hacer. Mucho terreno que cubrir y muy poco tiempo. Tienen que sacar a Kimathi de aquí. George Dornick sabe dónde está y para él sería terriblemente fácil forzar todas las puertas. Tienen que asegurarse por triplicado de que nadie los siga cuando se lo lleven. Tienen aparatos muy sofisticados y abundante dinero para repartir por ahí.

– Yo tengo una escopeta y estuve en Vietnam. Puedo cuidar perfecta…

– No, no puede. Dornick tiene armas de fuego a cuyo lado La colina de la hamburguesa parece un concurso de lanzamiento de tartas.

– Hazle caso, Curtis -dijo el leñador en voz baja-. Lo dice por el bien de Kimathi. Ahora no es momento de dejarse llevar por el ego, hermano.

– Nos lo llevaremos ahora mismo -asintió el maquinista-. Si necesita hablar con él, pregúntele a Curtis, pero cuanto menos sepa, mejor.

Se volvió hacia Kimathi y empezó a hablarle, camelándolo. Kimathi no quería marcharse sin Curtis. Estuve a punto de ponerme a gritar. Quería que se lo llevaran de inmediato, antes de que Dornick o los demás se presentaran en la tienda.

Separé las cuerdas para marcharme y advertí que todavía sujetaba el bolso rojo. Lo devolví dejándolo encima del mostrador.

– Este bolso se me ha pegado, señor Rivers… Y, además, veo que lo he manchado. En el incendio perdí las tarjetas de crédito y todo lo demás, pero, si me lo aparta, se lo pagaré cuando tenga el dinero.

Rivers me miró de arriba abajo con expresión sombría y luego me tendió el bolso.

– Voy a fiarme de usted, señora detective. Hoy aquí ha hecho un gran esfuerzo y, si no viene con el dinero, siempre puedo dejar su cadáver a la puerta de George Dornick y decir que él la ha matado.

Era un chiste malo, pero habíamos estado todos tan tensos que estallamos en risas. Todos menos Kimathi, que al verme reír se apartó asustado. «Dicen que soy el hombre que canta y baila… Se ríen.» Recordé aquello y recuperé la seriedad al instante.

Le pedí a Rivers que me dejara salir por la puerta trasera que daba al callejón, e insté a los ajedrecistas a que me siguieran con Kimathi lo más rápido posible.

Una vez en el coche de Morrell, conduje deprisa, empujada por una energía nerviosa tan frenética que me descubrí pisando el acelerador a fondo y corriendo terribles riesgos en el tráfico de la Ryan. Al menos no enviaba mensajes de texto o tocaba la tuba al mismo tiempo.

Salí de la autopista, me apeé del coche y traté de respirar hondo, de recuperar la concentración, pero lo único que veía era la cara de mi padre, el hombre en el que había confiado y al que había amado, mirando por un falso espejo que daba a una sala de interrogatorios.

– ¿Está usted bien? -Un coche de policía se había detenido detrás del mío y no me había dado cuenta.

Noté que palidecía pero me agarré a la puerta del coche y conseguí sonreír.

– Sí, gracias. He tenido un calambre en el pie y he pensado que sería mejor que me detuviera hasta que se me pasase.

El agente se tocó la gorra a modo de saludo pero esperó a que montara en el coche y volviera a entrar despacio en la Ryan. Me siguió un rato y yo controlé el tráfico por los espejos laterales, no superé el límite de velocidad y señalé los cambios de carril. Una burbuja de histeria seguía amenazando con aplastarme. «Servimos y protegemos.» Ése era el lema de la policía de Chicago. ¿Me estaba protegiendo? ¿Quería asegurarse de que no me había detenido por un asunto de drogas? ¿Se aburría? ¿Qué hacía en comisaría cuando llevaba a un detenido?

Volví a dejar la Ryan en la salida del centro y estacioné el coche en el aparcamiento subterráneo que está cerca de Millennium Park. Guardé el bolso rojo en el maletero. Si llegaba un momento en el que tenía que correr, un bolso como aquél me frenaría. Si lo llevaba, también sería más fácil seguirme por lo intenso de su color.

Fuera, en la calle, el sol de finales de agosto abrasaba y, por toda protección, lo único que tenía era la gorra de los Cubs. No llevaba chaqueta ni loción protectora en la piel. De todos modos, sentía tal oleada de odio hacia mí misma que me parecía bien que el sol me arrancase la piel de los brazos.

Tenía tanta prisa que no podía usar el transporte público, por lo que paré un taxi y le dije al conductor que me llevara arriba de todo de Michigan Avenue. Enfrente del hotel Drake, donde mi tío se alojaba, hay un edificio de galerías comerciales. Entré, busqué una papelería y compré folios, un sobre y un bolígrafo.

En el sexto piso había un corredor que llevaba al hotel The Four Seasons. Crucé la puerta que daba acceso a los colores apagados y la tranquilidad de la riqueza, sonreí al conserje y encontré un rincón donde sentarme a escribir. Mordí el tapón del bolígrafo, que había puesto en la otra punta, y pensé en lo que quería decir.

Querido Peter:

Tu hermano mayor te cubrió hace muchos años, pero sé que mataste a Harmony Newsome. El asesinato no prescribe y yo no siento por ti el cariño protector que Tony sentía. No intentaré salvarte. Lo que me pregunto, sin embargo, es por qué estás dispuesto a sacrificar a Petra. Creía que sentías por ella el amor normal que siente un padre hacia sus hijos.

Si quieres hablar conmigo, estaré diez minutos en la glorieta que hay frente al Drake. Si no te presentas, me marcharé. ¿Bobby Mallory ocultará la verdad para protegerte?

V.I.

Metí la nota en el sobre, lo cerré y escribí el nombre de mi tío. Crucé la calle y entré en el vestíbulo inferior del Drake, donde hay unas cuantas tiendas. Junto a las escaleras que llevaban al vestíbulo principal del hotel había un botones. Le di un billete de cinco dólares y le pedí que entregase el sobre de inmediato. Entonces crucé la zona de las tiendas y salí por la puerta norte del hotel.

Cuando había dado la carta al botones eran la 1.23. Suponiendo que Peter estuviera en su habitación, suponiendo que el botones la hubiese entregado de inmediato… Peter llamaría a Dornick, o a Alito o a Les Strangwell. En los próximos veinte minutos ocurriría algo.

Enfrente del Drake hay un pequeño parque, un triángulo formado por el hotel, Michigan Avenue a la izquierda y Lake Shore Drive como la hipotenusa. Al otro lado de Lake Shore Drive se hallan algunas de las playas de arena más hermosas de la ciudad.

En esta época del año, la playa de Oak Street estaba atestada de turistas, bañistas y gentes que se broncean al sol o que juegan a volley, pero el parque triangular estaba prácticamente vacío. Un indigente dormía en un trozo de césped al lado de la glorieta.

Caminé junto a la hilera de coches aparcados en el lado sur del triángulo. Sólo en uno había alguien sentado dentro. En frente de una de las casas había una furgoneta y quizás en su interior había un equipo de vigilancia, pero no me pareció que Dornick o Strangwell sintieran la necesidad de controlar a Peter de una manera tan sofisticada.

Regresé a Michigan Avenue, que estaba llena de gente que iba de compras y de turistas. Un trío de jóvenes negros tocaba tambores artesanales en una esquina.

Un paso subterráneo atraviesa la avenida, pero yo la crucé a nivel de calle. Cerca tenía a una mujer que llevaba una correa con un perro en el extremo y un teléfono móvil pegado a la oreja. Detrás iba una niñera con un cochecito de bebé y que también hablaba por teléfono. Me sentí anónima, lo cual me tranquilizó. Era una persona más, tocada con una gorra de un equipo de béisbol y disfrutando del final del verano.

Me senté en el banco de una parada de autobús del extremo de la manzana y vigilé el parque. Un viejo con un perro diminuto salió de una de las casas cercanas al hotel. El perro olisqueó las flores naranjas de floración tardía mientras el hombre miraba a lo lejos con expresión vacía. Una joven de músculos prominentes pasó haciendo jogging junto a la glorieta en dirección al paso subterráneo que cruzaba Lake Shore Drive para acceder a la playa. De ella salieron unos ciclistas que iban en dirección contraria.

Diecisiete minutos después de dar la carta al botones, apareció mi tío. Iba despeinado y llevaba los faldones de la camisa por fuera del pantalón. Evidentemente, aquellos días no descansaba bien. Mientras miraba en el interior de la glorieta y alrededor de ella, vigilé el otro lado de la calle. No había nadie plantado en las aceras ni había coches recorriendo la zona. Bajé las escaleras que llevaban al túnel que cruzaba Michigan Avenue y salí al camino de la playa.

– ¡Peter! -grité con fuerza-. ¡Por aquí!