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– ¿Qué le has hecho? -Peter me agarró por los hombros y me sacudió.
– ¡Suelta! -exclamé-. No son maneras…
– ¡Responde, maldita sea! -gritó con brusquedad y la cara hinchada de furia.
Intenté soltarme, pues no quería enfrentarme a él, pero hundió las manos con más fuerza en mis hombros. Le propiné una patada en la espinilla, fuerte, y lanzó un grito, más de sorpresa que de dolor. Aflojó la presión de las manos, me desasí y retrocedí un paso. Volvió a abalanzarse sobre mí, pero lo esquivé y di otro paso atrás al tiempo que me frotaba los hombros. Mi tío rondaba los setenta, pero conservaba en los dedos la fuerza que había adquirido trabajando de adolescente en el matadero.
Los dos perros emitían sonidos amenazadores y guturales. Todavía jadeante, les acaricié el lomo. «Tranquilo, Mitch. Tranquila, Peppy. Sentaos.» Habían notado mi nerviosismo y ladraban y gimoteaban, preocupados.
– No hay ninguna necesidad de que se ponga así… -El señor Contreras se había puesto en pie al ver que Peter me atacaba. Era un anciano de casi noventa años, pero se había mostrado dispuesto a defenderme-. Vic no pondría nunca en peligro la vida de su hija. Lo digo en serio.
Si tenía en cuenta que el propio señor Contreras me había lanzado acusaciones cuando lo había puesto al corriente de la desaparición de Petra, agradecí que quisiera defenderme delante de los padres de la chica.
Mi tío se alegró de tener un nuevo objetivo al que atacar.
– ¡Usted, sea quien sea, métase en sus asuntos!
Rachel habló desde las sombras de detrás del piano:
– Peter, gritar y enfadarse no lleva a ninguna parte.
Peter, el señor Contreras y yo nos sobresaltamos. En el calor de la discusión, nos habíamos olvido de que mi tía estaba allí.
La noche anterior, cuando finalmente los había localizado, estaban de acampada en las montañas Laurentinas con sus cuatro hijas pequeñas. Fue la secretaria de Peter en Kansas City quien me facilitó los teléfonos pertinentes y organizó que el avión de la empresa volase a Quebec a recoger a la familia. Peter y Rachel condujeron toda la noche para llegar al aeropuerto. El avión de Industrias Cárnicas Ashland dejó a Rachel y a Peter en O'Hare y continuó viaje hasta Kansas City con las hijas, que quedarían al cuidado de la madre de Raquel.
– Estos últimos días, Petra estaba muy nerviosa -le dije a Rachel-. Me aseguró que no había nada que le causara inquietud, pero ahora pienso que el plan de dejar entrar a esos ladrones en mi oficina le estaba pasando factura.
– Petra no conoce a ningún matón, maldita seas -rugió Peter-. Tú, sí. Eres tú la que está liada con los Anacondas, joder, y la que va a Stateville a visitar a Johnny Merton, que está entre rejas.
– ¿Cómo sabes lo de Merton? -me quedé anonadada.
– Petra y yo hablamos todos los días. -Rachel esbozó una sonrisa forzada a modo de disculpa-. En ocasiones, tres veces al día. Ella nos ha hablado de tus encuentros con ese hombre en la cárcel. Le pareció una noticia interesante.
– Y también lo he sabido a través de Harvey -me espetó Peter-. Dice que desobedeciste las órdenes directas de un juez local para que dejaras de investigar a esos gánsteres.
Si no hubiese estado tan alterada, me habría echado a reír.
– ¿Desobedecer órdenes directas, Peter? Yo no estoy en el Ejército. Ese juez fue jefe mío cuando trabajaba de abogada de oficio. Teme que lo haga quedar mal porque llevó las cosas fatal en un viejo caso en el que estaba implicado uno de la banda de Merton.
– ¿Y qué, si fue así? Un miembro menos de esas bandas en la calle siempre es una buena noticia.
– Pero, Vic, ¿cómo puedes estar tan segura de que Petra fue a tu oficina ayer por la tarde? -quiso saber Raquel.
Ya me había hecho esa pregunta antes, pero estaba tan preocupada que había olvidado responder. Volví a explicarle que había encontrado la pulsera de su hija ante la puerta trasera.
– Y, sí, podría pertenecer a otra persona, pero no lo creo.
– Aunque fuera suya, ¿qué te hace creer que abrió la puerta? -inquirió Peter-. Tal vez fue esa escultora con la que compartes el local. ¿Cómo sabes que no está relacionada con alguna operación mafiosa?
Abrí y cerré la boca varias veces, pero no conseguí articular palabra. Tessa Reynolds es afroamericana y no quería pensar que su raza había suscitado la disparatada sugerencia de mi tío. Pertenece a la aristocracia afroamericana, ya que su madre es una conocida abogada, y su padre, un ingeniero prestigioso. Los dos temen que esté arrastrando a Tessa a la mala vida debido a los casos en los que trabajo y a la gente que pasa por mi despacho. Después de que el allanamiento de mi oficina hubiera salido en los noticiarios de la noche, ya había recibido una llamada de la madre de Tessa.
Estaba tan cansada y confundida que no podía seguir aquel hilo de pensamientos. En vez de ello, conecté el portátil. Me había enviado a mí misma por correo electrónico las imágenes de la cámara que recogían al trío que había entrado en mi oficina la tarde anterior, y se las mostré a Rachel y a Peter.
– ¿Os parece que alguno de los tres es Petra?
– ¡Por supuesto que no! -Peter se alejó del ordenador con paso firme y sacó su teléfono móvil-. Esto es una pérdida de tiempo, maldita sea. ¿Qué hacemos aquí sentados, permitiendo que Vic nos maree con sus historias? Lo único que quiere es quitarse de encima la responsabilidad de haber puesto en peligro a nuestra Petey.
Rachel meneó la cabeza y se le llenaron los ojos de lágrimas, hasta desbordarse nariz abajo.
– Esto es cosa de Petra -dijo.
– ¿Cómo puedes estar segura? De todos los…
– Peter, es el sombrero de Cocodrilo Dundee y el abrigo de hule del outback australiano que compró en Melbourne. Estaba muy orgullosa de esas prendas. En esa foto se le nota. -Me dirigió una mirada a través de sus pestañas mojadas-. Vic, alguien la ha obligado a hacer esto. Dentro de una hora vamos a reunimos con el agente especial Hatfield del FBI. Dame nombres de personas con las que el FBI pueda hablar.
– Sí, cariño -intervino el señor Contreras-. En esta ocasión, debes poner las cartas sobre la mesa.
– ¿Habéis hablado con Kelsey, su compañera de habitación de la universidad? -pregunté-. No recuerdo el apellido, pero es la persona con quien Petra habla más.
– Kelsey Ingalls. Me ha llamado esta mañana, cuando ha visto la noticia en la prensa digital. Ha dicho que había intentado llamar a Petra, como todos, y que sólo podía acceder al buzón de voz -explicó Rachel con voz temblorosa-. Vic, seguro que habrás hablado con alguna persona que pueda llevar a la policía o al FBI al paradero de Petra. Dime su nombre, por favor. Por favor.
Sacudí la cabeza con impotencia.
– Alguien entró en mi apartamento y lo revolvió hace unas noches, y me pregunté si un policía…, un ex policía llamado Alito, había estado implicado en ello, pero no tengo ninguna razón para sospechar de él. Aparte de eso, Johnny Merton, el jefe de los Anacondas, sería capaz de hacer cualquier cosa si se hubiera enfadado conmigo, pero esto sucedió mientras estaba hablando con él. Y no perdió los nervios conmigo hasta el final de nuestra conversación.
A la mención de Johnny y los Anacondas, Peter aprovechó la oportunidad para meterse conmigo. Si hubiera sabido que yo trabajaba con criminales violentos, no habría permitido a Petra acercarse a menos de treinta kilómetros de mí.
– Comprendo -dije cuando empezó a chillar-, pero observa la hora que marca la cámara de vigilancia. Parece que Petra estuviese esperando que Tessa, mi compañera de local, la escultora, ya sabes, se marchara. Entre la salida de Tessa y la llegada del trío hay un intervalo de diez minutos. Tessa se marcha, Petra teclea el código y entra con esos dos vándalos.
– Vic, las coincidencias existen -dijo Rachel, tratando de mantener la calma-. ¿Cómo quieres que Petra conozca a gente de esa calaña? En mayo se graduó en la universidad, no ha vivido nunca en Chicago y ahora trabaja en una oficina del centro de la ciudad con otros veinteañeros. Es una chica de clase media del Medio Oeste que no ha visto a un criminal en su vida y que no lo reconocería si lo viese. No digo que sea culpa tuya, pero eres tú la que conoce a pandilleros y gente de ese tipo, no Petra. Por favor, entrega tus expedientes al FBI o a Bobby Mallory. Investigarán a todas las personas que hayan hablado contigo.
– Bobby estuvo anoche en mi oficina -expliqué.
Bobby se había abierto paso entre los policías que se amontonaban en la entrada y me había encontrado metida debajo del escritorio, mirando si mi prima había perdido algo más, aparte de la pulsera. A pesar de que ya han trabajado para él muchas mujeres eficientes, descubrirme en el escenario de un crimen todavía le produce sarpullidos.
– Aquí estamos, Vicki. Uno de los chicos, que es más listo de lo que aparenta, vio tu nombre en un informe y me lo trajo. ¿Quién es Petra? ¿La hija de Peter? ¿En qué embrollo la has metido? ¿Lo sabe Peter? Si su hija sufre algún daño, te hará picadillo.
– Soy inocente, Bobby -dije en tono cansino, saliendo de debajo del escritorio-. Petra trabaja en la campaña de Krumas. No sé por qué vino, ni a quién dejó entrar.
Le enseñé las imágenes de vídeo y le expliqué por qué Petra tenía la combinación del portero automático. Observó las fotos con el ceño fruncido y luego preguntó a los patrulleros si habían hecho alguna gestión para que un equipo experto en tecnología de la imagen examinara la grabación.
Una vez apareció Bobby, el ritmo de la investigación se aceleró. Los polis agresivos se volvieron sumisos y atentos, los letárgicos se volvieron activos y, como por arte de magia, apareció un equipo de la policía científica que empezó a empolvar todo el caos en busca de huellas, sangre o rastros de cualquier tipo. Bobby llamó al FBI, por si se trataba de un secuestro, y el FBI envió a un agente especial, por lo que me tocó responder de nuevo a preguntas inútiles.
En pleno interrogatorio, empecé a recibir llamadas de los reporteros y una unidad móvil de televisión aparcó delante de mi oficina. Brian Krumas también llamó mientras estaba hablando con el agente especial del FBI. El candidato estaba en una fiesta de recogida de fondos con los ricos de Hollywood, pero su personal, por supuesto, se había enterado de la desaparición de Petra. Krumas habló con Bobby, en primer lugar, y luego conmigo.
– Tú eres prima de Petra, ¿verdad? Nos conocimos en el acto electoral del Navy Pier, ¿no es cierto? Escucha, Vic, voy a darte mi número particular y quiero que me llames tan pronto tengas noticias de ella, ¿de acuerdo?
Copié el número en mi PDA y seguí hablando con el agente del FBI. Por más atractivo para los medios que uno tenga -y a Brian Krumas lo vendían como un nuevo y glamuroso Bobby Kennedy-, la desaparición de una veinteañera rubia es una noticia nacional y hay que poner en marcha el control de daños.
Cuando por fin llegué a casa, no dormí mucho. Me desperté varias veces, sobresaltada, e intenté no pensar en lo que le ocurría a Petra y concentrarme, en cambio, en los sitios donde podría buscarla. También me pregunté a quién habría franqueado la entrada en mi oficina.
– En cualquier caso, no debería hablar con un bandido como Johnny Merton -dijo el señor Contreras-. Te lo vengo diciendo desde la primera vez que fuiste a verlo, pero tú eres la única que siempre sabe lo que está bien y lo que está mal. Los demás somos tan ignorantes que no tenemos opinión. Y ahora has metido en problemas a Petra.
– Sé cuántas condenas le han caído a Merton. No me sorprendería en absoluto que hubiera raptado a mi hija y la hubiese obligado a abrir la puerta de tu oficina -rugió Peter, cruzando la sala para poner su nariz casi pegada a la mía-. Si sufre algún daño por culpa tuya, te lo infligiré a ti multiplicado por diez. ¿Me oyes?
Me quedé muy quieta, sin decir nada. Si a Petra le ocurría algo malo por mi culpa, yo no podría vivir tranquila, pero resultaba imposible responder a la furia ciega de su padre. Sonó el teléfono y por fin se apartó de mí para contestar.
– Id a ver a Derek Hatfield -dije, volviéndome hacia Rachel-. Es un buen agente de campo.
– Y tú, ¿qué harás? -quiso saber.
– Voy a destinar el caso a mi mejor agente -respondí en tono lóbrego.
Mi mejor agente había sido incapaz de encontrar a Lamont Gadsden. Mi mejor agente había dejado un rastro de desolación en el Centro Libertad Aguas Impetuosas. Esperaba que hiciera un trabajo mejor buscando a Petra.