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– ¡Despierta! -exclamó Margaret-. ¿Por el amor de Dios, tienes que dormir también con esos huesos, Eve?
Eve levantó la cabeza, adormilada.
– ¿Qué? Sacudió la cabeza para despabilarse. ¿Qué hora es?
Margaret estaba de pie adelante del escritorio.
– Son casi las nueve de la mañana. Anoche John me dijo que no ibas a trabajar más.
– Cambié de idea. -Miró a Mandy, que estaba sobre el escritorio, delante de ella.-Pude colocar algunas piezas más en el rompecabezas.
– Y te quedaste dormida trabajando.
– Iba a cerrar los ojos por un minuto. -Sentía feo gusto en la boca. -Creo que estaba cansada, después de todo. -Corrió la silla hacia atrás. -Iré a lavarme los dientes y a ducharme.
– No te moverás de aquí hasta que me digas qué buen trabajo hice con el laboratorio.
Eve sonrió.
– Oh, disculpa. Quedó fantástico.
– Tu entusiasmo me conmueve. -Margaret suspiró. -Tendría que haberles dicho que lo decoraran con cenizas y arpillera.
– Te dije que no tenía importancia. -Eve se levantó y fue hacia la puerta. -Pero de todos modos valoro tu esfuerzo.
– John quiere verte. Me envió a buscarte.
– Lo veré una vez que me duche y me cambie.
– ¿Puedes darte prisa? Ha estado bastante nervioso desde que volvió Gil.
Eve giró.
– ¿Volvió?
Margaret asintió.
– Hace alrededor de una hora y media. Te están esperando en el despacho.
Lo que estaban esperando era su decisión. Querían saber si saldría de cacería con Logan. Kennedy.
Santo cielo, a la luz del día la idea sonaba todavía más demencial que la noche anterior.
– Y John me autorizó a transferir ese otro pago que pactaron a la Fundación Adam -le anunció Margaret-. Llamé al Banco y en una hora ya podrás verificar la transferencia.
No había pactado nada por otro pago. Logan estaba aplicando presión, sobornándola sin insistir en que le devolviera el favor. Pues que donara el dinero, entonces. Eso no afectaría su decisión y se beneficiarían los niños.
– Confío plenamente en ti.
– No, verifícalo -dijo Margaret-. John quiere que lo hagas.
Le importaba un rábano lo que quería Logan. Haría lo que ella tenía deseos de hacer. Trabajar con Mandy durante la noche le había hecho bien. Se sentía mucho más en control de la situación, ahora.
– Te veré más tarde, Margaret.
– Te tomaste tu tiempo -masculló Logan, y miró a Eve con expresión ceñuda cuando entró en el despacho-. Estuvimos esperando.
– Tenía que lavarme y secarme el pelo.
– ¡Y qué bien te quedó! -dijo Gil desde un rincón de la habitación-. Valió la pena el retraso.
Eve le sonrió.
– Creo que Logan no opina lo mismo.
– Es cierto -dijo Logan-. Es mala educación hacer esperar a la gente.
– Depende de si uno tiene una cita o lo mandan llamar.
Gil rió por lo bajo.
– No debiste mandar a Margaret, Logan.
– Diablos, no quería que pareciera que la estaba presionando.
Eve arqueó una ceja.
– ¿Ah, no?
– Bueno, no de manera tan obvia. -Hizo un ademán hacia la silla. -Siéntate, Eve.
Ella negó con la cabeza.
– Esto va a ser breve.
Logan se puso tenso.
– Mira, no quiero que…
– Cállese, Logan. De acuerdo: lo haré. Iré a su maldito campo de maíz para buscar ese cráneo. Lo traeremos aquí y haremos el trabajo que quiere que haga. -Lo miró directamente a los ojos. -Pero lo hacemos enseguida. Quiero que esto termine de una vez.
– Esta misma noche.
– Perfecto. -Se dispuso a irse.
– ¿Por qué? -preguntó Logan de pronto-. ¿Por qué aceptaste?
– Porque usted se equivoca y la única forma que tengo para demostrarlo es hacer el trabajo. Quiero terminar y volver a lo que es importante para mí. -Hizo una pausa y luego prosiguió con tranquilidad. -Y sí, me gustaría verlo con un huevo roto en la cara. Es tanto lo que me gusta la idea que hasta me ofrecería de voluntaria para trabajar en la campaña de reelección de Chadbourne.
– ¿Nada más?
Eve se cuidó de mantener el rostro inexpresivo. Que no viera nada. Que no viera el pánico al que había tenido que sobreponerse la noche anterior. Que no tuviera ninguna arma para utilizar contra ella.
– No, nada más. ¿Cuándo partimos?
– Después de medianoche. -Esbozó una sonrisa torcida. -Como corresponde para una empresa tan macabra. Llevaremos la limusina. Es sólo a una hora de aquí.
Eve miró a Gil.
– ¿Tú también vienes?
– No me lo perdería por nada del mundo. No recuerdo la última vez que desenterré un cráneo. Y ni hablar de uno que promete ser tan interesante. -Guiñó un ojo. -"Oh, pobre Yorick, yo lo conocía, Horacio".
Eve se dirigió a la puerta.
– En realidad, esa cita se acerca más a la verdad que todo lo que me ha dicho Logan. Ese cráneo tiene muchas más posibilidades de pertenecer al Yorick de Shakespeare que a Kennedy.
– Se han puesto en marcha, Timwick -anunció Fiske por el teléfono-. Price, Logan y la Duncan. Acaban de salir por el portón.
– Ten cuidado. Arruinarás todo si se dan cuanta de que los estás siguiendo.
– No hay problema. No tenemos que acercarnos hasta que sea necesario. Kenner puso un dispositivo de rastreo en la limusina cuando Price estaba en el departamento de Bentz. Esperaremos hasta que estén en una ruta desierta, ahí los paso y…
– No, deja que lleguen al lugar donde están yendo antes de actuar.
– Esa tal vez no sea la situación ideal. Debería…
– Al diablo con la situación ideal. Dejarás que lleguen a donde están yendo. ¿Me entendiste, Fiske? Deja que se encargue Kenner. Le di instrucciones precisas y tienes que hacer lo que él dice.
Fiske cortó. Hijo de puta. Ya bastante duro era obedecer a Timwick y ahora encima tenía que cederle la delantera a Kenner. En las últimas veinticuatro horas ya se había saturado de ese idiota.
– Te dije que yo iba a estar a cargo -dijo Kenner desde el asiento del conductor-. No harás nada hasta que yo dé la orden. -Movió la cabeza en dirección a los dos hombres que estaban en el asiento trasero. -Igual que ellos.
Fiske miró hacia delante y vio las luces de cola de la limusina en la distancia. Respiró hondo y trató de relajarse. Todo iba a estar bien. Lograría hacer su trabajo a pesar de la interferencia de Kenner. Mataría a los tres de la limusina unos kilómetros más adelante y los tacharía de la lista.
Y después se armaría su propia lista, con el nombre de Kenner en primer lugar.
El campo de maíz debería haberle traído a la mente algo tan estadounidense como una feria estatal, pero Eve no podía pensar en otra cosa que no fuera una película de horror donde unos niños macabros vivían en un campo de maíz.
No había niños aquí.
Solamente muerte.
Y un cráneo enterrado bajo la rica tierra negra.
Esperando.
Eve descendió lentamente del coche.
– ¿Es allí?
– Logan asintió.
Parece bien cuidado.
– ¿Dónde está la casa?
– Unos diez kilómetros más al norte.
– Es un campo grande. Espero que Donnelli le haya dado bien las instrucciones.
– Sí. Las tengo memorizadas. -Descendió del automóvil. -Sé exactamente dónde está ubicado.
– Esperemos que las indicaciones sean buenas. -Gil había abierto el baúl y estaba sacando dos palas y una linterna. -Cavar no es de las cosas que más me gustan. Pasé un verano trabajando en caminos cuando estaba en la universidad y juré que no lo volvería a hacer nunca.
– Te lo tienes merecido. -Logan tomó la linterna y una de las palas. -Nunca digas nunca. -Se adentró en el campo de maíz.
– ¿Vienes? -preguntó Gil a Eve, mientras se disponía a seguir a Logan.
Ella no se movió.
Podía oler la tierra donde aguardaba la muerte.
Podía oír la brisa agitando las altas hileras de maíz.
Sintió que se le comprimía el pecho ante la idea de hundirse, ahogarse en ese oscilante mar de maíz.
– ¿Eve? -Gil estaba de pie en el extremo del campo sembrado, esperando. -John quiere que vengas.
Ella se humedeció los labios.
– ¿Por qué?
Gil se encogió de hombros.
– Pregúntaselo a él.
– Es un disparate haberme traído aquí. No voy a poder hacer nada hasta que vuelva al laboratorio.
– Lo siento, pero quiere que estés presente cuando desentierre el cráneo.
Déjate de discutir, haz tu trabajo y vete de este lugar.
Siguió a Gil y se adentró en el campo de maíz.
Oscuridad.
Oía el ruido que hacía Gil delante de ella, pero no lo veía. Lo único que veía eran los altos tallos a su alrededor. Era como estar enterrada. Aun con un mapa e indicaciones ¿cómo podía Logan encontrar algo allí?
– Veo una luz adelante -dijo la voz de Gil.
Eve no veía nada, pero apresuró el paso.
Tenía que terminar con este asunto e irse de allí.
Ahora veía la luz. Logan había dejado la linterna en el suelo y estaba cavando. La pala se clavaba en la tierra y desgarraba las raíces del maíz.
– ¿Aquí? -preguntó Gil.
Logan levantó la vista hacia ellos y asintió.
– Rápido. Está enterrado hondo, para que el propietario no lo encuentre al sembrar. No hay que andar con cuidado. Se supone que está dentro de una caja forrada con plomo.
Gil se puso a cavar.
Al cabo de cinco minutos, Eve lamentó que no le hubieran dado una pala a ella también. Hubiera sido mejor estar ocupada que de pie allí, mirando. La tensión dentro de ella aumentaba con cada segundo que pasaba.
Qué idiotez. Seguro que no había nada enterrado allí, se estaban comportando como gente sacada de una novela de Stephen King.
– Golpeé algo -anunció Gil.
Logan lo miró.
– Aleluya. -Comenzó a cavar más rápido.
Eve se acercó al pozo y vio metal oxidado entre la tierra suelta.
– Cielos…
¿Por qué se sentía tan sacudida? El hecho de que Donnelli no hubiera mentido respecto de la ubicación no quería decir que el resto de la historia fuera verdad. Tal vez no hubiera un cráneo en la caja y las probabilidades de que se tratara de Kennedy eran inexistentes.
Logan estaba forzando la cerradura de la caja.
De pronto se dio cuenta de que no se trataba de una caja. Era un ataúd.
Un ataúd de bebé.
– Basta.
Logan se quedó mirándola.
– ¿Qué diablos…?
– Es un ataúd. Un ataúd de bebé…
– Ya lo sé. Donnelli era enterrador. ¿Cómo crees que consiguió un cajón forrado en plomo?
– ¿Y si no es un cráneo?
La expresión de Logan se endureció.
– Es el cráneo. Estamos perdiendo el tiempo.
Rompió la cerradura del ataúd. Eve esperaba que tuviera razón. La idea de que un bebé hubiera estado enterrado allí solo y perdido le causaba una pena intolerable.
Logan abrió el ataúd.
No había ningún bebé.
Aun a través del grueso envoltorio de plástico Eve pudo distinguir el cráneo.
– Aquí está el premio mayor -murmuró Logan y acercó la linterna-. Sabía que…
– Oigo algo. -Gil levantó la cabeza.
Eve también lo oía.
¿El viento?
No era el viento.
Era algo más fuerte. El mismo ruido que habían hecho ellos al avanzar por entre el maíz. Y el ruido venía hacia ellos.
– Mierda -masculló Logan-. Cerró el ataúd y se puso de pie de un salto. -Huyamos de aquí.
Eve miró por encima de su hombro. Nada. Solamente ese sonido amenazante.
– ¿Podría tratarse del dueño de las tierras, no?
– No es él. Viene más de uno. -Logan ya había echado a correr. -No te separes de ella, Gil. Trazaremos un círculo por el campo sembrado y saldremos al camino donde dejamos el coche.
Gil la tomó del brazo.
– Corre.
No tenían que hablar. Alguien los oiría. Pero qué locura. ¿Qué importancia podía tener? Estaban haciendo tanto ruido al correr como sus perseguidores.
Logan zigzagueaba por entre el maíz y ellos lo seguían.
Corriendo.
En la oscuridad sofocante. Ruidos.
Le dolían los pulmones.
¿Se habrían acercado?
No había forma de saberlo. Ellos mismos estaban haciendo demasiado ruido como para que pudiera darse cuenta.
– ¡A la izquierda! -gritó alguien detrás de ellos.
Logan cortó en ángulo recto por entre el maíz.
– Me parece que veo algo -se oyó otra voz.
Santo Cielo, parecía como si el hombre estuviera en la hilera de al lado.
Logan giraba, tomaba por el mismo lugar por donde habían venido.
Gil y Eve le pisaban los talones.
Más rápido.
Eve estaba totalmente desorientada. ¿Cómo sabía Logan Adónde estaba yendo?
Quizá no lo sabía. En cualquier momento podían toparse con quienquiera que fuera el que los estaba persiguiendo. Tal vez debieran…
Logan doblaba otra vez. A la izquierda.
Estaban fuera del campo de maíz, corriendo hacia el camino.
La limusina.
A más de cincuenta metros de distancia.
Al lado había un Mercedes. Eve no podía ver si había alguien adentro.
Echó una mirada por encima del hombro hacia el campo.
Nadie.
Y ya casi habían llegado al coche.
La puerta del Mercedes se abrió.
Gil le soltó el brazo.
– ¡Mete el ataúd dentro de la limusina, John! -Se volvió, sacó una pistola y corrió hacia el hombre que descendía del Mercedes.
Demasiado tarde.
Un disparo.
Eve vio con horror cómo Gil caía hacia delante. Logró ponerse de rodillas y trató de apuntar el arma.
Oh, Dios, el hombre le estaba apuntando nuevamente.
Eve ni siquiera se dio cuenta de que se estaba moviendo hasta que tomó el arma con la mano y la hizo a un lado. El hombre se volvió hacia ella, Eve le asestó un golpe con el canto de la mano en la arteria carótida del cuello. El sujeto gruñó, se le nublaron los ojos y cayó al suelo.
– Conduciré yo. Sube con Gil al asiento de atrás. -Logan estaba arrastrando a Gil los metros que lo separaban de la limusina. -Trata de detener la sangre. Tenemos que salir de aquí. Deben de haber oído el disparo.
Eve sostuvo la puerta abierta y luego se zambulló al asiento trasero junto a Gil.
Dios, qué pálido estaba. Le desgarró la camisa. Sangre arriba, a la altura del hombro. ¿Y si…?
– ¡Ahí vienen! -gritó Logan y la limusina dio un salto hacia delante.
Eve miró por la ventanilla y vio que tres hombres salían corriendo de entre las plantas de maíz.
La limusina salió despedida por el camino, haciendo volar la grava.
Logan miró por el espejito retrovisor.
– ¿Cómo está?
– Tiene una herida en el hombro. No sangra demasiado. Ya recuperó la conciencia. -Volvió a mirar por la ventanilla. -Llegaron al camino. ¿No puede ir más rápido?
– Estoy tratando -masculló Logan entre dientes-. Es como conducir un maldito barco.
Había llegado a la ruta pavimentada que llevaba a la autopista, pero el Mercedes era demasiado veloz. Los faroles delanteros estaban unos pocos metros detrás de ellos.
De pronto, el Mercedes golpeó contra el costado de la limusina.
Estaban tratando de empujarlos fuera del camino y hacerlos caer a la cuneta.
Logan apenas si podía mantener el coche en el camino.
– ¡Adelántese! -chilló Eve-. Si caemos en esa cuneta nos ahogamos.
– ¿Qué crees que estoy tratando de hacer?
Por fortuna, faltaban solamente unos metros para la autopista.
El Mercedes volvió a golpear contra la limusina y ésta viró hacia la cuneta.
Desesperado, Logan hizo girar el volante y logró evitar que cayeran.
– El golpe los hizo desviarse. ¡Vamos ahora! Es nuestra oportunidad -exclamó Eve.
Logan pisó el acelerador.
– Están demasiado cerca -Logan miró por el espejito retrovisor. -Nos atraparán antes de que lleguemos a la autopista.
– El ataúd -murmuró Gil-. Dáselo…
– ¡No! -exclamó Logan.
Eve miró el cajoncito a sus pies.
– Dales el…
Eve extendió la mano hacia la manija de la puerta.
– ¿Qué haces? -dijo Logan.
– ¡Cállese! -le espetó Eve-. Gil tiene razón. Quieren el maldito ataúd y se lo vamos a dar. Más importantes son nuestras vidas.
– ¿Y si siguen? Lo habrás entregado por nada.
– Me importa un rábano. Ya le dispararon a Gil por culpa de este cráneo. Nadie más va a resultar herido. Reduzca le velocidad y mantenga el coche en este carril, pase lo que pase.
Logan aminoró la marcha, pero Eve tuvo que hacer fuerza para abrir la puerta contra el viento.
– Se están acercando.
– Mantenga el coche en el carril. -Arrastró el ataúd y lo empujó hacia la puerta. -Y quédese lo más adelante que pueda.
– No creo que…
– Trate.
El viento había abierto la puerta. Eve empujó el ataúd. Rebotó dos veces y resbaló hacia el otro carril.
– Ahora veremos. -Eve mantuvo la vista fija en el Mercedes.
– Ojalá que… ¡Sí!
El Mercedes había pasado de largo. Al principio pareció que no fueran a prestar atención al ataúd, pero de pronto redujeron la velocidad, giraron en redondo y comenzaron a desandar camino.
– Estamos llegando a la autopista -anunció Logan-. La limusina voló por la rampa y se mezcló entre el tránsito.
Coches. Camiones. Gente.
Eve sintió una oleada de alivio al verse rodeada de vehículos.
– ¿Estamos a salvo, ahora?
– No. -Logan se desvió y se detuvo a un costado de la autopista. -Cierra la puerta. -Se volvió hacia Gil. -¿Cómo estás?
– Es apenas un rasguño. Ni siquiera me sangra, ya.
– No creo que sea seguro parar. Llamaré a Margaret y haré que te consiga un médico. ¿Estás seguro de que no estás perdiendo sangre? ¿Aguantas hasta que lleguemos a Barrett House?
– Por supuesto -repuso Gil en voz débil-. Si aguanté tu forma de conducir, aguantaré cualquier cosa.
Gracias a Dios, estaba lo suficientemente bien como para bromear, pensó Eve, aliviada.
– No había otra opción -le recordó Logan-. Además, por ese comentario tan desconsiderado, te merecerías que te baje aquí y te haga volver caminando.
– Bueno, me callo, me callo. -Gil cerró los ojos. -Como eso me resulta tan difícil, creo que dormiré un poco.
– No, no es una buena idea -objetó Logan mientras se mezclaba nuevamente con el tránsito. -Mantente despierto. Quiero saber si pierdes el conocimiento.
– De acuerdo, como quieras. Sólo cerraré un poco los ojos.
La mirada de Logan se topó con la de Eve por el espejo retrovisor.
Ella asintió y él pisó el acelerador con más fuerza.
– ¿Qué diablos estás haciendo? -chilló Fiske-. ¡Los vamos a perder!
– ¡Cállate! -le ordenó Kenner-. Sé lo que hago. La caja es más importante.
– Pedazo de idiota. Nada es más importante. Tanto trabajo para que los dejes…
– Timwick dijo que si había que elegir entre recuperar lo que habían ido a buscar o atraparlos a ellos, teníamos que recuperar la caja.
– Podemos buscarla más tarde. La arrojaron solamente a modo de distracción.
– ¿Crees que no pensé en eso? No puedo correr riesgos. Está en la mitad del camino. Podrían destrozarla o llevársela.
– ¿A estas horas de la noche?
– Timwick quiere lo que hay ahí adentro.
Fiske se sintió invadido por la ira. Ahora no habría forma de alcanzar a Logan. Y todo por la obsesión de Timwick con esa maldita caja.
Kenner era igual que Timwick, se detenía tanto en los detalles que no veía lo que realmente era importante. Había que dedicarse a un objetivo por vez y no permitirse distracciones.
Mucho menos si se trataba de una maldita caja.
Dos hombres con uniformes blancos salieron de Barrett House no bien Logan detuvo la limusina. Transfirieron a Gil a una camilla y lo llevaron adentro.
Eve descendió del coche. Sentía las rodillas tan flojas que tuvo que apoyarse contra el paragolpes.
– ¿Estás bien? -preguntó Logan.
Ella asintió.
– Le diré a Margaret que te traiga una taza de café -dijo por encima del hombro mientras se dirigía a la casa. Tengo que asegurarme de que Gil no tenga nada grave.
Aturdida, Eve se quedó mirándolo hasta que desapareció. Habían sucedido demasiadas cosas en muy poco tiempo para que pudiera tomar conciencia de que ya había terminado. O de que realmente había sucedido.
Pero el costado abollado de la limusina era testimonio mudo de esa persecución aterradora.
Y la herida de Gil Price no era obra de su imaginación. Podrían haberlo matado. Podrían haberlos matado a todos si ella no hubiera arrojado el ataúd fuera de la limusina.
– Café. -Margaret le puso un jarrito en la mano. -Ven adentro a sentarte un poco.
– Iré en unos minutos. No me funcionan las piernas. -Bebió un sorbo de café. -¿Cómo está Gil?
– Consciente y bromeando como loco. El doctor quiere amordazarlo.
El café estaba fuerte y pronto comenzó a sentir el efecto de la cafeína.
– ¿Cómo lograste que viniera un médico aquí a estas horas de la noche?
– El dinero mueve montañas. -Margaret se apoyó contra la limusina. -¿Estás asustada?
– ¡Caray, cómo no voy a estarlo! Tal vez tú estés acostumbrada a estar metida en un tiroteo, pero yo no.
– Yo también me asusté. Nunca pensé… -Respiró hondo, algo temblorosamente. -Nunca imaginé esto. Pensé… No sé qué pensé.
– ¿Pero sigues confiando en Logan lo suficiente como para continuar trabajando para él.
– Claro que sí. -Margaret se enderezó. -Pero pienso pedirle un aumento y bonificación por trabajo peligroso. ¿Ya estás lista para entrar?
Eve asintió.
Trabajo peligroso. La generosidad de Logan comenzaba a tener sentido ahora. Aquí no estábamos hablando de gatos muertos ni vándalos salvajes. Esto se trataba de un asesinato. Habían tratado de matar a Gil. Hasta podrían haberlos matado a todos si la limusina hubiese terminado en la cuneta.
– ¿Estás mejor? -Logan había descendido la escalera. -Tienes más color en la cara.
– ¿De veras? -Bebió otro sorbo de café. -¿Cómo está Gil?
– Es una herida superficial. Braden dice que se repondrá pronto. -Se volvió hacia Margaret. -No queremos que den el informe a la policía, todavía. Convence a Braden de que lo posponga.
– Sí, claro, y que me acusen de ocultar… -Suspiró y se dirigió a las escaleras. -Me encargaré del asunto.
Margaret había llegado al piso superior cuando Logan se volvió hacia Eve.
Tenemos que hablar.
– Por decirlo de alguna manera, sí. -Eve se dirigió a la cocina. -Pero ahora tengo la taza vacía y necesito más café.
Logan la siguió y se dejó caer sobre una silla, frente a la mesa.
– Lamento que te hayas asustado así.
– ¿Qué, con eso se supone que ahora me empiezo a sentir cuidada y calentita? -Se sirvió café con manos temblorosas. -Pues no es así. Estoy aterrada ahora, pero cuando se me pase, voy a sentir una furia monumental.
– Lo sé y no puedo esperar otra cosa. -Hizo una pausa. -Estuviste increíble esta noche. Diría que le salvaste la vida a Gil. ¿Dónde aprendiste karate?
– Fue Joe. Después de que Bonnie… Le dije que nunca más volvería a ser una víctima, ¿recuerda? Joe me enseñó a poder cuidarme sola.
– Y a los demás también, parece -sonrió Logan.
– Alguien tenía que ayudarlo. Usted estaba más preocupado por ese maldito ataúd que por su amigo. ¡Por Dios, está obsesionado! Me sorprende que haya accedido a aminorar para que yo pudiera arrojarlo.
La sonrisa de Logan desapareció.
– Gil está entrenado para cuidar de sí mismo, también. El tenía su trabajo, yo el mío.
– Y yo tengo el mío. -Eve lo miró a los ojos. -Pero nunca pensé que el trabajo incluía que alguien me quisiera disparar.
– Te dije que tratarían de detenernos.
– Sí, pero no me dijo que tratarían de matarnos.
– No, supongo que no.
– ¡Sabe perfectamente bien que no me lo dijo! -Su voz se elevó con fastidio. -Fue todo un desastre. Usted arriesgó su vida por un asunto absurdo y me metió a mí también en él. Casi me hizo matar, maldito canalla.
– Sí.
– Y no había motivo para eso. Yo no tenía por qué estar allí.
– Sí, tenías que estar.
– ¿Y qué se suponía que iba a hacer? ¿Trabajar sobre el cráneo allí, en el condenado campo de maíz?
– No.
– Entonces… ¿Para qué me hizo ir?
– El doctor Braden se va -anunció Margaret desde la entrada-. Creo que las cosas serán más fáciles si le palmeas el hombro y lo acompañas a la puerta, John.
– De acuerdo. ¿Quieres venir conmigo, Eve? No hemos terminado, aún.
– Por supuesto que no hemos terminado. -Eve lo siguió hasta el vestíbulo y observó su comportamiento con el médico. Fluido como la miel, persuasivo como Lucifer. No le llevó más que un par de minutos lograr que el médico se fuera encantado.
Se quedó en la puerta, viendo cómo Logan acompañaba al médico hasta el coche.
– ¿Qué bien lo hace, no crees? -murmuró Margaret.
– Demasiado bien. -De pronto ya no sentía ira, sino cansancio. ¿Qué importancia tenía? Que tejiera todas sus tramas y telarañas. Nada de eso ya le importaba.
Logan saludó al médico con la mano y luego se volvió hacia ella. Entornó los párpados al ver su expresión.
– Ya no estás enojada. Eso podría ser malo o bueno.
– O ninguna de las dos cosas. ¿Por qué tendría que alterarme? Todo esto es agua que corre bajo el puente. Voy arriba a hacer la maleta. Ya está, hemos terminado. Me voy.
– No hemos terminado nada.
Eve se puso rígida.
– ¡Cómo que no!
Margaret se apresuró decir:
– Iré a ver cómo está Gil. -Y desapareció de inmediato.
La mirada de Logan no se apartó de la cara de Eve por un instante.
– No hemos terminado todavía, Eve -repitió.
– Accedí a hacer un trabajo, uno solo. Aun si no estuviera dispuesta a estrangularlo por ponerme en peligro como hizo hoy, el trabajo terminó cuando tiré el cráneo por la puerta de la limusina. Si cree que voy a quedarme aquí mientras usted trata de recuperarlo, está loco.
– No tengo que tratar de recuperarlo.
Los ojos de Eve se agrandaron.
– ¿Qué me está tratando de decir?
– Acompáñame.
─¿Qué?
– Ya me oíste. Ven conmigo.
Dio media vuelta y se alejó.