173937.fb2 La Cara del Enga?o - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 16

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CAPITULO 14

– Bueno, llegaron -comentó Joe con tono áspero mientras se acercaba al coche-. Me sorprende. Esto no es precisamente un cero kilómetro.

– Llama menos la atención. -Logan bajó del asiento del conductor y se paró frente a él. -¿Hubiera preferido que trasladara a Eve de un lado a otro en un Lamborghini rojo?

– Preferiría que no la trasladara a ninguna parte. -Joe miró a Logan. -Preferiría que nunca se hubiera enterado de su existencia, maldito canalla.

Cielos, qué enojado estaba, pensó Eve. Joe tenía un aspecto amenazador que ella nunca le había visto y Logan estaba tenso como un perro de guardia. Ella se apresuró a bajar del automóvil.

– Sube al asiento trasero conmigo, Joe. Logan, usted conduzca hasta Emory.

Ninguno de los dos hombres se movió.

– ¡Diablos, no se dan cuenta de que llaman la atención! Sube, Joe.

Joe subió de mala gana.

Eve respiró aliviada y dijo:

– Vamos, Logan, conduzca. -Acto seguido, subió ella también.

Logan volvió a su lugar en el asiento del conductor y puso el motor en marcha.

– ¿Le mandaste la fotografía de Margaret a mi madre? -preguntó Eve a Joe.

– Anoche -respondió él, con la mirada fija en la nuca de Logan-. Yo mismo revisé la zona y me topé con el equipo de seguridad de él. Casi tuve que arrestarlos antes de que me mostraran su identificación.

– ¿Vio a alguien más? -preguntó Logan.

– No, no me di cuenta de nada. No han montado ninguna operación obvia de vigilancia.

– Nunca harían nada obvio. Además, son buenos. Y tienen los mejores equipos.

– ¿Por qué? -Joe se volvió hacia Eve. -¿Qué diablos está pasando? Dímelo.

– ¿Me trajiste las fotografías de Timwick y Fiske?

Joe buscó dentro del bolsillo del saco y extrajo un sobre.

– A propósito, hice averiguaciones sobre este tal Fiske y es de lo peor. No deberías ni estar a un kilómetro de ese mal nacido.

– Lo intentaré. -En la foto, Fiske no parecía desagradable, pensó Eve, distraídamente, sino que más bien tenía el aspecto del estereotipo del mayordomo. Ojos castaño claro levemente desenfocados. Nariz larga y aristocrática y un prolijo bigotito. Si bien no parecía tener más de treinta y ocho años, el cuidado cabello castaño tenía canas en las sienes y estaba bien retirado de la ancha frente.

El que no tenía nada de aristocrático, por cierto, era James Timwick. Una cara ancha, de aspecto casi eslavo y ojos celeste pálido. Era más joven de lo que Eve había creído, debía de tener unos cuarenta y tres años y pelo renegrido.

– Ahora cuéntame por qué me pediste que te las trajera -exigió Joe.

Porque necesitaba verle la cara al enemigo, a los hombres que pueden querer matarme. No era una buena explicación para darle a Joe, que estaba cercano al punto de ebullición.

– Pensé que podían llegar a ser de utilidad. -Guardó las fotografías en la cartera.-Gracias, Joe.

– No me agradezcas. Dime lo que necesito saber.

Tenía que intentarlo por última vez.

– No hay nada que necesites saber. Preferiría que te quedaras afuera de esto.

– Cuéntame ya.

Eve aceptó, resignada, el hecho de que Joe no iba a dejarse convencer.

– Está bien, pero deja que te lo cuente a mi manera. No trates de interrogarme, Joe.

Para cuando Eve terminó de hablar, hacía diez minutos que estaban en el estacionamiento de Emory.

Joe no dijo nada durante varios instantes, sino que se quedó mirando el maletín de cuero que estaba junto a los pies de Eve.

– ¿Ahí está él?

– Sí.

– Es bastante difícil de creer.

– Estoy de acuerdo contigo -repuso ella-. Pero es Ben Chadbourne, Joe.

– ¿Estás segura?

Eve asintió.

– Es por eso que no quiero que te metas en esto. No sé lo que puede pasar.

– Yo sí. -Joe apretó los labios con gesto sombrío. -Y Logan también lo sabe. Lo supo perfectamente bien desde el principio.

– Sí, es cierto -concordó Logan sin inmutarse-. Pero eso no cambia la situación actual. Nosotros tenemos que cambiarla.

Joe le dirigió una mirada helada y luego se volvió hacia Eve.

– No puedes confiar en él. Para ti sería mejor si lo eliminara.

– ¿Eliminarlo?

– Sería fácil. Todo el mundo piensa que ya sucedió.

Los ojos de Eve se agrandaron como platos.

– ¡Joe! -exclamó.

Joe se encogió de hombros.

– Supuse que no te parecería una buena idea. -Abrió la puerta. -Quédate aquí. Revisaré la zona y tantearé a Kessler. ¿Qué te hace pensar que puede querer involucrarse?

– Es íntegro, curioso y algo obsesivo. Por eso está en esa profesión.

– Bueno, nadie mejor que tú para saber de obsesiones. -Joe cerró la puerta con fuerza y cruzó rápidamente el estacionamiento.

– Un hombre muy violento para ser oficial de la ley -murmuró Logan.

– No es violento. Está enojado, nada más. No iba a…

– Pues yo pienso que sí. Por unos instantes, mi vida corrió peligro. Creo que es mejor que me mueva con mucho cuidado alrededor de Quinn.

– Joe respeta la ley. -Eve lo defendió con vehemencia. -¡Diablos, es un buen policía!

– No lo dudo, pero también pienso que el entrenamiento que tuvo en SEAL en ocasiones se entromete en su camino. Sobre todo cuando la ley parece no funcionar y sus amigos están en peligro.

– Joe no mata gente.

– Veamos, ¿alguna vez le preguntaste cuánta gente mató cuando estaba en SEAL?

– Por supuesto que no. Estábamos en época de paz cuando estuvo en SEAL.

– Pero a los miembros de SEAL les asignan misiones aun en tiempos de paz.

– ¿Por qué hace esto? ¿Por qué trata de hacer que desconfíe de Joe?

– Por instinto de conservación, tal vez. -Esbozó una sonrisa irónica. -Y porque quiero que admitas que si hubieras hecho un mínimo gesto con la cabeza, hace unos instantes yo hubiera sido hombre muerto.

– No pienso admitir nada…

– Sé sincera.

Eve no quería ser sincera si eso significaba admitir que no conocía a Joe tan bien como creía. Joe era uno de los pilares fundamentales de su vida. Era una roca, era la persona en que más confiaba. Cuando todo a su alrededor se había venido abajo, Joe había estado allí. No iba a pensar en él como un asesino, porque eso sería compararlo con Fraser. Nunca.

– ¿Te habló alguna vez de su época en el equipo SEAL?

– No.

– ¿Sabías que desde que está en Atlanta mató a tres hombres en el ejercicio del deber? -Los ojos de Eve se clavaron en su cara. -Ya me parecía que no lo sabías. Quinn es astuto y te conoce bien. No te revelaría esa parte de su vida.

– No es un asesino.

– No dije que lo fuera. Es clarísimo que en las tres ocasiones lo hizo en defensa propia y que los rufianes a los que mató merecían morir. Sólo estoy diciendo que Quinn es multifacético y muy peligroso.

– Está tratando de hacer que desconfíe de él.

– Y él está tratando de hacer que desconfíes de mí. Sólo me estoy defendiendo.

– No confío en usted.

– Sí, un poco sí. Al menos sabes que estamos del mismo lado. No voy a dejar que Quinn me robe eso. -Su mirada se posó en Joe que estaba subiendo los escalones del edificio de Geociencia. -Y no quiero tener que pelear contra Quinn, además de todos los otros.

Eve siguió su mirada. Era como si estuviera viendo a Joe bajo una luz diferente. Siempre se mostraba seguro de sí mismo, se movía con elegancia atlética, pero ahora podía ver la implacable eficiencia detrás de su actitud. Ella lo había llamado una topadora, sabía que lo era, pero no lo había considerado peligroso.

Hasta ahora. Ahora intuía lo peligroso que podía ser.

– ¡Diablos, Logan!

– Somos todos salvajes -dijo él tranquilamente-. Todos matamos cuando se trata de algo realmente importante para nosotros. Comida, venganza, instinto de conservación… pero Quinn sabía que tú no lo tolerarías, entonces se aseguró de que no conocieras esa faceta de él.

– ¿Y usted también mataría, Logan? -preguntó Eve con amargura.

– Si las circunstancias lo tornaran necesario. Y tú también lo harías, Eve.

Ella negó con la cabeza.

– La vida es demasiado preciosa. No hay excusa posible para matar.

El se encogió de hombros.

– Excusa no, pero la razón…

– No quiero hablar del tema. -Se apoyó contra el respaldo del asiento y miró por la ventanilla, dejando a Logan afuera de su mente. -No quiero hablar con usted, Logan. Déjeme tranquila ¿quiere?

– Por supuesto.

Claro que iba a decirle que sí. Había soltado la serpiente y ahora con todo gusto se pondría a contemplar el efecto que causaba el veneno.

Pues ella no pensaba permitírselo. No dejaría que destruyera la confianza que tenía en Joe. Logan era el desconocido, no Joe. No pensaría en eso ni se haría preguntas ni permitiría que las palabras de él la carcomieran.

– Pero es cierto, sabes -dijo Logan en voz baja.

– Todo bien. -Joe abrió la puerta a Eve y la ayudó a bajar. -No hay moros en la costa. Kessler está solo. Su asistente, Bob Spencer, estaba con él, pero le dije a Kessler que se deshiciera de él.

Eve tomó el maletín con el cráneo.

– ¿Qué le dijiste a Gary?

– No le dije qué había en el paquete sorpresa, pero le conté el resto. Y tienes razón, es curioso. -Le quitó el maletín de la mano a Eve y la tomó del codo. -Vamos a hacer que empiece a trabajar.

– Comienzo a sentirme un poquito de más. -Logan salió del coche. -Me imagino que no tendrán inconveniente en que los siga.

– Yo sí tengo inconvenientes -objetó Joe-. Pero soportaré su presencia siempre y cuando no estorbe. -Apuró el paso y guió a Eve por la playa de estacionamiento. -¿Cuánto puede llevar esto?

– La parte de Kessler es rápida, siempre y cuando encuentre una buena fuente de extracción de ADN. Lo que me preocupa es el trabajo de laboratorio. Los exámenes de ADN a veces tardan meses.

– Tú ocúpate de obtener una buena muestra, yo me encargaré de apurar el examen. -Joe abrió la puerta del edificio y la sostuvo para que Eve pasara primero. -No hay problema. Soy bueno para aplicar presión. Es una de mis… -Entornó los párpados y miró a Eve. -¿Qué pasa, por qué me miras así?

De inmediato, ella apartó la vista.

– No sé de qué me hablas.

– ¡Cómo que no vas a saber!

Eve se liberó de la mano de él y siguió caminando.

– Déjate de hurgar, Joe. No pasa nada.

– Puede que no. -La mirada de Joe se posó en Logan. -O puede que sí.

Eve abrió la puerta del laboratorio y vio a Kessler sentado ante el escritorio, comiendo un sándwich.

Kessler levantó la vista y la fulminó con la mirada.

– Así que me quieres enviar a la morgue. Gracias, Duncan, muy amable de tu parte.

– Tienes mostaza en el bigote. -Ella tomó el maletín de manos de Joe y se acercó a Kessler. Tomó la servilleta de papel que estaba sobre el escritorio y le limpió la boca y el hirsuto bigote gris. -Cielos, Gary, nunca he visto a nadie tan sucio como tú para comer.

– Comer tiene que ser una función placentera cuando uno está solo. No tendría por qué preocuparme de que entre una mujer y empiece a criticarme. Y encima una que viene a pedirme favores. -Mordió el sándwich nuevamente. -¿En qué te metiste, Duncan?

– Necesito un poco de ayuda.

– Si lo que dicen las noticias es cierto, el que te tiene que ayudar es un abogado, no yo. -Miró detrás de ella. -¿Usted es Logan?

Logan asintió.

Kessler sonrió con expresión traviesa.

– ¿Es cierto que tiene cualquier cantidad de dinero?

– Bastante.

– ¿Quiere desprenderse de una buena suma? Las cosas ya no son como cuando era joven. Nosotros, los científicos brillantes, necesitamos mecenas, lamentablemente.

– Tal vez podríamos llegar a un arreglo -dijo Logan.

– Basta, Gary. -Eve abrió el maletín. -Sé perfectamente bien que cuando el trabajo te interesa, lo haces sin cargo.

– Hablas demasiado, Duncan -declaró Kessler-. De tanto en tanto es bueno ser codicioso. Además, me he vuelto más materialista desde la última vez que trabajamos juntos. -Hablaba en tono distraído y tenía la vista fija en el maletín. A pesar de sus palabras, Eve intuía su entusiasmo. Le recordaba a un niño cuando espera para ver qué hay adentro del paquete de Navidad. -Y enviar a Quinn como emisario para despertar mi curiosidad es una treta muy burda, hubiera dicho que emplearías un poco más de sutileza.

Eve sonrió.

– Si una cosa funciona, no la desperdicio.

– Debe de haber sido algo realmente interesante si te metió en un lío como éste. -Sus ojos en ningún momento se apartaron del maletín. -Por lo general no eres tonta.

– Gracias.

Eve esperó.

– ¿Bueno, qué es? -preguntó él con impaciencia.

Eve abrió la tapa y extrajo el cráneo con cuidado.

– Dímelo tú a mí.

– ¡Oh!, mierda -susurró Gary.

Eve asintió.

– Precisamente.

El tomó el cráneo de manos de ella y lo apoyó sobre el escritorio.

– ¿No es una broma?

– ¿Te parece que estaría escapándome si se tratara de una broma?

Kessler contempló la cara.

– Dios mío. Chadbourne. -Miró a Eve. -Si es que realmente se trata de Chadbourne. ¿Sabías sobre quién estabas trabajando?

Eve sacudió la cabeza.

– Lo hice a ciegas. No tenía idea hasta que lo terminé.

– ¿Y qué quieres de mí?

– Pruebas.

– ADN. -Frunció el entrecejo. -¿Y qué tengo para trabajar? ¿Supongo que volviste a trabajar sobre el cráneo, no? ¿Por qué no haces moldes? Vaya uno a saber qué estuviste destruyendo.

– Ya estaba limpio. El cuerpo fue quemado.

Kessler entornó los párpados.

– ¿Entonces qué tengo que hacer yo?

– Pensé…, en los dientes. El ADN debe de haber quedado protegido por el esmalte. Podrías partir un diente y extraer el ADN. ¿Es posible?

– Es posible, sí. Ha sido hecho en otras oportunidades. Pero no es seguro.

– ¿Lo intentarás?

– ¿Por qué iba a hacerlo? No es algo que me concierna y podría traerme muchos problemas.

Joe habló.

– Me quedaré aquí a custodiarte mientras estés trabajando. -Miró a Logan. -Y estoy seguro de que el señor Logan quiere que tu trabajo te sea redituable.

– Dentro de ciertos límites, por supuesto -dijo Logan.

Estaban encarando el asunto mal, pensó Eve. Supo que tenían a Gary desde el momento en que vio su expresión. Solamente había que darle un empujoncito.

– ¿No quieres saber si realmente se trata de Chadbourne, Gary? ¿No quieres ser el que lo demuestre?

Kessler lo pensó unos instantes.

– Puede ser.

Claro que lo quería. Eve podía ver el entusiasmo que él trataba de disimular.

– Sería algo increíblemente difícil -continuó Eve-. Caray, hasta podría ser material de un libro.

– No sería algo tan difícil -objetó Kessler-. A menos que me hayas arruinado también los dientes.

– Los toqué lo menos posible. -Sonrió. -Y sabes bien que mi trabajo no interfiere con el tuyo. Está todo allí, esperándote.

Kessler levantó la mirada.

– Sé perfectamente bien lo que estás tratando de hacer, Eve.

– Claro que sí. Bueno, ¿vas a hacerlo o le llevamos el cráneo a Crawford en Duke?

– Despertar mis instintos de competencia no te va a servir de nada, tampoco. Sé que soy el mejor. -Se sentó en el sillón. -Pero puede que te haga el favor. Siempre me caíste bien, Duncan.

– Lo harías aunque me odiaras a muerte. -La sonrisa de Eve se esfumó. -Pero no te voy a mentir. Esto es mucho más peligroso que meterse en problemas con la ley.

– Me di cuenta. -Se encogió de hombros. -Soy un anciano. Necesito algo que mantenga activa la adrenalina. ¿Puedo usar mi propio laboratorio?

– Preferiríamos que no. Creemos que estamos a salvo, pero no queremos correr riesgos. ¿Hay algún otro lugar donde puedas trabajar?

– ¡Cómo me dificultas las cosas! -Pensó un instante. -¿El laboratorio de mi casa? -Eve hizo un gesto negativo. -Tengo un amigo que es profesor en la Universidad Estatal de Kennesaw, que está a unos cuarenta minutos de aquí. Me dejará usar su laboratorio.

– Perfecto.

– ¿Y mi asistente?

Eve volvió a negar con la cabeza.

– Que se ocupe de tus clases. Te ayudaré yo.

– No creo que te necesite. Pero trata de librarte de toda esta maldita arcilla. Quiero una superficie limpia.

– De acuerdo. -Eve respiró hondo. -Pero primero necesito hacer una superimposición.

– Y yo qué, ¿me quedo papando moscas?

– Me apuraré todo lo posible. La necesitamos, Gary. Sabes que los dientes son importantes para la superimposición y no sabemos cuántos vas a tener que sacar. No podemos verificar los registros dentales, así que necesitamos todas las pruebas que podamos conseguir.

– Es posible -reconoció él de mala gana-. Pero mi ADN se llevará los laureles.

– Lo sé. ¿Podrás utilizar tu influencia para pedir un equipo de vídeo prestado al departamento audiovisual? Yo tengo la mezcladora.

– No pides nada -farfulló Gary-. ¿Sacar equipos valiosos de la universidad? Se armará un lío terrible.

– No les digas que vas a sacarlos de la universidad.

– De todas formas van a armar un escándalo.

– Derrítelos con tu encanto.

– Sí, sí, claro. Entonces sí que sospecharán que me he vuelto loco. En lugar de eso, los amenazaré y los extorsionaré.

– Tienes razón, no queremos que te comportes de un modo ajeno a tu personalidad.

– Pero trabajarás a toda velocidad y terminarás cuanto antes.

– No voy a discutir.

– Me asombras -murmuró Kessler-. ¿Cuánto te llevará limpiar el cráneo?

– Una hora, tal vez dos. Quiero hacerlo con mucho cuidado.

– Te buscaré los equipos y luego rastrearé a mi asistente y le diré que me voy por un par de días. -Kessler se dirigió a la puerta. -Empaca a nuestro amigo presidencial. Volveré lo antes posible.

– Gracias, Gary -dijo Eve en voz baja-. Quedo en deuda contigo.

– Sí, y asegúrate de pagarme.

– Lo manejaste muy bien -comentó Logan cuando la puerta se cerró detrás de Kessler.

– Nos entendemos. -Miró a Joe. -¿Quieres seguirlo y asegurarte de que no le pase nada? No quisiera armar lío, pero no me gusta que ande solo por toda la universidad.

– Tú misma dijiste que no creías que pudieran relacionarlo contigo.

– No quiero correr riesgos. Lo convencí de que nos ayudara y me siento responsable.

– Y yo me siento responsable por ti.

– Por favor, Joe.

– No quiero… -Se interrumpió al ver la expresión de ella y, abruptamente, dio media vuelta. -Quédese con ella, Logan. Si deja que algo le pase, le romperé el cuello. -La puerta se cerró detrás de él con un sonido terminante.

Otra vez violencia. Eve miró el cráneo, sin verlo.

– ¿Estás lista para ir? -preguntó Logan.

– Todavía no. Voy a empacar a Ben y después voy a revisar el equipo de Gary, porque necesito algo con qué sacar toda esta arcilla. -Cruzó hasta Adónde estaba la mesa y abrió la vitrina. -Mientras, usted puede llamar a Margaret y averiguar cuándo mi madre estará en un sitio seguro.

– Puedo llamar desde aquí.

– No quiero que me estorbe. Vaya afuera y llame de allí.

– Me gustaría complacerte, pero Quinn me dio órdenes específicas y no quiero correr riesgos.

– Ahora soy yo la que le está dando órdenes. Aquí no me sirve para nada. Quítese de en medio y encárguese de que mamá esté bien o me iré a casa y lo haré yo misma. Es lo que tengo ganas de hacer, de todos modos.

Logan levantó una mano en señal de rendición.

– Voy, voy.

Y desapareció.

Eve respiró aliviada. No quería a ninguno de los dos cerca. Estaba demasiado alterada y necesitaba volver a poner las cosas en perspectiva. Y únicamente lo lograría poniéndose a trabajar. Cuanto antes llegaran a ese laboratorio de la Universidad Estatal de Kennesaw, mejor se sentiría.

Encontró tres instrumentos que parecían lo suficientemente afilados como para ser efectivos, pero no tanto como para causar daño si se le resbalaba la mano. Los guardó en la cartera y luego guardó con cuidado el cráneo dentro del maletín.

– Bueno, Ben, lamento hacerte pasar por esto, pero tengo que sacarte toda esa arcilla. Así como la puse, la tengo que sacar. Tanto correr de un lado a otro no parece justo, ¿no? -Cerró el maletín. -Aquí vamos, otra vez.

– ¿Señora Duncan? Abra la puerta, soy Margaret Wilson.

Sandra estudió a la mujer regordeta a través de la mirilla y la comparó con la fotografía que tenía en la mano.

– ¿Señora Duncan?

– Te oí, te oí. -Sandra destrabó la puerta. -Pasa.

Margaret sacudió la cabeza.

– No, tengo la camioneta en la calle. Tenemos que irnos. ¿Está lista?

– En cuanto busque la maleta. -Fue a la sala y regresó con el equipaje. -¿Adónde vamos?

– No podemos hablar aquí. -Margaret bajó los escalones delante de ella. -No se preocupe, va a estar a salvo.

– ¿Por qué no podemos hablar aquí. No voy a… -De pronto, Sandra comprendió.-¿Micrófonos? ¿Crees que hay micrófonos en mi casa?

– Eso me dijeron. Dese prisa.

– Micrófonos. -Sandra cerró la puerta principal. -¿Qué diablos pasa?

– Tenía esperanzas de que usted lo supiera -dijo Margaret, mientras caminaba a buena velocidad por el sendero-. Pensé que podríamos intercambiar ideas y obtener algunas respuestas. Por lo general, no me molesta viajar a ciegas por John, pero todo esto me tiene algo preocupada. -Abrió la puerta del lado del pasajero. -Suba. -Hizo un ademán en dirección al hombre bajo y fornido que estaba al volante. -Él es Brad Pilton. Es de Seguridad Madden y es uno de los que la ha estado vigilando en los últimos días. Se supone que es nuestro guardaespaldas.

– Soy su guardaespaldas -declaró Pilton, ofendido. Saludó a Sandra con un movimiento cortés de la cabeza. -Señora.

– Bueno, no eres demasiado grandote que digamos. -Margaret subió al asiento trasero. -Aunque eso no es un problema. Me gustan los pequeños. De todos modos, creo que hubiera elegido a otra persona si te hubiera visto antes. Hay ocasiones en que es necesario ser grande y musculoso. Aunque tienes excelentes credenciales.

– Gracias. -Puso la camioneta en marcha y se alejó de la acera.

– ¿Adónde vamos? -repitió Sandra-. ¿O acá tampoco podemos hablar?

– La camioneta es segura. Pertenece a la empresa de seguridad, pero de todos modos hice que Pilton la revisara, para ver si no había micrófonos. Vamos a ir al centro comercial.

– ¿Al centro comercial?

– Al Centro Comercial North Lake. -Le sonrió a Sandra. -Tenemos que cambiar de automóvil por si nos siguen. Entraremos en uno y saldremos en otro.

– ¿Y desde allí?

– Al lago Lanier. Alquilé una casita. Estará cómoda y segura.

El lago Lanier. Ella y Ron habían hablado de ir allí para el fin de semana largo del Día del Trabajador, recordó Sandra con melancolía. Pero él había decidido que se alojarían en el hotel de Pine Island. Lo rústico no le gustaba demasiado. Bueno, a ella tampoco. A pesar de sus diferencias, tenían mucho en común.

– ¿Algún problema? -Margaret la estaba mirando.

– Creo que no. Todo esto me resulta una pesadilla.

– A mí también. -Margaret se inclinó hacia adelante y le apretó un hombro. -No se preocupe. Lo superaremos juntas.

– Creo que nos están siguiendo -anunció Pilton.

Sandra se puso tensa y miró por encima de su hombro.

– ¿Dónde?

– El Mercury azul oscuro.

– ¿Estás seguro?

Pilton asintió.

– No se preocupen. Estaba dentro de los planes. Lo perderemos en el centro comercial.

Alguien los estaba siguiendo. Alguien que podía querer lastimarla, pensó Sandra y se estremeció.

Por primera vez, sintió la amenaza como algo real.

Fiske observó cómo la camioneta estacionaba dentro del Centro Comercial North Lake y los tres pasajeros entraban por las puertas del lado sur. Ni se molestó en estacionar. Daría vueltas al edificio para ver si los veía salir por otra puerta.

Era difícil. Había demasiados sitios para estacionar y demasiadas salidas.

En realidad, no tenía importancia. Su dispositivo preferido para escuchar conversaciones le había dado otra satisfacción. Sabía Adónde iban, aunque le hubiera gustado que Margaret se mostrara un poco más específica. Lanier era un enclave turístico inmenso, lleno de casas para alquilar.

Lo que significaba que ya mismo tenía que empezar a mover los engranajes para ubicar la propiedad indicada.

Se quitó el auricular electrónico y marcó el número de Timwick en el teléfono.

– Están llevando a la madre de Duncan a una casa sobre el lago Lanier. Es probable que haya sido alquilada ayer u hoy por Margaret Wilson. Necesito saber dónde está.

– Me ocuparé. -Timwick cortó.

Fiske decidió que, mientras tanto, se registraría en un hotel y esperaría. Las cosas estaban saliendo muy bien. No le había gustado la idea de irse de Atlanta antes de haber terminado todos los asuntos pendientes.

Pero ahora había vuelto.

– Todo va bien -informó Margaret a Logan por teléfono-. Cambiamos de coche y ahora vamos hacia el lago Lanier.

– Llámame cuando llegues.

– Ya te dije, todo va bien. Pilton está seguro de que no nos están siguiendo.

– ¿Pilton?

– El guardaespaldas. Aunque su cuerpo no es mucho más grande que el mío.

– Eso no significa nada. Entre tú y Goliat, me quedo mil veces contigo.

– Yo también. Es por eso que Pilton me tranquiliza. De acuerdo, te llamaré cuando lleguemos. ¿Algo más?

– Manténganse fuera de alcance. -Logan cortó.

Todo va bien.

Sí, tal vez todo fuera bien, pero él se sentía inquieto de todos modos. Había creído que sacar a Sandra Duncan de la casa iba a resultar más difícil.

A menos que ellos también quisieran verla lejos de allí tanto como él. Era mucho más fácil deshacerse de alguien que se esconde del mundo.

Pero solamente si la encontraban.

– Le dije que se quedara con Eve. -Joe Quinn subía los escalones hacia él.

– Y ella le dijo a usted que se quedara con Kessler.

– Viene detrás de mí.

– Y yo estoy a cien metros del laboratorio.

– Esos cien metros son demasiados.

– Tenía que hacer llamadas y me pareció que Eve quería quitarme de en medio.

– Ella tiene buen gusto.

Era hora de cerrar el abismo.

– Tiene razón. Ella tiene todo el derecho del mundo de guardarme rencor. Y usted también. -Miró a Quinn a los ojos. -Pero no me dé órdenes. Estamos del mismo lado y haré todo lo que pueda, pero trabajaré con usted, Quinn, no para usted.

Joe esbozó una sonrisa cargada de ironía.

– ¿Y no trabajará en contra de mí? ¿Qué le dijo a Eve de mí?

– Lo que tuve que decirle para proteger mi posición. Le aseguro que fue solamente la verdad.

– Sí, la verdad según John Logan.

Logan asintió.

– Creo que sabe lo que le dije. Imagino que es lo que estuvo ocultando durante tantos años.

– Maldito canalla.

– Creo que tengo el derecho de protegerme. Usted se estaba poniendo demasiado peligroso. Qué le parece si llegamos a un acuerdo. Usted trabaja conmigo de buena gana, aunque no sea amistosamente, y yo no le hablo más a Eve de su otra personalidad.

Quinn lo miró por un instante.

– Váyase al diablo. -Pasó a su lado y entró en el edificio.

Logan soltó aire que ni siquiera sabía que había estado conteniendo. Se había enfrentado con muchos hombres peligrosos en su vida, pero Quinn pertenecía a otra categoría. Le resultaba asombroso que Eve no se hubiera dado cuenta.

Bueno, quizá no fuera tan extraño. Para ella, Quinn era el protector, el hombre que la había salvado y sostenido en sus momentos difíciles.

Era difícil ver a un exterminador en un salvador.