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UNIVERSIDAD ESTATAL DE KENNESAW
11:50
– Listo. -La mano de Eve se cerró alrededor de la caja térmica que contenía el tubo con la muestra de ADN. -Vámonos de aquí. No podemos permitir que se deteriore.
– ¿Es suficiente lo que hay? -preguntó Logan.
– Alcanza justo. -Se volvió hacia Kessler. -¿Adónde sugieres que lo llevemos, Gary?
– Supongo que no quieres correr riesgos con ninguno de los centros conocidos, ¿verdad?
Eve sacudió la cabeza.
– Pero quieres un sitio con excelentes credenciales.
Ella asintió.
– Duncan, eres una mujer increíblemente exigente. Y tienes suerte de que yo soy lo suficientemente increíble como para satisfacer tus absurdas exigencias. -Bajó la voz teatralmente. -Conozco un hombre.
– No quiero un hombre, quiero un laboratorio.
– Tendrás que llevárselo a Chris Teller.
– ¿Y quién es Chris Teller?
– Un alumno mío que obtuvo la beca MacArthur. Un sujeto brillante. Ha estado haciendo investigación sobre la parte médica del ADN, pero como necesitaba parar la olla, el año pasado abrió un pequeño laboratorio en Bainbridge, en el estado de Georgia. Trabajan solamente tres personas y piensan mantenerlo así. El laboratorio figura como laboratorio de investigaciones médicas, no como centro de exámenes forenses.
– Suena bien.
– Por supuesto que suena bien. Es perfecto para esto. Cualquiera diría que estuve metido en conspiraciones toda mi vida. Chris acepta trabajos de perfil de ADN solamente cuando tiene que pagar cuentas, pero es sumamente preciso. No podemos correr el riesgo de que se cometa un error. No creo poder obtener otra muestra.
Eve asintió lentamente.
– De acuerdo, en Bainbridge. Lo llevaré yo y…
Gary sacudió la cabeza.
– No, lo haré yo. Dijiste que necesitabas que se hiciera rápido. Se lo pediré como colega científico.
– Mira, me llevaré a Joe. Sin duda Teller colaborará con la policía.
– Si está metido hasta las orejas en sus investigaciones y no quiere parar, no lo hará. Le dirá a Quinn que vaya a otro lado. Obtendremos más colaboración si lo manejo yo.
– Tu trabajo termina aquí -objetó Eve-. Es hora de que te vayas a alguna parte a tomar sol en la playa. No puedo pedirte que hagas algo más, Gary.
– No oí que me lo estuvieras pidiendo -declaró Gary-. Y seré yo el que decida dónde termina mi trabajo. ¿Estás tratando de arrebatarme mi contrato para un libro?
– No, estoy tratando de que no te maten.
Gary tomó la caja termal de manos de Eve y se dirigió a la puerta.
– Tengo que pasar por casa a buscar ropa y un bolso.
– Gary, esto es una locura. Deja que yo…
– ¿Quieres ayudar? Consígueme muestras para que Teller las pueda comparar con ésta. -Abrió la puerta. -Si quieres seguirme a Bainbridge, hazlo. Pero yo estoy a cargo de esta muestra, Eve.
– Gary, escúchame… -Kessler había abandonado el laboratorio. Eve se apresuró a seguirlo por el corredor hasta la puerta de entrada.
– ¿Qué pasa? -Joe vino hacia ella. -¿Adónde va?
– A un laboratorio de ADN en Bainbridge. Tiene la muestra. Le dije que la llevaría yo, pero quiere ir él.
– Qué testarudo. -Joe bajó los escalones. -Me encargaré yo, Eve.
– No. -Logan había salido del edificio. -Eve y yo seguiremos a Kessler hasta Bainbridge. Usted vaya a ver a la hermana de Chadbourne, Millicent Babcock.
– ¿Supongo que quiere una muestra de ADN de ella?
– Sí, pero aun si el resultado es positivo, será sólo una indicación, no una prueba que aceptará el tribunal. Necesitamos también ADN directamente de Ben Chadbourne. Tenía una relación muy estrecha con su hermana. Se alojó en su casa varias veces durante la campaña y debe de haberle enviado tarjetas de cumpleaños o notas que todavía tengan rastros de saliva en los sobres. O si dejó algo de ropa en casa de ella, puede haber un pelo o…
– ¿Y cómo diablos hago para conseguir esos recuerdos?
– Lo dejo librado a su imaginación.
– ¿Dónde vive la hermana de Chadbourne?
– En Richmond, estado de Virginia.
– ¿Doy por sentado, desde luego, que no está tratando de eliminarme de la escena?
– No, esta vez, no. Necesitamos esas muestras para comparar. Cuanto antes las consigamos, antes terminará todo esto.
Joe vaciló antes de aceptar.
– De acuerdo, ADN de Chadbourne y una muestra de su hermana. ¿Qué necesitan de ella, sangre?
– Con saliva estará bien por ahora -respondió Eve-. Pero hay que refrigerar la muestra y enviarla de inmediato.
– La traeré yo mismo. -Miró a Logan. -¿No sabe si fuma, verdad?
Logan sacudió la cabeza.
– Lamentablemente, no.
Joe se encogió de hombros.
– Con la saliva no hay problema. Si no fuma, seguro que toma café. El café se ha convertido en una adicción nacional. Lo que me va a dar trabajo es el ADN de Chadbourne. La mejor opción parecen ser las cartas, pero cómo voy a… -Bajó los escalones. -Me las arreglaré. Estaré pisándole los talones antes de que se dé cuenta. Encárguese de cuidar a Eve hasta que yo llegue, Logan.
– ¿Me harías el favor de seguir a Gary hasta su casa y quedarte con él hasta que lleguemos? -le pidió Eve-. Tengo que guardar el cráneo de Ben y todos los papeles y no quiero que Gary esté solo. -Eve tenía la vista fija en el científico que, en ese momento, subía a su automóvil. -Cuídalo, Joe.
– Y de paso, trate de convencerlo que pase por el despacho de un abogado y haga una declaración jurada -añadió Logan.
Eve se volvió para mirarlo.
Logan se encogió de hombros.
– Lamento ser tan insensible, pero sería bueno tener pruebas de resguardo por si pasa algo.
Quiere decir por si matan a Gary, pensó Eve y sintió el estómago revuelto.
– Conseguiré la declaración jurada y las malditas muestras. -Joe echó a correr detrás de Gary. -¡Saque a Eve de aquí y manténgala bien escondida, Logan!
– Hecho. -Logan la tomó del codo y la guió hacia el interior del edificio. -Esa es una orden de Quinn que no me molesta obedecer.
Dentro del laboratorio, guardó el cráneo en la caja mientras Eve juntaba las fotografías y las hojas impresas y las guardaba dentro de su maletín.
– No hay vuelos a Bainbridge. Tendremos que ir en automóvil -dijo Eve.
– De cualquier forma, es más seguro que tomar un avión, sobre todo uno que parta de tu ciudad de residencia. -Se dirigió a la puerta.
– ¿Estás lista?
Lo mismo daba que no lo hubiera estado, pensó Eve con una mueca. Logan ya estaba en marcha y si no lo siguiera, se quedaría allí. Y eso era algo que no tenía intención de hacer.
– ¿Por qué no tratas de dormir un poco? -propuso Logan-. Trabajaste toda la noche. -Te prometo que no terminaré metiendo el coche en una zanja.
– No quiero dormir. Hace mucho que estamos viajando, ya casi ha oscurecido. -¿Estamos por llegar?
– Falta cerca de una hora.
Una hora es demasiado cuando uno está tan nervioso.
– ¿Tuvo noticias de Gil?
– Anoche, sí. Todavía no hubo avances. Es probable que le lleve tiempo acercarse a Maren de forma confidencial. Estoy seguro de que está muy ocupado encargándose del trabajo sobre mi cadáver.
– No es gracioso.
– A mí tampoco me hace gracia, pero es mejor si uno se ríe.
– ¿De veras?
– Siempre pensé que sí. Te mantiene cuerdo.
– Entonces voto por eso. -Eve observó las luces traseras del coche de Gary, que iba por la ruta delante de ellos. -¿Habla por experiencia? ¿Ha estado cerca del abismo, Logan?
– Bastante.
– No. -Eve se volvió para mirarlo. -No me venga con evasivas. No es justo. Cuénteme. Usted sabe todo sobre mí.
– Lo dudo. Eres una mujer polifacética. No me sorprendería que tuvieras algunos secretos.
– Cuénteme.
– ¿Qué quieres saber?
– Lo del abismo.
– Ah, quieres ver mis cicatrices.
– Usted vio las mías.
Logan permaneció en silencio unos instantes.
– Me casé cuando era muy joven. Cuando vivía en Japón. Ella era eurasiática, la mujer más bella que había visto en mi vida. Se llamaba Chen Li.
– ¿Se divorció?
– Murió de leucemia. -Logan esbozó una sonrisa torcida. -No fue como la pérdida tuya. No hubo violencia, salvo de mi parte. Cuando vi que no encontraba la forma de ayudarla, sentí deseos de despedazar el mundo. En ese tiempo me sentía el dueño del mundo, creía que no había montaña que no pudiera escalar. Bueno, pues ésa no la podía escalar. Tardó un año en morir y yo tuve que quedarme de brazos cruzados, viendo cómo sucedía. ¿Te parece suficientemente profunda esa cicatriz?
Eve apartó la mirada y contempló la oscuridad.
– Sí.
– ¿Y crees conocerme mejor, ahora?
Ella no contestó.
– ¿La amaba?
– Oh, sí que la amaba. -Logan la miró. -No deberías habérmelo preguntado, sabes. Eres de corazón blando y te resultaría más fácil odiarme si no vieras que soy humano, como todo el mundo.
Era cierto. La comprensión hacía que el antagonismo resultara más difícil. El autocontrol que mostraba Logan acentuaba aún más el dolor que había padecido.
– En ningún momento dudé de que fuera humano.
– Puede que sí. Puede que no. -Cambió de tema. -Quizás el laboratorio de Teller no esté abierto cuando lleguemos a Bainbridge. Es posible que tengamos que alojarnos en un hotel y esperar hasta mañana.
– ¿No podemos llamarlo, o hacer algo? Tal vez Gary podría…
– Kessler ya va a despertar bastantes sospechas por la presión que va a aplicar sobre Teller. Sería demasiado pedirle que tuviera el laboratorio abierto hasta que lleguemos.
Tenía razón, sin duda, pero, diablos, ella quería avanzar más rápido.
– Usted no entiende. A veces lleva semanas obtener un informe definitivo sobre una muestra de ADN. Gary le va a pedir a Teller que lo haga en unos días. Los laboratorios privados pueden hacerlo más rápido, porque no están tan atrasados con el trabajo, pero cada minuto cuenta.
– ¿Crees que con el vil metal podría instarlo a trabajar unas horas más de lo habitual?
Eve sacudió la cabeza.
– No creo. Parece ser un profesional muy dedicado.
– Sí, pero igual tiene que pagar la hipoteca. Según Kessler, puede hacerle falta dinero.
Era cierto. Tal vez ella estuviera equivocada. El dinero podía mover el mundo. Ella misma se había dejado tentar por la carnada que Logan le había puesto adelante.
– Deje que Gary lo intente primero.
– No quise ofenderte. Sólo trataba de ayudar.
– Sí, ya lo sé. ¿Por qué iba a ofenderme? El dinero no tiene nada de malo.
Logan se quedó mirándola, sorprendido.
– Simplemente no me gusta que se lo utilice como a un palo para pegarle a alguien en la cabeza.
– ¿Pero recurrir al soborno te parece bien?
– En algunos casos.
Logan sonrió.
– ¿Cómo el de la Fundación Adam?
– Caray, sí.
– ¿Aun si lo utilicé para engañarte?
– No, eso sí que no estuvo bien. -Lo miró a los ojos. -Pero yo permití que lo hiciera. No soy tonta. Sabía que había algo turbio, pero quise correr el riesgo igual. A diferencia de usted, no temía que alguien cometiera un error y nos hiciera volar en pedazos. Quería el dinero. Pensé que sería una gran ayuda y quise arriesgarme. Si no me hubiera ido con usted, nada de esto habría sucedido. No estaría en problemas y mamá estaría a salvo. -Se encogió de hombros. -Me gustaría seguir echándole toda la culpa a usted, pero todos tenemos que aceptar la responsabilidad por nuestras acciones.
– Esa no fue la impresión que recibí -comentó él con ironía. -Querías degollarme.
– Hay momentos en que ése sigue siendo mi mayor deseo. Usted estuvo mal. Pero yo también me equivoqué y tengo que asumirlo. -Miró por la ventanilla. -Lo que sucede es que no quiero que nadie más salga herido por culpa de mi equivocación.
– Estás siendo sumamente generosa.
– No es cuestión de generosidad -respondió Eve en tono cansado-. Trato de ver las cosas con claridad. Hace mucho tiempo aprendí que es fácil culpar a los demás cuando resulta doloroso aceptar que la culpa la tenemos nosotros. Pero, al final, hay que asumirlo.
Logan quedó inmóvil.
– ¿Bonnie?
– Estábamos en un picnic de la escuela en un parque cercano. Ella quería ir al puesto de venta de helados a comprar uno. Yo estaba hablando con la maestra y la dejé ir sola. Había niños y padres por todas partes y el puesto de helados no quedaba muy lejos de la mesa. Pensé que no había peligro. Me equivoqué.
– ¿Por el amor de Dios, cómo podrías tener la culpa de eso? -preguntó Logan con voz ronca.
– Tendría que haber ido con ella. Fraser la mató, pero yo no la cuidé lo suficientemente bien.
– ¿Y estuviste cargando con eso todos estos años?
– Es difícil no echarse culpas cuando se comete un error tan grande.
Por un momento, Logan no respondió.
– ¿Por qué me lo contaste?
¿Por qué se lo había contado? Por lo general, trataba de no hablar sobre aquel día. El recuerdo seguía siendo una horrenda herida en carne viva.
– No lo sé. Lo obligué a contarme lo de su esposa. Creo… Creo que le dolió. Me pareció que lo más justo era emparejar el terreno.
– Y tienes obsesión por ser justa.
– Tengo que intentarlo. A veces no resulta. A veces me encuentro cerrando los ojos y escondiéndome en la oscuridad.
– ¿Como hiciste con Quinn?
– No me escondí… -Mentía. Tenía que admitirlo, había tratado de no ver claramente todo lo relativo a la vida de Joe. La imagen que tenía de él era demasiado importante. -Bueno, puede ser. Pero no lo hago a menudo, si puedo evitarlo.
– Te creo.
Ella permaneció un momento en silencio.
– ¿Qué me dice de Millicent Babcock. ¿Correrá peligro si descubren que Joe obtuvo una muestra de su ADN?
– No creo que les sirva de mucho hacerle algo. Chadbourne también tiene una tía y tres primos hermanos. Sería demasiado obvio si mataran a todos. Además, la prueba contundente es el ADN de Ben Chadbourne. Probablemente no le hagan nada a ella.
Probablemente.
Probablemente su madre estaba a salvo. Probablemente no le sucedería nada a Gary. Probablemente Millicent Babcock no moriría.
Con probablemente no alcanzaba.
Eve apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento y cerró los ojos.
Que ya sea suficiente, por favor. Que no haya más muertes. Por favor, no más muertes.
WASHINGTON
23:05
– ¿Señor Fiske? -Lisa Chadbourne se acercó a la ventanilla del coche y sonrió. -¿Puedo subir? Estoy un poquito a la vista aquí afuera.
Fiske echó una mirada a la calle y se encogió de hombros. -Está bastante desierta, a mi juicio.
– Por eso la elegí. En este barrio, las oficinas federales cierran a las cinco. -Subió al asiento del pasajero y cerró la puerta. -Pero estoy segura de que comprenderá que no puedo correr riesgos. -Últimamente soy muy fácil de reconocer.
Era cierto. Tenía una capucha con borde de terciopelo de la capa color marrón echada hacia delante para ocultar sus rasgos, pero en cuanto la empujó hacia atrás, Fiske la reconoció de inmediato.
– Es realmente usted. No estaba seguro…
– Estaba lo suficientemente seguro como para tomarse un avión y venir a Washington a verme.
– Sentía curiosidad, además, usted dijo que me haría una oferta que me intrigaría. Siempre me interesa mejorar.
– ¿Y se sintió halagado por el hecho de que estaba dispuesta a pasar por encima de Timwick y hablar directamente con usted?
– No. -La muy engreída creía que él se iba a volver loco nada más que porque era la esposa del Presidente. -Usted para mí significa lo mismo que cualquier otra persona. No la necesito, la que me necesita es usted, o no estaría aquí.
Ella sonrió.
– Tiene razón. Usted tiene un talento y una eficiencia que aprecio. Le dije a Timwick que la forma en que manejó el problema en Barrett House fue admirable. -Hizo una pausa. -Pero, desgraciadamente, Timwick no es tan eficiente y se ha vuelto nervioso e irracional. Comienza a decepcionarme. Usted comprende, desde luego, que él solamente ha estado recibiendo órdenes mías.
– ¿No del Presidente?
– De ninguna manera. El Presidente no tiene nada que ver. Fiske se sintió desilusionado. Hubiera sido un gran logro hacer un trabajo para el hombre más importante del mundo libre.
– ¿Entonces debería estar cobrando más dinero, no cree?
– ¿Le parece?
– Si él no sabe lo que usted está haciendo, entonces es una amenaza en potencia. Si estuviera involucrado, podría protegerme. Usted no puede hacer nada.
– ¿Usted quiere que lo protejan, Fiske? No creo. He leído su expediente y no me parece que esa sea una de sus prioridades. Usted es un hombre que confía solamente en sí mismo.
La mirada de Fiske se centró en el rostro de ella con repentino interés. Era astuta.
– El dinero es protección.
– Sus honorarios son exorbitantes. Debe de tener una cuenta en Suiza lo suficientemente abultada como para permitirle vivir como un rey.
– Valgo lo que cobro.
– Por supuesto. Solamente le quiero hacer ver que podría haberse retirado hace tiempo. ¿Entonces por qué arriesga el pellejo haciendo esto?
– El dinero nunca es suficiente.
Ella sacudió la cabeza.
– No, a usted le gusta, le gusta el riesgo y el juego. Le proporciona una increíble satisfacción y cuanto más difícil el juego y más grande el peligro, más lo disfruta. Le encanta la idea de hacer algo que nadie más puede hacer. -Hizo una pausa. -Lo más difícil del mundo es cometer un crimen perfecto ¿no cree? Es el desafío máximo, el juego más atrapante.
Cielos. Tal vez era demasiado astuta.
– Puede ser.
– No me venga con tanta cautela. Todos tenemos nuestros planes. Su filosofía me resulta perfectamente razonable y coincide a la perfección con mis necesidades. Por eso lo elegí.
– ¿Usted me eligió a mí? Timwick me eligió.
– Timwick me dio una cantidad de expedientes y él cree que a usted lo elegimos juntos. Fui yo la que lo eligió, Fiske. Supe desde el principio que era el hombre que necesitaba.
– Sonrió. -Y que usted me iba a necesitar a mí.
– No necesito a nadie.
– Claro que sí. Soy la que puede aumentar la dificultad del juego. Le puedo ofrecer un desafío con el que nunca se ha enfrentado antes. ¿No le entusiasma esa idea? -Fiske no respondió. Ella rió. -Claro que lo entusiasma, me lo imaginé. Seguro que está harto de trabajar bajo las órdenes de Timwick. A usted le gustan los golpes audaces, frutos del pensamiento claro y decisiones acertadas. En ese sentido, no va a tener problemas conmigo.
Apostaba a que no.
– ¿Está eliminando a Timwick del juego?
– Solamente le dijo que vaya a Atlanta y vigile a Kessler. Siga fingiendo que el que toma las decisiones es Timwick, pero de ahora en más usted me obedecerá a mí y responderá solamente ante mí.
– Me resultaría más fácil decidir si supiera de qué se trata todo esto.
Ella lo estudió.
– No. A usted no le importa. En realidad, opina que todas nuestras complicadas tramas son absurdas. Lo que quiere es poder. Aprecia el poder porque es parte del juego.
Fiske hizo una mueca irónica.
– ¿Cree conocerme muy bien, no es así?
Ella sacudió la cabeza.
– Lo suficiente como para sobrevivir más que usted.
– ¿De veras? -Fiske le rodeó el cuello con las manos. -¿Se da cuenta de lo difícil que sería matar a la primera dama y salir impune? Piense qué satisfacción me daría demostrarles a esos cretinos lo estúpidos que son.
– Lo pensé, sí. -Ella lo miró directamente a los ojos. -Pero entonces tendría que huir y el juego habría terminado. Qué desilusión. Yo puedo prolongarle el juego por mucho, mucho tiempo. – Las manos de Fiske se cerraron sobre su cuello, sabía que le dejaría magullones, quería lastimarla, hacerla rebajarse. Ella no se movió. -Tengo una lista para usted -agregó en voz ronca-. O mejor dicho, un añadido de la lista que le dieron antes. -Las manos de Fiske no aflojaron la presión. -Sabía que le gustaría tener listas. Se lo dije a Timwick. Es por eso que él le dio… -Respiró hondo cuando las manos de él la soltaron. -Gracias. -Se masajeó el cuello. -¿Timwick le dijo que vigilara a Kessler?
– Sí, pero no me dio la impresión de que le pareciera importante. Está más preocupado por Sandra Duncan.
– Ella también es importante. Es posible que pronto yo tenga que tomar una decisión sobre ella, pero no quiero que se deje de lado a Kessler. A menos que usted lo encuentre de inmediato, Kessler se pondrá a hacer pruebas de ADN, seguramente no en la universidad. Búsquelo. No le dé tiempo para que obtenga los resultados.
– ¿ADN?
– Del cráneo. Usted ya sabe lo del cráneo.
Fiske sonrió.
– No, cuénteme. ¿Qué tiene de tan importante ese cráneo?
– No se va a enterar de nada que no le corresponda saber. Salvo que quiero el cráneo y que usted me lo va a conseguir.
– No me diga.
– Bueno, espero que sí. No soy Timwick, nunca lo daría por sentado.
Fiske ladeó la cabeza.
– Me pregunto a quién habrá matado ¿A un amante, a un chantajista?
– Necesito ese cráneo.
– Usted es una aficionada, de otro modo no estaría metida en un lío semejante. Debió dejar que se encargara un experto.
– Asumo mi error. Por eso ahora pongo las cosas en manos de un experto. -Buscó en el bolsillo y extrajo un trozo de papel doblado. -Aquí está mi número digital privado. A menos que sea una emergencia, trate de no llamarme antes de las siete de la noche.
Fiske contempló el papel que tenía en la mano.
– Está corriendo riesgos. Sus huellas digitales deben de estar por todo el… -Guantes. Se había puesto guantes de cuero. -¿Supongo, entonces que tampoco estará escrito a mano?
– Por computadora, y no va a encontrar huellas en ese papel que no sean las suyas. Mi teléfono figura bajo otro nombre y los papeles están tan bien ocultos que llevaría años encontrarlos. -Apoyó la mano en la manija de la puerta. -Yo también soy muy eficiente, Fiske. Por eso vamos a trabajar tan bien juntos.
– No dije que estoy de acuerdo.
– Piénselo. -Descendió del coche. -Lea la lista y piénselo.
– Aguarde.
– Tengo que volver. Comprenderá lo difícil que es para mí moverme sin que mi ausencia se note.
– Pero lo hizo. ¿Cómo? -preguntó él con curiosidad.
– Exploré esas posibilidades la primera semana que me mudé a la Casa Blanca. No tenía intenciones de convertirme en una prisionera. No es tan difícil.
– Y no piensa decírmelo. -Fiske se quedó pensando. -Existe un rumor sobre un túnel subterráneo que conecta la Casa Blanca con el Departamento del Tesoro. Dicen que lo utilizaba Kennedy cuando quería encontrarse con Marilyn Monroe. Es así como…
– ¿Cree que se lo diría? Para usted entrar en la Casa Blanca sería la cereza en la torta de sus logros. El factor dificultad podría hacerle sentir irresistible la tentación de matarme y quiero que su atención esté puesta en otra cosa.
Maldita zorra. Le daría un buen susto. Se inclinó súbitamente hacia adelante.
– Hay por lo menos treinta y cinco agentes secretos y más de cien guardias uniformados en la Casa Blanca, en todo momento. Es bueno saber que hay alguna forma de esquivarlos.
– Conoce los números al dedillo -respondió ella con el rostro carente de expresión.
– Como bien dijo, es un gran desafío. Las posibilidades siempre me han intrigado.
– Pero tiene que recordar que hago que Timwick coloque a los agentes del Servicio Secreto en lugares y momentos donde me es fácil evitarlos. Timwick no lo va a ayudar.
– ¿Ni siquiera si le digo que usted quiso reunirse conmigo hoy?
– No va a hacer eso, Fiske. Iría en contra de sus intereses.
El se mantuvo en silencio unos instantes.
– No me engaña. Estaba asustada, igual que todos los demás. Sentía los latidos de su corazón debajo de mis pulgares. Es más, está asustada en este mismo momento.
– Es cierto. Vale la pena asustarse por algunas cosas. Llámeme. -Se alejó del coche y echó a andar calle abajo.
Una mujer dura. Dura, inteligente y corajuda. Mucho más corajuda que Timwick.
Pero tal vez fuera demasiado astuta. El análisis que había hecho de él había sido muy acertado y eso lo había puesto nervioso. No le gustaba la idea de que alguien predijera cómo reaccionaría él en cualquier situación. No estaba seguro de que le atrajera la idea de trabajar con una mujer.
Lea la lista.
Ella había intuido que un hombre de su temperamento apreciaría una lista. ¿Pero por qué habría creído que leer la lista lo dispondría mejor hacia ella?
Desdobló el papel, se acercó a las luces del tablero y soltó una carcajada.
El teléfono sonaba cuando Lisa estaba entrando en el dormitorio. -De acuerdo -dijo Fiske y cortó.
Un hombre de pocas palabras y rápido para las decisiones, pensó ella con ironía mientras volvía a guardar el teléfono en la cartera. Ni que hablar de una peligrosa impulsividad para la cual no había estado preparada. Iba a tener que ocultarle los magullones a Kevin esta noche y usar un pañuelo mañana.
– ¿Lisa? -llamó Kevin desde el dormitorio-. ¿Dónde estuviste?
– Salí a dar un paseo por el jardín. Necesitaba aire. -Colgó la capa en el guardarropa y tomó una bata con cuello drapeado. -Me voy a dar una ducha caliente. Enseguida voy, Kevin.
– Date prisa. Quiero hablar.
Hablar. Por Dios, ojalá fuera sólo sexo. Escuchar divagar a Kevin e insertar elogios y comentarios alentadores en el momento indicado era lo que menos quería hacer ahora. Por un instante, cuando Fiske le cerró las manos alrededor del cuello, tuvo miedo de morir. Manejar a Fiske iba a ser muy difícil.
Pero podía hacerlo. Tenía que hacerlo. No tenía que pensar en el miedo que él le había hecho sentir. Había hecho un buen trabajo esta noche. Fiske era suyo.
Se introdujo debajo del chorro de agua caliente y dejó que el agua le corriera por la piel. Se sentía sucia. El sólo hecho de estar en el mismo coche con ese asesino la había hecho sentirse contaminada.
Aunque ella también era una asesina.
Como Fiske, no. De ninguna manera podía equipararse con esa bestia.
No tenía que pensar en él. Cerró los ojos y ordenó a sus músculos que se relajaran. Este era su momento. Tenía que disfrutarlo. Era tan poco el tiempo que podía disponer para ella misma. Casi deseaba ser libre como Eve Duncan.
¿Qué estás haciendo ahora, Eve Duncan? ¿Las cosas son tan difíciles para ti como lo son para mí? Apoyó la cabeza contra la pared de la ducha y susurró:
– ¿Dónde estás, Eve?
Fiske la encontraría. Fiske la mataría y Lisa estaría a salvo. ¿Por qué no encontraba consuelo en esa idea?
– ¿Lisa? -Kevin estaba afuera de la puerta del baño.
¿Diablos, no podían dejarla estar un minuto sola?
– Voy. -Salió de la ducha y se secó las lágrimas. ¿Qué demonios le pasaba? Fiske debía de haberla asustado más de lo que creía. Se puso la bata, subió el cierre hasta el cuello y se pasó un cepillo por el pelo.
Sonríe. Muéstrate cálida y comprensiva. No dejes que se dé cuenta, no dejes que nadie se dé cuenta. Abrió la puerta del baño y besó a Kevin en la mejilla.
– ¿Qué quieres decirme? ¿Qué es tan importante que no puedes esperar?
– Este hotelito es bastante feo. Creo que hay bichos -dijo Bonnie.
Eve se dio vuelta en la cama.
– Teníamos que encontrar un sitio que no llamara la atención. ¿Qué te importan a ti los bichos? Eres ectoplasma, ¿o no lo recuerdas?
Bonnie sonrió.
– Cualquier cosa que te importa a ti me importa a mí. Siempre detestaste los bichos. -Se sentó en la silla que estaba junto a la cama. -¿Recuerdas cómo te enojase con el fumigador cuando no terminó de matar todas las cucarachas de mi cuarto?
Eso había sido el verano anterior a la desaparición de Bonnie.
Bonnie se puso seria.
– Ay, cielos, no quise hacerte pensar en cosas tristes.
– ¿Se te ocurrió alguna vez que el sólo hecho de que vengas a verme automáticamente me trae recuerdos tristes?
– Sí, pero tengo esperanzas de que algún día te des cuenta de que estoy siempre contigo.
– No estás conmigo.
– ¿Por qué tratas de lastimarte a ti misma? Acéptame de una vez, mamá. -Cambió de tema. -Hiciste un buen trabajo con Ben, como lo esperaba.
– ¿Ah, así que ahora sabías desde un principio de quién se trataba?
– No, ya te dije mil veces que no sé todo. A veces tengo como una sensación.
– ¿Como con los bichos de este hotelito? Eso sí que es algo seguro.
Bonnie rió.
– Sí, ¿no es así?
Eve se descubrió sonriendo.
– Fue en lo primero que pensé cuando entré en la habitación.
– ¿Y crees que estoy usando eso? -Bonnie chasqueó la lengua en señal de reproche.
– Qué suspicaz eres, mamá.
– Entonces dime algo que no sé. Dime dónde estás.
Bonnie flexionó una pierna y se sentó sobre ella.
– El señor Logan me cae bien. Al principio no estaba segura, pero ahora pienso que es un buen hombre.
– ¿Desde cuándo los fantasmas emiten juicios sensatos?
Bonnie sonrió.
– Vamos progresando. Es la primera vez que admites que tal vez yo no sea tu imaginación.
– Los juicios de los fragmentos de imaginación también son cuestionables.
– Bueno, tú tampoco eres demasiado buena en el tema. No deberías ser tan dura con Joe. -No culpo a Joe.
– Sí, lo haces. Y por mi causa. Pero es un buen hombre también y se preocupa por ti, porque le importas. No lo alejes de ti.
– Estoy muy cansada, Bonnie.
– Y quieres que me vaya.
No, irse, nunca.
– Quiero que dejes de sermonearme.
– De acuerdo. Solamente quería que no estuvieras sola. -Su sonrisa se borró. -Es peligroso que estés sola ahora. Me asustan todas las cosas malas que se vienen, mamá.
– ¿Qué cosas malas? -Bonnie sacudió la cabeza. -Me las arreglaré -agregó Eve.
– Crees que puedes con todo, por lo que tuviste que pasar conmigo. Quizá puedas, sí. Pero quizá no.
– Y tal vez no quiera lidiar con nada -dijo Eve con cansancio-. Tal vez lo que quiero es que las cosas simplemente sucedan. ¡Estoy tan cansada de todo!
– Y yo estoy cansada de que sigas de duelo por mí.
– Entonces vete y olvídame.
– Esa no es una opción, mamá. Los recuerdos duran para siempre, igual que el amor. Solamente quiero que vuelvas a ser feliz.
– Podríamos decir que estoy… satisfecha.
Bonnie suspiró.
– Vete a dormir. Creo que no tiene sentido hablar contigo hasta que no estés lista.
Eve cerró los ojos.
– ¿Dónde estás, tesoro? -susurró-. Quiero traerte a casa.
– Estoy en casa, mamá. Cuando estoy contigo, estoy en casa.
– No, necesito que…
– Shh, vete a dormir. Eso es lo que necesitas ahora.
– No me digas lo que necesito. Lo que necesito es averiguar dónde estás para poder traerte a casa. Tal vez entonces deje de tener estos sueños alocados contigo.
– No son alocados y tampoco quieren decir que estés perdiendo la razón. Simplemente eres obstinada.
– ¿Y tuno?
– Por supuesto que sí, soy tu hija, tengo derecho a serlo. Vete a dormir, me quedaré aquí y te haré compañía por un rato.
– ¿Para que no esté sola?
– Sí, para que no estés sola.