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PROLOGO

EDIFICIO DE CLASIFICACIÓN DE DIAGNÓSTICO

JACKSON, ESTADO DE GEORGIA

27 DE ENERO 23:55

Estaba por suceder.

¡Ay, Dios!, no permitas que lo hagan.

Perdida. La voy a perder.

Los vamos a perder a todos.

– Vamos, Eve, vete, para qué quieres estar aquí. -Joe Quinn estaba a su lado. Su cara cuadrada y juvenil estaba pálida y tensa bajo la sombra del paraguas negro que sostenía. -No hay nada que puedas hacer. Ya han aplazado dos veces la ejecución. El gobernador no va a hacerlo de nuevo. Bastante escándalo y protestas hubo la última vez.

– Tiene que posponerla. -El corazón le latía con tanta fuerza que le dolía. Pero en ese momento, todo, absolutamente todo, le dolía. -Quiero hablar con el director.

Quinn negó con la cabeza.

– No va a concederte una entrevista.

– En otras oportunidades ya hablamos. Y llamó al gobernador, tengo que verlo, porque él entiende lo de…

– Deja que te acompañe hasta el auto. Hace un frío polar y te estás empapando.

Ella sacudió la cabeza, mantenía la vista fija con desesperación en el portón de la cárcel.

– Habla tú con él. Eres del FBI, tal vez te escuche a ti.

– Es demasiado tarde, Eve. -Trató de protegerla con el paraguas, pero ella se alejó. -Por Dios, no deberías haber venido.

– Tú viniste -dijo, luego hizo un gesto hacia la horda de periodistas y reporteros que se apretujaban contra el portón-. Y vinieron ellos. ¿Quién tiene más derecho que yo de estar aquí? -Los sollozos la ahogaban. -Tengo que detener esto. Tengo que hacer que se den cuenta de que no pueden…

– Maldita loca.

Sintió que la hacían girar en redondo y se encontró delante de un hombre de unos cuarenta y dos años. Tenía las facciones contraídas por el dolor y le corrían lágrimas por las mejillas. Le llevó un minuto reconocerlo. Bill Verner. Su hijo era uno de los perdidos.

– No se meta. -Las manos de Verner se le clavaron en los hombros y la sacudieron. -Deje que lo maten. Ya nos causó demasiado dolor y ahora otra vez trata de que se salve. ¡Deje que lo frían de una vez, carajo!

– No puedo… ¿No entiende? Ellos están perdidos. Tengo que…

– No se meta o le juro que voy a hacer que se arrepienta de…

– Déjela en paz. -Quinn se adelantó y apartó con dureza las manos de Verner. -¿No ve que está sufriendo más que usted?

– No me venga con pavadas. Ese mal nacido mató a mi hijo. No voy a permitir que ella vuelva a impedir que lo maten.

– ¿Cree que no quiero que muera? -le espetó Eve con ferocidad-. Es un monstruo. Lo mataría con mis propias manos, pero no puedo permitir que…

No había tiempo para discutir, pensó con desesperación. No había tiempo para nada. Ya debía de ser casi medianoche.

Lo iban a matar.

Y Bonnie se perdería para siempre.

Se apartó de Verner y corrió hacia el portón.

– ¡Eve!

Golpeó el portón con los puños.

– ¡Déjenme entrar! Me tienen que dejar entrar. Por favor, no lo hagan.

Relampagueos de cámaras fotográficas.

Los guardias de la prisión se estaban acercando.

Quinn trató de apartarla del portón.

El portón se estaba abriendo.

Quizá todavía quedara una posibilidad.

El director se acercó.

– ¡Deténgalo! -gritó ella-. ¡Tiene que detenerlo!

– Vuelva a casa, señora Duncan. Ya terminó todo. -El director pasó junto a ella y se dirigió hacia las cámaras de televisión. No podía haber terminado todo.

El director miró hacia las cámaras con expresión sombría y habló en forma escueta y directa.

– No hubo postergación de la ejecución. Ralph Andrew Fraser fue ejecutado hace cuatro minutos y se lo declaró muerto a las 12:07.

– ¡No!

El grito de dolor y desolación sonó quebrado y lastimero como el gemido de un niño perdido.

Eve no se dio cuenta de que había brotado de su boca.

Quinn la sostuvo cuando se le doblaron las rodillas, perdió el conocimiento, y cayó hacia adelante.