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Sonó el teléfono.
¿Logan?
Eve tomó el teléfono que había dejado en la mesa para tenerlo cerca.
– Hola.
– Hola, Eve. Espero que no te importe que te tutee y te llame por tu nombre de pila. Por favor, haz lo mismo tú también. Pienso que los acontecimientos han establecido una cierta intimidad entre nosotras.
Eve se sentó bien erguida, sin poder creer lo que oía.
– ¿Sabes quién te habla?
– Lisa Chadbourne.
– Reconociste mi voz. Qué bien.
– ¿Cómo conseguiste mi número?
– Lo tengo desde que me dieron el primer expediente tuyo. No me parecía prudente ponerme en contacto contigo en las circunstancias.
– ¿Puesto que estabas tratando de matarme?
– Por favor, tienes que creer que nunca tuve intenciones de hacerte nada hasta que interferiste. No deberías haber aceptado la oferta de Logan. -Hizo una pausa. -Y no tendrías que haber permitido que Logan tratara de convencer a Scott de que me traicionara.
– No controlo a Logan. Nadie lo controla.
– Tendrías que haberlo intentado. Eres inteligente y fuerte. Te hubiera costado un pequeño esfuerzo, nada más. Quizá todo esto podría haber sido… -Hizo una pausa para recuperar el control de su voz. -No fue mi intención ponerme emocional contigo. No tienes por qué comprender, pero fue un día duro para mí.
– No, no entiendo. -La sorpresa ya había pasado; de pronto, Eve tuvo conciencia de lo demencial que era la conversación. -Ni me importa, tampoco.
– Por supuesto que no te importa. -Lisa se mantuvo callada unos segundos. -Pero es necesario que trates de comprender. Tengo que seguir hasta el final. Es como estar en una montaña rusa. No puedes bajarte hasta que no llegas al final. He peleado mucho y he renunciado a demasiadas cosas. No puedo perder todo lo que gané.
– ¿Gracias a los asesinatos?
Silencio.
– Quiero que termine. Déjame encontrar la forma de ponerle fin, Eve.
– ¿Para qué me llamaste?
– ¿Logan está allí?
Sintió una oleada de alivio.
Si Lisa no sabía dónde estaba Logan, significaba que él y Gil podían estar a salvo.
– En este momento, no.
– Qué bien, porque sería un obstáculo. Es un hombre brillante, pero nada razonable. Tú no eres como él. Ves las ventajas de llegar a un acuerdo. -Hizo una pausa. -Como hiciste cuando les suplicaste que no ejecutaran a Fraser.
La mano de Eve se cerró con fuerza alrededor del teléfono. No había esperado que le tocara esa herida.
– ¿Eve?
– Aquí estoy.
– Querías que Fraser muriera, pero querías algo más. Y fuiste lo suficientemente razonable como para negociar por lo que querías.
– No quiero hablar de Fraser.
– Entiendo por qué no quieres recordarlo. Lo mencioné solamente porque ahora tienes que ser razonable.
– ¿Qué quieres de mí?
– El cráneo y cualquier otra prueba que hayan conseguido Logan y tú.
– ¿Y qué me darás si te entrego esas cosas?
– Lo mismo que le ofrecieron ustedes a Scott. Desapareces y apareces en otra parte con suficiente dinero para vivir bien por el resto de tu vida.
– ¿Y Logan?
– Lo siento, es demasiado tarde para Logan. Tuvimos que actuar públicamente para asegurarnos de que no sea una amenaza para nosotros. Tú puedes desaparecer silenciosamente, pero no puedo suspender el pedido de captura de Logan. El queda por su cuenta.
– ¿Y mi madre?
– Te la puedes llevar contigo. ¿Hacemos un trato?
– No.
– ¿Por qué? ¿Qué más quieres?
– Quiero que me devuelvas mi vida. No quiero pasarme los próximos cincuenta años escondiéndome por algo que no hice. Esa opción no es viable.
– Es todo lo que te puedo ofrecer. No te puedo tener aquí. Es demasiado peligroso para mí. -Por primera vez, Eve oyó una nota de acero en la voz de Lisa Chadbourne y algo más… Pánico. -Dame ese cráneo, Eve.
– No.
– Lo encontraré de todas maneras. Las cosas serán más fáciles para ti si me lo entregas.
– Aun si lo encuentras, la verdad saldrá a la luz en forma pública e incómoda. Es la única razón por la que me estás ofreciendo un trato.
– Dios, no. -Tanto la dureza como el miedo habían desaparecido de su voz que ahora sólo sonaba cansada y triste. -¿Te niegas, entonces?
– Ya te lo dije.
– ¿Tan mal te parecería que me siguiera quedando en la Casa Blanca? Piensa en todo lo que he hecho a través de Kevin. La nueva ley para salvar el plan de salud Medicare. Leyes más duras contra el maltrato de niños y animales. Hay buenas posibilidades de que pueda hacer salir la ley nacional de salud antes de las elecciones. ¿Tienes idea del milagro que significa eso si se tiene en cuenta que no controlamos el Congreso? -Su voz se endureció de ansiedad. -Pero acabo de empezar. Tengo tantas otras cosas planeadas para el próximo período. Déjame hacerlas, Eve.
– ¿Para qué, para pasar a la inmortalidad? No me parece que asesinar sea un método permisible de hacer salir leyes por el Congreso.
– Por favor. Piénsalo.
– No hay trato.
Silencio.
– Lo siento. Quería facilitarte las cosas. No, no es cierto. Quería que las cosas fueran más fáciles para mí. Quería que esto acabara. -Lisa carraspeó y se aclaró la voz. -Juzgaste mal tu posición, Eve. No es tan fuerte como crees y siempre existen dos caras en la misma moneda. Espero poder darte otra oportunidad más adelante, pero lo dudo. Tendré que seguir avanzando. ¿Recordarás, no es cierto, que tuviste la posibilidad de elegir? -Cortó la comunicación.
Eve creyó que había entendido la personalidad de Lisa Chadbourne y lo que la motivaba, pero no había ido lo suficientemente profundo. Se preguntó si alguien llegaría realmente al fondo de Lisa Chadbourne. Había estado pensando en ella como un monstruo cruel e implacable como Fraser, pero la mujer con la que acababa de hablar era muy humana.
Pero no vulnerable. Podía no ser un monstruo, pero cuando decidía algo, lo seguía hasta el final.
A Eve le temblaba la mano cuando dejó el teléfono sobre la mesa. Dios, sentía un miedo terrible. Había creído que llevaba la delantera porque había estudiado a Lisa Chadbourne y creía conocerla.
La ventaja había desaparecido. No solamente no conocía a Lisa Chadbourne, sino que la mujer la había estado estudiando a ella. Lisa Chadbourne también conocía a Eve.
Dos caras de una moneda
Soborno por un lado. Muerte por el otro. La situación no podía ser más clara. Había rechazado la oferta de Lisa y ahora tenía que hacer frente a las consecuencias.
¿Por qué diablos no podía dejar de temblar?
Era como si Lisa hubiera estado en la habitación con ella y…
Oyó unos golpes a la puerta.
Su mirada voló al otro lado de la habitación.
No le abras a nadie, le había dicho Logan.
Dos caras de una moneda.
Por favor, Lisa Chadbourne no era un ser sobrenatural que se había transportado hasta el hotel. Eve se puso de pie y fue hasta la puerta. Los asesinos no golpeaban amablemente antes de entrar.
Los golpes que siguieron después ya no fueron tan amables. Fueron duros, impacientes y exigentes.
– ¿Quién es?
– Logan.
Eve espió rápidamente por la mirilla. Gracias a Dios. Quitó la cadena y abrió la puerta.
Logan entró como una tromba en la habitación.
– Empaca tu ropa. Te irás ahora mismo.
– ¿Dónde estaba?
– Viniendo hacia aquí. -Abrió el placard de Eve, sacó su maleta, un saco y un rompe vientos y los arrojó sobre la cama. -Tomé un taxi al aeropuerto Baltimore Washington, alquilé un coche y vine hasta aquí.
– ¿Por qué no me llamó? -Logan no respondió. -¿Caramba, por qué no me llamó? ¿No se le ocurrió que iba a preocuparme?
– No quería hablar con… -Abrió la maleta de Eve. -Ponte a empacar, ¿quieres? Quiero que te vayas de aquí.
– El perfil de ADN todavía no está listo. Gary averiguó que el laboratorio puede acelerar el proceso, pero Joe no llegó todavía con las muestras para comparar y Gary dice que…
– Me importa un bledo -replicó Logan con vehemencia-. Tú te vas.
– Eso no va a ser tan fácil. ¿Se enteró del asunto de Abdul Jamal?
– Lo oí por la radio cuando venía hacia aquí.
Eve lo observó sacar un manojo de ropa interior de ella del cajón de la cómoda y arrojarla dentro de la valija. Logan tenía la ropa arrugada y manchada por el césped y en el antebrazo ostentaba un rasguño rojo.
– No me voy a ir a ningún lado hasta que no me cuente todo.
– Entonces empacaré yo y te meteré en el coche con el resto del equipaje.
– ¡Déjese de maltratar mis cosas y míreme, Logan!
Él se volvió lentamente para mirarla.
Eve se puso rígida al ver su expresión.
– Santo Cielo -susurró-. ¿Qué pasó, Logan?
– Gil murió. -Con movimientos torpes y descoordinados, él siguió sacando ropa de un cajón y arrojándola sobre la cama. -Lo mataron de un disparo. Creo que ni siquiera quisieron matarlo. Solamente estaban disparando a modo de advertencia. Pero ahora está muerto. -Puso ropa dentro de la maleta. -Lo dejé en un cobertizo para lanchas cerca del río. Seguramente no lo aprobarás, sé cómo piensas. Gil no volvió al hogar. Lo dejé y huí a toda velocidad.
– Gil -repitió Eve, aturdida.
– Nació cerca de Mobile. Creo que tiene un hermano. Tal vez más tarde podamos…
– Cállese. -Eve lo tomó de los brazos. -Cállese, Logan.
– Estaba haciendo bromas antes que sucediera. Dijo que no corría peligro porque ya le habían puesto adentro la bala del mes. Se equivocó. Corría peligro y cómo. Ni siquiera se dio cuenta de lo que pasó. Simplemente se…
– Lo siento. Ay, Dios, cuánto lo siento. -Sin pensar en lo que hacía, Eve se acercó a Logan y lo abrazó. Sintió el cuerpo de él tenso y rígido, con los músculos contraídos. -Sé que era tu amigo.
– Pues yo no lo sé. ¿Si era mi amigo, le hubiera permitido correr los riesgos que corrió?
– Trataste de convencerlo de que no fuera a encontrarse con Maren. Los dos lo intentamos. No quiso escucharnos.
– Podría habérselo impedido. Pero sabía que existía la posibilidad de que tuviera razón respecto de Maren. Podría haberle pegado un golpe en la cabeza o haberme ido yo solo. Podría habérselo impedido.
Santo Cielo, estaba sufriendo un gran dolor y ella no podía llegar a él.
– No fue tu culpa. La decisión la tomó Gil. ¿Cómo ibas a saber que…?
– No, no es así. -La apartó de él. -Termina de empacar. Te voy a sacar de aquí.
– ¿Y Adónde se supone que voy a ir?
– A cualquier lugar que no sea éste. Te pondré en un buque a la Cochinchina.
– No. -Eve cruzó los brazos sobre el pecho. -Ahora no. Estás demasiado alterado para ser razonable. Tenemos que hablar de esto.
– Prepara tus cosas. No hay nada de qué hablar.
– Sí que vamos a hablar. Salgamos de aquí. -Eve se dirigió a la puerta. La habitación estaba tan cargada de emociones que sentía que se estaba sofocando. Además, sería mejor alejarlo de la maleta y esa obsesión que mostraba por empacar. -Estuve encerrada aquí todo el día. Llévame a dar un paseo.
– No voy a…
– Sí que vas. -Tomó el maletín que contenía a Ben, abrió la puerta y lo miró por encima del hombro. -¿Cuál coche es?
El no respondió.
– ¿Logan, cuál coche es?
– El Taurus beige.
Eve se dirigió hacia el automóvil que estaba del otro lado del estacionamiento. Logan llegó antes que ella. Eve esperó a que destrabara la puerta.
Los labios de Logan se curvaron en una sonrisa irónica cuando tomó el estuche de Ben.
– Y a todos lados que va Eve, el cráneo la sigue, como la ovejita de la canción de niños -murmuró, mientras colocaba el estuche sobre el asiento trasero-. Pero claro, te pedí que en ningún momento te separaras de él ¿no es así? Aunque te convierta en un blanco automático.
– ¿Crees que te haría caso si no me pareciera que es lo que hay que hacer? Ni lo sueñes, Logan.
En cuanto subieron al automóvil, Eve le ordenó;
– Arranca y vamos.
– ¿Adónde?
– No sé, a cualquier parte. -Se apoyó contra el respaldo del asiento. -Siempre y cuando no sea a ninguna parte donde puedas ponerme en un barco que vaya a la Cochinchina.
– No voy a cambiar de idea.
– Y yo no voy a discutir contigo porque sin duda estuviste planeando todo esto en el viaje desde Washington. Conduce hacia cualquier parte y listo.
Logan obedeció. Durante los siguientes treinta minutos no habló.
– ¿Puedo volver, ahora?
– No. -Eve vio que su cuerpo seguía rígido de tensión. ¿Cómo diablos podía hacer para llegar hasta él? ¿Causándole una fuerte impresión al contarle de la llamada de Lisa Chadbourne? No, de ninguna manera. Eso sólo serviría para reforzar aún más su decisión. Tenía que darle más tiempo.
Lisa se quedó mirando el teléfono.
Levántalo. Haz la llamada. Has esperado demasiado tiempo.
No hay trato, había dicho Eve Duncan.
Muy bien, acéptalo.
Vas a tener que seguir.
Haz lo que tienes que hacer.
Lisa tomó el teléfono.
Había pasado más de una hora y el sol arrojaba largas sombras cuando Logan salió de la ruta y tomó por un camino de tierra.
– Basta, no sigo más -dijo-. Acabemos con esto.
– ¿Me vas a escuchar? -le preguntó Eve.
– Te estoy escuchando.
Pero estás obstinadamente decidido a no oírme. O tal vez no fuera obstinación, pensó, cansada. Tal vez tuviera miedo de oír.
Era extraño pensar en que Logan, tan seguro y resuelto, podía tener miedo.
– ¿Recuerdas lo que me dijiste? ¿Acerca de hacer las cosas lo mejor posible y después seguir adelante? Mucho bla, bla, bla, ¿no, Logan?
– Está bien, no hago lo que predico.
– No eres responsable de la muerte de Gil. Él era un adulto y tomó su propia decisión. Hasta trataste de convencerlo de que no lo hiciera.
– Ya pasamos por esto.
– Y tampoco eres responsable por mí. Para que lo fueras, tendría que cederte ese derecho y no lo voy a hacer. Soy la única que maneja mi vida. Así que no me vengas con esas idioteces acerca de mandarme en un barco a Mongolia.
– Mongolia no, a la Cochinchina.
– Donde sea. No voy a ir a ninguna parte. Ya he pasado por demasiadas cosas. Tengo demasiado invertido en mi vida como para arrojarlo por la borda. ¿Entiendes?
Él no la miró.
– Sí, entiendo.
– Entonces podemos volver al hotel.
Logan puso el coche en marcha.
– Pero la situación no cambia. Te lo advierto, encontraré la forma de ponerte en ese barco.
Eve sacudió la cabeza.
– Me mareo. Cuando volvimos en ferry de la Isla Cumberland, me mareé de la peor forma imaginable.
– Me sorprende que te hayas dado cuenta.
– Yo tampoco lo podía entender. Sentía como si se me hubiera terminado la vida y no me parecía justo que el cuerpo también me castigara.
– Pero Quinn se ocupó de ti.
– Sí, Joe siempre se ocupa de mí.
– ¿Tuviste noticias de él?
– Anoche. Encontró una carta que seguramente contiene saliva de Chadbourne, pero le está costando conseguir una muestra de Millicent Babcock. Iba a seguirla a ella y al marido hasta el club y tratar de robarse un vaso que hubiera usado.
– ¿Tu honesto y fiel policía va a robar?
Hablar le estaba haciendo bien. Los músculos de los brazos de Logan ya no estaban tan rígidos.
– Eso no es robar. -Eve decidió no revelarle el hecho de que Joe había conseguido la carta utilizando métodos dudosos.
– ¿Leíste alguna vez Los miserables?
– Sí, y veo a Joe robando pan para alimentar a un niño hambriento.
Logan esbozó una sonrisita torcida.
– Tu héroe.
– Mi amigo -lo corrigió ella.
La sonrisa de él se borró.
– Perdón. No tengo derecho de criticar a Quinn. He fracasado de la peor forma en la categoría de amigo.
– Deja de castigarte. No estás pensando con claridad. ¿Cuánto hace que no duermes?
El se encogió de hombros.
– Te sentirás mejor después de dormir toda la noche.
– ¿Te parece?
Eve vaciló y luego respondió sin rodeos.
– Calculo que no, pero por lo menos podrás pensar con más claridad.
El sonrió apenas.
– ¿Te he dicho alguna vez cuánto me gusta esa brutal sinceridad tuya?
– No te serviría de nada que te dorara la píldora. Te reirías de mí. Ya has sufrido en otra ocasión y sabes que no hay remedio inmediato. Hay que aguantar, nada más.
– Sí, es la única forma de manejarlo. -Logan calló por unos instantes. -Pero no me reiría de ti, Eve. De ninguna manera. -Despegó una mano del volante y cubrió la mano de Eve que estaba sobre el asiento, entre ambos. -Gracias.
– ¿Por qué me agradeces? -Trató de sonreír con ligereza. -¿Por salvarme de un viaje a la Cochinchina?
– No, eso sigue en mis planes si lo puedo arreglar. -Le apretó la mano y luego se la soltó lentamente. -Creo que envidio a Quinn.
– ¿Por qué?
– Por muchas cosas. -Apretó los labios con gesto sombrío. -Pero es mucho mejor que un hombre sea el protector y el que da consuelo, no al revés. Llorar sobre tu hombro de esta forma demuestra falta de fuerza y entereza.
– No lloraste sobre mi hombro. -Nadie jamás podría decir que Logan no era un hombre fuerte. -Me gritaste y desparramaste mi ropa por todas partes.
– Es lo mismo. Perdóname, perdí el control. No volverá a pasar.
Eso era lo que esperaba Eve. Su reacción ante el dolor de él la había sorprendido sobremanera. Había sido una reacción casi maternal. Lo había tomado en sus brazos y había querido acunarlo hasta que desapareciera la pena. Había querido consolarlo, curarlo, sostenerlo y acariciarlo. El hecho de verlo vulnerable había derribado barreras que su fuerza nunca hubiera podido romper.
– No hay problema. Cuélgame la ropa otra vez y me daré por satisfecha.
Miró por la ventanilla. El momento de necesidad había pasado. Ahora tenía que excluirlo de su vida. Se estaba acercando demasiado.
Sintió la mirada de él sobre ella, pero no se volvió. Mantuvo los ojos sobre el sol poniente detrás de los árboles.
Logan no volvió a hablar hasta que estacionó frente a la habitación de Eve.
– Tengo que hablar con Kessler. ¿Cuándo crees que volverá del laboratorio?
Eve miró su reloj. Eran las ocho menos cuarto.
– Tal vez ya esté en su habitación. Teníamos que encontrarnos allí a las ocho para pedir que nos enviaran la cena. -Hizo una mueca. -Bubba Blue's Barbecue. Gary dijo que se imaginaba un lugar con una víbora cascabel dentro de una caja de vidrio, aserrín en el suelo y un cantante de música country gimiendo… ¡Ay, no! -Se le llenaron los ojos de lágrimas. Había estado tan ocupada consolando a Logan que la muerte de Gil no la había golpeado hasta ese momento. ¿Volvería a escuchar alguna vez música country sin recordar a Gil Price?
– Sí. -Logan también tenía los ojos brillosos. -Le dije que le encantaría esta ciudad. Lo único que pasaban por la radio era música country como… -Abrió la puerta abruptamente. -Tengo que ir a mi habitación a darme una ducha y cambiarme. -Tanteó el asiento trasero y sacó la caja con el cráneo. -Me ocuparé de Ben por un rato. Nos encontraremos en la habitación de Kessler dentro de veinte minutos
Eve asintió, aturdida, mientras se disponía a descender por el otro lado. Gil Price, humor, gentileza y un vibrante amor por la vida. Todo eso se había ido. La muerte acechante se había llevado a Gil. ¿Quién sería el siguiente? Logan podría haber muerto con Gil.
La otra cara de una moneda.
Entró en la habitación y sacudió la cabeza al ver la ropa desparramada sobre la cama. Ordenaría ese lío y trataría de…
Al diablo con todo.
Estaba asustada y preocupada. Sintió un escalofrío al ver caer las sombras. No había hablado con su madre desde la noche anterior y necesitaba establecer contacto. Buscó el teléfono en la cartera.
Nadie respondió.
¿Qué diablos pasaba?
Volvió a marcar.
Nada.
La otra cara de una moneda.
Tu posición no es tan firme como crees.
Mamá.
Con mano temblorosa, marcó el número de la habitación de Logan.
– No puedo hablar con mamá. No atiende el teléfono.
– No te asustes. Tal vez…
– No me digas que no me asuste. ¡No puedo hablar con ella!
– Tal vez no sea nada. Hablaré con Pilton y…
– ¿Qué probabilidades hay de que…?
– Hablaré con Pilton -la interrumpió Logan-. Te volveré a llamar -dijo y cortó.
No pasaba nada.
Fiske no la había encontrado.
No pasaba nada.
Sonó el teléfono.
Eve se lanzó a atenderlo.
– Está perfectamente bien -le anunció Logan-. Hablé con ella. Margaret y ella estaban por sentarse a cenar. Su teléfono tenía poca batería.
Estaba bien. Eve sintió un alivio tan intenso que casi se descompuso.
– ¿Cómo está?
– Preocupada por ti. Le gustaría estrangularme, pero está bien. Por un instante Eve no pudo hablar.
– ¿Recuerdas ese buque con destino a la Cochinchina, Logan? -dijo por fin.
– Sí.
– Quiero a mi madre en él.
– Me ocuparé de eso de inmediato. ¿Irás con ella?
Caray, sí, sácame de aquí.
– No, te veré en la habitación de Kessler dentro de quince minutos.
– Tengo una copia del informe de ADN -anunció Gary en cuanto abrió la puerta-. ¿Cuándo llega Quinn con esas muestras para comparar?
– Tendría que llegar pronto. -Eve miró a Logan, que estaba sentado en el sillón del otro lado de la habitación. -¿Logan te contó lo de Gil Price?
Gary asintió.
– Qué desastre.
– Sí. Hiciste todo lo que pudiste, Gary. Nos conseguiste el informe. ¿Por el amor de Dios, ¿quieres irte ya?
– Cuando termine. Cuando tenga las muestras de Quinn.
– No. Ya no te necesitamos. Joe puede ir al laboratorio y…
– No, Duncan. -La voz de Gary era suave, pero firme. -Cuando empiezo algo, lo termino.
– Eso es un disparate. Terminarás como Gil Price. -Se volvió hacia Logan. -Díselo.
– Lo intenté -repuso Logan-. No quiere escuchar.
– Igual que Gil. Gil tampoco quería escuchar. -Eve respiró hondo. -Pero tienes que escuchar. Ella va a… Las dos caras de una moneda.
─¿Qué?
– Lisa Chadbourne. Me llamó por teléfono esta tarde.
Logan se irguió en la silla.
─¿Qué?
– Quería hacer un trato conmigo por el cráneo.
– ¿Por qué no me dijiste que había llamado? -preguntó Logan con brusquedad.
– Piénsalo. ¿Estabas en estado de ánimo como para escuchar? No te hubieras comportado con sensatez.
– Tampoco ahora siento deseos de comportarme con sensatez. ¿Te amenazó?
– En cierta forma.
– ¿Qué forma?
– Me pareció que estaba… triste. ¿Qué importancia tiene? -preguntó en tono impaciente. -Quiero que mi madre y Gary queden fuera de todo esto ¿de acuerdo?
– ¿Dijo algo que pudiera hacerte creer que está al tanto de Bainbridge o del paradero de tu madre?
– Por supuesto que no. Es demasiado inteligente. No va a revelar nada. -Se volvió hacia Gary. -Pero tienes que…
– Lo único que tengo que hacer es llamar a Bubba Blue's Barbecue -la interrumpió Gary-. ¿Quieres costillas o bistec?
– Quiero que te vayas.
– ¿O tal vez un sándwich de carne de cerdo?
– Gary…
El tomó el teléfono y comenzó a marcar.
– Dime qué quieres o te pediré costillas.
Eve lo miró, sintiéndose totalmente impotente. Mierda.
– Bistec.
– Has hecho una buena elección.
Joe Quinn llegó a la puerta media hora después de que el repartidor de Buba hubiera dejado la comida.
– Lo conseguí-anunció, levantando dos bolsas térmicas-. ¿Cuán pronto se puede hacer una comparación?
Eve se volvió ansiosamente hacia Gary.
– ¿Esta misma noche?
El se encogió de hombros.
– Puede ser. Llamaré a Chris para ver si puedo convencerlo de volver esta noche al laboratorio. -Se limpió los dedos y buscó el teléfono. -Váyanse de aquí. Voy a tener que hablar un buen rato. Anoche se lo pasó trabajando para mí y no creo que esto le guste.
Joe abrió la puerta.
– Cuando estés listo, te llevaré en coche hasta el laboratorio, Gary.
Gary levantó una mano.
– ¿Estás bien? -le preguntó Joe a Eve cuando salieron.
– Cómo quieres que esté. Mataron a Gil Price.
Joe miró a Logan.
– ¿Tu amigo?
Logan asintió.
– Oí el asunto de la conferencia de prensa. Todo se está yendo al demonio, ¿no es así?
– Es una buena forma de decirlo.
– ¿Qué piensas hacer con las pruebas de ADN cuando las tengas?
– Tengo algunos amigos en Washington que nos apoyarían siempre y cuando tuviéramos pruebas.
Joe sacudió la cabeza.
– Demasiado riesgoso.
– No, porque tengo a Andrew Bennett de mi lado. Es juez de la Corte Suprema.
– Mejor que un político, pero peligroso de todas maneras.
– ¿Se te ocurre algo mejor?
– Los medios de comunicación.
– Lisa Chadbourne es experta en manejar a los medios.
– Puede ser, pero nómbrame un periodista que no esté dispuesto a hacer volar un gobierno con tal de que se venda el periódico.
– La historia es demasiado extraña -dijo Eve-. Además, nos han puesto tantos obstáculos en el camino que no podremos ni siquiera acercarnos a un periódico.
– Yo podría hacerlo. -Eve negó con la cabeza. -Conozco a un hombre que trabaja en el Atlanta Journal and Constitution. Peter Brown. Ganó el premio Pulitzer hace cinco años.
– Por el amor de Dios, Joe, te arrestarían a ti por dar protección a prófugos.
– Peter mantendrá la boca cerrada.
– Puede ser -dijo Logan.
– Con toda seguridad. -Joe miró a Logan a los ojos. -Ya lo llamé y está interesado. Es más, se le hace agua la boca. Solamente está esperando el ADN.
– Qué canalla. ¿Sin consultarnos?
– Tenía que hacer algo mientras estaba perdiendo el tiempo en Richmond. Es mejor que confiar en un político.
Eve levantó la mano.
– ¿Por qué no esperamos hasta tener los resultados antes de ponernos a discutir sobre qué hay que hacer?
– Quiero que esto termine -dijo Joe-. Quiero verte fuera de este asunto.
– Yo también -admitió ella, con tono cansado-. Se está poniendo…
– Lo va a hacer -anunció Kessler cuando salió de la habitación. -Tengo que encontrarme con él en el laboratorio dentro de veinte minutos.
– Vamos. -Joe se dirigió a un Chevrolet negro que estaba a unos metros de distancia. -¿Cuánto llevará esto, Gary?
– Seis u ocho horas.
– Empaca todo, Eve. -Joe subió detrás del volante y encendió el motor. -Volveré en cuanto tenga el informe. Iremos a buscar a tu madre y las pondré a resguardo en alguna parte hasta que acabemos con esto.
Antes de que ella pudiera responder, sacó el coche del estacionamiento.
– Bueno, por lo menos estamos de acuerdo en una cosa -murmuró Logan-. Ambos te queremos fuera de aquí, en algún lugar seguro.
– Esa idea de llamar a los medios de comunicación no era mala.
– No, es buena. Tal vez tengamos que tomar esa ruta. Pero también necesitamos apoyo en Washington.
– ¿Entonces por qué discutiste con él?
Logan se encogió de hombros.
– Me parece que se me está volviendo una costumbre. -Se apartó de ella. -Iré a empacar y hacer algunas llamadas a mis amigos de Washington. No puedo permitir que Quinn se me adelante.
El laboratorio de investigación de Teller estaba a oscuras, con excepción de unas luces en una zona de la planta baja.
Están trabajando de noche, pensó Fiske. El centro tenía que cerrar a las seis, ¿por qué habría alguien allí a la una de la mañana? Dos coches en el estacionamiento. Uno era un Chevrolet con patente de coche de alquiler.
Tuvo el presentimiento de que había llegado en muy buen momento.
Abrió la tapa del baúl y descendió del coche. Abrió la tapa de la caja que contenía su equipo electrónico y sacó el dispositivo para escuchar.
Instantes más tarde estaba de nuevo en el asiento del conductor. Se arrellanó cómodamente en el asiento y esperó a que salieran del edificio.