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CAPITULO 02

– Estás lindísima -dijo Eve-. ¿Adónde vas esta noche?

– Tengo que encontrarme con Ron en el restaurante Anthony's. Le gusta comer ahí.

– Sandra se inclinó hacia el espejo del vestíbulo, se miró las pestañas pintadas con máscara y luego se acomodó el vestido en los hombros. -Estas hombreras malditas se me mueven para todas partes.

– Quítatelas.

– No todas tenemos hombros anchos como tú. Las necesito.

– ¿Te gusta la comida de Anthony's?

– No, es un poco demasiado extraña para mi gusto. Preferiría ir a Cheesecake Factory.

– Díselo, entonces.

– La próxima vez. Tal vez sea mejor que aprenda a que me guste. -Miró a Eve por el espejo y sonrió. -A ti te gusta aprender cosas.

– Me agrada ir a Anthony's, pero eso no quita que haya días en que quiera comer porquerías en McDonald's. -Le alcanzó la chaqueta. -Y me pelearía con cualquiera que tratara de decirme que no debería hacerlo.

– Ron no me dice nada… -Sandra se encogió de hombros. -Me cae bien. Viene de una buena familia de Charlotte. No sé si entendería la forma en que vivíamos antes… Realmente no lo sé.

– Quiero conocerlo.

– La próxima vez. Lo mirarías de arriba abajo y me sentiría como una adolescente que trae a casa a su primer novio. Eve sonrió y la abrazó.

– Estás loca. Sólo quiero asegurarme de que sea lo suficientemente bueno para ti.

– ¿Ves? -Sandra se dirigió a la puerta. -Decididamente, es el síndrome de la primera salida. Voy a llegar tarde, nos veremos luego.

Eve fue hasta la ventana y observó a su madre salir con el automóvil marcha atrás por el camino. Hacía años que no la veía tan entusiasmada y feliz.

Desde la muerte de Bonnie.

Bueno, no tenía ningún sentido quedarse mirando por la ventana con aire nostálgico. Se alegraba de que su madre tuviera un nuevo romance, pero no querría estar en su lugar. No sabría qué hacer con un hombre en su vida. No le gustaban las relaciones de una sola noche y cualquier otra cosa significaba un compromiso que no podía asumir.

Salió por la puerta trasera y bajó los escalones de la cocina. La madreselva estaba en flor y el perfume dulce la rodeó mientras caminaba por el sendero hacia el laboratorio. El aroma siempre parecía más fuerte al atardecer y por la mañana temprano. A Bonnie le encantaba la madreselva y siempre arrancaba flores del cerco, donde revoloteaban las abejas. Eve no sabía cómo hacer para detenerla antes de que la picaran.

Sonrió al recordarlo. Le había llevado mucho tiempo separar los recuerdos buenos de los malos. Al principio había tratado de salvarse del dolor cerrando su mente a cualquier recuerdo de Bonnie. Luego se había dado cuenta de que eso sería olvidarla y olvidar la dicha que había traído a su vida y a la de Sandra. Bonnie merecía más que…

– Señorita Duncan.

Eve se puso rígida y giró en redondo.

– Perdón, no fue mi intención asustarla. Soy John Logan. ¿Podría hablar con usted?

John Logan. Si no se hubiera presentado, lo hubiera reconocido por la fotografía. ¿Cómo olvidar ese bronceado californiano?, se dijo con sarcasmo. Y con ese traje gris de Armani y los mocasines de Gucci estaba más fuera de lugar en ese jardincito que un pavo real.

– No me asusté. Me sobresalté.

– Toqué el timbre. -Sonrió y se acercó. No había un gramo de grasa en su cuerpo; el hombre exudaba seguridad y encanto. A Eve nunca le habían gustado los hombres encantadores: el encanto podía esconder muchas cosas. -Supongo que no debe de haberme oído.

– No. -Sintió un repentino deseo de ponerlo incómodo. -¿Siempre se mete en propiedades privadas, señor Logan?

El sarcasmo no lo amilanó.

– Solamente cuando quiero realmente ver a alguien. ¿Podríamos ir a algún sitio a hablar? -Su mirada se posó en la puerta del laboratorio. -¿Allí es donde trabaja, no es cierto? Me gustaría ver laboratorio.

– ¿Cómo sabe que trabajo allí?

– No me lo dijeron sus amigos del Departamento de Policía de Atlanta, si es eso lo que quiere saber. Tengo entendido que se mostraron muy estrictos en cuanto a proteger su privacidad. -Se adelantó y se detuvo junto a la puerta. -¿Por favor? -dijo, sonriendo.

Era evidente que estaba acostumbrado a que todos le dijeran que sí de inmediato. Eve volvió a sentir fastidio.

– No.

La sonrisa de él se achicó apenas.

– Es posible que tenga una proposición para hacerle.

– Lo sé. ¿Si no, para qué habría venido? Pero estoy demasiado ocupada para aceptar más trabajo. Debió haber llamado antes.

– Quería conocerla en persona. -Miró en dirección al laboratorio. -Deberíamos ir ahí adentro a hablar.

– ¿Para qué?

– Me podrá dar unas respuestas sobre usted que necesito saber.

Ella se quedó mirándolo con incredulidad.

– No me estoy postulando para un puesto en una de sus empresas, señor Logan. No tengo que pasar por un examen personal. Creo que ya es hora de que se vaya.

– Deme diez minutos.

– No. Tengo que trabajar. Adiós, señor Logan.

– John. -Él sacudió la cabeza. -Me quedo.

Eve se puso rígida.

– Ni lo sueñe.

Logan se apoyó contra la pared.

– Vaya, póngase a trabajar. Me quedaré aquí hasta que esté dispuesta a verme.

– No sea ridículo. Tal vez trabaje hasta después de la medianoche.

– Entonces la veré después de la medianoche. -Ya no derrochaba encanto, sino que se mostraba distante, duro y completamente decidido.

Eve abrió la puerta.

– Váyase.

– Después de que hable conmigo. Sería mucho más fácil para usted dejar que hiciéramos las cosas a mi manera.

– No me gusta lo fácil. -Eve cerró la puerta y encendió la luz. No le gustaban las cosas fáciles ni le gustaba que le dieran órdenes hombres que se creían dueños del mundo. Sí, de acuerdo, estaba reaccionando en forma algo exagerada. Por lo general, no permitía que nadie le hiciera perder la calma y él no había hecho nada malo, salvo invadir su espacio.

Qué diablos, su espacio era algo muy importante para ella. Que el canalla se quedara allí afuera toda la noche.

Abrió la puerta a las once y treinta y cinco.

– Pase -dijo con aspereza-. No quiero que esté ahí afuera cuando vuelva mi madre. Podría asustarla. Le doy diez minutos.

– Gracias -respondió él en voz baja-. Le agradezco su consideración.

Eve no detectó sarcasmo ni ironía en la voz, lo que no significaba que no estuvieran allí.

– Lo atiendo nada más que por necesidad. Esperaba que se diera por vencido mucho antes.

– No me doy por vencido cuando necesito algo. Pero me sorprende que no haya llamado a sus amigos del Departamento de Policía para que me echaran.

– Usted es un hombre poderoso. Sin duda tiene contactos. No quería ponerlos en situación incómoda.

– Nunca culpo al mensajero. -Paseó la mirada por el laboratorio. -Tiene mucho espacio aquí. De afuera parece más pequeño.

– Antes de ser garaje era una casa utilizada para carruajes. Esta parte de la ciudad es bastante antigua.

– No es lo que me esperaba -dijo al observar el sofá tapizado en tonos de beige y ladrillo, las plantas en la ventana y las fotografías enmarcadas de su madre y Bonnie en los estantes del otro lado de la habitación-. Es… cálido.

– Odio los laboratorios fríos y estériles. No hay motivo para que no pueda haber tanto confort como eficiencia. -Se sentó frente al escritorio. -Y bien… Hable.

– ¿Qué es eso? -Se dirigió hacia un rincón. -¿Dos cámaras de vídeo?

– Son necesarias para la superposición.

– ¿Qué es eso? Es interesante. -Su atención se había fijado en el cráneo de Mandy. -Esto parece sacado de una de esas películas de vudú, con todas esas agujas clavadas.

– Lo estoy marcando para indicar los diferentes grosores de piel.

– ¿Es necesario hacerlo antes de…?

– Hable.

Logan volvió y se sentó junto al escritorio.

– Me gustaría contratarla para que identificara un cráneo.

Eve negó con la cabeza.

– Soy buena en esto, pero la única forma segura de identificación son los registros dentales y el ADN.

– Ambas cosas requieren elementos con qué compararlos. No puedo tomar esa ruta hasta estar casi completamente seguro.

– ¿Por qué?

– Causaría dificultades.

– ¿Se trata de un chico?

– No, de un hombre.

– ¿Y no tiene idea de quién es?

– Tengo una vaga idea.

– ¿Pero no me lo va a decir?

Logan negó con la cabeza.

– ¿Tiene fotografías?

– Sí, pero no se las voy a mostrar. Quiero que empiece de cero y no que construya la cara que cree que está allí.

– ¿Dónde se encontraron los huesos?

– En Maryland, creo.

– ¿No lo sabe?

– Todavía no. -Sonrió. -Todavía no han sido hallados.

– ¿Entonces qué está haciendo aquí?

– La necesito allí, en el lugar. Conmigo. Tendré que moverme con rapidez cuando encuentren el esqueleto.

– ¿Y yo tengo que interrumpir mi trabajo e ir con usted a Maryland por si acaso alguien encuentra ese esqueleto?

– Sí – respondió él con tranquilidad.

– Qué disparate.

– Quinientos mil dólares por dos semanas de trabajo.

– ¿Qué?

– Como dijo antes, su trabajo es valioso. Tengo entendido que esta casa es alquilada. Podría comprarla y le sobraría dinero. Sólo tiene que darme dos semanas.

– ¿Cómo sabe que alquilo la casa?

– Hay otra gente que no es tan fiel como sus amigos del Departamento de Policía. -La miró a la cara. -No le gusta que hagan expedientes sobre usted.

– Claro que no.

– No la culpo, a mí tampoco me gustaría.

– Pero lo hizo de todos modos.

Logan repitió las palabras que ella había utilizado con él.

– Lo hice por necesidad. Tenía que saber con quién estaba tratando.

– Entonces malgastó su esfuerzo. Porque no va a tratar conmigo.

– ¿El dinero no la atrae?

– ¿Cree que soy loca? Claro que me atrae. Crecí en la más absoluta pobreza. Pero mi vida no gira alrededor del dinero. Últimamente puedo darme el lujo de elegir los trabajos que quiero hacer y no quiero hacer el suyo.

– ¿Por qué?

– Porque no me interesa.

– ¿Y porque no se trata de una criatura?

– En parte.

– Hay otras víctimas aparte de los chicos.

– Pero ninguna tan indefensa. -Hizo una pausa. -¿Su hombre es una víctima?

– Puede ser.

– ¿De asesinato?

El vaciló un instante y luego respondió:

– Es probable.

– ¿Y usted se sienta aquí y me pide que lo acompañe al lugar de un asesinato? ¿Qué le hace creer que no voy a llamar a la policía para decirles que John Logan está involucrado en un asesinato?

El sonrió apenas.

– Yo lo negaría, por supuesto. Les diría que quería que usted examinara los restos de ese criminal de guerra nazi que apareció enterrado en Bolivia. -Dejó que transcurrieran unos instantes. -Y luego utilizaría todos mis contactos para que sus amigos del Departamento de Policía de Atlanta quedaran como unos tontos o hasta como unos delincuentes.

– Hace un momento usted dijo que nunca culpaba al mensajero.

– Pero eso fue antes de darme cuenta de cuánto le molestaría a usted. Es evidente que la lealtad es recíproca. Uno utiliza todas las armas que tiene a mano.

Sí, él sería capaz de hacer algo así, se dijo Eve. Se había dado cuenta de que mientras hablaban, él no dejaba de observarla y de sopesar cada presunta y cada respuesta.

– Pero no quiero hacerlo -le aseguró Logan-. Estoy tratando es ser lo más sincero posible con usted. Podría haber mentido.

– La omisión también es una mentira y usted no me está diciendo prácticamente nada. -Eve lo miró a los ojos. -No confío en usted, señor Logan. ¿Cree que es la primera vez que alguien como usted me ha venido a pedir que verifique un esqueleto? El año pasado me hizo una visita un tal señor Damaro. Me ofreció un montón de dinero para ir a Florida a esculpir una cara sobre un cráneo que por casualidad tenía en su posesión. Dijo que se lo había mandado un amigo desde Nueva Guinea. Se suponía que era un hallazgo antropológico. Llamé al Departamento de Policía de Atlanta y resultó que el señor Damaro era realmente Juan Camez, un traficante de drogas de Miami. Su hermano había desaparecido hacía dos años y se sospechaba que una organización rival lo había matado. Le enviaron el cráneo a Camez como advertencia.

– Qué tierno. Supongo que los traficantes de drogas deben de tener sentimientos de cariño hacia sus familiares, también.

– No me parece gracioso. Dígaselo a los chicos a los que vuelven adictos a la heroína.

– No lo discuto. Pero le aseguro que no tengo conexión alguna con el crimen organizado. -Hizo una mueca. -Bueno, he hecho un par de apuestas ilegales en mi vida.

– ¿Con eso me quiere desarmar?

– Es evidente que para desarmarla a usted haría falta un acuerdo global. -Se puso de pie. -Ya pasaron mis diez minutos y no quiero excederme. La dejaré pensar en la oferta y la llamaré más adelante.

– Ya pensé en la oferta. La respuesta es no.

– Acabamos de abrir las negociaciones. Si usted no quiere pensar en el tema, lo haré yo. Tiene que haber algo que pueda ofrecerle para que quiera aceptar el trabajo. -Se quedó mirándola con los ojos entornados. -Hay algo en mí que le causa aversión. ¿Qué es?

– Nada, aparte del hecho de que tiene un cadáver de cuya existencia no quiere que nadie se entere.

– Nadie salvo usted. Lo que quiero es que usted se entere. -Sacudió la cabeza. -No, hay algo más. Dígame qué es, así lo arreglamos.

– Buenas noches, señor Logan.

– Bueno, si no puede decirme John, por lo menos no me diga señor. Que no vayan a pensar que merezco tanto respeto.

– Buenas noches, Logan.

– Buenas noches, Eve. -Se detuvo y contempló el cráneo. -Sabe una cosa, me estoy empezando a encariñar con él.

– Es una chica.

La sonrisa de Logan desapareció.

– Perdón. No quise hacerme el gracioso. Creo que todos tenemos nuestra propia forma de afrontar lo que vamos a ser después de la muerte.

– Sí, es cierto. Pero a veces nos toca afrontarlo antes de lo esperado. Mandy no tenía más de doce años.

– ¿Mandy? ¿Sabe quién era?

No había sido su intención revelar el nombre. Bueno, qué demonios, no tenía importancia.

– No, pero por lo general les pongo un nombre. ¿No se alegra de que haya rechazado su ofrecimiento? No querría a una excéntrica como yo trabajando sobre su cráneo.

– No, en absoluto, aprecio mucho a los excéntricos. La mitad de los hombres de mis grupos de ideas de San José están un poquito chiflados. -Avanzó hacia la puerta. -A propósito, esa computadora que está usando ya tiene tres años. Tenemos una versión nueva que es el doble de rápida. Le enviaré una.

– No, gracias, ésta funciona muy bien.

– Nunca rechace un soborno si no tiene que firmar sobre la línea de puntos diciendo que devolverá los favores. -Abrió la puerta. -Y nunca deje la puerta sin llave, como hizo hoy. Quién sabe quién podría haber estado esperándola aquí adentro.

– Cierro el laboratorio con llave por la noche, pero sería incómodo mantenerlo con llave todo el tiempo. Todo lo que hay adentro está asegurado y en cuanto a mí, me sé defender muy bien.

Logan sonrió.

– No lo dudo. La llamaré.

– Ya le dije que…

Estaba hablándole al aire, él ya había cerrado la puerta.

Eve soltó un suspiro de alivio. Aunque no tenía la menor duda de que volvería a saber de él. Nunca había conocido a un hombre tan decidido a obtener lo que quería. Por más que sus modales eran aterciopelados, por debajo asomaba el acero. Qué demonios, ya había tratado con tipos poderosos en otras oportunidades. Lo único que tenía que hacer era mantenerse en sus trece y con el tiempo John Logan se cansaría y la dejaría en paz.

Se puso de pie y fue hasta la repisa.

– No puede ser tan inteligente, Mandy. Ni siquiera se dio cuenta de que eras una chica. -Aunque no eran muchos los que lo hubieran sabido.

Sonó el teléfono del escritorio.

¿Sería su madre? Había estado teniendo problemas con el arranque del coche, últimamente.

No era su madre.

– Recordé algo justo cuando llegaba al coche -dijo Logan-. Creo que lo arrojaré a la bolsa para que lo considere junto con el ofrecimiento inicial.

– No voy a considerar el ofrecimiento inicia.

– Quinientos mil para usted. Y quinientos mil para la Fundación Adam para Niños que han Huido o Desaparecido. Tengo entendido que cede una parte de sus honorarios a la fundación. -Su voz adquirió un tono persuasivo. -¿Tiene idea de cuántos chicos podrían ser devueltos a sus padres con esa cantidad de dinero? -Vaya si lo sabía. Ninguna oferta hubiera podido tentarla tanto como ésta. Caray, Maquiavelo podría haber tomado clases con este hombre. -Todos esos chicos. ¿No valen dos semanas de su tiempo?

Valían una década de su tiempo.

– Si significa que tengo que hacer algo ilegal, no.

– Los actos ilegales a menudo lo son a ojos de quien los mira.

– Mentira.

– Supongamos que le prometo que no tuve nada que ver con cualquier juego sucio relacionado con el cráneo.

– ¿Por qué iba a creer lo que promete?

– Haga averiguaciones. No tengo fama de mentiroso.

– La reputación no significa nada. Todo el mundo miente cuando algo es realmente importante para ellos. Trabajé mucho para hacerme una carrera y no voy a arrojarla por la borda.

Hubo un silencio.

– No puedo prometerle que no va a salir de esto sin ninguna cicatriz, pero trataré de protegerla lo más que pueda.

– Me sé cuidar sola, gracias. Lo único que tengo que hacer es decirle que no.

– ¿Pero la oferta la tentó, no es así?

Por Dios, claro que la había tentado. Y cómo.

– Setecientos cincuenta mil para la Fundación.

– No.

– La llamaré mañana. -Y cortó la comunicación.

Eve colgó. El muy ladino sabía qué botones había que apretar. Todo ese dinero dedicado a buscar a otros perdidos, otros que todavía podían estar con vida…

¿No valía la pena arriesgarse un poco con tal de poder encontrar y traer a casa a algunos? Su mirada se detuvo en la repisa. Tal vez Mandy se hubiera escapado de la casa. Y si hubiera tenido la oportunidad de volver no hubiese…

– No tendría que hacerlo, Mandy -susurró-. Podría tratarse de algo realmente turbio. La gente no suelta más de un millón de dólares así como así por algo completamente limpio. Tengo que decirle que no.

Pero Mandy no podía contestar. Ninguno de los muertos podía contestar.

Pero los vivos sí, y Logan sabía que ella iba a escuchar lo que le había dicho por teléfono.

Maldito zorro.

Logan se arrellanó en el asiento del conductor y contempló la pequeña casa revestida en madera donde vivía Eve Duncan.

¿Habría sido suficiente?

Posiblemente. No había dudas de que la había tentado. Estaba abocada a encontrar chicos perdidos y él había utilizado esa obsesión con gran habilidad.

¿En qué clase de hombre lo convertía eso?, se preguntó, cansado.

En un hombre que necesita terminar con ese asunto. Si ella no sucumbía a la oferta, mañana se la haría más irresistible todavía.

Era más dura de lo que había creído. Dura, inteligente y perceptiva. Pero tenía un talón de Aquiles.

Y él pensaba explotarlo al máximo.

– Se acaba de ir en el coche -informó Fiske por el teléfono digital-. ¿Lo sigo?

– No, ya sabemos dónde se hospeda. ¿Estuvo con Eve Duncan?

– Ella estuvo en su casa toda la noche y él se quedó más de cuatro horas.

Timwick masculló un improperio.

– Va a aceptar, entonces.

– Podría detenerla -propuso Fiske.

– Todavía no. Tiene amigos en el Departamento de Policía. No queremos hacer olas.

– ¿Y la madre?

– Podría ser. Al menos causaría un retraso. Déjame pensarlo y quédate allí. Te llamaré.

Parece una liebre asustada, pensó Fiske con desdén. Había captado el nerviosismo en la voz del otro hombre. Timwick se lo pasaba pensando, vacilando, en lugar de tomar por el camino más corto v sencillo. Uno tenía que decidir qué resultado quería obtener y después dar el paso que provocaría ese resultado. Si tuviera el poder y los recursos de Timwick, no existirían límites para lo que él podría hacer. Aunque no quería el trabajo de Timwick. Le gustaba lo que hacía. No eran muchos los que encontraban su nicho en la vida como había hecho él.

Apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento y observó la casa.

Era más de medianoche. La madre ya debía de estar por volver. Él ya se había encargado de aflojar la lámpara de luz del porche. Si Timwick llamara enseguida, tal vez no tuviera que entrar en la casa.

¿Por qué el cretino no se decidía de una vez y optaba por lo más simple e inteligente, que era dejar que él, Fiske, la matara?