173937.fb2 La Cara del Enga?o - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 5

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CAPITULO 03

– Sabes que vas a terminar haciéndolo, mamá -decía Bonnie-. No entiendo por qué te preocupas tanto.

Eve se incorporó en la cama y miró hacia el asiento debajo de la ventana. Cuando venía, Bonnie siempre se sentaba en el asiento bajo la ventana, con las piernas enfundadas en jeans cruzadas con displicencia.

– No voy a hacer nada.

– No podrás evitarlo, créeme.

– Puesto que solamente eres un sueño, no puedes saber más de lo que sé yo.

Bonnie suspiró.

– No soy un sueño, soy un fantasma, mamá. ¿Qué tengo que hacer para convencerte? No tendría que resultar tan difícil ser un fantasma.

– Dime dónde estás, entonces.

– No sé dónde me enterró. Yo ya no estaba allí.

– Claro, qué convincente.

– Mandy tampoco lo sabe. Pero te aprecia.

– ¿Si está allí contigo, por qué no me dices su verdadero nombre?

– Los nombres ya no nos importan, mamá.

– A mí sí me importan.

Bonnie sonrió.

– Porque necesitas darle un nombre al cariño. Realmente no es necesario.

– Todo muy profundo para una chiquilla de siete años.

– Oh, por favor, ya pasaron diez años. Deja de tratar de atraparme. ¿Quién te dijo que los fantasmas no crecen? No me iba a quedar con siete años para siempre.

– Estás igual.

– Porque soy lo que quieres ver. -Se apoyó contra la pared junto a la ventana. -Estás trabajando demasiado, mamá. Me preocupo por ti. Tal vez este trabajo con Logan te haga bien.

– No lo voy a aceptar. -Bonnie sonrió. -Te aseguro que no lo voy a aceptar.

– Como quieras. -Bonnie miraba por la ventana. -Estuviste pensando en mí y en la madreselva esta noche. Me gusta cuando te sientes bien con respecto a mí.

– Ya me lo has dicho antes.

– Entonces te lo repito. Al principio sufrías tanto, que ni siquiera podía acercarme a ti.

– No estás cerca de mí ahora tampoco. No eres más que un sueño.

– ¿Un sueño? -Bonnie la miró y su rostro se encendió con una sonrisa llena de amor. -¿Entonces no te molesta que tu sueño se quede un rato más? A veces te extraño tanto, mamá.

Bonnie, mi amor, aquí.

Oh, Dios, aquí.

Qué importaba que fuera un sueño.

– Sí, quédate -susurró-. Quédate, por favor, mi amor.

El sol entraba por la ventana cuando Eve abrió los ojos a la mañana siguiente. Echó un vistazo al reloj y se incorporó de inmediato. Eran casi las ocho y media y siempre se levantaba a las siete. Lo extraño era que mamá no hubiera venido a ver por qué no se levantaba.

Bajó los pies al suelo y se encaminó por el corredor hacia la ducha, sintiéndose descansada y optimista como sucedía siempre que soñaba con Bonnie. Un psiquiatra se haría un picnic con esos sueños, pero a Eve no le importaba nada. Había empezado a soñar con Bonnie tres años después de su muerte. Los sueños venían con frecuencia, pero no había forma de decir cuándo los tendría o qué era lo que los provocaba. ¿Tal vez cuando tenía un problema y necesitaba resolverlo? De cualquier modo, el efecto era siempre positivo. Cuando despertaba, se sentía serena y capaz, como hoy, segura de poder llevarse el mundo por adelante.

Y a John Logan también.

Se vistió rápidamente con jeans y una camisa blanca suelta, el uniforme que usaba para trabajar y bajó la escalera corriendo.

– Mamá, me quedé dormida. ¿Por qué no me…?

No había nadie en la cocina. No había aroma a panceta, no había sartenes sobre las hornallas… La habitación estaba igual que cuando había estado allí a la medianoche.

Y, cuando Eve se acostó, Sandra no había llegado todavía. Miró por la ventana y sintió una oleada de alivio. El coche de su madre estaba en la entrada, en el lugar de siempre.

Seguramente había llegado tarde y se había quedado dormida ella también. Era sábado y no tenía que trabajar.

Iba a tener que ser cuidadosa y no decirle que se había preocupado, pensó Eve con pesar. Sandra había notado la tendencia que tenía Eve hacia la sobreprotección y tenía todo el derecho del mundo de molestarse ante esa actitud.

Se sirvió un vaso de jugo de naranja de la heladera, tomó el teléfono que estaba en la pared y marcó el número de Joe en el Departamento de Policía.

– Diane dice que no la llamaste -le informó él-. Deberías de estar llamándola a ella, no a mí.

– Esta tarde, te lo prometo. -Se sentó a la mesa de la cocina. -Cuéntame de John Logan.

– Hubo un silencio del otro lado de la línea.

– ¿Se puso en contacto contigo?

– Anoche.

– ¿Te ofreció un trabajo?

– Sí.

– ¿Qué clase de trabajo?

– No sé. No me quiere decir casi nada.

– Bueno, si me llamaste es porque lo estás pensando. ¿Qué te puso de carnada?

– La Fundación Adam.

– ¡Ay, diablos, cómo te investigó!

– Es astuto. Quiero saber cuan astuto. -Bebió un sorbo de jugo de naranja. -Y también si es honesto.

– En fin, digamos que no está en la misma categoría que tu traficante de drogas de Miami.

– Eso no me consuela nada. ¿Estuvo metido alguna vez en algo ilegal?

– Que yo sepa, no. Al menos aquí en este país.

– ¿Qué, no es un ciudadano estadounidense?

– Sí, pero cuando estaba formando su empresa pasó unos cuantos años en Singapur y en Tokio, tratando de mejorar sus productos y estudiando estrategias de mercado.

– Pues parece que le dio resultado. ¿Hablabas en serio cuando dijiste que era probable que hubiera dejado unos cuántos cadáveres al costado del camino?

– No, bromeaba. No sabemos mucho acerca de esos años que pasó afuera. La gente que ha estado en contacto con él es dura como el diablo y lo respeta mucho. ¿Te dice algo, eso?

– Sí, que tengo que tener cuidado.

– Exactamente. Tiene fama de ser un tipo que va de frente; sus empleados le son muy fieles. Pero tienes que tener en cuenta que todo eso es sólo lo que se ve en la superficie.

– ¿Puedes averiguarme más detalles?

– ¿Cómo cuáles?

– Cualquier cosa. Como qué ha estado haciendo últimamente que salga de lo cotidiano, por ejemplo. ¿Puedes tratar de obtener ese tipo de información?

– Dalo por hecho. Comenzaré ahora mismo. -Hizo una pausa. -Pero no te va a salir barato. Esta misma tarde la llamarás a Diane y te vienes a la casa del lago con nosotros el fin de semana que viene.

– No tengo tiempo para… -Suspiró. -Muy bien, iré.

– Y sin cráneos dando vuelta en tu maleta.

– De acuerdo.

– Y dispuesta a pasarlo bien.

– Siempre lo paso bien contigo y con Diane. Pero no sé por qué se toman tantas molestias conmigo.

– Se llama amistad. ¿Conoces esa palabra?

– Sí, gracias, Joe.

– ¿Por qué me agradeces, por sacar al sol los trapitos sucios de Logan?

– No. -Por haber sido el único que había puesto freno a la locura que la había acechado durante tantas noches de horror, por todos los años de trabajo y compañerismo que habían seguido. Carraspeó. -Gracias por ser mi amigo.

– Bueno, como soy tu amigo, te aconsejo que te muevas con mucho cuidado en lo que respecta al señor Logan.

– Es una cantidad enorme de dinero para los niños, Joe.

– Qué bien supo atacar por tu flanco débil para poder manejarte.

– No me maneja. Todavía no tomé ninguna decisión. -Terminó el jugo de naranja. -Tengo que ponerme a trabajar. ¿Me avisarás cuando sepas algo?

– Por supuesto.

Eve colgó y enjuagó el vaso.

¿Café?

No, se prepararía una jarra en el laboratorio. Durante los fines de semana, por lo general mamá venía a tomar café con ella durante la mañana. Era un agradable recreo para ambas.

Tomó la llave del laboratorio del recipiente azul que estaba sobre la mesada, bajó corriendo los escalones del porche y se encaminó hacia el laboratorio.

Basta de pensar en Logan. Tenía trabajo que hacer. Tenía que terminar con la cabeza de Mandy y tenía que revisar el paquete que el Departamento de Policía de Los Ángeles le había enviado la semana pasada.

Logan iba a llamar o a pasar por su casa hoy mismo. No tenía la menor duda. Bueno, que viniera y hablara todo lo que quisiera. No obtendría ninguna respuesta. Tenía que averiguar más sobre…

La puerta del laboratorio estaba entreabierta.

Se quedó paralizada en el sendero.

Estaba segura de que la había cerrado la noche anterior como hacía siempre. La llave había estado en el recipiente azul, donde la dejaba siempre.

¿Mamá?

No, el batiente de la puerta estaba astillado, como si alguien hubiese forzado la cerradura. Tenía que haber sido un ladrón.

Abrió la puerta lentamente.

Sangre.

Dios Santo, sangre por todas partes…

En las paredes.

En los estantes.

Sobre el escritorio.

Los estantes de la biblioteca habían sido arrojados al suelo y despedazados. El sofá estaba patas arriba, los vidrios de las fotografías enmarcadas estaban destrozados.

Y la sangre…

El corazón se le fue a la garganta.

¿Mamá? ¿Habría entrado al laboratorio y sorprendido al ladrón?

Se lanzó hacia delante, con el pecho cerrado por el pánico.

– ¡Por Dios, es Tom-Tom!

Eve giró en redondo y vio a su madre de pie en la puerta. Sintió tanto alivio que se le aflojaron las rodillas.

Su madre estaba mirando hacia un rincón de la habitación.

– ¿Quién pudo hacerle eso a un pobre gatito?

Eve siguió su mirada y el estómago se le dio vuelta. El gato persa estaba bañado en sangre y era casi imposible reconocerlo. Tom-Tom pertenecía a una vecina, pero pasaba mucho tiempo en el jardín de ellas, persiguiendo a los pájaros que atraía la madreselva.

– La señora Dobbins se va a morir de pena. -La madre de Eve entró en el laboratorio. -Ese gato viejo era lo único que quería en el mundo. ¿Por qué habrán…? -Sus ojos se posaron en el suelo, junto al escritorio.

– ¡Ay, Eve, cuánto lo siento! Todo tu trabajo…

La computadora estaba destrozada y junto a ella se veía el cráneo de Mandy, hecho pedazos con la misma crueldad y eficiencia que habían sido utilizadas en todos los demás objetos de la habitación.

Eve se arrodilló junto a los trozos de cráneo. Solamente por milagro iba a poder armarlo de nuevo.

Mandy… Perdida. Tal vez para siempre.

– ¿Se llevaron algo? -preguntó Sandra.

– Creo que no. -Cerró los ojos. Mandy… -Solamente destrozaron todo.

– ¿Vándalos? Pero los muchachos del vecindario son tan agradables… No creo que…

– No. -Eve abrió los ojos. -¿Puedes ir a llamar a Joe, mamá? Dile que venga enseguida. -Miró el gato y los ojos se le llenaron de lágrimas. Tenía casi diecinueve años y merecía una muerte más benigna. -Y consigue una caja y una sábana. Mientras esperamos, le llevaremos a Tom-Tom a la señora Dobbins y la ayudaremos a enterrarlo. Le diremos que lo atropello un coche. Es mejor que contarle que un salvaje demente hizo esto.

– De acuerdo.

Sandra se apresuró a salir.

Un salvaje demente.

La destrucción era salvaje, pero no era ni demencial ni había sido hecha al azar. Era completa y sistemática. Quienquiera que hubiera hecho esto había querido asustarla y perjudicarla.

Acarició un trozo del cráneo de Mandy. La violencia había afectado a la chiquilla aun en la muerte. No tendría que haberle sucedido, como tampoco tenía que haber muerto ese pobre gato con tanta brutalidad. Estaba mal, muy mal.

Recogió con cuidado los trozos del cráneo, pero no tenía dónde ponerlos. La repisa del otro extremo de la habitación estaba destrozada, como todo lo demás. Dejó los trozos sobre el escritorio ensangrentado.

¿Pero por qué estaba el cráneo de este lado de la habitación? Se preguntó de pronto. El vándalo lo había llevado hasta allí en forma deliberada antes de destrozarlo. ¿Por qué?

El pensamiento desapareció de su cabeza cuando vio que del cajón superior del escritorio chorreaba sangre.

¡Ay, Dios!, ¿más, todavía?

No quería abrir el cajón, no lo iba a abrir.

Lo abrió.

Lanzó un grito y saltó hacia atrás.

Adentro había un río de sangre y en el medio de un charco pegajoso, una rata muerta.

Cerró el cajón con violencia.

– Traje la caja y la sábana. -Su madre había vuelto a aparecer. -¿Quieres que lo haga yo?

Eve negó con la cabeza. Sandra tenía aspecto de estar a punto de descomponerse, igual que ella.

– No, lo haré yo. ¿Joe va a venir?

– De inmediato.

Eve tomó la sábana, juntó coraje y avanzó hacia el gato. Todo va a estar bien, Tom-Tom. Te vamos a llevar a casa.

Joe se encontró con ella en la puerta del laboratorio dos horas más tarde. Después de echar una mirada, le alcanzó un pañuelo.

– Tienes una mancha en la mejilla.

– Acabamos de enterrar a Tom-Tom. -Eve se secó las lágrimas de la cara. -Mamá sigue allí con la señora Dobbins. Pobre, amaba ese gato. Era como un hijo para ella.

– A mí me darían ganas de matar a alguien si le hicieran algo a mi perro. -Joe sacudió la cabeza. -Echamos polvo por todas partes, pero no pudimos recoger huellas digitales. Sin duda tenía guantes. Lo que sí descubrimos fueron pisadas parciales en la sangre. Grandes, probablemente de un hombre y solamente un juego, así que apostaría a que fue un solo tipo. -¿Notaste que faltara algo?

– No, parecería que no. Todo está… Destrozado.

– No me gusta. -Joe miró los escombros por encima de su hombro. -Alguien se tomó su tiempo para hacer bien el trabajo. Se ensañó con todo, no parece algo hecho al azar.

– Yo pensé lo mismo. Alguien quiso perjudicarme.

– ¿Hay muchachones en el vecindario?

– No sospecharía de ellos. Esto es algo muy frío.

– ¿Llamaste a la compañía de seguros?

– Todavía no.

– Tendrías que hacerlo.

Eve asintió. Apenas el día anterior le había dicho a Logan que no le preocupaba dejar el laboratorio abierto. No había imaginado que pudiera suceder algo así.

– Me siento muy mal, Joe.

– Te entiendo. -Le tomó la mano y se la apretó con fuerza, para tranquilizarla. -Voy a poner un patrullero a vigilar la casa. ¿O qué te parece si tú y tu mamá vienen a casa por unos días?

Eve negó con la cabeza.

– De acuerdo. -Vaciló. -Tengo que volver al Departamento. Quiero revisar registros, ver si hubo delitos parecidos últimamente en la zona. ¿Podrás arreglártelas sin mí?

– Sí, me las arreglaré. Gracias por venir, Joe.

– Ojalá pudiera hacer más. Interrogaremos a los vecinos para ver si nos enteramos de algo.

Eve asintió.

– Pero no mandes a nadie a casa de la señora Dobbins.

– Muy bien. Si me necesitas, llámame.

Ella se quedó mirándolo alejarse, luego se volvió hacia el laboratorio. No quería entrar. No quería volver a ver esa violencia y ese horror.

Pero tenía que hacerlo. Tenía que asegurarse de que no faltara nada y luego llamar a la compañía aseguradora. Juntó fuerzas y entró. La sangre la volvió a golpear como un mazazo. Dios, qué miedo había tenido de que esa sangre fuera de su madre.

Gatos muertos, ratas deshechas y sangre. Tanta sangre.

Salió corriendo por la puerta y se dejó caer sobre el escalón de entrada. Qué frío. Se sentía helada. Cruzó los brazos alrededor del cuerpo en un intento vano por alejar el frío.

– Hay un patrullero estacionado afuera. ¿Estás bien?

Levantó la vista y vio a Logan de pie a unos pasos de distancia. No podía lidiar con él ahora.

– Váyase.

El miró por detrás de ella, hacia la puerta.

– ¿Pasó algo?

– Sí.

– Enseguida vuelvo. -Pasó junto a Eve y entró en el laboratorio. Instantes después, volvió a aparecer. -Feo, muy feo.

– Mataron al gato de mi vecina. Destrozaron a Mandy.

– Vi los huesos astillados sobre el escritorio. -Hizo una pausa. -¿Fue allí donde los encontraste?

Eve negó con la cabeza.

– En el suelo, junto al escritorio.

– ¿Pero a ti y a tu madre no les pasó nada?

¿Dios, por qué no podía parar de temblar?

– Váyase, no quiero hablar con usted.

– ¿Dónde está tu madre?

– En lo de la señora Dobbins. Era su gato… Váyase.

– No me voy a ir hasta que venga alguien a encargarse de ti. -La hizo levantarse. -Vamos a la casa.

– No necesito que nadie se encargue… -La estaba arrastrando a medias por el sendero. -¡Suélteme, no me toque!

– Sí, sí, no bien te haga entrar y tomar algo caliente.

Eve apartó su brazo con violencia.

– No tengo tiempo de sentarme a tomar café. Tengo que llamar a la compañía de seguros.

– Lo haré yo. -La empujó suavemente escalones arriba y la hizo entrar en la cocina. -Me encargaré de todo.

– No quiero que se encargue de nada. Quiero que se vaya.

– Entonces cállate un instante mientras te preparo algo para tomar. -La sentó en una silla frente a la mesa. -Es la forma más fácil de deshacerte de mí.

– No me quiero sentar… -Eve se dio por vencida. No estaba con fuerzas para pelear. -Apúrese, entonces.

– Sí, señora. -Logan se volvió hacia los armarios. -¿Dónde está el café?

– En el tarro azul sobre la mesada.

Él puso agua dentro de la jarra de vidrio.

– ¿Cuándo sucedió?

– Anoche. Después de medianoche.

– ¿Cerraste el laboratorio con llave?

– ¡Por supuesto!

– Bueno, tranquila. -Midió el café y lo puso en la cafetera eléctrica. -¿No oíste nada?

– No.

– Qué extraño, con todo lo que rompieron.

– Joe dijo que el que lo hizo sabía muy bien lo que estaba haciendo.

Logan se concentró en la cafetera.

– ¿Tienen idea de quién puede haber sido?

Ella sacudió la cabeza.

– No había huellas. Debe de haber llevado guantes.

Logan tomó un saco de una percha en la puerta del lavadero.

– Guantes. Entonces no eran aficionados.

– Ya le dije que no.

Le colocó el saco sobre los hombros.

– Es cierto.

– Este saco es de mi madre.

– Bueno, pero lo necesitas. No creo que a ella le moleste.

Lo necesitaba, sí. No podía dejar de temblar.

Logan tomó el teléfono.

– ¿Qué hace?

– Voy a llamar a mi asistente personal, Margaret Wilson. ¿Cómo se llama la compañía de seguros?

– Security America, pero no quiero que…

– Hola, Margaret, habla John -dijo él por el teléfono-. Necesito que… Sí, ya sé que es sábado. -Escuchó con paciencia. -Sí, Margaret, sé que es un abuso y te agradezco mucho tu paciencia. ¿Ahora puedes callarte un minuto y dejarme decirte lo que necesito?

Eve lo miró, azorada. No había sabido muy bien qué esperar, pero por cierto no era ver a Logan sermoneado por una de sus empleadas.

Él le hizo una mueca, mientras seguía escuchando a su interlocutora.

– ¿Ahora? -repitió por el teléfono.

Al parecer, esta vez la respuesta fue afirmativa, pues él dijo:

– Hay que hacer un informe para Security America a nombre de Eve Duncan. -Deletreó el apellido. -Entrada por la fuerza, vandalismo y posible robo. Si necesitas detalles o verificación de algo, llama a Joe Quinn, del Departamento Policial de Atlanta. Quiero que venga un investigador de reclamos ya mismo y contrata también un equipo de limpieza. Quiero que el laboratorio esté como nuevo antes de medianoche. -Suspiró. -No, no quiero que vueles hasta aquí y lo limpies tú, Margaret. No hace falta que te pongas sarcástica. Encárgate de todo, nada más. No quiero que a Eve Duncan la molesten para nada que no sea firmar el informe para la compañía de seguros. También quiero que consigas agentes de seguridad que vigilen la propiedad y protejan a Eve y a Sandra Duncan. Llámame si tienes algún problema. No, no es que dude de tu eficiencia, solamente quería… -Escuchó unos instantes más y luego dijo con tono gentil, pero firme: -Hasta luego, Margaret. -Colgó y buscó una taza dentro del armario. -Margaret se encargará de todo.

– No le hizo demasiada gracia.

– Le gusta hacerse rogar. Si lo hubiera hecho yo, me habría acusado de no confiar en ella lo suficiente como para encargarle las cosas. -Sirvió café caliente en la taza. -¿Leche o azúcar?

– No, negro. ¿Hace mucho que está con usted?

– Nueve años. -Logan dejó la taza delante de ella. -Tenemos que volver al laboratorio y sacar todas las cosas que no quieres que el inspector de seguros revise.

– No hay apuro. -Eve bebió un sorbo de café. -Nunca vi que las compañías de seguros actúen con tanta velocidad.

– Confía en Margaret. Alguien vendrá pronto. -Se sirvió café y se sentó frente a Eve. -Ella se lo toma como un desafío.

– Yo no la conozco a Margaret, así que no puedo confiar en ella. Como tampoco confío en usted. -Lo miró a los ojos. -Y no necesito agentes privados de seguridad aquí. Joe hizo arreglos para que nos vigilara un patrullero.

– Qué bien. Pero unas pocas precauciones adicionales no le hacen mal a nadie. Estos hombres no te causarán molestias. -La miró mientras bebía café. -Ya tienes mejor color. Pensé que te ibas a desmayar.

Realmente, Eve se sentía mejor. Ya no temblaba tanto.

– No sea ridículo, en ningún momento estuve por desmayarme. Trabajo con cosas horrendas todos los días. Estaba alterada, nada más.

– Tenías todo el derecho de estarlo y lo que sucedió, además de ser horrible, te tocó muy de cerca, lo que lo hace diferente.

Sí, su vida privada había sido serena y libre de violencia desde aquella noche en la cárcel. No había estado preparada para este brote de horror.

– Es más que eso. Me hace sentirme una víctima. Juré que nunca iba a… ¡Ay, que odio!

– Me doy cuenta.

Eve terminó el café y se puso de pie.

– Si realmente piensa que alguien de la compañía de seguros va a venir pronto, creo que me conviene ir a terminar de revisar el laboratorio.

– Tómate un poco más de tiempo. Como dijiste, tampoco hay tanta prisa.

– Quiero terminar con eso. -Se dirigió a la puerta. -Mi madre vendrá pronto y no quiero que sienta que tiene que ayudarme.

– Proteges mucho a tu madre. -La siguió escalones abajo. -¿Son muy apegadas?

– Sí. Antes no nos llevábamos tan bien, pero ahora somos buenas amigas.

– ¿Amigas?

– Me lleva solamente quince años, es casi como si hubiéramos crecido juntas. -Lo miró por encima del hombro. -No tiene por qué venir conmigo ¿sabe?

– Sí, lo sé. -Abrió la puerta del laboratorio y la dejó pasar. -Pero Margaret se pondría furiosa si la hiciera trabajar a ella y yo me quedara sin hacer nada.