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El avión aterrizó en un pequeño aeropuerto privado cerca de Arlington, en el estado de Virginia. El equipaje de ambos fue transferido inmediatamente a una limusina estacionada junto al hangar.
Cuánta comodidad se compra con dinero, pensó Eve con ironía. Sin duda el conductor desplegaría toda la obsecuente formalidad de un personaje de Wodehouse.
El chofer pelirrojo descendió de la limusina.
– Hola, John. ¿Tuviste un buen viaje?
Era pecoso, apuesto y no tenía más de treinta años. Estaba vestido con jeans y una camisa escocesa que reflejaba el azul de sus ojos.
– Bastante bueno. Gil Price, Eve Duncan.
Gil le estrechó la mano.
– La mujer de los huesos. Vi tu fotografía en 60 minutos. Eres más bonita en persona. Tendrían que haberse concentrado en ti y no en ese cráneo.
– Gracias, pero no tenía ningún deseo de aparecer en la televisión nacional. Ya tuve demasiadas cámaras en mi vida.
– A John tampoco le gustan. El año pasado en París tuve que romper una. -Hizo una mueca. -Y después John tuvo que arreglar en el tribunal con el canalla que alegó que le partí la cabeza y no la cámara. Odio a los paparazzi.
– Bueno, los paparazzi no suelen perseguirme, así que no vas a tener ese problema.
– Lo tendré si vas a andar con John. Sube y te llevaré a Barrett House.
– ¿Barrett House? Suena mucho a Dickens.
– No, solía ser una posada durante la Guerra Civil. John la compró el año pasado y la remodeló por completo.
– ¿Llegó Margaret? -preguntó Logan mientras subía al automóvil detrás de Eve.
– Hace dos horas, y mala como una araña, encima. Te voy a cobrar doble por ir a recogerla. -Gil subió al asiento del conductor. -No lo puedo entender. ¿Por qué no me quiere? Todos me quieren.
– Debe de ser un defecto de su carácter -respondió Logan-. El problema no lo tienes tú, por supuesto.
– ¡Lo mismo que pienso yo! -Gil encendió el motor y el reproductor de CD. La limusina se inundó con los sonidos tristes de Feed Jake
– La ventanilla, Gil -le recordó Logan.
– Oh, cierto. -Gil sonrió a Eve por encima del hombro. -Antes, John tenía un Jeep, pero no soporta la música country, así que se compró este coche fúnebre nada más que para poder tener una ventanilla de separación.
– Me gusta la música country -objetó Logan-. Lo que no tolero son las canciones lúgubres que amas. Vestidos de novia manchados de sangre, perros junto a las tumbas.
– Eso es porque te emocionas y no quieres demostrarlo. ¿Crees que no vi cómo se te humedecen los ojos? Consideremos a Feed Jake, por ejemplo. Es…
– Considéralo tú. La ventanilla.
– Está bien, está bien. -La ventanilla subió en silencio y la música se apagó.
– Espero que no te moleste -le dijo Logan a Eve.
– No, no me gustan las canciones tristes. Pero me cuesta imaginarlo a usted llorando sobre su cerveza al escucharlas.
Él se encogió de hombros.
– Soy humano. Esos compositores de música country saben dónde pegarte.
La mirada de Eve se posó en la nuca de Gil.
– Es agradable. No precisamente lo que me esperaba de uno de sus empleados.
– Gil no es lo que nadie espera, pero es buen conductor.
– ¿Y guardaespaldas?
– Sí, eso también. Estuvo en la Policía Militar de la Fuerza Aérea, pero no responde bien a la disciplina.
– ¿Y usted?
– No, tampoco, pero por lo general trato de encontrarle la vuelta en lugar de derribar gente a puñetazos. -Señaló por la ventana lateral. -Estaremos en mi propiedad dentro de unos minutos. Es una zona muy bonita, con muchos bosques y praderas.
– Sí, supongo que sí. -Estaba demasiado oscuro como para ver algo que no fueran los árboles en sombras. Eve seguía compenetrada en la comparación que había hecho Logan entre Price y él mismo.
– ¿Y qué hace cuando no puede encontrarle la vuelta al que trata de disciplinarlo?
– Ah, entonces lo derribo a puñetazos, por supuesto. -Sonrió. -Por eso Gil y yo nos llevamos bien. Somos almas gemelas. -Tomaron una curva en el camino y un portón de hierro forjado apareció ante ellos.
Eve vio que Gil apretaba un control sobre el tablero y los portones se abrían lentamente.
– ¿La cerca también está electrificada? -preguntó.
Logan asintió.
– Y tengo un empleado de seguridad monitorizando la propiedad con cámara de vídeo desde la cochera.
Eve sintió un escalofrío repentino.
– Mucha tecnología. Quiero un control remoto para abrir el portón. -Logan se quedó mirándola. -Los portones a veces no sólo sirven para que no entre alguien, sino para que nadie salga. No me gusta la idea de estar en una jaula.
– No trato de mantenerte prisionera, Eve.
– No, siempre y cuando obtenga lo que quiere de algún otro modo. ¿Pero y si no puede?
– No te puedo obligar a trabajar.
– ¿Ah, no? Usted es un hombre inteligente, Logan. Quiero un control remoto para poder abrir el portón.
– Mañana. Habrá que programarlo. -Esbozó una sonrisa socarrona. -Creo que podemos dar por sentado que no voy a tratar de forzarte a nada en las próximas veinticuatro horas.
– De acuerdo, mañana. -Eve se inclinó hacia adelante cuando apareció la casa. La Luna había salido desde detrás de las nubes y la iluminaba de lleno. Barrett House era una gran casa de dos pisos que mantenía su aspecto de posada del siglo XIX. No había nada pretencioso en ella y la hiedra que cubría las paredes suavizaba las piedras. Cuando Gil detuvo el coche delante de la puerta, Eve preguntó:
– ¿Por qué compró una posada que había que restaurar? ¿Por qué, directamente, no construyó una casa nueva?
Logan bajó del automóvil y extendió una mano para ayudarla.
– Tenía algunas cosas que me gustaban mucho.
– No me diga nada. Tenía su propio cementerio.
El sonrió.
– El cementerio de la familia Barrett está del otro lado de la colina. Pero no compré la posada por eso. -Abrió la gran puerta principal de caoba. -No hay demasiados empleados que vivan aquí. Hago venir gente desde la ciudad, dos veces por semana, para limpiar. Tendremos que arreglárnoslas con la cocina.
– No hay problema. No estoy acostumbrada a que me sirvan y la comida no es una de mis prioridades.
La mirada de Logan la recorrió rápidamente.
– Se nota. Eres delgada como un galgo.
– Me gustan los galgos -anunció Gil mientras entraba con el equipaje-. Son elegantes y tienen ojos grandes y melancólicos. Una vez tuve uno. Sufrí increíblemente cuando murió. ¿Dónde quieres que deje las maletas de ella, John?
– La primera puerta al llegar arriba -respondió Logan.
– Perfecto. -Gil comenzó a subir. -Bastante aburrido. Yo estoy en la vieja casa para carruajes, Eve. Deberías pedirle que te ponga allí. Hay más intimidad.
– Aquí es más cómodo para ir al laboratorio -dijo Logan.
Y para que me vigile, pensó Eve.
– Margaret se debe de haber ido a acostar. Podrás conocerla mañana a la mañana. Creo que encontrarás todo lo que necesitas en el dormitorio.
– Quiero ver el laboratorio.
– ¿Ahora?
– Sí, puede que no lo haya equipado como corresponde y yo tenga que añadir cosas.
– Entonces acompáñame, por favor. Es una de las habitaciones nuevas en la parte trasera. Yo no lo vi, todavía. Le dije a Margaret que consiguiera todo lo que le parecía que ibas a necesitar.
– La eficiente Margaret otra vez.
– No es solamente eficiente. Es excepcional.
Eve siguió a Logan por una gigantesca sala de estar con un hogar donde cabía una persona de pie, pisos de madera cubiertos por alfombras de yute, y grandes sillones de cuero. Parecía una cabaña, decidió.
Él la llevó por un pasillo y luego abrió una puerta.
– Aquí tienes.
Frío. Estéril. Todo acero inoxidable y vidrio.
– ¡Oh! -Logan hizo una mueca. -Ésta debe de ser la idea que tiene Margaret de un paraíso científico. Trataré de volvértelo un poco más cálido.
– No tiene importancia. No voy a estar aquí mucho tiempo. -Eve avanzó hacia el pedestal. Era fuerte y movible. Las tres cámaras de vídeo montadas sobre trípodes junto a él eran de primera calidad, al igual que la computadora, la mezcladora y la videograbadora. Fue hacia la mesa de trabajo. Los instrumentos de medición eran de máxima calibración, pero prefería los que había traído ella. Tomó la caja de madera del estante que había arriba de la mesa de trabajo y se encontró frente a dieciséis pares de ojos mirándola. Todas variaciones de castaño, gris, verde, azul y pardo. -Con azul y castaño hubiera sido suficiente -dijo-. El castaño es el color más común de ojos.
– Le pedí que te consiguiera todo lo que pudieras necesitar.
– Pues no hay dudas de que lo hizo. ¿Cuándo puedo empezar a trabajar?
– Dentro de un par de días. Estoy esperando noticias.
– ¿Y mientras qué tengo que hacer, quedarme sentada tamborileando los dedos?
– ¿Quieres que desentierre a alguno de los Barrett para que practiques?
– No, quiero terminar el trabajo e irme a casa.
– Me diste dos semanas. -Se volvió hacia la puerta. -Vamos, estás cansada. Te mostraré tu habitación.
Estaba cansada, sí. Sentía como si hubieran pasado mil años desde que había entrado en el laboratorio esa mañana. De pronto quiso volver a estar en su casa. ¿Qué estaba haciendo aquí? No tenía nada que hacer en esta casa con un hombre en el cual no confiaba.
La Fundación Adam. No importaba si le gustaba estar aquí o no. Tenía un trabajo y un propósito. Se acercó a Logan.
– Ya se lo dije una vez. No voy a hacer nada ilegal.
– Sé que hablabas en serio cuando lo dijiste.
Lo que no significaba que lo hubiera aceptado. Eve apagó la luz v salió al pasillo.
– ¿Va a decirme de una buena vez por qué me trajo aquí y por qué tengo que hacer lo que quiere que haga?
Logan sonrió.
– Es tu deber para con la patria.
– Tonterías. -Eve entornó los párpados. -¿Es algo relacionado con la política?
– ¿Por qué crees eso?
– Se lo conoce por sus actividades públicas y por las que realiza detrás de bambalinas.
– Creo que debería sentirme aliviado de que ya no pienses que soy un asesino múltiple.
– No dije eso. Estoy explorando todas las posibilidades. ¿Es algo de política?
– Puede ser.
De pronto, un pensamiento cruzó por la mente de Eve.
– Santo Dios ¿Está tratando de desprestigiar a alguien?
– No estoy de acuerdo con las campañas de desprestigio. Digamos que las cosas no son siempre lo que parecen y soy de la opinión de que hay que sacar la verdad a la luz.
– Si le conviene a usted, claro.
Él asintió con aire burlón.
– Por supuesto.
– Yo no quiero tener nada que ver con eso.
– No tendrás nada que ver… Siempre que yo tenga razón. Si me equivoco, te vuelves a casa y olvidamos que estuviste aquí. -La precedió escaleras arriba. -¿Te parece justo?
Tal vez sus motivos no tuvieran que ver con la política. Tal vez fueran personales.
– Veremos.
– Así, es veremos. -Abrió la puerta y se hizo a un lado. -Buenas noches, Eve.
– Buenas noches.
Eve entró y cerró la puerta. La habitación era de estilo campestre, cómoda, con una cama con baldaquino cubierta con un acolchado en tonos ladrillo y crema y sencillos muebles de pino. Lo único que le interesó fue el teléfono sobre la mesa de luz. Se sentó sobre la cama y marcó el número de Joe Quinn.
– Hola -respondió él, adormilado.
– Joe, Eve.
La voz de él perdió todo rastro de sueño.
– ¿Todo bien?
– Sí. Lamento despertarte, pero quería decirte dónde estoy y darte mi número de teléfono. -Le dictó el número impreso sobre el aparato. -¿Anotaste?
– Sí. ¿Dónde diablos estás?
– En Barrett House. La propiedad de Logan en Virginia.
– ¿Y esto no podía esperar hasta mañana?
– Posiblemente. Pero quería que lo supieras. Me siento algo… desconectada.
– Estás tensa como el diablo. ¿Aceptaste el trabajo?
– ¿Por qué crees que estaría aquí, si no fuera así?
– ¿Y qué te asusta?
– No estoy asustada.
– Ah, no, vamos. No me has llamado en medio de la noche desde que Bonnie…
– No tengo miedo. Sólo quería darte el teléfono. -Una idea le vino a la cabeza. -Logan tiene un empleado, Gil Price. Solía ser parte de la Policía Militar de la Fuerza Aérea. -¿Quieres que lo investigue?
– Sí, creo que sí.
– No hay problema.
– ¿Y vigilarás a mamá mientras no estoy?
– Por supuesto, sabes que lo haré. Le diré a Diane que vaya a tomar café con ella mañana a la tarde.
– Gracias, Joe. Vuelve a dormir.
– Sí, claro. -Hizo una pausa. -Esto no me gusta. Ten cuidado, Eve.
– No hay por qué tenerlo. Adiós.
Eve cortó y se puso de pie. Se daría un baño, se lavaría el pelo y luego se acostaría. No había estado bien en despertar a Joe, pero el solo hecho de oír esa voz conocida la había hecho sentirse mejor. Nada de este lugar resultaba fuera de lo común ni intimidador, ni siquiera el agradable Gil Price, pero de todos modos, se sentía inquieta. No podía discernir cuánto era auténtico y cuánto había sido puesto como una pátina para desarmarla. Además, no le gustaba estar tan aislada.
Pero ahora tenía una conexión con el mundo exterior.
Joe sería su red de seguridad mientras caminara por esta cuerda floja.
– ¿Era Eve? -Dianne Quinn rodó hacia Joe y apoyó la cabeza sobre una mano. -¿Está todo bien?
Joe asintió.
– Creo que sí. No lo sé. Aceptó un trabajo que puede no ser… No importa. Seguro que no hay razón para preocuparse.
Pero Joe se preocuparía, pensó Diane. Siempre se preocupaba por Eve.
Joe se acostó y se tapó con la sábana.
– Pasa mañana a visitar a su madre ¿quieres?
– Sí, claro. -Diane apagó la luz y se acurrucó contra él. -Lo que digas. Ahora vuélvete a dormir.
– Sí.
No se iba a dormir. Se quedaría tendido en la oscuridad, pensando y preocupándose por Eve. No dejes que te invada el resentimiento. Tienes un buen matrimonio, Joe había heredado suficiente dinero de sus padres como para que tuvieran una vida cómoda aun sin su sueldo. Era considerado, atento, generoso y fantástico en la cama. Diane sabía, al casarse, que Joe y Eve venían en un solo paquete. No había tardado en darse cuenta de que el lazo que los unía era demasiado fuerte como para intentar romperlo. Tenían tanta afinidad que a veces uno terminaba la frase del otro.
Pero ese lazo no era sexual. Al menos no todavía. Y quizá no lo fuera nunca. Esa parte de Joe todavía le pertenecía.
Así que sofoca la envidia y el resentimiento. Sé la amiga de Eve y la esposa de Joe.
Porque era amargamente consciente de que no podía ser una cosa sin ser también la otra.
– Llamó a Joe Quinn hace media hora -Gil dejó una hoja impresa sobre el escritorio, delante de Logan. Aquí está la transcripción de la conversación que hizo Mark.
Logan sonrió apenas, mientras echaba un vistazo al texto.
– Parece que no confía en nosotros, Gil.
– No es tonta, la dama. -Gil se dejó caer sobre el sillón y flexionó una pierna sobre el apoyabrazos. -Bueno, no me sorprende que no confíe en ti. Eres bastante transparente, pero hay que ser sumamente perceptivo para sospechar de mí.
– No son tus condiciones actorales, son esas malditas pecas. -Frunció el entrecejo. -Estuve tratando de ponerme en contacto con Scott Maren en Jordania. ¿Hubo llamadas?
– Nada. -De pronto chasqueó los dedos. -Sí, llamó tu abogado, Novak.
– Puede esperar.
– ¿Quieres que Mark arme lío con la conexión si ella intenta llamar otra vez?
Logan negó con la cabeza.
– Usaría su teléfono digital. Y tal vez lo haga, si sospecha que el teléfono de su habitación está intervenido.
– Como quieras. -Hizo una pausa. -¿Cuándo nos lanzamos a la acción?
– Pronto.
Gil arqueó una ceja.
– ¿No me estarás guardando secretos a mí, no?
– Tengo que estar seguro de que todo esté bien. Timwick ha estado siguiéndome muy de cerca.
– Puedes confiar en mí, John.
– Ya te dije que estoy a la espera.
– De acuerdo, si no vas a abrir esa maldita boca… -Gil se puso de pie y fue hacia la puerta. -Pero no me gusta ir a ciegas.
– No tendrás que ir a ciegas.
– Lo tomo como una promesa. Vete a dormir.
– Sí.
Cuando la puerta se cerró detrás de Gil, Logan volvió a leer la transcripción y luego la arrojó a un lado. Joe Quinn. No podía permitirse subestimar al detective. Eve había despertado una intensa lealtad en Quinn. ¿Lealtad, amistad y qué más? Se preguntó. Quinn era casado, pero eso no tenía importancia.
Qué demonios, no era asunto suyo, siempre y cuando no interfiriera con lo que necesitaba que hiciera Eve. Además, ya tenía bastantes preocupaciones.
Scott Maren estaba deambulando por Jordania y podían matarlo en cualquier momento.
Timwick podía haber hecho conjeturas y sacado conclusiones. Esas conclusiones lo asustarían hasta el punto de llevarlo a dar la orden de asegurar su posición.
Logan no veía la hora de ponerse en contacto con Maren.
Sacó su agenda telefónica personal y la abrió en la última página, donde había solamente tres nombres y números telefónicos.
Dora Bentz
James Cadro.
Scott Maren.
Los teléfonos de Bentz y Cadro podían estar intervenidos, pero de todos modos tenía que llamar y cerciorarse de que estuvieran bien. Luego mandaría a alguien a buscarlos.
Tomó el teléfono y marcó el primero de los números.
El de Dora Bentz.
El teléfono estaba sonando.
Fiske terminó de atar las piernas de la mujer a los postes de la cama y le levantó el camisón por arriba de la cintura.
Tenía más de cincuenta años, pero buenas piernas. Una pena ese abdomen fofo. Debería haber hecho ejercicios abdominales para mantenerlo firme. El hacía doscientos abdominales por día y sus músculos parecían de hierro.
Sacó una escoba del armario de la cocina y volvió a la cama.
El teléfono seguía sonando. ¡Qué insistentes!
Empujó el mango de la escoba dentro de la mujer. La muerte tenía que parecer un crimen sexual, pero no se arriesgaría a eyacular dentro de ella. El semen era una prueba. De todos modos, a muchos asesinos múltiples les costaba eyacular y la escoba era un buen toque. Hablaba de odio hacia las mujeres y profanación de hogares.
¿Algo más?
Seis heridas profundas y salvajes en los senos, la boca tapada con cinta aisladora, la ventana abierta…
No, era un trabajo limpio.
Le hubiera gustado quedarse un rato a admirar lo que había hecho, pero el teléfono no había dejado de sonar. Quienquiera que estuviera del otro lado podía preocuparse y llamar a la policía.
Una última verificación. Caminó hasta la cabecera de la cama y la miró.
Ella le devolvió la mirada, con los ojos abiertos y la expresión aterrada de cuando le había clavado el cuchillo en el corazón.
Sacó el sobre con las fotografías y la lista impresa que Timwick le había dado en el aeropuerto. Le gustaban las listas: mantenían el mundo en orden.
Tres fotografías. Tres nombres. Tres direcciones.
Tachó el nombre de Dora Bentz de la lista.
El teléfono seguía sonando cuando salió del departamento.
No atendía nadie.
Eran las tres y media de la mañana. Tendría que haber atendido.
Con movimientos lentos, Logan dejó el teléfono.
Podía no significar nada. Dora Bentz tenía hijos casados que vivían en Búfalo, estado de Nueva York. Podía estar visitándolos. O de vacaciones en cualquier parte.
O muerta.
Tal vez Timwick se estuviera moviendo rápidamente para atar todos los cabos sueltos.
Carajo. Logan había pensado que tenía tiempo.
Quizá se estuviera apresurando a sacar conclusiones.
¿Demonios, y qué? Siempre había confiado en sus instintos y ahora le estaban hablando a los gritos.
Pero enviar a Gil a ver qué pasaba con Dora Bentz lo delataría. Timwick sabría lo que ahora solamente sospechaba. Logan podía tratar de salvar a Dora Bentz o mantenerse a salvo por unos cuantos días más.
Mierda.
Tomó el teléfono y marcó el número de Gil en la casa de carruajes.
Luces. Luces en movimiento.
Eve dejó de secarse el pelo, se levantó y fue hasta la ventana.
La limusina negra que los había recogido en el aeropuerto se deslizaba por el camino de entrada hacia los portones.
¿Logan?
¿Gil Price?
Eran casi las cuatro de la mañana. ¿Adónde podía estar yendo alguien a esta hora?
Dudaba de que fueran a contárselo si lo preguntaba por la mañana.
Pero de todos modos pensaba hacerlo.