173937.fb2
Eve no se durmió hasta las cinco y su sueño fue intranquilo. Se despertó a las nueve, pero se obligó a quedarse en la cama hasta casi las diez, cuando unos golpes atronadores sonaron en la puerta.
La puerta se abrió antes de que ella pudiera responder y una mujer baja y regordeta entró en la habitación.
– Hola, soy Margaret Wilson. Aquí tienes el control remoto del portón que querías, -Lo dejó sobre la mesa de luz. -Lamento despertarte, pero John dice que metí la pata con el laboratorio. ¿Cómo diablos iba a saber que querías algo bonito y acogedor? ¿Qué tengo que conseguir? ¿Almohadones? ¿Alfombras?
– Nada. -Eve se incorporó en la cama y miró a Margaret Wilson con curiosidad. Tendría probablemente unos cuarenta y tres años. El traje de gabardina gris que llevaba le afinaba la figura regordeta y complementaba el brillante pelo oscuro y los ojos castaños. -Le dije que no iba a estar aquí el tiempo suficiente como para que tuviera importancia.
– Sí que importa. A John le gustan las cosas bien hechas. Y a mí también. ¿Cuál es tu color preferido?
– Verde, creo.
– Debí haberme dado cuenta. Las pelirrojas son bastante predecibles.
– No soy pelirroja.
– Bueno, casi. -Paseó la vista por la habitación. -¿Aquí está todo bien?
Eve asintió mientras se destapaba y bajaba de la cama.
– Perfecto. Entonces me pondré a pedir unas cosas por teléfono. Las mandarán… ¡Cielos, eres un gigante!
Margaret la miraba con el entrecejo fruncido.
– ¿Cuánto mides?
– Un metro setenta y siete.
– Un gigante. Me harás sentir una enana. Odio las mujeres altas y flacas. Le hacen mal a mi psiquis y me vuelvo agresiva.
– No eres tan baja.
– No me trates con condescendencia. -Hizo una mueca. -Ves, estoy a la defensiva. Bueno, no importa, tendré que repetirme una y otra vez que soy mucho más inteligente que tú. Vístete y baja a la cocina. Comeremos cereal y luego te llevaré a dar una vuelta por la propiedad.
– No es necesario.
– Claro que sí. John quiere que estés contenta y dice que no tienes nada que hacer por ahora. Si eres como yo, te volverás loca. -Se dirigió a la puerta. -Pero nos encargaremos de eso. ¿Te veo abajo en quince minutos?
– Muy bien. -Se preguntó cuál hubiera sido la reacción si hubiera dicho que no. Las tácticas de Margaret hacían que una topadora pareciera sutil.
Pero era difícil no tomarle simpatía. No había sonreído ni una sola vez, pero exudaba energía vibrante y alegría. Era directa, audaz y no se parecía a nadie que Eve conociera. Resultaba una bocanada de aire fresco después de la oscura tensión que había intuido en Logan.
– El cementerio de la familia Barrett. -Margaret agitó una mano en dirección al terreno con cerca de hierro. -La última tumba es de 1922. ¿Quieres entrar?
Eve negó con la cabeza.
– Qué suerte. Los cementerios me deprimen, pero pensé que a ti podía interesarte.
– ¿Por qué?
– No lo sé. Todos esos huesos y cosas con los que trabajas.
– No visito cementerios como un espectro, pero no me molestan. -Sobre todo los cementerios familiares. Aquí no había perdidos, y estaba sumamente bien cuidado. Todas las tumbas estaban cubiertas con canteros de claveles frescos. -¿De dónde salieron todas las flores? ¿Los Barrett siguen viviendo en la zona?
– No, la línea directa desapareció hace unos veinte años. -Señaló una lápida. -Randolph Barrett. La familia se desparramó con los años y Randolph Barrett fue al último que enterraron aquí en 1922. El cementerio estaba en bastante mal estado cuando John compró la propiedad. Dio órdenes para que lo limpiaran y también para que trajeran flores frescas todas las semanas.
– Me sorprende. No diría que Logan fuese tan sentimental.
– Bueno, nunca sabes lo que va a hacer John. Pero me alegro de que haya traído a un paisajista para hacer el trabajo. Como te dije, los cementerios me deprimen.
Eve se volvió y comenzó a bajar la colina.
– A mí no me deprimen. Entristecerme, puede ser. Sobre todo las tumbas de bebés. Antes de la medicina moderna, había tantos chicos que no llegaban a terminar su infancia. ¿Tienes hijos?
Margaret negó con la cabeza.
– Estuve casada, pero los dos teníamos carreras y estábamos demasiado ocupados como para pensar en hijos.
– Tu trabajo debe de ser sumamente absorbente.
– Ajá.
– Y variado. -Eve hizo una pausa. -Como en este caso. No se puede decir que haya mucha gente que salga a cazar esqueletos.
– No cazo, solamente hago lo que me dicen.
– Eso podría ser peligroso.
– John me mantiene lejos de los problemas. Siempre lo ha hecho, hasta ahora.
– ¿Ya ha hecho esto antes?
– ¿Lo de los huesos? No, pero ha caminado por cuerdas bastante flojas.
– ¿Pero confías en él?
– Cielos, claro que sí.
– ¿Aun si no sabes lo que está buscando? ¿O acaso lo sabes?
Margaret sonrió.
– Deja de exprimirme. No sé nada de nada y si supiera algo, no te lo diría.
– ¿Ni siquiera me contarías si fue Logan el que partió en la mitad de la noche?
– Sí, eso sí. John está aquí. Lo vi antes de que se metiera en su despacho esta mañana. El que partió fue Gil.
– ¿Por qué?
Margaret se encogió de hombros.
– Pregúntale a John. -Hizo una pausa y añadió sin rodeos. -Viniste aquí porque John hizo que te valiera bien la pena. Yo misma hice la transferencia a la Fundación Adam. Te contará todo cuando sea el momento. Ten confianza en él.
– No puedo confiar en él como lo haces tú. -Miró hacia la casa de carruajes. -¿Desde allí se monitorizan los portones?
Margaret asintió.
– Es un sistema bastante complicado, con cámaras de vídeo por todas partes. Mark Slater es el que se ocupa de eso.
– Todavía no lo conocí.
– No viene mucho a la casa.
– ¿La casa de Logan en la Costa Oeste también tiene tanta seguridad como esta?
– Sí, claro, allá hay cualquier cantidad de locos. Los hombres como John son blancos importantes. -Apuró el paso. -Tengo trabajo que hacer. ¿No hay problema si te dejo sola esta tarde?
– No. No tienes que hacerme de niñera, Margaret.
– En realidad, lo pasé bien. No eres lo que me esperaba de una mujer dedicada a huesos.
La mujer de los huesos. Así la había llamado Gil.
– El término correcto es escultora forense.
– Lo que sea. Como te dije, me esperaba alguien muy distante y profesional. De allí el error que cometí con el laboratorio. Lo que no significa que haya admitido ante John que cometí un error. Le dije que era todo culpa suya porque no me dijo a qué me tenía que atener. No es bueno que él sepa que no soy perfecta, lo haría sentirse inseguro.
Eve sonrió.
– No puedo imaginar esa situación.
– Todo el mundo tiene momentos de inseguridad, hasta yo. -Prosiguió con tono sombrío: -Pero solamente cuando estoy al lado de gigantes como tú. Me pasa por ser la única petisa entre cuatro hermanos de un metro ochenta. ¿Tu madre es muy alta?
– No, de mediana estatura.
– Bueno, entonces eres un fenómeno de la naturaleza y como soy magnánima, te perdono. No volveré a mencionarlo.
– Gracias. Eres muy…
– Me preguntaba dónde estarían. -Logan había salido de la casa y caminaba hacia ellas. -¿Dormiste bien? -preguntó a Eve.
– No.
– Tengo que terminar esos informes -se apresuró a decir Margaret-. Te veré luego, Eve.
Eve asintió, sin dejar de mirar a Logan. Vestido con jeans y buzo negros, se lo veía muy distinto del hombre al que había conocido el primer día. No sólo por la ropa, sino porque parecía haberse sacado la pátina de atildada elegancia y haberla hecho a un lado por completo.
– ¿Fue porque era una cama desconocida?
– En parte. ¿Por qué se fue Gil Price enseguida después de que llegamos?
– Le pedí que hiciera una diligencia.
– ¿A las cuatro de la mañana?
Logan asintió.
– Era algo urgente. Tendría que volver esta noche. -Hizo una pausa. -Esperaba que tuvieras un par de días para aclimatarte a la situación, pero me temo que tendremos que acelerar un poco.
– Mejor, no necesito aclimatarme. Tráigame los huesos y me pondré a trabajar.
– Es posible que tengamos que ir hasta a dónde están.
Eve se puso rígida.
– ¿Cómo?
– Tal vez tengas que hacer un primer examen enseguida después de la excavación para determinar si vale la pena traer el esqueleto aquí. Mi fuente puede haber mentido, y tal vez el cráneo esté demasiado dañado como para poder reconstruir el rostro.
– ¿Quiere que esté allí cuando lo exhumen?
– Tal vez sí.
– Olvídelo. No soy una profanadora de tumbas.
– Puede que resulte necesario que estés allí. Podría ser la única…
– De ninguna manera.
– Hablaremos de esto más tarde. Quizá no sea necesario. ¿Te gustó el cementerio?
– ¿Por qué todo el mundo supone que me gustan los cemen…? -Entornó los párpados y lo miró. -¿Cómo sabe que estuve allí? Desvió los ojos hacia la casa de carruajes. -Por supuesto, las cámaras de vídeo. No me gusta que me espíen, Logan.
– Las cámaras recorren la propiedad continuamente. Por casualidad tomaron tu imagen y la de Margaret en el cementerio.
Podía ser cierto, pero dudaba de que algo sucediera "por casualidad" en la vida de Logan.
– Me gustaron las flores.
– Bueno, al fin y al cabo estoy viviendo en la casa de los Barrett. Pensé que era lo menos que podía hacer.
– Ahora es su casa.
– ¿Te parece? Los Barret construyeron la posada, vivieron y trabajaron aquí por más de ciento sesenta años viendo suceder la historia. ¿Sabías que Abraham Lincoln pasó aquí una noche antes del fin de la Guerra Civil?
– Otro republicano. Con razón compró este lugar.
– Algunos de los lugares donde durmió Lincoln no los hubiera tocado ni con una vara de diez metros. Le tengo demasiado apego al confort. -Abrió la puerta principal y le cedió el paso. -¿Llamaste a tu madre?
– No, lo haré esta noche cuando ella haya vuelto del trabajo. -Sonrió. -Siempre y cuando no se haya ido de juerga. Está saliendo con un abogado de la oficina del fiscal de Distrito.
– El hombre tiene suerte. Tu madre me pareció muy agradable.
– Sí, y es inteligente, también. Después de que nació Bonnie, terminó la escuela secundaria y fue a un instituto técnico donde obtuvo el título de relatora de tribunales.
– ¿Terminó sus estudios después de que tu hija…? -Calló abruptamente. -Perdón, seguramente no quieres hablar sobre tu hija.
– No me molesta hablar sobre Bonnie. Estoy muy orgullosa de ella. Llegó a nuestras vidas e hizo que todo fuera diferente. -Hizo una pausa y añadió simplemente: -El amor logra esas cosas.
– Tengo entendido que sí.
– Es cierto. Yo había tratado tanto de que mi madre dejara el crack, y no pude. Tal vez porque estaba llena de amargura y resentimiento. Cielos, en ocasiones me parecía que la odiaba. Pero llegó Bonnie y yo cambié. Toda la amargura desapareció. Y mi madre también cambió. No sé si cambió porque le llegó el momento en que tenía que cambiar o porque comprendió que tenía que dejar de drogarse para poder ayudarme a criar a Bonnie. ¡Cómo amaba a esa niña! Todos los que la conocían la amaban.
– No me cuesta creerlo. Vi su fotografía.
– ¿No era hermosa? -Eve esbozó una sonrisa luminosa. -Tan feliz. Siempre estaba tan feliz. Amaba cada hora que pasaba despierta y… -Tuvo que tragar para aflojar el nudo que tenía en la garganta. -Lo siento -susurró bruscamente-, no puedo hablar más. Llega un punto en que me vuelve el dolor. Pero voy mejorando día a día.
– Por el amor de Dios, deja de disculparte -exclamó Logan con aspereza-. Yo soy el que tiene que disculparse por haberte hecho hablar de ella.
– Usted no me hizo hacer nada. Es importante que la tenga siempre conmigo, que nunca me permita olvidarla. Ella existió, y se convirtió en parte de mí, tal vez la mejor parte. -Eve apartó el rostro. -Bueno, creo que iré al laboratorio a ver si puedo trabajar un poco sobre Mandy.
Él la miró, sorprendido.
– ¿Trajiste esos fragmentos?
– Por supuesto. No creo que pueda hacer demasiado, pero no podía darme por vencida sin intentarlo.
John sonrió.
– No, veo que no.
Eve sintió la mirada de él sobre ella mientras se alejaba. Quizás hubiera cometido un error al dejarle ver cuán vulnerable podía ser, pero la conversación había pasado de un tema a otro casi sin que se diera cuenta. Logan escuchaba con atención y parecía comprensivo e interesado. Tal vez realmente le interesara. Tal vez no fuera manipulador como había creído.
O tal vez lo era. ¿Qué importancia tenía? No se avergonzaba de lo que sentía por Bonnie y no había forma de que él pudiera buscarle la vuelta a algo de lo que había dicho y utilizarlo en su contra. La única ventaja que podía haber sacado era haber logrado que ella se sintiera un poco más en confianza con él, el sólo hecho de hablar de Bonnie había creado un delgadísimo lazo. Pero una conexión tan frágil era fácil de romper y no ejercería influencia sobre ella.
Abrió la puerta del laboratorio y fue directamente hacia el maletín que había dejado sobre el escritorio. Lo abrió y comenzó a sacar los fragmentos del cráneo del estuche. Armarlos sería como trabajar con un rompecabezas con piezas del tamaño de astillas. ¿Qué tenía en la cabeza?, se dijo con desesperación. Era una locura, algo totalmente imposible.
Bueno, sin duda lo sería si afrontaba la tarea con esa actitud, se dijo con impaciencia. Reconstruir a Mandy era su trabajo y encontraría la forma de hacerlo. La conexión con Mandy era algo en lo que podía depositar su confianza, un lazo al que podía aferrarse sin temor.
– Hola, Mandy. -Se sentó frente al escritorio y tomó un hueso nasal, el más grande que había quedado intacto. -Creo que comenzaremos por aquí. No te preocupes. Tal vez nos lleve mucho tiempo, pero llegaremos.
– Mataron a Dora Bentz -informó Gil sin rodeos cuando Logan tomó el teléfono.
– Mierda. -Apretó el auricular con fuerza.
– La apuñalaron y aparentemente la violaron. La encontró su hermana en el departamento, esta mañana a eso de las diez. Tenían pensado ir juntas a una clase de gimnasia aeróbica. La hermana tenía llave y entró después de golpear un buen rato y no obtener respuesta. La ventana estaba abierta y la policía piensa que se trata simplemente de violación y asesinato.
– Simplemente, un cuerno.
– Pues si no fue así, lo hicieron muy bien -declaró Gil-. Sumamente bien.
Igual que el vandalismo en el laboratorio de Eve en Atlanta.
– ¿Te siguieron?
– Por supuesto. Ya sabías que me iban a seguir.
– ¿Puedes averiguar con algunos de tus viejos compañeros a quién podría estar usando Timwick?
– Es posible. Extenderé unas antenas. ¿Quieres que vuelva allá?
– No. Estuve tratando de ponerme en contacto con James Cadro toda la mañana. Según la gente de su oficina, está de campamento con su esposa en las Adirondacks. -Hizo una pausa. -Date prisa. No fui el primero en preguntar por él.
– ¿En qué lugar de las Adirondacks?
– En las cercanías de Jonesburg.
– Fantástico. Eso es lo que me gusta. Indicaciones precisas. Voy hacia allá.
Logan cortó. Dora Bentz, muerta. Podría haberla salvado si hubiera actuado ayer. Pero, diablos, pensó que estarían todos a salvo si no mostraba interés por ellos, si fingía no tener idea de su existencia.
Se había equivocado. Dora Bentz estaba muerta.
Era demasiado tarde para ella, pero tal vez no para los demás. Una distracción quizá pudiera salvar vidas y darle los testigos que tanto necesitaba.
Pero no podía moverse con rapidez sin Eve Duncan. Ella era la clave. Tenía que ser paciente y dejar que ella empezara a confiar en él.
Establecer una relación de confianza iba a ser un proceso lento con una persona tan cautelosa como Eve. Era inteligente y en algún momento iba a darse cuenta de que ella y su familia corrían más peligro del que representaba un acto de vandalismo.
Así que al diablo con la confianza.
Iba a tener que buscar la forma de superar la resistencia de ella y catapultarla hacia su campo.
Se arrellanó en el sillón y comenzó a considerar las posibilidades.
– Hola. -Margaret asomó la cabeza dentro del laboratorio. -Llegaron los decoradores que van a estar a cargo de convertir esto en un lugar más cálido. ¿Podrías evacuar el laboratorio por una hora y dejarlos trabajar?
Eve frunció el entrecejo.
– Te dije que no era necesario.
– El laboratorio no está perfecto, por lo tanto, es necesario. No hago mi trabajo a medias. -¿Solamente una hora?
– Les dije que no querías que te molesten y que perderían la venta si tardaban más. Además, tienes que comer. -Miró el reloj. -Son casi las siete. ¿Qué te parece si tomamos sopa y comemos un sándwich mientras esperamos?
– Aguarda un minuto. -Trasladó con cuidado la tabla con los huesos de Mandy al último cajón del escritorio. -Diles que no toquen el escritorio o perderán más que una venta. Perderán la vida, porque los asesinaré yo misma.
– De acuerdo. -Margaret dio media vuelta y desapareció.
– Eve se quitó los anteojos y se frotó los ojos. Le vendría bien un recreo. Había avanzado muy poco en varias horas y comenzaba a sentir frustración e impotencia. Pero algo de progreso era mejor que nada. Volvería al trabajo después de comer.
En el pasillo se topó con seis hombres y dos mujeres que avanzaban con alfombras, sillas y almohadones y tuvo que pegarse a la pared para esquivar la estampida.
– Por aquí. -Tomándola del brazo, Margaret la guió por entre dos hombres que llevaban una alfombra enrollada y la llevó hasta la cocina. -No es un trabajo tan grande como parece. Una hora, te lo prometo.
– No voy a tomar el tiempo. Me da lo mismo unos minutos más o unos menos.
– ¿No te está yendo del todo bien? -preguntó Margaret en tono compasivo-. Qué pena. -Entraron en la cocina y le señaló dos lugares puestos en la mesa. -Hice sopa de tomate y sándwiches de queso. ¿Te parece bien?
– Perfecto. -Eve se sentó, tomó la servilleta y la abrió sobre sus rodillas. -No tengo demasiada hambre.
– Yo estoy famélica, pero estoy a dieta y quiero tratar de cumplirla. -Se sentó frente a Eve y la miró con expresión acusadora. -Es evidente que tú no has estado a dieta en tu vida.
Eve sonrió.
– Te pido disculpas.
– Más te vale. -Tomó el control remoto del mostrador. -¿Te molesta si enciendo el televisor? El Presidente va a dar una conferencia de prensa. John me las hace grabar y escuchar y tengo que informarle si hay algo de interesante.
– No hay problema. -Eve comenzó a comer. -Pero no esperes que preste atención. No me interesa la política.
– A mí tampoco, en realidad. Pero a John le obsesiona.
– Oí hablar de las recaudaciones de fondos. ¿Crees que quiere meterse en política?
Margaret negó con la cabeza.
– No toleraría tantos disparates. -Contempló la pantalla un instante. -Chadbourne es bueno. Destila calidez. ¿Sabías que dicen que es el presidente más carismático que hubo desde Reagan?
– No. Es un trabajo duro y con carisma sólo no se logra nada.
– Sí, ganar las elecciones. -Movió la cabeza en dirección a la pantalla. -Míralo. Todo el mundo dice que esta vez puede llevarse el Congreso.
Eve miró. Ben Chadbourne era un hombre corpulento de unos cuarenta y siete años, apuesto y con ojos grises chispeantes de vida y humor. Respondió a una de las preguntas de los reporteros con una simpática broma. El salón estalló en carcajadas.
– Causa sensación -comentó Margaret-. Y Lisa Chadbourne también tiene lo suyo. ¿Viste el traje que tiene? Apuesto a que es de Valentino.
– No tengo idea.
– Ni te importa, tampoco. -Margaret hizo una mueca. -A mí sí me importa. Siempre va a todas las conferencias de prensa y lo único que me divierte es ver lo que tiene puesto. Algún día voy a ser lo suficientemente delgada como para usar trajes como ése.
– Es muy atractiva -convino Eve-. Y se está esforzando muchísimo por recaudar fondos para los niños maltratados.
– ¿De veras? -preguntó Margaret en tono distraído. -Sí, ese traje tiene que ser de Valentino.
Eve sonrió, divertida. Jamás hubiera pensado que una mujer tan dinámica y enérgica como Margaret pudiera estar tan interesada en la ropa.
El traje en cuestión tenía un corte que hacía resaltar la figura esbelta y atlética de Lisa Chadbourne. El suave tono de beige daba brillo a la piel aceitunada y el pelo castaño. La esposa del Presidente le sonreía desde bambalinas y se la veía orgullosa y llena de amor.
– Muy lindo.
– ¿Crees que se habrá operado para quitarse las arrugas? Tiene cuarenta y cinco, pero no parece de más de treinta.
– Es posible. -Eve terminó la sopa. -O tal vez esté envejeciendo bien.
– Ojalá yo tuviera la misma suerte. Esta semana me descubrí dos arrugas nuevas en la frente. No tomo sol, uso crema humectante, hago todo bien e igual voy barranca abajo. -Margaret apagó el televisor. -Me deprime ver a esa mujer. Y Chadbourne sigue diciendo lo mismo. Que bajará los impuestos, creará más empleos y ayudará a los niños.
– No hay nada de malo en eso.
– Díselo a John. Qué diablos, Chadbourne hace y dice todo lo correcto, su esposa sonríe almibaradamente, hace más beneficencia que Evita Perón y hasta sabe hacer masitas. No va a serle fácil al partido de John destronar a un gobierno al que todos llaman el segundo Camelot.
A menos que encuentre la forma de ensuciarlo. Cuanto más pensaba Eve en ello, más probable le resultaba esa explicación y no le gustaba en absoluto.
– ¿Dónde está Logan?
– Estuvo toda la tarde en su despacho, haciendo llamadas. -Margaret se puso de pie. -¿Quieres café?
– No, gracias, tomé en el laboratorio hace una hora.
– Bueno, parece que me anoté un punto proveyéndote de una cafetera eléctrica.
– Hiciste un gran trabajo, tengo todo lo que necesito.
– Qué mujer afortunada. -Se sirvió café en la taza. -No muchas personas pueden decir eso. La mayoría de nosotros no tenemos tanta suerte. Tenemos que transar y conformarnos con… -Levantó la vista, horrorizada. -Ay, Dios, perdón. No quise decir que…
– Olvídalo. -Eve se puso de pie. -Creo que me quedan unos veinte minutos hasta que tus decoradores terminen con el laboratorio. Iré a mi habitación a hacer algunas llamadas.
– ¿Te vas por mi culpa?
– No seas absurda. No soy tan sensible.
Los ojos de Margaret le examinaron la cara.
– Creo que sí lo eres, pero lo manejas muy bien. -Hizo una pausa y luego añadió, algo incómoda: -En realidad, te admiro. Si estuviera en tu lugar, creo que no podría… -Se encogió de hombros. -Te aseguro que no quise herirte.
─ No me heriste -respondió Eve con suavidad-. Realmente tengo que hacer llamadas.
– Entonces ve. Terminaré el café e iré a apurar a los decoradores.
– Gracias. -Eve abandonó la cocina y fue directamente a su habitación. Lo que le había dicho a Margaret había sido una verdad parcial. El tiempo había hecho cicatrizar las heridas y en muchos aspectos, se sentía verdaderamente afortunada. Tenía una profesión que le daba satisfacción, tenía a su madre, a la que amaba y también buenos amigos.
Y lo mejor sería comunicarse con uno de esos amigos para ver si Joe había averiguado algo sobre Logan. No le gustaba cómo pintaba la situación, decidió.
No, primero llamaría a su madre.
El teléfono sonó seis veces antes de que Sandra respondiera y cuando lo hizo, estaba riendo.
– Hola.
– Veo que no tengo que preguntarte si estás bien -declaró Eve-. ¿Qué hay de tan gracioso?
– Ron acaba de volcarse pintura sobre el… -La risa la hizo interrumpir la oración. -Tendrías que estar aquí para verlo.
– ¿Están pintando?
– Te dije que quería pintarte el laboratorio. Ron se ofreció para ayudarme.
– ¿De qué color? -preguntó Eve con recelo.
– Celeste y blanco. Va a parecer un cielo con nubes. Estamos probando uno de esos efectos nuevos que se logran con bolsas de residuos.
– ¿Bolsas de residuos?
– Lo vi en la televisión. -Sandra tapó el auricular. -No, Ron, no hagas eso. Estás ensuciando las nubes. En las esquinas hay que hacerlo de otra forma. -Volvió a la conversación. -¿Cómo estás?
– Bien. Estuve trabajando con…
Sandra se estaba riendo otra vez.
– No, querubines no, Ron. A Eve le daría un ataque.
– ¿Querubines?
– Te prometo que solamente habrá nubes.
Santo cielo, querubines, nubes.
– Veo que estás ocupada. Volveré a llamar en unos días.
– Me alegro de que estés bien. Va a ser bueno para ti tomarte esos días.
Era evidente que su ausencia no le estaba causando ningún problema.
– ¿No hubo ningún disturbio más?
– ¿Disturbio? Ah, te refieres a los vándalos. No, en absoluto. Joe vino de visita con comida china, pero se fue enseguida después de que llegó Ron. Resultó que ambos se conocían. Bueno, no es tan extraño, si te pones a pensar que Ron está en la oficina del fiscal de Distrito y Joe… Ron, tienes que poner más pintura blanca ahí. Eve, tengo que cortar. Me va a arruinar todas las nubes.
– Y eso sería terrible. Adiós, mamá, cuídate.
– Tú también.
Eve sonreía cuando cortó. A juzgar por su voz, Sandra se sentía más joven que nunca, ahora todo era Ron y todos estaban relacionados con Ron. No tenía nada de malo sentirse así de joven. En los barrios marginados los chicos crecían demasiado pronto y tal vez ahora Sandra pudiera recuperar algo de la magia de la infancia.
¿Por qué esa idea la hacía sentir que tenía mil años encima?
Porque era tonta y egoísta y hasta tal vez envidiosa.
Joe.
Extendió la mano hacia el teléfono otra vez, pero se detuvo.
Logan sabía que ella había estado en el cementerio.
No le gustaba la idea de ese centro de actividad de vigilancia en la casa para carruajes.
Basta, qué paranoico de su parte. Las cámaras de vídeo no eran necesariamente equivalentes a teléfonos intervenidos.
Pero podrían serlo ¿o no? Desde que había llegado aquí había tenido la sensación de que estaba atrapada en una red.
Sí, era decididamente paranoica.
Se puso de pie, extrajo el teléfono digital de su bolso y marcó el número de Joe.
– Te estaba por llamar. ¿Cómo van las cosas?
– Nada bien. Estoy en ascuas. Me quiere involucrar más de lo que me gusta. Necesito saber en qué estoy metida. ¿Averiguaste algo?
– Puede ser. Pero es bastante extraño.
– ¿Qué no es extraño de todo esto?
– Parece que últimamente se ha obsesionado respecto de John F. Kennedy.
– Kennedy -repitió Eve, perpleja.
– Así es. Y Logan es republicano, lo que ya en sí es extraño. Visitó la Biblioteca Kennedy. Pidió copias del Informe de la Comisión Warren sobre el asesinato de Kennedy. Fue al depósito de libros de Dallas y luego a Bethesda. -Joe hizo una pausa. -Hasta habló con Oliver Stone sobre la investigación que realizó para su película JFK. Todo lo hizo sigilosamente y en silencio. Sin apuro. Ni siquiera te darías cuenta de que hay una conexión entre sus acciones a menos que estuvieras prestando atención al patrón de comportamiento, como en mi caso.
– Kennedy. -Qué locura. -Eso no puede tener nada que ver con el motivo por el que estoy aquí. ¿Algo más?
– Hasta el momento, no. Me pediste cosas fuera de lo común.
– Y vaya si cumpliste.
– Seguiré investigando. -Joe cambió de tema. -Hoy vi al nuevo novio de tu mamá. Ron es buen tipo.
– Ella parece opinar lo mismo. Gracias por pasar a ver si estaba bien.
– No creo tener que volver a hacerlo. Ron parecía muy dedicado a la tarea de protegerla.
– Todavía no lo conocí. Mamá tiene miedo de que lo ahuyente.
– Podrías hacerlo.
– ¿Qué estás diciendo? Si sabes que quiero lo mejor para mamá.
– Sí, y armarás un escándalo terrible hasta que se lo consigas.
– ¿Tan mala soy?
La voz de Joe se suavizó.
– No, tan buena eres. Oye, me tengo que ir. Diane quiere ir al cine de las nueve. Te llamaré cuando sepa algo más.
– Gracias, Joe.
– Por favor. No creo haberte ayudado demasiado.
No, probablemente, no, pensó Eve mientras cortaba. El interés de Logan por JFK podía ser una casualidad. ¿Qué conexión posible podía haber entre el ex presidente y su situación actual?
¿Coincidencia? Dudaba de que Logan hiciera algo por casualidad. Era demasiado astuto, tenía todo siempre bajo control. La búsqueda de información sobre Kennedy era demasiado reciente como para no resultar sospechosa y si había tratado de mantener oculto su interés en Kennedy, algún motivo tendría.
¿Pero cuál? No sería que…
Se puso rígida ante la idea.
– ¡Oh, Dios mío!