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– Eran ellas, no sus madres, las que se conocían -dijo Wexford-. Fue eso lo que me dijo Edwina Klein, pero lo malinterpreté. «Esas dos mujeres se conocen», me dijo. «Las he visto juntas.» Pensé que se refería a Joy y Wendy. Éstas son mujeres y Sara y Veronica son chicas. El problema es que para una fundadora de ARRIA y feminista militante, todos los miembros del sexo femenino son mujeres. Sucede lo mismo cuando se utiliza la expresión derechos de la mujer -añadió-, que vale también para las menores de dieciocho años.
Burden y el médico no dijeron nada. Se encontraban en la casa de Burden, quien estaba haciendo el papel de Rodríguez y como tal les había servido una taza de café instantáneo. Todo había acabado. Una había comparecido ante un tribunal especial y la otra ante un tribunal especial de menores. Ambas habían sido procesadas. Después, un equipo de televisión había saltado de una furgoneta con la agilidad de los de operaciones especiales y había sorprendido a Wexford, por lo que el inspector iba a salir una vez más en televisión. Con cara de tener cien años, pensó, tras pasarse la mitad de la noche hablando con Sara Williams. La gente llamaría para sugerir que se jubilara.
– Se conocieron en un partido de tenis, por supuesto. La segunda vez que vi a Sara observé que tenía una raqueta de tenis en la pared del dormitorio. No estaba a la altura de Veronica, ni tampoco entre las seis mejores. Había conseguido entrar en el equipo suplente a duras penas. Sin embargo, un día le llamaron para jugar y conoció a Veronica, que era su contrincante. ¿Qué sucedió? No lo sé y ella no me lo ha dicho. Supongo que alguna de las otras chicas comentaría que se parecían y al ver que tenía el mismo apellido preguntaría si eran primas. Alguna de las dos tenía que seguir indagando y lo hizo. Sara probablemente. Después de aquello no sería difícil averiguarlo, ¿no? «Mira, tengo una foto. Ésta es mi madre y éste mi padre…»
– Una experiencia impresionante. ¿No te parece? -preguntó el médico.
– Y emocionante, creo yo.
– Ésa es una manera superficial de plantearlo -dijo Burden-, y casi insensible diría yo. Esas dos chicas se sentían solas. Veronica estaba protegida, anulada, y Sara se sentía rechazada, nadie la quería. ¿No sería algo devastador e inmensamente consolador para ambas encontrar a una hermana?
La creciente sensibilidad que Burden mostraba conforme se hacía mayor siempre provocaba a Wexford una especie de afectuoso regocijo. El problema era que con mucha frecuencia se equivocaba. Se parecía en cierto modo a las buenas intenciones de las que está empedrado el infierno.
Eligió las palabras cuidadosamente. Palabras severas, pese a que su tono fue vacilante.
– Los sentimientos de cariño, la necesidad de amor y la soledad de Sara Williams no son normales. Yo creo que cabría denominarle una psicópata. Quiere que le presten atención e impresionar. Y también quiere salirse siempre con la suya. Imagino que lo que obtenía de su hermana era principalmente admiración. Sara tiene una gran inteligencia. Intelectualmente está a años luz de Veronica. Es una solipsista fuerte, poderosa, amoral e insensible con un genio espantoso.
Crocker enarcó las cejas:
– Estás hablando de una joven de dieciocho años que ha sido violada por su padre.
Wexford no respondió. Estaba pensando en lo que la joven le había dicho en la sala de interrogatorios. Marion Bayliss había estado a un lado, él enfrente y Martin delante de Marion, y ella había presidido la mesa mientras describía sus sentimientos y sus actos con la cabeza en alto y sin intención de defenderse.
– Mi hermana es igual que yo. Antes tenía la sensación de que era una parte de mí, la parte femenina, bonita y más débil, si lo prefieren. En el fondo quería deshacerme de esa parte.
El solipsismo, según el diccionario Oxford, es la opinión o teoría según la cual el yo es el único objeto que se puede conocer realmente o la única cosa que existe de verdad.
– ¿Por qué no le dijiste a tus padres que habías conocido a Veronica?
– ¿Por qué había de hacerlo?
Sus frías respuestas cortaban la respiración.
– Lo más natural habría sido exponerle a tu padre lo que habías averiguado.
Ella era franca a su manera.
– Me gustaba tener un secreto. Me divertía saber algo que él creía que yo ignoraba.
– ¿Para poder hacerle chantaje?
– Quizá -respondió con indiferencia. Se aburría cuando la conversación no giraba exclusivamente en torno a ella.
¿Habría sido con esto que ella le había amenazado cuando surgió el tema del incesto? ¿De esa manera le había puesto fin?
– ¿Le impediste a Veronica que se lo dijera a su madre?
– Ella hacía lo que yo le decía.
Lo había dicho tal como un domador se dirige a un perro obediente. El domador da por supuesta la obediencia porque su técnica y su carácter tienen un efecto ineludible y una reacción diferente sería impensable. Wexford pensó que Crocker y Burden habrían tenido que oír y ver a Sara para comprender todo esto. Ni siquiera intentó explicárselo.
– Las dos muchachas se veían con frecuencia -prosiguió-. Sara iba incluso a casa de Veronica cuando Wendy estaba en el trabajo. Veronica acabó admirándola de una manera extravagante. Seguía su ejemplo y la habría obedecido en todo.
– ¿Habría?
– La obedeció, mejor dicho. Lo que se apoderó de ellas se llama en psiquiatría folie à deux, una especie de locura que se apodera de dos personas sólo cuando están juntas y debido a la influencia mutua que ejercen. Sin embargo, en todos estos casos uno siempre se encuentra con que una de las personas es la sumisa y la otra la dominadora. -Wexford divagó un poco antes de volver al tema-. Ahora que lo pienso, creo que Sara Williams no me dijo ni una frase que no comenzara por «yo» o no se refiriera a sí misma. -Luego continuó-: Las idas y venidas entre una y otra casa permitieron un intercambio de información. Por ejemplo, Sara creía que su padre trabajaba de agente de ventas para Sevensmith Harding en la zona de Ipswich. Veronica pensaba que trabajaba de agente para una empresa de accesorios de baño. Tomaron medidas para averiguar la verdad y la averiguaron. Fue hace más de un año cuando averiguaron a qué se dedicaba Rodney realmente y qué puesto ocupaba y también cuando descubrieron, gracias a una investigación sobre los ingresos de los directores comerciales que realizó Sara, cuál era su verdadero sueldo.
– Sara también advirtió a Veronica sobre las inclinaciones de su padre. Así fue, naturalmente, como Wendy llegó a temer que su marido tratara de cometer incesto. No fue porque ella hubiera sido testigo de nada o porque Veronica hubiese atado cabos después de que su padre la besara y le hiciera una carantoña, sino porque Sara le había prevenido y ella a su vez se lo había comunicado a su madre sin revelar la fuente de información. De una u otra forma Sara convirtió a Veronica en una muchacha asustadiza. Una muchacha perpleja y confusa. Imaginaos su situación. En primer lugar descubre que su padre tiene una esposa legal y dos hijos mayores; luego que no pudo casarse realmente con su madre y que ella debe de ser ilegítima. En consecuencia, su padre es necesariamente un embustero y un mentiroso. Ni siquiera tiene el trabajo que dice tener. Y aún peor, ha violado a su otra hija y sin duda tiene el mismo propósito con ella. No es de extrañar que estuviera asustada.
– Con contarle a Wendy que tenía miedo de sufrir una agresión sexual sólo consiguió causar problemas entre su madre y su padre. ¿Acusó Wendy a Rodney y éste lo negó todo tajantemente? Es casi seguro. La discusión fue en todo caso lo bastante grave como para que Wendy creyera que Rodney iba a dejarla y temiese sin embargo que si no lo hacía Veronica correría peligro. De este modo sabemos que el motivo por el que no quería que Veronica se quedara en casa la tarde del 15 de abril fue que, si Rodney volvía, ella estaría a solas con su padre. Sería la primera vez desde que su hija se lo había revelado.
»Pero Veronica tenía ahora otra amiga y persona de confianza aparte de su madre. Tenía a Sara. Y Sara no defraudó la fe que tenía en ella. A Sara se le había ocurrido una buena idea para que Rodney no prestara atención a su hija. Para que no prestara atención a nada en realidad. Sustituir sus pastillas para la presión arterial por somníferos. Se trataba sin embargo de algo que sólo podía hacerse una vez y en caso de emergencia.
»Pues bien, el 15 de abril, por mucho que lo ignoraran sus madres, Sara y Veronica sabían que, una vez abandonara Alverbury Road, Rodney iría directamente a Liskeard Avenue. Así pues, Sara realizó el cambio de pastillas, las dos que quedaban en el frasco. No olvidemos que encontramos un frasco vacío de Mandaret en Alverbury Road y uno medio lleno en Liskeard Avenue. Rodney se tomó sus pastillas de costumbre, dejó el frasco vacío en su dormitorio y se fue a Pomfret. Seguramente empezó a tener sueño durante el viaje.
– ¿Pero fue Paulette Harmer quien les facilitó las pastillas de Phanodorm? -preguntó el médico.
– Supongo que sí. Parece lo más probable. Pero Paulette no murió por haberle facilitado ilícitamente las pastillas. Murió porque el cariz que estaban tomando las cosas le llevó a concentrarse en la tarde del 15 de abril y recordar lo ocurrido realmente. Lo que recordó fue que su madre había hablado con su tía Joy por teléfono aquella tarde y que le había hecho algún comentario sobre la alegría que le causaba que Kevin no hubiera tenido problemas de adaptación al volver a la universidad. E iba a contárnoslo porque sabía por los periódicos, la televisión y las conversaciones de sus padres lo mucho que se sospechaba de su tía. Sabía perfectamente que su tía había estado en casa aquella noche: a las ocho para recibir la llamada de Kevin y a las nueve menos cuarto para recibir la de su madre.
La joven debería haber estado esparciendo flores o haber surgido entre las olas sobre una concha. La expresión de su rostro era apacible, inocente y un tanto reservada. Ahora esbozaba una sonrisita de ufanía. Llevaba el pelo peinado hacia atrás, dejando al descubierto su amplia frente. Sin embargo, algunos cabellos sueltos caían sobre la blanca piel como zarcillos de oro.
– Me llamó Veronica para decirme que se había quedado dormido tal como yo le había dicho. Le dije que ya iba.
Wexford la había interrumpido para preguntarle por qué.
– Pensé que sería lo mejor. No iba a volver a tener una oportunidad como ésa, ¿no?
Él dejó de preguntarse qué querría decir. Tuvo la impresión de que sus ojos se agrandaban y su rostro ganaba en inexpresividad.
– Le vi durmiendo y pensé: lo tengo en mi poder. Y entonces pensé en el poder que él tenía sobre mí y empecé a enfadarme, a enfadarme mucho.
– ¿Y Veronica?
– No estaba pensando en Veronica. Supongo que estaría allí. Bueno, sé que estaba. Le dije: «Podríamos matarlo y acabar con todo.» Le pedí que me trajera un cuchillo. No iba en serio, era todo una fantasía. Estaba enfadada y alterada. Animada, como cuando has bebido una copa.
Folie à deux. ¿Estaría Veronica también alterada? Era difícil conseguir que aquella joven le contara a uno gran cosa sobre los sentimientos de otra persona.
– Cogí el cuchillo de sus manos y le quité la protección de cartón que llevaba. Me acerqué a mi padre, que estaba tumbado en el sofá, y empecé a juguetear blandiendo el cuchillo cerca de él, fingiendo que se lo clavaba. Saltaba a la vista que estaba profundamente dormido. Estaba haciendo reír a Veronica de tanto mover el cuchillo delante de él. No recuerdo qué me hizo parar de jugar. Estaba tan alterada que no me acuerdo. Pero así ocurrió. De ser una fantasía pasó de pronto a ser realidad.
Miró hacia un lado, a Marion, y luego hacia el otro, a Martin. Parecía como si quisiera averiguar cuánta atención estaba prestándole su público. Una vez más su mirada se cruzó con la de Wexford y se quedó fija en ella.
– Levanté el cuchillo y con las dos manos se lo clavé en el cuello, firmemente. El se despertó e hizo unos ruidos, por lo que volví a clavárselo varias veces más para evitar que la sangre siguiera empapándolo todo. Estudio medicina, de manera que sabía que la sangre dejaría de brotar en cuanto estuviera muerto…
Pese a lo curtido que estaba, Wexford tuvo que hacer un esfuerzo para formular la pregunta.
– ¿Veronica también le acuchilló?
– Le di el cuchillo y le dije que probara. Yo le había hecho un gran agujero en el cuello; ella metió el cuchillo en él y luego salió corriendo y vomitó.
– Está loca de atar -dijo Burden-. Chiflada.
– Quizá. No estoy seguro. Será mejor que no intentemos definir la psicosis.
– ¿Qué sucedió luego? -preguntó el médico.
– La habitación estaba cubierta en su mayor parte con sábanas. Rodney llegó medio dormido, subió por las escaleras y se echó en el sofá, que tenía una sábana sobre un extremo, donde apoyó la cabeza. Fue esta sábana, propiedad de Leslie Kitman, la que se manchó más de sangre. También se había manchado una parte de la pared a la que le habían arrancado el papel aquel día. Sara la limpió y cubrió la cabeza de Rodney con la sábana. Veronica, que se había recuperado y estaba prácticamente bajo las órdenes de Sara, limpió el cuchillo y luego tuvo la idea de esconderlo en la pared. Ésta fue la primera extravagancia que se les ocurrió a ambas. Luego se les ocurrirían otras. Las paredes tenían una serie de grietas que había que tapar y en el garaje había un paquete de masilla. En el garaje también estaba el coche de Rodney: Greta, el Granada. Sara sabe conducir, Veronica no. Enrollaron la sábana y cubrieron el cuello de Rodney con dos trapos de cocina de Marks & Spencer. Después de limpiar la habitación, bajaron el cadáver por la escalera de caracol, salieron por la puerta del vestíbulo al garaje y lo metieron en el maletero del coche. Al salir arrojaron la sábana al cubo de la basura. Eran las siete y media.
– ¿Entonces cómo es posible que Kevin hablara con su hermana cuando llamó a su casa a las ocho de la tarde?
– No habló con ella, sino con su madre. Naturalmente, tanto él como Joy sabían que la persona con la que había hablado era su madre. Mintieron para proteger a Sara. ¡Oh!, ya sé que Joy no siente un gran afecto por Sara, pero es su hija. En cuanto reflexionó en ello, comprendió que quizá Sara tuviera algo que ver con la desaparición de Rodney. En un primer momento pensó realmente que su marido la había abandonado y se puso en contacto conmigo para que le aconsejara. Pero las cosas cambiaron. Y creo que sé por qué. Siguiendo mi consejo, llamó a Sevensmith Harding, donde le dijeron que ella había hablado con ellos el viernes 16 de abril para avisarles que Rodney estaba enfermo. Seguramente Joy pensó que aquello debía de ser una simple equivocación. Sin embargo, en Sevensmith Harding estaban seguros de que había sido ella, y Joy conocía a alguien que tenía una voz muy parecida a la suya: su hija.
– No olvidemos que Joy sabía cómo se sentía Sara con respecto a su padre a causa del incesto. También sabía que Sara había estado varias horas fuera de casa la tarde del 15 de abril. De ahí que nos dijera que había sido ella quien había salido y Sara quien se había quedado en casa para contestar al teléfono, y que convenciera a Kevin para que lo confirmase, algo que no le sería muy difícil, dado que éste desconfía de la policía y está muy unido a su hermana. ¿Hubo connivencia con Sara? Lo dudo. No existía una verdadera comunicación entre madre e hija. Supongo que Joy dijo que sería más prudente organizarlo todo de aquel modo y Sara probablemente asintió con un simple gesto y un «sí».
– El cuadro que estás pintando es el de la madre abnegada, lo cual no corresponde en absoluto con la idea que tenemos de Joy Williams. Parece más bien la vieja historia de la madre pelícano que se desgarra el pecho para alimentar a sus crías. E igual de mítico.
– No. Joy creía, y con razón, que no corría ningún riesgo real. Pensaba que era imposible que arrestáramos a la persona equivocada. Su confianza ha debido de estar sometida a una dura prueba durante estos últimos días.
Burden, que siempre prefería los detalles circunstanciales, preguntó:
– De manera que las dos jóvenes llevaron el cadáver al bosque de Cheriton y cavaron una fosa con la pala de Williams.
– Una fosa poco profunda, ya que, al haberlo matado, Sara no quería que se tardara mucho en descubrirlo. Quería que pasaran sólo un par de semanas, pues creía, y con razón, que en ese lapso ya se habrían borrado las huellas. Sin embargo, las cosas no salieron como ella esperaba y costó dos meses encontrar el cadáver.
»No he dejado de dar vueltas a la complicación que suponía la coincidencia de Milvey, pero por fin ha quedado resuelta. No hay tal coincidencia. Sara y Veronica escondieron el bolso de viaje (probablemente en el bosque) con la esperanza de que fuera encontrado al cabo de, pongamos, unos días. Pero lo cierto es que nadie lo encontró. Un día la señora Milvey le dijo por casualidad a Joy, en presencia de Sara, que su marido iba a ir a Green Pond al día siguiente para dragar la laguna. Sara fue a buscar el bolso y lo arrojó a la laguna para que Milvey pudiera encontrarlo al día siguiente.
– ¿Pero por qué quería que apareciera el cadáver? ¿Qué más le daba a ella?
– Luego lo explico.
– No entiendo por qué se tomó la molestia de llamar a Sevensmith Harding y falsificar una carta para retrasar el descubrimiento del cadáver y luego trató de adelantarlo. A todo esto, supongo que fue Sara quien hizo la llamada, ¿no? Su voz se parece mucho a la de Joy.
– Sí, ella hizo la llamada, y Veronica escribió la carta. La hizo en casa de su amiga Nicola Tennyson con la máquina de su madre.
»Enterraron el cadáver, escondieron el bolso de viaje y Sara llevó a Veronica a Pomfret para asegurarse de que llegaba a casa antes que su madre. Eso fue aproximadamente a las nueve. Por supuesto Wendy no llegó a casa hasta las nueve y media, ya que había estado coqueteando con James Ovington. Sara fue a Myringham y abandonó el coche en Arnold Road, donde apenas pasada media hora Eve Freeborn lo vio y le pegó un golpe. Si Sara hubiera llegado algo más tarde y Eve algo más pronto, las dos afiliadas de ARRIA se habrían encontrado, lo cual nos habría facilitado bastante la tarea. Pero para cuando apareció Eve, Sara ya se encontraba en un autobús camino de su casa.
»Por la mañana se encerró en el salón e hizo la llamada antes de ir al instituto. Tuvo que hacerla temprano por necesidad, y fue una suerte que hubiera alguien allí que pudiera contestarle. Con esto, creo, quedan explicadas todas las circunstancias que rodearon el asesinato de Rodney Williams.
Burden cogió la bandeja.
– ¿Alguien quiere más café?
Ninguno de los dos quería. Wexford dijo que ya casi era la hora de la cerveza. El médico le miró con gesto ceñudo y él desvió los ojos deliberadamente y los posó en el colorido y cuidado jardín de Burden; los arriates de flores parecían de cretona y el césped una especie de tapete verde. El sol hacía que los crisantemos de Jenny resultaran casi demasiado luminosos para la vista. Burden abrió las puertas que daban al jardín.
– Lo triste -dijo Crocker- es que por culpa de este asunto será prácticamente imposible que Sara Williams se dedique a la medicina.
Burden lo miró y dijo sarcásticamente:
– Oh, seguro que St. Biddulph pasa por alto una nimiedad como el que haya matado a su padre con un cuchillo de carnicero.
– ¿No te parece una justificación, y algo más que una justificación, que una muchacha agreda y asesine al padre que la ha violado y muestra intención de tratar a su hermana menor de igual manera? ¿No te parece que cualquier juez o tribunal consideraría esto una circunstancia atenuante?
Fue Wexford quien le contestó.
– Sí me lo parece.
– Pues bien, entonces es indudable que no va a pasarse años en prisión, ¿no? Jamás tendrá el dudoso honor de ser un médico sin especialización como vuestro humilde servidor aquí presente, pero al menos no sufrirá un castigo en el sentido habitual de la palabra.
– Yo no estaría tan seguro de eso.
– ¿Lo dices porque lo planeó y luego destruyó las huellas?
– Porque también mató a Paulette Harmer -dijo Burden.
– La mató, en efecto, pero no me refería a eso. Rodney Williams nunca cometió incesto con su hija mayor. Jamás mostró intención de cometer incesto con su hija menor. Y dudo mucho que agrediera alguna vez sexualmente a nadie, incluso en el sentido más amplio del término.