173960.fb2 La d?cima sinfon?a - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 12

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8

Cuando Daniel salió por fin de la residencia de Jesús Marañón diluviaba de tal manera que optó por no regresar a casa en moto y trató de parar un taxi. Pero precisamente a causa de la lluvia, los taxis estaban solicitadísimos y eso le obligó a tener que utilizar una complicada combinación de metro y autobús que provocó que llegara a su domicilio pasadas las doce de la noche, calado hasta los huesos.

Al ir a meter la llave en la cerradura del portal se dio cuenta de que en el umbral había una maleta y al agacharse a leer la etiqueta, comprobó con preocupación que era de Alicia. Miró a un lado y a otro de la acera, pero no vio a nadie. Incluso gritó varias veces su nombre, confiando en que se hubiera guarecido en algún escaparate cercano, desde el que pudiera oírle, pero al cabo de cuatro o cinco «¡Alicia!», se levantó bruscamente la persiana de un segundo piso desde el que un tipo con aspecto de transportista y con el torso al aire gritó enojado:

– ¡Queremos dormir!

Daniel sacó entonces su móvil y comprobó con horror que estaba apagado. Lo había desconectado para que no sonara durante el concierto y luego, debido a la emoción de la velada, se había olvidado de volverlo a conectar. Al devolver a la vida al pequeño artilugio, leyó en la pantalla que tenía no menos de ocho llamadas perdidas de su novia. Estaba a punto de marcar su número cuando, justo delante de su portal, se detuvo, con un frenazo espectacular, como si fuera la policía llegando a la escena del crimen, un Volkswagen escarabajo de color rojo del que bajó de un salto su amigo Humberto.

– ¿Y Alicia? -preguntó con preocupación-. Me ha llamado hace media hora diciendo que estaba sola y sin llaves, en plena calle y a medianoche.

– ¿No habéis ido a buscarla? -exclamó Daniel al borde del ataque de pánico.

– Te dejé un mensaje en el buzón diciendo que no podíamos ir ni Cristina ni yo.

– ¡No lo he oído! ¡Me va a matar!

Daniel se percató súbitamente de una figura femenina que venía en su dirección caminando por la acera de enfrente. A pesar de la oscuridad, tardó menos de dos segundos en reconocer la larga cabellera rizada de su novia.

– ¿De dónde vienes? -preguntó Daniel en cuanto Alicia cruzó la calle para reunirse con él.

– De buscar cambio para la cabina telefónica. No sabes la de veces que te he llamado esta tarde, hasta me he quedado sin batería en el móvil y todo. ¿Qué ha pasado?

– Ha sido un malentendido -terció Humberto-. Daniel pensaba que iría yo a buscarte al aeropuerto.

– ¿Cómo dejas la maleta sola ahí en el portal? -dijo Daniel, que quería desviar la atención de sí mismo para no tener que admitir que, durante varias horas, había olvidado por completo no solamente la llegada de su novia al aeropuerto, sino incluso su mera existencia.

– ¿Qué querías que hiciese? No podía ir a buscar cambio, casi a ocho manzanas de aquí, arrastrando una maleta que pesa un quintal. ¿Por qué no has venido tú a recogerme?

Al intuir que se podía desencadenar una fuerte discusión de pareja entre Alicia y Daniel, y teniendo en cuenta además lo avanzado de la hora, Humberto decidió que lo más prudente era desaparecer del mapa.

– Bueno, pareja -dijo antes de subir a su Volkswagen-. Mañana hablamos.

Al quedarse sola con Daniel, esta se sintió libre para expresar la indignación que le había producido verse abandonada en plena calle y dijo:

– Como no me digas que se te ha muerto un familiar, cualquier otra excusa no me vale.

– No se ha muerto nadie, Alicia. Me habían invitado a un concierto muy importante al que no podía dejar de ir. La Décima Sinfonía de Beethoven.

Alicia no le dejó terminar la frase, sino que le interrumpió diciendo:

– Luego hablaremos de eso. Ahora lo que tienes que saber es que, en este momento, hay una cosa muchísimo más importante que el maldito Beethoven y todas sus sinfonías juntas.

– No entiendo. ¿Qué puede haber en el mundo más importante que Beethoven?

– Me he quedado embarazada.