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Capítulo 50

Kitty se fue a misa; habían acordado que lo pasaría a recoger hacia las ocho para que les diera tiempo a ir al cine

– ¿Qué vamos a ver?

– Es una sorpresa -dijo Kitty y se despidió agitando la mano.

Even imprimió las fotografías, desconectó la máquina y se sentó a la mesa de trabajo. Las había ampliado para que tuvieran aproximadamente un tamaño DIN A4 y las apoyó en la pila de libros antes de echarse en la silla.

– Fuiste tú, cerdo, tú eras el intermediario -murmuró dirigiéndose a la silueta del hombre. Era evidente que se encontraba en la habitación del hotel de París; una parte del bolso de Mai aparecía en primer plano-. Tú fuiste quien leyó la carta de Mai, o…

Even miró la fotografía de la carta. Claro. Si Mai pudo hacer una foto de lo que había escrito, los otros también pudieron. Seguramente, el tío de la silueta había enviado una fotografía del texto a Noruega, a alguien que la revisó para ver si Mai había escrito algo revelador. Alguien que, además, tenía la tarea de vigilar a Stig y la ropa que llevaba, para así poder convencer a Mai de que iban en serio.

Resultaba difícil hacerse una idea del aspecto del tío, pues sólo se le veía de medio lado, medio de espaldas. Aparecía como una sombra oscura y recia a contraluz. No era gordo, ¿tal vez fornido y musculoso? ¿Era una barba lo que asomaba debajo de la nariz, o tan sólo se trataba de una sombra especialmente oscura? No era joven, tendría entre treinta y cinco y cuarenta y cinco años. Máximo cincuenta. En la esquina de la fotografía se leía la fecha y la hora en números blancos: 22.03; 15:45.

1545… el año en que Cardano introdujo los números negativos en… Even se propinó una bofetada a sí mismo con la mano abierta antes de ir a por una cerveza al armario donde las guardaba. Luego se concentró en la segunda fotografía.

Estaba dividida en tres secciones. En la esquina superior izquierda aparecía la mitad de un teléfono de color crema, un modelo que Even recordaba del hotel en Montmartre. No había, pues, duda de dónde había sido tomada. En la parte derecha de la fotografía había una hoja de papel blanco escrita, la mitad de un bolígrafo parecía haber sido colocada sobre la hoja transversalmente. Era la carta de despedida de Mai. Dedujo que la fotografía había sido tomada antes de que Mai acabara de escribir la carta; faltaba el último párrafo. La zona entre la carta y el teléfono constituía la parte más amplia de la foto, y era evidente que Mai había querido que se fijaran en ella. Mostraba un juego de naipes que estaba dispuesto como en un solitario.

Even cogió la fotografía y la estudió de cerca.

– Aquí hay algo que no concuerda -gruñó, poniéndose de pie al instante. Sacó una cajita con naipes de su bolsa de viaje, retiró la lata de cerveza y empezó a repartir las cartas sobre la mesa de la manera en que lo había hecho Mai para la fotografía-. ¿De qué maldito solitario podía tratarse?

Fue pasando la baraja en busca de las cartas correctas. A lo mejor se trataba de una versión vieja de «Los cuarenta ladrones», es decir, uno en el que te acercabas al final pero que no tiene solución. Pero ¿dónde estaban las cartas básicas? ¿O tal vez fuera una variedad de «La araña»?, una versión con sólo ocho cartas sobre la mesa, aunque en tal caso faltaban las cartas boca abajo.

Debajo del solitario estaba el resto del mazo con las cartas boca abajo.

En la parte inferior derecha, muy cerca de la carta de Mai, había dos naipes sueltos. La sota de corazones y debajo de ésta, asomaba la cara sonriente del comodín.

– Quiere decirme algo. -Even miró las cartas fijamente, como si una observación especialmente intensa fuera capaz de atravesarlas y le permitiera ver el mensaje del más allá. La sota de corazones y el comodín estaban apartadas de las demás cartas, en cierto modo, fuera del solitario-. Quiere decirme algo, pero ¿qué?

Una vez que Even había puesto la canción de Bob Dylan Lily Rosemary and the Jack of Hearts, Mai le había dado un abrazo muy fuerte y le había dicho que él era su Sota de Corazones y que lo sería siempre. Durante cierto tiempo, y sólo para fastidiarlo, le había llamado Sota de Corazones cada vez que hacían el amor. Even se preguntó si debía entender la colocación de la sota de corazones junto al comodín como una especie de pista. Si Mai quería contarle que había algo en la distribución de las cartas en que debería fijarse especialmente, alguna broma, una historia, algo.

Volvió la mirada hacia las demás cartas. Primero había cuatro cartas numeradas, luego tres figuras y, finalmente, un as que formaba la hilera principal. Las primeras cuatro cartas eran negras y las cuatro últimas rojas. Las cartas debajo de las negras eran todas rojas, y todas las cartas debajo de las rojas, negras. ¿Se trataba de un sistema o era casualidad? ¿Sería una especie de acertijo, acaso se escondía un significado en cada una de las cartas que él debería interpretar?

Se acabó la cerveza, fue al baño y durante el camino de vuelta, se sirvió una taza de café. ¿Significarían algo en especial, por ejemplo, la reina de corazones y los reyes? ¿Que Mai era la reina y que había dos reyes que luchaban por ella? ¿Podría el as ser la razón por la que luchaban y las primeras cartas debían indicar el camino para llegar al objetivo? Las primeras cartas estaban todas numeradas: ocho de picas, siete de tréboles, etcétera. ¿Acaso representaban palabras? ¿O picas? ¿Opicas? ¿Picar? ¿Sería algo así? No, parecía una tontería. Cinco de picas. Le irritaba esa carta. Estaba separada de las demás, en la parte superior, la única que estaba por encima de la hilera principal.

Probó a sumar los números, primero todos juntos, luego por grupos, en horizontal y en vertical; le estuvo dando vueltas a cada uno de los resultados, y se encontró con unos números que no le decían nada. Números faltos de interés, sin ninguna pauta.

Iba descaminado, estaba casi seguro. Si se trataba de un mensaje que Mai quería transmitirle, entonces era difícil hacerlo con números, al menos sólo con números. Pero si había que convertir números en letras, ¿cómo habría que pensar? De pronto se le ocurrió una idea: a lo mejor, cada uno de los números representaba una letra del alfabeto.

En una hoja de papel anotó el alfabeto y debajo de cada una de las letras, los números del uno al veintinueve. Es decir, que el ocho de picas era la H, y el siete de tréboles, la G, etcétera.

Cuando hubo terminado, ponía HGIILMMN (o A, si el as correspondía al uno) HFEBC E en el papel que tenía delante.

Una majadería.

¿Y si modificaba el orden y leía las cartas de arriba abajo? Escribió HHGF… y se detuvo. Otra tontería.

Even se llevó la taza de café a la ventana y estuvo observando a un par de niños que jugaban a fútbol en la calle. Un signo claro de que había llegado la primavera. ¿Por qué estaba el cinco de picas en la parte superior, cuando todas las demás cartas se encontraban por debajo de la hilera principal? Le rompía la lógica que ya veía dispuesta. Si conseguía descubrir por qué era así, llegaría a entender el sistema, pensó y regresó a la mesa. Por lo tanto, debía buscar otra lógica.

Arriba es más. Abajo es menos, pensó. Arriba es suma, abajo es resta. Lógico. Empezó a calcular. Consiguió la secuencia O 1 1 9 17 11 13 14 (o 1) en las filas verticales. Muchos número primos, un número cuadrado, el 9, mientras que el 14 era un número piramidal o tetraédrico… ¡y nada de todo aquello le decía una mierda! También aquí estaba equivocado.

Lo que le faltaba eran simple y llanamente letras. Algo de lo que pudiera sacar una especie de máxima, algo a lo que agarrarse. Su mirada tropezó con la reina de corazones. Había una letra en la esquina superior. Q de Queen, ningún número. En los dos reyes había una K y en el as, una A. ¡Ja! Pero ¡si tenía las letras delante de las narices! Rápidamente, empezó a contar el alfabeto. Q más cinco letras (por el cinco de picas que estaba por encima de la reina) era igual a V.

K menos dos (el dos de tréboles debajo del rey) era I.

Al final había una K y un As, a los que no había ni que sumar ni restar nada.

Juntos formaban VIKA. Observó la palabra detenidamente y con los ojos brillantes. Yes, ahora sí había encontrado algo. El sudor de la excitación hizo que el bolígrafo le resbalara entre los dedos mientras anotaba los cálculos correspondientes a las primeras cartas: 0119.

0119 VIKA

¿Un código postal?

Se retorció para poder meterse la mano en el bolsillo de los pantalones y sacó la pequeña llave que Finn-Erik había encontrado en el cajón de Mai. ¿Ahora empezaban las cosas a tener sentido?

Even se inclinó y pulsó una tecla del ordenador para entrar en internet, pero entonces apareció un mensaje en la pantalla pidiéndole que se pusiera en contacto con el servidor. Even maldijo y conectó el teléfono antes de marcar un número.

– ¿Sí? Aquí Finn-Erik Thorsen.

– Hola, soy Even. He visto…

– ¿Has recibido las fotos?

– Sí, sí, pero escúchame un momento. He visto las fotografías y creo que Mai tiene un mensaje para nosotros. Pero necesito un poco de ayuda.

– Vale, bien -dijo Finn-Erik-. ¿Con qué quieres que te ayude? ¿Podemos hacerlo rápido? Es que, ¿sabes?, tengo una visita.

– Será rápido. ¿No tendrás, por casualidad, uno de esos listines con los códigos postales de Noruega?

– ¿Te refieres a uno de esos en los que puedes ver qué código postal tienen las diferentes ciudades?

– Sí.

– Bueeeno, a ver, creo que sí. Pero ya tiene unos cuantos años, o sea que…

– No te preocupes, seguro que sirve. ¿Podrías verificar el código postal de Vika por mí?

– Espera un momento.

Finn-Erik dejó el auricular y se oyeron unos pasos que se alejaban. Al fondo oyó a Stig decir algo y luego una voz desconocida respondiéndole. Una voz de mujer. ¿Sería la señora de los seguros que volvía a insinuarse? Finn-Erik volvió a coger el teléfono.

– ¿Vigra?

– No, no Vig con g, sino Vikkkk…, con k.

– Ah, sí. Aquí lo tengo. El número es 6891 para los apartados de correos, y 6893 para las demás direcciones. Era eso lo que querías saber, ¿no es cierto?

Even suspiró y miró fijamente los números que había anotado.

– Sí -dijo-. Eso era lo que quería saber. -Estaba a punto de colgar cuando de pronto cayó en la cuenta-. Pero un momento, los barrios de Oslo no suelen empezar por seis.

– No, pero es que éste está en Sogn. Vik en Sogn -dijo Finn-Erik.

– ¡Vik en Sogn! Pero ¡maldita sea, si he dicho Vika, con una a final. ¡Eso está en Oslo, joder!

– Vale, vale, no creo que eso te dé derecho a gritarme. -Even le oyó hojear un poco-. En Oslo, dices, espera, aquí hay… un momento… no, no hay ninguna calle que se llame Vikavei.

– No he dicho nada de una calle. -Even tuvo que esforzarse mucho por mantener la voz calmada-. Quiero el código postal de la estafeta de correos de Vika. No recuerdo cómo está organizado el listín, pero a lo mejor aparece al principio de Oslo, o tal vez al final.

Even oyó a Finn-Erik dejar el auricular sobre la mesa y hablar con alguien, le oyó exponer el problema y contestar a la otra persona. Y entonces de pronto volvió a estar al teléfono.

– Aquí está: el código de la estafeta de correos de Vika es el 0110.

0110. Tan cerca.

– ¿Y no 0119? -preguntó Even.

– No -dijo Finn-Erik-. O… espera un momento, aquí debajo hay más códigos postales, números de las secciones de apartados de correos.

Even reaccionó inmediatamente.

– Eso, apartados de correos. Eso es lo que estoy buscando. Busca algún código postal entre los apartados de correos alrededor del número 1640.

– 1640… eh, aquí lo tenemos, del 1600 al 1649, el código postal es el 0119.

Even respiró hondo.

– Finn-Erik, eres el mejor -dijo, y colgó.