173979.fb2 La Hermandad Invisible - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 74

La Hermandad Invisible - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 74

Capítulo 71

– ¿Sí?

– Hola, soy Even. Gracias por la fiesta de ayer, estuvo muy simpática.

– Oye, Even, estoy a punto de dejar a Stig con la canguro… ¿Podrías llamarme más tarde?

– Sólo será un momento. Eh… esa lista de teléfonos, los… eh, números que aparecen, ¿no conocerás alguno de ellos, quiero decir, los nombres de las personas que tienen esos números de teléfono?

– No, si no aparece el nombre al lado, no. ¿Has visto que he escrito el nombre con bolígrafo?

– Sí, bueno. Es verdad, pero… -Even se rascó la cabeza. Maldita sea, qué difícil era.

– ¿Pero? -La voz de Finn-Erik sonaba impaciente-. ¿Eso era todo lo que querías preguntarme?

– No, bueno, eh… Había una cosa más, pero creo que puede esperar.

Finn-Erik colgó y Even se sintió como un idiota. Miró la hora y agarró las llaves del coche.

A las nueve, Even estaba delante de la puerta de la sección de apartados de correos de la oficina de correos de Vika y en cuanto el funcionario abrió la puerta cuando ya estaba dentro, giró a la izquierda y trotó a lo largo de las cajas azules.

Nervioso, se inclinó y metió la llave en la cerradura del apartado de correos número 1220, titubeó y se preguntó qué haría si también éste era el equivocado. Entonces metió la llave y notó que la cerradura cedía como si estuviera recién engrasada. Abrió el apartado y sacó un enorme sobre forrado con sellos franceses. Estaba muy lleno y cerrado con dos clips, que primero tuvo que enderezar para poder retirarlos.

– Sólo quiero ver si…-murmuró, como si necesitara disculparse por su curiosidad.

Uno de los clips cayó al suelo. Even se puso de cuclillas, metió el sobre en el cajón con la apertura hacia fuera y sacó un montón de papeles y un diario. Hojeó lentamente los papeles, se trataba de unas notas sobre la vida privada de Newton, sobre las cartas a sus amigos y sobre visitas y reuniones secretas; fechas y nombres dispuestos en columnas, quién había sido ayudante, amigo y conocido de Newton, y cuándo; copias de libros y artículos, transcripciones de los libros de Newton; el diario. Even lo abrió al azar.

19 de noviembre, París

Hoy he viajado de Ginebra a París en compañía de Simon LaTour.

Es un tipo curioso. Me contó una historia tan fantástica que hay que ser autor de novelas de suspense para inventársela. Era sobre el azote de Europa, una hermandad secreta que urde su red por todos lados. Es el reverso de la ficción, algo con lo que tengo que andarme con ojo: es decir, estar tan atrapada por las posibilidades sin límite de la narrativa que la credibilidad de la historia se ve amenazada.

No me gustó que mencionara a la hermandad invisible. Es casi como si hubiera leído el papelito de Newton que encontré en Cambridge, o como si hubiera leído lo que he escrito sobre la reunión de Newton con Mr. F y el gran maestro. No estoy segura de si fue una advertencia dirigida a mí, un mensaje indirecto con el que pretendía decirme que me está vigilando, si es que realmente es él.

Tiene que ser él; ¿qué otras coincidencias podrían justificar que estuviera en Ginebra al mismo tiempo que yo? ¿Qué «planes» hicieron que mi vuelta a París coincidiera con la suya?

Opté por hospedarme en un gran hotel de Montmartre en lugar de hacerlo en mi hotel habitual; no quería que él supiera dónde suelo hospedarme.

Ocupa la habitación vecina y me ha invitado a dar una vuelta por la ciudad mañana por la noche. Dice que quiere mostrarme algo. Pero mañana por la mañana dejaré el hotel sin que él se entere y me iré a…

De pronto, como si hubiera caído un rayo en la oficina de correos, una luz fuerte bañó el diario de Mai. Even miró confuso hacia atrás y vio a un hombre con una enorme cámara señalándole.

– ¡¿Qué demonios estás haciendo?!

El flash volvió a dispararse y deslumbró a Even, que se puso en pie con un alarido y salió disparado detrás del hombre. El fotógrafo alcanzó la puerta de la oficina de correos y desapareció corriendo calle abajo. Even estuvo a punto de chocar contra una anciana en la acera y soltó el diario y varias notas de Mai. Jadeante y sin aliento, se detuvo para recogerlos. Una muchacha consiguió cazar un folio que el viento pretendía llevarse al otro lado de la calle de Haakon VII. Even le dio las gracias y miró a su alrededor; el fotógrafo había desaparecido. Volvió a entrar en la oficina de correos maldiciendo. Consideró hablar con algún funcionario, preguntar si alguien conocía a aquel saco de mierda, pero había cola y todos los funcionarios parecían ocupados. La verdad es que dudaba de que alguien hubiera visto nada.

En su lugar volvió a la sección de apartados de correos, miró irritado al suelo donde había estado aquel hombre como si también tuviera parte de la culpa de lo que le había pasado y examinó el extraño mundo de taquillas azules con números blancos. ¿Qué diablos llevaba a un hombre a hacer fotos de algo así? ¡¿Y de él, un hombre en la sección de apartados de correos?!

La sección estaba vacía. La única puerta que estaba abierta era la del número 1220. De par en par. La llave seguía en la cerradura. Menos mal que nadie se la había llevado. El llavero al que la había unido se movía ligeramente, como si un soplo de aire hubiera atravesado la sala recientemente.

¡Dios mío! Abrió los ojos de par en par. ¿Cómo podía ser tan tonto? Llegó a la taquilla en tres saltos, preparado para ver lo que le esperaba; miró al interior de la taquilla cuadrada y maldijo en voz alta. La caja estaba vacía.