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Volví a la oficina después de intentar animar a Alberto.
Margarita, como siempre, estaba hablando por teléfono con su novio.
– Perdona, mi amor, un segundo. Sí, sí, ahora mismo te llamo, cariño… -dijo Margarita colgando el teléfono al ver mi mirada asesina.
– ¿Ha pasado algo? ¿Qué son esas flores?
Encima de una mesa había un enorme ramo de flores.
– Las ha mandado el Sr. Ramales. Está muy contento. Dice que somos los mejores detectives de Madrid.
– ¿Nosotros?
– Sí. Ha dejado un cheque de ciento cincuenta mil pesetas y las flores.
– ¿No me digas! ¿Y eso?
– Su mujer ha vuelto.
– Pero nosotros no hemos hecho nada…
– Es lo que yo decía: seis millones es muy poco.
No dije nada. Tomé una rosa y me la llevé a mi despacho.