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A Carmen Pinilla, por su amistad, su entusiasmo, su confianza. Sin su constante aliento difícilmente hubiera llegado al final.
A los doctores Norberto García y Carlos Presman, por sus consejos sobre medicina forense.
A los abogados (y escritores) Hugo Acciarri y Gabriel Bellomo, por valiosas conversaciones sobre las proporciones del castigo y la justicia a lo largo del tiempo.
A la Fundación Civitella Ranieri, por una residencia inolvidable en Italia, donde fue escrita parte de esta novela.
Y a Marisol, por todo, y por las pacientes lecturas y relecturas.