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A menudo me llamó la atención la ironía de mi vida. Cómo soy capaz de crear belleza con mis dedos y mis ojos al tiempo que, en todo lo demás, sólo soy capaz de generar fealdad y destrucción. De ahí que mi última acción consista en destruir mis cuadros. Con el fin de darle a mi vida un poco de coherencia. Es mejor ser coherente y sólo dejar tras de mí suciedad, que dar la impresión de ser una persona más compleja de lo que en realidad merezco.
En el fondo, soy bastante simple. Lo único que siempre deseé de verdad era borrar unos meses y sucesos de mi vida. No creo que fuera mucho pedir. Pero tal vez me merecía lo que me pasó. Tal vez me había hecho culpable de algo terrible en otra vida anterior, algo por lo que debía pagar en esta vida. Y no es que tenga la menor importancia, en realidad. Pero, de ser así, habría sido un alivio saber qué estaba pagando.
Os preguntaréis por qué elijo precisamente este momento para dejar una vida que lleva tanto tiempo siendo absurda. Sí, es una buena pregunta. Pero ¿por qué hace uno las cosas en un momento determinado y no en otro? ¿Acaso amaba a Alex hasta tal punto, que la vida perdió su único sentido? Esa será, sin duda, una de las explicaciones a las que recurriréis. Pero, si he de ser sincero, no lo sé.
La idea de la muerte ha sido una compañera con la que he convivido mucho tiempo, aunque hasta ahora no me había sentido preparado. Tal vez la muerte de Alex haya hecho posible mi liberación. Ella siempre fue un ser inalcanzable, un ser en cuya superficie resultaba imposible provocar el menor rasguño. El hecho de que ella pudiese ser víctima de la muerte me abrió de pronto la posibilidad de optar por la misma vía. Llevaba ya mucho tiempo listo para partir; sólo tenía que subirme al tren.
Mamá, perdóname.
Anders
Jamás había logrado deshacerse de la costumbre de levantarse temprano, o a medianoche, como dirían algunos. Lo que, en este caso, le resultó muy útil. Svea no reaccionaba cuando él se levantaba a las cuatro de la mañana, pero, por si acaso, bajó la escalera sin hacer ruido, con la ropa en la mano. Eilert se vistió en silencio en la sala de estar antes de sacar la maleta que había escondido cuidadosamente en el fondo de la despensa.
Llevaba meses planeando aquello y no había dejado nada al azar. Hoy era el primer día del resto de su vida.
El coche arrancó al primer intento, pese al frío, y a las cuatro y veinte de la mañana dejó la casa en la que había vivido los últimos cincuenta años.
Atravesó una Fjällbacka dormida, pero no pisó el acelerador hasta que no hubo dejado atrás el viejo molino, antes de girar en dirección a Dingle. Poco más de doscientos kilómetros lo separaban de Gotemburgo y del aeropuerto de Landvetter, así que podía tomárselo con calma. El avión rumbo a España no salía hasta las ocho de la mañana.
Por fin podría vivir su vida como gustase.
Llevaba planeándolo mucho tiempo, varios años. Cada año que pasaba, le pesaban más los achaques y la frustración que le producía la vida con Svea. Eilert pensaba que merecía algo mejor. A través de Internet había encontrado una pequeña pensión en un pueblecito de la Costa del Sol española. A cierta distancia de las playas y la zona turística, así que el precio era asequible. Se había comunicado con ellos por correo electrónico para cerciorarse de que podía vivir allí todo el año; de este modo, la propietaria le haría un precio aun mejor. Le había llevado mucho tiempo reunir el dinero bajo la estrecha vigilancia que Svea ejercía sobre lo que hacía o dejaba de hacer, pero lo había conseguido. Contaba con que podría arreglárselas con sus ahorros durante dos años aproximadamente, si vivía sin excesos, y después no le quedaría más remedio que encontrar una solución. En aquellos momentos, nada podía poner freno a su entusiasmo.
Por primera vez en cincuenta años, se sentía libre e incluso se sorprendió a sí mismo pisando el acelerador del viejo Volvo más de la cuenta, de pura alegría. Dejaría el coche en el aparcamiento de larga estancia del aeropuerto; Svea se enteraría en su momento de dónde estaba. No es que eso tuviese la menor importancia. Ella jamás se había molestado en sacarse el permiso de conducir, sino que lo usaba a él de chófer gratuito cada vez que necesitaba ir a algún sitio.
Lo único que le daba un poco de cargo de conciencia eran los hijos. Por otro lado, siempre habían sido más hijos de Svea y, a su pesar, se habían vuelto tan mezquinos y cerrados como ella, lo cual era en parte, a buen seguro, responsabilidad suya, pues él había estado siempre trabajando de sol a sol y había hecho lo posible por encontrar excusas para estar fuera a todas horas.
De todos modos, tenía pensado enviarles una postal desde Landvetter para explicarles que se iba por voluntad propia y que no tenían que preocuparse por él. Tampoco quería que pusiesen en marcha ninguna investigación policial para encontrarlo, claro.
Las carreteras estaban desiertas a aquellas horas de la noche y ni siquiera puso la radio para poder disfrutar del silencio. A partir de ahora, empezaba la verdadera vida.
– Simplemente me cuesta comprender que Vera matase a Alex para evitar que ésta hablase acerca de los abusos de que tanto ella como Anders fueron víctimas hace veinticinco años.
Erica reflexionaba mientras hacía girar la copa de vino entre sus manos.
– No debes menospreciar la necesidad de no destacarse en un pueblo tan pequeño como éste. Si la vieja historia de los abusos hubiese salido a la luz, la gente tendría una razón más para señalar con el dedo a los implicados. En cambio, no la creí cuando me dijo que lo hizo por el bien de Anders. Tal vez tiene razón y Anders tampoco quería que se supiese lo que les había ocurrido, pero creo que era más bien ella misma la que no podía soportar la idea de que la gente murmurase a sus espaldas si llegaba a saberse no sólo que Anders sufrió abusos sexuales de niño, sino que ella no hizo nada al respecto, e incluso ayudó a acallar lo ocurrido. Creo que no podía soportar esa vergüenza. Mató a Alex en un arrebato, cuando comprendió que no podría convencerla. Tuvo un impulso y lo siguió de forma fría y programática.
– ¿Y cómo se lo ha tomado ahora que ha sido descubierta?
– Con una calma sorprendente. Creo que para ella fue un alivio increíble saber que Anders no era el padre del niño; es decir, que ella no había asesinado a su nieto. Después de eso, da la sensación de que no le importa lo que le suceda. Y, en realidad, ¿por qué habría de preocuparse? Su hijo está muerto, no tiene amigos ni parientes, no tiene una vida por la que luchar. Todo se ha descubierto y no tiene nada que perder. Tan sólo su libertad, que no parece tener gran importancia para ella en estos momentos.
Estaban en casa de Patrik y compartían una botella de vino después de la cena. Erica disfrutaba de la tranquilidad y el silencio. Le encantaba tener a Anna y a los niños en casa, pero había días, como aquél, en que el barullo le resultaba insoportable. Patrik se había pasado el día en la sala de interrogatorios, pero, cuando terminó, fue a recogerla. Ella lo esperaba con una pequeña maleta y ahora estaban los dos acurrucados en el sofá como un par de ancianos.
Erica cerró los ojos. Aquel instante se le antojaba maravilloso y terrible a la vez. Todo era tan perfecto…; pero ella no podía evitar pensar que precisamente por eso, lo que estaba por venir sólo podía resultar peor. No quería ni imaginarse lo que sucedería si volvía a marcharse a Estocolmo. Anna y ella habían tocado el tema de la casa muy por encima durante varios días, pero, como por un acuerdo tácito, habían decidido no abordar de lleno el asunto por ahora. Erica tampoco creía que Anna estuviese en condiciones de adoptar ninguna decisión, así que resolvió dejarlo para más adelante. Era mucho mejor no pensar en el día de mañana en absoluto e intentar disfrutar del instante tanto como fuese posible. Se obligó a relegar tan sombríos pensamientos.
– Hoy estuve hablando con la editorial. Sobre el libro de Alex.
– ¡No me digas! ¿Y qué dicen?
La expectación que reflejaban los ojos de Patrik la llenó de satisfacción.
– Les pareció una idea brillante y querían que les enviase cuanto antes el material de que ya dispongo. Aún tengo que terminar el libro sobre Selma Lagerlöf, pero me concedieron otro mes, así qu eme he comprometido a tenerlo listo para septiembre. Y creo que podré simultanearlos. Al menos, hasta ahora, ha funcionado más o menos.
– ¿Qué opina la editorial sobre el aspecto jurídico, si la familia de Alex te denunciase?
– La ley de libertad de publicación es bastante explícita. Tengo derecho a escribir sobre ello, incluso sin su consentimiento, aunque ni que decir tiene que espero que me presten su apoyo en cuanto sepan en qué consiste el proyecto y cómo he pensado configurar el libro. Desde luego, no quiero escribir un libro sensacionalista sin sustancia alguna: mi deseo es escribir sobre lo que sucedió y sobre quién fue Alex en realidad.
– ¿Y qué hay del mercado? ¿Te dijeron si, en su opinión, un libro de ese tipo despertará el interés del público?
Los ojos de Patrik brillaban de entusiasmo y Erica se alegraba de que se interesase así por ella. Él sabía cuánto significaba aquel libro para Erica y por eso le concedía al tema tanta importancia.
– Tanto ellos como yo pensamos que así debería ser. En Estados Unidos, el interés por los libros de «true crime» es enorme. La principal escritora de este género, Ann Rule, vende millones de ejemplares. Además, aquí es un fenómeno relativamente reciente. Hay algunos libros que se acercan un poco a esta línea, por ejemplo el que se escribió hace un par de años sobre el caso del médico y el forense, pero no es genuino. Yo, en cambio, quisiera, al modo de Ann Rule, darle más importancia a la investigación de los hechos. Comprobar los datos, hablar con los implicados y, después, escribir un libro tan verídico como fuese posible.
– ¿Crees que la familia de Alex se prestará a que los interrogues?
– No lo sé.
Erica se retorcía un mechón de pelo entre los dedos.
– De verdad que no lo sé. Pero pienso preguntarles y, si no lo hacen, intentaré prescindir de ellos. Ya tengo una gran ventaja, pues sé mucho sobre el asunto. La verdad es que me angustia un poco la idea de tener que andar haciendo preguntas, pero creo que no me queda más remedio. Si el libro vende bien, no me importaría dedicarme a escribir sobre más casos interesantes y, de ser así, tendría que acostumbrarme a molestar a los familiares y demás. Es inevitable. Además, creo que la gente necesita hablar, contar su historia. Tanto desde el punto de vista de la víctima como del asesino.
– En otras palabras, intentarás hablar también con Vera, ¿no es así?
– Desde luego. No tengo ni idea de si ella querrá o no, pero pienso intentarlo. Puede que desee hablar, puede que no. Lo cierto es que no puedo obligarla.
Erica se encogió de hombros en señal de indiferencia, aunque, por supuesto, el libro nunca resultaría tan bueno si Vera no colaboraba. Lo que hasta el momento llevaba escrito era un esqueleto; en adelante, tendría que trabajar duro para recubrirlo de carne.
– ¿Y tú, qué me cuentas?
Se removió un poco en el sofá y puso las piernas sobre la rodilla de Patrik, que pilló la indirecta y empezó a masajearle los pies enseguida.
– ¿Qué tal te ha ido el día? Serás el héroe de la comisaría, ¿no?
El hondo suspiro de Patrik daba a entender que no era ése el caso.
– Pues no. No creerás que Mellberg permita que el mérito sea para quien ha de ser, ¿verdad? Se ha pasado el día yendo y viniendo como un rayo, de la sala de interrogatorios a las entrevistas con la prensa. «Yo» ha sido el pronombre más frecuente en sus conversaciones con los periodistas. Me sorprendería que hubiese mencionado mi nombre siquiera. Pero qué coño, ¿a quién le interesa ver su nombre en los papeles? Yo arresté ayer a una asesina y eso es más que suficiente para mí.
– Vaya, vaya, ¡qué noble puedes llegar a ser!
Erica le dio unos puñetazos juguetones en el hombro.
– Reconoce que te habría gustado verte ante el micrófono en una gran conferencia de prensa, sacando pecho mientras contabas el genial razonamiento que te llevó a deducir quién era culpable.
– Bueno, sí, no habría estado mal que me hubiesen mencionado en la prensa local, por lo menos. Pero las cosas son como son. Mellberg se llevará toda la gloria y no hay nada que yo pueda hacer por evitarlo.
– ¿Crees que le darán el traslado que tanto desea?
– Ojalá fuera así… Pero no, sospecho que los jefes de Gotemburgo están más que satisfechos con tenerlo aquí, de modo que no nos quedará más remedio que aguantarlo hasta que se jubile, me temo. Y créeme, ese día se me hace muy lejano.
– ¡Pobre Patrik!
Erica le acarició el cabello y él interpretó el gesto como una invitación a que se lanzase sobre ella para inmovilizarla bajo su cuerpo en el sofá.
El vino empezaba a surtir efecto en sus articulaciones y el calor de su cuerpo fue contagiándose despacio al de ella. Su respiración cambió de ritmo y se hizo más pesada, pero ella tenía aún unas preguntas que hacerle, de modo que se obligó a sentarse de nuevo y apartó suavemente a Patrik al otro rincón del sofá.
– Pero dime, ¿tú estás satisfecho con la resolución del caso? La desaparición de Nils, por ejemplo. ¿No te contó Vera nada más?
– No. Ella sostiene que no sabe nada al respecto. Pero yo no la creo. En mi opinión, no quería proteger a Anders sólo de que la gente llegase a saber que Nils había abusado de él. Lo que yo creo es que ella sabe perfectamente lo que le ocurrió a Nils y ése es un secreto que ha de guardarse a cualquier precio. Aunque he de admitir que me molesta no tener más que suposiciones. La gente no se esfuma así como así. Nils está en algún lugar y hay una o varias personas que saben cuál es ese lugar. Pero yo tengo una teoría.
Expuso paso a paso el supuesto curso de los acontecimientos, dando cuenta de las circunstancias en las que apoyaba su tesis.
Erica se estremeció, pese a que hacía calor en la habitación. Sonaba increíble y, al mismo tiempo, verosímil. Asimismo, comprendió que Patrik jamás lograría demostrar nada de lo que decía. Y tal vez no fuese de utilidad para nadie. Habían pasado tantos años. Y se habían destrozado ya tantas vidas, que nadie saldría ganando con destruir una más.
– Sé que esto nunca llegará a comprobarse. Sin embargo, me gustaría saberlo, sólo por satisfacer mi propia curiosidad. He convivido con el caso durante varias semanas y siento que necesito darle un final.
– Pero ¿cómo lo vas a hacer? Es más, ¿qué puedes hacer?
Patrik suspiró.
– Simplemente pediré respuestas. Si no preguntas, nunca obtienes respuestas, ¿no crees?
Erica lo observó intrigada.
– Bueno, no sé si será una buena idea, pero tú sabrás lo que haces.
– Sí, eso espero. Pero ¿crees que podemos dejar a un lado la muerte y las desgracias para dedicarnos un poco el uno al otro?
– Sí, me parece una idea genial.
Patrik volvió a recostarse sobre ella y, en esta ocasión, nadie lo apartó.
Cuando se fue de allí, Erica seguía en la cama. No tuvo valor para despertarla y, sin hacer ruido, se levantó, se vistió y se puso en marcha.
Intuyó cierta sorpresa, pero también cierta reticencia cuando concertó la cita. La única condición impuesta fue que el encuentro se produjese en un lugar discreto y Patrik no tuvo el menor inconveniente en aceptarla. De ahí que estuviese al volante ya a las siete de la mañana de aquel lunes, por la solitaria y oscura carretera hacia Fjällbacka por la que no se cruzó más que con algún que otro vehículo. Giró a la altura del indicador de Väddö y fue el primero en estacionar en el aparcamiento que quedaba algo apartado de la carretera, dispuesto a esperar. Diez minutos más tarde entró en el aparcamiento otro coche que se detuvo junto al suyo. El conductor salió, abrió la puerta del coche de Patrik y se sentó en el lugar del acompañante. Patrik dejó el motor en marcha para poder tener la calefacción encendida; de lo contrario, se habrían helado los dos.
– Resulta un tanto emocionante esto de verse a escondidas y en la oscuridad. La cuestión es por qué.
Jan daba una impresión totalmente relajada aunque expectante.
– Creía que había terminado la investigación, ya que tenéis al asesino de Alex, ¿no?
– Sí, así es. Pero aún hay piezas que no terminan de encajar. Y eso me irrita bastante.
– ¿Ah, sí? ¿Como cuáles?
La expresión de Jan no desvelaba ningún tipo de sentimiento. Patrik se preguntaba si no se habría dado el madrugón para nada. Pero ya que estaba allí, más le valía terminar lo que había comenzado.
– Como habrás oído, tu hermanastro Nils abusó tanto de Alexandra como de Anders.
– Sí, algo he oído. Terrible. Sobre todo para mi madre.
– Aunque para ella no fue una novedad. Ella ya lo sabía.
– Claro que sí. Y se enfrentó a la situación como mejor supo. Con la mayor discreción posible. Ni que decir tiene que había que proteger el nombre de la familia. Todo lo demás era secundario.
– ¿Y a ti qué te parece eso? ¿El que tu hermano fuese un pederasta, que tu madre lo supiese y lo protegiese?
Jan no se dejó alterar por la pregunta. Retiró unas invisibles motas de polvo del abrigo y alzó una sola ceja mientras, tras unos segundos de reflexión, le contestaba a Patrik:
– Naturalmente, yo comprendo a mi madre. Actuó del único modo posible y el daño ya estaba hecho, ¿no es cierto?
– Sí, claro, también podemos verlo así. La cuestión es adónde se fue Nils después. ¿Nadie de la familia ha sabido de él?
– En tal caso, habríamos informado a la policía, por supuesto, como buenos ciudadanos.
La ironía estaba tan bien emboscada en su tono de voz que apenas si podía registrarse.
– Pero yo comprendo que decidiese desaparecer para siempre. ¿Qué le quedaba aquí? Mi madre se había enterado de qué clase de persona era y ya no podía seguir trabajando en la escuela; al menos mi madre estaba dispuesta a impedírselo. Así que se marchó. Lo más probable es que viva en un país cálido en el que le resulte fácil el acceso a los niños.
– No lo creo.
– ¿Ah, no? ¿Y por qué? ¿Acaso has encontrado sus huesos en algún lugar del armario?
Patrik ignoró su tono burlón.
– No, no lo hemos encontrado. Pero, ¿sabes?, tengo una teoría…
– Interesante, muy interesante.
– Yo creo que no fueron sólo Alex y Anders quienes sufrieron los abusos de Nils. Sino que su principal víctima era precisamente el niño que más cerca tenía. El más asequible. Yo creo, en otras palabras, que también abusaba de ti.
Por primera vez creyó ver una grieta en la reluciente y limpia fachada de Jan, pero un segundo más tarde había recuperado el control, al menos en apariencia.
– Una teoría interesante. Y, ¿en qué te basas para sostenerla?
– No tengo mucho en lo que basarme, lo reconozco. Pero encontré un eslabón común entre vosotros tres. De vuestra niñez. Vi un trozo de piel en tu despacho, cuando te visité. ¿No es cierto que, para ti, tiene un gran significado? Es un símbolo. Una asociación, una hermandad, un lazo de sangre. Lo has guardado durante más de veinticinco años. También Anders y Alex conservaban los suyos. En el reverso de los tres había una borrosa huella impresa con sangre, por eso creo que, a la manera dramática de los niños que erais, creasteis un lazo de sangre. Además, están las iniciales grabadas en el anverso: «L.T.M.». Eso no he conseguido descifrarlo. Quizá tú puedas ayudarme, ¿no?
Patrik literalmente vio cómo, en el interior de Jan, dos voluntades contradictorias pugnaban por ganar la victoria. Por un lado, el sentido común le decía que no dijese nada en absoluto; por otro, su deseo de hablar, de confiarse a alguien, no era fácil de ignorar.
Patrik confiaba en que vencería el ego de Jan y apostó su fortuna a que le resultaría irresistible la idea de poder desahogarse con alguien que le prestase atención. Y optó por ayudarle a tomar la decisión.
– Todo lo que digamos aquí quedará entre nosotros. No tengo ya ni fuerzas ni recursos para hacer el seguimiento de un suceso que aconteció hace veinticinco años y tampoco creo que encontrase pruebas, por más que lo intentara. Esto es personal. Tengo que saberlo.
Era una tentación demasiado irresistible para Jan.
– Los Tres Mosqueteros. Eso es lo que significa L.T.M. Ridículo y absurdamente romántico, pero así nos veíamos a nosotros mismos. Eramos nosotros contra el mundo. Cuando estábamos juntos, olvidábamos lo que nos había pasado. Nunca hablábamos de ello, y tampoco nos hacía falta. Cerramos un pacto según el cual siempre estaríamos cuando los otros lo necesitasen. Con un trozo de cristal que encontramos nos hicimos un corte en el dedo, mezclamos la sangre de los tres y estampamos con ella nuestro emblema.
»Yo era el más fuerte de los tres. No tenía más remedio que ser el más fuerte. Los otros dos podían sentirse seguros en casa, pero yo siempre miraba a mis espaldas y, por las noches, me acostaba con la manta hasta la barbilla y aguzaba el oído por si detectaba los pasos que sabía se dejarían oír, primero en el descansillo y, después, cada vez más cerca.
Era como si hubiesen cedido los muros de una presa. Jan hablaba sin cesar a un ritmo vertiginoso, mientras Patrik guardaba silencio para no interrumpir su discurso. Jan encendió un cigarrillo, bajó la ventanilla un poco para que saliese el humo y prosiguió:
– Vivíamos en nuestro mundo. Nos reuníamos cuando nadie nos veía y buscábamos consuelo y seguridad en esa compañía. Lo más extraño era que, pese a que cada uno debería haber funcionado como una especie de recordatorio de la desgracia para los otros dos, sólo cuando estábamos juntos podíamos evadirnos un rato. Ni siquiera sé cómo lo supimos. Cómo llegamos a buscar refugio entre nosotros. Yo fui quien tuvo la idea de resolverlo a nuestra manera. Alex y Anders lo vieron al principio como un juego, pero yo sabía que teníamos que hacerlo en serio. No había otra salida.
»Un día de invierno, frío y despejado, mi hermanastro y yo salimos a pasear sobre las aguas heladas. No me fue difícil engañarlo. De hecho, le entusiasmó la idea de que fuese yo quien tomara la iniciativa y estaba encantado con la idea de nuestra pequeña excursión. Yo me había pasado muchas horas en el hielo aquel invierno y sabía exactamente adonde llevarlo. Anders y Alex nos esperaban allí. Nils se asombró al verlos, pero era tan soberbio que en ningún momento se le ocurrió que constituyesen una amenaza. Después de todo, no éramos más que unos niños. El resto fue bastante fácil. Un agujero en el hielo, un empujón, y Nils desapareció. Al principio sentimos un alivio enorme.
»Los primeros días fueron maravillosos. Nelly no cabía en sí de preocupación por saber adónde se habría metido Nils, pero yo me acostaba por las noches y no podía por menos de sonreír acurrucado en la cama, mientras escuchaba la ausencia de pasos. Después, se armó un gran lío. Los padres de Alex se enteraron de algo, aunque ignoro cómo lo averiguaron, y fueron a visitar a Nelly. Supongo que Alex no tuvo fuerzas para resistir la avalancha de preguntas y de presiones y lo contó todo y también habló de mí y de Anders. No lo que hicimos con Nils, sino todo lo que nos había estado sucediendo con anterioridad.
»Si alguna vez creí que mi madre adoptiva me comprendería, aprendí bien la lección aquel día. Nelly no volvió a mirarme a los ojos nunca más. Tampoco me interrogaba sobre dónde estaría Nils. A veces me pregunto si no se lo figura.
– Vera también se enteró de las violaciones y los abusos.
– Sí, pero mi madre fue muy habilidosa. Se aprovechó de su necesidad de proteger a Anders y de guardar las apariencias, y ni siquiera tuvo que pagarle o que sobornarla con un buen trabajo para conseguir que guardase silencio.
– ¿Crees que Vera llegó a enterarse de lo que le había ocurrido a Nils?
– Estoy totalmente seguro de ello. No creo que Anders lograse guardar con su madre ese secreto todos esos años.
Patrik pensó en voz alta:
– De modo que, probablemente, Vera mató a Alex no sólo para que no se conociesen los abusos sexuales, sino también porque tenía miedo de que Anders fuese acusado de asesinato.
Jan esbozó una sonrisa casi malévola.
– Lo cual resulta bastante cómico, si tenemos en cuenta por un lado que ese asesinato ha prescrito, y por otro, que no es probable que nadie se molestase en denunciarnos ahora, tantos años después, dadas las circunstancias y puesto que entonces éramos unos niños.
Patrik le dio la razón, aunque a disgusto. Si Alex se hubiese presentado en la comisaría para contarlo todo, no habría pasado absolutamente nada. Pero al parecer Vera no lo comprendió, sino que creyó que existía un riesgo real de que Anders fuese a parar a la cárcel.
– ¿Mantuvisteis el contacto después de aquello? Me refiero a ti, Alex y Anders.
– No. Alex se mudó casi de inmediato y Anders se retiró a su pequeño mundo particular. Claro que a veces nos veíamos por la calle, pero en veinticinco años no volvimos a hablar, hasta después de la muerte de Alex, cuando Anders empezó a llamarme gritando y acusándome de haberla matado. Yo lo negaba, claro está, pues no tenía nada que ver con su muerte, pero él insistía.
– ¿Sabías tú que ella había planeado hablarle a la policía de la muerte de Nils?
– No antes de su muerte. Anders me lo contó después.
Jan fumaba negligente, formando anillos de humo en el interior del coche.
– ¿Qué habrías hecho, de haberlo sabido?
– Eso siempre será un misterio, ¿no crees?
Se volvió observando a Patrik, con esos ojos suyos tan azules y tan fríos. Patrik se estremeció: en efecto, siempre sería un misterio.
– Pero, como te decía, no creo que nadie se hubiese molestado en enviarnos a la cárcel por eso. Aunque he de reconocer que habría complicado ligeramente la relación entre mi madre y yo.
De pronto, Jan cambió de tema.
– Según parece, ellos dos estaban liados, me refiero a Anders y Alex. Para que luego hablen de la bella y la bestia. Se me ocurre que yo también debería haber aprovechado la ocasión, por nuestra vieja amistad…
Patrik no sentía la menor compasión por el hombre que tenía a su lado. Cierto que había vivido un infierno en su infancia, pero había algo más en Jan.
Algo maligno y podrido que manaba por todos sus poros.
En un impulso, le preguntó:
– Tus padres murieron en circunstancias trágicas. ¿Sabes algo más sobre ese asunto, aparte de lo que se averiguó con motivo de la investigación?
Una sonrisa asomó a sus labios. Bajó un poco más la ventanilla para arrojar la colilla.
– Los accidentes ocurren con tanta facilidad, ¿no crees? Una lámpara de aceite se vuelca, una cortina que aletea movida por la brisa… Pequeños sucesos cuyo conjunto se convierte en una gran casualidad. Claro que uno puede pensar que ha mediado la intervención divina, cuando las desgracias les sobrevienen a aquellos que se las merecen.
– ¿Por qué accediste a que nos viéramos? ¿Por qué me has contado todo esto?
– Sí, yo mismo estoy asombrado. En realidad, había pensado no venir, pero supongo que la curiosidad pudo conmigo. Me preguntaba cuánto sabías de hecho y cuánto eran figuraciones tuyas. Por otro lado, todos nosotros tenemos la necesidad de contarle a alguien nuestras locuras y nuestras acciones. En especial cuando ese alguien no puede modificarlas. La muerte de Nils es agua pasada, sería mi palabra contra la tuya y me temo que nadie te creería a ti.
Jan salió del coche, pero se dio la vuelta y se agachó para verle la cara a Patrik.
– Supongo que hay personas a las que les compensa el crimen. Un día, yo heredaré una fortuna considerable. Si Nils estuviese vivo, dudo mucho de que mi situación fuese la misma.
Se despidió con un saludo burlón, llevándose dos dedos a la frente, cerró la puerta del coche y se encaminó hacia el suyo.
Patrik sintió que a su cara asomaba una expresión malévola. Era evidente que Jan ignoraba tanto el lazo que unía a Julia y Nelly como el contenido del testamento que se leería en su día.
Los caminos del Señor eran, sin duda, inescrutables.
La cálida brisa acariciaba sus mejillas surcadas de arrugas mientras él disfrutaba sentado en su pequeño balcón. El calor del sol aliviaba el dolor de sus articulaciones y cada día que pasaba aumentaba su movilidad y mejoraba su salud. Todas las mañanas acudía a su lugar de trabajo en el mercado, donde ayudaba a vender el pescado que los pescadores llevaban muy temprano.
Allí nadie intentaba arrebatarles a los mayores su derecho a ser útiles. Antes al contrario, se sentía más respetado y apreciado que en toda su vida y, lento pero seguro, se había ido agenciando amistades en el pueblo. Cierto que tenía alguna dificultad con el idioma, pero se dio cuenta de que se las arreglaba bien con los gestos y la buena voluntad y su vocabulario iba creciendo con el tiempo. Después de cada jornada de trabajo se tomaba una o dos copas que le ayudaban a soltar las ataduras de su timidez y, ante su asombro, comprobó que no tardaría en convertirse en un auténtico parlanchín.
Sentado en su balcón con vistas a una verde fronda que daba paso a las aguas más azules que jamás había visto, Eilert se decía que aquello era lo más próximo que podía hallarse del Paraíso.
El coqueteo diario con Rosa, la exuberante propietaria de la pensión, constituía un aliciente más de su existencia y, de vez en cuando, se permitía acariciar la idea de que, con el tiempo, aquello podía dejar de ser un flirteo juguetón para convertirse en algo más serio. Era evidente que se sentían atraídos el uno por el otro, de eso no cabía duda, y el ser humano no ha sido creado para vivir solo.
Por un instante pensó en Svea. Después desechó aquel desagradable recuerdo y cerró los ojos, dispuesto a disfrutar de una merecida siesta.