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Bosch pudo fumar dos cigarrillos durante el descanso de diez minutos que siguió al final del testimonio de Irving. En el turno de réplica Belk había formulado sólo unas pocas preguntas, tratando de reconstruir una casa en ruinas con un martillo, pero sin ningún clavo. El daño ya estaba hecho.
Hasta el momento, Chandler había aprovechado el día para plantar habilidosamente las semillas de la duda tanto acerca de Church como acerca de Bosch. La coartada para el undécimo asesinato abría la puerta a una posible inocencia de Church. Y después había suscrito un motivo para la acción de Bosch: la venganza por un asesinato cometido hacía más de treinta años. Al final del juicio las semillas estarían en plena germinación.
Harry Bosch pensó en lo que Chandler había dicho acerca de su madre. ¿Tenía razón? Nunca se lo había planteado conscientemente. La idea de venganza estaba siempre presente, titilando en alguna parte de su mente, junto con los recuerdos distantes de su madre. Pero nunca la había examinado. ¿Por qué había salido solo aquella noche? ¿Por qué no había llamado a alguno de los otros, Mora o alguno de los investigadores que tenía a su mando?
Bosch siempre se había dicho a sí mismo y a los demás que era porque dudaba de la historia de la puta. Pero ya empezaba a dudar de su propia historia.
Bosch estaba tan sumido en estos pensamientos que no se fijó en que Chandler había salido hasta que el brillo de su encendedor captó su atención. Se volvió y la miró.
– No me quedaré mucho -dijo ella-. Sólo medio.
– No me importa. -Ya casi había acabado con su segundo cigarrillo-. ¿Quién es el siguiente?
– Locke.
El psicólogo de la Universidad del Sur de California. Bosch asintió, aunque inmediatamente lo vio como un salto en su modelo chico malo/chico bueno. A no ser que contara a Locke como un chico bueno.
– Bueno, lo está haciendo bien -dijo Bosch-, pero supongo que no necesita que yo se lo diga.
– No.
– Incluso podría ganar, probablemente ganará, pero en última instancia se equivoca conmigo.
– ¿Ah sí?… ¿De verdad lo sabe?
– Sí, lo sé. Lo sé.
– Tengo que irme.
Ella aplastó el cigarrillo. Se había fumado menos de la mitad. Sería un premio Nobel para Tommy Faraway.
El doctor John Locke era un hombre calvo, con barba gris y gafas. Sólo le faltaba una pipa para completar su imagen de profesor universitario e investigador de la conducta sexual. Testificó que había ofrecido su experiencia al equipo de investigación del Fabricante de Muñecas después de leer acerca de los asesinatos en los periódicos. Colaboró con un psiquiatra del Departamento de Policía de Los Ángeles en la elaboración de los primeros perfiles del sospechoso.
– Hable al jurado de su experiencia -dijo Chandler.
– Bueno, soy director del Laboratorio de Investigación Psicohormonal de la Universidad del Sur de California. Soy asimismo fundador de esa unidad. He conducido amplios estudios acerca de la práctica sexual, la parafilia y la dinámica psicosexual.
– ¿Qué es la parafilia, doctor? En un lenguaje que todos podamos comprender, por favor.
– Bueno, en términos legos, la parafilia es lo que se conoce comúnmente como perversiones sexuales: conductas sexuales generalmente consideradas inaceptables por la sociedad.
– ¿Cómo estrangular a la pareja sexual?
– Sí ésa sería una de ellos, un caso extremo.
Locke sonrió. Parecía muy cómodo en el estrado de los testigos, pensó Bosch.
– ¿Ha escrito usted artículos académicos o libros acerca de los asuntos mencionados?
– Sí, he contribuido con numerosos artículos en publicaciones científicas. He escrito siete libros sobre temas diversos, el desarrollo sexual de los niños, parafilia prepubescente, estudios sobre sadomasoquismo: todo el asunto del bondage, pornografía, prostitución. Mi último libro trata del historial del desarrollo infantil en asesinos perversos.
– Así que ha pasado por todo.
– Sólo como investigador.
Locke sonrió otra vez y Bosch advirtió que se había ganado al jurado. Los veinticuatro ojos estaban fijos en el sexólogo.
– Su último libro, el que trata sobre los asesinos, ¿cómo se titula?
– Corazones negros: rompiendo el molde erótico del asesinato.
Chandler se tomó un momento para consultar sus notas.
– ¿A qué se refiere con el molde erótico?
– Bueno, señora Chandler, si se me permite hacer un pequeño inciso, creo que podría aportar información de fondo.
Ella dio su permiso.
– En líneas generales hay dos campos, o dos escuelas de pensamiento, en lo que se refiere al estudio de la parafilia sexual. Yo soy lo que podría llamarse un psicoanalista, y el psicoanálisis sostiene que la raíz de la parafilia en un individuo surge de hostilidades alimentadas en la infancia. En otras palabras, las perversiones sexuales (de hecho, incluso los intereses eróticos normales) se forman en la primera infancia y después se manifiestan cuando el individuo alcanza la edad adulta.
»Por otra parte, los conductistas ven la parafilia como conductas aprendidas. Un ejemplo es el abuso de un chico en el marco de su familia que podría desencadenar un comportamiento igual por su parte cuando es adulto. Las dos escuelas, a falta de un término mejor, no son tan divergentes. De hecho están mucho más próximas de lo que psicoanalistas y conductistas normalmente están dispuestos a admitir.
Locke asintió y juntó las manos, como si hubiera olvidado la pregunta original.
– Iba a hablarnos de los moldes eróticos -le instó Chandler.
– Ah, sí, lo siento. He perdido el hilo. Ah, el molde erótico es la descripción que utilizo para cubrir todo el tinglado de los deseos psicosexuales que entran en la escena erótica ideal de un individuo. Verá, todo el mundo tiene una escena erótica ideal. Aquí entrarían los atributos físicos ideales de un amante, la localización, el tipo de acto sexual, el olor, el gusto, la música, lo que sea. Todo, todos los ingredientes que participan en que ese individuo logre la escena sexual definitiva. Una autoridad en la materia, de la Universidad Johns Hopkins, lo llama un «plano amoroso», una suerte de guía de la escena definitiva.
– Bueno, en su libro lo aplica a los asesinos sexuales.
– Sí, con cinco sujetos (todos ellos convictos de asesinato relacionado con una causa o práctica sexual) he tratado de trazar el molde erótico de cada hombre. Para abrirlo y rastrear cada parte hasta el desarrollo infantil. Estos hombres tenían moldes dañados, por así decirlo. Yo quería encontrar dónde se producía ese daño.
– ¿Cómo eligió sus sujetos?
Belk se levantó para protestar y avanzó hacia el estrado.
– Señoría, por fascinante que todo esto pueda ser, no creo que tenga relación con el caso. Yo avalo la experiencia del doctor Locke en este campo. No creo que tengamos que revisar la historia de otros cinco asesinatos. Estamos aquí en un juicio acerca de un asesino que ni siquiera se menciona en el libro del doctor Locke. Yo conozco el libro y Norman Church no aparece en él.
– ¿Señora Chandler? -dijo el juez Keyes.
– Señoría, el señor Belk tiene razón respecto al libro. Trata de asesinos con instintos sádicos. Norman Church no aparece en él. Pero su significación en este caso quedará clara en las siguientes preguntas. Creo que el señor Belk se da cuenta de ello y ésa es la razón de su protesta.
– Bueno, señor Belk, creo que el momento para la protesta fue hace diez minutos. Ahora ya estamos metidos de lleno en esta línea de interrogatorio y creo que necesitamos atravesarla. Además, tiene razón acerca de que es un tema fascinante. Adelante, señora Chandler, no se admite la protesta.
Belk se sentó en su silla y susurró a Bosch:
– Se la debe de estar tirando.
Lo dijo en voz lo suficientemente alta para que Chandler pudiera haberlo oído, pero no el juez. Si la abogada lo oyó no lo mostró en absoluto.
– Gracias, señoría -dijo ella-. Doctor Locke, el señor Belk y yo teníamos razón cuando dijimos que Norman Church no era uno de los sujetos de su estudio, ¿no es así?
– Sí, así es.
– ¿Cuándo se publicó el libro?
– El año pasado.
– ¿Es decir, tres años después del final del caso del Fabricante de Muñecas?
– Sí.
– Bueno, habiendo formado parte del equipo de investigación del Fabricante de Muñecas y puesto que obviamente estaba familiarizado con los crímenes, ¿por qué no incluyó a Norman Church en su estudio? Parecería una elección obvia.
– Puede que lo parezca, pero no lo era. Para empezar, Norman Church estaba muerto. Yo quería sujetos que estuvieran vivos y dispuestos a cooperar. Pero encarcelados, claro. Quería gente a la que pudiera entrevistar.
– Sin embargo, de los cinco sujetos de los que escribió sólo cuatro siguen vivos. ¿Qué me dice del quinto, un hombre llamado Alan Karps, que fue ejecutado en Tejas antes de que empezara la redacción de su libro? ¿Por qué no Norman Church?
– Porque, señora Chandler, Karps había pasado la mayor parte de su vida adulta en instituciones. Había voluminosos registros públicos sobre su tratamiento y examen psiquiátrico. Con Church no había nada. Nunca había tenido problemas con anterioridad. Era una anomalía.
Chandler miró su bloc y pasó una página, dejando que el punto que acababa de anotarse flotara en la tranquila sala de vistas como una nube de humo de cigarrillo.
– Pero al menos hizo las preguntas preliminares sobre Church, ¿no?
Locke dudó antes de responder.
– Sí, hice una investigación muy preliminar. Se redujo a contactar con su familia y preguntar a su esposa si me concedería una entrevista. Se negó. Puesto que el hombre estaba muerto y no había registros sobre él (salvo los detalles de los asesinatos con los cuales ya estaba familiarizado) no seguí con él. Preferí a Karps de Tejas.
Bosch observó que Chandler tachaba varias preguntas de su cuaderno y luego pasaba varias páginas hasta otro conjunto de preguntas. Supuso que estaba cambiando de táctica.
– Mientras trabajaba en el equipo de investigación -dijo Chandler- elaboró un perfil psicológico del asesino, ¿correcto?
– Sí -dijo Locke con lentitud. Se acomodó en la silla, enderezándose para lo que sabía que se avecinaba.
– ¿En qué estaba basado?
– En un análisis de las escenas del crimen y el método de homicidio tamizado a través de lo poco que sabemos de la mente perversa. Reuní atributos comunes que pensé que podrían ser parte del maquillaje del sospechoso, perdón por el juego de palabras.
Nadie rió en la sala. Bosch miró en torno y vio que las filas de los espectadores se estaban llenando. Pensó que debía de ser el mejor espectáculo del edificio, o tal vez de todo el centro.
– No tuvo mucho éxito, ¿verdad? Es decir, si Norman Church era el Fabricante de Muñecas.
– No, no tuve mucho éxito. Pero eso ocurre. Hay mucho trabajo de suposición. Más que un testimonio de mi fracaso es el testimonio de lo poco que sabemos de la gente. La conducta de este hombre no llamó la atención de nadie (y menos aún de las mujeres que mató) hasta la noche en que le dispararon.
– Habla como si fuera un hecho que Norman Church era el asesino, el Fabricante de Muñecas. ¿Sabe usted que eso es cierto basado en hechos indiscutibles?
– Bueno, sé que es cierto porque es lo que me dijo la policía.
– Si lo hacemos a la inversa, doctor. Si empieza usted con lo que sabe ahora de Norman Church y deja de lado lo que la policía le había dicho acerca de las supuestas pruebas, ¿lo habría creído capaz de aquello de lo que se le acusó?
Belk estaba a punto de levantarse para protestar, pero Bosch le puso la mano en el brazo y lo sujetó. Belk se volvió y miró airado a su cliente, pero Locke ya estaba contestando.
– No podría confirmarlo ni descartarlo como sospechoso. No sabemos lo suficiente de él. No sabemos lo suficiente de la mente humana en general. Lo único que sé es que cualquiera es capaz de cualquier cosa. Incluso usted, señora Chandler. Todos tenemos un molde erótico, y para la mayoría de nosotros es muy normal. Para algunos puede ser un poco inusual, pero simplemente picaro. Pero para otros, los casos extremos, que consideran que sólo pueden alcanzar una excitación erótica y una realización a través de administrar dolor, incluso matar a sus compañeros, está profundamente enterrado.
Chandler estaba escribiendo cuando el psiquiatra finalizó. Cuando éste vio que no le hacían otra pregunta continuó hablando.
– Desafortunadamente, el corazón negro no está al descubierto. Las víctimas que lo ven normalmente no viven para contarlo.
– Gracias, doctor -dijo Chandler-. No hay más preguntas.
Belk entró al ataque, sin ninguna pregunta de calentamiento, con una expresión de concentración en su amplio rostro rubicundo que Bosch no había visto antes.
– Doctor, estos hombres que padecen la llamada parafilia ¿qué aspecto tienen?
– Como cualquiera. No hay ningún rasgo que los delate.
– Sí, ¿y están siempre merodeando? Ya sabe, buscando satisfacer sus fantasías aberrantes llevándolas a cabo.
– No, en realidad los estudios han mostrado que esta gente obviamente sabe que tiene gustos aberrantes y trabaja para mantenerlos a raya. Aquellos que son lo bastante valientes para dar un paso adelante para afrontar sus problemas con frecuencia llevan vidas completamente normales con la ayuda de terapia química y psicológica. Aquellos que no lo hacen, periódicamente sienten el impulso de actuar y pueden atender a estas urgencias y cometer un crimen.
Los asesinos en serie con motivaciones psicosexuales con frecuencia exhiben modelos que son bastante repetitivos, de manera que la policía puede casi predecir con un margen de días o una semana cuándo volverán a actuar. Esto es así porque el aumento de la tensión, la compulsión de actuar, seguirá un modelo. Muchas veces, se aprecian intervalos decrecientes, la urgencia abrumadora vuelve cada vez con mayor frecuencia.
Belk se había inclinado sobre el estrado, apretando su peso en él.
– Ya veo, pero entre estos momentos de compulsión en los que se producen los actos ¿este hombre tiene una vida normal o, no sé, está de pie en una esquina, babeando?
– No, nada de eso, al menos hasta que los intervalos se hacen tan cortos que literalmente no existen. Entonces sí que podría haber alguien en la calle merodeando permanentemente, como dice usted. Pero entre los intervalos hay normalidad. El acto sexual aberrante (violación, estrangulación, voyeurismo o lo que sea) proporciona al sujeto un recuerdo para construir su fantasía. Después puede usar ese acto para fantasear y estimularse durante la masturbación o un acto sexual normal.
– ¿Quiere decir que de algún modo reproduce el asesinato en su mente para poder excitarse sexualmente para tener una relación normal, digamos, con su mujer?
Chandler protestó y Belk tuvo que reformular la pregunta para no inducir la respuesta de Locke.
– Sí, reproduce en su mente el acto sexual aberrante de manera que pueda cumplir con el acto que está socialmente aceptado.
– Al hacerlo así, una esposa, por ejemplo, podría no saber de los deseos reales de su marido, ¿correcto?
– Es correcto. Ocurre con frecuencia.
– Y una persona así podría cumplir con su trabajo y estar con sus amigos sin revelar esa faceta de sí mismo, ¿correcto?
– De nuevo es correcto. Hay numerosas pruebas de ello en los historiales de sádicos sexuales que asesinan. La doble vida de Ted Bundy está bien documentada. Randy Kraft, el asesino de decenas de autostopistas aquí en el sur de California. Podría nombrar a muchos más. De hecho, es la razón de que maten a tantas víctimas antes de ser atrapados, y normalmente caen sólo porque cometen un pequeño error.
– ¿Como con Norman Church?
– Sí.
– Como ha testificado antes, no logró encontrar o recopilar suficiente información acerca del desarrollo temprano de Norman Church para incluirlo en su libro. ¿Ese hecho le disuadió de creer que era el asesino que la policía aseguraba que era?
– No, en absoluto. Como he dicho, esos deseos pueden ocultarse con facilidad en la conducta normal. Esta gente sabe que sus deseos no son aceptados por la sociedad. Créame, se esfuerzan mucho para ocultarlos. El señor Church no es el único personaje que examiné para mi libro y finalmente descarté por falta de información valiosa. Hice estudios preliminares de al menos otros tres asesinos en serie que o bien estaban muertos o no querían cooperar y también los descarté por la falta de registros públicos o de historial.
– Ha mencionado antes que las raíces de estos problemas se plantan en la infancia. ¿Cómo?
– Debería haber dicho que pueden plantarse en la infancia. Es una ciencia difícil y no hay nada que se sepa con certeza. Yendo a su pregunta, si tuviera una respuesta definitiva supongo que no tendría trabajo. Pero lo que creemos los psicoanalistas como yo es que la parafilia puede estar causada por un trauma físico, emocional o ambos. Básicamente es una síntesis de éstos, algunos posibles determinantes biológicos y aprendizaje social. Es difícil de señalar, pero creemos que ocurre muy pronto, normalmente entre los cinco y ocho años. Uno de los personajes de mi libro fue acosado por un tío a la edad de tres años. Mi tesis, o creencia o como quiera llamarlo, es que este trauma lo puso en la senda de convertirse en un asesino de homosexuales. En la mayoría de los asesinatos emasculaba a sus víctimas.
La sala había quedado tan en silencio durante el testimonio de Locke que Bosch oyó el ligero golpe de una de las puertas posteriores al abrirse. Miró hacia atrás y vio a Jerry Edgar tomando asiento en la última fila. Edgar saludó con la cabeza a Harry, quien miró el reloj. Eran las cuatro y cuarto, faltaban quince minutos para que concluyera la sesión. Bosch supuso que Edgar se había pasado a su vuelta de la autopsia.
– ¿El trauma infantil que se encuentra en la raíz de las actividades criminales de una persona adulta ha de ser tan manifiesto como el abuso sexual?
– No necesariamente. Puede estar arraigado en una tensión emocional más tradicional cargada sobre un niño. La tremenda presión de tener éxito a ojos de los padres, unida con otras cosas. Es difícil debatirlo en un contexto hipotético, porque la sexualidad humana tiene múltiples dimensiones.
Belk continuó con unas cuantas preguntas generales acerca de los trabajos de Locke antes de terminar. Chandler planteó un par de preguntas más en la réplica, pero Bosch había perdido el interés. Sabía que Edgar no se habría pasado por la sala del tribunal a no ser que tuviera algo importante. Dos veces miró atrás al reloj que había en la pared y dos veces miró al suyo. Finalmente, cuando Belk dijo que no tenía más preguntas, el juez Keyes levantó la sesión.
Bosch observó a Locke cuando éste bajaba del estrado y abría la verja para dirigirse a la puerta seguido por un par de periodistas. Entonces el jurado se levantó y abandonó la sala.
Belk se volvió hacia Bosch y dijo:
– Mejor que se prepare mañana, tengo la impresión de que va a ser su turno bajo el sol.
– ¿Qué habéis descubierto, Jerry? -preguntó Bosch cuando alcanzó a Edgar en el pasillo que conducía a la escalera mecánica.
– ¿Tu coche está en el Parker Center?
– Sí.
– El mío también. Vamos hacia allá.
Subieron a la escalera mecánica, pero no dijeron nada porque estaba llena de espectadores del juicio. En la acera, cuando estuvieron solos, Edgar sacó un formulario blanco doblado del bolsillo de su americana y se lo pasó a Bosch.
– Lo hemos confirmado. Las huellas que Mora sacó de Rebecca Kaminski coincidían con el molde de la mano de la rubia de hormigón. También acabo de llegar de la autopsia y el tatuaje estaba allí, encima del culo. Sam Bigotes.
Bosch desdobló el papel. Era una fotocopia de un informe de personas desaparecidas.
– Es una copia del informe sobre Rebecca Kaminski, también conocida como Magna Cum Loudly. Desaparecida veintidós meses y tres días.
Bosch estaba mirando la denuncia.
– No parece que haya ninguna duda -dijo.
– No, ninguna duda. Era ella. La autopsia también confirmó que la causa de la muerte fue la estrangulación manual. El nudo se apretó fuerte en el lado izquierdo. Probablemente fue un zurdo.
Caminaron sin intercambiar palabra durante media manzana. Bosch estaba sorprendido de que hiciera calor tan tarde. Al final Edgar habló.
– Así que, obviamente, lo hemos confirmado; esto puede parecer una de las muñecas de Church, pero no hay forma de que lo hiciera él, a no ser que volviera de entre los muertos… Así que he comprobado algunas cosas en la librería de Union Station. El libro de Bremmer El Fabricante de Muñecas, con todos los detalles que un imitador necesitaba, se publicó en tapa dura diecisiete meses después de que hicieras morder el polvo a Church. Becky Kaminski desapareció unos cuatro meses después de la publicación del libro. Así que nuestro asesino podría haberlo comprado y después haberlo usado como una especie de manual para que pareciera una obra del Fabricante de Muñecas. -Edgar miró a Bosch y sonrió-. Estás a salvo, Harry.
Bosch asintió, pero no sonrió. Edgar no sabía nada de la cinta de vídeo de Wieczorek.
Caminaron por Temple hasta Los Angeles Street. Bosch no se fijó en la gente que tenía al lado, en los vagabundos que agitaban sus tazas en las esquinas. Estuvo a punto de cruzar Los Angeles entre el tráfico cuando Edgar le puso la mano en el brazo para alertarlo. Mientras esperaban a que cambiara el semáforo, examinó otra vez el informe. Era lo básico. Rebecca Kaminski simplemente había salido a una «cita» y no había regresado. Iba a encontrarse con el hombre sin nombre en el Hyatt de Sunset. Eso era todo. Ningún seguimiento, ninguna información adicional. La denuncia la había presentado un tipo llamado Tom Cerrone, que se identificaba en el informe como compañero de piso de Kaminski en Studio City. El semáforo cambió y los dos detectives cruzaron Los Angeles Street y luego giraron a la derecha hacia el Parker Center.
– ¿Vas a hablar con ese Cerrone, el compañero de piso? -le preguntó a Edgar.
– No lo sé. Probablemente. Me interesa más saber qué opinas tú de todo esto, Harry. ¿Adonde vamos desde aquí? El libro de Bremmer fue un puto best-seller. Cualquiera que lo leyera es sospechoso.
Bosch no dijo nada hasta que llegaron al aparcamiento y se detuvieron en la garita de la entrada antes de separarse. Bosch miró la denuncia que tenía en la mano y después a Edgar.
– ¿Puedo quedármelo? Tal vez le haga una visita a este tío.
– Faltaría más… Y otra cosa que deberías saber, Harry. -Edgar hurgó en el bolsillo interior de su americana y sacó otro trozo de papel. Éste era amarillo: una citación-. Me lo entregaron en la oficina del forense. No sé cómo supo que yo estaba allí.
– ¿Cuándo has de presentarte?
– Mañana a las diez. Yo no participé en el equipo de investigación del caso del Fabricante de Muñecas, así que los dos sabemos qué va a preguntar. La rubia de hormigón.