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El cabaret La Cave des Rois, en la calle Mohamed Sakeb, número 10, estaba atestado de chilabas y trajes europeos. Sobre el alto escenario, iluminado con una fila de focos que apenas lograban taladrar con su luz la espesa humareda del local, un citarista disfrazado de músico ciego de Las mil y una noches tañía su instrumento; después la famosa cantante Saira Felanta comenzó a cantar Tú me embriagas con la miel de tu boca, la canción de moda que tarareaban todos los taxistas de El Cairo y que continuamente radiaban todas las emisoras desde Marruecos a Afganistán. Los parroquianos, de ordinario vociferantes, guardaron silencio y atendieron a la bella Saira, que acompañaba el canto con movimientos sensuales de sus caderas opulentas. Monseñor Leoni, elegantemente vestido a la europea, disfrutaba del espectáculo desde su reservado del piso superior mientras fumaba un Montecristo y bebía sorbitos de Dom Perignon.

El teléfono móvil le vibró en el pecho. Lo activó y la cifra de la línea secreta parpadeó un instante.

– El inglés acaba de tomar un avión para El Cairo -dijo la voz distorsionada del arzobispo Foscolo.

– Bien -respondió Leoni-, ya sabemos adónde se dirige y lo que busca. Esta vez resolveremos el problema.

– ¿No viene su eminencia a Roma en estos momentos tan delicados?

– ¿Para qué? Los cardenales electores tardarán un par de días en llegar; prefiero regresar entre ellos como uno más, así verán que la muerte del pontífice me sorprendió en visita pastoral, trabajando lejos de la pompa de Roma, en un país hostil y polvoriento. Mientras tanto, ocúpese usted de los asuntos menudos.

– Así lo haré, eminencia.

El cardenal le envió su bendición apostólica y colgó.

Bebió un largo trago y aspiró una sabrosa bocanada del habano. Su eminencia tenía algunos problemas, entre ellos el incordio del antiguo mercenario congoleño obstinado en perseguir fantasmas, pero en términos generales se sentía todo lo satisfecho que se puede sentir un hombre al que, a pesar de todo, le sonríe la vida y las cosas le salen bien.