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Amélie peleaba contra el peso de su falda mientras avanzaba por el agua, zigzagueando entre las grandes columnas, siguiendo sus fríos contornos con los dedos, buscando el signo que sabía que estaría allí.
Apenas a quinientos metros de distancia Yashim sintió un cambio en la atmósfera del túnel, notando que aumentaba la humedad a medida que se aproximaba a la cisterna ciegamente. Miró hacia atrás. No había ninguna duda de que alguien estaba bajando por el túnel detrás de él ahora. Sintió el debilísimo tirón del hilo en su mano, y vio la luz de la lámpara balanceándose a medida que se acercaba. Quienquiera que fuese se movía más deprisa a través del exiguo túnel de lo que él podía hacer. Alguien experto.
Yashim vaciló. Más tarde o más temprano, el hombre lo alcanzaría… Si no podía encontrar algún pasaje lateral donde pudiera esconderse. Pero en la oscuridad sus posibilidades de hallar alguno eran escasas. ¿Y qué pasaría, si lo conseguía? ¿Qué pasaría, si salvaba la piel… y el hombre proseguía hasta descubrir a Amélie?
Soltó el hilo de sus dedos. Sin él, podía moverse más deprisa, confiando en la suerte de que el túnel no volviera a bifurcarse, o de que, cuando lo hiciera, pudiera recuperar el hilo y averiguar qué rama había tomado la francesa.
Sus dedos iban rozando las paredes. Durante algunos metros sintió el áspero ladrillo dentado bajo sus yemas, y entonces, bastante repentinamente en el lado izquierdo, su mano se encontró palpando el fino aire. Cautelosamente recorrió la abertura con los dedos. Deslizó un pie, luego otro, en la brecha. Había un escalón hacia arriba.
Yashim no perdió más tiempo. Se metió en la abertura y subió varios escalones, luego se aplastó contra la pared, y aguardó.
Notó que la oscuridad se iba disolviendo.
Oyó el chapoteo de los pies del hombre a medida que éste avanzaba por la poca profunda corriente.
Entonces la luz se volvió cegadora, y Yashim no pudo ver nada en absoluto, sólo la luz y el centelleo de ésta cuando se reflejaba en la curvada superficie de la hoja de acero.
Y en algún lugar, a centenares de metros de distancia, en un apestoso túnel secundario que llevaba ahora casi un día entero bloqueado, un delgado hilillo de agua empezó a filtrarse a través de la hinchada masa de carne y hueso, piedras y lana empapada.