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Capítulo VI

Fidelma no pudo reprimir el escalofrío que la recorrió cuando miró aquella figura grotesca.

– ¡Qué Dios nos asista! ¿Qué significa esto? Yo no tendría a un animal en esas condiciones, mucho menos a un hombre, aunque fuera sospechoso de asesinato.

Avanzó y se inclinó para tocar el hombro de aquella forma acuclillada. No estaba preparada para lo que sucedió después.

Cuando ella la tocó, la figura saltó con un aullido angustiado. Se escabulló deprisa a cuatro patas, gimiendo como un animal, hasta que la longitud de la cadena atada a su tobillo le dio un tirón he hizo que se detuviera. Se cayó; se cayó cuan largo era, sobre la paja sucia del suelo, y se quedó allí estirado, levantando ambas manos al mismo tiempo como para protegerse la cabeza de un golpe. Se quedó quieto en esa posición sólo un momento, se levantó con dificultad y giró el rostro hacia ellos. Fidelma y Eadulf no estaban preparados para lo que veían; los ojos no tenían pupilas, eran unas órbitas blancas bien abiertas.

– Retro satana! -soltó Eadulf levantando una mano.

– Es Satanás, hermano -admitió Dubán en un tono carente de humor.

Era la figura de un macho. Estaba tan cubierto de suciedad y excrementos, el cabello tan salvaje y enredado, que no podían distinguir claramente sus rasgos. A Fidelma le dio la impresión de que no era mayor. Luego recordó que Crón había dicho que Móen sólo tenía veintiún años. La boca era una abertura ancha y babeante y de ella surgía un terrible gemido continuado. Pero eran los ojos los que llamaban la atención tanto de Fidelma como de Eadulf; esas lamentables órbitas opacas y blancas con apenas señal alguna de pupila.

– ¿Éste es el Móen acusado de matar a Eber y a Teafa? -susurró Fidelma horrorizada.

– Desde luego.

– Móen -murmuró Eadulf con tono grave-. ¡Por supuesto! ¿No significa ese nombre justamente «mudo»?

– Tenéis razón, hermano -admitió Dubán-. Mudo ha sido desde que lo encontraron y Teafa le proporcionó un hogar.

– ¿Y ciego? -preguntó Fidelma, contemplando con piedad y horror la figura acuclillada delante de ella.

– Y sordo -añadió Dubán con gravedad.

– ¿Y se asegura que este desgraciado pudo matar a dos seres rebosantes de salud? -preguntó Fidelma incrédula.

Eadulf contemplaba aquella figura con aversión.

– ¿Por qué nadie nos ha dicho antes en qué condiciones se encuentra esta persona?

El guerrero se mostró sorprendido.

– Pero todo el mundo conoce a Móen. A mí no se me ocurrió nunca que…

Fidelma silenció su protesta.

– No. La culpa no es vuestra si no se me ha informado antes. Seamos bien claros; he de entender que es esta criatura sorda, muda y ciega a la que se acusa del asesinato de Eber y…

Hizo una pausa ya que la figura avanzó con cautela y levantó la cabeza como un animal, resoplando por la nariz. Estaba olisqueando. Fidelma bajó la mirada hacia él, que se le acercaba a cuatro patas.

– Yo me separaría un poco, hermana, ya que olisquea a la gente aunque no pueda verla u oírla -le advirtió Dubán.

Era demasiado tarde, ya que una mano fría y sucia se adelantó y le tocó el pie a Fidelma. Fidelma se echó hacia atrás con temor.

Móen se detuvo bruscamente.

Dubán se dirigió hacia él, sosteniendo en una mano la lámpara y levantando la otra como si fuera a golpear al desgraciado.

Fidelma vio aquella acción y tendió su mano.

– No le peguéis -le ordenó-. No podéis pegar a alguien que no puede ver el golpe.

Móen estaba sentado con la cara girada, había levantado las manos y las sacudía con curiosos movimientos delante de él.

Fidelma sacudió la cabeza con tristeza.

– No le hagáis caso, hermana -murmuró Dubán-, ya que está maldecido por Dios.

– ¿No podéis al menos hacer que lo laven? -exigió Fidelma.

Dubán se mostró sorprendido.

– ¿Para qué?

– Es un ser humano.

El guerrero hizo una mueca sarcástica.

– Nadie lo diría.

– Según la ley, Dubán, ya habéis cometido una ofensa burlándoos de alguien que tiene una minusvalía.

El guerrero abrió la boca para protestar pero Fidelma continuó con gravedad.

– Quiero verlo limpio la próxima vez que lo visite. Puede seguir encerrado, pero hay que darle comida y agua y limpiarlo. No quiero ver a una criatura de Dios sufrir de esta manera. No importa de qué se le acuse.

Dio la vuelta sobre sus talones y salió de la cuadra. Eadulf se quedó dudando un momento; se sintió inquieto al ver las amargas emociones que surcaban el rostro del guerrero de mediana edad mientras observaba por detrás a Fidelma.

Ella se quedó fuera respirando hondo, como si hiciera un esfuerzo por controlar su ira. No había señal del otro guerrero, Crítán. Dudaron un momento antes de ponerse a caminar lentamente en dirección a las habitaciones de Eber.

– No se puede culpar a Dubán -dijo Eadulf intentando ser conciliador-. Y recordad, esa pobre criatura, como lo llamáis, mató a Eber, su jefe.

Casi hizo una mueca de dolor cuando los ojos verdes de Fidelma lo fulminaron repentinamente con ira.

– La culpabilidad de Móen ha de probarse primero. Es un ser humano y tiene los mismos derechos que cualquiera ante la ley. Mientras tanto no hay excusa para tratarlo como si fuera menos que un animal.

– Cierto -admitió Eadulf-. No debería ser tratado de esta manera, pero…

– Tiene derecho a una defensa antes de ser declarado culpable o no.

Eadulf alzó un hombro y lo dejó caer.

– Sordo, mudo y ciego, Fidelma. ¿Cómo puede uno comunicarse con ese ser para poder defenderlo?

– Si hay una defensa, yo la encontraré. Pero no será condenado sin un juicio justo. Por mi juramento como abogada de las leyes de los cinco reinos, así lo garantizo.

Un silencio terrible se hizo entre ambos y luego Eadulf siguió preguntando.

– ¿Es verdad que hay una ley que impone un castigo a alguien que se burla de un minusválido?

– Yo no hago las leyes -replicó Fidelma secamente, todavía enfadada-. Se pueden imponer fuertes multas a cualquiera que se burla de la minusvalía de una persona, desde un epiléptico a un cojo.

– Me cuesta creerlo, Fidelma; aunque haya estudiado en esta vuestra tierra, todavía soy prisionero de mi propia cultura. En nuestra sociedad reconocemos que el hombre es una criatura cruel y que a menudo Dios lo predestina a una vida corta y dura. Es el sagrado orden de las cosas, la violencia de la naturaleza, el hombre tiene un camino violento.

Fidelma se lo quedó mirando sorprendida.

– Habéis visto la alternativa en nuestra sociedad, Eadulf. ¿No creeréis que la manera sajona es la única?

– Cualquier camino es sólo transitorio. La vida está sujeta a cambios repentinos. A cada lado hay pestilencia, hambruna, opresión, violencia, proveniente de enemigos personales o políticos. Nos resignamos al reparto de la inescrutable voluntad del Padre en los cielos, donde está nuestra seguridad.

Fidelma sacudió la cabeza.

– Después tendremos tiempo para discutir tales filosofías, Eadulf. Nuestras leyes y la manera de conducir nuestras vidas son seguramente un argumento contra la miseria de la vida, que en vuestra tierra aceptáis. Pero antes de debatir ese tema, hay que resolver un asunto. Y es difícil, Eadulf, y necesito vuestra ayuda. Cuando haya reunido las pruebas, y si la culpa es de ese desgraciado, entonces tendré que decidir si tiene responsabilidad legal. Una persona minusválida es sujeto legal y hay que actuar contra los tutores legales. Así que hemos de descubrir quién es el tutor legal de esta criatura, Móen. Ah -hizo una pausa y se rascó la cabeza-, he de intentar recordar las palabras del texto Do Brethaib Gaire…

– ¿Qué es eso? -preguntó Eadulf.

– Es un tratado sobre las obligaciones de la familia de cuidar de los miembros minusválidos. La primera parte trata del cuidado de los sordos, ciegos y mudos.

A Eadulf siempre le sorprendían las leyes irlandesas de compensación a la víctima y su familia, incluso por homicidio. En su país, la pena de muerte se aplicaba incluso a los ladrones y a los que los ocultaban y ayudaban. Los criminales, traidores, brujas, esclavos fugados, forajidos y los que los protegían podían ser colgados, decapitados, lapidados, quemados o ahogados, siendo las penas menores las mutilaciones; se cortaban manos, pies, nariz, orejas, labio superior o lengua, incluso se sacaban los ojos, se castraba y arrancaba la cabellera; también se marcaba a hierro y se azotaba. Eadulf sabía que los obispos sajones preferían imponer el castigo de la mutilación antes que el de la muerte, ya que daba tiempo al pecador para arrepentirse. Pero estos irlandeses, con su rechazo al concepto de dar satisfacción mediante la venganza, que hablaban de compensar a la víctima poniendo al malhechor a hacer un trabajo útil…, bueno, era humano, pero él a menudo se preguntaba si era una justicia adecuada.

Una voz hizo que se detuvieran cuando bordeaban el edificio de granito de la sala de asambleas.

Era Dubán, que se apresuraba tras ellos. Todavía había una cierta hostilidad en sus ojos, pero sus rasgos parecían más controlados.

– He dado órdenes a Crítán para que lleve a cabo vuestras instrucciones, hermana. Móen estará presentable para no herir vuestra… -intentó encontrar la palabra exacta-. Vuestra sensibilidad.

– No tengo ninguna duda de que así lo haréis, Dubán -respondió Fidelma con calma.

El guerrero frunció el ceño, intentando descubrir el significado que ocultaba su voz. Por mucho que le molestaran las críticas de Fidelma, parecía que le habían dicho que siguiera sus instrucciones.

– Crón me ha encargado que me ocupe de vos durante vuestra estancia en el rath de Araglin y que ejecute cualquier otra orden que me deis.

– Entiendo. Bueno, nos dirigimos a las habitaciones de Eber para examinar el lugar donde Menma encontró del cuerpo y al desgraciado Móen.

– Entonces os haré de guía -se ofreció Dubán, avanzando para conducirlos al edificio que Menma les había señalado.

Era una construcción de un solo piso, como muchos de los edificios de madera del rath.

La puerta daba a una estancia fácilmente reconocible como sala de recepción, donde el jefe podía comer y departir en privado cuando no utilizaba la sala de asambleas. Esta habitación estaba conectada con la sala a través de una puerta oculta detrás de una tapicería que Dubán señaló. Había un caldero en el hogar, una mesa y unas sillas. Las armas del jefe muerto colgaban de la pared con trofeos de caza. Alfombras y tapices daban calidez a la estancia. Una pared con paneles de madera y una puerta la separaban del dormitorio. La decoración era sencilla, un gran colchón de paja en el suelo alfombrado. Fidelma vio las manchas de sangre, pero no comentó nada. Había una mesa al lado, donde reposaba una lámpara de aceite.

– ¿Ésta es la lámpara que estaba encendida cuando entró Menma?

– Sí -le confirmó Dubán inmediatamente-. No se ha tocado la habitación desde… la tragedia. La lámpara todavía estaba encendida cuando entré aquí con Menma. Móen estaba arrodillado justo ahí -señaló con su mano-, justo al lado de la cama.

– ¿Hizo algún intento de marcharse?

– Oh, no.

– ¿Así que no intentó huir antes de que llegarais?

– ¿Huir? ¿Sordo, mudo y ciego como es? -respondió Dubán con una risotada.

– Sin embargo, sordo, mudo y ciego como es, me decís que fue capaz de entrar aquí y de matar a Eber -musitó Fidelma examinando la habitación. Antes de que pudiera contestar le dio una orden.

– Decidnos lo que sucedió desde vuestro punto de vista.

– Yo estaba de guardia aquella noche.

– Este rath está aislado. Seguro que no hay necesidad de hacer guardia, pues tenéis la protección natural que os proporcionan las montañas que rodean el valle.

Dubán asintió con sequedad.

– Sin embargo hace algunas semanas ha habido cuatreros en el valle, hermana. Eber me dijo que montara una guardia.

– Ah, sí, por supuesto. ¿Y estabais de guardia la noche en que asesinaron a Eber?

Dubán se mostró triste.

– A decir verdad, cuando se acercaba el amanecer, me había quedado dormido en el asiento, a la entrada de la sala de asambleas. Menma tuvo que despertarme. Me dijo que había encontrado a Eber muerto y que Móen era el asesino. Vine aquí con él sin demora y vi el cuerpo de Eber echado sobre la cama, tal como había explicado Menma. Había sangre por todas partes, podéis ver que se ha secado. Móen estaba agachado como he indicado. Todavía tenía el cuchillo manchado de sangre en la mano, y sus ropas también estaban ensangrentadas.

– ¿Qué hacía?

– Se balanceaba hacia delante y hacia atrás gimiendo.

– ¿Y vos fuisteis capaz de observar claramente todo eso porque la lámpara estaba encendida? -lo animó a continuar Fidelma.

– Le dije a Menma que continuara con sus obligaciones y fuera en busca de Crítán. Pero él ya venía a relevarme de la guardia. Nos llevamos a Móen a las caballerizas, lo engrilletamos y fui a informar a Crón.

– Ah, sí, Crón. ¿Por qué no informasteis primero a la esposa de Eber? ¿No hubiera sido lo correcto?

– Crón es tánaiste, la heredera electa. Con Eber muerto, era la jefa electa de Araglin. Lo correcto era que se la informara primero.

Fidelma estuvo de acuerdo con la interpretación de Dubán del protocolo.

– ¿Y después?

– Cuando empezamos a ponerle los grilletes a Móen, se puso a forcejear y gritar. Así se lo dije a Crón y ella me mandó a buscar a Teafa. Me dirigí a sus habitaciones.

– ¿Y la encontrasteis muerta?

– Así es.

– Me han dicho que Teafa era la única persona del rath de Araglin que podía calmar a Móen, si «calmar» es la palabra adecuada.

– Así era. Lo había cuidado desde pequeño.

– ¿Y era la hermana de Eber?

– Sí.

– ¿Así que Móen no era hijo suyo? -A Fidelma le preocupaba la relación que había entre ellos.

Dubán se mostró firme.

– Nadie sabe de dónde vino el niño. Pero no era de Teafa, porque la hubieran visto embarazada las semanas anteriores al nacimiento y no lo estaba. Esta comunidad es pequeña. Era huérfano.

– Precisamente porque es una comunidad pequeña, tendría que saberse quién lo parió.

– Pues no es así. No era hijo de nadie del valle. Eso es cierto.

– ¿Podéis decirme algo más? ¿Cómo y por qué adoptó Teafa al niño? ¿Quién lo encontró?

Dubán se pasó un dedo por la nariz.

– Lo único que sé es que Teafa salió a cazar sola y regresó al cabo de unos días con el niño. Sencillamente fue a las montañas y regresó con el recién nacido.

– ¿Le explicó a alguien cómo lo había encontrado?

– Por supuesto. Dijo que lo había encontrado abandonado en los bosques. Anunció que lo iba a adoptar. Yo me fui de Araglin poco después de este hecho y estuve fuera luchando en las guerras de los reyes de Cashel hasta hace tres años. Me han dicho que cuando el niño fue creciendo, se conocieron sus debilidades. Pero Teafa se negó a dejarlo. Teafa no se casó nunca, ni tuvo ningún hijo. Era una persona afectuosa y quizá necesitaba un niño adoptado. Parecía que Teafa y el niño conseguían comunicarse de una manera curiosa. No estoy seguro de cómo.

– ¿Cuánto tiempo estuvisteis fuera de Araglin?

– Casi diecisiete años pasaron hasta que regresé para servir a Eber. Eso fue, como os he dicho, hace tres años.

– Entiendo. ¿Hay alguien aquí en el rath que sepa más cosas de Móen?

Dubán se encogió de hombros.

– Supongo que el padre Gormán podría saber algo más que pudiera revelarse ahora que Teafa está muerta. Pero el padre Gormán no estará de vuelta hasta dentro de un día o dos.

– ¿Y la viuda de Eber?

– ¿Cranat? -Dubán hizo una mueca desagradable-. No estoy seguro. Se casó con Eber más o menos un año después de que Teafa trajera a Móen a vivir con nosotros. Cuando regresé observé que Cranat y Teafa no tenían el trato deseable entre una hermana y una cuñada.

Eadulf se inclinó ansioso.

– ¿Queréis decir que a Cranat no le gustaba Teafa?

Dubán parecía afligido.

– Sé que vosotros los sajones os enorgullecéis de hablar con claridad. Yo creo que ya he sido franco al dar mi opinión.

– Bastante franco -admitió Fidelma rápidamente-. ¿Decís que Cranat y Teafa no se llevaban bien?

– Bien, no -admitió Dubán.

– ¿Sabéis cuánto tiempo hace que se da esta situación?

– Me han dicho que se enemistaron cuando Crón tenía unos trece años. Se discutieron y apenas se hablaban. Hace dos o tres semanas fui testigo de una discusión acalorada entre ellas.

– ¿A qué se debía?

– No soy yo quien ha de comentarlo.

Estaba claro que Dubán tenía la sensación de estar cayendo en el chismorreo. Fidelma se aferró inmediatamente a esa incomodidad.

– Pero después de todo lo que habéis dicho, creo que deberíais explicaros.

– No conozco realmente lo sucedido, salvo que Teafa estaba enfadada, le gritaba a Cranat y ésta lloraba.

– Debisteis oír algo. Debisteis formaros alguna idea del motivo de la pelea…

– Yo no. Recuerdo que se mencionó a Móen y también a Eber. Teafa gritaba algo de divorcio.

– ¿Exigía que Cranat se divorciara de su hermano?

– Quizá. No lo sé. Cranat corrió a la capilla en busca del consuelo del padre Gormán.

Fidelma no hizo ningún otro comentario, pero se quedó mirando alrededor por la habitación, examinándola detenidamente y después regresó a la puerta y registró la habitación de visitas.

– Para ser sordo, mudo y ciego, este Móen parece tener el don de moverse con facilidad por el rath.

Eadulf fue a reunirse con ella con el ceño fruncido.

– ¿Qué queréis decir, Fidelma? -preguntó.

– Observad estas habitaciones, Eadulf. En primer lugar, Móen tenía que pasar por aquí. Luego tenía que entrar, encontrar el camino hasta el dormitorio de Eber y entrar, sacar el cuchillo, encontrar el objetivo y matar a Eber antes de que el jefe percibiera su presencia. Eso no sólo requiere sigilo sino un talento que yo no le supongo a alguien como Móen.

Dubán oyó esto sin querer y mostró su desaprobación.

– ¿Estáis negando los hechos? -inquirió.

Fidelma lo miró.

– Simplemente estoy intentando averiguarlos.

– Bueno, los hechos son simples. Móen fue hallado en flagrante delito.

– En realidad no -corrigió Fidelma-, Fue encontrado junto al cuerpo de Eber. En realidad no vieron cómo lo mataba.

Dubán reclinó la cabeza y soltó una gran risotada.

– ¿En verdad, hermana, es ésta la lógica de un brehon? Si encuentro una oveja degollada y un lobo sentado a su lado con sangre en el hocico, ¿no es lógico que culpe al lobo?

– Es razonable -admitió Fidelma-. Pero no es una prueba de que el lobo lo hiciera.

Dubán sacudió la cabeza con incredulidad.

– ¿Afirmáis que…?

– Intento descubrir la verdad -espetó Fidelma-. Es mi único propósito.

– Bien, si es la verdad lo que queréis, entonces es bien sabido en el rath que Móen era capaz de moverse sin dificultad por ciertas zonas.

– ¿Cómo lo conseguía? -preguntó Eadulf intrigado.

– Supongo que tenía una especie de memoria. Al parecer también olisqueaba su camino.

– ¿Olisquear? -preguntó Eadulf con tono de incredulidad.

– Visteis la manera que tuvo de usar su olfato en el establo para identificar que allí había extraños. Ha desarrollado su sentido del olfato como un animal. Si estaba en ciertas zonas del rath era capaz de moverse bien. Todos lo saben.

– ¿Ah, entonces no sorprende a nadie que fuera capaz de encontrar el camino hasta aquí?

– A nadie.

Eadulf miró a Fidelma y se encogió de hombros.

– Bueno, parece que no queda ningún misterio entonces.

Fidelma no contestó. No estaba convencida.

– ¿Dónde está el cuchillo con el que Móen mató a Eber?

– Todavía lo tengo yo.

– ¿Se ha identificado el cuchillo?

– ¿Identificado?

Dubán parecía confundido.

Fidelma se mostró paciente.

– ¿Se ha descubierto al propietario del cuchillo?

Dubán se encogió de hombros.

– Creo que es uno de los cuchillos de caza de Eber -dijo señalando una de las paredes donde estaba colgada una colección de espadas y cuchillos y un escudo. Una vaina estaba vacía-. Vi que uno de los cuchillos faltaba y supuse que era el que cogió Móen.

Fidelma se acercó a examinar el lugar que le indicaba Dubán. Se giró y atravesó la habitación hasta la puerta principal. Entonces se quedó de espaldas a la puerta y después se dirigió hacia donde estaba el cuchillo. Era una ruta complicada e indirecta, con obstáculos. Finalmente llegó al armario donde estaban los cuchillos, después se giró y se abrió paso entre una mesa y un banco hasta la puerta del dormitorio.

Se detuvo y se quedó observando pensativa un momento.

– Dentro de un rato examinaré esa arma.

Dubán inclinó la cabeza.

– Bien. Y ahora vayamos a ver dónde fue descubierta Teafa y cómo.