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Capítulo VII

Dubán los acompañó hasta la salida de las habitaciones de Eber y los condujo por un camino detrás de las caballerizas. El sendero serpenteaba y giraba tras unas casas situadas junto a un horno para secar cereales. Atravesaron un patio con un pozo y se dirigieron hacia una cabañita de mimbre.

– Teafa tenía una cabaña propia -explicó mientras iban caminando-, separada de las del resto de la familia del jefe.

– ¿Decís que no se casó nunca? -preguntó Eadulf.

– Eso dije -respondió Dubán-. ¿Por qué lo preguntáis?

Eadulf sonrió con complicidad.

– Desde luego resulta inusual que la hermana soltera de un jefe viva fuera del círculo de viviendas de la familia.

– De hecho vivía en el interior del rath del jefe -explicó Dubán, desde luego sin saber a qué se refería Eadulf.

En la tierra de Eadulf, las mujeres eran consideradas una propiedad del jefe de la familia hasta que se casaban, y sólo entonces les estaba permitido vivir fuera de los confines del hogar familiar. Eadulf se dio cuenta de repente de que esto no era válido en los cinco reinos.

– Lo que quiere decir el hermano Eadulf -intervino Fidelma- es que la cabaña de Teafa es pobre y está situada en los alrededores del rath; lo normal es que viviera con más lujo en el interior de las habitaciones del jefe.

Dubán hizo una mueca de indiferencia.

– Era lo que ella quería. Recuerdo que tomó esa decisión justo después de adoptar a Móen.

La cabaña de Teafa parecía una construcción pequeña, pero una vez en el interior, Fidelma comprobó que estaba dividida en tres habitaciones. Una estancia principal, utilizada para cocinar, comer y como sala de estar, que solía llamarse tech immácallamae o «lugar de conversación», un lugar de reunión para la familia y sus amigos. Dos puertas daban acceso a los dormitorios. Era obvio cuál era la habitación de Móen, ya que no tenía ventana y la luz proveniente de la puerta abierta dejaba ver un simple colchón sobre el suelo, sin otro mobiliario.

Fidelma estaba a punto de retirarse cuando algo le llamó la atención detrás de la puerta del dormitorio de Móen.

– ¿Hay una vela o una lámpara ahí dentro? -preguntó Fidelma.

Dubán cogió un pedernal y una yesca de una mesita y enseguida encendió una vela.

Fidelma cogió la vela, entró en la habitación de Móen y se fijó en la zona de detrás de la puerta. A simple vista parecía que había un montón de leña para el hogar apilada allí, varias gavillas atadas con tiras de cuero.

– Venid aquí, Eadulf -ordenó Fidelma-. ¿Qué os parece esto?

Eadulf se acercó. Dubán lo siguió, oteando por encima de su hombro y vio los haces de ramas.

– Un lugar extraño para guardar leña para el fuego -observó Dubán.

Eadulf se había agachado y había cogido un haz. Las varas tenían todas la misma longitud, unas dieciocho pulgadas. Eran en su mayoría de avellano y algunas eran de tejo. Eadulf las examinó de cerca y después desató un haz para inspeccionar bien las varillas. Finalmente se volvió hacia Fidelma. Sonrió con complicidad.

– No es frecuente ver ejemplares tan delicados fuera de las grandes bibliotecas.

Dubán estaba sorprendido.

– ¿Qué quiere decir, hermana?

Fidelma observó a Eadulf con la aprobación de un maestro hacia un alumno brillante.

– Quiere decir que estos trozos de leña, como los llamáis, son de hecho lo que se conoce como «varas de los poetas». Son libros antiguos. Mirad de cerca. Veréis que tienen unos cortes en el antiguo alfabeto ogham.

Dubán las examinó intrigado. Estaba claro que no tenía conocimiento de la antigua forma de escritura.

– ¿Entonces Teafa era una erudita? -preguntó Eadulf.

El guerrero sacudió la cabeza asombrado.

– No creo que se las diera de serlo, pero era versada en artes y poesía. Si así era, probablemente conocía el antiguo alfabeto, así que no me sorprende que tuviera estos libros aquí.

– Incluso así -reflexionó Fidelma- no he visto una colección tan buena fuera de la biblioteca de una abadía.

Eadulf volvió a atar el haz y lo colocó con los otros mientras Fidelma regresaba a la estancia principal. Se dirigió al segundo dormitorio. La habitación de Teafa contenía adornos y mobiliario más elaborados. Había un aire de pasada opulencia propia de la hija y hermana de un jefe. La vela resultaba entonces innecesaria, Fidelma la apagó de un soplido. Se volvió hacia Dubán.

– Así que una vez habíais informado de la muerte de Eber a Crón y os había dicho que fuerais a buscar a Teafa para calmarlo, vinisteis directamente aquí.

– Así es. Llegué hasta la puerta y vi que estaba algo abierta.

– ¿Abierta?

– Estaba entreabierta, lo suficiente para darme cuenta de que pasaba algo.

– ¿Por qué? El hecho de que la puerta estuviera entreabierta no es señal de que pasara algo malo.

– Teafa era muy meticulosa respecto a cerrar las puertas.

– ¿Para tener a Móen dentro? -se aventuró a preguntar Eadulf.

– No exactamente. Móen tenía permiso para moverse por ahí, pero, para ser consciente de por dónde andaba, las puertas estaban siempre cerradas para que no saliera sin darse cuenta.

– Entiendo. Continuad. La puerta estaba entreabierta.

– La estancia estaba a oscuras. Grité pero nadie respondió. Así que empujé la puerta para abrirla y me quedé un momento en el umbral. Entonces empezaba a amanecer, era ese momento a media luz. Desde allí vi un montón de ropa, o eso me pareció, sobre el suelo. Al mirar más de cerca me di cuenta de que era un cuerpo. El cuerpo de Teafa.

– Mostradme dónde.

Dubán señaló un lugar ante el hogar con las cenizas frías y grises. Fidelma había percibido inmediatamente el fuerte olor a madera quemada cuando había entrado en la cabaña.

– Eché una mirada alrededor, encontré una vela y la encendí. De hecho, la misma vela que hemos usado ahora. El cuerpo era el de Teafa. Tenía toda la ropa manchada de sangre. La habían acuchillado salvajemente en el pecho, alrededor del corazón, varias veces.

Fidelma se agachó hasta el suelo; había unas manchas oscuras de sangre. Al mismo tiempo observó una pequeña zona quemada en el suelo y se dio cuenta de que era eso, y no los restos de la chimenea, lo que olía a chamuscado. Al lado había una mancha. No era una mancha de sangre. Puso un dedo en la zona todavía húmeda y olisqueó. Era aceite.

– ¿Aquí había algo tirado? -preguntó Fidelma.

– Una lámpara de aceite rota -recordó Dubán después de pensarlo un rato-. Lo han limpiado, creo.

– ¿Os dio la impresión de que Teafa sostenía algo cuando la golpearon?

– No lo pensé mucho. Pero ahora que lo mencionáis, realmente parece que sostenía la lámpara en su mano y la soltó cuando la derribaron. Debió de caer en el suelo y originar un pequeño fuego que, gracias a Dios, no se extendió y se extinguió pronto por sí solo.

Fidelma contempló pensativa el trozo quemado.

– Podía haber quemado toda la cabaña si no se hubiera apagado. Y todavía hay aceite por quemar aquí. -Fidelma mostró el dedo con la punta manchada de aceite-. ¿Con qué debió de apagarse?

– Bueno, ya estaba extinguido cuando yo llegué aquí -dijo Dubán encogiéndose de hombros.

Fidelma estaba a punto de levantarse cuando vio un trozo de varilla sin quemar en el hogar. No tenía nada de extraordinario, salvo por unos trazos. Medía unas tres pulgadas de largo y era de avellano. Lo sacó de las cenizas y lo examinó detenidamente.

– ¿Qué es? -inquirió Eadulf.

– Una vara de ogham que casi se consume totalmente con el fuego.

Algo había evitado que aquel trocito de avellano no ardiera, tal vez la manera como había caído. Quedaban algunas letras que no tenían ningún sentido. Entre los extremos quemados pudo distinguir «… er quiere…». Eso era todo. ¿Por qué iba a querer destruir Teafa aquella varilla en particular? Pensativa, Fidelma se metió el trozo de avellano en el marsupio y se levantó.

Echó una última mirada por la cabaña. Al igual que las habitaciones de Eber, estaba en orden. No había nada desordenado. Estaba claro que el robo no era un motivo.

– Dubán, comentasteis que la esposa de Eber no se llevaba muy bien con Teafa. ¿Teafa tenía una buena relación con su hermano?

– ¿Con Eber? -dijo Dubán evasivo-. Era su hermana y todos vivimos en esta pequeña comunidad.

– ¿No había animosidad, ni roces, como afirmáis que había con la esposa de Eber, Cranat?

Dubán extendió las manos como si hubiera decidido ceder a una gran fuerza.

– Había… no puedo explicarlo muy bien… una distancia entre hermano y hermana. Yo tengo una hermana a la que quiero. Y aunque está casada y tiene hijos, suelo ir a comer con su familia y me llevo a los niños de caza. Teafa no tuvo nunca una relación afectuosa con Eber. Bien pudiera ser que fuera a causa de la adopción de Móen, pero no puedo hablar con seguridad.

– Creo que es tiempo de que hablemos con esta dama, Cranat -murmuró Fidelma.

– ¿Qué me decís de la relación entre Teafa y la hija de Eber, Crón? -interrumpió Eadulf.

– Eran educadas y no discutían entre ellas. Eso es todo.

– Por cierto, ¿cómo solían tratar a Móen en la comunidad? -insistió Fidelma.

– La mayoría de la gente lo trataba con tolerancia; con lástima. Lo conocían desde que Teafa lo había traído. Teafa era una dama muy respetada. Eber tenía tiempo para el muchacho. Pero no era así con Cranat, que se negaba a que el chico se le acercara. También el padre Gormán le prohibía la entrada en la capilla. Crón se mostraba indiferente con él.

– En una comunidad sajona, lo hubieran matado al nacer. -Eadulf fue incapaz de guardarse el comentario que le vino a los labios.

Fidelma frunció el ceño.

– Una buena actitud cristiana, sin duda.

Eadulf se sonrojó y a Fidelma le supo mal tener una lengua tan afilada, ya que sabía que Eadulf no compartía esas actitudes.

– La gente que tiene minusvalías físicas no puede ser elegida para un cargo, no puede ser rey o jefe, pero son miembros de la comunidad -explicó Fidelma con paciencia a Eadulf-. Pueden disfrutar de todos los demás derechos, lo único que cambia es la responsabilidad legal de la persona, dependiendo de su minusvalía. Por ejemplo, un epiléptico tiene responsabilidad legal si está en su sano juicio. Pero no es así con un sordomudo; el demandante ha de actuar contra su tutor legal.

– ¿Así que Móen no estaba en situación de inferioridad? -quiso saber Eadulf.

– En absoluto -contestó Fidelma-. Ya os he dicho que si así fuera, Teafa hubiera podido llevar esa acción a los tribunales, pues se castiga con una buena multa a cualquiera que se burle de la minusvalía de una persona, ya sea un epiléptico, un leproso, un cojo, un ciego o un sordomudo.

– Al parecer acabo de recibir una buena lección sobre las leyes de los cinco reinos -dijo Eadulf con paciencia.

– Ésas no son las reglas que el padre Gormán quería que siguiéramos -observó Dubán impasible.

Fidelma se giró hacia él con interés.

– ¿Podríais explicar eso?

– El padre Gormán predica las reglas de Roma en su iglesia. Lo que él llama los Penitenciales.

Fidelma sabía que muchas de las nuevas ideas procedentes de Roma llegaban a los cinco reinos y algunos clérigos prorromanos incluso intentaban que esas nuevas filosofías pasaran a formar parte de las leyes de los cinco reinos. Un nuevo sistema legal eclesiástico y romano brotaba junto a las leyes civiles y criminales indígenas.

Recordó el comentario del abad Cathal de Lios Mhór. El padre Gormán era un gran defensor de las costumbres romanas e incluso había hecho construir otra capilla en Ard Mór con dinero de los partidarios de la tendencia prorromana. El conflicto entre los clérigos de las iglesias de los cinco reinos se estaba agudizando. El Concilio de Witebia, en el reino de Oswy, donde había conocido a Eadulf hacía dos años, sólo había servido para marcar más las diferencias. Oswy había pedido al concilio que debatiera las diferencias entre las ideas de la Iglesia de Roma y las de la Iglesia de los cinco reinos. A pesar de las discusiones, Oswy había decidido a favor de Roma y eso suponía un apoyo a esos clérigos que querían que la autoridad de Roma se estableciera allí. Era bien sabido que Ultán, el arzobispo de Ard Macha, primado de los cinco reinos, estaba a favor de Roma. Pero de todas maneras no todos aceptaban la autoridad de Ultán. Había facciones y camarillas que defendían una u otra interpretación de la nueva fe.

– ¿Y queréis decir que el padre Gormán no aprobaba que Teafa cuidara de Móen?

– Sí.

– Habéis dicho que creíais que Teafa era capaz de comunicarse con Móen. ¿Alguien más podía comunicarse con él?

Dubán sacudió la cabeza en señal de negación.

– Nadie más, por lo que yo sé, parecía tener contacto con él. Sólo Teafa.

– ¿Y cómo conseguía Teafa comunicarse con él?

– En verdad que no lo sé.

– Esta comunidad es pequeña, como decís. Seguro que hay alguien que sabe cómo lo hacía.

Dubán levantó un hombro y luego lo dejó caer mostrando su desconocimiento.

Entonces a Fidelma se le ocurrió algo y se maldijo por no haberlo pensado antes. Sintió un escalofrío.

– ¿Queréis decir que Móen no sabe lo que se supone que ha hecho ni por qué lo tienen encerrado?

Dubán se la quedó mirando unos segundos y después se rió entre dientes.

– Por supuesto que debe darse cuenta. Acababa de matar a Teafa y a Eber. ¿Por qué otro motivo iba a pensar que se lo llevaban y lo engrilletaban?

– Si es cierto que había matado a Teafa y a Eber -admitió Fidelma-. ¿Pero y si no lo había hecho? No sabría por qué lo detuvieron. Si no se puede contactar con él, ¿cómo va a saber lo que se supone que ha hecho? ¿Ha hecho algún esfuerzo para comunicarse con vos?

Dubán seguía sonriendo, no se la tomaba en serio.

– Supongo que lo ha intentado, a su manera, como un animal.

– ¿Y cómo es esa manera?

– Se empeña en agarrar nuestras manos y hacer gestos con las suyas como para llamar la atención. Pero seguro que sabe que sólo Teafa puede entenderlo.

– Exactamente -dijo Fidelma implacable-. ¿No se os ha ocurrido que quizá Móen crea que Teafa todavía está viva e intenta que alguien vaya a buscarla para poder comunicarse con ella?

Dubán sacudió la cabeza.

– Él mató a Teafa, aunque vos no lo afirméis, hermana.

– Dubán, sois un hombre tozudo.

– Y vos parecéis ser igual de tozuda.

– ¿Por qué no vamos a ver si podemos comunicarnos con esa criatura? -sugirió Eadulf.

– Una buena sugerencia, Eadulf -admitió Fidelma, girándose para alejarse de la cabaña de Teafa.

Móen seguía engrilletado en las caballerizas pero había alguna diferencia. Se había limpiado uno de los pesebres de las cuadras. Habían colocado un jergón de paja en un rincón y al lado había una jarra de agua y una silla con orinal. Sentado con las piernas cruzadas sobre el jergón, aunque todavía atado por un tobillo, estaba Móen.

Fidelma vio enseguida que sus instrucciones se habían llevado a cabo. Lo habían lavado, le habían cortado el cabello y la barba y estaba peinado. Tan sólo sus ojos blancos y la cabeza inclinada lo diferenciaban de cualquier otro joven. De hecho, reflexionó Fidelma con tristeza, el joven era bastante agraciado.

Cuando entraron, sus fosas nasales temblaron ligeramente. Giró la cabeza en dirección a ellos; parecía casi imposible que no pudiera verlos.

– Ahora -preguntó Dubán con cinismo- ¿cómo vais a intentar comunicaros con él, hermana?

Fidelma no le hizo caso.

Hizo señal a Eadulf de que se quedara atrás y ella se dirigió hacia el joven y se detuvo delante de él.

Él retrocedió nervioso y una vez más levantó la mano para protegerse la cabeza.

Fidelma se giró y frunció el ceño dirigiéndose a Dubán.

– Esto me indica bien cómo han tratado a esta criatura.

Dubán se sonrojó.

– ¡Yo no! -replicó-. Pero recordad que esta criatura ha matado ¡dos veces!

– Eso no es una excusa para golpearlo. ¿Golpearíais a un animal así?

Se giró hacia Móen y tendió su mano para coger la que él sostenía encima de su cabeza y suavemente la separó.

El efecto fue inmediato. Una expresión de avidez empezó a formarse en el rostro de la criatura. Sus fosas nasales se hincharon y pareció que olisqueaba a sor Fidelma.

Fidelma se sentó con cuidado al lado de Móen.

Dubán avanzó con la mano en su espada.

– No puedo permitir esto… -protestó.

Eadulf se adelantó y detuvo a Dubán. Lo agarró con una fuerza que sorprendió al guerrero.

– Esperad -le ordenó Eadulf con suavidad.

Móen estiraba su mano y con las yemas de los dedos tocaba curioso el rostro de Fidelma. Ésta estaba sentada sin decir nada y dejaba que Móen recorriera sus rasgos con las manos. Después levantó su crucifijo y se lo colocó en la mano. Él sonrió repentinamente ansioso y empezó a asentir con la cabeza.

– Entiende -les explicó-. Entiende que soy religiosa.

Dubán resopló con burla.

– Todo animal entiende la amabilidad.

Móen se había adelantado y había cogido a Fidelma por las manos. Ella frunció el ceño.

– ¿Qué está haciendo? -preguntó Eadulf.

– Parece que me da golpecitos en la mano, o que dibuja algunos símbolos… -murmuró Fidelma, frunciendo el ceño-. Es extraño, creo que deben significar algo. ¿Pero qué?

Con un rápido suspiro de exasperación, Fidelma cogió las manos de Móen y dibujó algunas palabras en caracteres latinos.

– Soy Fidelma -pronunció mientras dibujaba los caracteres.

Móen fruncía el ceño al sentir su tacto.

Soltó un gruñido, sacudió la cabeza, volvió a agarrarle la mano y continuó con sus curiosos golpecitos y palmaditas.

– Es obvio que esto tiene algún significado -dijo Fidelma con frustración-. Ésta debe de ser la manera que tenía Teafa de comunicarse con él. ¿Pero qué significa?

– A lo mejor es algún código que sólo conocían Teafa y Móen -aventuró Eadulf.

– Es posible.

Fidelma detuvo el rápido movimiento de los dedos de Móen sobre su mano.

Pareció que Móen comprendía que ella no conseguía entender ese medio de comunicación y dejó caer las manos en su regazo y su rostro hizo una mueca de tristeza. Dejó ir un suspiro largo y profundo, casi de desesperación.

Fidelma sintió que de repente le invadía la tristeza, tendió su mano y le tocó la mejilla. Estaba húmeda. Se dio cuenta de que unas lágrimas le resbalaban por los lados de la nariz.

– Ojalá pudiera decirte cuánto siento tu decepción, Móen -dijo en voz baja-. Ojalá pudiéramos hablar para que pudiera saber lo que ha sucedido aquí.

Fidelma le agarró la mano y la apretó.

Pareció que Móen inclinaba la cabeza como si aceptara la comunicación de aquella emoción.

Fidelma se levantó con cuidado y se dirigió hacia Eadulf y Dubán.

El guerrero observaba pensativo y asombrado la figura sentada y tranquila de aquel desgraciado.

– Bueno, he visto a Teafa calmarlo, pero a nadie más.

Fidelma salió del pesebre y Eadulf y Dubán la siguieron.

– Quizás es porque nadie lo ha tratado como a un ser humano -observó la joven, reprimiendo la rabia que le daba saber que un ser capaz de sentir era tratado tan mal.

En la puerta de las caballerizas encontraron al guerrero Crítán. El joven bravucón de cabello rubio y sucio les sonrió irónicamente.

– Ahora lo podríais presentar en el palacio de Cashel, ¿no os parece? -dijo, señalando a Móen.

Fidelma miró mal al joven. No se dignó contestar.

Cuando abandonó las caballerizas el joven volvió a decir algo con gran burla.

– Bueno, al menos esa criatura estará limpia y guapa cuando la cuelguen.

Fidelma dio un giro furiosa.

– ¿Colgar? ¿Quién dijo, aunque fuera culpable, que lo iban a castigar con la horca?

– El padre Gormán, por supuesto -respondió el joven con descaro-. Él dice que una vida se paga con otra vida.

Fidelma lo miró ceñuda.

– Sin duda, como dijo Plauto en La Asinaria -lupus est homo homini!

Crítán retorció el rostro.

– No sé latín ni griego.

– ¿Aceptando vuestra creencia en la filosofía de la mera venganza, estáis seguro de que es Móen el que ha de pagar con su vida?

Por un momento pareció que Crítán no entendía del todo lo que ella quería decir y entonces esbozó una sonrisa.

– Yo sé que Móen es el asesino, no hay duda.

– ¿No hay duda? ¿Cómo podéis estar tan seguro?

– Porque lo vi.

Fidelma parpadeó, sintiendo como si algo la hubiera golpeado inesperadamente. Eadulf se inclinó hacia delante con rapidez.

– ¿Queréis decir que realmente lo visteis matar a Eber? -inquirió.

Crítán sonrió.

– En realidad no lo vi -confesó, golpeándose el lado de la nariz- pero como si así fuera.

– ¿Qué se supone que significa esto? -espetó Fidelma- Sólo puede decirse que algo es cierto si se ha sido testigo.

Crítán volvía a mostrarse arrogante, ahora que ella le prestaba atención.

– Yo vi a Móen entrar en las habitaciones de Eber.

Fidelma dejó que sus ojos demostraran sorpresa. Ni Menma ni Dubán habían hecho referencia a eso, a que Crítán estaba cerca de las habitaciones de Eber antes de que se descubriera el cuerpo.

– Tendréis que explicaros un poco más -dijo Fidelma tensa-. ¿Cuándo visteis a Móen entrar en las habitaciones de Eber?

– Fue la mañana en que Menma los descubrió. Una media hora antes de que fuera a relevar a Dubán de su guardia.

Fidelma lanzó una mirada interrogante a Dubán. El guerrero estaba claramente sorprendido. Al parecer era la primera vez que oía esa historia.

– ¿Qué estabais haciendo fuera tan pronto? -preguntó Fidelma con calma.

Pareció que el joven dudaba y ella continuó hablando.

– Tenéis que hablar si queréis que se os considere un testigo fiable.

– Si lo habéis de saber -Crítán se puso rojo y continuó hablando en tono defensivo-, había pasado la noche en cierto lugar…

– ¿Cierto lugar?

De repente Dubán se puso a reír a carcajadas.

– Me apuesto algo a que se refiere al burdel de Clídna. Está a unas millas de aquí, por el río.

El rostro mortificado de Crítán confirmaba ese hecho.

– Regresaba al rath antes del amanecer y acababa de llegar a la entrada de la sala de asambleas. Vi a Dubán espatarrado en un banco dentro, estaba profundamente dormido. -Dubán se sonrojó, pero no dijo nada-. Entonces vi a esa criatura escabullándose en las sombras. Él no sabía que yo estaba allí, por supuesto.

– ¿Móen estaba solo?

Crítán hizo una mueca.

– Sí. Es bien sabido que era capaz de moverse libremente, ciego, sordo y mudo como era. Parecía tener un extraño instinto para moverse de una casa a otra.

– Entiendo. ¿Así que estaba solo?

– Estaba solo -confirmó el joven.

– ¿Y lo visteis entrar en la casa de Eber?

– Así es.

– ¿Cómo?

Crítán parpadeó rápidamente.

– ¿Cómo? -repitió como si no hubiera entendido la pregunta.

– Habéis dicho que estabais en la entrada de la sala de asambleas. Para ver la puerta de Eber os teníais que haber movido unos veinte o treinta metros con luz; no digamos a oscuras.

– Oh. Cuando lo vi a hurtadillas me pregunté por qué estaría levantado. Así que esperé a que pasara junto a mí y luego lo seguí.

– ¿Y lo visteis entrar en las habitaciones de Eber? ¿Cómo entró?

– Por la puerta -respondió el joven con cierta ingenuidad.

– Quiero decir, si lo hizo con sigilo, o llamó a la puerta o hizo ademán de anunciar su presencia. ¿Cómo lo hizo?

– Oh, con sigilo, naturalmente. Todavía era oscuro.

– Y visteis a Móen entrar en la oscuridad. Tenéis buena vista. ¿Qué hicisteis entonces?

– Mi intención era regresar al alojamiento de los guerreros para lavarme antes de relevar a Dubán -dijo Crítán sonriendo burlonamente-. Seguí mi camino. No quería verme involucrado, así que no dije nada cuando Teafa…

De repente se calló. Su mirada reflejó incertidumbre.

– ¿Cuándo Teafa…? -le incitó Fidelma-. ¿Cuándo Teafa… qué?

– Ya me dirigía por detrás de las caballerizas hacia el hostal de los guerreros, que está justo al lado del molino. La cabaña de Teafa está cerca. Cuando pasaba por allá, ella salió con una lámpara en la mano; buscaba a Móen. Primero pensé que buscaba leña, porque se agachó para recoger una vara que había junto a su puerta. Entonces me vio y me preguntó si había visto a Moén.

Fidelma lo miraba pensativa.

– ¿Le dijisteis dónde lo encontraría?

– No, no quería verme involucrado en la caza de la criatura. Le dije que no lo había visto y continué. Me lavé, me cambié de ropa y fui en busca de Dubán; cuando lo encontré me dijo lo que había sucedido. -Crítán sonrió triunfante al acabar su relato-. Así que ahí lo tenéis. Está claro que Móen mató a Eber y a Teafa.

Eadulf sacudió la cabeza pensativo.

– Parece del todo concluyente -admitió, mirando a Fidelma.

– Tan sólo dejad que me asegure de que lo he entendido bien -dijo Fidelma-. Visteis a Móen entrar en las habitaciones de Eber. Todo estaba a oscuras, era antes del amanecer. ¿Cómo pudisteis ver entrar a Móen?

– Sencillo. Mis ojos están acostumbrados a la oscuridad. Acababa de llegar cabalgando desde casa de Clídna.

– Después continuasteis y encontrasteis a Teafa junto a la puerta de su cabaña con una lámpara y buscando a Móen. Cuando fuisteis en busca de Dubán, tal vez media hora después, os esterasteis de que Menma había encontrado a Eber y a Móen. ¿Por qué no mencionasteis nada de lo que habíais visto?

– No había necesidad. Había otros testigos.

– ¿Cuándo os enterasteis de que también habían matado a Teafa?

Crítán estaba seguro.

– Después de que Dubán fuera a buscarla para que mediara con Móen.

– Gracias, Crítán, habéis sido de gran ayuda.

Fidelma empezó a caminar a paso ligero en dirección al hostal de huéspedes, Eadulf se apresuraba junto a ella,

– ¿Volveréis a necesitarme hoy, hermana? -gritó Dubán por detrás.

Fidelma se giró despistada.

– Todavía quiero ver el cuchillo de caza con el que se supone que Móen cometió los crímenes.

– Lo traeré enseguida -respondió el guerrero.

De regreso al hostal de los huéspedes, Eadulf esperó con paciencia a que Fidelma hiciera algún comentario, pero ella permaneció en silencio y él decidió abordarla.

– Yo creo que las pruebas son claras. Testigos oculares y el hecho de descubrir a Móen con el cuchillo. Parece que hay poco más que investigar. Móen, aunque sea una criatura digna de compasión, es culpable.

Fidelma levantó sus ojos verdes centelleantes y los clavó en los castaños de Eadulf.

– Todo lo contrario, Eadulf. Yo creo que las pruebas demuestran que Móen no cometió los crímenes de los que se le acusa.