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Aquella noche se bañaron y comieron solos. Crón no los había invitado a cenar en la sala de asambleas, como hubiera mandado el protocolo. Eadulf no se mostró particularmente sorprendido por eso. Cuando consideró los acontecimientos del día, constató que si Fidelma había hecho algún amigo en el rath de Araglin sólo era aquella pobre criatura, Móen. Desde luego, no había caído bien a ninguno de los otros. Resultaba evidente que Crón y su madre, Cranat, no querían contar con su compañía.
Una joven tímida les llevó las bandejas con comida hasta el hostal de huéspedes. Tenía el cabello castaño y unos dieciséis años, su piel era muy pálida y parecía tener miedo de ellos. Fidelma hizo todo lo que pudo para tranquilizarla y mostrarse amigable.
– ¿Cómo os llamáis?
– Mi nombre es Grella, hermana. Trabajo para Dignait en las cocinas.
Fidelma sonrió amistosamente.
– ¿Estáis contenta con vuestro trabajo, Grella?
La joven frunció ligeramente el ceño.
– Es lo que hago -dijo simplemente-. Crecí en las cocinas del jefe. No tengo padres -añadió, como si eso lo explicara todo.
– Entiendo. Debéis de estar triste por la muerte de vuestro jefe, entonces, habiendo crecido en su casa.
La joven negó enérgicamente con la cabeza y Fidelma se sorprendió.
– No… no, pero sentí la muerte de Teafa. Era una mujer amable.
– ¿Pero Eber no era amable?
– Teafa era amable conmigo -replicó la joven con ansiedad; al parecer no quería hablar mal del jefe muerto-. Teafa era amable con todo el mundo.
– ¿Y Móen? ¿Os gusta Móen?
Grella volvió a mostrarse aturdida.
– Yo me sentía incómoda cuando él andaba por aquí. Teafa era la única que podía decirle qué hacer.
– ¿Decirle? -preguntó Fidelma, aferrándose enseguida a la frase-. ¿Cómo se lo decía?
– Tenía una manera de comunicarse con él.
– ¿Sabéis cómo? -interrumpió ansioso Eadulf.
La joven negó con la cabeza.
– No tengo ni idea. Dicen que se entendían dándose golpecitos con los dedos.
Fidelma estaba intrigada.
– ¿Lo visteis alguna vez? ¿Teafa os explicó alguna vez cómo lo hacía?
– Les vi hacerlo muchas veces, pero no lo entendía. Quizá sólo fuera el contacto familiar con una mano lo que lo calmaba.
Fidelma se sintió decepcionada.
Grella inclinó la cabeza pensativa, como intentando recordar. Después sonrió.
– Lo recuerdo; dijo que Gadra le había enseñado ese arte.
– ¿Gadra? ¿Quién es Gadra? -preguntó Fidelma nuevamente esperanzada.
Grella se estremeció y se santiguó.
– Gadra es el hombre del saco. Dicen que roba las almas de los niños malos. Ahora me tengo que ir o si no Dignait vendrá a buscarme. Puedo tener problemas.
Cuando se hubo marchado comieron, la mayor parte en meditativo silencio. Después, Eadulf se atrevió a sacar un tema al que llevaba rato dándole vueltas.
– ¿Es inteligente -preguntó- desatar la ira de todos a propósito?
Fidelma levantó la mirada del plato.
– Me parece notar un tono de crítica, Eadulf de Seaxmund's Ham -observó con solemnidad, aunque en sus ojos se percibía un brillo malicioso.
Eadulf hizo una mueca disculpándose.
– Perdonadme, pero yo creo que algunas veces con un poco de tacto y de discreción se consigue lo mismo que…
– ¿Creéis que soy excesivamente grosera? -interrumpió Fidelma muy seria, como una alumna que pide consejo a su maestro.
Eadulf se sintió incómodo. No confiaba en Fidelma cuando estaba de ese humor y sacudió la cabeza en señal de negación.
– Mi madre me dijo una vez que no se podía descoser un bordado con un hacha.
Fidelma se lo quedó mirando realmente sorprendida.
– Nunca habíais mencionado a vuestra madre, Eadulf.
– Ya no vive. Pero era una mujer sabia.
– Reconozco su sabiduría. Sin embargo, a veces, cuando se encuentra una gruesa puerta de arrogancia que se cierra ante uno, hay que tomar el hacha y hacerla astillas hasta poder hablar con la persona que hay dentro. A menudo, la gente arrogante confunde la cortesía con la debilidad e incluso con la adulación.
– ¿Realmente os habéis abierto paso a golpes de hacha hacia la verdad?
Fidelma inclinó la cabeza.
– He conseguido acercarme a la verdad más que si hubiera dejado que las puertas permanecieran cerradas. Sin embargo he de admitir que la verdad completa todavía está muy lejos.
– ¿Entonces cómo hemos de alcanzarla?
– Cuando acabemos de comer iré en busca de Dubán. Tal vez podamos averiguar si ese hombre del saco, Gadra, realmente existe. Si es así y puede enseñarme la manera de comunicarme con Móen, estaremos más cerca de la verdad. Si podemos descubrir lo que sabe Móen…
Eadulf se mostró escéptico.
– Eso es sólo un cuento de niños. ¡Un hombre del saco que roba las almas de los niños, vaya!
– Suele haber una verdad detrás de cada cuento, Eadulf.
– Suponéis mucho, Fidelma.
– ¿Seguro?
– Suponéis que ese hombre existe. Suponéis que esa chica, Grella, explicó bien que ese ser, Gadra, enseñó a Teafa la forma de comunicarse con Móen. Incluso suponéis que hay una manera de comunicarse con esa criatura. Además suponéis que esa desgraciada criatura tiene mente. También suponéis que os dirá algo que aclarará el asunto y, para finalizar, suponéis que es inocente.
Sor Fidelma se reclinó, colocó las palmas de las manos sobre la mesa a ambos lados de su plato y se quedó un momento mirando a Eadulf antes de responder.
– Mis suposiciones se basan en que confío en su inocencia. No puedo explicarlo, ni tengo pruebas para demostrarlo. Es un sentimiento, la creencia de que lo que a mis sentidos les parece falso es, sin duda, falso, según la lógica de que lo que se presenta como verdad, pero se siente falso, es falso.
Eadulf apretó los labios.
– ¿No es cierto que la mayor decepción es la autodecepción?
– ¿Creéis acaso que me estoy decepcionando a mí misma?
– Trato de sugerir que lo que parece de una manera, bien puede ser de esa manera.
Fidelma sonrió entre dientes, levantó una mano y la puso sobre el brazo de Eadulf.
– Eadulf, sois la voz de la conciencia; cuando soy demasiado entusiasta, refrenáis mis excesos. Sin embargo, iremos en busca de Gadra, el hombre del saco, si existe.
Eadulf dejó ir un suspiro.
– No tenía ninguna duda de que así iba a ser -dijo resignado, al tiempo que ella se levantaba para ir en busca de Dubán.
Crítán, de guardia en las caballerizas, les informó de que Dubán no estaba en el rath de Araglin. El joven jactancioso no se mostró muy comunicativo; tuvieron que preguntarle varias veces antes de que se explicara.
– Ha tenido que marcharse con algunos guerreros hacia las altas pasturas.
– ¿Sucede algo? -preguntó Fidelma-. ¿Por qué se han ido a esta hora, si está cayendo la noche?
Crítán se mostró arisco.
– No pasa nada. No tenéis nada que temer, mientras haya hombres que vigilen este rath, hermana.
Fidelma reprimió una respuesta airada.
– A pesar de eso, ¿qué es lo que ha hecho que partiera Dubán? -insistió.
– Ha llegado el aviso de un ataque al ganado de una de las granjas aisladas del otro lado de las montañas.
– ¿Un ataque? -se mostró interesada-. ¿Se sabe de quién?
– Eso es lo que han ido a descubrir. Probablemente de los mismos que hicieron una incursión en este valle hace unas semanas. Yo tenía que haber ido con Dubán, pero me han ordenado que me quede aquí vigilando a esa criatura, Móen. No me parece bien.
A Fidelma le pareció que el joven parecía más un niño malhumorado que un adulto.
– Para ser guerrero -dijo Fidelma con cuidado- no estáis obligado a un deber a menos que los hayáis aceptado libremente como obligación.
Crítán se mostró molesto.
– No entiendo qué significa.
– Exactamente eso. Decidme, Crítán -cambió de tema rápidamente-. Decidme, ¿el nombre de Gadra os suena?
El joven hizo una mueca de malhumor.
– Dicen que es un hombre del saco que roba las almas de los niños. La gente de aquí usa ese nombre para asustar a sus hijos.
– ¿Existe realmente?
– Yo he oído a Dubán hablar de él. Yo no creo en el hombre del saco, así que una vez le pregunté por él.
– ¿Y qué os dijo Dubán? -insistió Fidelma.
– Me dijo que cuando él era joven, Gadra era un ermitaño que moraba en las montañas y se negaba a aceptar la nueva fe.
– ¿Todavía vive?
– Eso fue hace muchos años. Vivía arriba, en los bosques, en un pequeño valle, no sé dónde. Creo que Dubán puede saberlo.
Fidelma le dio las gracias al joven y regresó al hostal de huéspedes, para explicárselo a Eadulf.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Eadulf.
– ¿Ahora? No hay más que hacer que esperar hasta mañana.
Bien pasada la medianoche Fidelma se despertó al oír el sonido de un caballo que entraba en el rath. Oyó que Eadulf seguía bien dormido en su cubículo. Se levantó, se echó la capa por los hombros y se dirigió descalza a la ventana que daba a la parte delantera del hostal.
Un hombre desmontaba junto a las puertas. A la luz de las antorchas ardiendo, vio que era el caballerizo, Menma. Fidelma estaba a punto de volver a la cama, cuando una sombra apareció frente a la sala de asambleas. Avanzó hacia la luz de las antorchas y saludó al hombre pelirrojo.
Era el padre Gormán. Su cuerpo se movía y agitaba los brazos. Su voz era intensa, aunque no fuerte, y Fidelma no entendía sus palabras.
Con gran sorpresa, Fidelma vio que Menma parecía responder con la misma vehemencia.
El padre Gormán agitaba una mano en dirección al hostal de huéspedes. Obviamente, Eadulf y ella eran el tema de discusión. ¿Por qué? -se preguntó la joven.
Al cabo de un momento, Menma tiró de las riendas de su caballo y condujo a la bestia hacia las caballerizas.
El padre Gormán se quedó un rato con las manos en las caderas observando a Menma. Después se giró bruscamente y se dirigió hacia la capilla.
Fidelma, pensativa, volvió a la cama.
El sol brillaba con fuerza cuando Fidelma se reunió con Eadulf para tomar el desayuno que les había llevado Grella. Sentía los cálidos rayos de sol que entraban por la ventana del hostal de huéspedes. Eadulf acababa de comer, se reclinó y dejó a Fidelma desayunar en silencio. Cuando terminó se dirigió a ella con una pregunta retórica.
– ¿Creéis que Dubán ha regresado?
– Voy a ir a buscarlo ahora, a ver si nos puede decir algo más del ermitaño.
Le dio instrucciones a Eadulf de que fuera a ver si podía recabar más información de los habitantes del rath, mientras ella iba en busca del guerrero.
Fidelma salió del hostal y fue siguiendo el muro de piedra de la sala de asambleas.
El sonido de unas voces y unas risotadas estridentes la detuvieron. El timbre de la voz le era familiar.
Se detuvo al abrigo del muro y dirigió la mirada hacia el grupo de edificios de donde provenía el bullicio. Había un jinete, al parecer recién llegado, pues todavía llevaba encima el polvo del camino. Había desmontado y tenía las riendas sobre el brazo. Fidelma reconoció enseguida al hombre alto y robusto. Era Muadnat, el granjero, contra quien había dictado sentencia en Lios Mhór. Lo que la dejó sin respiración fue la figura que tenía abrazada y que le devolvía los besos uno a uno con la pasión de una jovencita. Era una mujer alta, de cabello rubio, envuelta en una capa de varios colores.
Cuando se separó del fuerte abrazo, Fidelma reconoció a la mujer: era Cranat, la viuda de Eber.
La monja se retiró instintivamente hacia las sombras del muro, para examinar al fornido granjero de cerca. Para ser alguien que acababa de perder siete cumals de tierra, Muadnat parecía contento de abrazar a la viuda del jefe. No hacía falta mucha experiencia para ver que entre ambos existía una gran intimidad. El granjero soltó otra risotada, Cranat le cerró los labios con un dedo y lanzó una mirada nerviosa a su alrededor, después le hizo una señal para que entrara en el edificio que tenían detrás. Muadnat se detuvo para atar su caballo a una verja.
Fidelma esperó a que desaparecieran y, con la cabeza inclinada y pensativa, continuó su camino hacia la entrada de la sala de asambleas. Las puertas estaban abiertas. Sin saber por qué, dudó instintivamente y no hizo nada que revelara su presencia. Entonces entró. Quizás inconscientemente, había percibido el sonido de voces y un tono ansioso de conversación. La primera voz era la de Dubán.
– Creo que deberíais ser más respetuosa con ella -decía con seriedad-. Al menos no provoquéis su enemistad.
– ¿Por qué no? Ya no debería estar aquí. Creo que se está excediendo en sus obligaciones.
Fidelma frunció el ceño al darse cuenta de que la segunda voz era la de Crón. Las voces provenían de una habitación contigua que tenía la puerta entreabierta. Fidelma se acercó con cautela.
– Ya sé que es la hermana de Colgú. ¿Pero creéis que la enviaría aquí sólo por eso? Es una mujer inteligente. Casi nada escapa a esos ojos verdes y curiosos.
– ¡Ah! ¿Os habéis fijado en el color de sus ojos? -El comentario era arisco. Fidelma abrió bien los ojos al percibir un tono celoso en la voz de la tánaiste.
Dubán respondió con una risita.
– Me he dado cuenta de que es alguien a quien no se puede tomar el pelo. Cuanto menos se la provoque, mejor.
Fidelma parpadeó satisfecha al oír aquellas palabras.
– Seguro que no se cree realmente que Móen es inocente -dijo Crón suavizando el tono.
– Creo que lo sospecha. El padre Gormán cree que está decidida a probarlo. Estaba bastante preocupado cuando lo vi la pasada noche, después de haber hablado con ella.
– Yo creía que este asunto se resolvería fácilmente. Si al menos a mi madre la dejaran tranquila…
– No hay nunca nada fácil, querida. Si ella cree que Móen es inocente, buscará por otro lado quién podría haberlo asesinado. Haríais bien en amigaros con ella.
Pasó un ángel.
– Podría descubrir cuánto odiaba a mi padre. ¿Eso es lo que queréis decir?
– Podría descubrir cuánto lo odiaba todo el mundo -replicó Dubán-. De todos modos, tenéis que tratar con ese idiota de Muadnat. Ha elegido este momento para venir al rath a crear problemas. ¿No podéis decirle que se marche? ¿Que regrese la semana que viene cuando todo esto haya acabado?
– ¿Cómo queréis que haga eso, querido? No es lo bastante sensible para entender por qué. Puede traernos problemas. No, tengo que hacer frente al asunto. Explicadle a Muadnat lo que he decidido y decidle que esté aquí, en la sala de asambleas, a mediodía.
– Entonces, por favor, tratad a la hermana con más gracia.
– Ahora, id -respondió Crón con firmeza-. Hay mucho que hacer.
Fidelma volvió sobre sus pasos de puntillas hacia la puerta. Se giró en el umbral, cogió la aldaba y golpeó la puerta de madera antes de entrar en la sala, como si lo hiciera por primera vez. Crón fue hacia ella desde la habitación lateral. Estaba sola. Saludó a Fidelma educadamente, aunque con ojos vigilantes.
– Estoy buscando a Dubán -anunció Fidelma.
– ¿Qué os hace pensar que está aquí? -preguntó la tánaiste a la defensiva.
– Éste es un lugar tan bueno como cualquier otro para buscar al jefe de vuestra guardia -contestó Fidelma inocentemente.
Crón se dio cuenta de su error y esbozó una sonrisa.
– En este momento no está aquí. Estuvo hasta tarde fuera por la noche y probablemente todavía no se ha despertado -mintió la joven con facilidad-. Si lo veo, le diré que preguntáis por él. Ahora, si me excusáis, he de prepararme para un asunto importante.
Fidelma no iba a dejar que la despidiera con tanta facilidad.
– ¿Preparar?
– Hoy tengo que presidir un juicio -replicó Crón-. Casos menores de los que puedo ocuparme, aunque mi madre no apruebe mis conocimientos legales.
Ciertamente un jefe podía hacer de juez en casos insignificantes, si no se tenía un brehon a mano que le asesorara.
– ¿Qué tipo de caso?
– Nada que os incumba -replicó Crón inmediatamente. Después cedió-. Un caso de animales que han entrado ilegalmente en una propiedad. Un granjero de nuestra comunidad exige daños y perjuicios contra otro granjero. Es un asunto que tiene que tratarse inmediatamente ya que el litigante está muy rabioso.
Los casos de animales que invadían otra propiedad eran bastante comunes. Los daños causados en la tierra o las cosechas por los animales domésticos de un vecino eran frecuentes en las comunidades agrícolas y ganaderas. Los granjeros vecinos solían intercambiar unas garantías llamadas tairgille para cubrir los posibles daños causados por los animales.
En muchos asuntos de la vida, la ley confiaba en el uso de una garantía para asegurarse de que las obligaciones legales se llevaban a cabo. Incluso en el cargo de Fidelma, considerada una jueza profesional, tenía que depositar, con el brehon del distrito, una garantía de cinco onzas de plata por si una sentencia suya resultaba polémica. Si el brehon consideraba que la sentencia era defectuosa, ella tenía que compensar a los que había perjudicado. Sólo se confiscaba su garantía si el litigante expresaba su insatisfacción en un determinado periodo transcurrido tras la sentencia y si el brehon consideraba que era culpable. Si un juez se negaba a aportar esa garantía quedaba inhabilitado.
Con seguridad se trataba de un asunto nimio y que Crón podría tratar adecuadamente. Fidelma estaba a punto de excusarse y marchar, cuando de repente sospechó algo. Se dio la vuelta con rapidez.
– ¿Uno de los granjeros litigantes se llama Muadnat?
Crón se la quedó mirando sorprendida.
– ¿Sois adivina, hermana? ¿Qué sabéis de Muadnat? -preguntó Crón.
Fidelma comprobó que tenía razón por la expresión de sorpresa. Obviamente Crón no sabía que Fidelma había actuado de brehon en Lios Mhór. Así que por eso Muadnat había aparecido en el rath del jefe.
– ¿Conocéis el caso de Muadnat contra su pariente Archú?
Crón apretó los labios, como si eso fuera a ayudarla a recordar. Asintió lentamente con la cabeza.
– Sólo sé lo que se dice por ahí. Muadnat se vio obligado a presentarse ante un brehon en Lios Mhór y perdió una granja que reclamaba.
– Yo era ese brehon -anunció Fidelma-. Mientras estaba en Lios Mhór recibí el encargo de mi hermano de venir aquí.
Los ojos azules de la jefa la miraron con curiosidad. Fidelma continuó.
– ¿Contra quién presenta litigio Muadnat?
– Otra vez Archú.
La mente de Fidelma trabajó deprisa.
– ¿Podéis explicarme los detalles de ese pleito?
Por un momento pareció que Crón iba a negarse y luego se lo pensó mejor.
– Creo que Archú tiene que defenderse de una acusación -dijo Crón a la defensiva.
– ¿Pero los detalles? -insistió Fidelma.
– Bien simple. Desde que Archú se quedó con la granja en disputa junto a la Marisma Negra se convirtió en vecino de Muadnat, ya que las tierras son colindantes. Muadnat afirma que Archú, con malicia y negligencia, permitió que sus cerdos se alejaran y atravesaran de noche los cercados divisorios y causaran daños en su propiedad. Es más, los animales defecaron en la granja de Muadnat.
Fidelma se quedó considerando el asunto.
– Dicho de otro modo, si Muadnat dice la verdad en lo que alega contra Archú, ¿podrá exigir una gran compensación? -preguntó Fidelma.
La expresión de Crón indicaba que era bastante obvio.
– Muadnat ya me lo ha advertido.
Fidelma se mostró cínica.
– ¿Así que Muadnat ya ha comprobado lo que dice la ley?
– ¿Qué presuponéis? -exigió la joven tánaiste con dureza.
– Simplemente hago una observación, no presupongo nada. Es cierto, sin embargo, que si por negligencia un animal entra ilegalmente en una propiedad, se considera que es como si el propietario de los animales entrara ilegalmente; si esta acción tiene lugar de noche, se multiplica por dos la cuantía de la multa; si los animales han defecado, todavía aumenta más la suma de compensación. Dicho de otro modo, Archú tendría que pagar a Muadnat una suma sustancial para compensarlo.
– Probablemente la mitad o más de lo que vale su granja -admitió Crón-. A menos que tenga mucho ganado, sin duda perderá la granja.
– Y ambas sabemos que no es así -replicó Fidelma con sequedad-. Muadnat no se conformará con menos que la granja.
– Creo que así es la ley.
Fidelma se quedó pensativa antes de volver a hablar.
– Como heredera electa, tenéis el derecho y la responsabilidad de presidir un juicio en el territorio de vuestro clan, y podéis dictar sentencia si no hay un brehon disponible.
– Conozco mis deberes y obligaciones -contestó Crón entornando los ojos con suspicacia.
– No quisiera ofenderos, pero ¿hasta qué nivel habéis estudiado leyes?
– Sólo he estudiado el Bretha Comaithchesa, la Ley de Vecindad, ya que somos una pequeña comunidad agrícola y ésta es la ley que más se aplica aquí. Pero no tengo ninguna titulación. Estudié en Lios Mhór sólo durante tres años, hasta adquirir el nivel de Freisneidhed.
Fidelma iba asintiendo lentamente con la cabeza. El nivel correspondiente a tres años de estudio era el que tenía la mayoría de jefes de los cinco reinos. Los jefes tenían que recibir instrucción, ya que habían de cumplir con muchas obligaciones y una de ellas era la de juez del tribunal tribal. Fidelma advirtió que Crón la estaba mirando con cierta hostilidad. Tendría que ser diplomática, tal como Eadulf le había implorado, ya que su relación con Crón ya resultaba bastante difícil.
– ¿Me permitiríais que presidiera con vos este caso y os asesorara?
Crón se sonrojó, pensando que su intención era insultarla.
– Creo que soy capaz de juzgar este asunto -respondió a la defensiva-. He observado cómo lo hacía mi padre otras veces.
– Yo no he dicho que no fuerais capaz -replicó Fidelma en tono apaciguador-. Pero me da que aquí hay algo más que un simple caso de entrada ilegal en una propiedad. Recordad que yo ya he visto una vez a Muadnat intentando despojar a Archú con formas legales.
– ¿Eso no os va a impedir ser imparcial? -preguntó Crón, intentando reprimir un cierto desdén.
– Quizá sea parcial -admitió Fidelma-. Sin embargo, lo que yo sugiero es que juzguéis vos, yo me quedo sentada a vuestro lado para asesoraros en cualquier asunto legal. Os prometo que mi asesoramiento sólo será sobre cuestiones legales.
Crón dudó; se preguntaba si la oferta de Fidelma ocultaba algo.
– ¿La sentencia no la voy a dictar yo?
– Sois la heredera electa de Araglin -admitió Fidelma-. Vos dictaréis la sentencia.
Crón se lo pensó un momento. Era cierto que Fidelma, dálaigh cualificada con el grado de anruth, uno por debajo del máximo otorgado en los cinco reinos, podía exigir un lugar en el tribunal. Así era la ley; en un lugar donde no hay brehon permanente, un juez visitante puede, dependiendo del grado de su cargo, tener más autoridad legal que el jefe local. Que Fidelma hubiera pedido permiso sólo para sentarse en el tribunal y asesorar, era una manera clara de mostrar que no deseaba interferir en la autoridad de Crón.
– ¿Qué puede ser falso en la declaración de Muadnat? -preguntó Crón todavía a la defensiva.
– Eso hay que verlo. A Muadnat no le gustó que la sentencia no le fuera favorable y tener que entregar la granja al joven Archú.
Crón lo admitió.
– ¿Creéis entonces que Muadnat ha inventado su acusación?
– Como lo vais a juzgar vos, tal vez sea mejor que no os diga lo que pienso -respondió inmediatamente Fidelma-. Pero dejad que me siente junto a vos y que os asesore sólo en cuanto a la ley, y vos juzgaréis los hechos. Mis palabras sólo tendrán un sentido legal, nada más; os lo juro.
– Si es así, acepto.
Por primera vez en presencia de sor Fidelma, Crón esbozó lo que pareció ser una genuina sonrisa de amistad.
– ¿A qué hora se va a presentar Muadnat?
– A mediodía.
– Entonces voy a decírselo a Eadulf.
– Es un hombre interesante ese sajón vuestro -observó Crón con astucia.
– ¿Mío? -preguntó Fidelma arqueando las cejas sorprendida-. Eadulf no pertenece a ningún hombre ni ninguna mujer.
– Parece que sois buenos amigos -replicó Crón-. Seguro que el atractivo hermano no comparte las ideas que el padre Gormán enseña respecto a que los siervos de Dios, hombres y mujeres, han de permanecer célibes.
Fidelma notó que se sonrojaba. Se dio cuenta de que, aunque había discutido con Eadulf todos los aspectos de las enseñanzas de Roma, nunca habían tocado el concepto de celibato. Aunque Roma no tenía una regla firme respecto al celibato de los religiosos, era cierto que un grupo numeroso del clero creía que los miembros de las comunidades religiosas no debían cohabitar ni casarse. Era una idea tan ajena a los seres humanos que nunca sería aceptada.
Crón la observaba divertida y ella alzó un poco la barbilla.
– El hermano Eadulf y yo somos amigos, y sólo amigos, desde que nos conocimos en el concilio que se celebró en la abadía de Hilda, en Northumbria. Eso es todo.
Estaba claro que Crón se tomaba aquella seguridad con cierto escepticismo.
– Está bien -observó significativamente- tener un amigo así.
– Hablando de amigos -le respondió Fidelma astutamente-, he de ir en busca de Dubán.
– ¿Qué es eso que tenéis que hablar con él tan urgentemente? -preguntó la tánaiste.
– ¿Habéis oído hablar de Gadra?
Crón se mostró sorprendida.
– ¿Qué queréis saber de Gadra?
– ¿Así que lo conocéis? -insistió Fidelma, ansiosa.
– Por supuesto. No lo he vuelto a ver desde que era pequeña, sólo lo recuerdo. Vivió en la cabaña de Teafa durante unos años, pero volvió a marcharse. Es un ermitaño. En la actualidad los jóvenes creen que es simplemente un hombre del saco. Como es un ermitaño que desapareció en las colinas, algunas personas lo utilizan para asustar a los niños y que obedezcan.
– ¿Sabéis dónde se le puede encontrar?
Crón sacudió la cabeza en señal de negación.
– Dudo que esté todavía vivo. -Se encogió de hombros-. Pero si lo está, quien fuera en su busca habría de ser una persona valiente, porque se decía que se había negado a aceptar la fe y se había asociado con el mal.
– ¿Asociado con el mal?
Crón asintió con seriedad.
– Se aferraba a la fe de nuestros antepasados paganos y dicen que por eso se retiró a la inmensidad de las sombrías montañas.
Fidelma notó que algo se movía detrás de ella y al girarse vio que entraba el guerrero de mediana edad.
Dubán dirigió una mirada a Fidelma y luego rápidamente a Crón intentando fingir que le sorprendía encontrarlas juntas. Después levantó una mano y saludó a su tánaiste. Fidelma se percató de que cualquiera que pudiera actuar con tal duplicidad podría igualmente ser muy evasivo en otros asuntos.
– Se dice que no habéis tenido demasiada suerte en vuestra empresa, Dubán -saludó Crón, con una voz ligeramente quejumbrosa, como si no lo hubiera visto antes.
El guerrero hizo una mueca, una expresión que confirmaba la inutilidad de su búsqueda.
– Hemos registrado varias millas de la ladera de la colina, pero no hay señal de bandidos. Se han llevado dos vacas de la granja de Díoma. Seguimos las huellas hasta los límites de la Marisma Negra, pero las perdimos en el bosque.
Crón se mostró muy preocupada.
– No recuerdo la última vez que unos bandidos asaltaron nuestro valle con impunidad. Hay que dar con ellos. Nuestro honor está en juego.
– Así se hará -murmuró Dubán-. Tan pronto como reúna un nuevo grupo de guerreros…
– Ahora es inútil. De todas maneras, hemos de tener en cuenta la vista legal. Sor Fidelma ha sugerido sentarse conmigo y yo he aceptado. También le he dicho a la hermana que podéis ayudarla con cierta información respecto al viejo Gadra.
Crón abandonó la sala de asambleas y dejó a Dubán con una expresión incierta en su rostro.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó al cabo de un momento-. ¿Respecto a Gadra, es eso?
– Me han dicho que conocisteis a Gadra.
– Gadra, el Ermitaño -admitió Dubán-, Sí, así es, pero eso fue hace veinte años. Está muerto.
Fidelma se sintió decepcionada.
– ¿Estáis seguro?
Dubán se rascó la barbilla reflexionando.
– Seguro, no. Pero no le he visto desde que dejé Araglin, cuando era joven. Debe de estar muerto.
Fidelma siguió insistiendo.
– Crón dijo que lo había visto cuando era una niña; que vino a quedarse con Teafa en el rath. Si todavía estuviera vivo, ¿sabéis dónde se le podría encontrar?
Dubán señaló hacia arriba con una sacudida de su cabeza.
– Arriba en las montañas, hacia el sur. Vivía en un pequeño valle.
– ¿Nos llevaríais a Eadulf y a mí hasta allí?
Dubán se mostró confuso.
– Después de todo este tiempo. Seguramente está muerto -repitió.
– Pero no lo sabéis seguro.
– No, pero seguro que será un viaje en balde. Es casi un día de ida y otro de vuelta.
– ¿Nos llevaréis?
– Tengo obligaciones…
– Crón no puso ninguna objeción. -A Fidelma no le parecía que distorsionara la verdad-. ¿O es que sois vos quien no quiere ir?
– ¿Pero por qué queréis ver al viejo Gadra? Aunque todavía esté vivo, será un hombre ya viejo. ¿Qué puede saber él que os sea de ayuda en la investigación?
– Eso es más asunto mío que vuestro, Dubán -replicó Fidelma con firmeza.
Dubán se mostraba renuente.
– ¿Cuándo queréis partir? -preguntó finalmente.
– Si el tribunal llega pronto a una conclusión, podríamos emprender la marcha esta misma tarde.
Dubán, pensativo, se dio un tirón a la barba.
– El viaje significa al menos pasar una noche de acampada, aunque encontremos a Gadra -repitió el guerrero.
– Yo estoy acostumbrada a viajar -advirtió Fidelma.
Dubán extendió los brazos resignado.
– Entonces, después de que el tribunal llegue a una conclusión. Si Gadra está vivo hemos de respetar su derecho a ser un ermitaño. Solamente os acompañaré a vos y al hermano sajón. A nadie más.
– De acuerdo -confirmó Fidelma mientras salía de la sala.
Fuera, se dio de cara con la enamorada de Archú, Scoth. El rostro de la joven se iluminó al reconocer a Fidelma y le cogió ambas manos a la religiosa.
– ¡Oh, hermana! Rezaba por que no os hubierais ido de aquí. Estamos muy necesitados de vuestra ayuda.
Fidelma se compadeció.
– Eso he oído. ¿Está aquí Archú para responder a la nueva acusación?
– Ha ido a buscar alojamiento para nosotros -dijo Scoth tensa y triste.
Fidelma cogió suavemente a la chica por el brazo y la condujo hasta el hostal de huéspedes.
La joven sonrió angustiada.
– Muadnat es como un cuervo carroñero esperando el momento oportuno para abalanzarse sobre nosotros. Pensamos que nuestra única esperanza era que todavía estuvierais en el rath.
– Bueno, aquí estoy.
– ¡Gracias a Dios! Si Muadnat hubiera sido un hombre más prudente lo hubiera averiguado. Pero codicia tanto esas tierras que vino corriendo al rath, sin saber que se iba a encontrar de nuevo con vos.
Fidelma negó con la cabeza.
– No voy a ser yo la juez. Será Crón, vuestra tánaiste y heredera electa.
Scoth se mostró consternada, se detuvo a medio camino y se giró hacia Fidelma.
– Pero vos tenéis que ser el juez. No podéis abandonar a Archú -gimió.
– No he abandonado a nadie, Scoth. ¿He de suponer, por lo que decís, que Muadnat ha inventado esa acusación?
– No, no lo ha hecho.
Fue Archú quien contestó y Fidelma se giró y se encontró al joven detrás de ella.
La monja digirió lo que él acababa de admitir.
– Entonces siento veros en esta situación, Archú -replicó con tristeza.
– Pero podéis intervenir y rechazar la demanda -insistió Scoth, con voz desesperada.
– ¡Scoth! -espetó Archú con dureza-. Sor Fidelma ha hecho un juramento.
Estaban fuera del hostal de huéspedes y Fidelma les hizo un gesto para que la acompañaran dentro. Eadulf se dirigió hacia ellos y los saludó sorprendido. Fidelma informó a Eadulf y luego se dirigió a Archú.
– Contadme la verdad. ¿Decís que Muadnat no se ha inventado la acusación contra vos? ¿Es cierto lo que afirma?
Archú se sonrojó. Hizo un gesto de impotencia.
– Es demasiado astuto para inventar una acusación de este tipo.
Fidelma se quedó un rato silenciosa.
– ¿Entonces, os dais cuenta de lo que eso significa?
Archú se mostró triste.
– Significa que Muadnat, mi querido primo, reclamará lo que momentáneamente me ha pertenecido y volverá a quedarse con la granja de mi madre. Una vez más me quedaré sin tierra.