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El juicio se desarrolló según las formalidades. Crón llevaba una larga capa de varios colores, propia de su cargo, sobre un vestido de seda azul. Se abrochaba con una hebilla de oro ornamentado. A Fidelma le pareció divertido que llevara guantes de piel de gamo. En muchos clanes, era costumbre que los jefes llevaran capas de colores y guantes como prendas distintivas de su rango cuando juzgaban. Fidelma se dio cuenta de que Crón había sido cuidadosa al elegir su vestido, su arreglo y el perfume, cuyo olor a lavanda impregnaba el aire. Obviamente, Crón se tomaba su papel de jefa con seriedad.
Crón se sentó en su silla en la sala de asambleas. Al lado de la silla de madera tallada se había colocado otra para Fidelma. Dubán estaba delante de la plataforma, ligeramente a un lado, en calidad de jefe de la guardia, mientras que los que estaban involucrados en el litigio estaban sentados en bancos de madera dispuestos ante la tarima. Muadnat y el hombre de rostro enjuto que lo había acompañado en Lios Mhór estaban sentados a la derecha, mientras que Archú y Scoth estaban sentados a la izquierda con Eadulf. Los guerreros de la guardia de Dubán se habían situado en lugares estratégicos, al fondo de la sala. Al entrar, Fidelma vio que el padre Gormán estaba sentado hacia el fondo.
Tan pronto como Fidelma entró y tomó asiento junto a Crón, Muadnat reconoció a la religiosa. Enseguida se puso en pie y gritó.
– ¡Protesto!
Crón se acomodó y lo miró impasible.
– ¿Ya protestáis? ¿De qué?
Muadnat lanzó una mirada furiosa a Fidelma, levantó una mano y la señaló con un dedo.
– No va a ser esa mujer la que juzgue mi caso hoy.
Crón apretó ligeramente los labios.
– ¿Esa mujer? ¿A quién os referís?
Muadnat se mordió la lengua.
– Fidelma de Kildare -gruñó Muadnat.
– Sor Fidelma está aquí invitada por mí y es dálaigh de los tribunales de los cinco reinos, experta en leyes. ¿Tenéis algo que objetar, Muadnat?
Muadnat seguía rabioso.
– Mi objeción se basa en… en… en… -balbuceaba buscando las palabras correctas-. En la parcialidad. Ya ha fallado en favor del acusado. Fue la juez en la demanda que puso él sobre unas tierras que me pertenecían y se las dio a él. No quiero de ninguna manera que sea mi juez.
– Ella tampoco lo quiere -replicó Crón con calma-. La jueza de este caso soy yo. Yo tomaré la decisión, pero sor Fidelma me asesorará legalmente. Ahora, proceded, Muadnat, con vuestro caso, si es que tenéis alguno para exponer.
Sor Fidelma se inclinó hacia Crón y le susurró algo al oído. Crón asintió con gravedad y a continuación se dirigió a Muadnat.
– He tenido en cuenta vuestro insulto verbal a un brehon. Esto se considera algo muy serio y la ofensa requiere el pago del precio de honor de vuestra víctima.
Muadnat abrió la boca consternado.
Crón se detuvo para que pensara bien lo que le estaba diciendo y luego continuó.
– Como, al parecer, tan sólo habéis hablado por ignorancia, sor Fidelma está dispuesta a renunciar a ese dinero. Sin embargo, no puede pasar por alto el insulto, ya que si así lo hiciera, y de acuerdo con la ley, la convertiría en culpable de tolerar el insulto y por lo tanto haría que se rebaje el precio de su honor. De manera que ha de obtener alguna compensación. Nos ocuparemos luego de este asunto, después de que yo -se detuvo para añadir énfasis a sus palabras- haya escuchado las acusaciones que queréis presentar.
El hombre dudó, balanceándose un poco como si lo hubieran golpeado y después, al parecer aceptando el fallo de Crón y sobreponiéndose, miró arisco delante de él.
– Muy bien. Los hechos son simples y tengo un testigo, mi capataz y sobrino, Agdae, que está sentado aquí a mi lado.
Se giró y señaló a su compañero.
– Explicadnos esos hechos -le invitó Crón.
Se notó un movimiento detrás de la tarima y de repente entró Cranat. Iba vestida con la misma opulencia de siempre. Frunció el ceño preocupada cuando vio a Fidelma sentada en el que, por derecho, debía ser su lugar en la sala. Se detuvo a medio camino, pero antes de que pudiera decir nada, Crón se dirigió a ella.
– Madre, no me habíais dicho que queríais asistir a este juicio -sin duda Crón estaba molesta por la interrupción de la vista.
Cranat lanzó una mirada en dirección a Muadnat. ¿Le lanzó el fornido granjero una mirada de advertencia y sacudió ligeramente la cabeza? Fidelma no estaba segura.
Cranat abrió la boca en señal inequívoca de desaprobación.
– Me sentaré a observar, hija.
Se dirigió a un rincón tranquilo, donde había un banco vacío, y se sentó con la cabeza bien alta. Obviamente estaba disgustada y perpleja. Al sentarse habló en voz alta.
– No tenía que pedir permiso cuando Eber estaba vivo.
– Sor Fidelma, dálaigh, está aquí para asesorarme legalmente. -Crón sentía que tenía que dar una explicación a su madre antes de volver a dirigirse a Muadnat.
– Proceded. Me ibais a explicar los hechos, Muadnat.
– Bien fácil. Mi tierra linda con la que ahora es de Archú.
Fidelma estaba sentada impávida, observando detenidamente a Muadnat con ojos escrutadores. El granjero parecía bien confiado cuando empezó a explicar su acusación.
– Hace dos noches, los cerdos de Archú pisotearon y atravesaron el cercado que rodea nuestras tierras. Lo hicieron de noche, causando daños en mis cosechas. Uno de los puercos se peleó con uno de los míos y le hizo daño. Además, los cerdos defecaron en mi corral. ¿No es así, Agdae?
El hombre enjuto asintió casi con desánimo.
Muadnat continuó.
– Todo granjero de estas tierras conoce la ley. Yo exijo la máxima compensación.
Se sentó bruscamente.
Crón miró a Agdae.
– ¿Podéis testificar libremente a favor de lo que ha dicho Muadnat, con quien estáis emparentado y para quien trabajáis?
Agdae se puso en pie, miró a Muadnat y asintió rápidamente.
– Así es, tánaiste de los Araglin. Es exactamente como mi tío lo expone.
Volvió a sentarse con la misma rapidez.
Crón se dirigió a Archú y le hizo una señal para que se levantara.
– Ya habéis oído los cargos que se os imputan. ¿Qué tenéis que decir en vuestra defensa, Archú? ¿Refutáis acaso los hechos tal como hasta ahora se han presentado?
El joven se puso en pie. La expresión en su rostro era de clara resignación. Scoth le cogió una mano, como para consolarlo.
– Es cierto -respondió como invadido por la fatiga-. Los cerdos se escaparon de mis tierras, atravesaron el cercado y causaron daños en la tierra de Muadnat, tal como él ha dicho.
Muadnat sonrió triunfante.
– Lo admite -observó en voz alta, como para hacer hincapié sobre el asunto ante el tribunal.
Crón no le hizo caso.
– ¿No tenéis nada que alegar en defensa propia? -insistió Crón.
– Nada. Yo había construido un corral provisional para los cerdos, lo mejor que pude, y me encontré con que estaba derribado. Los cerdos no lo habían destruido.
Crón se inclinó impaciente.
– ¿Afirmáis que el cercado fue derribado deliberadamente?
– Así lo creo yo.
Muadnat soltó una risotada.
– La desesperación obliga al joven a mentir. No podéis creer eso.
– ¿Podéis dar el nombre de la persona responsable? -preguntó Crón-. Si es así, tenéis que probar la acusación.
Archú miró con odio a Muadnat.
– No puedo hacer esa acusación. No tengo testigos que lo confirmen. Yo no vi quién destruyó el corral de los cerdos. No me puedo defender.
– ¡Los hechos están claros! -gritó Muadnat impaciente-. El chico los admite. Dadme la compensación…
– ¿Tenéis algo más que decir, Archú? -inquirió Crón.
– Juzgadme según vuestra voluntad -dijo el joven, resignado, y volvió a sentarse.
Entonces Fidelma se inclinó hacia delante y le tocó el brazo a Crón suavemente.
– ¿Podríais permitirme que hiciera algunas preguntas para esclarecer algunos puntos?
Crón accedió.
– Proceded.
– Mi primera pregunta va dirigida a Archú. ¿Cuándo llegasteis a tener posesión legal de vuestra granja y fuisteis propietario de vuestros cerdos?
Archú se la quedó mirando sorprendido.
– Pero vos lo sabéis -protestó.
– Contestad a la pregunta -replicó Fidelma con firmeza.
– En el momento del juicio que vos misma presidisteis en Lios Mhór.
– ¿Hace cuánto tiempo de eso?
– Hace cuatro días, nada más -respondió Archú, sacudiendo la cabeza como si creyera que Fidelma había perdido la razón.
– ¿Y vos, Muadnat, estáis de acuerdo con esto?
Muadnat se echó a reír con burla.
– Vos dictasteis la sentencia a su favor. ¿Lo habéis olvidado tan pronto?
– ¿Así que Archú lleva cuatro días de propietario de la granja? ¿Ambos estáis de acuerdo?
– Sí; la granja es suya y los cerdos son suyos y suya es la responsabilidad -gruñó Muadnat, sonriendo triunfalmente a su sobrino Agdae, que estaba sentado e iba asintiendo a todo con la cabeza.
– ¿Y tengo razón al sugerir que antes de que Archú fuera propietario de la granja y de los cerdos, vos, vos mismo, erais el propietario de la misma granja y de los cerdos? -inquirió Fidelma.
Por primera vez la sospecha brilló en los ojos de Muadnat.
– Lo sabéis bien -replicó con jactancia, pero también con cierta intranquilidad en la voz.
– ¿Cultivabais la tierra que ahora es de Archú de forma separada, o como una adyacente a las vuestras?
Muadnat volvió a dudar, sin entender realmente el sentido de aquellas preguntas, pero intuyendo una trampa.
Se dirigió a Crón.
– Los hechos se han expuesto ante vos, tánaiste de Araglin. No sé qué insinúa esta mujer.
– Contestad a la pregunta -insistió Fidelma-. La ignorancia del sentido de la pregunta no es excusa para no contestar a una dálaigh de los tribunales. Ya sois culpable de insulto.
La brusquedad de sus palabras hizo que Muadnat parpadeara y tragara saliva. Miró suplicante a Crón, pero la tánaiste simplemente le hizo una señal para que respondiera.
– Las cultivaba como una -admitió en tono brusco.
Fidelma asintió con la cabeza impaciente, como si conociera la respuesta desde hacía tiempo y simplemente estuviera esperando que la pronunciara.
– La ley establece que los cercados divisorios entre granjas han de mantenerse claramente. Ésta es la ley con la que queréis que os juzguemos, ¿no es así? -preguntó Fidelma.
Muadnat no respondió.
– ¿Conservasteis los cercados divisorios?
– La granja que ahora pertenece a Archú fue mía durante años. Quité los cercados divisorios porque no eran necesarios.
– La ley falló que la granja que pertenece a Archú no era vuestra y que durante los años que os ocupasteis de ella lo habíais hecho solamente en calidad de tutor legal de los intereses de vuestro pariente, Archú -replicó Fidelma-. ¿Admitís que retirasteis los cercados entre su granja y la vuestra?
Crón miraba a Fidelma con admiración no disimulada, ya que de repente se dio cuenta del sentido de las preguntas. Dejando a un lado su anterior actitud de enfrentamiento con Fidelma, Crón era inteligente y sabía apreciar la mente perspicaz de la abogada y sus conocimientos legales.
– ¿Admitir? -Muadnat estaba confuso-. ¿Por qué mantener una división entre tierras que eran mías?
Fidelma se permitió sonreír ligeramente.
– ¿Retirasteis los cercados divisorios?
– Sí, lo hice.
Fidelma se dirigió entonces a Crón aparentemente satisfecha.
– Ahora ya estoy dispuesta a asesoraros legalmente, tánaiste de Araglin, a menos que queráis hacer alguna pregunta más. El asunto está claro para mí. ¿Queréis mi asesoramiento en privado o en público?
– Yo creo que los litigantes tienen derecho a oír lo que dice la ley -replicó Crón con solemnidad.
– Muy bien. En primer lugar, sabemos que Archú se convierte en propietario de facto -es decir, en realidad- de la propiedad hace tan sólo cuatro días. Hasta ese momento, el propietario de jure -es decir, legal era Muadnat, quien se ocupaba de la granja. Muadnat admite que retiró los cercados divisorios entre las dos granjas. Esto, según la ley, es un acto ilegal, aunque podríamos excusar a Muadnat argumentando que él creía que actuaba legalmente.
Muadnat se levantó e intentó interrumpirla.
– Permaneceréis en silencio mientras la dálaigh habla -dijo Crón con aspereza.
Cranat, que llevaba todo el rato sentada como una estatua, se movió incómoda.
– Hija, ¿hay necesidad de dirigirse con tal dureza a un pariente que ha servido lealmente a vuestro padre? -protestó-. Es una vergüenza en presencia de extraños.
Muadnat se había callado y de inmediato se había vuelto a sentar.
Crón miró enfadada a su madre.
– Soy tánaiste; una tánaiste que está juzgando. La sala debe permanecer callada, madre. Incluida vos.
Cranat miró sorprendida a su hija y cerró la boca de golpe.
– Proceded, sor Fidelma -le ordenó Crón al cabo de un momento.
Fidelma continuó.
– En segundo lugar, teniendo en cuenta que Archú tomó posesión de las tierras hace tan sólo cuatro días, ha de suponerse que no ha tenido tiempo de asegurar los cercados.
– La ley es clara -gritó Muadnat con obstinación-. El tiempo no importa. Él es el responsable de los cercados.
– No es así -replicó Fidelma, que seguía hablando directamente a Crón-. El tiempo sí importa. El Bretha Comaithchesa es extremadamente preciso. Los poseedores de granjas adyacentes son responsables del cercado que divide sus propiedades; el cercado es una propiedad común, de manera que cada uno debe llevar a cabo la parte que le corresponde del trabajo conjunto. -Se volvió hacia el fornido granjero-. ¿Qué habéis hecho para reconstruir el cercado común que previamente habíais destruido, Muadnat?
Muadnat se puso rojo. Ya no era capaz de articular palabra. Una vez más tenía la sensación de que estaba perdiendo, y no tenía la capacidad intelectual para entender por qué.
– Nada, he de deducir de vuestro silencio -señaló Fidelma secamente-. En cuanto a que no se ha de tener en consideración el tiempo, el tiempo es precisamente un factor principal, ya que la ley es clara. Cuando una persona toma posesión de una granja, tiene tres días para marcar los perímetros; al cabo de diez días el cercado ha de estar acabado. Fidelma hizo una pausa antes de volver a girarse hacia Crón.
– Éste es el asesoramiento legal que he de dar. Vos juzgaréis, Crón, según la ley.
Crón hizo una mueca irónica.
– Entonces resulta obvio que hay que rechazar la acusación de Muadnat. Archú no ha tenido tiempo, tiempo legal, de levantar un cercado.
Muadnat se levantó lentamente; temblando de rabia.
– Pero yo he dicho que dejó, por negligencia y malicia, que sus cerdos pasaran a mi propiedad.
– No se le puede acusar de negligencia -replicó Crón-. En cuanto a la malicia, no voy a tenerla en cuenta. Vos sois igualmente responsable de la construcción del cercado divisorio, Muadnat. De hecho, sor Fidelma ha sido generosa en su interpretación de la ley al sugerir que deberíais ser absuelto de haber derribado los cercados. Yo no sería tan generosa. Aseguraos de que esos cercados se vuelven a levantar y en el tiempo prescrito.
Muadnat miraba a Fidelma frunciendo el ceño. Su odio era evidente. Estaba a punto de decir algo cuando Agdae, su sobrino, lo agarró del brazo y sacudió la cabeza como advirtiéndolo.
– Y una cosa más -añadió Crón-. Al presentar esta acusación sin tener en consideración todas las cuestiones implicadas y sin verdadero conocimiento de la ley, pagaréis un sed a sor Fidelma por su asesoramiento legal y otro a mí. Esta multa, en moneda o en el equivalente a dos vacas lecheras, se la entregareis a mi administrador al final de esta semana.
Muadnat dio medio giro para irse, pero Crón hizo que se detuviera.
– Todavía queda el asunto de la multa por insultar a una dálaigh sucedido al inicio de esta vista.
Se volvió hacia Fidelma con mirada interrogativa.
La abogada, con el rostro inexpresivo, respondió a Crón.
– La multa por ese insulto, que debería ser el precio de mi honor, será que Muadnat done lo que vale una vaca lechera a la iglesia del rath para su mantenimiento o su equivalente en trabajo para reparar la estructura del edificio de la iglesia. Lo que él elija.
Muadnat casi explota de ira.
– ¿Creéis que soy ciego a vuestros intereses, tánaiste? -gritó-. ¡Eso, tánaiste! Tánaiste por soborno y corrupción. No sois…
El padre Gormán se levantó bruscamente y se adelantó.
– ¡Muadnat! ¡Comportaos! -le amonestó.
El sacerdote posó su mano sobre el brazo del granjero rabioso y Agdae lo ayudó a sacar a Muadnat de la sala de asambleas. Se le oía gritar fuera del edificio. Cranat esperó unos minutos más, después se levantó y con una prisa casi indecente abandonó la sala.
Crón dirigió la mirada hacia Archú y Scoth, que estaban abrazándose y sonreían.
– La acusación queda desestimada, Archú, pero permitidme que os dé algunos consejos…
Archú se giró expectante, intentando que su expresión fuera más contenida y respetuosa.
– Tenéis un enemigo implacable en Muadnat. Sed cauto.
Archú inclinó la cabeza agradeciendo el consejo de su tánaiste y luego sonrió ampliamente mirando a Fidelma. Scoth y él se cogieron de la mano y salieron corriendo de la sala.
Crón se retiró y suspiró profundamente; después miró a Fidelma con cierta admiración.
– Hacéis que el laberinto de los textos legales parezca un camino recto, Fidelma. Ojalá tuviera yo esa capacidad y vuestros conocimientos.
Fidelma se mostró indiferente al cumplido.
– Eso es lo que me han enseñado a hacer.
– Mi advertencia a Archú es válida igualmente para vos. Muadnat es implacable. Era un primo lejano y amigo de mi padre. Quizá no hubiera tenido que ser tan dura con él. Mi madre desaprobará mi actuación.
– Está claro que vuestra madre considera a Muadnat un buen amigo.
– Un jefe no puede tener buenos amigos. Yo no puedo juzgar basándome en la amistad.
– Sólo podéis hacerlo según manda la ley -observó Fidelma-. Igual que yo. Un brehon o un jefe han de estar por encima de la amistad al interpretar la ley.
– Sé que lo que decís es cierto. Pero Muadnat ha tenido poder en Araglin. También sigue siendo un buen amigo del padre Gormán.
Fidelma estaba pensativa.
– ¿Habéis dicho que Muadnat era pariente y amigo de vuestro padre, Eber?
– Sí. Crecieron y lucharon juntos contra la Uí Fidgente.
Fidelma consideró esas palabras un momento. Después se encogió de hombros. Al menos Muadnat no podía estar involucrado en la muerte de Eber, ya que estaba en Lios Mhór en el momento de su asesinato. Se levantó y miró hacia donde Dubán había permanecido de pie, bien erguido.
– ¿Tal vez sea el momento de ir en busca de ese ermitaño, Gadra?
Crón se levantó y, por primera vez desde que Fidelma había llegado al rath, se mostró efusiva. A pesar de lo que había dicho, parecía haber disfrutado derrotando a Muadnat y estaba ruborizada debido al entusiasmo.
– Fidelma, he visto vuestra diligencia con la ley. Me doy cuenta, quizás algo tarde, de que seréis igualmente diligente para descubrir la verdad de la muerte de mi padre. Tan sólo quisiera… -Fue lo más que se acercó a disculparse por su comportamiento. Dudó un momento y después continuó-. Me gustaría que supierais que haré todo lo que pueda para ayudaros en la investigación.
Fidelma alzó una ceja interrogante.
– ¿Hay algo más que creáis que debería saber?
Por un momento le pareció percibir una mirada de ansiedad en los ojos pálidos de la tánaiste de Araglin.
– ¿Algo más? No creo. Sólo lo digo porque he actuado con mucho orgullo desde que llegasteis aquí. No cuesta nada ser educado.
– Si pensáis así, seréis un jefe justo para vuestra gente de Araglin -contestó Fidelma con tono grave-. Y eso es más importante que una capa.
Crón parecía acomplejada y tocó la hebilla de oro que sujetaba su capa al hombro.
– Es costumbre en Araglin que todos los jefes y sus esposas lleven una capa de varios colores y guantes, algo distintivo de su cargo -dijo la joven sonriendo.
– Ese cargo requiere una gran responsabilidad -observó Fidelma-. A veces requiere un tiempo ajustarse a los cambios de la vida.
– Sigue sin ser una excusa para la arrogancia. Habéis mencionado a Gadra y eso me recuerda una enseñanza suya, de cuando estaba en el rath y yo era una niña. Yo era pequeña, pero recuerdo bien sus palabras. Dijo que los orgullosos se sitúan a una distancia de los otros, y observando a los otros desde esa distancia se creen que son pequeños e insignificantes. Sin embargo, la misma distancia hace que ellos también resulten pequeños e insignificantes para los demás.
Fidelma sonrió complacida.
– Entonces Gadra es un hombre sabio. Realmente, si no se levanta la vista uno siempre se cree que está en el punto más alto. Vamos, Dubán, vayamos en busca de ese sabio.
– Si todavía vive -añadió Dubán con pesimismo.