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Capítulo XII

Crítán acompañó a Móen al hostal de huéspedes, lugar que Fidelma había considerado el más adecuado para interrogarlo, alejado del entorno de las caballerizas donde había estado recluido. Además de Fidelma y Eadulf sólo estaba Gadra. Dubán discutía el asunto de los ladrones de ganado con Crón.

Todos se callaron cuando el joven guerrero, todavía haciendo muestras de arrogancia, introdujo al desgraciado Móen en la estancia, casi a rastras y a empujones. Fidelma percibió con satisfacción que al menos se seguía ocupando del aseo de Móen para que pareciera un ser humano. Sintió compasión por aquella pobre criatura cuando lo empujaron hasta el interior de la habitación, ya que su rostro denotaba terror; no sabía, no entendía lo que sucedía a su alrededor.

Crítán lo obligó a sentarse y él casi se repantigó en la silla inclinando la cabeza. El joven guerrero les lanzó una mirada burlona.

– ¿Bien? -preguntó-. ¿Y ahora? ¿Qué trucos le vais a pedir que haga?

Gadra se adelantó airado respirando con fuerza. Por un momento Fidelma pensó que el viejo iba a golpear al joven arrogante.

Entonces sucedió algo curioso.

Móen empezó a olisquear, levantando la cabeza y oliendo al aire. Por primera vez se percibió una expresión de esperanza en sus rasgos, y empezó a emitir unos gemidos suaves.

Gadra se dirigió directamente a su lado, se sentó en una silla y le agarró una mano.

Fidelma no podía creer que la cara de la criatura pudiera transformarse tanto. Se iluminó al reconocer algo y se llenó de alegría. La religiosa vio que Gadra agarraba la mano izquierda del joven. Al principio, pareció un ritual, ya que Móen sostenía la palma de la mano abierta, recta y levantada. Con sorpresa, observó que Gadra empezaba a trazar unas señales con su dedo en la palma del joven. Después, con la misma sorpresa, el joven agarró la mano de Gadra y repitió las mismas señales. Fidelma recordó que eso era lo que el joven había intentado hacer con su mano en las caballerizas. No albergaba ninguna duda de que entre ellos se estaba desarrollando una auténtica conversación. Los gestos de los dedos eran rápidos y enérgicos.

De repente, Móen empezó a gruñir como si estuviera físicamente angustiado, se balanceaba adelante y atrás en su asiento como movido por el dolor. Gadra abrazó a la criatura y miró con tristeza a Fidelma.

– Le acabo de explicar a Móen lo de la muerte de Teafa. Él la consideraba su madre.

– ¿Cómo se ha tomado la muerte de Eber? -preguntó Eadulf.

– Sin sorpresa -respondió Gadra-. Creo que ya lo sabía. Le he explicado lo que ha sucedido y de qué es sospechoso.

– ¿Decirle? -preguntó Crítán, con una risotada como un ladrido-. Venga, viejo. Una broma es una broma, pero…

– ¡Callaos! -gritó Fidelma con voz glacial-. Haced el favor de marcharos. Os podéis quedar fuera hasta que os necesitemos.

– Estoy al cargo del prisionero -dijo el joven guerrero enfadado-. Mi deber es…

– Vuestro deber es hacer lo que os dicen -dijo Fidelma-. Id a decirle a Dubán, vuestro jefe, que no os quiero volver a ver cerca del prisionero. ¡Marchaos!

– No podéis… -empezó a decir Crítán indignado.

Eadulf se levantó y con estudiada amabilidad cogió al joven guerrero por el brazo. El repentino bufido de dolor y la rigidez de la mandíbula fueron los únicos signos que revelaron la presión que ejercía Eadulf.

– Sí podemos -dijo Eadulf con amabilidad-. Ya no os necesitamos más aquí.

Lo empujó hasta la puerta, casi de la misma manera que Crítán había hecho entrar al prisionero. Cuando Eadulf cerró la puerta al salir el joven guerrero vio que Gadra le sonreía con cierta ironía.

– Pragmático, sin duda. ¡Os aseguro que me gustáis, hermano sajón!

Fidelma contemplaba pensativa a Móen. Se giró hacia Gadra.

– Mientras él se calma, quisiera saber qué método utilizáis para comunicaros con él. He de saber si es un medio genuino.

Gadra gruñó molesto.

– ¿Creéis que yo he inventado todo esto, chiquilla?

Fidelma sacudió rápidamente la cabeza en señal de negación.

– No, no quería decir eso. Pero tengo que asegurarme de que es un medio de comunicación genuino ya que lo tengo que presentar ante un tribunal, por lo tanto debo conocerlo.

Gadra se la quedó mirando un rato y luego se encogió de hombros con indiferencia.

– Como abogada probablemente conozcáis algo del antiguo alfabeto ogham.

Fidelma abrió bien los ojos sorprendida.

– ¿Utilizáis el alfabeto ogham para comunicaros?

Ogham era la primitiva forma de escritura de la gente de los cinco reinos y consistía en unas líneas cortas que se trazaban sobre una línea base, o atravesándola, y que representaban veinte caracteres del alfabeto. Los antepasados afirmaban que el dios Ogma, patrón de las letras y el saber, había estado en el sudeste de Muman y había instruido a los sabios en el uso de esos caracteres para que viajaran por tierra e incluso por mares y enseñaran a escribir a la gente. El alfabeto se inscribía a menudo en varillas de avellano o de álamo temblón; también muchas lápidas tenían inscripciones en ogham. Había caído en desuso con la introducción del alfabeto latino en el reino. Fidelma había estudiado el antiguo sistema y el alfabeto; formaba parte de su educación, ya que muchos textos todavía se encontraban escritos en la forma arcaica.

De repente se dio cuenta de que una forma de alfabeto tan simple podía utilizarse como medio de comunicación gestual.

Gadra observó que la expresión de Fidelma cambiaba al darse cuenta de lo simple que era.

– ¿Queréis probar vos misma? -preguntó.

Fidelma asintió ansiosa.

Gadra se volvió hacia Móen y se comunicaron algo.

– Tomad su palma. Mantenedla boca arriba y usad la raya del segundo dedo como la línea base. Presentaos escribiendo vuestro nombre en caracteres ogham.

Fidelma tomó cuidadosamente la mano del joven.

Dos golpes a la derecha de la línea base para la f, cinco puntos en la línea base con la punta del dedo para la i, dos golpes a la izquierda de la línea base para la d, cuatro puntos en la línea para la e, dos golpes a la izquierda para la l, un golpe en diagonal para la m y un único punto para la a. Ella fue haciendo los movimientos con gran lentitud y cuidado. Luego se detuvo esperando una respuesta.

El joven, con una sonrisa ansiosa en los labios, tomó la mano izquierda que ella le ofrecía y levantó la palma. Después llevó sus dedos hacia la palma. Una diagonal para la m, dos puntos en la línea para la o, una ligera pausa antes de dos puntos para la e y después cuatro golpes a la derecha para la n. Móen.

Era tan sencillo. Y esa criatura sensible había sido tratada como si no fuera más que un animal. Fidelma sintió que la invadía la rabia al darse cuenta de la atrocidad que se había cometido con el chico.

Lentamente, la religiosa empezó a deletrear sobre la palma de la mano de Móen.

– Soy abogada de los tribunales y he venido a investigar el asesinato de Eber y Teafa. ¿Entendéis?

– Sí. Yo no los maté.

– Quiero que me digáis lo que sucedió, lo que vos sabéis.

Al momento el joven empezó a utilizar sus dedos rápidamente sobre la mano, con tanta rapidez que Fidelma tuvo que interrumpirlo.

– Sois demasiado rápido. Yo no estoy habituada a este medio de comunicación. Hablad con Gadra, que está aquí, y él traducirá lo que decís con más rapidez.

– Muy bien.

Fidelma se reclinó y se lo explicó a Gadra, quien enseguida la sustituyó. De repente se abrió la puerta. Fidelma levantó los ojos y vio que entraba Dubán y se quedaba mirando divertido. Se sacudió incómodo al percibir la mirada inquisidora de Fidelma.

– Crítán me ha dicho que vos… -empezó a decir, pero Fidelma lo cortó enseguida.

– Soy bien consciente de lo que debe haber informado Crítán -dijo.

Dubán hizo una mueca.

– No ignoro las faltas de este joven. Me ocuparé de que no vigile más a Móen, si ése es vuestro deseo. -Lanzó una mirada a Gadra y a Móen-. Es verdad, entonces. ¿Pueden comunicarse?

– Como veis, Dubán, podemos comunicarnos con él y él con nosotros. ¿Os importaría esperar fuera? Hemos de proporcionar a Móen la misma privacidad en su interrogatorio que la que merece cualquiera ante la ley.

Aunque su rostro mostraba decepción, el jefe de la guardia levantó la cabeza en señal de saludo y abandonó la estancia.

Fidelma y Eadulf volvieron a posar su mirada con cierta sorpresa y admiración en los dedos de Móen, que trabajaban con rapidez sobre la palma de Gadra. El anciano se detenía de vez en cuando, probablemente para preguntar alguna cosa que necesitara alguna aclaración. Al hacerlo, iba traduciendo.

– Decidnos, Móen, ¿matasteis a Teafa o a Eber?

– No. -Una pausa-. Yo quería a Teafa. Me cuidó como una madre.

– ¿Nos explicaréis lo que sucedió esa noche, cuando os hicieron prisionero?

– Lo intentaré.

– Tomaos vuestro tiempo e intentad darnos cuantos más detalles mejor.

– Lo intentaré. A veces me cuesta quedarme dormido. Entonces me levanto y me voy a dar un paseo.

– ¿Un paseo de noche?

– A mí me da igual que sea de día o de noche.

Fidelma, de un sobresalto, se dio cuenta de que en realidad Móen estaba sonriendo por la broma que acababa de hacer.

– ¿Así lo hicisteis esa noche?

– Sí.

– ¿No sabéis qué hora era?

– Desgraciadamente, no. El tiempo carece de significado para mí, salvo que sé cuándo hace calor y cuándo hace frío, cuándo huelo ciertas flores y cuándo huelo otras. Tan sólo puedo deciros que hacía frío cuando me fui a pasear y olía a humedad, pero no a flores. Me levanté y fui hasta la puerta de nuestra cabaña. Soy experto en moverme por ahí en silencio.

Fidelma se dio cuenta de que eso podía ser una prueba en contra de Móen. Decidió preguntar para saber más.

– ¿Hasta qué punto podéis moveros por el pueblo sin ayuda?

– Salvo que alguien haya dejado algún objeto tirado por los caminos, algo que no debería estar, no suelo tener dificultades. Una o dos veces he tropezado con una caja o algo así que se ha dejado tirada. Entonces despierto a los perros y la gente se enfada. Por lo general me las arreglo muy bien.

– ¿Por dónde fuisteis a pasear?

– No os lo puedo decir. Os lo podría mostrar repitiéndolo, si queréis.

– Más tarde. ¿Qué hicisteis durante el paseo?

– Poca cosa. Me senté junto al agua donde a veces los olores son tan hermosos, que acarician la mente y el cuerpo y el alma. Pero no había olores esa noche.

– ¿Os sentasteis junto al agua?

– Sí.

– ¿Agua corriente?

– Sí. Teafa le llama río.

– ¿Lo habéis hecho otras veces?

– Muchas veces. Es un gran placer, sobre todo cuando hace calor y hay una fragancia en el aire. Me siento allí y reflexiono.

Fidelma tragó saliva al comprender la sensibilidad de aquel joven, al que todos consideraban un simple animal.

– ¿Entonces qué hicisteis?

– Empecé a regresar a la cabaña.

– ¿A la cabaña de Teafa?

– Así es. Cuando estaba en la puerta, alguien me cogió del brazo. Me pusieron un trozo de madera en la mano, me cogieron la otra mano y la pasaron sobre la madera. Yo creo que hicieron eso para asegurarse de que yo entendía que había algo escrito.

– ¿Escrito?

– Los símbolos grabados con los que estamos hablando ahora.

– ¿Sabéis quién era?

– No lo sé. Su olor me era desconocido.

– ¿Qué decían los símbolos?

– Decía: «Eber quiere verte ahora». Quería decir que tenía que ir a ver a Eber.

– ¿Qué hicisteis?

– Fui.

– ¿No pensasteis en despertar a Teafa para decírselo?

– Ella no hubiera aprobado que fuera a ver a Eber.

– ¿Por qué?

– Ella pensaba que era un hombre malo.

– ¿Y vos qué pensabais?

– Eber siempre era bueno conmigo. Muchas veces me daba comida e intentaba comunicarse conmigo. Yo sentía su mano sobre mi cabeza y mi rostro, pero él no sabía cómo hacerlo. Una vez le pedí a Teafa que le enseñara cómo comunicarse conmigo, pero ella no quiso.

– ¿Os explicó por qué?

– Nunca. Simplemente decía que era un hombre muy malo.

– De manera que cuando recibisteis el mensaje, debisteis pensar que él había descubierto el modo de comunicarse.

– Así es. Si Eber podía usar los símbolos para comunicarse con la varilla, obviamente había encontrado la manera de hacerlo conmigo.

Era lógico.

– ¿Y qué hicisteis con la varilla?

Hizo una pausa.

– La tiré, creo. No; se debió de enganchar en algo porque pareció como si se me fuera de la mano. No me molesté en agacharme a buscarla. Estaba determinado en ir a ver a Eber.

– ¿Así que encontrasteis el camino hacia las habitaciones de Eber?

– No fue difícil. Me las arreglo muy bien. -Hizo una pausa.

– Continuad -insistió Fidelma.

– Fui hasta la puerta y llamé, como Teafa me había enseñado. Luego levanté el pestillo y entré. No se me acercó nadie. Me quedé allí un momento, pensando que si Eber estaba allí me lo haría saber. Al ver que no lo hacía, avancé y me di cuenta de que debía de haber otra habitación. Fui avanzando por la pared y después encontré la segunda puerta y llamé. La puerta no se abrió, así que busqué el pestillo, lo levanté y conseguí entrar.

– ¿Y después?

– Nada. Me quedé allí un rato, esperando que Eber se acercara a mí. Al ver que no lo hacía, me pregunté si habría otra habitación más y empecé a avanzar por la pared, con una mano por delante. No había avanzado mucho cuando mi mano encontró algo caliente, molesto. Creo que era lo que se llama una lámpara. Algo que arde y con lo que se ve en la oscuridad.

Fidelma asintió con la cabeza, y luego se dio cuenta de la inutilidad de ese gesto y respondió.

– Sí. Había una lámpara encendida sobre la mesa. ¿Y después?

– Me moví alrededor de la mesa y mis pies dieron con algo en el suelo. Reconocí que era un colchón. Decidí pasar por encima a gatas y continuar mi trayecto, utilizando como guía la pared hasta el otro extremo de la estancia. Estaba decidido a encontrar otra puerta que diera a otra habitación. Iba a cuatro patas y empezaba a subir sobre lo que creía que era el colchón…

El golpeteo de los dedos se detuvo.

– Me di cuenta de que había un cuerpo allí estirado. Lo toqué con la mano. Estaba húmedo y pegajoso. Lo mojado tenía un gusto salado y me dio asco. Estiré la mano para tocar la cara, pero mi mano encontró algo frío y también mojado. Era muy afilado. Era… un cuchillo.

El joven se estremeció.

– Me quedé allí de rodillas sin saber qué hacer. Yo conocía el olor de Eber y olí que el que estaba ante mí era Eber y que estaba sin vida. Creo que gemí un poco. Estaba buscando la manera de salir y despertar a Teafa, cuando unas manos rudas me agarraron. Yo temía por mi vida y me revolví. Otras manos me golpearon, me hirieron y me ataron. Me arrastraron a algún sitio. Olían a maldad. Nadie se me acercó, nadie intentó comunicarse conmigo. Pasé una eternidad en el purgatorio sin saber qué hacer. Imaginé que Eber debía de haber sido asesinado con un cuchillo, el mismo que yo había encontrado y cogido. También imaginé que los que me habían agarrado eran sus asesinos o, peor, que debían de haber pensado que yo había matado a Eber.

– Intenté encontrar algo para grabar un mensaje para Teafa; no podía entender por qué me había abandonado. De vez en cuando me lanzaban restos de comida. Había un cubo con agua. A veces conseguía comer y beber, pero a menudo no era capaz de encontrar los restos que me lanzaban. Nadie me ayudaba. Nadie.

Hizo una breve pausa y luego los golpecitos continuaron.

– No sé cuánto tiempo pasó. Parecía eterno. Finalmente sentí el olor, el olor que siento ahora… La persona llamada Fidelma. Después de eso, unas manos, aunque rudas, me limpiaron, me dieron de comer y de beber. Todavía seguía engrilletado, pero me dieron un colchón de paja cómodo y el lugar olía mejor. Sin embargo el tiempo pasaba. Sólo ahora puedo hablar y sólo ahora me doy cuenta realmente de lo que ha sucedido.

Fidelma suspiró profundamente cuando Gadra acabó la traducción del golpeteo de los dedos del joven.

– Móen, se ha hecho una gran injusticia -dijo finalmente y Gadra así lo tradujo-. Aunque fuerais vos el culpable no os tenían que haber tratado como a un animal. Por eso debemos pediros perdón.

– No tengo nada que perdonaros, Fidelma. Vos me habéis rescatado.

– No os he rescatado todavía. Me temo que no os veréis rescatado hasta que probemos vuestra inocencia e identifiquemos a los culpables.

– Entiendo. ¿Cómo puedo ayudaros?

– De momento ya habéis ayudado lo suficiente, aunque volveré a hablar con vos. Volveréis a vivir en la cabaña que compartíais con Teafa, ya que os es familiar. Si Gadra quiere, se puede quedar para cuidar de vos hasta que la búsqueda de los culpables haya acabado. Para vuestra protección os insto a que no salgáis por ahí, a menos que sea acompañado.

– Entiendo. Gracias, sor Fidelma.

– Hay una cosa más -añadió de repente Fidelma cuando le vino a la cabeza.

– ¿Qué es? -preguntó Móen a través de Gadra después de que ella se hubiera callado.

– ¿Decís que pudisteis olerme?

– Así es. Yo he tenido que desarrollar los sentidos que me dio Dios. Tacto, sabor y olor. También puedo sentir vibraciones. Puedo sentir que se acerca un caballo o incluso un animal más pequeño. Puedo sentir el curso de un río. Estas cosas me dicen lo que sucede a mi alrededor.

Hizo una pausa y sonrió burlonamente al hermano Eadulf, o eso pareció.

– Sé que tenéis un compañero, Fidelma, y que es un hombre.

Eadulf se agitó incómodo.

– Éste es el hermano Eadulf -intervino Gadra y volviéndose a Eadulf continuó-: Si no sabéis ogham, apretad la mano de Móen en señal de saludo.

Con cuidado, Eadulf se adelantó, tomó la mano del joven y la estrechó. Sintió una presión en señal de respuesta.

– Dios os bendiga, hermano Eadulf -dijo Móen con un movimiento rápido de sus dedos sobre la palma de Gadra.

– Volvamos a vuestro sentido del olfato -cortó Fidelma-. Retroceded con vuestra mente, Móen. Recordad el momento en que la persona os agarró la mano y os puso la vara con las instrucciones en ogham para ir a ver a Eber. Dijisteis que no habíais reconocido el olor. ¿Podéis confirmar que había un olor?

Móen se quedó pensativo.

– Oh, sí. No había vuelto a pensar en eso. Era un dulce olor a flores.

– ¿Un olor a flores? Sin embargo hacía frío, como habéis dicho. Para nosotros debía de ser de noche y, a juzgar por el momento en que os encontraron en las habitaciones de Eber, con seguridad lo era. Hay pocas flores que despidan olor a primera hora de la mañana.

– Era un perfume. Primero pensé que la persona que me entregaba el palo era una dama, por el olor. Pero las manos, las manos que tocaron las mías eran ásperas y callosas. Tuvo que ser un hombre. El tacto no miente; fue un hombre quien me dio la vara con la inscripción.

– ¿Qué tipo de perfume era?

– Yo puedo identificar olores, pero no puedo etiquetarlos como vos los conocéis. Sin embargo, estoy seguro de que las manos eran de un hombre. Manos ásperas y duras.

Fidelma dejó ir un suspiro y se reclinó en la silla como meditando profundamente.

– Muy bien Gadra -dijo al anciano-. Móen está bajo vuestra custodia. Tenéis que vigilarlo y confinarlo en la casa de Teafa por el momento.

Gadra la miró con ansiedad.

– ¿Creéis que el chico es inocente de los crímenes de los que se le acusa?

Fidelma se mostró desdeñosa.

– Creer y probar son dos cosas diferentes, Gadra. Haced cuanto podáis para que esté cómodo y yo os mantendré informado.

Gadra ayudó a Móen a ponerse en pie y lo acompañó a la puerta.

Dubán seguía esperando fuera. Se separó para dejar pasar a Gadra y su acompañante, después de que Fidelma le explicara cuáles eran sus deseos.

– A algunos del rath no les gustará esta decisión, Fidelma -murmuró el guerrero.

Los ojos de Fidelma centellearon airados.

– Sin duda, espero que inquiete a los culpables -replicó ella.

Dubán parpadeó al oír su tono severo.

– Informaré a Crón de vuestra decisión respecto a Móen. De cualquier forma, venía a informaros de algo que puede ser de vuestro interés.

– ¿Y bien? -preguntó Fidelma.

– Acaba de llegar un jinete al rath con la noticia de que una de las granjas alejadas ha sido atacada esta mañana a primera hora. Voy a llevarme enseguida a algunos hombres para ver qué ayuda podemos prestar. He pensado que os interesaría saber de quién es la granja que ha sido atacada.

– ¿Por qué? -preguntó Fidelma-. Al grano, hombre. ¿Por qué habría de interesarme?

– Es la granja del joven Archú.

Eadulf se mordió los labios y resopló.

– ¿Un ataque a la granja de Archú? ¿Hay alguien herido?

– Un pastor vecino nos ha traído la noticia e informa de que ha visto que hacían salir vacas, graneros en llamas y cree que hay alguien muerto.

– ¿Quién ha muerto? -preguntó Fidelma.

– El pastor no lo sabe.

– ¿Dónde está ese pastor?

– Ha abandonado el rath para regresar cuanto antes con sus ovejas.

Eadulf se volvió hacia Fidelma con mirada de preocupación.

– Archú nos dijo que sólo él y la joven, Scoth, trabajaban en la granja.

– Lo sé -respondió Fidelma con tristeza-. Dubán, ¿cuándo os vais con vuestros hombres a la granja de Archú?

– Inmediatamente.

– Entonces Eadulf y yo os acompañaremos. Me interesa mucho el bienestar de esos jóvenes. ¿Se sabe dónde anda Muadnat? Me hace pensar que bien podría recurrir al ataque de la granja de Archú y desviar las sospechas sobre vuestros ladrones de ganado.

– Sé que no os gusta Muadnat, pero no creo que hiciera algo tan estúpido. Lo juzgáis mal. Además, hemos visto a los bandidos con nuestros propios ojos.

Eadulf se quedó pensativo.

– Es cierto, Fidelma. No se puede negar la presencia de los bandidos.

Fidelma le lanzó una mirada despectiva y luego dirigió la vista a Dubán.

– Sin duda, vimos a los jinetes. Pero si recordáis se dirigían hacia el sur y no llevaban ganado. Lo único que vimos fueron asnos cargados con pesadas alforjas. ¿Dónde estaba el ganado si eran los ladrones? Venga, vayamos hasta la granja de Archú.