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Capítulo XIV

Al mirar por la ventana del hostal de huéspedes, Fidelma vio a un jinete sobre su caballo cruzando las puertas del rath de Araglin al galope. Era por la mañana y Eadulf y ella acababan de desayunar. Habían regresado al rath la tarde anterior sin ninguna decisión respecto a su visita a la granja de Archú. Dubán había decidido enviar a un segundo hombre a la granja para protegerla después de que ellos se alejaran de la granja de Muadnat. Pero Dubán estaba convencido de que los responsables del ataque eran unos bandidos. Incluso cuando Fidelma y Eadulf se habían sentado a desayunar, habían visto a Dubán y a un grupo de sus guerreros salir a caballo y habían supuesto que partían a hacer otra batida por la zona.

La identificación que había hecho Eadulf del jinete que había visto en el sendero, detrás de la granja de Muadnat, se había convertido en un problema para él, ya que Fidelma insistía en el asunto. Ella quería saber hasta qué punto estaba seguro de la identidad del jinete. Eadulf había contestado que lo único que había identificado era la capa de colores que llevaba Crón en la sala de asambleas.

El tronar de los cascos sobre las planchas de madera del puente fue el primer sonido que alertó a Fidelma de que algo inusual sucedía. Se dirigió a la ventana a tiempo para ver al jinete y su montura entrando al galope en el rath. Le sorprendió ver que era el sobrino de Muadnat, Agdae. Se descolgó del caballo y fue corriendo hacia la sala de asambleas.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Eadulf pesimista.

Fidelma parecía tranquila cuando volvió a sentarse a acabar de desayunar.

– Tengo la sensación de que vamos a descubrir la respuesta a vuestra pregunta pronto.

Desde luego, tan sólo unos momentos después, llegó Dignait y los invitó a una reunión con Crón en la sala de asambleas. La joven tánaiste estaba triste.

– Es Muadnat -anunció cuando entraron en la sala.

Fidelma respiró hondo con preocupación.

– Supongo que nuestro amigo litigante acusa ahora al joven Archú de quemar su propio establo. ¿Qué es ahora?

– Podría ser que acusaran a Archú de cometer un crimen, Fidelma -replicó Crón-. Pero no será Muadnat quien lo acusará.

– Me parece que os tenéis que explicar -sugirió Fidelma son suavidad.

– Muadnat ha sido encontrado muerto. Lo encontraron ahorcado en la gran cruz de Eoghan que señala la ruta de entrada en Araglin.

Fidelma abrió bien los ojos. Recordaba que Eadulf se había detenido a admirar la cruz cuando habían llegado al valle.

– Si la memoria no me falla, la cruz no está en el camino hacia la granja de Muadnat sino junto al camino que hay en el valle por la dirección opuesta. ¿Quién descubrió su cuerpo?

– Agdae. El gran prado que hay detrás de la cruz es suyo. Agdae dijo que Muadnat se marchó ayer por la tarde de la granja para ir de caza. Esta mañana, pronto, se dio cuenta de que no había regresado. Fue en su busca, y lo encontró muerto en la gran cruz. Muadnat iba a menudo a cazar a las colinas de allí. Agdae ha cabalgado hasta aquí para conseguir ayuda y ha regresado allí con algunos hombres.

Fidelma hizo una mueca.

– Sin duda, Dubán os ha relatado nuestra visita ayer a la granja de Muadnat.

Crón asintió con la cabeza.

– Agdae no pensó en enviarnos a ese lugar cuando le dijimos que buscábamos a Muadnat.

– ¿Es importante?

– Ya lo veremos. Pero Agdae no sabía dónde podía encontrarse Muadnat cuando lo interrogamos ayer. Sin embargo, esta mañana, cuando le preocupó la ausencia de Muadnat, fue capaz de ir directamente a ese lugar.

– Bueno, Agdae ya está acusando a Archú de su asesinato.

– ¿Basándose en qué?

– Porque Archú es la única persona de Araglin que ha estado enemistada con Muadnat. Dice que Archú, a través de vos, acusó a Muadnat del ataque a su granja.

– Eso no es del todo exacto -respondió Fidelma girándose hacia Eadulf-. Mejor que cabalguemos hacia esa cruz y lo veamos nosotros mismos.

Eadulf se mostró de acuerdo.

– ¿Cuánto va a tardar Dubán en regresar? -le preguntó a Crón-. Pudiera ser que necesitáramos sus servicios para proteger a Archú de las infundadas acusaciones de Agdae.

Crón estaba preocupada.

– ¿Por qué perdéis el tiempo en este asunto? No tiene nada que ver con la muerte de mi padre, Eber, o de Teafa. Tendríais que estar ocupándoos de descubrir al asesino si, por lo que creo que afirmáis, no es Moén…, aunque yo creo que habrá que tener un gran poder persuasivo para convencer a la gente de Araglin de que es inocente.

Fidelma contuvo su exasperación.

– Yo creo que lo mejor cuando se investiga algo es mantener la mente abierta. Hay muchos secretos en Araglin. Me han dicho cosas que no eran ciertas. No sé si la muerte de Muadnat tiene algo que ver con las de Eber y Teafa. Si vos tenéis otra información, tal vez os gustaría compartirla conmigo…

A Crón le costaba controlarse y Fidelma percibió, con satisfacción, incertidumbre e incluso miedo en sus ojos. Al cabo de un rato, Crón controló sus emociones.

– No, no tengo tal información. Yo sólo hago lo que considero una observación lógica. Si queréis cabalgar hasta la gran cruz, tenéis que hacerlo ya. Pero yo creo que la investigación de este asunto os está llevando demasiado tiempo.

– Me llevará el tiempo que sea necesario -respondió sor Fidelma con resolución-. Hay que tener paciencia.

– Agdae tal vez no tenga paciencia. Ha jurado encontrar a Archú y exigir venganza.

Fidelma la miró profundamente.

– Entonces os aconsejo que enviéis a buscar a Dubán para contener a Agdae, a menos que queráis que una injusticia siga a otra. Quizás habría que traer aquí al rath a Archú y a Scoth para protegerlos hasta que yo pueda investigar este asunto adecuadamente.

– Agdae era pariente de Muadnat, como yo, por cierto. No dejará que su asesino escape a la justicia -dijo Crón con frialdad.

– Entonces -replicó Fidelma con el mismo tono glacial- hemos de hacer lo posible por encontrar al asesino, quienquiera que sea.

Fidelma se giró y salió a paso rápido de la sala de asambleas. Eadulf la siguió. Al poco rato ya se encontraban cabalgando colina arriba hacia la gran cruz.

El joven guerrero Crítán ya estaba allí con un par de hombres fornidos, peones de la granja por su aspecto. Cerca había un asno preparado para cargar con el cuerpo de Muadnat. Parecía que tenían la intención de descender el cuerpo. Muadnat estaba colgado por el cuello de una cuerda que se había pasado por el travesaño de la cruz de granito. Sus pies colgaban a pocas pulgadas del suelo. Fidelma vio inmediatamente unas manchas de sangre en la pechera de la camisa del hombre, como si le hubieran infligido multitud de heridas mientras estaba con vida.

Uno de los peones de la granja, que había colocado una escalera contra la parte posterior de la cruz, vio de repente que Fidelma y Eadulf se acercaban, se detuvo y murmuró algo a sus compañeros. Ambos se giraron y miraron a los dos religiosos con hostilidad.

El joven Crítán avanzó con aire despectivo.

– No sois bienvenidos aquí -fue su saludo.

Sin perturbarse, Fidelma hizo detener su caballo y desmontó.

– No pedimos una bienvenida -dijo con calma.

Eadulf también desmontó y agarró sus riendas y las del caballo de Fidelma.

Crítán estaba con las manos en las caderas y miraba a Fidelma con resentimiento. Su carácter no le permitía perdonar a Fidelma por haberlo humillado. Ahora mostró claramente su agresividad.

– Haríais bien en marcharos de aquí, mujer. Dos veces habéis exonerado a Archú en su feudo contra Muadnat. Ahora ved a qué ha conducido. Esta vez no le va a salir bien a Archú. Tampoco vuestros intentos de conspirar con esa criatura del diablo y dejarlo libre después de que asesinara a Eber y Teafa. -Su tono era tan amenazante como sus palabras.

Fidelma no se preocupó; permaneció con las manos cruzadas delante e incluso sonrió al joven.

– Soy abogada de los tribunales de los cinco reinos, Crítán -dijo con bastante amabilidad-. ¿Os atrevéis a amenazarme?

La arrogancia e inexperiencia se combinaban en Crítán y hacían que la estupidez ocultara su astucia natural. Éste desencajó la mandíbula.

– Esto es Araglin, señora. No tenéis la protección de vuestra iglesia o de los guerreros de vuestro hermano.

El joven se quedó desconcertado al ver que Fidelma sonreía ampliamente.

– No los necesito para ejercer mi autoridad aquí -replicó Fidelma.

Los dos peones se habían quedado vacilantes, dejando que Crítán hablara por ellos. El de la escalera, al darse cuenta de que el joven guerrero había ido demasiado lejos con sus amenazas, dejó la carga y se adelantó.

– Es cierto que no os quieren aquí, hermana -dijo con algo más de respeto en su voz-. Nuestro pariente -levantó un pulgar por encima de su hombro señalando la cruz- ha sido asesinado y sabemos quién ha de pagar por ello. Tendríais que ocuparos de vuestros asuntos.

– Al parecer ya habéis decidido la identidad de la persona a la que queréis castigar por la muerte dé Muadnat, ya sea culpable o no -observó Eadulf secamente-. ¿No es mejor esperar hasta encontrar al verdadero culpable?

– Nadie os ha pedido que os entrometáis, sajón -espetó Crítán-. Ahora marchaos, los dos. Es un buen consejo que os doy.

Fidelma entreabrió la boca, como con expresión pensativa. Eso era siempre una señal peligrosa en ella, pero sólo se dio cuenta Eadulf. Fidelma se había percatado de que las palabras del joven eran estudiadas; tenía la cara enrojecida, los ojos brillantes y sus gestos eran exagerados. Resultaba obvio, ahora que tenía ocasión de observarlo de cerca, que el joven había bebido para tener coraje.

– Voy a pasar por alto vuestros malos modales, Crítán; esta vez tendré en cuenta vuestra juventud e inexperiencia. Ahora me interesa examinar el cuerpo de Muadnat y lo hago con la autoridad que tengo.

Crítán, después de haber hecho uso de la fuerza de las palabras y ver que no intimidaban a Fidelma, se mostró anonadado. Echó una mirada a los dos peones buscando ayuda, pero éstos mostraban una embarazosa perplejidad. Crítán volvió a sentirse humillado delante de otros.

– Éstos son parientes de Muadnat -dijo con obstinación-. No permitiremos que forcéis la ley para que Archú escape a nuestra justicia.

– ¿Y son ellos testigos de este asesinato? -preguntó sor Fidelma volviéndose hacia los dos hombres-. Vos -dijo señalando al que había adoptado un tono más razonable con ella- ¿visteis a Archú matar a Muadnat?

El hombre se ruborizó.

– No, por supuesto que no, pero…

– ¿Y vos? -añadió deprisa Fidelma dirigiéndose al otro hombre.

– ¿Quién sino Archú iba a hacerlo? -respondió el hombre con resolución.

– ¿Quién sino? ¿Acaso no es un asunto que deba considerarse ante la ley antes de vengarse de alguien que pudiera ser inocente?

Crítán intervino con una risotada despectiva.

– Sois muy buena con los juegos de palabras, mujer. Pero ya hemos oído demasiadas palabras. Marchaos de este lugar antes de que os obligue a hacerlo -añadió tocando su espada con la mano; un gesto que no necesitaba interpretarse.

Eadulf se avanzó con resolución, pero Fidelma lo agarró con fuerza por el brazo. Eadulf enrojeció de ira.

– ¿Os atrevéis a amenazar a una mujer? -gruñó desafiante-. ¿Una mujer con hábito?

De hecho, Crítán había desenvainado la espada en cuanto Eadulf se había dirigido hacia él. El joven tenía la cara roja y los ojos brillantes.

– Deteneos, Eadulf -le previno Fidelma.

Uno de los peones, el que se había mostrado más razonable, contemplaba a Crítán con nerviosismo. Una amenaza verbal era una cosa, pero amenazar físicamente a una religiosa y abogada de los tribunales era demasiado.

– Quizás es mejor que le dejemos examinar el cuerpo -sugirió el hombre con ansiedad.

La idea de hacer el ridículo ante aquella mujer hizo que el joven se mostrara más terco.

– Yo diré lo que se ha de hacer -insistió casi con petulancia.

– Crítán -añadió el hombre con inseguridad-, no sólo es religiosa sino que…

– Es ésa cuya lengua de serpiente permitió que Archú usurpara lo que pertenecía a Muadnat. ¡También es responsable de su muerte!

– ¡Crítán! -exclamó Fidelma con tono suave pero firme-. Guardad vuestra espada y regresad al rath a dormir los efectos del alcohol que habéis consumido. Olvidaré esta descortesía.

La rabia del joven no hacía sino aumentar. Casi se estremeció de ira.

– Si fuerais un guerrero… -masculló.

Fidelma entornó los ojos.

– Si estáis preparado para amenazarme con violencia física, no os lo impediré.

– ¡Crítán! -protestó el hombre que había cargado con la escalera mientras el joven levantaba su espada y daba un paso adelante amenazante.

Fidelma levantó la mano para hacerlo callar e hizo un gesto para que todos se quedaran quietos. Eadulf veía que Fidelma fruncía el ceño rabiosa. Se fijó en la manera en que separaba los pies y dejaba los brazos relajados colgando a cada lado. La voz de Fidelma se volvió suave y sibilante.

– ¡Muchacho! Os habéis pasado. La juventud y la bebida ya no son una excusa. Si queréis utilizar vuestra espada, hacedlo. Incluso una mujer con la espalda curvada por los años podría con un niño como vos.

El frío tono de las palabras era deliberado, querían conseguir algo. Y lo consiguieron.

Crítán soltó un aullido de rabia. Corrió hacia delante con la espada levantada. Fidelma se quedó como esperando su arremetida. Eadulf no sabía si saltar delante de la abogada para defenderla o quedarse donde estaba, pues intuía lo que iba a suceder. Había visto una demostración del curioso talento de su amiga en Roma. Fidelma era experta en un arte que ella llamaba troid-sciathagid, combate mediante defensa. Le había explicado que cuando los religiosos irlandeses viajaban lejos predicando la nueva fe, lo hacían con frecuencia solos y desarmados. Dado que no veían bien llevar armas, habían desarrollado una forma de autodefensa sin armas contra los ladrones y bandidos.

El combate, si así se le podía llamar, terminó en unos segundos.

El joven avanzó con la espada levantada y justo un momento después estaba echado de espaldas al suelo, mientras Fidelma le sujetaba con un pie firmemente la muñeca de la mano con la que había agarrado la espada. Fidelma apenas se había movido, se había balanceado hacia atrás y lo había lanzado por encima de su hombro. Eadulf sabía que eso tenía su ciencia. El impulso del propio joven había lanzado su cuerpo hacia delante. Estaba tumbado atontado y resollando.

Los dos peones contemplaban sorprendidos al joven caído.

Eadulf se adelantó, se agachó y tomó la espada del joven. Se quedó mirando el cuerpo del chico. Pudo percibir los vapores etílicos y sacudió la cabeza con tristeza.

– Plures crapula quam gladius -lo reprendió-. Como no sabéis latín, muchacho, significa que «la embriaguez mata más que la espada».

Fidelma se había girado hacia los peones.

– Necesito que uno se lleve al chico de vuelta al rath de vuestra tánaiste y que se asegure de que duerme los efectos de la bebida. Cuando esté sobrio, que le digan que sus pretensiones de ser un guerrero se han acabado. Decidle a Crón, la tánaiste, que lo he dicho yo. Tendrá que buscar trabajo cuidando rebaños o cultivando la tierra. No volverá a llevar armas en el reino de Muman. Sólo porque es joven y está bebido no tendré en cuenta este ataque.

Uno de los hombres se avanzó y levantó y puso en pie al joven todavía atontado. Tendió la mano a Eadulf pidiéndole la espada, pero Fidelma intervino.

– Los niños no tienen que jugar con cuchillos afilados -le dijo con decisión-. Guardaos ese juguete, Eadulf.

El hombre que había acarreado la escalera murmuró algo.

– Yo no tengo nada que ver con la tontería de este chico, hermana; sólo busco la verdad.

Fidelma no dijo nada y se quedó observando al otro hombre que medio arrastraba al joven por el camino de vuelta al rath de Araglin.

Eadulf hizo una mueca con acritud.

– Al menos Crítán estará sobrio cuando llegue al rath.

Fidelma dejó ir un suspiro y se dirigió hacia el cuerpo que colgaba de la cruz.

– Necesitaré un momento la escalera -dijo al otro peón.

El hombre le ayudó a colocarla contra la gran cruz y ella subió mientras Eadulf ayudaba a aguantarla.

A pesar de la sangre coagulada y la cuerda, Fidelma vio que a Muadnat lo habían degollado con un corte rápido y de profesional, casi separando la cabeza del cuello. No era agradable a la vista. Le recordó a un animal en esas circunstancias. La cantidad de sangre indicaba que lo habían degollado antes de pasarle la cuerda por el cuello y después habían colgado el cuerpo de la cruz. ¿Por qué habían colgado al muerto después? Parecía un ritual. Examinó detenidamente el cuerpo, pero no vio nada que pudiera aportarle más información. Ni siquiera la cuerda tenía nada particular, una cuerda fuerte, ordinaria. Sin embargo, se dio cuenta de que no había señal alguna del cuchillo que había infligido la primera herida mortal. Al cabo de un momento descendió.

– Podéis bajar el cuerpo -le dijo al peón.

Eadulf ayudó al peón a descender el cuerpo del grueso Muadnat hasta el suelo.

Mientras lo hacían, Fidelma fue dando vueltas a la cruz en círculos cada vez más anchos, con los ojos fijos en el suelo como si buscara algo. Al cabo de un rato se detuvo bruscamente.

– ¡Eadulf!

Eadulf fue corriendo hasta ella.

Fidelma señalaba hacia abajo. Eadulf se quedó mirando la hierba, sin saber en qué debía fijarse. Había salpicaduras allí.

– Salpicaduras de sangre, ¿verdad? -aventuró el monje sajón.

Fidelma asintió.

– Observad con atención.

Eadulf se arrodilló y vio que la sangre se había secado sobre la hierba y en una planta de grandes hojas.

– ¿Creéis que lo degollaron aquí?

– Parece una suposición razonable -respondió Fidelma-. ¿Nada más?

Eadulf estaba a punto de levantarse cuando se detuvo y miró, después soltó una exclamación y tendió la mano.

– ¿Qué hacéis? -espetó Fidelma.

– Es un mechón de cabello -respondió el sajón sosteniéndolo en la palma de su mano.

– Grueso y pelirrojo -añadió Fidelma-. Cabello humano.

– ¿Creéis que esto tiene alguna relación con el asesinato?

– Parece como si fuera arrancado de raíz. ¿Veis los extremos del cabello? -preguntó sin responder a Eadulf.

Cuando éste lo hubo examinado, Fidelma lo cogió con cuidado y se lo metió en el marsupio, la bolsa de cuero que siempre llevaba colgada de la cintura.

– Ahora creo que lo mejor es regresar al rath, Eadulf, aquí hay poco que hacer. Quiero interrogar a Agdae. -De repente apretó los labios irritada-. ¡Agdae! ¿Por qué no está aquí?

Se giró hacia el peón que estaba atando el cuerpo de Muadnat sobre el lomo del asno.

– ¿Agdae volvió aquí después de ir en busca de ayuda al rath?

– No, hermana -respondió el hombre inmediatamente-. Nos dejó a Crítán, a mi amigo y a mí para que descendiéramos el cuerpo y lo lleváramos a la granja de Muadnat. Pero creo que cabalgó directamente en busca de Archú.

Fidelma gruñó.

– ¿Habéis dicho que también erais pariente de Muadnat? -preguntó, recuperando el aplomo.

El hombre asintió.

– Así es. Pero lo son muchos del valle, incluida la tánaiste.

– Si Muadnat tiene tantos primos, ¿cómo es que tiene en tan poca estima a un primo como el joven Archú?

La respuesta a esta pregunta fue directa, sin vacilación.

– Él odiaba profundamente al padre de Archú, un extranjero. Muadnat creía que Artgal, el padre de Archú, no tenía derecho a robarle el afecto de su pariente Suanach.

– ¿Robarle el afecto? -preguntó Fidelma con una mueca-. Ése es un giro curioso. ¿A quién se supone que le robaba el afecto de Suanach? Eso implica que la mujer no quería una relación.

El hombre estaba incómodo.

– Muadnat había arreglado un matrimonio con Agdae, pero Suanach no quiso casarse con él. No, de hecho Suanach estaba muy enamorada del padre de Archú, Artgal.

– ¿Así que la culpa de la disputa residía en la visión distorsionada que tenía Muadnat de esa relación?

– Supongo que sí. -El hombre se mostraba muy reacio a hablar más-. No está bien hablar mal de los muertos.

– Entonces hablemos de los vivos. Hablemos de Archú y Agdae; evitémosles injusticias -replicó sor Fidelma.

– ¿La aversión hacia el padre se dirige ahora al hijo? -preguntó Eadulf con curiosidad-. ¿Es eso? ¿Acaso sufre Archú la aversión que Muadnat sentía por su padre? Si es así, se trata de una actitud injusta.

El peón estaba inquieto.

– Probablemente sea una gran injusticia, pero no es motivo para que Archú matara a Muadnat -replicó el hombre con tozudez.

– ¿Estáis seguro de que lo hizo?

– Eso dijo Agdae.

– ¿Y eso hace que su historia sea cierta? Agdae, nos lo acabáis de decir, tiene una buena razón para odiar a Archú; más, si cabe, que Muadnat.

– Agdae también es hijo adoptivo de Muadnat, no sólo su sobrino. ¿No debería saber la verdad?

– ¿El hijo adoptivo? -preguntó Fidelma intrigada-. ¿Así que Muadnat no tiene mujer ni hijos?

– Ninguno. Ninguno que yo sepa. Agdae era un sobrino, pero Muadnat se ocupó de él desde que era pequeño.

– ¿Agdae heredará la granja de Muadnat?

– Supongo.

Fidelma se dirigió a su caballo y gritó algo por encima de su hombro.

– Podéis llevar el cuerpo a la granja de Muadnat. Yo ya estoy. Si veis a Agdae antes que yo, advertidle de que no lleve a cabo ninguna acción que pueda acarrearle problemas con la justicia. Vos y él ya sabéis a qué me refiero.

Eadulf la siguió hasta su montura y no habló hasta que empezaron a descender la colina.

– ¿Y ahora?

– A la granja de Archú, por supuesto.

– ¿Pero vos creéis que esta muerte está relacionada con las de Eber y Teafa?

– Resulta extraordinario que este tranquilo valle de Araglin, que parece no haber padecido una muerte sospechosa en muchos años, en tan sólo unos días, haya sido testigo de tantas muertes violentas. Tenemos asaltos a granjas que anteriormente eran seguras y estaban bien protegidas. Tenemos ganado que escapa, aunque, curiosamente, sólo unas pocas cabezas cada vez. Pero sobre todo, las muertes de Eber, Teafa, Muadnat y un extraño al que no podemos identificar, todo ello no puede ser mera coincidencia. Yo os confieso, Eadulf, que no creo mucho en las coincidencias. Prefiero examinar los hechos y sólo si se demuestra que es coincidencia, más allá de cualquier sombra de duda, creeré que es así.

Hizo una pausa y luego espoleó su caballo y lo puso al medio galope.

– Hemos de llegar a la granja de Archú rápidamente por si Agdae quiere realmente vengarse del chico.

A Eadulf le costaba mantenerse al lado de Fidelma, que era una jinete excelente. Además, tenía buena memoria para los lugares y no dudó un momento en tomar el camino que seguía el río, pasaba por la cabaña de la prostituta, Clídna, y ascendía por el camino serpenteante de las colinas redondeadas hacia el valle en forma de ele de la Marisma Negra, que Muadnat había dominado durante tanto tiempo.

Fidelma cabalgaba desde siempre. Cuando lo hacía, parecía como si el caballo se convirtiera en un mero apéndice de su cuerpo y su voluntad, moviéndose a sus órdenes casi al tiempo que las pensaba y respondiendo a la mínima presión. A Fidelma le gustaba la libertad que le proporcionaba. Ligeramente inclinada hacia delante sobre su silla, sentía la brisa en sus cabellos, el camino avanzaba con ella, el campo se iba abriendo ante ella con una rapidez que la embargaba de emoción. El sonido de los cascos resonaba en su cuerpo, sumiéndola en un dulce estado meditativo.

Por un momento, era como si se hubiera divorciado del mundo rencoroso de los humanos; como si se hubiera convertido en parte de la naturaleza, aspirando el cálido aire primaveral, sintiendo los olores de los bosques y los campos, sintiendo el suave calor del sol. Casi cerró los ojos paladeando ese placer absoluto.

Después se despertó con sentimiento de culpabilidad.

Había muerto gente y ella tenía el deber de descubrir por qué y quién era el responsable.

Abrió los ojos con un parpadeo y se dio cuenta de que venían dos jinetes por el camino. Reconoció inmediatamente a Dubán y a uno de sus hombres.

Tiró de las riendas y los esperó. Eadulf se detuvo a su lado. Fidelma estaba a punto de decir algo cuando Dubán se anticipó.

– Ya me he enterado de la noticia, hermana. Crón me envió un aviso. He dejado a un par de mis hombres con Archú y Scoth. Se niegan a abandonar la granja, pero están en buenas manos.

– ¿Entonces no habéis visto a Agdae? Me dijeron que cabalgaba en esta dirección.

Dubán sacudió la cabeza en señal de negación.

– Dudo que intente hacerle algo a Archú sabiendo que mis hombres están con él. Probablemente será un impulso que se le pasará, se dará cuenta de que Archú no es el responsable de la muerte de Muadnat.

Fidelma se mostró algo asombrada.

– Se os ve tan seguro… Yo sólo estoy preparada para decir que no creo probable que fuera Archú quien matara a Muadnat.

– Yo sé que no lo hizo -respondió Dubán con solemnidad.

Fidelma arqueó las cejas involuntariamente.

– ¿Sabéis?

– Seguro. Es sencillo. La pasada noche dejé a dos de mis hombres con Archú y Scoth. Ambos son testigos de que ninguno de los dos abandonó la granja.

Fidelma sonrió.

– Qué tonta he sido al no recordar eso. Bueno, al menos eso nos ahorra el tiempo de intentar probar la inocencia de Archú. Pero ahora hemos de descubrir al culpable.

– Yo voy de regreso al rath -dijo Dubán-. Me sorprende que Crítán no os escolte. Se supone que está de guardia esta mañana.

Fidelma le explicó brevemente lo que había sucedido. Dubán no se mostró muy sorprendido.

– Debí suponer que el chico no tenía verdadero espíritu de guerrero. Tenía ambición, pero no entrega.

– El problema es que tiene las aptitudes de un guerrero, pero poca de su moralidad. Es como una flecha que se ha escapado de un arco, pero que no controla la trayectoria -dijo Fidelma.

– Lo entiendo perfectamente, hermana. Todavía no estoy chocho y me doy cuenta de que puede ser un peligro. Lo hablaré con Crón.

– Espero que haga caso de vuestros consejos en esto y en otras cosas.

Dubán entornó los ojos con suspicacia mientras estudiaba el rostro inexpresivo de Fidelma. Parecía que iba a preguntarle algo.

– No soy tonta -añadió Fidelma.

– Nunca he creído que lo fuerais -admitió Dubán.

– Bien. Recordadlo bien. Hablad con Crón y advertirle de que es mejor decir la verdad; mejor la verdad que media verdad o una mentira.

Se giró e hizo un gesto a Eadulf para que la siguiera. Continuaron avanzando por el camino de la ladera y al cabo de un rato Eadulf la llamó.

– Se han ido. ¿Qué significado tenía esa conversación?

Fidelma hizo que su caballo se detuviera.

– Simplemente plantaba una semilla -le confió con alegría-. Llegará el momento en que las medias verdades y mentiras que se van difundiendo se detendrán y alguien me explicará la verdad.

– ¿Pero estáis advirtiendo a Crón y Dubán de que sospecháis que están involucrados?

– A veces, para hacer salir al zorro, hay que empezar a cavar en su guarida.

– Entiendo. ¿Esperáis que reaccionen de alguna manera?

– Ya veremos si lo hacen o no.

Eadulf resopló mostrando su desaprobación.

– Con frecuencia resulta una práctica peligrosa, ya que si el zorro se ve acorralado puede volverse y atacar. De todos modos, ¿adónde vamos ahora? Seguro que Archú no puede decirnos nada más.

– Ahora no vamos a la granja de Archú; ya sabemos que está bien y que Agdae no está allí.

– ¿Adónde entonces?

– Al camino que visteis ayer. Quiero ver adónde lleva.

Eadulf se mostró algo renuente.

– Entonces, ¿no sería mejor ir con una escolta? ¿Y si ese sendero conduce a la guarida de los ladrones de ganado?

Fidelma sonrió.

– No temáis, Eadulf. No me voy a poner deliberadamente en peligro.

– No son las acciones deliberadas las que yo temo -murmuró Eadulf.

Por primera vez en un buen rato, Fidelma sonrió con divertida ironía y luego le hizo señal de que la siguiera. Más tarde llegaron al sendero que daba al valle donde estaba situada la granja de Muadnat. Fidelma se detuvo y examinó los campos y los edificios con calma.

– No quiero que nadie de la granja de Muadnat me vea -dijo.

– No veo la manera de llegar a ese sendero sino por el camino que discurre entre los edificios de la granja -señaló Eadulf.

Fidelma sacudió la cabeza y levantó una mano.

– Detrás de aquellos campos hay una pequeña depresión que atraviesa el valle. Creo que es una zanja o una corriente. Aquí y allá se ven árboles y arbustos que crecen en las orillas. Si encontramos un camino que descienda hasta allí, podremos ocultarnos de las personas de la granja hasta que alcancemos el otro extremo del valle y lleguemos al sendero.

Eadulf parecía dudar, pero al comprobar que Fidelma estaba tan decidida insistió en pasar él delante, encaminando sus caballos hacia un sendero que descendía la empinada ladera, rodeando algunos campos cultivados y avanzando con rapidez hacia el abrigo de unos árboles por donde discurría la zanja. Fidelma tenía razón, la depresión escondía un riachuelo, de no más de seis pies de ancho en algunos puntos. La corriente estaba al fondo de una zanja que les permitía ocultarse mientras seguían sus aguas poco profundas, que discurrían por el fondo del valle.

No tardaron mucho en atravesar el valle y ascender. Esta vez emergieron sobre la parte posterior de los edificios de la granja. Nada se movía allí abajo, ni siquiera se veían trabajadores alrededor de los graneros o en los campos.

Al cabo de un rato, llegaron al segundo camino y empezaron a ascender por él, adentrándose en las colinas del norte.

– Bien -exclamó Fidelma, al examinar el camino con detenimiento-, no se puede decir que no sea frecuentado. Obviamente los hombres de Dubán no lo registraron lo suficiente. Al principio es rocoso, pero cuando asciende por la colina, donde hay menos piedras, se ven claramente las señales de caballos y asnos e incluso de un carro.

El religioso sajón estaba preocupado.

– ¿No deberíamos regresar en busca de los guerreros de Dubán?

Fidelma le dirigió una mirada fulminante.

En silencio, siguieron el sendero y éste empezó a girar alejándose del valle de la Marisma Negra, hasta que Eadulf advirtió que volvían sobre sus pasos.

– Estamos del otro lado de la colina -dijo señalando hacia arriba-. ¿Veis dónde está el sol?

– Desde luego, ésta es una ruta indirecta -admitió Fidelma.

Lo que resultaba más interesante era que el sendero era ahora completamente llano. Siguieron avanzando por el camino que llevaba directamente hacia el este y luego viraba en dirección sur, casi en una alta meseta.

– No lo entiendo. Hemos vuelto sobre nuestros pasos totalmente -dijo Fidelma.

– No sólo eso -añadió Eadulf sonriendo-, yo creo que hemos ido en paralelo a la zona del valle donde está la granja de Archú.

Fidelma no lo entendió y así lo manifestó.

Eadulf señaló la ladera de la colina a su derecha.

– Si subiéramos hasta la cima de esta colina y miráramos hacia atrás veríamos las tierras de Archú.

La abogada aceptó eso sin hacer comentarios.

Habían avanzado una milla, aproximadamente, cuando la ladera se convirtió en una zona boscosa donde los árboles crecían juntos y ocultaban la cima de las colinas. El sendero penetraba directamente en los bosques, pero era ancho y, por lo que parecía, era frecuentado por algún vehículo; había rodadas bien marcadas.

– Parece que vamos a avanzar eternamente -gruñó Eadulf protestando-. Tal vez deberíamos regresar al rath ahora que ya no podemos continuar mucho más y antes de que caiga la noche.

– Sólo un poquito más -intentó convencerlo Fidelma-, Yo creo que deberíamos estar llegando a…

De repente se detuvo e hizo señal a Eadulf de que hiciera lo mismo.

– Saquemos a los caballos de este camino y continuemos a pie -ordenó a Eadulf-. Creo que hay algo ahí arriba.

Eadulf estaba a punto de volver a protestar pero decidió obedecer sus órdenes. Desmontaron y alejaron a los caballos del camino, hacia el bosque, para no ser vistos por cualquiera que pasara por allí. Entonces, con Fidelma delante, empezaron a abrirse camino por el bosque, avanzando en paralelo al sendero.

No se habían alejado mucho, cuando vieron que llegaban a un claro. Un repentino sonido hizo que se detuvieran. Tardaron un momento en darse cuenta de que era el sonido producido por alguien que cortaba leña. Esperaron con cautela en los límites del claro.

Era un amplio espacio en la ladera, una zona de prados azotados por el viento, salpicada aquí y allá con rocas grises graníticas. Había un grupo de caballos en un pequeño corral improvisado formado con un cercado de cuerda. Junto a los caballos había una docena de asnos, fuertes animales de carga. Al lado había un carro, junto al cual había un fuego donde se rustía un taco de carne con un sonido chisporroteante producido por la grasa cuando caía en las llamas. Un hombre, un extraño al que no reconocieron, cortaba leña, mientras otros hombres por el lugar se dedicaban a distintas tareas. Fidelma los examinó de cerca frunciendo ligeramente el ceño.

Posó su mano sobre el brazo de Eadulf y señaló al lado opuesto del cercado. Había otro cercado más pequeño donde algunas vacas pacían tranquilamente, sin saber que también ellas iban a proporcionar alimento a los hombres.

Remontando un poco la colina, había la boca de una pequeña cueva, cuya entrada era lo bastante alta para que entrara un hombre de pie. Alrededor de la cueva el granito era gris azulado. La entrada estaba protegida por un saliente de granito.

En este claro acababa el sendero misterioso; de eso no había duda. Habían llegado a la guarida de los ladrones de ganado. Fidelma y Eadulf intercambiaron una mirada. Eadulf estaba claramente perplejo, y Fidelma, que observaba algunas de las herramientas que estaban apoyadas en el carro, empezaba a ver la luz. Estaba a punto de indicarle a Eadulf que debían retirarse cuando percibió un movimiento en la entrada de la cueva.

Emergió un hombre alto y forzudo, parpadeó ante la luz y bostezó, desperezándose con los brazos hacia el cielo. Tenía una densa barba pelirroja y cabello largo hasta los hombros.

Esta vez no había duda: eran los desagradables rasgos de Menma, el caballerizo del rath de Araglin.