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Habían cabalgado hasta los límites del bosque en silencio. Fidelma estaba concentrada pensando y tenía el ceño fruncido. Eadulf hacía cuanto podía por acallar las numerosas preguntas que retumbaban en su cabeza. Finalmente, cuando salieron del sombrío bosque, no pudo continuar por más rato en silencio.
– ¿Qué creéis que significa esto, Fidelma? -preguntó finalmente.
– Si lo supiera, conocería la clave de este misterio -replicó ella con impaciencia-. Sin embargo, al menos hemos descubierto la guarida de los hombres que han asaltado las granjas de Araglin.
– ¿Por qué se esconderían Menma y esos bandidos en la cueva? ¿Y por qué se asociaría Menma con los ladrones de ganado?
Fidelma esbozó una sonrisa.
– Yo no creo que sean ladrones de ganado, ni que se estén escondiendo exactamente.
– ¿Entonces qué? -preguntó Eadulf.
– ¿No visteis las herramientas que había en el suelo del claro?
– ¿Herramientas? No. Estaba demasiado ocupado observándolos. ¿Qué herramientas?
Fidelma dejó ir un leve suspiro.
– Tenéis que recordar siempre que la observación y su análisis son esenciales para encontrar la verdad. Había varias herramientas junto al carro. Me indicaron que la cueva ha de ser, sin duda, una mina.
Eadulf estaba sorprendido.
– ¿Una mina?
– No es extraño que haya minas en este país. Si al salir de Dios Mhór nos hubiéramos dirigido directamente hacia el este por Abhainn Mor, hubiéramos llegado a una llanura llamada Magh Méine, o Llanura de los Minerales, de donde se extrae cobre, plomo y hierro.
– Creo que ya he oído hablar de ese lugar.
Fidelma lo miró compadeciéndolo.
– El posadero, Bressal, mencionó que tenía un hermano que era minero en la Llanura de los Minerales -dijo Fidelma.
– Por supuesto. ¿Pero qué estaba haciendo Menma en esa mina, si es que lo es?
– Eso hemos de descubrirlo nosotros.
– ¿Y por qué habría de…?
– No hay que hacer preguntas de las que ni siquiera se puede adivinar la respuesta.
– Tal vez hubiéramos tenido que presentarnos y pedir una explicación -sugirió Eadulf-. Después de todo, sois una funcionaría de este reino.
Fidelma sonrió.
– Esos hombres son capaces de cualquier maldad. ¿Creéis que les importa mi cargo?
– Podíamos haberlos sorprendido, desarmarlos…
– Hay un verso en las Odas de Horacio, amigo mío. Vis consili expers mole ruit sua.
Eadulf asintió lentamente.
– La fuerza sin buen sentido cae por su propio peso -repitió el monje.
Fidelma entornó los ojos para protegerse del sol y contempló la cima de la colina que tenían delante.
– Antes habéis dicho que si alcanzábamos la cima nos encontraríamos abajo, del otro lado la granja de Archú. ¿Es correcto?
Eadulf frunció el ceño ante aquel cambio brusco de tema.
– Así es -admitió con sequedad.
– ¿Queréis ver si tenéis razón?
Eadulf creyó que Fidelma bromeaba. No era así.
– Pero las pendientes son demasiado pronunciadas para los caballos -protestó el monje-. A pie podríamos ascender la colina pero…
Fidelma señaló hacia arriba en silencio.
Eadulf percibió algo que se movía colina arriba. El marrón rojizo de un animal. Entornó bien los ojos para ver mejor. Tenía delante la figura elegante y musculosa de un ciervo, reuniendo a su manada.
Fidelma le sonrió con rapidez.
– Si el ciervo puede llevar a su manada, pueden pasar un jinete y su caballo. ¿Estáis dispuesto?
El sajón levantó los brazos en señal de rendición.
– Hay algo parecido a un camino justo allí arriba -dijo Fidelma-. Creo que se trata de la ruta de los ciervos. ¡Mirad!
Eadulf vio una franja de tierra que se extendía entre helechos y tojos.
– No podemos pasar a caballo por ahí -volvió a protestar.
– No, pero podemos acompañar a nuestros caballo -lo tranquilizó Fidelma.
La muchacha descendió de su caballo, tomó las riendas y condujo su montura por el caminito hacia el rellano de la redondeada colina que tenían delante.
Eadulf gruñía para sí. Después, él también descendió de su caballo y lo condujo detrás del de Fidelma. En realidad, a él no le gustaban los lugares altos y desabrigados, así que mantenía los ojos bien fijos en el caminito.
– No entiendo por qué queréis utilizar este atajo hasta la granja de Archú. Podíamos perfectamente haber tomado el camino principal -se quejó, más para mantener la mente ocupada mientras ascendía que por ganas de discutir con Fidelma.
– Esto es más rápido, y no queremos alertar a nadie de la granja de Muadnat que pudiera estar compinchado con nuestros amigos de la mina.
– No veo la relación que tiene esto con la muerte de Eber.
Fidelma no se molestó en responder.
Una ráfaga de viento sopló sobre las colinas y los caballos se asustaron. Tuvieron que hacer uso de todas sus fuerzas para sujetar las riendas. Delante, Fidelma vio la manada de ciervos que avanzaba lentamente mientras iban paciendo. El viento no atemorizaba a los viajeros, y tampoco a los ciervos de gran cornamenta que se detenían aquí y allá, como estatuas impresionantes, y los observaban con ansiedad mientras avanzaban colina arriba. El macho se detuvo un momento, se giró, y con un curioso chillido exhortó a la manada a ir más deprisa. Fueron ascendiendo un rato y después volvieron a detenerse para pacer.
El sendero casi no podía distinguirse de las pendientes cubiertas de hierba que tenían a su alrededor, pero Fidelma siguió adelante, avanzando con buen paso, por el rellano de la colina redondeada. El viento soplaba con fuerza y Eadulf inclinó la cabeza, no sólo para evitar el contacto con los amplios espacios abiertos sino también para evitar las arremetidas de las fuertes ráfagas. Rogó que su caballo no se asustara mucho ya que no sabía si sería capaz de sujetarlo.
De repente se dio cuenta de que Fidelma se había detenido.
– ¿Qué hay? -preguntó el monje sajón.
– Vedlo vos mismo -respondió Fidelma.
Eadulf se armó de valor para echar una mirada.
Por debajo de ellos se extendía el valle en forma de ele. Le pareció ver algunos edificios a lo lejos y retiró la mirada en cuanto pudo.
– ¿Qué hay? -volvió a preguntar-. ¿El valle de Archú?
Fidelma se giró y lo miró pensativa.
– ¿Tenéis algún problema con las alturas, Eadulf? -preguntó Fidelma preocupada.
Eadulf se mordió los labios. No tenía sentido negarlo.
– No exactamente las alturas -respondió el sajón-. Es miedo a estar en lugares altos y abiertos, no tanto por caer hacia abajo sino por caer al vacío. ¿Os parece extraño?
Fidelma sacudió la cabeza lentamente en señal de negación.
– Tendríais que habérmelo dicho -reprendió con suavidad.
– A quién le importa que confiese mi miedo.
– Mi mentor, Morann de Tara, dijo una vez que un ratón no puede beber más que lo que le cabe.
Eadulf se mostró perplejo.
– Parece una idea rara.
– No lo es. Hemos de reconocer nuestras debilidades, tanto como nuestras fuerzas. Tan sólo entonces sabremos la fuerza de nuestra debilidad y la debilidad de nuestra fuerza.
– ¿Queréis decir que tenía que haber aceptado mi miedo y manifestároslo?
– ¿Qué otra cosa podíais hacer? Si me hubierais prevenido hubiera estado preparada si sucedía algo.
Eadulf dejó ir un suspiro, no le gustaba hablar de sus debilidades.
– Este no es el momento ni el lugar para discutir mis debilidades.
Fidelma se arrepintió enseguida.
– Por supuesto -dijo en tono consolador. El arrepentimiento no era propio de su carácter-. A partir de ahora ya descenderemos. Teníais razón, abajo está la granja de Archú. Éste es el valle de la Marisma Negra.
Eadulf se enderezó.
– Entonces vayamos -dijo irritado-. Cuanto antes empecemos a bajar, antes llegaremos.
Fidelma continuó guiando con cuidado. La manada de ciervos se había alejado y Fidelma comprobó que se habían ido del camino principal. Aunque, a pesar de lo empinado, no era imposible avanzar a buen paso. Sólo de vez en cuando tenían que detenerse para salvar alguna parte escarpada del sendero, ya que un desnivel de unos dos pies hacía que la elevación pareciera más empinada. En uno o dos puntos, tuvieron que dar la vuelta y regresar sobre sus pasos. Pero después llegaron a unas laderas más suaves donde unos grupos de fresnos y brezos formaban una línea limítrofe, tras la cual se encontraba un sendero bastante bueno.
Al salir del bosquecillo encontraron a dos jinetes que los esperaban. Ambos iban armados con arcos y flechas.
– ¡Sor Fidelma!
Se detuvieron al oír la voz sorprendida de Archú. Fidelma supuso que el segundo hombre era uno de los guerreros que Dubán había dejado allí. Archú bajó inmediatamente el arco y se disculpó.
– No sabíamos quiénes erais.
– Vimos dos figuras que venían por el rellano de la colina. Una ruta extraña -murmuró el guerrero.
– Extraña y peligrosa -dijo Eadulf suspirando, enjugándose el sudor de la frente.
– Os hemos observado durante la última hora, ya que mi compañero os ha visto aparecer enseguida en la cima de la colina. ¿Por qué habéis tomado ese sendero tan escarpado? Sólo he visto por ahí algunas ovejas y ciervos.
– Es una historia muy larga, Archú -replicó Fidelma-. Y si Scoth pudiera darnos algo de beber sería de agradecer.
– Por supuesto -respondió Archú deseoso de complacer-. Disculpadme, vayamos a la granja.
El guerrero seguía mirando recelosamente hacia la cima de la montaña.
– ¿Os seguía alguien, hermana?
Fidelma sacudió la cabeza en señal de negación.
– No que yo sepa. ¿Visteis acaso a alguien que nos siguiera?
– No. Pero hemos de tener cuidado. ¿Sabíais que han matado a Muadnat?
– Sí. Hace ya horas que vinimos aquí y encontramos a Dubán en el camino. Nos dijo que os había dejado a vos y a otro hombre para vigilar del joven Archú, por si Agdae decidiera hacer una tontería.
Archú se dirigió a su compañero.
– Quizá deberíais quedaros aquí un rato para comprobar si baja alguien más de la colina. Yo me voy a llevar a sor Fidelma y al hermano Eadulf a mi casa.
El guerrero aceptó la orden sin comentar nada.
Fidelma y Eadulf siguieron entonces a Archú hacia la granja.
– Éste es un muy mal asunto, hermana. Si Dubán no hubiera dejado a unos hombres ayer y fueran testigos de que yo no me había movido de la granja, estoy seguro de que correría un gran peligro.
Fidelma no se molestó en responder. Era demasiado obvio.
– Conozco a Muadnat desde siempre y aunque me odiaba, no puedo decir que su muerte me es indiferente. Pero era mi primo. Descanse en paz.
– Amén -añadió Eadulf, algo recuperado.
– ¿Y cómo os lleváis con Agdae? ¿Sabíais que era el hijo adoptivo de Muadnat?
Archú hizo una mueca.
– Lo sabía. También es primo mío. Sus padres murieron de peste hace muchos años. Agdae sobrevivió y Muadnat lo crió en su casa. Mi madre me dijo que Muadnat quería que se casara con ella, pero ella rechazó a Agdae y se casó con mi padre. No nos llevábamos bien, lo confieso sin tapujos. Creció con la intolerancia de Muadnat y con aversión hacia mi persona.
– ¿Y vos también sentís aversión hacia él?
– No puedo decir que sienta otra cosa. Agdae no es una persona agradable.
– ¿Quién creéis que mató a vuestro primo? -preguntó Fidelma bruscamente.
Archú se quedó callado tanto rato que Eadulf pensó que no quería responder. Pero entonces el joven dejó ir un largo suspiro.
– No lo sé. Ahora ya nada tiene sentido. Las muertes de Eber y Teafa no me afectaron, pero la muerte de Muadnat me afecta, aunque no me gustara. No la entiendo.
Scoth los saludó desde la puerta de la granja.
El segundo guerrero que Dubán había dejado allí se había adelantado en busca de sus caballos.
Archú los acompañó dentro.
– Hay sidra -dijo Scoth, mientras iba a buscar una jarra y unos vasos.
Eadulf sonrió agradecido.
– Os bendigo por esto -dijo el monje sajón-. Tengo la boca seca.
Archú los invitó a sentarse, mientras Scoth servía la bebida y les ofrecía un cuenco con frutas.
Eadulf se acabó el contenido de su jarra casi de un solo trago y soltó un suspiro, mientras que Fidelma fue sorbiendo poco a poco y saboreando la bebida.
– Yo tendría cuidado, Eadulf -amonestó a su compañero, a quien le estaban rellenando el vaso-. Esta bebida es fuerte.
Archú hizo una mueca de regocijo.
– Al menos Muadnat tuvo la bondad de dejar unos barriles de esta sidra.
Scoth se mostró despectiva.
– Bueno, la elaboré con mis manos. Mejor que deguste yo los frutos de mi trabajo y no Muadnat.
Fidelma dio otro sorbo y dirigió su mirada a Archú.
– ¿Habéis pasado toda la vida en este valle?
A Archú le sorprendió la pregunta.
– Sí. Yo nací en esta misma granja y me crié aquí hasta que murió mi madre. Después se la quedó Muadnat y me envió a dormir en los graneros hasta que llegué a la edad de la elección y presenté la demanda en Líos Mhór. No conocía a nadie de ningún otro sitio hasta que fui a Lios Mhór. ¿Por qué me lo preguntáis?
– ¿Y qué me decís de la tierra del otro lado de la colina?
– ¿Os referís a la colina por la que cabalgabais?
– Así es.
– Yo sé que la colina pertenece a esta granja.
– Yo creía que la granja consistía en siete cumals de tierra del valle.
– En lo que es el valle sólo hay cuatro cumals. Las tierras de la alquería se dividen en tres tipos: la que es arable, que rodea la granja; la tierra de las tres raíces.
Eadulf levantó la vista de su bebida fascinado.
– ¿La qué? -preguntó-. No había oído nunca esa expresión.
– Así lo dice la ley -explicó Fidelma-. Según la antigua clasificación se entiende que el suelo más rico de una granja destaca por la presencia de tres hierbas excepcionales por sus largas raíces: el cardo, el zuzón y la zanahoria salvaje. Si la tierra es bastante rica para que crezcan, es buena y productiva.
Eadulf sacudió la cabeza asombrado.
Fidelma volvió a dirigirse a Archú.
– ¿Pero decís que esa colina pertenece a la granja?
– Es la parte de la granja llamada «la tierra de hacha». Si se quiere que crezca algo en la colina, aparte de la maleza y los árboles, habrá que desbrozarlo y limpiarlo para cultivarlo.
– ¿Pero la colina pertenece a esta granja?
– Oh, sí. Ni siquiera Muadnat discutiría sus límites.
– Entiendo. ¿Conocéis bien la colina?
– Sí.
– ¿Pero la habéis explorado?
Archú se reclinó claramente sorprendido.
– ¿Por qué había de explorarla?
– Se eleva en un extremo de vuestra tierra arable y es parte de vuestra granja.
– Acabo de tomar posesión, como sabéis, hermana. ¿Cuándo he tenido tiempo para explorar las colinas que la rodean?
– ¿Cuando erais un niño?
– ¿Un niño? -replicó Archú sacudiendo la cabeza-. Yo no vagaba por esas colinas de niño.
– ¿Qué sabéis de las cuevas de esta zona?
Para Archú aquello resultó un cambio brusco de conversación. Se encogió de hombros.
– He oído que hay cuevas hacia el norte. Está la Cueva de la Oveja Gris, de la que mi madre me hablaba. Me dijo que una vez un cordero gris surgió de la cueva y lo crió un granjero de la zona. El cordero se convirtió en oveja y ésta, a su vez, tuvo corderos. Pero llegó un día en que el granjero decidió matar a uno de sus corderos para comerlo y la oveja reunió a los demás corderos y desaparecieron en el interior de la cueva. No los volvieron a ver.
Fidelma estaba impaciente.
– ¿Qué me decís de las minas? ¿Habéis oído hablar de minas en estas colinas?
Archú pensó detenidamente antes de contestar sacudiendo la cabeza.
– Tal vez haya minas, pero yo no os sabría señalar una. ¿A qué viene todo esto?
– Nosotros… -empezó a decir Eadulf pero hizo una mueca de dolor al recibir una patada de Fidelma por debajo de la mesa.
Archú y Scoth miraron a Eadulf sorprendidos.
– Nosotros queríamos conocer un poco la geografía de esta zona -dijo Fidelma y luego lanzó una mirada preocupada a Eadulf-. Parece que os duele algo, hermano. ¿No os había advertido ya de que la sidra era fuerte?
Eadulf hizo una mueca molesto.
– No es nada -murmuró el monje-. Tal vez agujetas de caminar.
– Ha sido un día muy largo y no hemos comido. Tendríamos que regresar al rath.
– Pero tenéis que quedaros a comer con nosotros -les invitó Scoth.
Fidelma sacudió la cabeza en señal de negación.
– Desgraciadamente no podemos. Si no partimos ahora no llegaremos hasta después del atardecer, un momento en que no conviene ir por lugares desconocidos.
Se despidieron e iniciaron el camino de vuelta al rath de Araglin.
– No teníais que darme una patada tan fuerte, Fidelma -amonestó Eadulf de mal humor-. Me teníais que haber avisado, si no queríais que los jóvenes supieran lo que hemos descubierto en la colina.
– Lo siento, Eadulf. Pero es mejor que lo ocultemos de momento. Está claro que alguien quería mantener esa mina en secreto. La respuesta lógica es, ya que está en las tierras de Archú, que Muadnat intentaba trabajar en la mina sin que nadie lo supiera, en particular el joven Archú. El sendero hacia la mina viene de esta tierra. ¿Quizá nos hayamos tropezado con la verdadera razón por la que Muadnat quería con tanta desesperación la propiedad de su primo?
Eadulf dejó ir un silbido suave.
– Entiendo. Muadnat quería quedarse con la tierra para explotar la mina.
– Una mina pertenece a la persona en cuyas tierras está. Esa persona es la que ha de dar permiso a quien sea para trabajarla -admitió Fidelma.
– Sí, pero seguimos lejos de solucionar el misterio de la muerte de Eber y Teafa.
– Quizá no. Pero resulta extraño que Menma aparezca en este misterio y…
Se detuvo tan bruscamente que Eadulf se preguntó si no habría visto algún nuevo peligro y escrutó los alrededores con ansiedad.
– ¿Qué pasa? -preguntó al cabo de un rato.
– ¡Qué tonta!
Eadulf se quedó callado.
– Tenía que haberlo visto antes.
– ¿Ver qué? -preguntó Eadulf intentando calmar su curiosidad.
– Menma. ¿Recordáis que os dije que fue Menma el que condujo el ataque contra el hostal de Bressal?
– Sí.
– ¿Y ahora Menma aparece en la mina?
– Sí. Pero yo no veo…
– ¿Qué relación hay entre Bressal y las minas? -inquirió Fidelma.
Pareció que Eadulf pensaba detenidamente.
Los dientes de Fidelma rechinaron con frustración ante la lentitud del monje sajón.
– Bressal tenía un hermano…
Eadulf lo recordó.
– Morna, que es minero. Tenía una colección de rocas…
– Más importante -interrumpió Fidelma-. Morna había regresado a casa hacía poco diciendo que había descubierto algo que lo iba a hacer rico. Llevó a Bressal una roca.
Eadulf se frotó la barbilla.
– No sé si os sigo.
Fidelma se mostró paciente.
– Yo creo que la piedra procedía de la cueva de las tierras de Archú. Ese lugar que Morna había descubierto contenía oro y él creía que se iba a hacer rico. Yo creo que Menma atacó el hostal de Bressal para recuperar esa piedra.
– ¿Por qué?
– Porque había que mantenerlo en secreto. Morna, el hermano de Bressal reveló el secreto.
– ¿Queréis decir que Menma está al cargo de esta mina? Yo no hubiera pensado que fuera tan inteligente como para eso.
– Creo que tenéis razón; hay alguien más detrás de este asunto. Eso nos hace volver a Muadnat. Menma recibía órdenes y sólo quería asegurarse de que lo que Morna hubiera explicado o mostrado a su hermano Bressal permaneciera en secreto. Fue una coincidencia que estuviéramos en el hostal en aquel momento y fuéramos capaces de repeler el ataque.
Eadulf iba sacudiendo la cabeza mientras digería todo aquello.
– Yo sospechaba que el ataque lo había inspirado Muadnat para eliminar a Archú -dijo el monje sajón-, pues debía de suponer que Archú pasaría una noche allí de regreso.
– Yo pensé primero en eso, pero Muadnat también sabía que Archú y Scoth no tenían dinero para quedarse en un hostal. Por otra parte, al ir a pie, difícilmente hubieran llegado hasta el hostal aquella noche. Pero nosotros los llevamos a caballo. ¿Recordáis que también les pagué el alojamiento? No, había otro motivo y lo hemos encontrado.
– Entonces la razón era simplemente para mantener en secreto las riquezas descubiertas en la cueva.
– Estoy segura. Creo que fue ayer cuando lo vi claro.
Eadulf no entendía.
– Me he perdido, Fidelma -confesó.
– Ayer descubrimos un cuerpo desconocido en la granja de Archú. Era el cuerpo de alguien que no era ni granjero ni guerrero. Esas manos callosas y el polvo de roca en sus ropas me indicaron que tenía una profesión concreta.
Los ojos de Eadulf se alumbraron.
– ¿Reconocisteis que era minero?
– También os pregunté si os recordaba a alguien.
– No me recordaba a nadie.
– Deberíais ser más observador, Eadulf. Tenía los mismos rasgos que Bressal. El desgraciado era Morna, el hermano de Bressal, el posadero.
Fidelma se hundió en un silencio contemplativo mientras continuaban su trayecto por el valle hasta el rath de Araglin.
Crón esperaba con ansiedad su llegada, apostada junto a la puerta de la sala de asambleas para recibirlos.