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Capítulo XXI

Fidelma seguía de pie, en silencio, ante la tarima, y los miraba a todos con expresión sombría.

– Hay pocos lugares en estos cinco reinos donde haya encontrado tanto odio, tanta falsedad y tanta tristeza -empezó a hablar lentamente-. Gormán y Menma tal vez sean culpables de segar vidas humanas, pero lo que los estimuló a hacerlo es un mal inherente a este valle.

– ¿Era Eber el instigador de esta maldad, o era también él una víctima? Eso no lo sabremos. Tomnát fue sin duda una víctima. Quizá no lo hubiera sido si hubiera tenido al menos una persona en quien confiar, aparte de su hermana; una persona podía haberla salvado.

Se giró y miró a Dubán sin mutar su expresión.

El guerrero bajó la vista ante aquellos ojos verdes y encendidos.

– Teafa también fue una víctima; pero salvó su autoestima, así como al hijo de su hermana. Móen ha sido la víctima más desgraciada.

– ¿Y yo no he sido víctima? -preguntó Cranat con dureza-. Yo era una princesa de los Déisi y me vi obligada a soportar esta depravación.

– ¿Obligada? Vos estabais preparada para soportarla. ¡Incluso la primera vez que Teafa os advirtió, hace años, de que vuestro marido continuaba con su degeneración y abusaba de vuestra propia hija cuando tan sólo tenía doce o trece años!

– ¡Eso no es verdad! -gritó Crón, adelantándose con el rostro encendido.

– ¿No? -preguntó Fidelma con una mueca de amargura-. Ya habéis confesado muchas cosas. Es mejor que estos oscuros secretos se sepan. Teafa vio que la vileza de Eber volvía a repetirse con vos, Crón. Vos también fuisteis una víctima. Advirtió a Cranat que se marchara, que se divorciara y que os llevara con ella. Pero Cranat se contentó con abandonar el lecho conyugal y continuó viviendo aquí, con bienestar y seguridad. Dejó que su hija se las apañara sola. No fue Cranat la que le negó la palabra a Teafa, sino Teafa a Cranat.

Un silencio sepulcral invadió la sala.

Fidelma se giró y la miró con tristeza.

– Sí, Crón, vos fuisteis una víctima, pero también os aprovechasteis de la situación. Utilizasteis los deseos lascivos de vuestro padre para haceros con el poder. Muadnat era el tánaiste de vuestro padre. Hace unas semanas os sentisteis lo bastante fuerte para exigirle que os nombrara tánaiste, y luego usar su poder para aseguraros de que el derbfhine os apoyaría. Gracias a los sobornos de Eber, tan sólo cuatro personas se opusieron: vuestra propia madre y Teafa, ya que ambas sabían el precio que estabais pagando; Agdae, el sobrino de Muadnat y Menma, cuya relación con Muadnat no sólo era de parentesco sino por el oro. No estáis capacitada para ejercer un cargo.

Se giró y volvió a mirar a Dubán.

– Y sin cargo, Dubán, ¿por cuánto tiempo le vais a declarar vuestro amor a Crón? Tomnát reconoció esta ambición implacable en vos hace veinte años, cuando vio que no podía confiaros su terrible secreto. Ahora que el secreto de Crón, el mismo secreto, es conocido, ¿seguiréis fiel a ella? ¡No! -gritó Fidelma levantando la mano cuando el guerrero hizo ademán de hablar-. No protestéis ahora. No me contestéis hasta que el derbfhine se reúna y declare si Crón puede ser o no jefe de Araglin.

Fidelma se dirigió a la sala mirándolos a todos con ojos apasionados.

– Morann de Tara dijo una vez que el mal puede entrar como una diminuta semilla y, si no se le detiene, crece y se convierte en un roble. Aquí ha crecido un bosque. La esperanza de Araglin reside en la inocencia de los jóvenes, de muchachos como Archú y chicas como Scoth. -De repente miró a Clídna-. Y si queda un refugio de moralidad en este lugar, está en esta mujer.

Clídna se ruborizó e inclinó la cabeza.

Agdae se puso en pie lentamente.

– Juzgáis duramente a Araglin, hermana -dijo con serenidad-. Pero no es injusto -añadió dirigiendo su mirada a Cranat, que permanecía en silencio, y a su hija-. Sin embargo, decidnos cómo llegasteis a identificar al padre Gormán. También teníais buenos argumentos contra Cranat.

– Sabía que no era posible que Cranat los hubiera matado por un motivo muy simple: si hubiera sido la asesina no hubiera enviado a alguien a Cashel para que mandaran un brehon a investigar.

– ¿Por qué hizo eso?

– Por encima de todo, como sabemos, Cranat es una princesa de los Déisi; no quería que ningún dedo pudiera acusar a su casa. Pensó que la presencia de un brehon aportaría peso moral al asunto. Yo pienso que ella realmente creía que Móen era culpable al haber descubierto la verdad de su nacimiento.

Fidelma miró a Eadulf.

– Hay un punto que destruyó la acusación contra Cranat, que he presentado expresamente para calmar las sospechas de Gormán respecto hacia dónde me encaminaba. Nadie lo ha preguntado, lo cual ha ido bien, ya que Gormán se hubiera podido poner en guardia, pero me sorprende que algunos no lo hayan descubierto.

– ¿Y qué es? -peguntó Agdae.

– Olvidáis la máxima -summa sedes non capit duos-, en el asiento más elevado no caben dos. Crón se había convertido en tánaiste antes de la muerte de su padre. Muadnat ya no era tánaiste, así que Cranat no podía haber matado a Eber con la esperanza de ser la esposa del nuevo jefe.

– ¿Y qué os hizo sospechar de Gormán? -preguntó Gadra.

– Fácil -reconoció Fidelma-. En Lios Mhór me dijeron que Gormán era un fanático defensor de Roma. Resultó que era simplemente un fanático, un intolerante, fuera lo que fuera en lo que creyera. Me enteré de que había construido una capilla en Ard Mór y me informaron de que la llenaba de riquezas. La capilla de aquí, Cill Uird, es también opulenta. A diferencia de la mayoría de sacerdotes, tenía dinero para un caballo.

– La riqueza no es un signo de culpabilidad -murmuró Cranat.

– Depende de dónde provenga la riqueza. Gormán era socio de Muadnat en una mina de oro secreta. Cómo surgió esa relación, tal vez no lo sepamos nunca. Yo supongo que Muadnat, para explotar la mina y evitar pagar un tributo a Eber, decidió que Gormán le ofrecería la manera de ocultar el oro. Gormán podía hacer creer que provenía de regalos de seguidores de sus creencias. El oro se convertía en riquezas, almacenadas en las capillas de Ard Mór y Cill Uird. Lo que no tuvo en cuenta Muadnat fue la avaricia inherente a los hombres. Que Gormán fuera un sacerdote no significaba que no fuera un hombre.

– Pero ¿por qué mató a Eber y a Teafa? -preguntó Crón venciendo el resentimiento hacia Fidelma por lo que había revelado de la relación entre su padre y ella.

– Lo he dicho: es un fanático intolerante. Cuando se enteró de que Eber era el padre de Móen se enfureció. Eber tenía que ser enviado a lo que Gormán entiende por infierno, y Móen, fruto del incesto, tenía que ser castigado con la acusación de asesinato. Ya he explicado que a Teafa la mató para que no pudiera revelar la prueba de la varilla escrita en ogham. El motivo de la muerte de Eber es simplemente la fanática moralidad de Gormán.

– Pero ¿cómo se enteró de que Móen era hijo de Eber? -preguntó Crón-. Ni siquiera yo lo sabía antes de que vos lo explicarais.

Fidelma miró profundamente a Cranat.

– Creo que vos podéis contestar esa pregunta. Hace dos semanas Dubán os vio discutir con Teafa, después fuisteis directamente a ver a Gormán. Cuando Teafa averiguó que Crón había utilizado la relación con su padre para convertirse en tánaiste, fue a discutir con vos para que no fuera así. ¿Os dijo que Móen era hijo del incesto de Eber?

– En calidad de sacerdote de este lugar, el padre Gormán tenía derecho a saberlo -replicó Cranat.

– Pero Gormán es un fanático y que supiera eso los condujo directamente a la muerte. Después de que Cranat se lo dijera, Gormán se enfureció y fue a acusar a Eber y a Teafa. Crítán fue testigo del enfrentamiento y vio que Eber golpeaba al sacerdote. Fue entonces cuando Gormán decidió matarlo.

– Pero, ¿y si Móen no hubiera reconocido el perfume del incienso de la iglesia? -reflexionó en voz alta Eadulf-. ¿Hubiera yo supuesto que ese olor le era conocido y desde el principio lo hubiera identificado con el de la capilla?

Fidelma sacudió la cabeza mirando con tristeza a Eadulf.

– ¿No recordáis que Gormán nos dijo que impedía que Móen entrara en la capilla? ¿Que lo evitaba? Móen no podía haber identificado el perfume.

– ¿Pero por qué mató el padre Gormán a mi tío Muadnat? -preguntó Agdae-. Era su socio en la mina ilegal.

– Lo he mencionado antes. Cuando Muadnat empezó a llamar cada vez más la atención intentando apropiarse legalmente de la tierra devuelta a Archú, Gormán se enfureció. Ese comportamiento podía hacer que se descubriera la existencia de la mina; la gente prestaba atención a esas tierras. Menma era el hombre de Gormán, no de Muadnat. Hizo que Menma matara a Muadnat para guardar el secreto. Por el mismo motivo que le hizo matar a Morna y a Dignait. Todo por la avaricia de Gormán.

– ¿Cómo os disteis cuenta de que Menma obedecía a Gormán?

– Enseguida entendí que había una cierta colaboración entre Gormán y Menma. Una vez los vi discutiendo. Cuando Archú dijo a Gormán que quería llevar a Muadnat a los tribunales por la disputa de las tierras, Gormán le aconsejó que presentara el caso en Líos Mhór. Me pareció raro, hasta que me di cuenta de que eso evitaría que Eber se involucrara en el caso. Eber podía interrogar a Muadnat. Gormán mandó a Archú a Lios Mhór por un camino más largo. Quizá para que Archú no se encontrara con el oro que transportaban a Ard Mór por la ruta más corta.

– Gormán se enteró de que uno de los mineros que tenía empleados, Morna, había llevado un trozo de roca de la mina a su hermano Bressal. Le dijo a Menma que matara a Morna y que destruyera el hostal. La existencia de bandidos en la zona servía de excusa para estos actos.

– Fueron diversas cosas las que hicieron que me fijara en Gormán. Eadulf había visto una figura con una capa de colores en la granja de Muadnat. La figura desapareció y, al cabo de un momento, apareció Gormán, pero sin la capa de montar. Yo sabía que Gormán tenía una de esas capas ya que la había visto en la sacristía. Las ropas de Gormán también estaban impregnadas de un fuerte olor; el incienso utilizado en la iglesia. Gormán llevaba guantes. Ya he explicado lo que implican todos estos hechos.

»La noche antes de que el pobre hermano Eadulf tomara las setas venenosas, Gormán me había oído a escondidas expresarle a Crón que confiaba poder tener el nombre del asesino al día siguiente. A la mañana siguiente, Gormán se escabulló en la cocina y colocó falsas colmenillas en las bandejas. Dignait lo vio en la cocina y él se dio cuenta de que, en cuanto se supiera lo del veneno, la mujer no dudaría en acusarlo para defenderse. O quizá siempre tuvo la intención de que la culparan a ella. Envió a Menma a que la matara y le explicó qué hacer con el cuerpo. Gormán era una de las pocas personas que conocía la existencia del almacén subterráneo en la granja de Archú ya que, como me explicó el propio Archú, había ido allí cuando alguien murió por accidente y Gormán sugirió que sellaran la estancia. Gormán también sabía latín y ogham. Las piezas del puzzle encajaban.

Fidelma hizo una pausa y extendió las manos con gesto expresivo.

– Pero cuando todos estos hechos estuvieron encajados, un factor principal era el que les daba una forma. Gormán se había enterado de que Móen era fruto de una relación incestuosa de Eber. Se le escapó cuando habló conmigo. Su credo intolerante no podía aceptarlo y por eso mató a Eber y a Teafa, en un acto cuyos motivos no estaban en absoluto relacionados con la mina de oro.

Tres días después, Fidelma y Eadulf se detuvieron en el Hostal de las Estrellas de Bressal para darle la noticia de la muerte de su hermano. El rechoncho posadero se horrorizó pero se resignó.

– Al no regresar, sospechaba que la muerte se lo había llevado. Mi hermano se pasó la vida buscando riquezas para pasar el resto de su vida sin hacer nada. No hubiera sido feliz sin hacer nada, pero es triste que no descubriera eso por sí mismo.

Fidelma asintió.

– Aun sacra fames, la maldita hambre de oro destruye más de lo que crea. ¿No fue san Mateo quien escribió: «No acumuléis tesoros sobre la tierra, en donde la polilla y el moho los consumen, y en donde los ladrones entran y roban»?

Bressal sonrió conmovido.

– Rezad una oración por el alma de Morna, hermana.

Siguieron cabalgando entre los bosques en dirección al camino principal que los llevaría a Cashel. En los tres días que habían estado esperando en el rath de Araglin, después de las revelaciones de Fidelma, había llegado la noticia de que los mineros habían sido acorralados y que el brehon local había confiscado el oro que Gormán almacenaba en la capilla de Ard Mór. Quedaba pendiente el juicio de Gormán en Cashel. Pero el juicio no iba a tener lugar; Fidelma había tenido la generosidad de permitir que el padre Gormán quedara prisionero en la sacristía de su capilla. Al día siguiente de su reclusión, Gormán comió unas falsas colmenillas y murió al cabo de cuatro horas. Como comentó el hermano Eadulf, todavía delicado de salud, un final adecuado.

Agdae fue nombrado temporalmente tánaiste de los Araglin en una reunión especial del derbfliine de la familia de Eber. Sólo protestó Crón. Era obvio que no la iban a confirmar como jefe de Araglin. Dubán ni siquiera esperó el resultado de la reunión; ensilló su caballo y desapareció por las montañas. Cranat también había cogido sus pertenencias y había regresado a la tierra de los Déisi.

Eadulf fue poniendo palabras a los sentimientos de Fidelma mientras cabalgaban.

– No siento dejar este lugar. Tengo la necesidad de encontrar agua limpia para bañarme después de todo lo que ha sucedido.

Cuando llegaron al cruce de caminos, Fidelma vio dos figuras que le resultaban familiares, a pie por el camino de Lios Mhór. Una era la de un joven, e iba cogido de la mano con un anciano, cuyos hombros caídos indicaban sus muchos años.

– ¡Gadra! -gritó Fidelma haciendo que su caballo se adelantara.

El anciano se detuvo y miró a su alrededor. Vieron que sus dedos tamborileaban sobre la mano de Móen, sin duda explicándole el motivo por el que se detenía.

– Buen viaje, Fidelma -dijo sonriendo a la religiosa, y luego se dirigió a Eadulf-, y a vos también, mi hermano sajón.

Fidelma bajó del caballo.

– Nos preguntábamos por qué no os habíamos visto estos últimos días. Os teníais que haber despedido. ¿Adónde os dirigís?

– A Lios Mhór -respondió el anciano.

– ¿Al monasterio? -preguntó entonces Fidelma, sorprendida.

– Sí. No tenéis que mostraros desconcertada -dijo Gadra riendo entre dientes-. ¿No será bien recibido un viejo pagano como yo?

– Todos son bien recibidos en la casa de Cristo -respondió Fidelma con solemnidad-. Aunque he de confesar que vuestra decisión me sorprende.

– Bueno -dijo Gadra mientras se rascaba la nariz-. Si por mí fuera, continuaría viviendo en la montaña. Pero el chico me necesita.

– Ah -suspiró Eadulf-. Es digno de alabanza lo que hacéis por el chico. Los confines de un claustro son mejor protección que la inmensidad de la montaña.

Gadra le lanzó una mirada divertida.

– Más importante aún, necesita la compañía de los que pueden comunicarse con él. En Lios Mhór hay religiosos que conocen la antigua escritura. Yo les puedo enseñar con rapidez cómo utilizarla con él. Cuando Móen sea capaz de comunicarse con varias personas yo habré cumplido con lo prometido a Teafa y a Tomnát. Podré seguir mi destino y dejar que él siga el suyo.

Fidelma sonrió.

– Es un gesto generoso.

– ¿Generoso? -se sorprendió Gadra-. Es mi deber sagrado con una mente como la de Móen. El chico ha demostrado su olfato, y guiado por el buen camino estoy seguro de que esta cualidad puede utilizarse.

– ¿Para qué? -preguntó Eadulf con interés.

– Hay un montón de cosas que puede hacer una persona capaz de percibir y reconocer aromas, desde mezclar perfumes a identificar la cantidad exacta de hierbas, o hacer medicinas.

– ¿Así que Móen y vos residiréis en Lios Mhór?

– De momento.

Fidelma sonrió con picardía.

– Y, quién sabe, incluso podríais haceros cristiano bajo tan sagrada influencia.

– Eso nunca -contestó Gadra con amargura-. Ya conozco vuestro amor y vuestra caridad cristiana; no quiero formar parte de eso.

– Estoy segura de que si escucháis la Palabra, predicada por los hermanos y hermanas de Lios Mhór, llegaréis a aceptar que la Palabra es la Verdad -declaró Eadulf con valentía.

– ¿Vuestra Palabra o la Palabra de Gormán? ¿Cómo podéis estar tan seguro de que vuestra Palabra es la Verdad para todos o, es más, siquiera que haya una Verdad? -preguntó Gadra.

– Uno ha de tener Fe o no entenderéis la Verdad -se vio obligado a responder Eadulf.

Gadra sacudió la cabeza y alzó las manos hacia el dosel azul del cielo.

– ¿No se os ha ocurrido nunca, mi hermano sajón, que cuando llegue el momento en que se abra esa puerta para pasar al otro mundo, alguno de nosotros puede encontrarse con que estas cosas, de las que discutimos con tanta vehemencia, no son nada más que grandes malentendidos?

– ¡Nunca! -espetó Eadulf, airado.

El viejo ermitaño lo miró con tristeza.

– Que vuestra fe es ciega y que habéis anulado vuestro propio libre albedrío, lo cual va contra el orden espiritual de este mundo.

Fidelma tocó a Eadulf con la mano, al sentir que iba a contestar enfadado.

– Yo os entiendo, Gadra -dijo Fidelma- porque tenemos los mismos antepasados. Pero las costumbres cambian, como los días pasan. No podemos hacer que se detengan ni podemos regresar al punto de partida. Pero reconozco en vos las mismas virtudes que tenemos todos.

– Bendita seáis por eso, hermana. Después de todo, ¿acaso no es cierto que todos los caminos llevan al mismo gran centro?

Se quedaron callados y entonces Móen reclamó atención.

– Dice que lamenta no haberse despedido antes de marcharnos, pero sentía que ya había abusado mucho de vuestro buen hacer. Cree que vos sabéis lo que siente. Os debe la vida.

– No me debe nada. Yo sirvo a la ley.

– Dice que siente que la ley es como una jaula que encierra a los que no tienen el poder para conseguir una llave.

– Si alguien puede rebatir esa afirmación es él -replicó Eadulf indignado.

– No es la ley sino el abogado el que proporcionó la llave -interpretó Gadra.

– San Timoteo escribió que la ley es buena si es usada legalmente -replicó Fidelma-. Y un sabio griego, Heráclito, dijo que un pueblo debe luchar por su ley como si fuera la muralla de su ciudad contra un ejército invasor.

– No estamos de acuerdo. La ley no puede dictar la moralidad. Pero os agradezco lo que habéis hecho. Buen viaje, Fidelma de Kildare. Buen viaje, mi hermano sajón. Que la paz os acompañe.

Fidelma y Eadulf se quedaron mirando al anciano y a Móen, que se fueron por el camino de la montaña.

De repente Fidelma se entristeció.

– Me hubiera gustado convencerle de que nuestra ley es algo sagrado, el resultado de siglos de sabiduría y experiencia humana para protegernos, tanto o más que para castigarnos. Si no lo creyera así no sería abogada.

Eadulf inclinó la cabeza mostrando que estaba de acuerdo.

– ¿No dijo alguien que las leyes no son corruptas sino los que las interpretan?

Fidelma se subió al caballo.

– Hace muchos años, Esquilo escribió que lo malo no debe vencer por los detalles técnicos de la ley. Eso significa que hemos de someter la ley a nuestro propio juicio. Yo creo que por eso san Mateo nos estaba advirtiendo cuando escribió «no juzguéis si no queréis ser juzgados».

Encaminaron sus caballos hacia el norte por el camino que conducía a Cashel.