174050.fb2 La Telara?a - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

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Capítulo V

Cuando se hubieron limpiado el polvo del viaje de la mañana y hubieron comido, regresaron a la sala de asambleas y encontraron a Crón, que había sido avisada de su regreso y los esperaba. Se había sentado en la silla de su cargo; se habían dispuesto unos asientos frente a ella debajo de la tarima.

Crón se levantó con desgana cuando sor Fidelma y Eadulf entraron. Era una muestra renuente de respeto, debido a que Fidelma era la hermana del rey de Cashel.

– ¿Ya os habéis repuesto? -preguntó Crón mientras los acompañaba a los sitios dispuestos para ellos.

– Sí -contestó Fidelma, mientras se sentaba. Se sintió algo molesta ya que no le gustaba que la colocaran en una posición en que tenía que levantar la vista hacia donde estaba sentada Crón. El rango de Fidelma de dálaigh, y el grado de anruth, le permitían hablar con los reyes desde su mismo nivel, más aún si se trataba de jefes locales; e incluso en presencia del Rey Supremo de Tara, podía sentarse a su mismo nivel si era invitada a conversar. Fidelma sólo era muy celosa con la observancia de tales costumbres si los otros menospreciaban su posición social. Sin embargo, no era el momento adecuado para hacer valer sus derechos sin causar hostilidad y quería recabar información sobre los hechos. Así que se resignó y aceptó la situación.

Eadulf siguió su ejemplo y se sentó en la silla junto a ella, levantando la mirada con interés hacia la joven tánaiste.

– Ahora podemos escuchar los hechos, tal como los conocéis, referentes a la muerte de vuestro padre, Eber -dijo Fidelma reclinándose en la silla.

Crón se acomodó, se inclinó un poco hacia delante en su silla con las manos juntas y clavó la mirada en algún objeto a cierta distancia, entre Fidelma y Eadulf.

– Los hechos son simples -empezó, como si el asunto la aburriera-. Móen mató a mi padre.

– ¿Fuisteis testigo del hecho? -interrumpió Fidelma secamente después de que Crón no se molestara en desarrollar esa afirmación.

Crón frunció el ceño molesta y clavó la mirada en ella.

– Por supuesto que no. Vos habéis pedido los hechos. Yo os los he expuesto.

Fidelma consiguió esbozar una ligera sonrisa.

– Yo creo que lo mejor, y será en interés de la justicia, es que me digáis cómo se desarrolló el asunto, pero solamente desde vuestro punto de vista.

– No estoy segura de entenderos.

Fidelma ocultó una expresión de impaciencia.

– ¿En qué momento supisteis que Eber había sido asesinado?

– Me despertaron de noche…

– ¿Hace cuántos días de eso?

– Fue hace seis noches. Justo antes del amanecer, si queréis que sea precisa.

Fidelma no hizo caso del desprecio que se percibía en el tono de la joven.

– Por el interés de todos en este asunto, hay que ser lo más preciso posible -respondió con una corrección glacial-. Continuad. Hace seis noches os despertaron. ¿Quién lo hizo?

Crón parpadeó al captar la dulzura ácida del tono. Estaba claro que Fidelma no se iba a dejar intimidar. Dudó un rato y luego se encogió de hombros, como si cediera a la escaramuza de Fidelma.

– Muy bien. Hace seis noches me despertaron poco antes del amanecer. Fue el jefe de la guardia personal de mi padre, Dubán, el que me despertó. Tenía…

– Limitaos a lo que sucedió en realidad -la cortó Fidelma advirtiéndola.

Crón habló entonces con una voz que parecía salir de entre sus dientes.

– Me informó de que le había sucedido algo terrible a Eber. Me dijo que lo había asesinado Móen.

– ¿Fueron exactamente ésas las palabras que utilizó? -preguntó Eadulf, que no había podido resistir la tentación de hacer esa pregunta.

Crón le lanzó una mirada con el ceño fruncido y luego volvió a dirigirse a Fidelma sin dignarse a contestar.

– Le pregunté qué había sucedido y me dijo que Móen había acuchillado a mi padre hasta la muerte y que lo habían cogido en flagrante delito.

– ¿Qué hicisteis? -preguntó Fidelma.

– Me levanté y le pregunté a Dubán qué había hecho con Móen. Me dijo que habían detenido a Móen y lo habían llevado a las caballerizas, donde está desde aquella noche.

– ¿Y después?

– Le pedí a Dubán que fuera a buscar a Teafa.

– ¿Teafa? ¿Vuestra tía? ¿Y eso por qué? -Fidelma sabía bien que Crón y Dignait le habían dicho que Teafa había educado a Móen desde pequeñito pero quería conocer todos los hechos de la historia.

– Me dijeron que Móen estaba furioso y Teafa es… era la única persona que lo podía manejar.

– ¿Porque Teafa lo educó? -inquirió Fidelma.

– Teafa se había ocupado de Móen desde que era niño.

– ¿Y qué edad tiene Móen ahora? -preguntó Eadulf.

Crón estaba a punto de no hacerle caso de nuevo, pero Fidelma alzó las cejas inquisitiva.

– Es una pregunta válida -advirtió.

– Tiene veintiún años.

– ¿Entonces es adulto? -dijo Fidelma sorprendida. Por la manera en que Crón y Dignait habían hablado de él, parecía que Móen fuera poco más que un niño-. ¿Es una persona difícil? -se aventuró a preguntar.

– Eso lo tendréis que juzgar vos misma -contestó con acritud Crón.

Fidelma inclinó la cabeza y admitió que tenía razón.

– Eso es cierto. ¿Así que creísteis que Teafa sería capaz de calmar a Móen? ¿Y luego qué sucedió?

– Dubán encontró… -Crón dudó y formuló su respuesta de otra manera-. Dubán regresó al cabo de unos minutos y me dijo que había descubierto el cuerpo de Teafa. También la habían acuchillado. Estaba claro que Móen la había asesinado primero, antes de…

Fidelma levantó la mano para interrumpirla.

– Yo estoy aquí para juzgar lo que sucedió. Eso son suposiciones vuestras. Procederemos tal como dicta la ley.

Crón mostró su desagrado.

– Mi, digamos, suposición es correcta.

– Eso ya se verá. ¿Qué sucedió después de que se os informara de la muerte de Teafa?

– Fui a despertar a mi madre y a darle la noticia.

– ¿Vuestra madre? -Fidelma se inclinó hacia delante con interés-. ¿La esposa de Eber?

– Por supuesto.

– Entiendo. ¿Hasta entonces no se había enterado de la muerte de su marido?

– Eso es lo que he dicho.

– Pero eso sucedió antes del amanecer. ¿Dónde encontraron a vuestro padre?

– En su habitación.

A Fidelma le costaba entender aquella lógica.

– ¿Así que vuestra madre no estaba con Eber?

– Estaba en su propia habitación.

– Entiendo -dijo Fidelma en voz baja. Decidió no insistir en ese punto-. ¿Y qué sucedió después?

Crón se encogió de hombros, mostrando casi indiferencia.

– Poco más que tenga relevancia. Móen, tal como he dicho, estaba encerrado. Sin que yo lo supiera, mi madre envió a un joven guerrero llamado Crítán a Cashel para informar al rey de la tragedia. Al parecer ella creyó que había de venir un brehon a investigar antes que dejar que su hija ejerciera de tánaiste. Mi madre no quería que yo fuera tánaiste.

Fidelma percibió una ligera amargura en la voz de la joven.

– Crítán regresó hace dos días y dijo que el rey iba a enviar a alguien. Mientras, enterramos a mi padre, como dicta la costumbre, en el montículo de los jefes. A Teafa también. De acuerdo con la ley, yo, heredera electa, tomé posesión del cargo. Yo hubiera podido administrar justicia perfectamente sin todas estas complicaciones.

– Eso no es así, tánaiste -dijo Fidelma con voz suave, pero firme-. No seréis jefe hasta que vuestro derbfhine se reúna y os confirme en el cargo, y eso no será hasta que pasen veintisiete días después de la muerte del jefe. Un brehon cualificado ha de ser la autoridad que se ocupe de esta investigación.

La joven tánaiste no respondió.

– Bien -dijo Fidelma-, los hechos parecen claros tal como los habéis presentado. ¿El mismo Dubán descubrió el cuerpo de vuestro padre?

Crón sacudió la cabeza.

– Fue Menma quien oyó su grito mortal y entró en la habitación de mi padre y descubrió a Móen que lo estaba asesinando.

– Ah, Menma. ¿Y quién es Menma? -inquirió Fidelma, intentando recordar dónde había oído antes ese nombre.

– Es el caballerizo de mi padre -Crón hizo una pausa y se corrigió-; mío.

Fidelma recordó que Dignait había mencionado ese nombre.

– Por lo que vosotros sabéis -continuó Fidelma al cabo de un rato- los hechos de este asunto son claros y simples. ¿No os han preocupado o desconcertado?

– No hay ningún misterio. Los hechos son claros.

– ¿Y por qué motivo creéis que Móen mató a Eber y a Teafa?

La respuesta no se hizo esperar.

– Ningún motivo lógico. La lógica no formaba parte del mundo de Móen -dijo con amargura.

Fidelma intentó entender bien lo que decía.

– Por lo que yo entiendo, Teafa había educado a Móen desde que era un bebé. Tenía mucho que agradecerle. ¿Queréis decir que la lógica no tiene nada que ver con este asunto? Entonces ¿cuál os parece que es el motivo?, porque sin duda tiene que haber un motivo.

– ¿Quién sabe lo que pasa por una mente oscura como la de Móen? -respondió la tánaiste.

Por un momento Fidelma pensó en insistir para que ofreciera una explicación. Sintió que no tenía que predisponerse a nada antes de haber hablado con él. Sin embargo, tenía que ver a una persona antes de hablar con él, y ésa era la persona que lo había descubierto en el momento del asesinato de Eber.

– Voy a hablar ahora con Menma -anunció Fidelma.

– Yo puedo ahorraros eso -dijo Crón con frialdad- ya que conozco todos los detalles de este asunto; Menma y Dubán me lo explicaron.

Fidelma esbozó una sonrisa.

– Ésa no es la forma de trabajar de un dálaigh. Es importante que yo recabe la información de primera mano.

– Lo que importa es que dictéis el castigo que Móen debe sufrir. Y que lo hagáis pronto.

– ¿Así que no albergáis ninguna duda de que Móen lo hizo?

– Si Menma dice que encontró a Móen haciéndolo, entonces es que así fue.

– Eso no lo pongo en duda -dijo Fidelma levantándose, y tras ella Eadulf. Fidelma se dirigió hacia la puerta.

– ¿Qué vais a hacer con Móen? -inquirió Crón perpleja, ya que no estaba habituada a que la gente se levantara en su presencia y se marchara antes de que ella hubiera dado la orden.

– ¿Hacer? -Fidelma se detuvo y miró un momento a la tánaiste-. Nada, por ahora. En primer lugar, hemos de hablar con todos los testigos y luego tener una vista legal, en la que se permitirá a Móen defenderse.

Crón los sorprendió al soltar una risotada. Parecía ligeramente histérica.

Fidelma esperó pacientemente a que remitiera y luego siguió preguntando.

– ¿Quizá podáis decirnos dónde podemos encontrar a ese hombre, Menma?

– A esta hora, lo encontraréis en las cuadras, justo detrás del hostal de huéspedes -respondió Crón entre risas.

Cuando estaban a punto de abandonar la sala de reuniones, Crón consiguió controlarse y les pidió que esperaran un momento. Se puso seria.

– Sería muy sensato juzgar este asunto lo antes posible. Mi padre era una persona querida entre su gente. Bueno y generoso. Muchos entre mi gente consideran que las antiguas leyes de compensación no son adecuadas para castigar este crimen y que las palabras de la nueva fe, el credo del justo castigo, son más apropiadas. Ojo por ojo, diente por diente, fuego por fuego. Si no os ocupáis de Móen con rapidez, puede que haya manos dispuestas a exigir que se haga justicia.

– ¿Justicia? -inquirió Fidelma con voz glacial, mientras se giraba de frente a la joven tánaiste-. ¿Os referís a la venganza del populacho? Bueno, como jefa electa de este clan… suponiendo que vuestro derbfhine os confirme en el cargo… podéis dar a conocer mis palabras: si alguien toca a Móen antes de que sea juzgado de acuerdo con la ley, será también juzgado. Prometo que no me importa el rango que tenga ese alguien.

Crón trago saliva al encontrarse con el frío ataque de ira de la religiosa.

Fidelma respondió a la mirada hostil azul glacial de la joven con la misma frialdad.

– Una cosa más que quisiera saber -añadió-. ¿Quién ha predicado un credo de justo castigo en nombre de la fe?

La tánaiste alzó la barbilla.

– Ya os he dicho que aquí sólo hay una persona que se ocupa de las necesidades de la fe.

– ¿El padre Gormán? -sugirió Eadulf.

– El padre Gormán -confirmó Crón.

– Este padre Gormán parece que no conoce la filosofía de las leyes de los cinco reinos -observó Fidelma con calma-. ¿Y dónde podemos encontrar al buen abogado de la fe? ¿En su iglesia?

– El padre Gormán está visitando algunas granjas alejadas. Mañana estará de regreso aquí.

– Estoy impaciente por conocerlo -contestó Fidelma irónicamente mientras salía de la sala.

Resultó que Menma era un hombre fornido, feo y con una densa barba pelirroja. Lo encontraron sentado sobre el tronco de un árbol, frente a las caballerizas, afilando una guadaña con una piedra. Se detuvo y levantó la mirada cuando Fidelma y Eadulf se aproximaron. Tenía una expresión astuta. Se puso lentamente de pie.

Eadulf oyó que Fidelma respiraba hondo y la miró sorprendido. La joven examinaba con curiosidad los rasgos de zorro astuto de Menma. Se detuvieron delante de él. Eadulf percibió un olor rancio y desagradable. Miró con asco la mata de pelo sucio y la barba del hombre y cambió ligeramente de posición, ya que parecía que la brisa soplaba la peste hacia él.

Menma dio un tirón de su barba roja cuando Fidelma llegó ante él.

– ¿Sabéis que soy abogada de los tribunales y que el rey de Cashel me ha encomendado investigar el asesinato de Eber?

Menma asintió lentamente con la cabeza.

– Ya me lo han dicho, hermana. La noticia de vuestra llegada ha corrido con rapidez.

– ¿Me han dicho que vos descubristeis el cuerpo de Eber?

El hombre parpadeó.

– Así es -dijo después de reflexionar un momento.

– ¿Y cuál es vuestro trabajo en el rath de Araglin?

– Soy el caballerizo del jefe.

– ¿Hace mucho tiempo que servís al jefe?

– Crón será el cuarto jefe de Araglin a quien serviré.

– ¿Cuatro? Eso son sin duda muchos años de servicio.

– Yo era un muchachito en las cuadras de Eoghan, cuya vida se recuerda con la cruz que señala las tierras del clan en el camino que baja de las altas montañas.

– La hemos visto -afirmó Eadulf.

– Luego vino el hijo de Eoghan, Erc, que murió combatiendo contra los Uí Fidgente -continuó Menma como si no lo hubiera oído-. Y ahora Eber ha pasado a mejor vida. Así que ahora sirvo a su hija Crón.

Fidelma esperó un momento, pero el hombre no continuó. La joven contuvo un suspiro.

– Decidme en qué circunstancias encontrasteis a Eber.

Por primera vez los ojos azul claro de Menma mostraron una expresión de ligero asombro.

– ¿Las circunstancias, señora?

Fidelma se preguntó si el hombre era lento.

– Sí -dijo ella con paciencia-. Decidme cuándo y cómo descubristeis el cuerpo de Eber.

– ¿Cuándo? -Los músculos del ancho rostro del hombre se arrugaron-. Fue la noche en que mataron a Eber.

El hermano Eadulf se giró para ocultar su risa.

Fidelma gruñó para sus adentros, al darse cuenta del tipo de persona con la que estaba tratando. Menma era lento. No era tonto, sino simplemente una persona cuyos pensamientos se movían lenta y pesadamente. ¿O lo hacía a propósito?

– ¿Y cuándo fue eso, Menma? -preguntó Fidelma como engatusándolo.

– Oh, eso fue hace ya seis noches.

– ¿Y la hora? ¿A qué hora encontrasteis el cuerpo de Eber?

– Fue antes del amanecer.

– ¿Y qué estabais haciendo a esa hora en las habitaciones del jefe?

Menma levantó su mano enorme y nudosa y se pasó los dedos por el cabello.

– Mi trabajo es llevar los caballos a pastar y supervisar el ordeño de las vacas. También es trabajo mío cortar la carne para la mesa del jefe. Yo me levanté y me dirigía a las caballerizas. Cuando caminaba junto a las habitaciones de Eber…

Fidelma se inclinó hacia delante con rapidez.

– ¿He de suponer que para hacer el camino desde vuestra cabaña a las cuadras tenéis que pasar por las estancias de Eber?

Menma se la quedó mirando sorprendido, como si no llegara a entender que ella tuviera necesidad de hacer esa pregunta.

– Todo el mundo lo sabe.

Fidelma esbozó una sonrisa.

– Habéis de tener paciencia conmigo, Menma, ya que soy extraña en el lugar y no sé esas cosas. ¿Podéis señalarme la habitación de Eber desde aquí?

– Desde aquí no, pero sí desde allí.

Menma levantó la guadaña e indicó la situación con la hoja.

– Mostradme.

Muy a desgana, Menma los condujo desde las caballerizas, rodeando por detrás la casa de huéspedes y siguiendo la pared de granito de la sala de asambleas, hasta un camino bien marcado entre los edificios. Al parecer las habitaciones de Eber estaban frente a la sala de asambleas, hacia el hostal de los huéspedes. Volvió a señalarlas con la hoja de su guadaña. Era un conjunto de edificios de madera construidos alrededor de la sala de asambleas, entre el muro de ésta y la capilla de piedra. Menma señaló una de ellas.

– Ésas son las habitaciones de Eber. Ésa es la puerta por la que entré, pero hay otra que conecta sus estancias desde el interior con la sala de asambleas.

– ¿Y dónde está vuestra cabaña?

Volvió a señalar con su guadaña. Fidelma entendió que el camino que llevaba a Menma hasta las cuadras pasaba junto a la capilla de piedra y las habitaciones de Eber. No es que dudara de Menma, simplemente quería que la geografía del lugar quedara firmemente grabada en su mente.

– ¿Quién se ocupa de ordeñar las vacas? -preguntó mientras caminaban lentamente de regreso a las cuadras.

Se preguntaba si Eadulf se daba cuenta de que resultaba inusual que un hombre se ocupara de las labores de ordeño. En la mayoría de comunidades ganaderas, la gente se levantaba al amanecer y el primer trabajo del día era que el caballerizo soltara los caballos en las pasturas y que las mujeres ordeñaran las vacas. Por lo tanto era extraño que el encargado de las caballerizas supervisara el ordeño de las vacas y también se ocupara de los caballos.

– Las mujeres siempre hacen el ordeño -contestó Menma, imperturbable.

– ¿Entonces por qué teníais que supervisarlas?

– Así se ha hecho durante las últimas semanas -respondió Menma frunciendo el ceño-. Ha habido algunos robos de ganado en el valle y Eber me pidió que controlara su ganado cada mañana.

– ¿Es algo inusual el robo de ganado? ¿Han cogido alguna vez a los ladrones?

Menma se pensó la pregunta frotándose la barbilla frondosa.

– Era la primera vez que alguien se atrevía a robar al clan de Araglin. Somos una comunidad aislada. Dubán anduvo buscando durante días, pero perdió la pista de los ladrones en las altas pasturas.

– ¿Y eso?

– Había demasiadas huellas de animales por allá arriba.

Fidelma sintió frustración. Sacarle información a Menma era como arrancarle una muela.

– Continuad. Era justo antes de la primera luz del día. Ibais de camino a supervisar el ordeño de las vacas y pasabais junto a la cabaña de Eber. ¿Y entonces?

– Fue entonces cuando oí un sonido como un gemido.

– ¿Gemido?

– Pensé que Eber estaría enfermo y entonces grité preguntándole si necesitaba ayuda.

– ¿Y qué sucedió?

– Nada. No obtuve respuesta y el gemido continuaba.

– ¿Y entonces qué hicisteis?

– Entré en sus habitaciones. Lo encontré en el dormitorio.

– ¿Era Eber el que gemía?

– No, era su asesino, Móen.

– ¿Y visteis el cuerpo de Eber inmediatamente?

– Al principio no. Vi a Móen arrodillado junto a la cama, agarrando un cuchillo.

– Habéis dicho que fue antes del amanecer. Luego debía de estar oscuro. ¿Cómo podíais ver en el interior del dormitorio de Eber?

– Había una lámpara encendida. Con esa luz vi a Móen claramente. Estaba inclinado sobre la cama. Vi el cuchillo en su mano.

Menma hizo una pausa y su rostro se retorció de asco al recordar la escena.

– A la luz de la lámpara vi que el cuchillo estaba manchado. Vi manchas en la cara y en las ropas de Móen. Sólo cuando vi el cuerpo desnudo de Eber, atravesado en la cama, me di cuenta de que las manchas eran de sangre.

– ¿Os dijo algo Móen?

Menma resopló por la nariz.

– ¿Decir? ¿Qué iba a decir?

– ¿Lo acusasteis de matar a Eber?

– Sin duda resultaba obvio que lo había hecho él. No, fui inmediatamente en busca de Dubán.

– ¿Y dónde encontrasteis a Dubán?

– Lo encontré en la sala de asambleas. Me dijo que continuara con mi trabajo, ocupándome de los caballos y las vacas, que los animales no pueden esperar por los caprichos de los hombres.

– ¿Móen se quedó solo durante ese tiempo?

– Por supuesto.

– ¿No pensasteis que se escaparía?

Menma parecía perplejo.

– ¿Escapar?, ¿adónde?

Fidelma lo instó a continuar.

– ¿Qué sucedió entonces?

– Yo sacaba a los caballos cuando Dubán y Crítán llegaron a las caballerizas con Móen.

– ¿Crítán? Ah, sí; creo que fue el guerrero que cabalgó hasta Cashel.

– Es uno de los guerreros de Dubán -confirmó Menma.

– ¿Y después?

– Llevaron a Móen a las caballerizas, donde Crítán lo engrilletó. Las caballerizas se usan como prisión, ya que no tenemos otro sitio para encerrar a nadie en Araglin.

– ¿Móen no ofreció ninguna explicación, ni se defendió del asesinato? ¿Admitió al menos haber cometido el crimen?

Menma estaba asombrado.

– ¿Cómo iba a decir nada? Como os digo, resultaba obvio lo que había sucedido.

Fidelma intercambió una mirada de sorpresa con Eadulf.

– ¿Y entonces qué hizo Móen? ¿Se resistió a ir a la prisión?

– Forcejeó y lloriqueó cuando Crítán le ponía los grilletes. Dubán fue entonces a despertar a Crón para explicarle lo sucedido.

– Entiendo. ¿Y no habéis tenido ningún otro contacto con Móen desde que lo encerraron?

Menma se encogió de hombros.

– Veo a esa criatura cuando voy a las caballerizas. Pero Crítán se ocupa de él. Crítán y Dubán son sus cuidadores.

Fidelma sacudió la cabeza dubitativa.

– Gracias, Menma. Tal vez necesite haceros más preguntas. Pero ahora voy a hablar con Dubán.

Menma señaló hacia la entrada de la cuadra donde se veía al guerrero de mediana edad que los había recibido al llegar hablando con un joven.

– Son Dubán y Crítán.

Hizo ademán de irse, pero Fidelma lo retuvo.

– Una cosa más. ¿Soléis levantaros antes de la primera luz del día para ocuparos de los caballos?

– Siempre. La mayoría de la gente de aquí está levantada al amanecer.

– ¿Hoy os habéis levantado antes de la primera luz de la mañana para ocuparos de los caballos?

Menma frunció el ceño.

– ¿Esta mañana?

Fidelma intentó controlar su irritación.

– ¿Os habéis ocupado de los caballos esta mañana? -repitió secamente.

– Os he dicho que cada mañana, antes de las primeras luces me ocupo de ellos.

– ¿Y a qué hora os fuisteis a dormir anoche?

Menma sacudió la cabeza como si intentara recordarlo.

– Tarde, creo.

– ¿Creéis?

– Estuve bebiendo hasta tarde.

– ¿Estabais con alguien?

El hombretón sacudió la cabeza en señal de negación.

Cuando se hubo marchado, Fidelma lanzó una mirada a Eadulf que la contemplaba, obviamente perplejo.

– ¿Qué tienen que ver las acciones de Menma de esta mañana con los asesinatos de la semana pasada? -inquirió.

– ¿Lo habéis reconocido? -le preguntó Fidelma.

Eadulf frunció el ceño.

– ¿Reconocer, a quién? ¿A Menma?

– ¡Por supuesto! -Le irritaba la lentitud de Eadulf.

– No. ¿Tenía que reconocerlo?

– Estoy convencida de que era uno de los hombres que atacó el hostal esta mañana.

Eadulf abrió la boca asombrado. Tenía en la punta de la lengua la pregunta «¿Estáis segura?», pero se dio cuenta de que lo único que originaría sería una réplica airada. Fidelma no diría que estaba convencida si no lo estuviera.

– Entonces ha mentido.

– Exactamente. Juraría que era el mismo hombre. Recordaréis que los atacantes pasaron cabalgando junto a nosotros. Yo observé a uno de ellos con rasgos especialmente desagradables y una densa barba pelirroja. Yo no creo que me viera para poder reconocerme. Pero era Menma.

– No es el único misterio que hay aquí. ¿Cómo puede ser que todo el mundo acepte la culpabilidad de Móen sin hacer ningún esfuerzo por descubrir por qué mató a Eber y a Teafa?

Fidelma asintió con la cabeza ante lo pertinente de la observación.

– Vayamos a ver si la historia de Menma concuerda con la de Móen.

Se dirigieron hacia los dos guerreros que estaban junto a las puertas de las cuadras. El joven, apenas poco más que un muchacho, tenía el cabello rubio sucio y rasgos vulgares, y se apoyaba contra el poste de la puerta. Llevaba colgado un escudo redondo del hombro y una espada en el costado derecho. Los dos hombres se habían girado para observar a Fidelma y Eadulf, que se acercaban. El guerrero más joven no cambió de postura mientras miraba fijamente a Fidelma sin ocultar su curiosidad. Estaban callados.

– ¿Sois realmente la brehon? -preguntó el joven.

Por el sonido de su voz parecía que tenía un perpetuo dolor de garganta. Fidelma no respondió, sino que mostró su desaprobación ante aquel saludo y dirigió su atención al guerrero de mediana edad.

– ¿Me han dicho que os llamáis Dubán y que estáis al mando de la guardia personal del jefe?

El fornido guerrero se agitó incómodo.

– Así es. Éste es Crítán, un miembro de la guardia. Crítán es…

– ¡Campeón de Araglin! -exclamó el joven con arrogancia.

– ¿Campeón? ¿De qué?

Tan sólo Eadulf hubiera dicho que Fidelma estaba enfadada por la pomposidad mostrada por el joven cuando ella lo había saludado.

Crítán no se desanimó con la pregunta de Fidelma.

– Decididlo vos, hermana. Espada, lance o arco. Soy al que enviaron a Cashel a informar al rey. Creo que quedó impresionado conmigo. Quiero decir para entrar en su guardia personal.

– ¿Y el rey conoce esa gran ambición vuestra? -preguntó Fidelma sin inmutarse. Era imposible saber si estaba divirtiéndose o estaba enfadada con la impertinencia del joven. Eadulf decidió que se mostraba desdeñosa con el chico.

Crítán no captó la ironía de su voz.

– Todavía no se lo he dicho. Pero en cuanto conozca mi reputación, aceptará mis servicios.

Fidelma vio que Dubán parecía incómodo con el tono jactancioso de su subordinado.

– Dubán, unas palabras con vos -dijo llevándoselo a un lado, sin hacer caso de la expresión molesta del joven.

– ¿Os dais cuenta de que soy abogada de los tribunales?

– Eso he oído -admitió el comandante de la guardia-. La noticia de vuestra llegada ya es conocida en todo el rath.

– Bien. Ahora quisiera ver a Móen.

El guerrero lanzó el pulgar por encima del hombro en dirección a la puerta cerrada del establo.

– Está ahí dentro.

– Eso me han dicho. Me gustaría interrogaros respecto al descubrimiento del cuerpo de Teafa, pero de momento me ocuparé de Móen. ¿Ha dicho algo desde que le han detenido?

Se quedó sorprendida por la expresión confusa de Dubán.

– ¿Cómo iba a hacerlo?

Fidelma iba a contestar, pero decidió que era mejor ver a Móen antes de insistir más.

– Abrid la puerta -ordenó Fidelma.

Dubán hizo una señal al subordinado jactancioso para que cumpliera la orden.

En el interior, el establo estaba oscuro, húmedo y apestaba.

– Iré a por una lámpara -dijo Dubán disculpándose-. No tenemos un lugar para encerrar a los prisioneros, así que sacamos los caballos que Eber tenía aquí y los dejamos en los pastos. Esto se ha convertido en una prisión.

Fidelma mostró su desaprobación con un resoplido, al otear en la oscuridad.

– ¿No habría algún sitio mejor para confinarlo? Este lugar apesta ya bastante sin sumar la indignidad de la oscuridad. ¿Por qué no tiene luz el prisionero?

El guerrero joven, Crítán, se rió entre dientes detrás de ella.

– Eso es ingenio, señora. ¡Eso sí!

Dubán ordenó bruscamente al joven que regresara a su puesto fuera y luego se adentró en la oscuridad. Cuando los ojos de Fidelma y Eadulf se acostumbraron a la penumbra, vieron que la silueta del guerrero se inclinaba sobre algo, después oyeron el sonido del pedernal al ser golpeado y una chispa encendió una mecha que empezó a brillar. El guerrero regresó con una lámpara en la mano. Los llamó para que se adentraran más en las cavernosas caballerizas y señaló a un rincón.

– ¡Ahí está! Ahí está Móen, el asesino de Eber.

Fidelma se adelantó.

Dubán levantó la lámpara cuanto pudo para que alumbrara el apestoso interior. En el rincón más extremo, había lo que al principio pareció un bulto de ropa sucia maloliente. El bulto se sacudió y una cadena traqueteó. Fidelma tragó saliva al ver que en realidad el bulto de ropa era un hombre que estaba engrilletado por el pie izquierdo a uno de los postes que sostenían el tejado del edificio. Luego vio una cabeza desgreñada que se levantó de una sacudida hacia ella y quedó, como escuchándola, ligeramente inclinada. Emitió un extraño sonido lloriqueante.

– Ésa es la criatura, Móen -dijo entonces Dubán a sus espaldas.