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La pequeña lancha se iba desplazando lentamente en los rápidos del río a un paso que permitía al grupo de viajeros ver el bosque circundante. Miles de árboles competían por espacio, tan lejos como alcanzaba la mirada. Vides trepadoras y plantas colgantes, algunas barriendo la superficie del agua. Loros de brillantes colores, loros arcoiris australianos y martines pescadores revoloteaban continuamente de rama en rama, de modo que el follaje parecía estar vivo con el movimiento.
– Aquí todo es tan hermoso -dijo Amy Somber, volviéndose desde los bosques a mirar a los otros-. Pero todo en lo que puedo pensar es en serpientes, sanguijuelas y mosquitos.
– Y la humedad -añadió Simon Freeman, desabrochando los dos botones superiores de su camisa-. Siempre estoy sudando igual que un cerdo.
– Esto es opresivo -estuvo de acuerdo Duncan Powell-. Me siento como si me estuviera asfixiando.
– Qué extraño -dijo Rachael Lospostos. Y era extraño. La humedad no la molestaba en absoluto. Los abundantes árboles y las vides trepadoras hacían que la sangre cantase a través de sus venas, haciéndola sentir más viva que nunca. Levantó la pesada mata de espeso cabello negro de su cuello. Siempre lo había llevado largo en memoria de su madre, pero lo había sacrificado por una muy buena causa, salvar su propia vida-. Realmente adoro esto. No puedo imaginarme a alguien lo bastante afortunado para vivir aquí -intercambió una pequeña sonrisa de camaradería con Kim Pang, su guía.
Él indicó con un gesto hacia el bosque y Rachael captó un vistazo de una ruidosa tropa de macacos de cola larga que saltaban de árbol en árbol. Sonrió cuando oyó el raspado canto de las cigarras que chupaba la savia, incluso sobre el rugir del agua.
– A mí también me gusta esto -admitió Don Gregson. Era el reconocido y respetado líder de su grupo, un hombre que visitaba a menudo el bosque pluvial y reunía fondos para los suministros médicos que eran necesarios en la región.
Rachael miró fijamente el rico y exuberante bosque, el deseo crecía en ella como una fuerza que la estremecía. Oyó la continua llamada de los pájaros, de tantos de ellos, viéndolos volando de rama en rama, siempre ocupados, siempre en vuelo. Tenía un desesperado deseo de lanzarse del barco y nadar hasta desaparecer dentro del oscuro interior.
El barco sorteó una ola particularmente picada y la lanzó contra Simon. Ella siempre había tenido una buena figura, incluso de niña, desarrollándose rápidamente con exuberantes curvas y un generoso cuerpo de mujer. Simon la apretó cerca de él cuando la cogió caballerosamente, sus senos se aplastaban contra su pecho. Sus manos se deslizaban innecesariamente hacia abajo por su columna. Ella le clavó el pulgar en las costillas, sonriendo dulcemente mientras se apartaba de sus brazos.
– Gracias, Simon, parece que las corrientes se están volviendo más fuertes -no había enojo en su voz. Su expresión era serena, inocente. Para él era imposible verla arder de rabia ante la manera que aprovechaba cada oportunidad para tocarla. Ella miró a Kim Pang. Él lo vio todo, su expresión era casi tan tranquila como la de ella, pero había notado la posición de las errantes manos de Simon-. ¿Por qué se está volviendo tan salvaje y agitado el río, Kim?
– Llovió río arriba, hay muchas inundaciones. Se lo advertí, pero Don consultó con otro y le dijeron que el río era navegable. Cuando consigamos ir más lejos río arriba, veremos.
– Pensé que estaban llegando una serie de tormentas -se defendió Don-. Comprobé el tiempo esta mañana.
– Sí, el aire huele a lluvia.
– Al menos con el viento soplando tan fuerte, los insectos nos dejarán en paz -dijo Amy-. Estoy esperando el día en que no tenga cincuenta picaduras sobre mí.
Había un enorme silencio mientras el viento tironeaba de sus ropas y azotaba a través de su cabello. Rachael mantuvo su mirada sobre la orilla y los árboles con sus ramas alzadas a las viajeras nubes. En un momento vio una serpiente enroscada alrededor de una rama baja y otra vez un descolorido murciélago volador colgando en los árboles. El mundo parecía un rico y maravilloso lugar. Un lugar lejos de la gente. Lejos de los engaños y la traición. Un lugar en el cual uno quizás fuese capaz de desaparecer sin dejar rastro. Ese era un sueño que le gustaría se hiciese realidad.
– La tormenta se está acercando. Tenemos que refugiarnos rápidamente. Si nos alcanza en el río, podríamos ahogarnos todos -Kim comunicó la siniestra advertencia, sorprendiéndola. Había estado tan absorta en el bosque que no había prestado atención al oscurecido cielo y a las amontonadas nubes.
Un colectivo grito de alarma pasó a través del pequeño grupo e instintivamente se apretaron unos contra otros en la potente lancha, esperando que Kim pudiera llevarles río arriba antes de que estallase la tormenta.
Se disparó una oleada de adrenalina a través del flujo sanguíneo de Rachael, disparando una rápida esperanza. Esta era la oportunidad que había estado esperando. Levantó la cara al cielo, olió la tormenta en el salvaje viento y sintió las gotitas sobre su piel.
– Ten cuidado, Rachael -le advirtió Simon, tirando de su brazo, intentando sujetarla sobre los bordes del barco mientras remontaban las picadas aguas río arriba hacia el campamento. Él tenía que gritar las palabras para hacerse oír por encima del rugido del agua.
Rachael le sonrió y obedientemente regresó al barco, no deseaba parecer diferente de ninguna manera. Alguien estaba intentando matarla. Quizás, incluso Simon. No estaba dispuesta a confiar en nadie. Había aprendido la lección de la manera difícil, más de una vez antes de que esto la hundiera, y no estaba dispuesta a cometer otra vez los mismos errores. Una sonrisa y una palabra de advertencia no significaban amistad.
– Ojala hubiésemos esperado. No sé por qué escuchamos a ese viejo decir que hoy era el mejor día para viajar -continuó Simon, gritando las palabras en su oído-. Primero esperamos durante casi dos días claros porque los presagios eran malos y después con la palabra de un hombre sin dientes simplemente nos subimos a la lancha como si fuésemos ovejas.
Rachael recordaba al anciano con sospechosos ojos y grandes huecos donde deberían haber estado sus dientes. La mayoría de las personas que conocieron eran amistosas, más que amistosas. Sonriendo y siempre dispuestos a compartir todo lo que tenían, la gente a lo largo del río vivía simplemente con total felicidad. El anciano la había incomodado. Los buscó, hablando con Don Gregson en la salida a pesar de la obvia renuencia de Kim Pang. Kim casi se había echado atrás en lo de guiarlos al pueblo, pero la gente necesitaba la medicina y las guardó cuidadosamente.
– ¿Es la medicina moneda de pago para los bandidos? -gritó la pregunta a Simon por encima del ruido del río.
Los bandidos eran famosos por ser de lo más común a lo largo de los sistemas fluviales de Indochina. Habían sido advertidos por más de una amigable fuente de que tuvieran cuidado cuando continuaran río arriba.
– No sólo la medicina, sino que nosotros también lo somos -confirmó Simon-. Ha habido un rastro de secuestros por algunos de los grupos rebeldes para supuestamente recaudar dinero para su causa.
– ¿Cuál es su causa? -preguntó Rachael con curiosidad.
– Hacerse ricos -Simon se rió de su propia broma.
El barco se movió a sacudidas sobre el agua, sacudiéndolos a todos, salpicando espuma del agua en sus caras y pelo.
– Odio este lugar -se quejó Simon-. Odio todo lo que tiene que ver con este lugar. ¿Cómo podrías querer vivir aquí?
– ¿En serio? -Rachael miró hacia la selva cuando se apresuraron. Enormes árboles, tan enmarañados juntos que ella no podía distinguir uno del otro, pero parecían invitantes. Un refugio. Su santuario-. Para mí es hermoso.
– ¿Incluso las serpientes? -el barco cabeceó salvajemente y Simon se agarró a un asidero para no salir lanzado por la borda.
– Hay serpientes en todos los sitios -replicó Rachael suavemente, incapaz de oír por encima del rugido del agua.
Ella había tenido cuidado al desaparecer de su casa en los Estados Unidos, había planeado cada paso cuidadosamente, con paciencia. Sabiendo que era observada, había ido casualmente al departamento de ropa y había pagado una enorme suma a una extraña para que saliera llevando sus ropas, gafas oscuras y chaqueta. Rachael prestó atención a los detalles. Incluso los zapatos eran los mismos. La peluca era perfecta. La mujer dio una vuelta lentamente a lo largo de la calle, miró escaparates, eligió una enorme tienda, se cambió de ropa en los probadores, alejándose mucho más rica de lo que jamás se había imaginado. Rachael había desaparecido sin dejar rastro en ese momento.
Compró un pasaporte y un DNI con el nombre de una mujer hacía tiempo fallecida y se marchó a un Estado diferente, uniéndose a un grupo de misioneros en un viaje de ayuda a las remotas áreas de Malasia, Borneo e Indochina. Había conseguido escapar de los Estados Unidos sin que la detectaran. Su plan había sido brillante. Excepto porque no funcionó. Alguien la encontró. Dos días antes se había encontrado una cobra en su habitación cerrada. Rachael sabía que eso no era una coincidencia. La cobra había sido dejada en su habitación a propósito. Incluso había tenido suerte de verla antes de que tuviese oportunidad de morderla, pero ella sabía que no tenía que depender de la suerte. Alguien a quien conocía podía ser un asesino a sueldo. No tenía otra opción que no fuese morir, y la tormenta proveía la oportunidad perfecta.
Rachael estaba cómoda en un mundo de decepción y traición. No conocía otro modo de vida. Sabía que era mejor no depender de nadie. Su existencia tendría que ser solitaria si se concentraba en sobrevivir. Mantenía la cara apartada de los otros, adorando la sensación del viento. La humedad debería haber sido opresiva, pero ella la sentía como un sudario, una sábana de protección. El bosque la llamaba con la fragancia de las orquídeas, con el trino de los pájaros y el zumbido de los insectos. Donde los otros se encogían a cada sonido y miraban a su alrededor temerosos, ella abrazaba el calor y la humedad. Sabía que había llegado a casa.
El barco rodeó un recodo y se dirigió hacia el desvencijado muelle. Se alzó un colectivo suspiro de alivio. Todos ellos podían oír los ruidos de caídas en la distancia y la corriente que estaba creciendo en intensidad.
Los hombres trabajaban para maniobrar el barco hacia el pequeño puerto. Un solitario hombre permanecía a la espera. El viento desgarrando sus ropas. Él miró nerviosamente el bosque circundante pero caminó hacia la fangosa plataforma que servía como pasarela, estirando su mano para coger la cuerda que le lanzó Kim Pang.
Rachael podía ver las gotas de sudor sobre su frente y resbalando por su cuello. Su camiseta estaba manchada con sudor. Había humedad, pero no era esa humedad la que la manchaba. Miró cuidadosamente a su alrededor, sus manos buscaron automáticamente su mochila. Necesitaba el contenido para sobrevivir. Notó que el hombre que tenía que atar la cuerda a su lancha para remolcarlos estaba temblando, sus manos temblaban tanto que tenía dificultades con el nudo. Él se dejó caer repentinamente, sus manos cubriendo su cabeza.
El mundo estalló en una pesadilla de balas y caos. Los frenéticos gritos de Amy obligaron a los chillantes pájaros a dejar las copas de los árboles, ascendiendo hacia las bulliciosas nubes. El humo se mezclaba con la capa de niebla. Los bandidos salían del bosque, agitando las armas salvajemente e impartiendo órdenes que no podían oírse por encima del rugir del río. A su lado, Simon se desplomó repentinamente en el suelo del barco. Don Gregson se dobló sobre él. Duncan arrastró a Amy hacia el suelo del barco y se estiró por Rachael. Eludiendo las manos de Duncan, Rachael se puso rápidamente la mochila y se libró de la soga de seguridad atada alrededor de su cintura. Kim intentaba frenéticamente acortar la cuerda intentando traerlos a la orilla.
Murmurando una silenciosa plegaria por los otros y por su propia seguridad, Rachael se desplazó hacia el costado del barco, deslizándose en el interior de las rápidas aguas y fue inmediatamente arrastrada río abajo.
Como si fuese una señal, los cielos se abrieron y vertieron un muro de agua, alimentando la fuerza del río. Debris se revolvió y se apresuró hacia ella. Seguía moviendo los pies en un esfuerzo por evitar algunas rocas o troncos sumergidos. Le costaba mantener la cabeza por encima de las agitadas olas, pero se esforzaba en que el agua no entrase en su boca o nariz mientras permitía que la corriente la arrastrase alejándola de los bandidos que corrían hacia la lancha. Nadie la vio entre el remolino de restos de ramas de árboles, y follaje que era llevado rápidamente río abajo. Se hundió una y otra vez y tuvo que luchar para volver a la superficie. Tosiendo y atragantándose, sintiéndose como si se hubiese tragado la mitad del río, Rachael empezó a intentar agarrarse a uno o dos de los árboles más grandes que había derribado la fuerza del agua. La primera vez falló y su corazón casi dejó de latir cuando sintió que el agua tiraba de ella otra vez hacia abajo. No estaba segura de que tuviese la fuerza suficiente para luchar con la monstruosa succión del río.
Su manga se enganchó en algo bajo la superficie, obligándola a detenerse mientras el agua se arremolinaba a su alrededor. Se agarró frenéticamente de una rama. Permitiendo que se le deslizara de la mano. El agua tironeaba implacablemente, tirando de sus ropas. Una bota se soltó y giró alejándose de ella. Las puntas de sus dedos tocaron el redondeado borde de una gruesa y hundida rama. Su rasgada camiseta y el agua la reclamaban, vertiéndose sobre su cabeza, forzándola hacia el fondo. De alguna manera se colgó sobre la inmóvil rama. Rachael pasó ambos brazos a su alrededor y la abrazó firmemente, una vez más irrumpiendo su cara en la superficie, jadeando por aire, temblando de miedo. Era una nadadora fuerte, pero no había manera de que pudiera permanecer con vida en las enfurecidas aguas.
Rachael se aferró a la rama, luchando por aire. Ya estaba exhausta, sus brazos y piernas parecían de plomo. Aunque había ido con la corriente, el intentar mantener la cabeza fuera del agua había sido una terrible lucha. Incluso ahora el agua luchaba para llevársela de vuelta, tirando de ella, arrastrando su cuerpo continuamente. Cuando fue capaz se pegó a lo largo del árbol caído hasta que estuvo apretada entre el tronco y las ramas y pudo tirar de si misma lo suficiente para llegar al enorme montón de raíces. Ahora estaba en el lado alejado del río, lejos de los rebeldes y esperaba que también fuese demasiado difícil verla bajo el aguacero.
Concentrándose en cada pulgada que pudiera ganar, Rachael empezó a moverse rápidamente hacia la rama más cercana. Una serpiente le acarició la cadera y se apartó. No podía decir si era a vida o muerte pero todo esto hacia que su corazón latiese con más fuerza. Cuidadosamente arrastró su cuerpo a lo largo de la raíz, extrayéndose a si misma fuera del agua, jadeando allí tendida, temerosa de su precaria posición. Un movimiento en falso podría enviarla de vuelta al agua. Los árboles se estremecían cuando el agua intentaba liberarlos de su ancla.
La rama estaba resbaladiza por el lodo del terraplén de donde se había desprendido, pero formaba una especie de puente sobre la orilla. Parecía estar a un millón de millas de distancia. Todo ello mientras llovía, y agregándose a la resbaladiza superficie. Rachael envolvió sus brazos alrededor de la raíz y se deslizó lentamente, pulgada a pulgada, sobre el retorcido y curvado miembro. Resbaló varias veces y tuvo que abrazar la raíz, su corazón se aceleró hasta que pudo recuperar su valor y seguir adelante. Una eternidad después se las ingenió para caminar sobre el terraplén. Su pie se hundió en el lodo que succionó su bota cuando intentó liberarse.
Rachael se sacó la bota restante y la lanzó lejos al interior del agua, apartándola de los árboles donde quizás lograría llamar la atención hacia donde ella se las había ingeniado para llegar a la orilla. Su única esperanza era que el árbol, sujeto sobre unas precarias raíces, fuese barrido río abajo, sin dejar rastro de ella.
Descalza, el fango aplastado entre sus dedos, empapada y tiritando de miedo, Rachael se arrastró sobre el pantano hacia la línea de árboles del camino. Sólo entonces intentó ver lo que estaba ocurriendo en la orilla contraria. Había sido arrastrada cientos de yardas río abajo y la lluvia formaba una cortina casi impenetrable. Rachael se hundió detrás del follaje, mirando a través de la cortina de lluvia mientras se ponía sus botas de repuesto, traídas por si tuviera que sacrificar su otro par de tener la oportunidad de saltar por la borda. Ella no había contado con las salvajes corrientes, pero la oportunidad de escaparse, a pesar del peligro, era demasiado buena para dejarla escapar.
Los bandidos parecían estar enfadados, conduciendo aquellos que quedaban con vida a un pequeño grupo tembloroso. Todos ellos estaban sacudiendo sus cabezas. Varios hombres se paseaban a lo largo de la rivera buscando algo… o alguien. El corazón de Rachael se hundió. Tenía una furtiva sospecha de que la incursión se había llevado acabo para matarla a ella. ¿Qué mejor manera de asegurar su muerte que encontrarse con una bala perdida mientras eran rodeados como prisioneros para raptarlos? El rapto era un suceso bastante común y a los bandidos podía comprárseles fácilmente para llevar a cabo un asesinato. Rachael ajustó su mochila, echó un último vistazo al río y se internó en la jungla.
No podía dejar de temblar mientras corría a través del bosque, buscando un casi imperceptible camino que la dirigiese hacia el interior. Había pasado casi un año preparándose para ese momento. Corría cada día, hacía pesas y escalada. No era una mujer particularmente pequeña pero aprendió como convertir cada libra en músculo. Un instructor privado trabajó con ella la autodefensa, lanzamiento de cuchillos y lucha con palos. Había ido tan lejos como para investigar libros de supervivencia, comprometiéndose tanto como podía para memorizarlos.
El viento agitó el espeso dosel en todas direcciones, duchando a Rachael con hojas y ramitas y una multitud de flores. A pesar del viento, el denso dosel ayudaba a escudarla de la lluvia, rompiendo la sólida pared de agua de modo que cayese con un apagado ritmo. Ella iba tan rápido como podía, decidida a poner la mayor distancia entre el río y su destino. Estaba segura de que podría construir o encontrar una de las viejas viviendas nativas. Una choza con tres paredes de hojas y corteza y un techo inclinado. Había estudiado el diseño y parecía lo bastante simple para seguirlo.
A pesar de tiritar continuamente, Rachael se movió con confianza y esperanza. Por primera vez en meses la terrible fuerza que presionaba sobre sus hombros se disipó. Tenía una oportunidad. Una oportunidad real para vivir. Quizás tuviera que vivir sola, pero podía elegir como viviría.
Algo se rompió en la maleza a su izquierda pero apenas miró en esa dirección, confiando en su sistema de advertencia para alertarla de haber sido una amenaza real. El agua chapoteaba en sus botas, pero no se atrevía a tomarse el tiempo para cambiarse por ropas secas. Eso no haría ningún bien; tenía que cruzar varios terrenos inundados, algunos con fuertes corrientes. Se vio forzada a usar las enredaderas para agarrarse en la subida de una escarpada cuesta para mantener su camino. Rachael Lospostos se había ido para siempre, trágicamente ahogada cuando intentaba llevar suministros médicos a un pueblo remoto. En su lugar, nació una nueva e independiente mujer. Sus manos dolían por las muchas veces que se había arrastrado para subir las escarpadas rocas para internarse profundamente en el bosque.
La noche empezaba a caer. El interior era oscuro, y sin el ocasional rayo de la luz del sol abriéndose paso a través de las copas, el mundo a su alrededor cambiaba radicalmente. El vello de la parte posterior del cuello se le erizó. Dejó de andar y tomó tiempo para mirar dentro de la red de ramas que corría sobre su cabeza. Era la primera vez que realmente miraba a sus alrededores.
El mundo era un exuberante alboroto de colores, cada sombra de verde competía con los vividos colores brillantes que brotaban en lo alto y bajo de los troncos de los árboles. Por encima de su cabeza y sobre el suelo del bosque, flores, fauna y hongos competían por el espacio en ese secreto y oculto mundo. Incluso bajo la lluvia podía ver evidencias de vida salvaje, sombras volando de rama en rama, lagartos deslizándose en el follaje. En una ocasión localizó a un evasivo orangután en lo alto de los árboles, metido en un nido de hojas. Se detuvo y se quedó mirando a la criatura, asombrada ante lo bien que se sentía.
Rachael encontró un camino muy difuso, apenas perceptible en la riqueza de espesa vegetación que cubría el suelo del bosque. Se dejó caer sobre una rodilla, mirando intensamente el camino. Los humanos habían usado el camino, no sólo los animales. Se alejaba del río, internándose profundamente en el interior. Exactamente lo que ella estaba buscando. Siguiendo el imperceptible camino que bajaba, pero permaneciendo en él, aligeró el paso mientras se movía hacia el corazón del bosque.
Algo en ella estaba cobrando vida. Ella lo sentía moverse en su interior. Conciencia. Calor. Alegría. Una mezcla de cada emoción. Quizás fuese la primera vez que sentía que tenía una oportunidad para vivir. Rachael no conocía la razón. Estaba exuberante. Cada músculo dolía. Estaba cansada, dolorida y calada hasta los huesos, pero se sentía feliz. Debería haber estado asustada, o al menos nerviosa, pero quería cantar.
Cuando la oscuridad cubrió el bosque, debería haber estado a ciegas, pero sus ojos parecieron ajustarse rápidamente a un tipo de visión diferente. Podía distinguir cosas, no sólo la altitud de los troncos de los árboles con multitud de fauna subida en ellos, sino pequeños detalles. Ranas, lagartos, incluso pequeños capullos. Sus músculos zumbaban y vibraban a tono con la naturaleza que la rodeaba. Un tronco caído no era obstáculo sino una oportunidad para saltar, sintiendo el acero en sus músculos, un conocimiento de cómo trabajaban sin incidentes bajo su piel. Ella se sentía casi como si pudiera oír la misma savia corriendo en los árboles.
El bosque estaba vivo con insectos, grandes arañas y libélulas. Escarabajos moviéndose trabajosamente a lo largo de la tierra y sobre los árboles y hojas. Un mundo dentro de otro mundo, y todo él sorprendente, incluso familiar. Se oía el batir de alas cuando los pájaros nocturnos volaban de árbol en árbol y los búhos iban de caza. Un coro de ranas empezó a croar, gritando ruidosamente cuando los machos buscaron a las hembras. Llegó a ver una serpiente voladora, zigzagueando de una rama a la otra.
Sonriendo, Rachael continuó, sabiendo que estaba en el sendero correcto. Sabiendo que estaba finalmente en casa. A lo lejos, oyó el sonido de disparos, ahogados y tenues, atenuados por el ruido de la lluvia y lo distante que estaba ella del río. El sonido parecía intrusivo en su paraíso. Trayendo una extraña y siniestra advertencia con ello. Con cada paso su alegría disminuía y el miedo empezaba a crecer. Ya no estaba sola. Estaba siendo observada. Acechada. Cazada.
Rachael miró cuidadosamente a su alrededor, prestando particular atención a la red de ramas por encima de su cabeza, buscando sombras. Los leopardos eran raros, incluso allí en el bosque pluvial. Seguramente, uno no podía haberla encontrado y caminado suavemente en silencio tras ella. La idea era aterradora. Los leopardos eran cazadores mortales, rápidos y despiadados, capaces de derribar una enorme presa. La piel le picaba de la inquietud y puso más cuidado cuando se movió a lo largo del camino hacia cualquier lugar que el destino hubiese decretado para ella.
La lluvia cayó constantemente, no una lenta llovizna, sino láminas de palpitante lluvia tan densa que la visibilidad era prácticamente nula. Los truenos sacudían los árboles, resonando a través del alto dosel de la copas de los árboles del bosque, todos los caminos conducían a profundos cañones y desfiladeros cortados en la tierra por desbordamientos de agua. El relámpago iluminaba el suelo del bosque, revelando enormes helechos, denso follaje y una gruesa alfombra de agujas, hojas y una incontable turba hecha de cientos de especies de plantas.
La inesperada luz cayó a través del cazador, mostrando los duros ángulos y planos de su cara en un rudo relieve. El agua relucía en el espeso y ondulado cabello negro que caía sobre su frente. A pesar del elevado peso de la enorme mochila a su espalda, se movía fácilmente y en silencio. No parecía estar preocupado por las fuertes precipitaciones que empapaban sus ropas mientras seguía el estrecho camino. Sus ojos se movían sin descanso, siempre buscando movimientos en la oscuridad del bosque. De un frío ártico, sus ojos no mostraban piedad, no tenían vida, eran los ojos de un predador buscando su presa. No mostraba signo de que la espectacular demostración de la naturaleza le preocupara. En vez de eso, parecía mezclarse en ello con fluida gracia animal, muy en sintonía con el primitivo bosque
Un paso detrás de él, igual que una borrosa sombra lobuna, merodeaba un leopardo longibanda de cincuenta libras [1], ojos resplandecientes, tan alerta como el cazador. Por la derecha, observando hacia delante y después su camino a la espalda, un segundo leopardo, gemelo del primero, tenía a los pequeños animales del bosque temblando alarmados a su paso. Los tres se movían juntos, una única unidad entrenada.
Por dos veces, el cazador estiró su mano deliberadamente y retorció una enorme hoja, permitiéndole volver a su lugar. En algún lugar detrás de ellos crujió una rama, el sonido lo llevó el implacable viento. El leopardo que rastreaba dio un salto volviéndose, enseñando los dientes, siseando en amenaza.
– Fritz -la simple palabra fue bastante reprimenda para hacer que el animal se calmara al lado del hombre mientras ellos seguían su camino a través de la mojada vegetación sobre el suelo del bosque.
La misión había sido un éxito. Habían vuelto a secuestrar al hijo de un hombre de negocios japonés de los rebeldes, salieron corriendo cruzando el borde del río, su equipo se separó y se fundieron en el interior del bosque. Drake era responsable de llevar al chico a la familia que lo esperaba y salir del país, mientras Rio deliberadamente conducía a los perseguidores alejándolos de los otros, conduciéndolos al profundo territorio conocido por cobras y otras criaturas desagradables y altamente peligrosas. Rio Santana estaba cómodo en la vasta jungla, cómodo con estar solo rodeado de peligro. El bosque era su hogar. Siempre sería su hogar.
Rio aceleró el paso, casi corriendo, dirigiéndose al aumentado banco del furioso río. El agua había estado creciendo constantemente durante horas y tenía poco tiempo si quería conseguir que los leopardos cruzasen con él. Dirigió a sus enemigos a través del bosque, haciéndolos ir varias veces en círculo, pero manteniéndose fuera de alcance para obligarles a seguir detrás de él. Sus hombres se reportaron uno por uno. La radio crepitaba en la tormenta, pero con cada murmullo de estática, él daba otro suspiro de alivio.
El continuo ruido del correr del agua era demasiado alto, ahogando todo sonido de modo que tenía que confiar en el par de gatos para dar la alarma si sus tenaces adversarios lo cogían antes de lo que él planeaba. Encontró el alto árbol al lado del terraplén. El árbol tenía un tronco gris plateado rematado en una plumosa corona de un radiante verde y se elevaba alto sobre el banco, haciéndolo fácil de reconocer. El agua ya se arremolinaba a su alrededor, moviéndose con rapidez, arrastrando las raíces que rodeaban el ancho tronco. Hizo una seña a los gatos para que lo siguieran cuando lo pasó rápidamente por lo alto, en la copa, saltando fácilmente de rama en rama, casi tan ágil como los borrosos leopardos. Cerca de la cima, cubiertas por el follaje, se encontraban una polea y una honda que había asegurado antes. La mochila pasó primero, cruzando alto por encima del río. Llevaría más tiempo llevar a los gatos. No había red de ramas para tender un puente sobre el río y este se movía demasiado rápido para nadar. Los gatos tendrían que ser colocados uno por uno dentro del cabestrillo y arrastrarlos cruzando el río, algo que ninguno de ellos se encontraba demasiado entusiasmado por hacer. Sabían como arrastrarse fuera del cabestrillo por encima de las ramas. Esto era un escape que habían realizado y perfeccionado muchas veces.
Ya en el lado opuesto del banco, Rio se agachó entre las raíces de un alto árbol mengaris y miró a través de la torrencial lluvia al otro lado del caudaloso río. El viento le azotó la cara y sus ropas. Estaba impermeabilizado del tiempo, alzó las gafas de visión nocturna y las centró en el banco del otro lado. Ahora los tenía a la vista, cuatro de ellos. Enemigos sin rostro, furiosos por su interferencia en sus planes. Les había robado a su prisionero, alejándolos de su meta final, y estaban decididos a matarlo. Colocó su rifle en posición, ajustando la mira. Podía darle a dos antes que los otros pudieran devolver un disparo. Su posición era bastante protegida.
La radio que llevaba metida en su chaqueta crepitó. La última de las señales que había estado esperando. Vigilando constantemente a los cuatro hombres al otro lado del río, sacó la pequeña radio de su bolsillo interior.
– Adelante -dijo suavemente.
– Todo claro -proclamó la incorpórea voz. El último de sus hombres estaba a salvo.
Rio se pasó una mano sobre la cara, repentinamente cansado. Se había acabado. No tenía que tomar otra vida. Por una vez el aislamiento de su existencia era invitante. Quería tenderse y escuchar la lluvia, para poder dormir. Estar agradecido de estar con vida un día más. Metió los prismáticos en su mochila, sus movimientos lentos y ágiles, cuidando de no llamar la atención. Su señal envió a Fritz arrastrándose fuera de la maraña de raíces, profundizando en el límite de la vegetación arbórea. Los pequeños leopardos se mezclaban perfectamente con las hojas y el suelo de la jungla. Era casi imposible detectarlos.
El relámpago destelló en lo alto, el estruendo del trueno creciendo a través del bosque. Rio no sabía si fue el trueno o los gatos los que asustaron a un jabalí adulto que huyó a través de la maleza. Inmediatamente el cielo explotó con ráfagas de llamas rojas, una oleada de balas tendidas como un puente sobre el río que destrozaron la maraña de raíces. Astillas de corteza salpicaron su cara y cuello, cayendo inofensivas sobre su espesa ropa. Algo le mordió la cadera, resbalando sobre la carne y despellejándola a medida que continuaba avanzando.
Rio apoyó el rifle en su hombro, su objetivo ya elegido, lanzó dos mortales rondas en respuesta. Siguió con una ráfaga de fuego, tirándose rápidamente al suelo para cubrirse mientras se largaba a seguir a los gatos. Sus perseguidores no serían capaces de cruzar el río, y con dos muertos o heridos, abandonarían la búsqueda por el momento. Pero volverían y traerían refuerzos. Esa era una manera de vida. Ninguna que hubiese elegido necesariamente, pero era la única que había elegido.
Dispersos tiros zigzaguearon a través de los arbustos, enfadadas abejas sin puntería. El río ahogó las amenazas que le lanzaban, las promesas de retribución y sangre. Se echó el rifle al hombro y se deslizó en el interior del profundo bosque, permitiendo que la progresiva vegetación lo escudara.
Rio se impuso un paso duro. La tormenta era peligrosa, el viento amenazaba derribar más de un árbol. Los gatos compartían su vida, pero tenían la libertad de elegir su propio camino. Esperaba que buscaran cobijarse, pasar la tormenta bajo protección, pero ellos permanecían cerca de él, volviéndose ocasionalmente hacia los árboles para viajar a lo largo de la autopista de enredadas ramas. Ellos lo observaban expectantes, preguntándose por qué no se unía a ellos, pero manteniéndose a su regular ritmo.
Viajaron durante millas bajo la empapada lluvia. Cerca de casa, Rio estaba empezando a relajarse cuando Fritz elevó su cabeza, súbitamente alerta, girándose de forma brusca para rozar al hombre que instantáneamente se detuvo, haciéndose casi invisible, una sombra entre los altos árboles. Detrás de él, el segundo gato se pegó al suelo, congelado, una estatua con ojos brillantes. Rio siseó suavemente entre sus dientes e hizo una pequeña señal circular con una mano. Fritz inmediatamente desapareció en el bosque, moviéndose cuidadosamente, deteniéndose al lado de un árbol. El animal rodeó el largo tronco una vez, entonces, igual que un silencioso espectro, regresó al hombre. Juntos, los tres se aproximaron, asegurándose de no hacer más ruido que el que hacía el Leopardo Longibanda. Haciendo caso omiso a la ferocidad de la tormenta que rugía a su alrededor, Rio inspeccionó el árbol cuidadosamente. Una cuerda alcanzaba de un tronco a otro.
– Esto no es un garrote -murmuró en voz alta a los gatos-. Sólo es un trozo de cuerda, ni siquiera oculta. ¿Por qué delatarían su presencia de esta manera? -desconcertado, examinó el suelo, claramente esperando una trampa de algún tipo. Era imposible encontrar una pista en la empapada vegetación. Indicó a los animales que se extendieran y continuó con más precaución a lo largo del débil rastro.
Rio siempre se cuidaba de usar diferentes rutas para alcanzar el árbol al lado del río. Si alguien hiciera una inspección cuidadosa del árbol, encontrarían muy probablemente las marcas de garras de un leopardo, o pensarían que algunas cicatrices habían sido causadas por las improvisadas escaleras, estacas, escalones, para alcanzar un nido de abejas salvajes. Él dejaba poca o ninguna señal, y siempre se llevaba el sistema de poleas con él. Aún así, si su ruta había sido comprometida, era posible que los rebeldes hubiesen enviado un asesino por delante para rodearle y acaso mentir, en espera de él. Aunque su identidad era un misterio, había estado en la cima de la lista de éxitos durante mucho tiempo.
Su casa estaba en el profundo interior del bosque pluvial. Solía usar diferentes rutas para llegar allí, a menudo trepaba a los árboles para no dejar rastro, pero aún así, cualquiera que hubiera podido encontrarlo tenía que haber sido bastante persistente. Era más que bueno para rastrear y algunos de su tipo se vendían si el dinero era lo bastante bueno.
Las raíces de los árboles eran altas y abiertas en un amplio abanico, acaparando un considerable territorio como si lo demandase. Las grandes redes de raíces creaban una jungla en miniatura. A lo largo de los cientos de troncos, otras especies de plantas y moldes crecían para crear una miríada de colores. En el tremendo diluvio los hongos crecían sobre lo caído, podridos troncos resplandecían en la oscuridad con misteriosos verdes y blancos brillantes. La inquieta mirada de Rio observó y catalogó el fenómeno, destacándolo como poco importante hasta que registró una pequeña mancha sobre un tronco, después una minúscula muesca sobre una raíz. Un giro de sus dedos envió una silenciosa señal a los gatos. Los animales fraccionaron el área, entrecruzándose hacia atrás y adelante, siseando y escupiendo en advertencia.
Se aproximó a su casa desde el sur, sabiendo que era el lado más oculto y por lo tanto más vulnerable sería el enemigo que estuviese tendido a la espera. La casa estaba construida entre los árboles, una estructura corrida a lo largo de las más altas y gruesas ramas, por encima del suelo y nada fácil de ver con el tupido follaje. Con los años los hongos y las orquídeas cubrieron progresivamente las paredes de su casa, haciéndola casi invisible. Había fomentado el crecimiento de las gruesas vides para ocultar la casa de ojos fisgones.
Rio alzó la cabeza para oler el aire. Con la lluvia debería haber sido imposible detectar el tenue aroma de leña quemada, pero él tenía un acusado sentido del olfato. Llevaba setenta y dos horas sin dormir.
Dos semanas de cansado y duro viaje. Un cuchillo había rebanado de un lado a otro su vientre y todavía quemaba igual que un atizador caliente. Una bala afeitó la piel de su cadera. Ninguna de las dos heridas era significativa. Ciertamente las había sufrido peores a lo largo de los años, pero dejar demasiado tiempo sin tratamiento tales heridas en el bosque podría acabar en desastre. Enderezó sus hombros y se dirigió a su casa con firme determinación.
A pesar del río inundado, a pesar de todas sus cuidadosas precauciones, parecía como si el enemigo hubiese dado un rodeo para tomar la delantera y tenderse esperando en su propia casa. Un error muy estúpido y costoso.
Los gatos se aproximaron desde cada lado, avanzando a ras del suelo, moviéndose hacia los árboles donde estaba localizada la casa. Rio se quitó su mochila, dejándola sobre el suelo contra un grueso tronco. Todo el rato permaneció agachado, sabiendo que sería difícil verle con la torrencial lluvia. El viento gritaba y gemía a través de los árboles, sacudiendo hojas y lanzando pequeñas ramitas y ramas en cada dirección. No obstante permaneció estudiando la casa por un largo rato. Un débil rastro de humo se elevaba desde la chimenea para ser disipado rápidamente en el elevado dosel. Una débil luz parpadeante oscilaba desde un bajo fuego junto a las mantas de lana que colgaban sobre las ventanas pudiendo ser vislumbradas a través del siempre movible follaje. No había movimiento en la cabaña. Cualquiera que hubiese sido enviado a asesinarle o estaba todavía a una buena distancia, o le habían colocado una tentadora trampa. Rio siseó entre dientes atrayendo la atención de los gatos, dio una señal con la mano, un rápido aleteo con sus dedos y los tres, igual que oscuros fantasmas, ojearon la tierra detrás de los árboles en busca de cualquier pista que la feroz lluvia no hubiese borrado.
Ellos se movieron en un ajustado círculo hasta que llegaron a la enorme red de raíces y ramas. Los músculos de Rio se agrupaban y se contraían, ondulándose bajo la capa de piel cuando saltó al interior del árbol, aterrizando agachado con perfecto equilibrio. Los gatos se arrastraron silenciosamente dentro de la red de ramas de árbol para llegar a la terraza. Las ramas estaban pulidas por el aguacero, pero el trío de cazadores maniobró hasta la casa con cómoda familiaridad. Rio probó el suelo. Encontrándolo resistente, sacó el cuchillo de la funda de cuero oculta entre sus omóplatos. En el destello del relámpago, la larga y afilada hoja de metal destellaba brillante. Deslizó la hoja en la grieta de la puerta y lentamente, pulgada a pulgada, forzó la pesada barra de metal del interior hacia arriba.
La puerta se abrió, entonces la cerró furtivamente, la repentina corriente fría hizo elevarse las llamas del fuego, bailando y crepitando antes de volver a bajar. Rio esperó un latido de corazón para que sus ojos se ajustaran al cambio de luz. Se movió cautelosamente cruzando la amplia extensión de suelo, poniendo cuidado en sus pisadas, evitando cada tabla chirriante. Una borrosa figura se movió agitada sobre la cama.
Rio se tiró al suelo, sobre su estómago mientras que el salvaje arrebato en él rasgó a través de su cuerpo, aumentando sus sentidos. Le escocía la piel, le dolían los huesos y sus músculos se contraían. Volvió a luchar, forzando a su cerebro a trabajar, a pensar, a razonar cuando su cuerpo intentó abrazar el cambio. Por un momento su mano onduló con vida, con piel, dedos reventando como garras clavándose en el suelo de madera, entonces se retiró dolorosamente.
Permaneció inmóvil, tirado sobre el suelo, el cuchillo en sus dientes, intentando respirar a través del dolor, respirar alejaba el impulso de la transformación. Los gatos se separaron sin instrucción visible, ambos tendidos en el suelo, dos pares de ardientes ojos sobre la figura debajo de la manta. Rio podía sacar la escopeta al lado de la pared de la cama. Desde esa distancia sería fácil. En la chimenea el tronco se desintegró en brillantes carbones rojos. La luz brilló en la habitación, iluminó la cama brevemente y se marchó.
<a l:href="#_ftnref1">[1]</a> 50 libras son casi 23 kilos