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Capítulo 10

Viernes, 6. 00 h, Seattle

Will se despertó a las seis de la mañana, de vuelta en su habitación del hotel de Seattle. Había enviado su reportaje de Missoula, y después había hecho el largo trayecto de regreso en coche. Mientras escribía la historia se había sentido invadido por un único y agradable pensamiento: «Trágate esto, Walton». ¿Qué le había dicho aquel gilipollas? «Una vez es una hazaña; dos sería un milagro.»

Había rezado para que le saliera bien. Su principal temor era que en la redacción encontraran su reportaje demasiado parecido al de Macrae, otro hombre bueno entre canallas; de modo que exageró la vertiente de la milicia, añadió todo el color local posible y confió en que sucediera lo mejor. Incluso sopesó la posibilidad de eliminar la cita de la doctora acerca de lo justo del acto de Baxter, la misma palabra que aquella otra mujer había utilizado para referirse a Macrae, porque podía parecer poco natural. Sin embargo, pasarla por alto aún habría sido menos natural.

Se incorporó y cogió la Blackberry; la luz roja parpadeaba esperanzadoramente: nuevos mensajes.

Uno de Glenn Harden: «Buen trabajo el de hoy, Monroe».

Aquello era lo que había esperado escuchar. Significaba que había evitado los escollos. Ojalá pudiera ver la expresión de Walton. El siguiente mensaje tenía la apariencia de un spam: el nombre del remitente no aparecía con claridad, solo había una serie de caracteres sin sentido. Will se disponía a borrarlo cuando una palabra en la casilla de «Asunto» llamó su atención: «Beth».

Todavía no había acabado de leer todas las palabras cuando notó que se le helaba la sangre en las venas.

NO LLAME A LA POLICÍA. TENEMOS A SU MUJER. AVISE A LA POLICÍA Y LA PERDERÁ. NO LLAME A LA POLICÍA O LO LAMENTARÁ PARA SIEMPRE.