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Capítulo 48

Domingo, 23.01 h, Crown Heights, Brooklyn

Will supuso que, en circunstancias normales y tratándose de un día sagrado, aquel lugar tendría que haber estado silencioso; que las luces no habrían estado encendidas, que no habría habido aparatos en marcha, teléfonos funcionando ni comida o bebida a la vista. Will podría haber asegurado incluso que la escena que se estaba desarrollando ante él era un grave acto de sacrilegio.

Parecía la sala de control de alguna fuerza de policía. Había quizá una docena de personas sentadas frente a ordenadores, rodeadas de bandejas de correo rebosantes de papeles. En la pared del fondo se veía una gran pizarra repleta de nombres, direcciones y números de teléfono. En uno de los márgenes, Will vio una lista de nombres en la que, tras una rápida ojeada, localizó los de Howard Macrae y Gavin Curtis tachados.

– Nadie conoce la existencia de esta sala salvo la gente que trabaja en ella -dijo el rabino-, y ahora ustedes. Llevamos una semana aquí, día y noche, sin descanso, y hoy hemos perdido al hombre que organizó y que más sabía de todo esto.

– Se refiere a Yosef Yitzhok -dijo Will mirando los montones de mapas, uno de ellos de Montana, y las guías de ciudades como Londres, Copenhague o Argel.

– Todo ha sido obra suya, y hoy ha sido asesinado.

– Rabino Freilich, ¿no cree que sería mejor empezar por el principio? -preguntó TC.

El hombre los condujo hasta una mesa que parecía dispuesta para que un profesor vigilara los exámenes, y los tres tomaron asiento.

– Como saben, en su último año, el Rebbe habló a menudo del Moshiach, del Mesías. Dio largas charlas en nuestras farbrengen semanales en las que trató el asunto. Tova Chaya también está al tanto de que nosotros preservamos esas charlas para la posteridad.

TC tomó el hilo de la conversación.

– Sí. Dado que siempre daba sus charlas durante el Sabbat, el Rebbe no podía ser grabado ni filmado. Es algo que no está permitido, de manera que se confiaba en el método tradicional: en la sinagoga siempre había dos o tres personas conocidas por su excepcional memoria, personas que se situaban cerca de él, normalmente con los ojos cerrados, escuchando cada palabra y memorizando lo que decía. Luego, tan pronto como el Sabbat finalizaba, se reunían y una de ellas transcribía lo memorizado; lo sacaban de su cabeza lo más rápidamente que podían. Y mientras trabajaban, comparaban lo que cada uno recordaba, añadiendo una palabra aquí y otra allá. Es como si todavía lo viera. Aquella gente era increíble. Podían escuchar un sermón de tres horas del Rebbe y después recitarlo de memoria. Los llaman choyzers, literalmente «los que devuelven». Lo que el Rebbe decía, ellos nos lo devolvían. Eran como grabadoras humanas.

– ¿Y recuerdas, Tova Chaya, cuál era el más brillante de esos choyzers?

De repente, los ojos de TC se abrieron desmesuradamente, como si se hubiera topado con un recuerdo largo tiempo enterrado.

– ¡Pero si no era más que un muchacho!

– Es cierto, pero se convirtió en choyzer poco después de haber alcanzado la edad del bar mitzvah. Solo tenía trece años cuando empezó a memorizar las palabras del Rebbe. Tenía un don especial. -Freilich se volvió hacia Will-. Estamos hablando de Yosef Yitzhok.

– ¿Y podía memorizar sermones enteros, así, sin más?

– Él siempre decía que no podía recordar discursos completos, solo las palabras del Rebbe. Cuando el Rebbe hablaba, Yosef hacía que sus pensamientos desaparecieran, intentaba penetrar en la mente del Rebbe y convertirse en una prolongación de esta. Esa era su técnica. Nadie más podía hacerlo como él. El Rebbe le tenía un afecto especial.

El rabino se recostó en su asiento y cerró los ojos. Will no podía estar seguro, pero la pena del hombre parecía sincera.

– Como he dicho -prosiguió el rabino-, en los últimos años el Rebbe empezó a hablar cada vez con mayor frecuencia del Moshiach, a decirnos que nos preparáramos para la llegada del Mesías, y nos recordaba que el Mesías es una figura central del judaísmo, que no se trata de un concepto abstracto y remoto de la teología, sino que es real. Deseaba que creyéramos que el Mesías podía hallarse entre nosotros, aquí y ahora.

»Nadie conocía mejor que Yosef Yitzhok las enseñanzas del Rebbe en esta materia. Lo escuchaba semana tras semana. De todas maneras, lo que hacía era más que escuchar, lo que hacía era absorber, asimilar aquel material; lo digería y lo incorporaba a su persona. Entonces, en los últimos días del Rebbe, Yosef, que ya era un erudito por mérito propio, notó algo. Repasó todas las charlas que el Rebbe había dado sobre el tema del Mesías y descubrió un modelo. A menudo, el Rebbe citaba un pasuk.

– Un versículo -aclaró TC.

– Gracias, Tova Chaya. Sí, a menudo el Rebbe citaba un versículo del Deuteronomio. «Tzedek, tzedek tirdof

– «Justicia, justicia es lo que perseguirás» -murmuró TC.

– Lo que nos ofrece la traducción del libro es: «Sigue la justicia y solo a ella, de modo que puedas vivir y poseer la tierra que el Señor, tu Dios, te está dando». Pero fue la palabra «tzedek» lo que llamó la atención de Yosef, el hecho de que la utilizara tan a menudo y siempre en el mismo contexto. Era como si el Rebbe nos estuviera recordando algo.

– Quería que recordaran a los tzaddikim, a los hombres justos.

– Eso fue lo que Yosef creyó. De modo que volvió a los textos, a examinarlos a fondo, y así fue como descubrió otra cosa, algo incluso más misterioso.

Will se inclinó, clavando sus ojos en los del rabino.

– A menudo, el Rebbe, junto a la cita que he dicho, añadía otra. No siempre la misma, pero sí de las mismas fuentes; o bien el libro de los Proverbios…

– ¿Del capítulo diez?

– Sí, señor Monroe, del capítulo diez. ¿Acaso ya lo sabía?

– Piense como si solo fuera una conjetura con cierta base, pero no se interrumpa, por favor.

– Bien, como ya he dicho, el Rebbe solía citar el capítulo diez de los Proverbios o bien a los profetas, en concreto el capítulo trigésimo de Isaías. Pero eso ponía muy nervioso a Yosef Yitzhok porque los cabalistas saben algo importante acerca del versículo dieciocho de ese capítulo de Isaías. Acaba con la palabra «lo», que en hebreo significa «a él». La frase completa dice: «Benditos son los que lo esperan a él». Pero el verdadero significado de la palabra…

– Está en cómo se deletrea.

– Tova Chaya lo ha adivinado. La palabra «lo» está compuesta por dos caracteres, señor Monroe, «lamad» y «vav», que es treinta y seis. Ahora bien, el Rebbe era una persona cuidadosa que no decía las cosas por casualidad ni citaba por capricho. Yosef estaba convencido de que había una intención deliberada. Así, repasó todas las transcripciones y descubrió que en treinta y cinco ocasiones el Rebbe había hablado de tzedek y mencionado seguidamente un versículo de alguno de esos dos capítulos. Con ese sistema, nos dejó treinta y cinco versículos distintos.

– Pero…

– Ya sé qué está pensando, señor Monroe, y tiene razón. Hay treinta y seis hombres justos. Ya llegaremos a eso. Por el momento, Yosef Yitzhok se encuentra frente a treinta y cinco versículos, y se pregunta qué puede significar. Entonces se acuerda de las historias que oyó de niño, como tú, Tova Chaya, y con las que se crió; historias del fundador de los hasidim, historias del rabino Leib Sorres.

– Hombres de tal grandeza que tenían el privilegio de conocer el paradero de los hombres justos.

Will miró a Tova Chaya mientras esta hablaba y estuvo seguro de que lo había descubierto todo.

– Exactamente. Pocos hombres conocían la mente del Rebbe tan profundamente como Yosef Yitzhok, y este también conocía la valía del Rebbe; sabía que era uno de los grandes de la historia de los hasidim, y, dado que a los más grandes entre los grandes se les había permitido entrar en el secreto, no resultaba descabellado pensar que el Rebbe fuera uno de ellos.

– ¿Me está diciendo que Yosef Yitzok descubrió que el Rebbe sabía quiénes eran los treinta y seis hombres justos y que incluso fue más allá y dedujo que los treinta y cinco versículos eran pistas que revelaban su identidad?

– Exacto, Will. Yosef llegó a esta conclusión en los últimos días de la vida del Rebbe, cuando este se encontraba demasiado enfermo para poder ofrecer respuesta alguna. Apenas podía hablar.

– ¿Y qué hizo Yosef entonces?

– Estudió los treinta y cinco versículos día y noche, sin parar. Estaba convencido de que el Rebbe deseaba que se supiera, que estaba dando aquella información por algún motivo; de manera que se empeñó en descifrarlos, por decirlo de alguna forma, para averiguar qué había en ellos. Los miró desde todos los ángulos posibles, adjudicó valores numéricos a las letras, sumó, multiplicó, los reprodujo como anagramas, pero claro, había un problema lógico: ¿cómo era posible que las identidades de esas treinta y cinco personas estuvieran en aquellos versículos si dichas identidades cambiaban cada generación, pero los versículos eran siempre los mismos? Aunque supusiéramos que, por ejemplo, el versículo vigésimo incluyera el nombre del tzaddik número veinte de ese año, ¿dónde podríamos encontrar el del tzaddik número veinte para el año dos mil veinte, para el dos mil cincuenta o para años pasados? ¿Cómo es posible que los nombres de personas vivas en la actualidad se oculten en un texto que permanece estático?

»Fue entonces cuando el verdadero talento de Yosef Yitzhok se puso de manifiesto y recordó la respuesta.

– ¿Me está usted diciendo que el Rebbe ya le había dado la respuesta?

– No directamente, desde luego, pero el Rebbe se la había dado. Es decir, Yosef la había escuchado. Todo lo que necesitaba era recordarla. ¿Y sabe usted cuál era? Era la última línea de la última charla del último farbrengen al que había asistido el Rebbe: «El espacio depende del tiempo. El tiempo revela el espacio». Estas fueron las últimas palabras que el Rebbe dijo en público.

Se produjo una pausa.

– Increíble -murmuró TC.

– Lo siento, pero no entiendo nada -admitió Will, que se sentía como el tonto de la clase.

– No se preocupe. Yosef Yitzhok también se quedó perplejo. Eran hermosas palabras, pero también eran un enigma. «El espacio depende del tiempo. El tiempo revela el espacio.» ¿Qué quería decir? Fue entonces cuando Yosef acudió a mí y me hizo partícipe de su teoría. El Rebbe hablaba a menudo con acertijos, mediante elipsis que requerían horas y hasta años de estudio para interpretarlas. Yosef había pasado muchas noches trabajando en aquella frase, pero entonces tuvo lo que usted llamaría una inspiración y yo una ayuda de HaShem.

»Debe usted saber que el Rebbe seguía muy de cerca todo lo relacionado con los avances científicos y la tecnología. Leía habitualmente el Scientific American y Nature, además de otras publicaciones. Siempre estaba informado de los últimos descubrimientos en neurociencia y bioquímica, aunque su interés principal era la tecnología. ¡Le encantaban los gadgets!, pero nunca tuvo ninguno. Era el hombre menos materialista que pudiera existir; no obstante, le gustaba estar al día de esas cosas. Mire, se lo enseñaré.

El rabino cogió un libro de gastadas cubiertas de piel, lo abrió, pasó unas cuantas páginas, encontró lo que quería y el versículo que buscaba.

– Veamos, ¿en qué año estamos?

Will se disponía a contestar cuando TC se le adelantó.

– El cinco mil setecientos sesenta y ocho.

Will frunció el entrecejo.

– ¿Qué?

– Según el calendario hebreo -le explicó TC-. Se remonta a la creación. Los judíos creen que el mundo lleva existiendo desde hace menos de seis mil años.

– De acuerdo -convino Freilich-, el año es el 5768, y aquí hay un versículo del capítulo 30 del libro de Isaías. De hecho, se trata de un versículo crucial, el 18. Ahora le explicaré lo que hizo Yosef: seguimos la línea y marcamos la quinta letra. -El dedo del rabino se detuvo en el carácter señalado-. A continuación, la séptima desde aquí. -El dedo se detuvo de nuevo-. Luego, la sexta y después la octava. Ya ve, 5-7-6-8. Seguimos haciendo esto hasta el final de la línea. Así pues, en este caso, la quinta letra es una «yud»; la séptima después de esa, una «hay»; la sexta, una «mem». Y seguimos así hasta que conseguimos toda una serie de letras.

– ¿Que se convierten en números? -preguntó Will.

– Precisamente. Cada grupo de cuatro se suma para convertirse en un número. En este caso, el valor numérico de yud-hay-mem-mem es 10-5-30-30, que es setenta y cinco. Las siguientes cuatro letras nos dan el número sesenta y cinco. Y así hasta que tenemos una serie numérica. Venga, le mostraré una de las primeras que Yosef descifró.

El rabino se levantó y condujo a Will y a TC hasta una segunda pizarra. Allí, limpiamente escrita, había una serie de números: 699331, 5709718, 30.

– ¡No me dirá que se trata de un número de teléfono!

– No. No lo es. También nos hicimos esa pregunta, e incluso probamos unos cuantos. Aquí es donde el ojo del Rebbe para los avances de la tecnología es tan importante.

TC observaba las cifras como si fuera a descifrarlas con la sola intensidad de su mirada.

– Se trata de… -y entonces el rabino no pudo reprimir una sonrisa de orgullo, como si todavía se deleitara con la ingeniosidad de aquello- de un número de GPS. O mejor dicho, en estos números se hallan las coordenadas de longitud y latitud que proporciona un GPS.

– ¡No me lo creo! -exclamó Will, a quien todo aquello se le antojaba descabellado-. ¿Me está hablando del sistema de navegación por satélite?

– Eso es. Un sistema que cartografía el globo entero desde el espacio y que proporciona las coordenadas precisas de cualquier punto de este planeta. Seguramente el Rebbe leyó algo del tema, o puede que simplemente estuviera al corriente.

– Rabino Freilich, ¿me está diciendo que, ocultas en los versículos bíblicos, se encuentran las coordenadas de los treinta y seis hombres justos?

– Nosotros tampoco lo creímos, señor Monroe. Un versículo nos proporcionó la ubicación de un remoto lugar en las montañas de Montana. Según el mapa, allí no vivía nadie, pero enviamos al hombre que dirige nuestro centro de Seattle a echar un vistazo y nos contó que había una cabaña de troncos donde vivía un hombre, solo; algo parecido a los relatos de nuestro folclore, Tova Chaya, un hombre sencillo en medio del bosque.

«Pat Baxter», se dijo Will. La misma cabaña donde él había estado apenas unos días atrás.

– Otro número nos indicó un lugar desierto en medio de Sudán. De nuevo se suponía que allí tampoco vivía nadie, pero entonces vimos, gracias a unas fotos por satélite, que allí acababa de construirse un campamento de refugiados donde se atendía a la gente que huía para salvar la vida. Lo dirigía un solo hombre. Las agencias internacionales ni siquiera estaban seguras de su identidad; así que empezamos a creer que estábamos en lo cierto, que el Rebbe estaba en lo cierto.

– ¿Y qué me dice de este número? -preguntó Will señalando la pizarra-. ¿Qué indicó este?

– Se lo mostraré.

El rabino fue hasta donde estaba un joven trabajando frente a un ordenador. TC y Will se acercaron y miraron por encima del hombro del técnico. El rabino le dio el número de la pizarra y murmuró unas instrucciones.

El joven introdujo las cifras, esperó unos segundos y observó que la respuesta aparecía en la pantalla:

11 Downing Street, SW1 2AB, Londres, Gran Bretaña.

– ¿Así que era el versículo que correspondía a Gavin Curtis?

El rabino asintió.

Will sintió la necesidad de sentarse y tomar algo, pero allí no había nada de nada. Aquella gente podía manejar ordenadores y trabajar duramente a pesar de estar en pleno Yom Kippur, pero era solo porque había vidas en juego. Pikuach nefesh. De todos modos, no estaban dispuestos a quebrantar más normas si no era del todo necesario.

TC había tomado la palabra.

– De modo que esto es lo que el Rebbe quería decir. «El espacio depende del tiempo. El tiempo revela el espacio.» La localización depende del tiempo, del año. Si sabemos el tiempo, el año, por ejemplo utilizando el del año cinco mil setecientos sesenta y ocho, entonces sabremos el espacio y podremos averiguar la ubicación. -Meneaba la cabeza ante la ingeniosidad del sistema-. Y supongo que si probamos con los mismos versículos pero con distintos años conseguiremos distintos lugares y distinta gente.

– Bueno, nuestros textos son hábiles guardando sus secretos, Tova Chaya. Yosef Yitzhok quería hacer exactamente lo que tú propones. Estuvo aquí, trabajando con la gente para diseñar un programa de ordenador que hiciera lo que él había conseguido con un versículo: detenerse en el quinto o séptimo carácter. Lo hizo con distintos años. Luego lo pasó por el GPS y empezó a obtener nombres de lugares; pero ¿de qué nos sirve el nombre de un lugar, Kabul o Maguncia, para mil setecientos treinta y cinco? ¿Cómo podemos saber nosotros quién vivió allí en esa época? Además, Yosef Yitzhok siempre se preguntó si no estaría resultando todo demasiado fácil.

– ¿Qué resultaba demasiado fácil?

– No estaba seguro de que fueran necesariamente los mismos versículos para cualquier época. Esos eran los versículos que el Rebbe había mencionado para su generación, pero quizá los otros sabios que en el pasado habían participado del secreto, el Baal Shem Tov o el rabino Leib Sorres, llegaran hasta los hombres justos de otra forma. Al fin y al cabo, no disponían de GPS. Para ellos, este método no habría tenido demasiado sentido. Ellos lo habrían hecho a su manera, con otros versículos o mediante otros procedimientos.

Ahora me doy cuenta de que esto era lo que estaba detrás del interés del Rebbe por la tecnología. Creo que él entendía que incluso las verdades más antiguas y perdurables podían llegar a cambiar muy deprisa, que los hasidim debían dominar el mundo moderno porque también es una creación de HaShem. Aquí también se le encuentra a Él.

Will y TC permanecieron en silencio, impresionados. No solo porque las vidas de los treinta y seis mantenían al rabino trabajando las veinticuatro horas del día en un día solemne como aquel, cuando el menor trabajo estaba prohibido. Aquel hombre, que hablaba con erudición y se expresaba racionalmente, creía de verdad que disponía de menos de veinticuatro horas para salvar el mundo. Will intentó apartarlo de su mente y concentrarse en su primera e inmediata necesidad: Beth.

– De acuerdo -dijo, como si fuera un comisario de la policía llamando la atención de sus hombres-, así funciona el sistema. La pregunta crucial es ¿quién más puede saber la identidad de los hombres justos?

Habían vuelto a la mesa, donde el rabino se había dejado caer en la silla. Will se dio cuenta de que parecía agotado.

– Usted era nuestra mayor esperanza.

– ¿Cómo ha dicho?

– Cuando se presentó aquí, el día del shabbos, el viernes por la noche, pensamos que era una especie de espía, alguien que pertenecía a las filas de los que están haciendo todo esto. Usted no dejaba de hacer preguntas y era un extraño. Cabía la posibilidad de que estuviera intentando averiguar algo acerca de los lamad vav. Esa es la razón de que lo trataran, de que yo lo tratara, tan rudamente. Entonces descubrimos quién era usted en realidad. -Will se dio cuenta de que el rabino evitaba referirse a él como el marido de la rehén a la que habían secuestrado-. Descubrimos que era otra persona.

Will notó que la furia lo invadía de nuevo. ¿Por qué no agarraba a ese hombre y lo obligaba a decirle dónde se hallaba Beth? ¿Por qué seguía tragando? Porque una voz en su interior le decía que si esa gente era lo bastante fanática para secuestrar a Beth sin motivo aparente, también lo sería para retenerla. El rabino Freilich podía parecer débil y cansado, pero allí había una docena de tipos más corpulentos. Si se lanzaba sobre él, no tardaría en verse reducido.

– De acuerdo, yo no tenía ni idea. ¿Quién más está al corriente?

El rabino pareció encogerse.

– Esa es la cuestión. Nadie lo sabe. Nadie fuera de esta comunidad. Y ni siquiera esta comunidad conoce su verdadero alcance. Se produciría un pánico generalizado si se supiera que los lamadvavniks están siendo asesinados y cada día hay uno menos. Sería el caos. Creerían que se avecina el fin del mundo.

– Usted cree eso, ¿no es cierto? -preguntó Tova Chaya con voz queda.

El rabino la miró con ojos llorosos.

– Me temo que se avecina lo que nos dijo el Rebbe: «Di velt shokelt zich und treiselt zich». Eso era lo que solía decir: «El mundo tiembla y se estremece». Temo por el juicio que ese día nos aportará.

Will andaba de un lado para otro.

– Así, nadie más, fuera de este grupo, tiene idea de lo que está ocurriendo, ¿no? Solo usted, el difunto Yosef y un puñado de sus mejores estudiantes.

– Y ahora ustedes.

– ¿Está seguro de que nadie puede haberse ido de la lengua?

– ¿Con quién y para qué? ¿Quién puede conocer este asunto? ¿Quién iba a preguntar? Pero cuando hallamos muerto a Yosef, entonces…

– Entonces, ¿qué?

– Eso confirmó que alguien sabe lo que sabemos nosotros y quiere saber más. Hasta entonces creía que la muerte de los tzaddikim podía deberse a una desgraciada coincidencia, que quizá fuera obra de HaShem con un propósito que se encuentra más allá de nuestro entendimiento. Pero sin duda el asesinato de Yosef Yitzhok no puede formar parte de ningún plan de HaShem.

– ¿Cree que alguien intentó sonsacarle información?

– Justo antes de que ustedes se presentaran aquí esta noche, tuve una visita: la policía. Ellos creen que Yosef fue torturado antes de morir.

Will y TC dieron un respingo.

– ¿Qué podían querer de él que no supieran ya?

– Ah, eso ya me lo ha preguntado usted antes. ¿Recuerda que le he hablado de los versículos que el Rebbe citaba en sus charlas, los que Yosef había memorizado? Bueno, pues faltaba algo.

– Sí. Solo había treinta y cinco.

– Eso es. Solo treinta y cinco. Puede utilizar tantas veces como quiera el sistema que le acabo de enseñar y convertir esos números en coordenadas, pero seguirá teniendo solo treinta y cinco hombres justos. ¿Acaso no está claro qué pretendían averiguar los hombres que mataron a Yosef? Deseaban identificar al número treinta y seis.