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Me había propuesto darle a conocer tarde o temprano mi talento. Estuve esperando el momento oportuno y éste llegó el mismo día, el lunes por la tarde, cosa de una hora después almorzar, cuando nos telefoneó Frank Thomas Erskine. Se le permitió hablar con Wolfe y yo escuché desde mi mesa.
El centro de la conversación era que le mandarían a Wolfe aquella tarde un cheque de cien mil dólares, lo cual parecía ya ser materia que justificaba una llamada telefónica. El resto era trivial. Que la A.I.N. agradecía mucho lo que por ella había hecho Wolfe y que no podía comprender en absoluto por qué razón le había devuelto el dinero. Le pagaban a tocateja el total de la recompensa ofrecida en los periódicos, por la gratitud y la confianza que tenían puestas en él y también porque la confesión firmada por Kates hacía inevitable el cumplimiento de las condiciones. Les complacería (decían) pagar una cuenta adicional de gastos, Wolfe quería decir a cuanto ascendían: Habían hablado con el inspector Cromar y éste había rehusado toda participación en la recompensa, insistiendo en que correspondía por entero a Wolfe. Fue una llamada telefónica muy agradable.
– Es satisfactorio y comercial -me dijo Wolfe sonriente-. Pagan la recompensa sin dilación.
– El señor Erskine no sabe lo que se pesca -le respondí.
– ¿Por qué? ¿Qué pasa?
Había llegado el momento. Crucé las piernas, me arrellané y dije:
– Prefiero decírselo sin rodeos.
– ¿De qué habla usted?
– No, soy yo quien preguntará. Primero: ¿Cuándo encontró usted el cilindro? ¿El sábado por la tarde, cuando entró usted aquí en pijama echando por tierra su talento? No. Lo sabía usted desde el primer momento, o por lo menos desde hacía tres o cuatro días. Lo encontró usted el martes por la mañana, cuando yo estuve en la oficina de Cramer, o el miércoles, mientras comía con Nina Boone. Me inclino a creer que fue el martes, pero admitiré que pudiera ser al día siguiente. Número dos: ¿Por qué, si sabía usted dónde estaba el cilindro estuvo dando la tabarra a la señora Boone para que se lo dijese? Porque quería usted asegurarse de que ella no lo sabía. Si lo hubiera sabido se lo habría dicho a los policías antes de que hubiese usted decidido soltar prenda y la recompensa hubiera ido a parar a ella, o por lo menos a usted no. Y puesto que Phoebe Gunther la había contado una porción de cosas, podía haberle revelado también ésta. Además era parte de su plan general el difundir la impresión de que no sabía usted dónde estaba el cilindro y de que estaba dispuesto a dar un brazo y varios dientes por encontrarlo.
– Esta fue la impresión creada, en efecto -murmuró Wolfe.
– Cierto. Podría respaldar estas hipótesis con diversos hechos incidentales, por ejemplo, que mandase usted a buscar el «Stenophone» el miércoles por la mañana, que es el motivo principal por el que yo me inclino en favor del martes, pero pasemos a la pregunta número tres: ¿Por qué, cuando encontró el cilindro, no lo revelo? Porque dejó usted que sus opiniones personales se interpusiesen entre sus deberes profesionales. Porque su opinión acerca de la A.I.N. coincide a grandes rasgos con la de otra gente, incluyéndome a mí; sabía usted que la repulsión a los asesinatos estaba levantando una gran odiosidad contra la A.I.N. y quería prolongarla todo lo posible. Para conseguirlo, llegó usted incluso a hacerse encerrar en su cuarto durante tres días. Pero admito que interviene otro factor: su amor al arte por el arte. Usted es capaz de hacer cualquier cosa para que su comedia resulte brillante, contando, claro está, con que sea lucrativa.
– ¿Durará mucho esto?
– Casi estoy terminando. Número cuatro: El porqué devolvió usted el dinero y despidió al cliente es fácil de saber. Siempre existe la posibilidad de que cambie usted de carácter algún día y decida ir al Cielo. Por ello no podía usted retener el dinero de la A.I.N. y conservarla como cliente, mientras estaba haciendo todo lo posible para despeñarla. En este punto, sin embargo, me vuelvo cínico. ¿Qué habría pasado si no hubiesen ofrecido públicamente la recompensa? ¿Hubiera usted desarrollado la comedia de la misma manera? ¿Qué diferencia hay entre tener un cliente y cobrarle y aceptar una recompensa?
– Esto es un disparate. La recompensa fue anunciada ante cien millones de personas. Se le pagarla a cualquiera que la mereciese. Yo la merecí.
– Conforme, no he hecho más que aludir a la cuestión. No me opongo a que vaya usted al Cielo si tiene interés en ello. Por cierto que no está usted completamente fortificado. Si se le obligase a Saúl Panzer a declarar bajo juramento y se le preguntase qué hizo desde el miércoles hasta el sábado, y respondiese que mantenerse en contacto con Henry A. Warder para estar seguro de que se podía contar con él para cuando hiciese falta, y se le preguntase a usted de dónde sacó la idea de necesitar a Warder, ¿qué respondería? Ya sé que no ocurrirá, conociendo a Saúl Panzer como le conozco. Bueno, sólo quería darle a entender que me duelen sus observaciones despectivas acerca de su talento.
– Se ha olvidado usted de una cosa -dijo Wolfe, después de gruñir y permanecer en silencio un rato.
– ¿Cuál?
– Un motivo secundario posible. O quizá primario. Considerando que todo lo que ha dicho usted es una hipótesis -puesto que naturalmente es inadmisible como hecho- recuerde usted lo que hice el martes pasado, hace seis días cuando, según la hipótesis, descubrí el citado cilindro. ¿Qué había pasado antes? Piense en la señorita Gunther nuevamente.
– ¿Qué hizo?
– Estaba muerta. Como usted sabe, me repugna dejar cabos sueltos. La chica había demostrado notable tenacidad, audacia e imaginación al explotar la muerte del señor Boone para un propósito que él hubiera deseado, aprobado y aplaudido. En medio de esta empresa fue asesinado. No se merecía que su muerte fuese inútil. Merecía que se extrajese de ella algún resultado. Me encontré, según la hipótesis, en una posición ideal para cuidar de ello. Esto es lo que usted olvidaba.