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Capítulo IV

A las diez y cuarto situé el coche en Foley Square y entré en la Audiencia. Subí en el ascensor. Allí vi a una docena, o quizá más, de hombres del F.B.I. con los cuales hablamos tratado Wolfe y yo durante la guerra, cuando él prestaba algún servicio al Gobierno y yo pertenecía a la «G-2». Wolfe y yo habíamos pensado que para nuestros actuales fines, el hombre más apropiado, por ser ligerísimamente menos reservado que sus colegas, era G. G. Spero, y por ello a él fue quien hice pasar tarjeta. Al instante una muchacha de aspecto despejado y eficaz me instaló en una habitación de aspecto despejado y eficaz, y ante mi se presentó la cara despejada y eficaz de G. G. Spero, del F.B.I. Nos miramos durante un par de minutos y luego me preguntó cordialmente:

– Bueno, mayor, ¿en qué podemos servirle?

– Dos pequeñeces. Primero, que no me llame usted mayor. Voy de paisano y además el oírme llamar así me produce un complejo de inferioridad, porque yo tenía que haber sido coronel. Segundo, una petición de Nero Wolfe que le traigo y que tiene algo de confidencial. Claro está que el señor Wolfe podía haberme remitido al Jefe o haberle telefoneado, pero no quería molestarle. Se trata de un detallito en torno del caso del asesinato de Boone. Se nos ha dicho que el F.B.I. ha tomado cartas en el asunto y damos por sentado que ustedes no se mezclan por lo general en crímenes de alcance local. El señor Wolfe desea saber si desde el punto de vista del F.B.I. existe algún motivo que haga inoportuno que se interese en el caso un detective privado.

Spero continuó tratando de mostrarse cordial, pero la educación y las costumbres adquiridas en el cuerpo fueron superiores a sus deseos. Empezó a tamborilear con los dedos en la mesa, se dio cuenta luego de su gesto maquinal, apartó las manos y recordó que la gente del F.B.I. no tiene por costumbre repiquetear en las mesas.

– Conque el caso Boone… -dijo.

– Cierto. El caso Cheney Boone.

– Sí, cierto. Si prescindimos por un momento del punto de vista del F.B.I., ¿cuál es el del señor Wolfe?

Se cernió encima de mí y trató de sonsacarme por cuarenta procedimientos diferentes. Salí media hora más tarde de lo previsto y con el único resultado que había previsto: nada. Habíamos confiado demasiado en el ligerísimo margen de locuacidad que le distinguía de sus compañeros.