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CAPÍTULO 9 Encuentro con Dios

A Jack le tomó unos treinta y cinco minutos llegar con su auto al Campus. Durante todo el camino escuchó la Edición Matutina de NPR pues, como su padre, no escuchaba música contemporánea. Sus paralelismos con su padre habían fastidiado y fascinado a John Patrick Ryan Jr. durante toda su vida. Había tratado de combatidos durante casi toda su adolescencia, tratando de establecer una identidad diferenciada de su formal padre. pero en la universidad, casi sin haberse dado cuenta, el proceso se había revertido. Por ejemplo, que sus citas fuesen sólo con chicas que le parecían buenas candidatas a esposa le parecía lo sensato, aunque aún no dado con una que le pareciera perfecta. Aunque no lo sabía constantemente, su punto de referencia a ese respecto era su madre. Inicialmente, le había molestado que los profesores de Georgetown dijeran que era una astilla del palo de su padre, e incluso hasta se sintió ofendido, luego se recordó de que su padre no era tan malo. Podía haber sido peor. Había visto mucha rebelión, incluso en una universidad tan conservadora como Georgetown, con sus tradiciones jesuíticas y su rigor académico. Incluso, algunos de sus compañeros de curso se empeñaban en demostrar su rechazo a sus propios padres, pero ¿quién podía ser tan idiota para hacer algo así? Por más convencional y anticuado que fuese su padre, había sido, para lo que son los papás, un buen papá. Nunca lo había abrumado, y le había permitido seguir su propia inclinación y elegir su propio camino ¿confiando, tal vez, en que los resultados serán buenos?, se preguntó Jack. Pero no, si su padre hubiese hecho las cosas con un sesgo tan conspirativo, Jack lo hubiera notado, ¿o no?

Pensó en las conspiraciones. Había habido mucho sobre eso en los diarios y en libros de baja calidad. Su padre había bromeado más de una vez con que haría pintar de negro su helicóptero "personal" del Cuerpo de Infantería de Marina. Hubiera sido divertido, pensó Jack. En ese aspecto, su padre sustituto había sido Mike Brennan, a quien bombardeaba habitualmente con sus preguntas, muchas referidas a conspiración Había sentido una gran decepción al enterarse de que el Servicio Secreto de los Estados Unidos estaba convencido en un ciento por ciento que fue Lee Harvey Oswald por su cuenta quien mató a Jack Kennedy En su academia en Beltsville, cerca de Washington, Jack había tenido en sus manos, e incluso disparado, una réplica del fusil Mannlicher-Carcano de 6,5 milímetros que le quitó la vida a Kennedy y había recibido el informe completo sobre el caso -para su propia satisfacción, aunque no para la de la industria de la conspiración que tan ferviente y comercialmente prefería creer otra cosa. Estas personas habían llegado a afirmar que su padre, como ex oficial de la CIA, había sido el beneficiario último de una conspiración que se había prolongado durante cincuenta años para darle a la CIA las riendas del gobierno. Seguro. Como la Comisión Trilateral y la Orden Mundial de Masones y cualquier otra cosa que a los escritores de ficción se les pasase por la cabeza. Había oído muchos relatos sobre la CIA de su padre y de Mike Brennan, pocos de los cuales se centraban en la eficacia de esa agencia gubernamental. Era bastante buena, pero de ninguna forma tan competente como pretendía Hollywood. Pero probablemente Hollywood creyera que Roger Rabbit era real al fin y al cabo, su película había ganado dinero, ¿verdad? No, la CIA tenía un par de deficiencias profundas… Y ¿era el Campus la forma de subsanarlas? Ésa era la cuestión. Bah pensó Junior mientras tomaba la ruta 29, después de todo, los de la teoría de la conspiración no se equivocan… Su respuesta interior a esto fue un resoplido y una mueca burlona.

No, el Campus no era en absoluto así, como el SPECTRE de las viejas, películas de James Bond o el THRUSH de la serie del Agente de CIPOL que daban por televisión en función trasnoche. La teoría de la conspiración dependía de que muchas personas mantuvieran la boca cerrada y, como Mike le dijo muchas veces, los malos no saben hacerlo. No había sordomudos en las prisiones federales, le dijo Mike muchas veces, pero los idiotas de los delincuentes no se daban cuenta de que era así. Hasta la gente que él rastreaba tenía ese problema y se suponía que eran inteligentes y altamente motivados. O así lo creían ellos. Pero, no. ni siquiera ellos eran Los Malos de las películas. Necesitaban hablar y hablar sería su caída. Se preguntó por qué sería: ¿la gente que hacía el mal necesitaba jactarse, o necesitaba a otros que le dijesen que estaba haciendo el bien de una forma perversa en la que todos estaban de acuerdo? Los tipos que él rastreaba eran musulmanes, pero había otros musulmanes. Su padre y él conocían al príncipe Alí de Arabia Saudita y era un buen tipo, era quien le había dado a su padre la espada de la cual había tomado su nombre en código del Servicio Secreto, y aún pasaba por su casa al menos una vez al año porque los sauditas, una vez que uno se hacía amigo de ellos, eran la gente más leal del mundo. Claro que ayudaba si uno era un ex presidente. O, en su caso, el hijo de un ex presidente, comenzando una carrera en el mundo "negro".

Caramba, ¿cómo reaccionará papá a esto?, se preguntó Jack. Va a estar furioso. ¿y mamá? Le dará un auténtico ataque de histeria. Sonrió y giró a la izquierda. Pero no hacía falta que mamá se enterase. Ella y el abuelo se creerían la historia de fachada, papá no. Papá había ayudado a crear ese lugar. A fin de cuentas, tal vez sí necesitaba un helicóptero negro de ésos. Se deslizó a su lugar de estacionamiento, el número 127. El Campus no podía ser tan grande y poderoso, ¿no? No con menos de ciento cincuenta empleados. Cerró las puertas y entró en el edificio, pensando que esto de ir-cada-mañana-al-trabajo no tenía ninguna gracia. Pero todos deben comenzar de alguna manera.

Como casi todos los demás, entró por la puerta trasera. Allí había un mostrador de recepción/seguridad. A cargo estaba Emie Chambers, antiguo sargento de primera clase en la 18 División de Infantería. Su chaqueta de uniforme azul exhibía una insignia en miniatura de Infante de Combate, por si alguien no hubiese notado los anchos hombros y los duros ojos negros. Tras la primera guerra del Golfo, había pasado de infante a policía militar. Probablemente fue bueno imponiendo la ley y dirigiendo el tránsito, pensó Jack, saludándolo con la mano.

"Eh, señor Ryan".

"Buen día, Emie".

"Para usted, señor". Para el ex soldado, todos eran "señor".

Cerca de Ciudad Juárez, eran dos horas más temprano. La camioneta se detuvo en una estación de servicio, junto a un grupo de cuatro vehículos. Detrás de ellos estaban los otros autos que los habían seguido basta la frontera con los Estados Unidos. Los hombres se despertaron y, tambaleándose, salieron a desperezarse en el frío aire de la mañana.

Aquí lo dejo, señor", le dijo el conductor a Mustafá. "Ahora irán con el hombre del Ford Explorer. Vayan con Dios, amigos". La más encantadora de las despedidas:

vaya con Dios.

Mustafá caminó unos pasos hasta un hombre más bien alto, que lucía un sombrero de vaquero. No parecía muy limpio, y sus bigotes necesitaban un recorte. "Buenos días. Soy Pedro. Los llevaré por lo que queda de camino. ¿Son cuatro, verdad?"

Mustafá asintió. "Así es".

"Hay botellas de agua en la camioneta. Tal vez quieran comer algo. Pueden comprar lo que deseen allí'. Señaló al edificio. Mustafá y sus colegas compraron algunas cosas y, diez minutos más tarde, estaban a bordo de los vehículos y partían.

Se dirigieron hacia el oeste, sobre todo por la ruta 2. De inmediato, los automóviles se dispersaron, abandonando su formación ordenada. Eran cuatro vehículos subutilitarios de fabricación estadounidense, todos cubiertos de una espesa capa de mugre y polvo que hacía que no pareciesen tan nuevos. Detrás de ellos, el sol salió, arrojando sombra sobre la tierra parda.

Al parecer, Pedro había dicho todo lo que tenía que decir en la estación de servicio. Ahora no decía nada, sólo eructaba cada tanto y fumaba sin cesar. Tenía puesta la radio en una emisora AM y tarareaba a la par de la música en castellano. Los árabes permanecían callados.

"Eh, Tony", saludó Jack. Su compañero de trabajo ya estaba sentado frente a su terminal.

"Hola", respondió Wills.

"¿Ocurre algo interesante esta mañana?"

"Desde ayer, nada, pero Langley vuelve a hablar de cubrir a nuestro amigo Fa'ad".

"Por qué lo hacen, realmente?"

"Sé tanto como tú. El jefe de estación de Bahrein dice que necesita más personal para hacerlo, y seguramente la gente de personal de Langley está pasándose la responsabilidad de uno a otro".

"Papá dice que el gobierno realmente está conducido por contadores y abogados".

"En eso no se equivoca demasiado, amiguito. Aunque sólo Dios sabe en cuál de esas categorías cabe Ed Kealty. ¿Qué piensa de él tu papá?"

"No soporta al hijo de puta. No habla en público sobre la nueva administración porque dice que eso no está bien, pero si durante la cena se te ocurre mencionar al tipo, es capaz de mandarte de vuelta a tu casa. Es curioso. Papá detesta la política y realmente trata de no perder los estribos, pero sin duda que no le enviará una tarjeta de Navidad a este tipo. Pero se calla, no les habla de eso a los periodistas. Mike Brennan me dice que al Servicio Secreto tampoco le gusta el tipo nuevo. Y a ellos les debe gustar".

"Ser profesional tiene su precio", asintió Wills.

Junior encendió su computadora y le echó una mirada al tráfico nocturno entre Langley y Fort Meade. Su volumen impresionaba más que su contenido. Al parecer, su nuevo amigo Uda…

"Nuestro amigo Sali comió con alguien ayer", anunció Jack.

"Con quién?", preguntó Wills.

"Los británicos no saben quién es. Aspecto árabe, unos veintiocho años, barbita angosta, bigote, pero no lo identifican. Hablaban en árabe, aunque nadie se acercó lo suficiente como para oír nada".

"¿Dónde comieron?"

"En un pub en Tower Hillilamado Hung, Drawn and Quartere". Queda cerca del distrito financiero. Udil bebió Perrier. Su amigo, una cerveza y comieron lo que los británicos llaman ploughman's lunch, comida del labrador, es decir, pan y queso. Se sentaron en un reservado en un ángulo, de modo que a quien vigilaba le fue difícil acercarse a escuchar"

"Querían privacidad. No significa necesariamente que sean malos. ¿Los británicos los siguieron?"

"No. Es probable que sólo tengan un hombre destinado a seguir a Uda.

"Es probable", asintió Wills.

"Pero dicen que tienen una foto del nuevo personaje. No la incluyen en el informe".

"Seguramente quien vigilaba era alguien del Servicio de Seguridad, el MIS. Posiblemente un chico nuevo. A Uda no se lo considera muy importante, al menos no tanto como para merecer una cobertura completa. Ninguna de esas agencias cuenta con los recursos humanos que quisiera. ¿Algo más?"

"Algunas operaciones financieras esa tarde. Parecen pura rutina", dijo Jack mientras las miraba. Busco algo pequeño e inofensivo se recordó. Pero las cosas pequeñas e inofensivas eran, en su mayoría, pequeñas e inofensivas. Uda movía dinero a diario, en cantidades grandes y pequeñas. Como su especialidad era la preservación de capital, especulaba rara vez y sus negocios eran ante todo del tipo inmobiliario. Londres -Gran Bretaña- en general era un buen lugar donde preservar el dinero. Los precios de la propiedad inmueble eran más bien altos, pero muy estables. Si uno comprara algo, era probable que su precio no subiera mucho, pero difícilmente sufriera una caída catastrófica. De modo que el papá de Uda dejaba que su niño saliera a estirar las piernas, pero no lo dejaba jugar en medio del tránsito. ¿Cuánta liquidez personal tendría Uda? Como les pagaba a sus putas en efectivo y con bolsos caros, debía de tener su propia fuente de efectivo. Tal vez fuese modesta, pero "modesto" según los parámetros sauditas no eran lo que muchos otros considerarían precisamente modesto. A fin de cuentas, el muchacho conducía un Aston Martin y no vivía en un estacionamiento para casas rodantes… de modo que…

"Cómo diferencio entre la forma en que Sali invierte el dinero de su familia y el suyo?"

"No hay forma. Creemos que tiene dos cuentas, secretas y estrechamente relacionadas. Lo mejor que puedes intentar es echarle una mirada a los resúmenes quincenales que le envía a su familia".

Jack gruñó. "Qué bien, me llevará un par de días reunir todas las transacciones y analizarlas"

"Ahora sabes por qué no eres contador, Jack", dijo Wills con una risita.

Jack estuvo a punto de contestar de mal modo, pero sólo había una forma de llevar a cabo esa tarea y era su trabajo, ¿verdad? Primero intentó ver si podía abreviarla por medio de su programa. No. Aritmética de cuarto año, agrégale una nariz. Qué divertido. Al menos, para cuando terminara, sería más hábil en eso de ingresar cifras con el tablero numérico de la derecha de su teclado. ¡Eso era algo a lo que aspirar! ¿Por qué no empleaba el Campus algunos contadores forenses?

Dejaron la ruta 2 en un desvío a la izquierda, un camino de tierra que se internaba en el norte. Era un camino muy trajinado, a juzgar por las huellas, muchas de ellas recientes. La región era más bien montañosa. Los auténticos picos de las Montañas Rocallosas estaban más al oeste, lo suficientemente lejos como para que no se viesen, pero el aire de aquí estaba ligeramente más enrarecido que el que él acostumbraba respirar, y sería una caminata calurosa. Se preguntó cuánto duraría y cuán cerca estarían de la frontera con los Estados Unidos. Había oído decir que la frontera entre México y los Estados Unidos estaba vigilada, pero no bien vigilada. Los estadounidenses podían ser letalmente competentes en algunos aspectos, pero totalmente infantiles en otros. Mustafá y sus hombres esperaban evitar lo primero y aprovechar lo segundo. A eso las once de la mañana, vio un gran camión con aspecto de caja a la distancia, y su vehículo se dirigió hacia éste. El Ford Explorer se acercó hasta unos cien metros del camión y se detuvo. Pedro apagó el motor y salió.

"Aquí estamos, amigos", anunció. "Espero que estén listos para caminar".

Los cuatro salieron y, como antes, estiraron las piernas y echaron una mirada alrededor. Un nuevo hombre caminó hacia ellos, mientras los otros vehículos subutilitarios se detenían y sus pasajeros descendían.

"Hola, Pedro", saludó el mexicano recién llegado, evidentemente un nuevo amigo.

"Buenos días, Ricardo. Aquí está la gente que quiere ir a Estados Unidos.

"Hola". Les estrechó las manos a los cuatro primeros. "Me llamo Ricardo y soy su coyote".

"Qué?", preguntó Mustafá.

"Sólo es una forma de decir. A cambio de una tarifa, ayudo a gente a cruzar la frontera. En su caso, por supuesto, ya me han pagado".

"Cuán lejos?"

"Diez kilómetros. Poca cosa", dijo con aire tranquilizador. "El terreno es casi todo como éste. Si ven una serpiente, sólo evítenla. No los perseguirá. Pero en un radio de un metro, puede atacar y matar. Fuera de eso no hay nada que temer. Si ven un helicóptero, deben arrojarse al suelo y quedarse inmóviles. Los estadounidenses no vigilan bien sus fronteras, y lo que es curioso, lo hacen mejor de noche que de día. También hemos tomado algunas precauciones".

",cuáles?"

"Había treinta personas en ese vehículo", dijo, señalando al gran camión que hablan visto llegar. "Irán por delante y al oeste de nosotros. Si atrapan a alguien, será a ellos",

"Cuánto tomará?"

"Tres horas. Menos, si están en buen estado físico. ¿Tienen agua?'

"Conocemos el desierto", le aseguró Mustafá.

"Como digas. Partamos, pues. Sígueme, amigo", y Ricardo comenzó a andar hacia el norte. Usaba color caqui, llevaba un cinturón de estilo militar con tres cantimploras, binoculares de estilo militar, más un sombrero blando como los del ejército. Sus botas estaban bien gastadas. Su andar era decidido y eficiente, y su velocidad no era jactanciosa, sino simplemente la forma más eficaz de ganar terreno. Lo siguieron en fila india para ocultar su verdadero número en caso de que alguien los viera desde lejos. Mustafá, a unos cinco metros por detrás del coyote, la encabezaba.

Había una galería de tiro de pistola a unos trescientos metros de la casa. Estaba al aire libre y tenía blancos de acero, iguales a los de la academia del FBI, con dianas circulares del tamaño aproximado de una cabeza humana. Producían un agradable tañido cuando se acertaba y caían, como lo haría una persona alcanzada en esa parte del cuerpo. Enzo resultó ser mejor.en ese ejercicio. Aldo explicó que en el Cuerpo de Infantes de Marina no se enfatizaba mucho el tiro con pistola, mientras que el FBI le prestaba especial atención, pues consideraba que un arma larga era mucho más difícil de apuntar con precisión… El hermano FBI usaba la llamada "posición Weaver" de disparo, en la que se sostiene el arma con ambas manos, mientras que el infante de marina tendía a pararse derecho y disparar con una mano, al modo que se enseña en las fuerzas armada.

"Eh, Aldo, eso sólo sirve para que seas blanco fácil", le advirtió Dominic.

"Ah sí?" Brian disparó tres tiros en rápida sucesión y obtuvo tres satisfactorias campanadas como resultado. "Es difícil disparar con un tiro entre las cejas; ¿no te parece hermano?"

"ay ¿qué es esta mierda de un-tiro/una-baja? Si vale la pena balear algo una vez, valdrá la pena balearlo dos".

"Cuántos le metiste a ese hijo de puta de Alabama, hermano?"

"Tres. No quise correr riesgos", explicó Dominic.

"Tú lo has dicho, hermano. Eh, déjame probar tu Smith".

Dominic descargó su arma antes de pasársela. Le entregó el cargador, aparte. Brian la accionó descargada unas cuantas veces para acostumbrarse a cómo se sentía, luego cargó y disparó. Su primer disparo hizo resonar una de las dianas de cabeza. El segundo también. El tercero fa 116, pero no el cuarto, un tercio de segundo más tarde. Brian devolvió el arma. "Se siente distinta", explicó.

"Te acostumbras", aseguró Dominic.

"Gracias, pero prefiero contar con seis tiros más en el cargador".

"Cuestión de gustos".

"De todas maneras, ¿para qué tanta práctica de disparar a la cabeza?", se preguntó Brian. "Seguro, si uno está de francotirador, es el mejor modo de aprovechar cada tiro, pero no con pistola".

"Acertarle a un tipo en la cabeza a una distancia de quince metros", respondió Pete Alexander, "es una habilidad que puede resultar útil. No conozco mejor forma de zanjar una discusión".

"De dónde vino usted?", preguntó Dominic.

"No estuviste atento a lo que te rodea, agente Caruso. Recuerda que hasta Adolf Hitler tenía amigos. ¿No te lo enseñaron en Quantico?"

"Bueno, sí', reconoció Dominic, algo alicaído.

"Una vez que eliminas a tu objetivo primario, reconoces el área para ver si no tenía ningún amigo por ahí. O abandonas el sitio lo antes que puedes. O ambas cosas".

"¿Se refiere a huir?", preguntó Brian.

"No si no cuentas con una vía de escape. Hay que retirarse sin llamar la atención. Tal vez entrar en una librería y comprar algo, tomarse un café, lo que sea. La decisión debe estar basada en las circunstancias, pero siempre manteniendo en mente cuál es el objetivo. El objetivo es siempre alejarse del área inmediata tan rápido como lo permitan las circunstancias. Si te mueves demasiado rápido, te harás notar. Si eres lento pueden recordar haberte visto cerca de tu objetivo. Nadie informará sobre alguien a quien no notó. De modo que tienes que ser uno de aquellos que no se notan. Cómo te vistes, cómo actúas sobre el terreno, la forma en que caminas, la forma en que piensas, todas deben estar diseñadas para hacerte invisible", Es dijo Alexander.

"En otras palabras, Pete, lo que dices es que una vez que matemos a esa gente a quienes se nos entrena para asesinar", observó quedamente Brian, "debemos poder escapar para salimos con la nuestra".

"Prefieres que te atrapen?", preguntó Alexander.

"No, pero la mejor forma de matar a alguien es meterle un tiro en la cabeza con un buen rifle desde una distancia de doscientos metros. Eso siempre funciona".

"ay si quieres matarlo de forma en que nadie se entere de que fue asesinado?", preguntó el oficial de entrenamiento.

"Cómo demonios harías eso?", preguntó Dominic.

Llegaron a los restos de alguna clase de vallado. Ricardo no hizo más que atravesarlo, por un agujero que no parecía reciente. Los postes habían estado pintados de un vívido color verde, que la herrumbre había carcomido casi por completo. La cerca en sí estaba en un estado aún más calamitoso. Atravesarla fue el menor de sus problemas. El coyote avanzó unos cincuenta metros más, escogió una gran peña, se sentó, encendió un cigarrillo y tomó un trago de su cantimplora. Era su primer alto. La caminata no había sido difícil, y resultaba evidente que la había hecho muchas veces. Mustafá y sus amigos no sabían que había hecho cruzar la frontera a cientos de grupos por esa misma ruta y que sólo había sido arrestado una vez -cosa que no lo había afectado demasiado, más allá de que hirió su orgullo. En aquella ocasión, también había renunciado a sus honorarios, pues era un coyote honorable. Mustafá se le acercó.

"Tus amigos están bien?", preguntó Ricardo.

"No fue muy exigente", replicó Mustafá, "y no vi serpientes".

"No hay muchas por aquí. La gente las balea, o las mata con piedras. A nadie le agradan mucho las víboras"

"Son realmente peligrosas?" "Sólo si eres imprudente y, aun así, es poco probable que te maten Te sentirás mal durante unos días. Sólo eso, pero hace que caminar sea muy doloroso. Esperaremos aquí unos minutos. Llegamos antes de lo previsto. Ah, por cierto, bienvenido a los Estados Unidos, amigo".

"Esa valla era todo?", preguntó atónito Mustafá.

"Los norteamericanos son ricos e inteligentes, pero perezosos. Mil gente no iría ahí si no fuera porque hay tareas que los gringos son demasiado haraganes para hacer por su cuenta".

"Cuánta gente haces entrar en los Estados Unidos, entonces?"

"Te refieres a mí? Miles. Muchos miles. Me pagan bien. Tengo un buena casa, y otros seis coyotes trabajan para mí. Lo que preocupa a los gringos es la gente que pasa droga por las fronteras, y evito hacerlo. No vale la pena. Dejo que dos de mis hombres lo hagan. Es que se paga muy bien".

"Qué clase de drogas?", preguntó Mustafá.

"La clase por la cual me paguen". Sonrió y tomó otro sorbo de la cantimplora.

Mustafá se volvió hacia Abdulá.

"Creí que sería una caminata difícil", observó su segundo.

"Sólo para los de ciudad", replicó Ricardo. "Éste es mi territorio. Nací en el desierto".

"También yo", observó Abdulá. "Bonito día". No tuvo que añadir que era mejor que estar sentado en la caja del camión.

Ricardo encendió otro Newport. Le gustaban los cigarrillos mentolados, eran más suaves en la garganta. "No hace calor hasta dentro de un mes, tal vez dos. Pero entonces se pone caluroso de verdad y lo prudente es llevar una buena provisión de agua. La madre naturaleza no tiene amor ni piedad", observó el coyote. Sabía dónde había un lugar para tomar una cerveza al fin del camino, antes de dirigirse a FI Paso, al este. Desde allí, regresaría a su confortable hogar en Ascensión, lo suficientemente lejos de la frontera como para no ser incomodado por aspirantes a emigrar, quienes tenían la mala costumbre de robarse lo que Es parecía útil para el cruce. Se preguntó si habría muchos robos del lado gringo de la frontera, pero ése no era su problema, ¿no? Terminó su cigarrillo y se puso de pie. "Tres kilómetros más, amigos".

Mustafá y sus amigos se pusieron en fila y comenzaron el camino hacia el norte. ¿Sólo tres kilómetros más? En su país, caminaban más que eso para llegar a la parada de autobús.

Teclear números en un teclado era más o menos tan divertido como correr desnudo en un jardín de cactus. Jack era de la clase de persona que necesitaba estimulo intelectual, y mientras que hay personas que lo encuentran en la contabilidad investigativa, ése no era su caso.

"Aburrido, ¿eh?", preguntó Tony Wills.

"Terriblemente", confirmó Jack.

"Bueno, ésta es la realidad de la recolección y procesamiento de información de inteligencia. Aun cuando sea información excitante, es una tarea aburrida a no ser que uno realmente le tome el rastro a un zorro particularmente elusivo. En ese caso, puede hasta llegar a ser divertido, pero nunca es como vigilar al sujeto sobre el terreno. Nunca hice eso".

"Tampoco papá", observó Jack.

"Depende de qué historias hayas leído. Tu papi a veces se encontraba en el extremo duro de las cosas. No creo que le haya gustado mucho. ¿Te habló alguna vez de eso?"

"Jamás. Ni una sola vez. Creo que ni mamá sabe nada de eso. Bueno, con excepción del asunto del submarino, pero la mayor parte de lo que sé viene de libros y cosas así. Un día le pregunté a papá y lo único que dijo fue: '¿Crees todo lo que sale en los diarios?' Incluso cuando el ruso ése, Gerasimov, salió por televisión, papá no hizo más que refunfuñar"

"En Langley se decía que era un agente de primera categoría. Mantenía los secretos como se suponía que debía hacerlo. Pero trabajaba sobre todo en el séptimo piso. Yo nunca llegué tan arriba".

"Tal vez me puedas decir algo".

"Como qué?" "Gerasimov, Nikolay Borissovich Gerasimov. ¿Realmente era el jefe de la KGB? ¿Papá realmente lo hizo salir de Moscú?"

Wills dudó un momento, pero no había forma de evitarlo. "Sí. Era el jefe de la KGB y, sí, tu padre organizó su deserción".

"¿En serio? ¿Cómo demonios hizo papá para arreglar eso?"

"Es una historia muy larga y no estás autorizado para conocerla".

"Entonces por qué denunció a papá?"

"Porque desertó de mala gana. Tu padre lo forzó. Quedó con ansias de revancha incluso después de que tu papá llegó a presidente. Pero, sabes, Nikolay Borissovich cantó, tal vez no como un canario, pero cantó. Ahora está en el Programa de Protección de Testigos. Cada tanto lo llevan a que cante un poco más. La gente que uno atrapa no te da todo de una vez, de modo que hay que repasarla cada tanto. Hace que se sienta importante, generalmente, lo suficiente como para cantar un poco más. Así y todo, no está aquí de buena gana. No puede volver a su casa. Le pegarían un tiro. Los rusos no son muy clementes que digamos en asuntos de traición al Estado. Bueno, nosotros tampoco. De modo que vive bajo protección federal. Lo último que oí de él es que se está dedicando al golf. Su hija se casó con algún estúpido aristócrata de vieja fortuna en Virginia. Ahora ella es ciento por ciento estadounidense, pero su papi se sentirá infeliz hasta el último día de su vida. Quería adueñarse de la Unión Soviética, y esto lo digo muy en serio, pero tu padre le arruinó el proyecto para siempre, y a Nico eso aún le duele".

"Vaya, vaya".

"Alguna novedad de Sali?", preguntó Wills, trayendo las cosas de vuelta a la realidad.

"Poca cosa. Cincuenta mil por aquí, ochenta mil por allá -libras, no dólares. A cuentas de las que no sé mucho. Gasta una suma de entre dos mil y ocho mil libras a la semana en lo que para él deben de ser gastos corrientes".

"De dónde sale ese efectivo?", preguntó Wills.

"No está del todo claro, Tony. Supongo que saca un poco de la cuenta de la familia, tal vez un dos por ciento que puede justificar como gastos de representación. No tanto como para que su familia se dé cuenta de que Es roba a mami y papi. Me pregunto cómo reaccionarían si lo supieran", especuló Jack.

"No le cortarían la mano, pero harían algo peor: cortarle los fondos. ¿Te imaginas a este tipo trabajando para vivir?"

"Te refieres a verdadero trabajo?",Jack lanzó una breve risa. "De algún modo, me cuesta imaginar que eso ocurra. Ha estado viviendo una vida regalada por demasiado tiempo para ponerse a clavar durmientes para el ferrocarril ahora. Fui muchas veces a Londres. Es difícil imaginar cómo puede sobrevivir allí alguien que tiene que ganarse la vida".

Wills comenzó a tararear: " 'Cómo van a quedarse en la granja/cuando ya conocen París?'

Jack se sonrojó. "Mira, Tony, ya sé que me crié en un hogar rico, pero papá siempre me hizo trabajar durante el verano. Hasta trabajé de albañil por un par de meses. Era difícil para Mike Brennan y su gente. Pero papá quería que yo supiera cómo es trabajar de veras. Al comienzo, odié hacerlo, pero ahora creo que fue bueno. El señor Sali nunca hizo algo así. Digo, yo podría sobrevivir en un trabajo en el que tuviera que comenzar de cero. Para este tipo, sería mucho más difícil".

"De acuerdo. ¿Cuál es el total de dinero sin justificación?"

"Tal vez doscientas mil libras, digamos trescientos mil dólares. Pero todavía no tengo la cifra exacta, y no es tanto dinero".

"Cuánto tiempo necesitas para tener información más precisa?"

"EA este paso? Demonios, una semana en el mejor de los casos. Esto es como ubicar un auto en particular durante la hora pico en Nueva York, ¿sabes?"

"Sigue adelante. No se supone que deba ser fácil ni divertido".

"A la orden, señor". Había aprendido eso de los infantes de marina de la Casa Blanca. Cada tanto, hasta se lo decían a él, hasta que su padre lo notó y terminó de inmediato con la práctica. Jack regresó a su computadora. Hacía sus anotaciones en papel blanco rayado, sólo porque así le resultaba más fácil, luego las transfería a otro archivo digital por la tarde. Mientras escribía, notó que Tony dejaba la habitación y se dirigía al piso superior.

Una vez que llegó allí, Wills le dijo a Rick Bell: "Ese chico tiene buen ojo".

"Ah sí?" Era un poquito pronto para hablar de los resultados del novato, fuera quien fuese su padre, pensó Bell.

"Lo puse tras los pasos de un joven saudita que vive en Londres, se llama Uda bm Sali, administra los intereses de su familia. Los británicos lo vigilan sin mucho rigor, porque una vez telefoneó a alguien que Es interesa".

"y Junior dio con un par de cientos de miles que no tienen justificación".

"¿Cuán sólido es eso?"

"Tendremos que poner a uno de los de siempre a investigado, pero, sabes… el chico tiene la clase de olfato que hace falta".

"¿Tal vez Dave Cunningham?" Era un contador forense que antes de unirse al Campus trabajaba en el Departamento de Justicia, División Crimen Organizado. De casi sesenta años, el olfato de Dave para los números era legendario. El departamento de finanzas del Campus lo empleaba más bien para actividades "convencionales". Se habría desempeñado bien en Wall Street, pero le gustaba atrapar mala gente. En el Campus, podía dedicarse a esa vocación sin preocuparse por las leyes de retiro gubernamentales.

"Sí, yo lo escogería a Dave", asintió Tony.

"Bien, copiemos los archivos de la computadora de Jack en la de Dave y veamos que conclusión saca". "De acuerdo, Rick. ¿Viste el informe de interceptación de la NSA ayer?"

"Si. Me llamó la atención", respondió Bell alzando la mirada. Desde hacía tres días, el tráfico de mensajes de fuentes que los servicios de inteligencia del gobierno encontraban interesantes había disminuido un diecisiete por ciento y dos fuentes particularmente interesantes habían callado del todo. Cuando el tráfico de radio de una unidad militar disminuye, suele tratarse del silencio de radio previo a una operación de combate. Esa era la clase de cosas que ponía nerviosa a la gente de inteligencia de señales. Casi nunca significaba nada más que una fluctuación aleatoria de las operaciones, pero había concluido en algo real el suficiente número de veces como para que pusiera un poquito nerviosos a los agentes de señales.

"Alguna idea?", preguntó Wills.

Bell meneó la cabeza. "Dejé de ser supersticioso hace unos diez años".

Estaba claro que Tony Wills no diría: "Rick, ya llegó nuestra hora. Hace tiempo que esperamos". "Entiendo a qué te refieres, pero no podemos manejamos así en este lugar".

"Rick, esto es como presenciar un juego de béisbol: puede que desde asientos preferenciales, pero así y todo no podemos metemos en el campo de juego cuando nos parece"

"Para hacer qué?, ¿matar al árbitro?", preguntó Bell.

"No, sólo al tipo que tiene la intención de acertarle un pelotazo en la cara al bateador".

"Paciencia, Tony, paciencia".

"Qué virtud difícil de aprender, ¿no?", a pesar de toda su experiencia, Wills nunca la había adquirido.

"Crees que estás impaciente? ¿Qué te crees que le ocurre a Gerry?"

"Sí, Rick, lo sé". Se puso de pie. "Nos vemos, amigo".

No habían visto ni un ser humano ni un auto ni un helicóptero. Estaba claro que no había nada valioso allí. Ni petróleo ni oro ni siquiera cobre. Nada que mereciera ser vigilado o protegido. La caminata sólo había sido lo suficientemente ardua como para resultar saludable. Esta parte de los Estados Unidos bien podía haber sido el Cuadrante Vacío de Arabia Saudita, el Rub'al Jali, donde hasta a un sufrido camello del desierto le costaría sobrevivir.

Pero estaba claro que la caminata había terminado. Cuando llegaron a la cima de una pequeña loma vieron cinco vehículos, rodeados de grupos de hombres que hablaban entre sí.

"Ajá", dijo Ricardo, "ya están aquí. Excelente". Podía librarse de los lentos extranjeros y seguir con su trabajo. Se detuvo y dejó que sus clientes lo alcanzaran.

"Éste es nuestro destino?", preguntó Mustafá, esperando que así fuera. Había sido una caminata fácil, mucho más de lo esperado.

"Ésos son mis amigos. Los llevarán a Las Cruces. Allí podrán ver cómo seguir viaje".

"¿Y tú?", preguntó Mustafá.

"Me vuelvo a casa con mi familia", respondió Ricardo. ¿No eran las cosas así de simples? ¿Ese tipo no tendría familia?

Sólo hizo falta andar diez minutos más. Ricardo subió al primer subutilitario tras estrecharles las manos a todos. Eran bastante amistosos, aunque en forma cautelosa. Llevarlos hasta ahí podía haber resultado más difícil, pero el tráfico de inmigrantes ilegales era mucho más intenso en Arizona y California y era allí donde la Patrulla de Fronteras de los Estados Unidos tenía a la mayor parte de su personal. Los gringos, como todo el mundo, tendían a centrar su atención donde había más problemas, pero tal vez eso no fuera la actitud más previsora. Tarde o temprano terminarían por darse cuenta de que aquí también se cruzaba ilegalmente la frontera. Cierto que no en forma muy espectacular. Cuando eso ocurriera, tendría que encontrar otra forma de ganarse la vida. De todas formas, le había ido bien durante esos últimos siete años -lo suficiente como para instalar un pequeño negocio y criar a sus niños en un tipo de trabajo más legítimo.

Miró cómo el grupo subía al vehículo y cómo éste se alejaba. También él se dirigió a Las Cruces, luego giró al sur, a la 1-10 que llevaba a El Paso. Hacía tiempo que ya no se preguntaba qué hacían sus clientes en los Estados Unidos. Suponía que seguramente no se dedicarían a ser jardineros ni albañiles, pero le habían pagado diez mil dólares en dinero norteamericano. De modo que, para alguien eran importantes… para él, no.