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Para Mustafá y sus amigos, el camino a Las Cruces fue un recreo sorprendentemente bienvenido y, aunque no lo demostraran, era obvio que ahora reinaba la excitación. Estaban en los Estados Unidos. Estaban cerca de la gente a la que tenían intención de matar. De algún modo, su misión estaba más cerca de llegar a término. Ya no debían recorrer un mero puñado de kilómetros sino seguir una mágica línea invisible. Estaban en la casa del Gran Satán. Aquí estaban los que habían hecho llover la muerte sobre su hogar y sobre todos los fieles del mundo musulmán, los que apoyaban a Israel en forma tan servil.
En Deming, giraron al este hacia Las Cruces. Faltaban cien kilómetros para su próxima parada intermedia sobre la 1-10. Había carteles que anunciaban moteles y lugares donde comer, atracciones turísticas, tanto rutinarias como inconcebibles, más tierra ondulante y horizontes que seguían pareciendo distantes por más que el auto devorara distancias a una invariable velocidad de ciento diez kilómetros por hora.
Como antes, el conductor parecía mexicano y se mantenía en silencio. Nadie decía nada, el conductor porque no tenía ganas, los pasajeros porque hablaban inglés con un acento que aquel podía notar. De este modo sólo recordaría haber llevado a unas personas por un camino de tierra en el sur de Nuevo México y desde allí haberlos llevado a otro lugar.
Debía ser más difícil para los demás de la partida, pensó Mustafá. Debían confiar en que él sabía qué estaba haciendo. Era el comandante de la misión, el jefe de una banda de guerreros que estaba a punto de dividirse en cuatro secciones que ya nunca se reunirían. La misión había sido planeada meticulosamente. De aquí en más, casi no se comunicarían y cuando lo hicieran, sería vía computadora. Funcionarían en forma independiente, pero con una agenda simple y convergiendo en un único objetivo. Este plan conmocionaría a los Estados Unidos como nunca nadie lo había hecho, se dijo Mustafá mirando una camioneta que pasaba junto a ellos. Padre y madre y al parecer dos niños, uno que parecía tener unos cuatro años, otro más pequeño, tal vez de un año y medio. Todos infieles. Objetivos.
Por supuesto que el plan de operaciones estaba escrito, en tipo Geneva de catorce puntos, sobre simple papel blanco. Cuatro copias. Una para cada jefe de equipo. Los otros datos estaban en los archivos de las computadoras que cada uno de los hombres llevaba en sus bolsos de mano, junto a camisas de recambio, ropa interior limpia y poco más. No necesitarían mucho, y el plan era dejar tras ellos la menor cantidad posible de datos para confundir aún más a los norteamericanos.
La idea bastó para producirle una delgada sonrisa dedicada al paisaje que pasaba por la ventanilla. Mustafá encendió un cigarrillo -sólo le quedaban tres- y aspiró hondo el humo de tabaco mientras el aire acondicionado soplaba aire fresco sobre él. Tras ellos, el sol se ocultaba. Su siguiente -y último- alto sería en la oscuridad, lo cual, le pareció, demostraba buen planificación táctica. Sabía que sólo sería así por casualidad, pero justamente eso demostraba que el propio Alá aprobaba el plan. Así debía ser. Al fin y al cabo, trabajaban para El.
Otra aburrida jornada de trabajo, pensó Jack mientras se dirigía a su auto. Una de las cosas malas del Campus era que no podía discutirlo con nadie. Nadie tenía autorización para conocer esas cosas, aunque aún no quedaba claro por qué esto era así. Claro que podía hablar del tema con su papá -por definición, el Presidente tenía acceso a todo, y los ex presidentes tenían el mismo nivel de acceso a la información, si no según la ley, al menos sí según la costumbre. Pero no, no podía hacerlo. A papi no le gustaría su nuevo empleo. Papi podía hacer una llamada de teléfono y joderlo todo, y Jack había probado lo suficiente como para que su apetito continuara abierto por al menos unos meses más. Aun así, haber podido conversar informalmente con alguien que supiera que estaba sería una bendición. Sólo alguien que dijera, sí, esto es importante y, sí, realmente contribuyes a la causa de la Verdad, la Justicia y el Sistema de los Estados Unidos.
¿Contaba realmente lo que él hiciera? El mundo era como era, y él no podría cambiarlo mucho. Ni su padre, con todo el poder que tuvo a su disposición, lo logró. ¿Cuánto podría lograr él, que en cierto modo era un príncipe heredero? Pero si algún día las piezas de este mundo roto llegaran a unirse, sería porque lo haría alguien a quien no le importara si era o no una tarea imposible. Probablemente alguien demasiado joven y estúpido como para saber que las cosas imposibles son… imposibles. Pero ni su padre ni su madre creían en ese término, y así lo habían educado. Sally pronto se graduaría en la escuela médica y comenzaría a cursar oncología -la especialidad médica que su madre lamentaba no haber seguido- y le decía a quien quisiera escucharla que ella estaría presente el día que el dragón del cáncer fuese finalmente muerto de una vez por todas. Así que creer que algo era imposible no era parte del credo Ryan. Aún no sabía cómo hacerlo, pero siempre se podía aprender, ¿no? Y era inteligente y había tenido una buena educación y tener un considerable fondo de inversiones de su propiedad garantizaba que podía seguir su camino sin temor a morir de hambre si ofendía a quien no debía. Esa era la más importante de las libertades que le legó su padre y John Patrick Ryan Ir. era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de la importancia que tenía – aunque no tanto como para comprender la responsabilidad que conllevaba esa libertad.
En vez de cocinarse la cena, esa noche decidieron ir a una parrilla local. Estaba colmada de alumnos de la Universidad de Virginia. Se notaba, todos parecían brillantes, pero menos de lo que se creían, y todos hablaban demasiado alto, mostrando un exceso de confianza en sí mismos. Esa era una de las ventajas de ser niños -aunque a ellos habrían detestado que se los llamase así-, chicos cuyas necesidades aún eran cubiertas por amantes padres, aunque desde una cómoda distancia. Para los hermanos Caruso, era un humorístico recordatorio de cómo habían sido ellos hasta pocos años atrás, antes de que el entrenamiento y la experiencia en el mundo real los transformaran. Aún no estaban seguros de qué era aquello en que habían sido transformados. Lo que había parecido tan simple desde la facultad se había hecho infinitamente complejo una vez que dejaron el vientre académico. Al fin y al cabo, el mundo no era digital, era una realidad analógica, siempre desprolija, donde siempre quedaban cabos sueltos que no podían atarse como cordones de zapatos, de modo que cada paso imprudente podía significar un tropezón y una caída. y la cautela sólo llegaba con la experiencia -con unos pocos tropezones y caídas que dolían, y que sólo cuando dolían de veras dejaban una lección que se recordaba. Esas lecciones habían llegado pronto para los hermanos. No tan pronto como Es llegaron a generaciones anteriores, pero así y todo lo suficientemente rápido para comprender las consecuencias de equivocarse en un mundo que nunca supo perdonar.
"Buen lugar", juzgó Brian mientras comía su filete mignon.
"Es difícil arruinar un buen trozo de carne, por más malo que sea el cocinero". Era evidente que la parrilla tenía un cocinero, no un chef, pero las papas fritas que venían con el bife no estaban mal para tratarse de carbohidratos casi crudos y se notaba que el brócoli estaba recién descongelado, pensó Dominic.
"Realmente, debería cuidar más de lo que como", dijo el mayor de infantería de marina.
"Disfruta mientras puedas. Aún no hemos cumplido los treinta, ¿no?"
Esto los hizo reír. "Antes parecía un número tremendamente grande, ¿verdad?"
"El comienzo de la vejez. Ah, sí. Bueno, pero eres muy joven para tener rango de mayor, ¿o no?"
Aldo se encogió de hombros. "Supongo que sí. A mi jefe le caigo bien, y tenía muy buenos hombres a mis órdenes. Pero nunca logré que me agradaran las raciones de combate. Te mantienen con vida, pero no puedo decir más que eso. A mi artillero le encantaban, decía que eran mejores que las que había tenido que comer a lo largo de su carrera en el Cuerpo."
"En el Buró, uno tiende a sobrevivir a base de Dunkin' Donuts y, bueno, yo creo que hacen lo que debe ser el mejor café industrial de los Estados Unidos. Es difícil mantenerse en línea con esa dieta.
"No estás en mal estado físico para guerrero de escritorio, Enzo", observó Brian con considerable generosidad. A veces, al finalizar la carrera matutina, su hermano parecía a punto de desplomarse. Pero para un infante de marina, una carrera de cinco kilómetros era como tomarse el café de la mañana, algo para abrir los ojos. "Aún me gustaría saber para qué nos estamos entrenando", dijo Aldo tras otro bocado.
"Hermano, nos estamos entrenando para matar gente, eso es todo lo que necesitas saber. Acercamos sin que nos vean, y huir sin que nos noten.
"Con pistolas?", replicó Brian, dubitativo. "Un poco ruidosas y no tan seguras como un fusil. En mi equipo de Afganistán, tenía un francotirador. Eliminó a algunos enemigos a una distancia de casi un kilómetro Y medio. Usaba un fusil Barrett.50, grandote, como un Rifle Automático Browning que hubiera tomado esteroides. Dispara las calibre 50, como la ametralladora pesada Ma Deuce. Precisa como ella sola, y buena para impactos definitivos, ¿sabes? Es un poco difícil quedar en pie con un agujero de un centímetro de diámetro en el cuerpo". Especialmente dado que su francotirador, el cabo Alan Roberts, un muchacho negro de Detroit prefería tirar a la cabeza y un tiro de calibre 50 en la cabeza realmente cumple con su cometido.
"Bueno, tal vez sea con silenciador. El disparo de un arma de mano se puede amortiguar bastante bien".
"Las vi. Practicamos con ellas en la Escuela de Reconocimiento, pero son terriblemente abultadas para llevar bajo un traje, además de que hay que sacadas, quedarse quieto y apuntadas a la cabeza de tu objetivo. No creo que matemos mucha gente con pistola, Enzo, a no ser que nos envíen a la Escuela James Bond a tomar unos cursos de magia".
"Tal vez usemos otra cosa".
"Así que tú tampoco sabes?"
"Eh, a mí me sigue pagando el Buró. Lo único que sé es que Gus Werner me envió aquí, lo que hace que esto sea casi completamente legítimo creo", concluyó.
"Ya lo habías mencionado. ¿Quién es exactamente?"
"Director asistente, jefe de la nueva División Antiterrorista. Con Gus no se juega. Era jefe del Equipo de Rescate de Rehenes, y también pasó por todas las otras especialidades. Tipo inteligente, duro como él solo. No creo que se desmaye si ve sangre. Pero sabe pensar. El terrorismo es el nuevo tema del Buró, y Dan Murray no lo designó porque sepa tirar con pistola. Murray y él se conocen mucho, desde hace veinte años. Tampoco Murray es tonto. Como sea, si me envió aquí, es porque tiene la aprobación de alguien. De modo que seguiré el juego hasta que me digan que violé la ley".
"Yo también, pero aún estoy un poco nervioso".
Las Cruces tenía un aeropuerto regional para tramos cortos y cruces del río. Se complementaba con oficinas de alquiler de automóviles. Allí se detuvieron, y ahora le llegó a Mustafá el momento de ponerse nervioso. El y uno de sus colegas arrendarían autos allí. Otros dos lo harían en la ciudad misma.
"Está todo preparado para ustedes", Es dijo el conductor. Es dio dos hojas de papel. "aquí están los números de reserva. Son sedanes de cuatro puertas Ford Crown Victoria. No podemos conseguir los vehículos que pidieron sin ir a El Paso, yeso no es conveniente. aquí, use su tarjeta Visa. Su nombre es Tomás Salazar. Su amigo es Héctor Santos. Muéstreles los números de reserva y haga lo que le indiquen. Es muy fácil". Al conductor no le pareció que ninguno de ellos tuviera aspecto de latino, pero los empleados eran rústicos ignorantes cuyos conocimientos de castellano se limitaban a las palabras "taco" y "cerveza".
Mustafá descendió del auto, haciéndole señas a su amigo de que lo siguiera.
Inmediatamente, se dio cuenta de que sería fácil. Quienquiera que fuese el dueño del negocio, no se había preocupado por emplear personas inteligentes. El muchacho a cargo del mostrador estaba encorvado sobre una revista de historietas, dedicándole una atención que parecía excesivamente absorta.
"Hola", dijo Mustafá. "Tengo reserva". Escribió el número en un anotador y se lo entregó.
"De acuerdo". El empleado no demostró lo poco que le agradaba que lo distrajeran de la última aventura de Batman. Sabía operar la computadora de la oficina. Y, efectivamente, ésta escupió un formulario completo en casi todos sus detalles.
Mustafá entregó su licencia internacional de conducir, que el empleado fotocopió, abrochando la fotocopia al formulario de arrendamiento. Vio con placer que el señor Salazar había tomado todas las opciones de seguro -a él le pagaban extra por incitar a la gente a hacerlo.
"Bien, su auto es el Ford blanco que está en el espacio de estacionamiento número cuatro. Al salir doble a la derecha. Las llaves están puestas, señor".
"Gracias", dijo Mustafá, con marcado acento. ¿Realmente era así de fácil?
Evidentemente, sí. En cuanto terminó de ajustar el asiento de su Ford, apareció Safd en el espacio número cinco, donde había un Ford idéntico al suyo, aunque color verde claro. Ambos tenían mapas del estado de Nueva México, pero en realidad no los necesitaban. Ambos pusieron sus autos en marcha, dejaron el estacionamiento y se dirigieron a la calle, donde esperaban los SUVs. Bastaba con seguirlos. había tráfico en la ciudad de Las Cruces, aunque, a la hora de la cena, no mucho.
Había otra agencia de arrendamiento de autos a sólo ocho cuadras al norte, sobre lo que parecía ser la calle principal de Las Cruces. Se llamaba Hen, nombre que a Mustafá le pareció vagamente judío. Sus dos camaradas entraron allí y, diez minutos después, salieron al volante de sus autos. Eran Fords del mismo modelo que el suyo y el de Sardo Una vez hecho esto -tal vez la parte más peligrosa de su misión- debían seguir a los SUVs rumbo al norte durante unos pocos kilómetros – resultaron ser veinte- hasta un camino de tierra. Parecía haber muchos de esos… igual que en su tierra natal. Tras aproximadamente otro kilómetro, llegaron a una casa aislada, cuyo único indicio de estar habitada era un camión estacionado. Todos los vehículos se detuvieron allí para lo que sería, pensó Mustafá, su última reunión formal.
"Aquí están sus armas", dijo Juan. "Venga conmigo, por favor", le dijo a Mustafá.
El interior de la adocenada estructura de madera era virtualmente un arsenal. Un total de dieciséis cajas de cartón contenían dieciséis pistolas ametralladoras MAC10. El MAC no es un arma elegante. Está hecha de chapa estampada y el metal no tiene una terminación cuidadosa. Junto a cada arma había doce cargadores, al parecer todos cargados y unidos de a pares con cinta aisladora negra.
"Las armas son vírgenes. No han sido disparadas", Es dijo Juan. También tenemos silenciadores para todas ellas. No son muy eficientes para silenciar, pero mejoran el balance y la precisión. Esta no es un arma tan fácil de manejar como la Uzi -pero ésas son más difíciles de obtener aquí. Estas armas tienen un alcance efectivo de unos diez metros. Se cargan y descargan fácilmente. Disparan, por supuesto, corriendo el cerrojo y la cadencia de fuego es muy elevada". De hecho, vaciaba un cargador de treinta disparos en menos de tres segundos, lo cual era un poco demasiado rápido para usarla en forma sensata, pero a Juan le parecía islas no eran personas especialmente exigentes.
No lo eran. Cada uno de los dieciséis árabes tomó un arma y la sopesó,. como quien saluda a un nuevo amigo. Luego, uno tomó un par de cargadores.
– "Alto!", dijo Juan de inmediato. "No deben cargar las armas adentro. Si quieren probarlas, hay blancos afuera".
– "No hará demasiado ruido?", preguntó Mustafá.. La casa más cercana está a cuatro kilómetros de aquí', respondió Juan, como al desgaire. Las balas no tenían tanto alcance, y dio por sentado que tampoco el sonido de los disparos lo tendría. En esto, se equivocaba.
Pero los árabes dieron por supuesto que sabría todo con respecto a la región, y siempre estaban dispuestos a disparar armas, especialmente si eran automáticas. A veinte metros de la casa había un parapeto de arena, donde había esparcidas cajas vacías de embalaje y cajas de cartón. De a uno, insertaron los cargadores en sus pistolas ametralladoras y abrieron los cerrojos. No hubo una orden oficial de abrir fuego. Todos siguieron el ejemplo de Mustafá, quien tomó la correa que pendía del cañón y apretó el gatillo.
Los resultados inmediatos fueron satisfactorios. La MAC-lO emitió el sonido apropiado, saltando hacia arriba y a la derecha, como ocurre con tales armas, pero como ésta era la primera vez que la usaba y era sólo práctica, se las compuso para orientar sus disparos y poder acertarle a una caja de cartón que estaba unos seis metros adelante y a la izquierda de él. En lo que pareció un instante, el cerrojo se cerró sobre la cámara, ahora vacía, tras disparar y expulsar treinta balas de pistola Remington 9 mm. Consideró extraer el cargador y, dándolo vuelta, colocar el segundo peine adosado a éste para obtener otros tres segundos de fugaz placer, pero se contuvo. Ya habría tiempo para eso, pronto.
"a. Y los silenciadores?", le preguntó a Juan.
"Adentro. Se atornillan al cañón y es mejor usarlos siempre; es que así se controla mejor la rociada de balas, ¿sabe?" Juan sabía de qué hablaba. Había empleado la MAC-lO para eliminar a competidores y otras personas poco agradables en Dallas y Santa Fe. Así y todo, estos hombres le producían cierta incomodidad. Sonreían demasiado. No eran, se dijo Juan Sandoval, como él, y cuanto antes siguieran su camino, mejor. Claro que no sería mejor para quien fuera que los esperaba en su lugar de arribo, pero eso no era asunto suyo. Sus órdenes venían de muy arriba. Muy arriba le había aclarado su superior inmediato la semana anterior. Y el dinero recibido lo confirmaba. Juan no tenía de qué quejarse, pero sabía leer a las personas, y una luz de alarma centelleaba dentro de su cabeza.
Mustafá lo siguió al interior de la casa y tomó el silenciador. Tenía unos diez centímetros de diámetro y tal vez medio metro de largo. Tal como le habían dicho, se atornillaba al cañón y, en términos generales, mejoraba el balance del arma. La sopesó por un instante y decidió que prefería usarla así. Reducía el ángulo de disparo, pero mejoraba la precisión. La reducción de sonido poco importaba para su misión, pero la precisión sí contaba. Pero el silenciador hacía que lo que había sido un arma fácil de esconder se tomase inaceptablemente voluminosa. De modo que, por ahora, destornilló el silenciador y lo colocó en su estuche. Luego, salió y convocó a sus hombres. Juan lo siguió.
"Necesitan saber algunas cosas", Es dijo Juan a los jefes de equipo. Prosiguió en tono lento, mesurado. "La policía estadounidense es eficaz, pero no todopoderosa. Si los detienen cuando van en auto, todo lo que deben hacer es contestarles con educación. Si Es dicen que desciendan del auto, háganlo. La ley estadounidense Es permite verificar si ustedes llevan un arma encima -pueden palparlos de armas- pero si piden registrar el auto, simplemente díganles que no, que no quieren que lo hagan -y la ley no se los permite. Repito: si un policía norteamericano quiere registrarles el auto, digan que no y no podrá hacerlo. Luego sigan su camino. Cuando conduzcan, nunca sobrepasen los números de los carteles indicadores que vayan pasando. Si siguen esa regla, lo más probable es que nadie los incomode. Si van por encima del límite de velocidad, no hacen más que darle una excusa a la policía para detenerlos. De modo que no lo hagan. Ejerciten siempre la paciencia. ¿Alguna pregunta?"
"Si un policía se muestra demasiado agresivo, ¿podemos…?"
Juan sabía cuál sería la pregunta. "¿Matarlo? Sí, es posible hacerlo, pero cuando eso ocurra, van a tener muchos otros policías detrás de ustedes. Cuando un oficial de policía los detenga, lo primero que hará será transmitir su ubicación por radio a su cuartel general, junto al número de patente del auto y una descripción. De modo que, aun si lo matan, tendrán a sus camaradas detrás de ustedes en cuestión de minutos. La satisfacción de matar a un policía no vale la pena. Sólo sirve para atraer más atención sobre ustedes. Las fuerzas policiales de los Estados Unidos tienen muchos vehículos, también apoyo aéreo. Una vez que los empiecen a buscar, los encontrarán. De modo que la única defensa con que cuentan es no hacerse notar. No pasen el límite de velocidad. Respeten las leyes de tránsito. Actúen así y estarán a salvo. Violen esas leyes, y los atraparán, por más armas que tengan. ¿Entendido?"
"Entendemos", le aseguró Mustafá. "Gracias por su ayuda".
"Tenemos mapas para todos. Buenos mapas, de la Asociación Estadounidense del Automóvil. ¿Tienen fachadas, no?", preguntó Juan, quien esperaba terminar eso cuanto antes.
Mustafá miró a sus amigos para ver si a alguien le quedaba alguna pregunta, pero estaban demasiado ansiosos por llevar adelante su tarea, que no querían que nada los distrajese. Satisfecho, se volvió a Juan. "Gracias por su ayuda, amigo".
Amigo, un cuerno, pensó Juan, pero le estrechó la mano y fue con ellos hasta el frente de la casa. Transfirieron rápidamente las maletas de los SUVs a los sedanes y luego contempló como partían, de regreso a la Ruta Estatal 1-25 Norte. Los extranjeros se agruparon una vez más para intercambiar apretones de manos y hasta algún beso, lo que sorprendió a Juan. Se dividieron en cuatro equipos de cuatro hombres, uno para cada auto.
Mustafá se acomodó en su auto. Puso sus paquetes de cigarrillos junto a él, se cercioró de que los espejos estuviesen bien alineados con sus ojos y se abrochó el cinturón de seguridad -le habían dicho que no hacerlo era una forma tan segura de ser detenido como pasar el límite de velocidad. Más que ninguna otra cosa, no quería que lo detuviera un policía. Más allá de las instrucciones de Juan, no tenía intención de correr ese riesgo. De pasada, era posible que un policía no se diera cuenta de lo que eran, pero cara a cara era otra cosa, y no se hacía ilusiones con respecto a qué pensaban los estadounidenses de los árabes. Por eso, sus ejemplares del Santo Corán iban en los maleteros.
Sería un largo trecho. Abdula lo relevaría, pero el primer tramo le tocaba a él. Hacia el norte por la 1-25 hasta Albuquerque, luego hacia el este por la 1-40, casi hasta su objetivo. Más de tres mil kilómetros. Debía empezar a pensar en millas, pesó Mustafá. Una punto seis millas por kilómetro. Debía multiplicar cada número por esa constante o simplemente olvidar la unidad métrica en todo lo que hacía a ese auto. Como fuera, condujo hacia el norte por la Ruta 185 hasta que vio el indicador color verde hoja y la flecha que indicaba la 1-25 Norte. Se reclinó en su asiento, atento al tránsito al que ingresaba y aumentó su velocidad hasta las sesenta y cinco millas por hora, fijando el control de velocidad de crucero del Ford en esa cifra. Después, sólo era cuestión de estar atento al volante y al anónimo tránsito vehicular que, como sus amigos y él, se dirigía al norte, a Albuquerque…
Jack no sabía por qué le costaba tanto dormirse. Eran más de las once de la noche, había consumido su cotidiana ración de TV y se había bebido sus dos o tres – esa noche fueron tres- tragos. Debía haber tenido sueño -de hecho, tenía sueño, pero no lograba dormirse. y no sabía por qué. Sólo cierra los ojos y piensa en cosas bonitas, le decía su madre cuando era pequeño. Pero ahora que ya no era un niño, lo difícil era encontrar cosas bonitas en qué pensar. Había entrado en un nuevo mundo en el cual éstas no abundaban. Su tarea consistía en examinar los hechos conocidos o sospechados con respecto a personas que probablemente nunca conocería, tratar de decidir si éstas querían matar o no a otras personas que tampoco conocía, y transmitir esa información a otras personas que podían, o no, decidir si harían algo al respecto. No sabía exactamente qué podían hacer al respecto, pero tenía sus sospechas… feas sospechas. Se daba vuelta, acomodaba la almohada, trataba de encontrar un punto fresco en la funda, se recostaba otra vez, trataba de dormir…
.y no lo lograba. En algún momento ocurriría. Siempre, al parecer, mas o menos medio segundo antes de que se encendiese su radio-despertador.
¡Maldita sea!, rabió, mirando el techo.
Estaba a la caza de terroristas. Casi todos éstos creían que estaban haciendo algo bueno -no, heroico- cuando se lanzaban a uno de sus crímenes. Para ellos, no se trataba de crímenes. Para los terroristas musulmanes, se trataba de creer que lo que hacían era el trabajo de Dios. Claro que en el Santo Corán no decía nada de eso. En particular, condenaba la muerte de inocentes, de no combatientes. ¿Cómo funcionaba, en realidad? ¿Realmente Alá recibía sonriendo, o de alguna otra manera, a quienes se suicidaban con una bomba? En el catolicismo, la conciencia individual tenía la última palabra. Si uno realmente creía que estaba haciendo lo correcto, entonces Dios no te podía castigar. ¿El Islam creía lo mismo? Además, dado que había sólo un Dios, tal vez sus reglas fuesen las mismas para todos. El problema era que ¿cuál sistema de leyes religiosas en particular se aproximaba más a lo que Dios realmente pensaba? ¿y cómo sabía cuál era cuál? Las Cruzadas habían hecho cosas muy malas. Pero eran un ejemplo clásico de como se le daba categoría religiosa a una guerra que tenía como únicos móviles la economía y la mera ambición. Sólo que a los nobles no Es gustaba que se notara que peleaban a cambio de dinero -y cuando uno tenía a Dios al lado, no había nada que no se pudiera hacer. Uno podía blandir la espada y cortar cualquier cabeza. El obispo decía que estaba bien.
De acuerdo. Pero la cosa era que la religión y el poder político eran una mezcla de mierda, aunque la adoptaran fácilmente los jóvenes entusiastas, para quienes la aventura es una llamada difícil de resistir. Su padre había hablado de eso durante una cena en el Nivel Residencial de la Casa Blanca, explicando que una de las cosas que había que explicarles a los jóvenes reclutas del ejército y la infantería de marina era que hasta la guerra tiene reglas y que violarlas acarrea serias penalidades. Jack padre le dijo a su hijo que los soldados estadounidenses aprendían eso rápidamente, pues provenían de una sociedad en la cual la violencia indisciplinada merecía duros castigos, lo cual funcionaba mejor que los principios abstractos a la hora de enseñar a diferenciar el bien del mal. Después de una o dos cachetadas, uno entendía el mensaje.
Suspiró y se revolvió otra vez. Realmente era demasiado joven para pensar en semejantes Grandes Preguntas de la Vida, aunque su titulo de Georgetown hiciera pensar que no era así. En las universidades se nos enseñaba que el noventa por ciento de la educación se aprendía después de colgar el diploma en la pared. Es podían pedir que devolvieran el dinero.
Ya había pasado la hora de cierre en el Campus. Gerry Hendley estaba en su oficina del piso superior, repasando datos que no había tenido tiempo de procesar en la jornada normal de trabajo. Lo mismo le ocurría a Tom Davis, quien tenía informes de Pete Alexander.
"Problemas?", preguntó Hendley.
"Los gemelos siguen pensando un poco demasiado, Gerry. Debimos preverlo. Ambos son inteligentes y ambos son personas que juegan mayormente dentro de las reglas, de modo que cuando ven que se los entrena para romper esas reglas, se preocupan un poco. Lo curioso, dice Pete, es que quien se preocupa más es el infante de marina. El del FBI va mejor".
"Yo hubiese esperado lo contrario".
"También yo. Y Pete". Davis tomó su agua fría. Nunca tomaba café a esa hora de la noche. "Como sea, Pete dice que no sabe cómo evolucionará esto, pero no tiene más remedio que seguir adelante con el entrenamiento. Gerry, te tendría que haber advertido más con respecto a esto. Imaginé que tendríamos este problema. Es que es la primera vez que hacemos algo así. La gente que queremos… como te dije, no son psicópatas. Van a hacer preguntas. Van a querer saber por qué. Van a tener dudas. No podemos reclutar robots, ¿no?"
"Como cuando tratamos de liquidar a Castro", observó Hendley. Había leído los legajos clasificados referidos a esa loca aventura fracasada. Bobby Kennedy había conducido la Operación MONGOOSE. Es probable que hubieran decidido hacerlo mientras tomaban unos tragos, o tal vez después de jugar al fútbol. Al fin y al cabo, Eisenhower había empleado a la CIA para esa clase de tareas durante su presidencia, de modo que ¿por qué no habían de hacerlo ellos? Pero claro que un ex teniente de la armada que nunca combatió y un abogado que nunca ejerció, no sabían por instinto todas las cosas que sabe un soldado de carrera que ha llegado a las cinco estrellas entiende desde el comienzo. Además, tenían poder para hacerlo. La Constitución misma había hecho comandante en jefe a Jack Kennedy, y esa clase de poder invariablemente acarrea la necesidad de ejercerlo, de reformular el mundo en forma más parecida a las ideas personales que uno tuviera. De modo que la CIA recibió la orden de sacar del medio a Castro. Pero la CIA nunca había tenido un departamento de asesinatos, y no tenía gente entrenada para hacer cosas así. De modo que la agencia recurrió a la mafia, cuya cúpula tenía pocos motivos para amar a Fidel Castro, quien había cerrado lo que probablemente fuera el negocio más provechoso que nunca hubieran tenido. Habla sido una empresa tan segura que los peces gordos del crimen organizado habían invertido su propio dinero personal en los casinos de la Habana, que habían sido cerrados por el dictador comunista.
¿Y acaso la mafia no sabía cómo se mata?
Bueno, en realidad, nunca habían sido muy eficientes -en especial cuando se trataba de personas capaces de defenderse- aunque las películas de Hollywood afirmasen lo contrario. Y así y todo, el gobierno de los Estados Unidos de América había intentando contratarlos para que asesinasen a un jefe de Estado extranjero, ya que la CIA no sabía cómo hacerlo. Viéndolo ahora, parecía ligeramente ridículo. ¿Ligeramente?, se preguntó Gerry Hendley. Había estado a un tris de quedar revelado como una catástrofe orientada desde el gobierno. Tanto, que el presidente Gerry Ford había emitido una orden ejecutiva que calificaba de ilegales las acciones de esa índole y esa orden se había mantenido en pie hasta que el presidente Ryan había decidido eliminar al dictador religioso de Irán con dos bombas inteligentes. Lo notable fue que el momento y las circunstancias que escogió se habían combinado para que la operación fuese comentada por la prensa. A fin de cuentas, había sido realizada por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, mediante un bombardero claramente identificado -aunque "invisible"- en un período de guerra obvia, aunque no declarada, en el cual se emplearon armas de destrucción masiva contra ciudadanos de los Estados Unidos. Esos factores se habían sumado para que esta operación no sólo fuese legítima, sino loable, como lo ratificó la forma en que votó el pueblo de los Estados Unidos en la siguiente elección. Sólo George Washington había tenido un porcentaje de votos mayor que ése, hecho que aún hacía que Jack Ryan, padre, se sintiese un poco incómodo. Pero Jack se había dado cuenta del valor de la muerte de Majmud Hayi Dariaei, de modo que, antes de dejar su cargo, persuadió a Gerry de que estableciese el Campus.
Pero Jack no me dijo qué difícil sería, recordó Hendley. Ésa era la forma de operar de Calles Ryan: escoger gente competente, asignarle una misión y los elementos para llevarla a cabo, luego dejar que la hiciera con la mínima interferencia posible de sus superiores. Eso era lo que había hecho que fuese un buen jefe y un presidente de los buenos, pensó Gerry. Pero no simplificaba la vida de sus subordinados. ¿Por qué demonios había aceptado esa tarea?, se preguntó Hendley. Pero luego sonrió. ¿Cómo reaccionaría Jack cuando se enterase de que su propio hijo integraba el Campus? ¿Vería el lado cómico?
Probablemente no.
"¿De modo que Pete dice sigamos adelante?"
"¿Qué otra cosa puede decir?", replicó Davis.
"Tom, ¿nunca deseaste estar otra vez en la granja de tu papi en Nebraska?"
"Es un trabajo muy duro y muy aburrido", y no había forma de que Davis se quedara en la granja después de haber sido oficial de campo de la CIA. Tal vez fuese un buen agente de Bolsa en su existencia "blanca", pero la verdadera vocación de Davis era tan blanca como el color de su piel. Le gustaba demasiado la acción del mundo "negro".
"¿Qué opinas de lo que ocurre con Fort Meade?"
"Mi instinto me dice que algo está por ocurrir. Los lastimamos. Quieren lastimarnos". "¿Crees que se puedan recuperar? ¿No los mordieron lo bastante fuerte nuestras tropas en Afganistán?"
"Gerry, hay gente demasiado estúpida o demasiado fanática como para notar cuándo recibe un mordisco. La religión es una motivación fuerte. Y aun si los ejecutores son demasiado estúpidos como para saber qué están haciendo…"
"Son lo suficientemente inteligentes como para llevar adelante sus misiones", asintió Hendley. "¿y no estamos aquí por eso?"