174274.fb2 Los dientes del tigre - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 13

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CAPÍTULO 11 Cruzando el río

Llegó el alba, y con ella el sol. Mustafá despertó sobresaltado por la combinación de luz brillante y un bache en el camino. Sacudió la cabeza para despejarse y, volviéndose, vio a Abdulá, sonriendo al volante.

"¿Dónde estamos?", preguntó el jefe a su principal subordinado.

"A media hora al este de Amarillo. Fue un agradable tramo de trescientas cincuenta millas, pero nos estamos quedando sin combustible".

"¿Por qué no me despertaste hace unas cuantas horas?"

"¿Por qué? Dormías tranquilamente, y la ruta estuvo casi totalmente despejada toda la noche, con excepción de los malditos camiones. Los estadounidenses deben de dormir toda la noche. No creo haber visto más de treinta automóviles en las últimas horas".

Mustafá miró el velocímetro. El coche había ido a sesenta y cinco. Así que Abdulá no se había pasado del límite. No los había detenido la policía. No había por qué incomodarse. Pero Abdulá no había seguido sus órdenes con la precisión que Mustafá prefería.

"Ahí", dijo el conductor, señalando un letrero azul. "Podemos cargar combustible y comer algo. Pensaba despertarte aquí, Mustafá. Puedes estar tranquilo, amigo mío". El indicador de combustible casi marcaba "vacío" -, vio Mustafá. Abdulá había cometido un error al dejado bajar tanto, pero ya no tenía sentido reprenderlo por eso.

Se detuvieron en un estacionamiento de considerable tamaño. Los surtidores de gasolina eran de Chevron, y automáticos. Mustafá sacó su billetera e insertó su tarjeta Visa en la ranura, llenando luego el Ford con más de setenta litros de gasolina especial.

Cuando terminó, los otros tres ya habían pasado por el baño y estudiaban las opciones de comida. Al parecer, tendrían que ser donuts otra vez. Diez minutos después de haber salido de la interestatal, la tomaban otra vez, hacia Oklahoma, al este. Veinte minutos después, entraban allí.

En el asiento trasero, Rafi y Zuhayr iban despiertos, conversando. Mustafá escuchaba sin participar.

El terreno era llano, de topografía similar a la de su tierra natal, aunque mucho más verde. El horizonte quedaba sorprendentemente lejos, tanto que estimar distancias parecía imposible a primera vista. El sol estaba por encima del horizonte, y lo incomodó hasta que recordó los anteojos de sol que llevaba en el bolsillo de la camisa. Ayudaron un poco.

Mustafá notó su propio estado de ánimo. Conducir le parecía agradable, el paisaje era placentero y, lo que había de trabajo, fácil. Más o menos cada noventa minutos veía un auto de la policía, que generalmente pasaba su Ford a buena velocidad, demasiado rápido para que los que iban dentro los miraran bien a él y sus amigos. Mantener la velocidad crucero justo dentro del límite había sido un buen consejo. Se desplazaban a buen ritmo, pero así y todo, otros vehículos los pasaban a menudo, aun camiones grandes. No romper la ley ni un poquito los hacía invisibles a los ojos de la policía, cuyo principal objetivo era penalizar a los que fuesen demasiado rápido. Confiaba en la solidez de la seguridad de su misión. De no haber sido así, los habrían seguido, o detenido en algún tramo de ruta particularmente desierto, una trampa con armas y muchos, muchos enemigos. Pero eso no había ocurrido. Otra ventaja de conducir cerca del límite de velocidad era que cualquiera que los siguiese se destacaría. Sólo era cuestión de mirar por el espejo. Nadie permanecía detrás de ellos por más de unos pocos minutos. Cualquier seguimiento policial lo haría un hombre -tenía que ser varón- de entre veintitantos y treinta y tantos años. Tal vez dos, uno para conducir, otro para mirar. Tendrían aspecto de estar en buen estado atlético, cortes de cabello conservadores. Los seguirían por unos minutos antes de romper contacto y que otros los relevaran. Por supuesto que serían astutos, pero la naturaleza de su misión haría que sus procedimientos fuesen predecibles. Habría vehículos reconocibles que desaparecerían y reaparecerían. Pero Mustafá estaba completamente alerta y no había visto autos que apareciesen más de una vez. Claro que los podían seguir desde el aire, pero los helicópteros eran fáciles de detectar. El único peligro hubiese sido un avión pequeño, pero no podían preocuparse por todo. Lo que estaba escrito, estaba escrito, y no había forma de defenderse de eso. Por ahora, la ruta estaba despejada y el café era excelente. Sería un bonito día. CIUDAD DE OKLAHOMA, 36 MILLAS, proclamó el cartel indicador verde.

La NPR anunció que era el cumpleaños de Barbra Streisand, una información esencial para comenzar el día, pensó John Patrick Ryan Jr. mientras salía de la cama y se dirigía al baño. A los pocos minutos, vio cómo su cafetera automática había funcionado según lo previsto, sirviendo el equivalente a dos tazas en el jarro de plástico blanco. Había pensado irse a McDonald's esa mañana y comerse un Egg McMuffin y papas fritas al estilo sureño, camino al trabajo. No era exactamente un desayuno saludable, pero sí satisfactorio y, a los veintitrés años no se preocupaba demasiado por la grasa y el colesterol, como sí le ocurría a su padre, gracias a su madre. Mamá ya estaría vestida y lista para irse al Hopkins (hasta donde la llevaba su principal agente del Servicio Secreto) para su trabajo matinal, sin café si le tocaba operar ese día, pues la preocupaba la posibilidad de que la cafeína le produjese un ligero temblor en las manos que la hiciera ensartar su bisturí en el cerebro de algún pobre desgraciado después de atravesarle el cerebro como si fuese la aceituna de un martini (broma de su padre que generalmente provocaba una juguetona palmadita de mamá). Papá se pondría a trabajar en sus memorias, asistido por un escritor profesional (lo cual detestaba, pero que su editor le había impuesto). Sally estaba pasando por la etapa de escuela médica en que le gustaba jugar a la doctora; no sabía qué estaría haciendo en ese momento. Katie y Kyle se estarían vistiendo para la escuela. Pero el pequeño Jack debía ir a trabajar. Ultimamente, había dado en pensar que la universidad había sido su última vacación. Sí, claro, todos los niños y niñas quieren crecer y hacerse cargo de su propia vida, pero cuando llegan allí ya no pueden volverse atrás. Eso de trabajar todos los días era un clavo. Sí, claro, a uno le pagaban por hacerlo, pero él ya era rico y heredero de una familia distinguida. En su caso, ya había hecho dinero y no era la clase de persona que lo derrocharía, arruinando su propia vida. Dejó su taza vacía en el lavaplatos y fue a afeitarse al baño.

Ésa era otra cosa que no le causaba gracia. Maldita sea, cuando uno llegaba a adolescente, era tan agradable ver cómo esa primera suave pubescencia de melocotón se volvía oscura y erizada. Luego, había que afeitarla una o dos veces a la semana, por lo general antes de una cita. Pero cada mañana, iqué clavo! Recordó haber visto cómo lo hacía su padre, observando cómo suelen hacerlo los niños y pensando qué bueno que era ser adulto. Sí, claro. Crecer no valía la pena. Era mejor tener un papá y una mamá que se ocuparan de toda la mierda de rutina. Sin embargo…

Sin embargo, ahora estaba haciendo cosas importantes, y eso era, hasta cierto punto, satisfactorio. Una vez que uno pasaba toda la parte doméstica que acarreaba. Bueno. Camisa limpia. Elegir corbata y traba de corbata. Ponerse la chaqueta. Salir. Al menos, el auto que tenía era genial. Podía comprarse otro. Un descapotable, tal vez. Llegaba el verano y sería agradable sentir el viento en el cabello. Hasta que algún degenerado que llevase un cuchillo le rajase el techo, y entonces había que llamar a la compañía de seguros y el auto desaparecería en el taller durante tres días. Crecer, si uno lo analizaba, se parecía mucho a ir a un centro de compras a adquirir ropa interior. Todos la necesitaban, pero no servía de mucho más que para quitársela.

El camino al trabajo era más o menos tan rutinario como ir a estudiar, con la diferencia de que ahora no se debía preocupar por los exámenes. Y si con la diferencia de que si se equivocaba, perdía el trabajo, y esa falta estaría con él durante mucho más tiempo que una nota baja en sociología. De modo que no debía equivocarse. El problema con su trabajo era que cada día se pasaba en aprender, no en aplicar conocimientos. La gran mentira acerca de la universidad era que te decían que te enseñaba todo lo que necesitabas saber en la vida. Sí, claro. Probablemente no había ocurrido así con su padre -y mamá, bueno, nunca había dejado de leer sus periódicos médicos a ver qué había de nuevo. No sólo periódicos estadounidenses, sino también ingleses y franceses, porque hablaba buen francés y decía que en Francia había buenos médicos. Mejor que sus políticos, pero, todo hay que decirlo, cualquiera que juzgase a los Estados Unidos por su dirigencia política, probablemente pensara que eran una nación de chapuceros. Al menos desde que su papi dejó la Casa Blanca.

Una vez más, oía NPR, era su emisora de noticias favoritas, y era mucho mejor que oír la música popular de moda. Se había criado oyendo a su mamá tocando el piano, interpretando sobre todo a Bach y sus pares -tal vez un poco de John Williams como concesión a los tiempos modernos, aunque éste escribía más para bronces que para teclas.

Otra bomba suicida en Israel. Maldición, su papá había intentando apaciguar eso por todos los medios, pero a pesar de muchos esfuerzos bien intencionados, aun de parte de los israelíes, nada dio resultado. Parecía que judíos y musulmanes no podían entenderse. Su padre y el príncipe Alí bm Sultán hablaban del tema cada vez que se encontraban, y daba pena ver lo frustrados que se sentían. Al príncipe no le había tocado ser candidato al trono de su país -lo cual, posiblemente, era bueno, pensó Jack, pues ser rey era aún peor que ser presidente- pero así y todo era una figura importante, cuyas palabras eran oídas por el rey… lo que le recordaba a…

Udi bm Sali. Habría más noticias sobre él esa mañana. La producción del SIS británico, cortesía de esos infelices de la CIA en Langley. ¿Infelices de la CIA?, se preguntó Jack. Su propio padre había trabajado allí, sirviendo con distinción antes de progresar en el mundo y les había dicho muchas veces a sus hijos que no creyeran nada de lo que el cine decía sobre el mundo de la inteligencia. Jack Jr. había hecho preguntas, por lo general sin obtener más que respuestas insatisfactorias, y ahora estaba aprendiendo cómo era realmente el negocio. En general, aburrido. Demasiada contabilidad, como cazar ratones en el Parque Jurásico, aunque al menos uno tenía la ventaja de ser invisible para los dinosaurios depredadores. Nadie sabía de la existencia del Campus y mientras fuese así, todos estarían a salvo. Esto era tranquilizador, pero, otra vez, aburrido. Junior aún era lo suficientemente joven para creer que excitación equivalía a diversión.

Dejó la Ruta nacional 29 en el desvío a la izquierda que conducía al Campus. El estacionamiento habitual. Una sonrisa y un saludo con la mano al guardia de seguridad antes de subir a su oficina. En ese momento Junior se dio cuenta de que había pasado por McDonald's sin detenerse, de modo que tomó dos galletas de la bandeja de alimentos y una de café para llevársela a su escritorio.

"Buenos días, Uda", le dijo Jack Jr. a su monitor. "¿Qué has estado haciendo?" El reloj de su computadora marcaba las 8:25 de la mañana. Eso significaba que era la primera hora de la tarde en el distrito financiero de Londres. Bm Sali tenía una oficina en el edificio de seguros Lloyd, que según recordaba Junior, parecía una refinería llena de ventanas. Vecindario caro, vecinos muy ricos. El informe no decía qué piso, pero de todas formas, Jack nunca había entrado en el edificio. Seguros. Debía de ser el trabajo más aburrido del mundo, esperar a que se incendiase un edificio. Así que ayer, Uda había telefoneado a… jajá! "He visto ese nombre en algún lado", le dijo Jack a la pantalla. Era el nombre de un árabe muy rico, de quien se sabía que había jugado donde no debía en alguna ocasión y que también era vigilado por el Servicio Secreto británico. ¿y qué habían hablado?

Hasta había una transcripción. La conversación había sido en árabe y la traducción… igual podría haberse tratado de instrucciones de la esposa para que comprara un litro de leche al volver del trabajo. Así de excitante y revelador. Pero Uda había respondido a una aseveración totalmente inocua con un "¿estás seguro?" No era la clase de cosa que uno le dice a la esposa cuando ella encarga un litro de leche descremada.

"El tono de su voz sugiere un significado oculto", había opinado plácidamente al pie de página el analista británico.

Más tarde, Uda había salido temprano de la oficina y había ido a otro pub, donde se encontró con el tipo de la conversación telefónica. Así que la conversación no sabía sido tan inocua, ¿no? Pero, aunque no habían logrado oír lo hablado en el reservado del pub, en la llamada de teléfono no habían especificado un punto de encuentro… y Uda no pasaba mucho tiempo en ese pub en particular.

"Buenos días, Jack", saludó Wills, quitándose la chaqueta y colgándola del perchero. "¿Alguna novedad?"

"Nuestro amigo Uda se está meneando de lo lindo". Jack pulsó el comando IMPRIMIR y le alcanzó el informe impreso a su compañero antes de que éste alcanzara a sentarse.

"¿Parece sugerir la posibilidad, verdad?"

"Tony, este tipo está en el juego", dijo Jack con bastante convicción.

"¿Qué hizo después de la conversación telefónica? ¿Alguna transacción fuera de lo habitual?"

"Aún no lo verifiqué, pero, de ser así, lo hizo porque su amigo se lo ordenó y luego se encontraron a tomar una pinta de cerveza amarga y confirmar la operación".

"Eso dejando que tu imaginación dé cosas por sentadas. Aquí, procuramos no hacer eso", advirtió Wills.

"Lo sé", gruñó Junior. Era hora de verificar los movimientos de dinero del día anterior.

"Por cierto, hoy conocerás a alguien nuevo".

"¿Quién es?"

"Dave Cunningham. Contador forense, trabajaba para Justicia, temas relacionados con el delito organizado. Es muy bueno para descubrir irregularidades financieras".

"¿Cree que encontré algo interesante?", preguntó Jack, esperanzado.

"Veremos cuando venga, después de comer. Probablemente esté repasando tu material en este momento".

"De acuerdo", respondió Jack. Tal vez había dado con el rastro de algo interesante. Tal vez su trabajo tuviera un elemento de excitación. Tal vez le dieran una condecoración a su calculadora. Sí, claro.

Los días se convirtieron en rutina. Carrera y entrenamiento físico por la mañana, a continuación, desayuno y charla. Esencialmente, lo mismo que el período de Dominic en la academia del FBI o el de Brian en el aprendizaje básico. Era esta similitud la que preocupaba vagamente al infante de marina. El entrenamiento del Cuerpo de infantería de marina se orientaba a matar gente y romper cosas. Este también.

Dorninic era un poco mejor en seguimiento, porque la academia del FBI lo enseñaba a partir de un manual que los infantes de marina no usaban. Enzo también era bueno con la pistola, aunque Aldo prefería su Smith & Wesson a la Beretta de su hermano. Su hermano había eliminado a un malo con su Smith, mientras que Brian había hecho su tarea con un fusil M16A2 a una distancia más bien larga, cincuenta metros, suficientemente cerca como para ver qué cara ponían cuando los alcanzaba la bala, y lo suficientemente lejos como para que un disparo de respuesta no fuese motivo de preocupación. Su sargento lo había regañado por no cubrirse lo suficiente cuando los AK le apuntaban, pero Brian había aprendido una importante lección la única vez que había estado en combate. Había descubierto que, en esos momentos, su mente y su razonamiento se volvían hiperlúcidos, el mundo parecía funcionar con más lentitud y su pensamiento se volvía extraordinariamente claro. Al recordarlo, le sorprendió que, dada la velocidad con que iba su mente, no hubiera visto el trayecto de las balas; bueno, los cinco últimos disparos del peine del Ak-47 solían ser trazadoras y las había visto en el aire, aunque no dirigidas directamente a él. Su mente solía regresar a esos intensos cinco o seis minutos, y lo criticaba por lo que podía haber hecho mejor y se prometía no repetir esos errores de pensamiento y de mando, aunque el sargento Sullivan se había demostrado respetuoso para con su capitán cuando éste hizo su informe poscombate en la base.

"¿Qué tal la carrera de hoy, muchachos?", preguntó Pete Alexander.

"Deliciosa", respondió Dominic. "Tal vez deberíamos probar hacerlo con mochilas de veinte kilos".

"Podemos arreglar para que sea así, respondió Alexander.

"Eh, Pete, eso era lo que hacíamos en la Fuerza de Reconocimiento. No es divertido", objetó en seguida Brian. "Afloja con el humor", le dijo a su hermano.

"Bueno, es bueno ver que sigues en buenas condiciones", observó Pete afablemente. A fin de cuentas, no era él quien debía hacer las carreras matutinas. "¿Qué se cuenta?"

"Aún me gustaría saber más acerca de cuál es el propósito de todo esto", dijo Brian, alzando la vista de su taza de café.

"No eres muy paciente que digamos, ¿no?", respondió su oficial de entrenamiento.

"Mire, en el Cuerpo de Infantería de Marina entrenábamos a diario, pero aun cuando no estaba claro para qué entrenábamos, sabíamos que éramos infantes de marina y que no íbamos a vender bizcochos frente a un Wal Mart a beneficio de las Niñas Exploradoras".

"¿Para qué crees que te estás preparando ahora?"

"Para matar gente sin advertencia, sin reglas de enfrentamiento reconocibles. Se parece mucho a asesinar". Bien, pensó Brian, lo había dicho en voz alta. ¿Qué ocurriría ahora? Probablemente, dar vuelta en su auto a Camp Lejeune y retomar su carrera en la Máquina Verde. Bueno, podría ser peor.

"De acuerdo, creo que ya va siendo hora", concedió Alexander. "¿Qué harías si se te ordenara matar a alguien?"

"Si las órdenes son legítimas, las obedezco, pero la ley -el sistema- me permite evaluar cuán legítimas son".

"Bien, una hipótesis: digamos que se te ordena terminar con la vida de un terrorista conocido. ¿Cómo reaccionas?", preguntó Pete.

"Fácil. Lo matas", respondió Brian de inmediato.

"¿Por qué?"

"Los terroristas son criminales, pero no siempre puedes arrestarlos. Le hacen la guerra a mi país, y si a mí me dicen que responda guerreando, lo hago. Para eso me enrolé, Pete".

"El sistema no nos permite hacer eso", observó Dominic.

"Pero el sistema te permite eliminar a los delincuentes si los sorprendes in flagrante delicta, por así decirlo. Tú lo hiciste y no te arrepientes, hermano".

"Tampoco tú te arrepentirás. Tu situación es la misma. Si el Presidente te dice que mates a alguien y tú vistes uniforme, él es el Comandante en Jefe, Aldo. Tienes el derecho legal -demonios, no, el deber- de matar a quien él te ordene".

"¿No hubo ciertos alemanes que usaron ese argumento en 1946?", preguntó Brian.

"No me preocuparía mucho por eso. Tendríamos que perder la guerra para que eso nos preocupara. No creo que eso vaya a ocurrir por ahora".

"Enzo, si lo que tú dices es así, si los alemanes hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial, nadie debería preocuparse por los seis millones de judíos que asesinaron. ¿Eso es lo que dices?"

"Muchachos", interrumpió Alexander, "ésta no es una clase de teoría legal".

"El abogado aquí es Enzo", señaló Brian.

Dominic respondió a la provocación: "Si el Presidente viola la ley, entonces el Congreso le hace juicio político, y se queda sin trabajo y entonces será él quien es pasible de sanciones penales".

"De acuerdo. ¿Pero qué ocurre con los tipos que siguieron sus órdenes?", respondió Brian.

"Eso depende", les dijo Pete a ambos. "Si el presidente saliente les dio indultos, ¿qué responsabilidad tienen?"

Dominic quedó impactado con la respuesta. "Supongo que ninguna. Según la Constitución, el presidente tiene el soberano poder de indultar, como lo tenían los reyes en el pasado. En teoría, el presidente puede incluso indultarse a sí mismo, pero desde el punto legal, eso sería una verdadera caja de Pandora. La Constitución es la ley suprema. En la práctica, la constitución es Dios, y ante eso, no hay reclamo. Sabes, fuera de la ocasión en que Ford perdonó a Nixon, es un aspecto que realmente no se ha investigado. Pero la Constitución está diseñada para ser aplicada en forma razonable por personas razonables. Tal vez ésa sea su única debilidad. Los abogados son abogados y eso significa que no siempre son razonables".

"De modo que, en teoría, si el presidente te indulta por matar a alguien, no eres culpable de ese delito ¿de acuerdo?"

"Correcto". El rostro de Dominic se contrajo ligeramente. "¿Qué me estás diciendo?"

"Sólo una hipótesis", respondió Alexander, retrocediendo ligeramente. En cualquier caso, así terminó la clase de teoría legal, y Alexander se congratuló por haberles dicho muchísimo y nada al mismo tiempo.

Los nombres de las ciudades le resultaban tan extraños, pensó Mustafá. Shawnee. Dkemah. Welletka. Pharaoh. Esta era la más rara. ¿Faraón? No estaban en Egipto. Esa era una nación musulmana, aunque se encontrara confundida y su política no reconociera la importancia de la Fe. Pero tarde o temprano eso cambiaría. Mustafá se reclinó en su asiento y tomó un cigarrillo, Aún les quedaba medio tanque de gasolina. Claro que si este Ford tenía un tanque grande para consumir petróleo musulmán, los estadounidenses eran hijos de puta ingratos. Los países musulmanes les vendían petróleo y Estados Unidos ¿qué les devolvía? Poco más que armas para que los israelíes mataran árabes. Pornografía, alcohol y otras basuras para corromper a los Fieles. ¿Pero qué era peor, corromper o ser corrompido, víctima de infieles? Algún día, cuando la Ley de Alá gobernara el mundo, todo iría bien. Ese día llegaría de alguna forma y él y sus camaradas guerreros estaban ahora mismo en la cresta de la ola de la Voluntad de Alá. Morirían muertes de mártires y eso era algo de lo que estar orgullosos. A su debido tiempo, sus familias sabrían de lo ocurrido con ellos -podían contar con los estadounidenses para eso- y llorarían su muerte, pero celebrarían su fe. A las agencias de investigación estadounidenses les gustaba exhibir su eficiencia aun después de haber perdido la batalla. Sonrió.

Daxe Cunningham representaba la edad que tenía. Estaba bien cerca de los sesenta, pensó Jack. Escaso cabello gris. Mala piel. Había dejado el cigarrillo, pero no a tiempo. Pero sus ojos grises brillaban como los de un hurón de las Dakotas en busca de roedores para comérselos.

"¿eres Jack Junior?", preguntó apenas entró.

"Culpable", admitió Jack. "¿Qué te parecieron mis cifras?"

"No están mal para un aficionado", admitió Cunningham. "Al parecer, el sujeto está almacenando y lavando dinero, para él y para alguien más".

"¿Para quién más?", preguntó Wills.

"No estoy seguro, pero es del Medio Oriente, es rico y está atento a su dinero. Curioso. Todos creen que malgastan el dinero como marineros borrachos. Algunos lo hacen", observó el contador. "Pero otros son avaros. Cuando sueltan la moneda de veinticinco centavos, el bisonte chilla". Eso demostraba su edad. Las monedas de veinticinco con un bisonte eran tan viejas que Jack ni siquiera entendió la broma. Luego, Cunningham puso unos papeles sobre el escritorio entre Ryan y Wills. Las transacciones estaban destacadas en rojo.

"Es un poco desprolijo. Todas las transferencias dudosas están hechas de a paquetes de diez mil libras. Hace que sean fáciles de detectar. Las disfraza de gastos personales. Van a esa cuenta, probablemente para que sus padres no lo descubran. Los contadores sauditas tienden a ser desprolijos. Supongo que para que se inquieten hace falta un millón. Posiblemente les parezca que no tiene nada de raro que un joven separe diez mil para una noche particularmente agradable con las damas, o para el casino. A los jóvenes ricos les encanta jugar, aunque no lo hacen muy bien. Si vivieran más cerca de Las Vegas o de Atlantic City, harían maravillas por nuestra balanza de pagos".

"¿Tal vez les gusten más las putas europeas que las nuestras?", se preguntó Jack en voz alta.

"Hijo, en Las Vegas puedes pedir un burro camboyano rubio y de ojos azules y a la media hora lo tendrás en la puerta". A lo largo de los años, Cunningham había aprendido que también los jerarcas de la mafia tienen sus actividades favoritas. Al comienzo, ese abuelo metodista se había sentido ofendido, pero al darse cuenta de que era una forma más de rastrear criminales, había recibido con beneplácito tales gastos. Las personas corruptas hacían cosas corruptas. Cunningham también había participado en la operación SERPIENTES ELEGANTES, que había enviado a seis miembros del Congreso a la cárcel federal estilo club de campo ubicada en la Base Eglin de la Fuerza Aérea en Florida, empleando esos mismos métodos para rastrear a su presa. Suponía que ahora se estarían desempeñando como caddies de alto rango para los jóvenes pilotos de caza que partían desde allí,lo cual les vendría bien para ejercitarse a los representantes del pueblo.

"Dave ¿nuestro amigo Uda está en el juego?"

Cunningham alzó la vista de sus papeles. "No te quepa duda de que se mueve como si lo estuviera, hijo".

En Arkansas, el paisaje se hizo ligeramente ondulado. Mustafá sentía que, después de conducir durante cuatrocientas millas, sus reacciones eran un poco lentas, de modo que se detuvo en una estación de servicio y. tras llenar el tanque, dejó que Abdulá se hiciese cargo del volante.

Estirarse era agradable. Luego, otra vez a la ruta. Abdulá conducía con prudencia. Sólo pasaban a gente de edad, y se mantenían en el carril derecho para evitar ser aplastados por los camiones. Además de que no querían llamar la atención de la policía, en realidad no tenían prisa. Tenían dos días para identificar su objetivo y cumplir con su misión. Era mucho. Se preguntó qué estarían haciendo los otros tres equipos. Todos ellos tenían que recorrer distancias más cortas. Probablemente uno de ellos ya hubiera llegado a la ciudad que tenía como objetivo. Tenían órdenes de seleccionar un hotel decente pero no lujoso a menos de una hora de auto del objetivo, reconocer el objetivo, confirmar vía correo electrónico que estaba todo a punto y esperar hasta que Mustafá les ordenara llevar a cabo la misión. Por supuesto que cuanto más simples eran las órdenes, menos posibilidad de confusiones y errores había. Los hombres eran buenos y sabían qué tenían que hacer. Los conocía a todos. Saíd y Mejdi eran, como él, de origen saudita, como él, hijos de familias ricas que despreciaban a sus padres porque éstos lamían las botas de los estadounidenses y otros como ellos. Sabawi era de origen iraquí. No había nacido rico, pero era un verdadero creyente. Era sunnita como los demás, pero quería ser recordado incluso por la mayoría chiita de su país como fiel seguidor del Profeta. Los chiitas de Irak, sólo liberados recientemente -ipor infieles!- del dominio sunnita, se pavoneaban por todo el país como si ellos fueran los únicos Creyentes. Sabawi quería demostrar que tal falsa creencia era errónea. Mustafá apenas si se molestaba con tales banalidades. Para él, el Islam era una gran casa donde cabían casi todos…

"Mi culo está cansado", dijo Rafi desde el asiento trasero.

"No puedo hacer nada al respecto, hermano mío", replicó Abdulá desde el asiento del conductor. Como conductor, consideraba que estaba transitoriamente al mando.

"Lo sé, pero de todas formas mi culo está cansado", observó Rafi.

"Podríamos haber hecho el viaje a caballo, pero habría sido lento y también ellos hacen doler el culo, amigo mío", observó Mustafá. Esa observación fue recibida con risas, y Rafi regresó su atención a su ejemplar de Playboy.

El mapa mostraba un camino fácil hasta que llegaron a la ciudad de Small Stone. Allí tendrían que estar bien atentos. Pero por ahora, el camino serpenteaba entre placenteras colinas cubiertas de verdes árboles, Era considerablemente distinto del norte de México, que tanto se había parecido a las arenosas colinas de su tierra natal… a las que nunca regresarían…

Para Abdulá, conducir era un placer. El automóvil no era tan bueno como el Mercedes de su padre, pero por ahora bastaba, y sentía bien el volante bajo sus manos, mientras conducía reclinado, fumando su Winston con una sonrisa de satisfacción en los labios. Había personas en los Estados Unidos que corrían con autos como éstos en grandes pistas ovaladas y iqué placer debían de sentir! Conducir tan rápido como uno pudiera, competir con otros iy ganar! Eso debía de ser mejor que poseer a una mujer… bueno, casi… sólo diferente, se corrigió. Pero poseer a una mujer después de ganar una carrera, eso sí que sería un placer. Se preguntó si habría autos en el paraíso. Autos buenos, veloces, como los de Fórmula 1 que corrían en Europa, pegados a la curva, con toda su potencia en las rectas, conduciendo a la plena potencia del auto. Podía intentarlo ahora. Este auto probablemente alcanzara los doscientos kilómetros por hora, pero no, la misión era más importante.

Arrojó su cigarrillo por la ventana. En ese momento, lo pasó un auto de policía con franjas azules a los lados. Policía del Estado de Arkansas. Ese parecía un auto veloz, y el hombre que iba dentro tenía un espléndido sombrero de vaquero, pensó Abdulá. Como todos los habitantes del planeta, había visto una buena cantidad de películas estadounidenses, incluidas las de vaqueros, hombres a caballo trabajando con ganado o simplemente disparando sus pistolas en los saloons, arreglando cuestiones de honor. Esa imaginería lo atraía -pero para eso existía, se recordó. Otro intento de los infieles por seducir a los Creyentes. Para ser justo, había que reconocer que las películas estadounidenses estaban hechas para el público estadounidense. ¿Cuántas películas árabes mostraban a Salah ad-Din -que era nada menos que curdo- aplastando a los cruzados cristianos invasores? Se habían hecho para enseñar historia y para estimular la hombría de los hombres árabes para que aplastasen mejor a los israelíes, cosa que, lamentablemente, no ocurría. Posiblemente las películas de vaqueros estadounidenses tuviesen la misma función. Su concepto de la hombría no era tan distinto del de los árabes, con la diferencia de que usaban revólveres, en lugar de la más varonil espada. Claro que la pistola tenía más alcance, de modo que los estadounidenses eran prácticos, además de muy astutos, para pelear. Por supuesto que no más valientes que los árabes, sí más astutos.

Tendría que cuidarse de los estadounidenses y sus armas de mano, se dijo Abdulá. Si alguno de ellos disparase como en las películas de vaqueros, su misión llegaría a un prematuro fin, y eso no debía ocurrir.

Se preguntó qué llevaría en su cinturón el policía del auto blanco ¿dispararía bien? Claro que podían averiguado, pero sólo había una forma de hacerlo y sería arruinar la misión. Abdulá contempló cómo se perdía en la distancia el auto de la policía, y se conformó con mirar pasar acoplados de tractor mientras seguía camino al este a una velocidad pareja de algo más de cien kilómetros por hora, a razón de tres cigarrillos por hora y un estómago que gruñía. SMALL STONE, 30 MILLAS,

"En Langley se están excitando otra vez", le dijo Davis a Hendley,

"¿Qué oíste?", preguntó Gerry.

"Un agente de campo oyó algo extraño de un agente-fuente en Arabia Saudita, Algo acerca de que gente que se sospecha que está en el juego abandonó el país, no se sabe con qué destino, cree que hemisferio occidental, son unos diez",

"¿Cuán firme es esto?", preguntó Hendley,

"Un 'tres' en materia de confiabilidad, aunque es una fuente considerada generalmente buena, algún infeliz de alto rango decidió bajarle la clasificación por razones desconocidas", ese era uno de los problemas que enfrentaba el Campus, dependían de otros para la mayor parte de sus análisis, aunque tenían gente especialmente buena en sus propias oficinas de análisis, el verdadero trabajo se hacía al otro lado del río Potomac y la CIA había tenido sus errores durante los últimos años – mejor dicho, décadas, se recordó Gerry. Nadie acertaba siempre en este mundo y muchos de los burócratas de la CIA estaban demasiado bien pagos, aun tratándose de magros sueldos del gobierno, pero en tanto llevaran adelante bien sus tareas de rutina administrativa, a nadie le importaba o siquiera lo notaba. Lo significativo era que los sauditas deportaban a la gente que les podia traer problemas, permitiéndoles ir a delinquir a otros lugares y, si resultaban atrapados, el gobierno saudita se mostraba ampliamente dispuesto a colaborar, con lo cual cubría todas sus bases con gran facilidad.

"¿Que crees?", le preguntó a Tom Davis.

"Demonios, Gerry, no soy una gitana que lee las manos. No tengo ni bola de cristal ni oráculo délfico", Davis lanzó un suspiro de frustración. "Se le ha notificado a Seguridad Territorial, lo cual implica que también participan el FBI y el resto del equipo analítico pero, sabes, ésta es inteligencia 'blanda'. Nada tangible, tres nombres, sin fotos, y cualquIera puede conseguirse identificación falsa", hasta en las novelas populares explica cómo hacerlo, ni siquiera necesitas ser muy paciente, porque ni un solo estado de la Unión cruza datos de los certificados de nacimiento, de muerte, lo cual sería fácil hasta para los burócratas del gobierno.

"¿Qué ocurre, entonces?

Davis se encogió de hombros. "Lo habitual. A la gente de seguridad de los aeropuertos se le dirá una vez más que se mantenga alerta, y molestarán a más personas inocentes para asegurarse de que nadie trate de secuestrar un vuelo. La policía estará atenta a autos sospechosos, pero ello se refiere a que la gente que conduzca mal será detenida. Ha habido demasiadas falsas alarmas. Incluso a la policía le cuesta tomarse esto en serio y, Gerry, ¿quién puede reprochárselo?"

"De modo que nosotros mismos neutralizamos nuestras defensas".

"A los fines prácticos, sí. Hasta que la CIA cuente con muchos más recursos de campo para identificarlos antes de que lleguen aquí, actuamos de modo reactivo, no proactivo. Qué demonios -sonrió- mi actividad bursátil ha andado bien estas últimas dos semanas". Tom Davis había descubierto que le gustaba mucho el negocio de las finanzas, o al menos, que tenía facilidad para éste. Tal vez haber ingresado en la CIA apenas se graduó en la Universidad de Nebraska había sido un error, se decía cada tanto.

"¿Algún desarrollo del informe de la CIA?"

"Bueno, alguien sugirió retomar contacto con la fuente, pero aún no hay autorización del Séptimo Piso".

"iPor Dios!", exclamó Hendley.

"Eh, Gerry, ¿qué te sorprende? Nunca trabajaste allí, como yo, pero en el Congreso debes de haber visto cosas de este tipo".

"¿Por qué mierda no dejó Kealy a Foley como jefe de la CIA?"

"Tiene un amigo abogado que le cae mejor, ¿recuerdas? y Foley era un agente profesional, y por lo tanto, no confiable. Mira, reconozcámoslo, Ed Foley ayudó un poco, pero arreglar las cosas de veras tomará una década. Ese es uno de los motivos por los que estamos aquí, ¿no?", añadió Davis con una sonrisa. "¿Cómo va el entrenamiento de nuestros aspirantes a asesinos en Charlottesville?"

"El infante de marina todavía sufre de un ataque de conciencia".

"Chesty Puller se debe de estar revolviendo en su tumba", opinó Davis.

"Bueno, no podemos contratar perros rabiosos. Mejor que haga preguntas ahora y no cuando está realizando una misión de campo".

"Supongo que sí. ¿y los juguetes?"

"La semana próxima".

"Ya ha llevado bastante tiempo. ¿Pruebas?"

"En Iowa. Cerdos. Tienen, nos dice nuestro amigo, un sistema cardiovascular semejante al humano".

Qué apropiado, pensó Davis.

Small Stone resultó no ser un problema y, tras virar al suroeste en la 1-40, ahora se dirigían al nordeste. Mustafá estaba otra vez al volante y los dos del asiento trasero dormitaban tras llenarse de sándwiches de rosbif y Coca-Cola.

Más que nada, ahora se aburrían. Nada es cautivante durante más de veinte horas seguidas y ni siquiera soñar con la misión que tendría lugar dentro de un día y medio bastaba para mantenerles los ojos abiertos, de modo que Rafy y Zuhayr dormían como niños exhaustos. Se dirigió al nordeste, con el sol tras su hombro izquierdo, y comenzó a ver indicadores que señalaban la distancia a Memphis, Tennessee. Pensó durante un momento -era difícil pensar con claridad después de pasar tanto tiempo en un auto- y se dio cuenta de que sólo les faltaba atravesar dos estados. Avanzaban lenta pero seguramente. Habría sido mejor tomar un avión, pero pasar sus ametralladoras por los aeropuertos habría sido difícil,. pensó con una sonrisa. Como comandante general de la misión, debía preocuparse por todos los equipos. Por eso había seleccionado para el suyo el objetivo más difícil y distante, para darles ejemplo a los otros. Pero a veces ser el jefe era un dolor de cabeza, se dijo Mustafá mientras se acomodaba en el asiento.

La siguiente media hora pasó fácilmente. Luego atravesaron un puente de considerable tamaño y elevación y un signo que anunciaba al río Mississippi, seguido de un cartel que decía BIENVENIDOS A TENNESSEE, EL ESTADO VOLUNTARIO. La mente de Mustafá estaba confundida con tantas horas al volante, y estuvo a punto de preguntarse qué significaría eso sin llegar a hacerlo. Fuese lo que fuese, para llegar a Virginia debía cruzar Tennessee. Hasta dentro de quince horas no podría descansar. Conduciría hasta llegar a unos cien kilómetros al este de Memphis, luego le pasaría el volante a Abdulá.

Acababa de cruzar un gran río. En todo su país no había ni un solo río permanente, sólo wadis que se desbordaban fugazmente por una rara lluvia pasajera y luego volvían a secarse. América era un país tan rico. Probablemente ésa fuese la fuente de su arrogancia, pero su misión, y la de sus colegas, era hacer descender algunos grados esa arrogancia. Y eso haría, Insh'Alá, en menos de dos días.

Faltan dos días para llegar al paraíso, repetía en su mente.