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CAPÍTULO 13 Punto de encuentro

Tras conducir durante más de tres mil doscientos kilómetros, la llegada fue decepcionante. A menos de un kilómetro de la Interestatal 64 había un Holiday Inn Express que parecía satisfactorio, especialmente porque había un Roy Rogers alado y un Dunkin'Donuts a menos de cien metros colina arriba. Mustafá entró y tomó dos habitaciones contiguas, que pagó con su tarjeta Visa del Banco de Liechtenstein. Mañana explorarían, pero hoy necesitaban dormir. Ni siquiera comer era importante en ese momento. Llevó el auto hasta la puerta de las habitaciones del primer piso que había tomado y apagó el motor. Rafi y Zuhayr abrieron las puertas, luego el maletero. Entraron sus pocas maletas y, debajo de éstas, las cuatro pistolas ametralladoras aún envueltas en gruesas mantas baratas.

"Aquí estamos, camaradas", anunció Mustafá entrando en la habitación. Era un motel totalmente normal, no como los hoteles más lujosos a los que se habían habituado. Tenían un baño y un pequeño televisor para cada uno. La puerta que conectaba las habitaciones estaba abierta. Mustafá se permitió caer de espaldas en su cama, doble, toda para él. Pero quedaban cosas por hacer.

"Camaradas, las armas siempre deben estar escondidas y las cortinas corridas a toda hora. Hemos llegado demasiado lejos para arriesgamos de manera estúpida", les advirtió. "Esta ciudad tiene una fuerza policial, no creáis que son tontos. Nos vamos al paraíso en el momento que escojamos, no en el momento que determine un error. Recordadlo". Luego se sentó y se quitó los zapatos. Pensó darse una ducha, pero estaba demasiado cansado para hacerlo, y mañana no tardaría en llegar.

"¿En qué dirección está La Meca?", preguntó Rafi.

Mustafá debió pensar durante un segundo antes de adivinar cuál era la línea directa hacia La Meca y hacia el elemento central de la ciudad, la piedra Kaaba, el centro mismo del universo islámico, a la cual le dirigieron el Salat, versos del Santo Corán que se recitan de rodillas, cinco veces al día.

"Para allá", dijo señalando al sudeste, hacia una línea que atravesaba el norte de Africa antes de llegar al Más Santo de los Lugares.

Rafi desenrolló su alfombra de oraciones y se puso de rodillas. Era tarde para las oraciones, pero no había olvidado sus deberes religiosos.

Por su parte, Mustafá musitó para sus adentros "a no ser que uno lo olvide", en la esperanza de que en su actual estado de fatiga Alá lo perdonara. ¿No era Alá infinitamente clemente? Además, éste no era un pecado muy grande. Mustafá se quitó las medias y se echó en la cama, donde el sueño llegó en menos de un minuto.

En la habitación contigua, Abdulá finalizó su Salat y luego enchufó su computadora al costado del teléfono. Discó un número que comenzaba en 800 y oyó el gorjeante chirrido que indicaba que su computadora estaba conectada a la web. Unos pocos segundos más, y vio que tenía correo electrónico. Tres mensajes, además de la habitual basura. Descargó y archivó los e-mails, luego se desconectó, tras un total de quince segundos de conexión, otra de las medidas de seguridad que había aprendido.

Lo que Abdulá ignoraba era que una de las cuatro cuentas había sido interceptada y parcialmente descifrada por la Agencia Nacional de Seguridad. Cuando su cuenta -identificada sólo por un fragmento de palabra y algunos números- se conectó con la de Sard, también fue identificada, pero como receptora, no emisora.

El equipo de Sard había sido el primero en llegar a destino en Colorado Springs, Colorado -la ciudad sólo estaba identiñcada mediante un nombre en código- y acampaba confortablemente en un motel a diez kilómetros de su objetivo. Sabawi, el iraquí, estaba en Des Moines, Iowa, y Mejdi en Provo, Utah. Ambos equipos estaban ubicados y listos para comenzar a operar. Faltaban menos de treinta y seis horas para ejecutar la misión.

Dejó que Mustafá respondiera. De hecho, la respuesta ya estaba programada: "190,2", lo cual designaba el verso 190 de la segunda Sura. No era exactamente un grito de guerra, sino una afirmación de la Fe que los había llevado allí. Significaba: adelante con la misión.

Brian y Dominic miraban el History Channel en sus sistemas de televisión por cable, algo acerca de Hitler y el Holocausto. Había sido tan estudiado que uno pensaría que no había nada nuevo para agregar, pero así y todo los historiadores se las componían para verlo cada tanto. Esto probablemente se debía en parte a los voluminosos registros que los nazis dejaron en las cuevas de la montaña de Harz, que probablemente seguirían siendo motivo de investigación académica durante los siglos venideros, en que las personas seguirían tratando de imaginar los mecanismos mentales de los monstruos humanos que primero habían proyectado y luego ejecutado semejantes crímenes.

"Brian", preguntó Dominic "¿qué opinas de esto?"

"Supongo que se podría haberlo evitado todo con sólo un disparo. El problema es que nadie puede predecir el futuro hasta ese punto, ni las gitanas que te dicen la buenaventura. Demonios, Hitler también mató a muchas de ésas. ¿Por qué demonios no se fueron a tiempo de allí?"

"Sabes, Hitler vivió la mayor parte de su vida con sólo un guardaespaldas. En Berlín, vivía en un apartamento de segundo piso, con entrada a la calle, ¿verdad? Tenía sólo un hombre de las SS, probablemente ni siquiera con rango de sargento, a la puerta. Lo matas, abres la puerta, subes las escaleras y eliminas al hijo de puta. Habría salvado muchas vidas, hermano", concluyó Dominic, estirándose para tomar su vino blanco.

"Caramba. ¿Estás seguro?"

"Es lo que enseña el Servicio Secreto. Envían a uno de sus instructores a Quantico para darle una conferencia sobre temas de seguridad a cada clase. A nosotros también nos sorprendió. Todos hicieron muchas preguntas. El tipo dijo que era muy fácil pasar esa guardia de SS, ejemplo, digamos, cuando uno iba a hacer las compras. Un golpe fácil, hombre. Facilísimo. Al parecer, lo que ocurre es que Adolf se creía inmortal, que no había una bala que llevara su nombre. Eh, si a uno de nuestros presidentes lo mataron en el andén mientras esperaba el tren. Creo que fue Chester Arthur. A McKinley lo mató un tipo que se le acercó con una mano vendada. Supongo que por ese entonces la gente no se cuidaba mucho".

"Bueno. Facilitaría mucho nuestro trabajo, pero sigo prefieriendo un fusil y una distancia de unos quinientos metros".

"¿No tienes sentido de la aventura, Aldo?"

"Nadie me paga para hacerme el camikaze, Enzo. Es un oficio sin futuro, ¿sabes?"

"¿Y los suicidas que ponen bombas en Medio Oriente?"

"Es otra cultura, hombre. ¿No recuerdas haberlo estudiado en segundo año? No puedes suicidarte, porque es pecado mortal y luego no te puedes ir a confesar. Me pareció que la hermana Frances Mary lo dejó bien claro".

Dominic rió. "Bueno, hacía mucho que no pensaba en ella, pero siempre fuiste su favorito"

"Eso es porque en clase no desobedecía como tú".

"¿Y en la infantería de marina?"

"¿Desobedecer? Los sargentos se ocupaban de eso antes que yo siquiera lo notara. Nadie jodía con el sargento Sullivan, ni siquiera el coronel Winston". Miró el televisor por uno o dos minutos más. "Sabes, Enzo, hay ocasiones en las cuales una bala puede ahorrar mucho dolor. A este Hitler le hubiera venido bien que le hiciesen un agujero. Pero ni siquiera oficiales militares entrenados pudieron logrado".

"El tipo que puso la bomba dio por sentado que todos los que estaban en el edificio morirían y no volvió a entrar para cerciorarse de que hubiera sido asi. Lo dicen a diario en la academia del FBI, hermano, dar las cosas por sentadas es la madre de todos los errores".

"Hay que asegurarse, sí. Cualquier cosa a la que valga la pena pegarle un tiro, merece dos".

"Amén", asintió Dominic.

Las cosas habían llegado a un punto en que Jack Ryan Jr. oia las noticias matinales de la NPR esperando enterarse de algo terrible. Suponía que eso le ocurría por ver tanta información de inteligencia sin tener la capacidad de darse cuenta de si era urgente o no.

Pero aunque no sabía mucho, lo que sabía era bastante preocupante. Estaba obsesionado con Uda bm Sali -posiblemente porque Sali era el único "jugador" sobre quien tenía información. Y eso era asi porque Sali era su propio caso de estudio. Tenía que descifrar a ese personaje porque si no lo hacía… le dirían que se buscase otro trabajo…? No había considerado esa posibilidad hasta ahora, lo cual, en si, ya auguraba mal futuro para él en el negocio del espionaje. Claro que su padre había tardado en encontrar en qué era bueno -de hecho, nueve años después de graduarse en el Boston College- y no había pasado un año desde que él mismo obtuviera su diploma en Georgetown. ¿Lograría diplomarse en el Campus? Era más o menos la persona más joven entre las que trabajaban allí. Hasta las secretarias eran mayores que él. Maldición, ésa era otra cosa en que no había pensado.

Sali era una prueba para él, probablemente una prueba muy importante. ¿Significaba eso que Tony Wills ya sabía quién era Sali y que él andaba detrás de datos que ya habían sido totalmente analizados? ¿O significaba que él debía establecer un caso por su cuenta y hacer que lo aceptaran una vez que extrajera sus propias conclusiones? Eran pensamientos muy grandes para tenerlos frente al espejo, afeitadora Norelco en mano. Ya no estaba en la escuela. Reprobar una materia aquí podía significar perder… ¿la vida? No, nada tan grave, pero tampoco nada bueno. Era como para reflexionarlo con una taza de café y la CNN en la cocina.

Para el desayuno, Zuhayr se dirigió colina arriba y adquirió dos docenas de donuts y cuatro cafés grandes. América era un país de locos. Tantas riquezas naturales -árboles, ríos, magníficas carreteras, increíble prosperidad- al servicio de idólatras. Y aquí estaba, bebiendo su café y comiendo sus donuts. El mundo estaba verdaderamente loco y si podía decirse que marchaba según un plan, ése era el Plan de Alá, no algo que siquiera los Creyentes pudieran entender. Sólo debían obedecer lo que está escrito. Al regresar al motel, vio que los dos televisores sintonizaban las noticias -CNN, la red de noticias global- o sea, la que orientaban los judíos. Era una pena que los estadounidenses no miraran Al-Jazeera, que al menos trataba de hablarles a los árabes, aunque, para él, ya se había contagiado la enfermedad estadounidense.

"Comida", anunció Zuhayr. "Y bebida". Una caja de donuts fue a su habitación, otra a la de Mustafá, quien aún se frotaba los ojos tras once horas de dormir roncando.

"¿Cómo dormiste, hermano mío?", le preguntó Abdulá al jefe del equipo.

"Fue maravilloso, pero aún tengo las piernas entumecidas". Su mano se lanzó a la gran taza de café y arrebató un donut cubierto de azúcar de arce, comiéndose la mitad de un solo bocado monstruoso. Se frotó los ojos y miró la televisión para ver qué estaba ocurriendo en el mundo. La policía israelí había matado a tiros a otro santo mártir antes de que éste alcanzara a detonar su chaleco de Semtex.

"Qué estúpido", observó Brian. "Cúan difícil es tirar de un cordón?"

"Me pregunto cómo habrán dado con él los israelíes. La conclusión es que tienen informantes pagos dentro de Hamas. Para la policía, éste debió de ser un Caso Principal con su código de identificación, recursos asignados y ayuda de sus organizaciones de inteligencia".

"También torturan, ¿no?"

Dominic asintió después de pensarlo por un segundo. "Sí, supuestamente en forma controlada por su sistema legal y todo eso, pero interrogan con un poco más de energía que nosotros".

"¿Funciona?"

"Un día tratamos en el tema en la Academia. Si le acercas un cuchillo a la pija a alguien, lo más probable es que entienda que cantar será lo más conveniente, pero no es algo en lo que nadie quiera pensar demasiado. Digo, en abstracto puede ser hasta cómico, pero, sabes, hacerlo no debe de ser muy agradable. La otra pregunta es ¿cuánta buena información genera realmente? Lo más posible es que el tipo diga cualquier cosa con tal de que el cuchillo se aleje de su compañerito, o de que cese el dolor o lo que sea. Los delincuentes suelen mentir muy bien, a no ser que sepas más que ellos. Como sea, no podemos hacerlo. Sabes, la Constitución y todo eso. Puedes amenazarlos con largas penas de cárcel y gritarles, pero aun en ese aspecto hay límites".

"¿Igual cantan?"

"En su mayoría, sí. Interrogar es un arte. Algunos saben hacerlo muy bien. Yo nunca tuve mucha ocasión de aprender, pero he visto gente que lo hace. El verdadero truco es desarrollar una relación con el interrogado, decir cosas, como, sí, esa mala niñita se lo buscó, ¿verdad? Después de hacerlo te dan ganas de vomitar, pero el juego es que el hijo de puta confiese. Una vez que esté encerrado, sus compañeros lo van a acosar mucho más que tú. Si hay algo que no conviene ser en la cárcel es abusador de niños".

"Lo creo, Enzo. Tal vez le hiciste un favor a tu amigo de Alabama".

"Depende de si crees o no en el infierno", respondió Dominic. Tenía sus propias opiniones al respecto.

Wills llegó temprano esa mañana. Cuando Jack entró, lo vio sentado al monitor. "Por una vez me ganaste".

"El auto de mi esposa regresó del taller. Ahora le toca a ella llevar a los niños a la escuela", explicó. "Mira las novedades de Meade", indicó.

Jack encendió su computadora, esperó que terminaran los procedimientos de inicio y tipeó su código personal para acceder al archivo de bajada de tráfico interagencias de la sala de computadoras del piso de abajo.

Encima de la pila electrónica había un despacho de prioridad FLASH de NSA Fort Meade a CIA y a FBI, y a Defensa Territorial, alguno de los cuales indudablemente ya había informado al Presidente en el transcurso de la mañana. Curiosamente, el mensaje era casi inexistente, sólo una serie de números.

"¿Y esto?", preguntó Junior.

"Puede tratarse de un pasaje del Corán. El Corán tiene ciento catorce Suras -capítulos- con un número variable de versos. Si es una referencia de esa índole, se trata de un verso que no tiene nada particularmente dramático. Mira".

Jack hizo clic con su ratón. "¿Eso es todo?"

Wills asintió. "Eso es todo, pero lo que creen en Meade es que un mensaje así de anodino tiene que denotar alguna otra cosa -algo importante. Los espías tienden a hablar al revés cuando quieren decir algo importante".

"Ajá. ¿Me dices que porque parece no tener importancia puede ser importante? iDemonios, Tony, eso puede decirse sobre cualquier cosa! ¿Qué más saben? ¿La red desde donde se conectó el tipo, esa clase de cosas?"

"Es una red privada europea, con ochocientos números en todo el mundo, y sabemos que hay mala gente que la ha usado. No hay forma saber desde dónde se conectan los miembros".

"De acuerdo, de modo que, en primer lugar, no sabemos si el mensaje tiene importancia. Segundo, no sabemos dónde se originó. Tercero, no tenemos forma de saber quién lo leyó ni desde dónde. En síntesis, no sabemos ni mierda, pero todos estamos inquietos. ¿Qué más? El originador, ¿qué sabemos de él?"

"Se estima que él -o ella, por lo que sabemos- posiblemente está en el juego".

"¿En qué equipo?"

"Adivina. Los especialistas en deducir perfiles de la NSA dicen que la sintaxis del tipo parece indicar que su idioma materno es el árabe. Los psicólogos de la CIA están de acuerdo. No es la primera vez que interceptan mensajes de este individuo. En ocasiones, le ha dicho cosas feas a gente fea, con correspondencia temporal con otras cosas muy feas".

"¿Es posible que sea una señal que tenga algo que ver con el suicida con bomba que la policía israelí liquidó hoy?"

"Es posible, pero no muy probable. Por lo que sabemos, el originador no tiene nada que ver con Hamas".

"Pero en realidad no sabemos, ¿no?"

"Con esta gente, nunca estamos seguros de nada".

"De modo que estamos donde comenzamos. Estamos dándole vueltas a algo sobre lo cual en realidad no sabemos ni mierda".

"Ése es el problema. En estas burocracias es mejor gritar '¡Hobo!' y equivocarse que mantener la boca cerrada cuando la gran bestia gris escapa con una oveja en la boca".

Ryan se reclinó en su silla. "Tony ¿cuántos años estuviste en Langley?"

"Unos cuantos", respondió Wills.

"¿Cómo demonios lo soportabas?"

El analista jefe se encogió de hombros. "A veces me lo pregunto".

Jack regresó a su computadora para examinar lo que quedaba del tráfico de mensajes matutino. Decidió verificar si Sali había hecho algo inusual en el transcurso de los últimos días, sólo para cubrirse las espaldas y, al pensarlo, John Patrick Ryan Jr. comenzó, sin darse cuenta, a pensar como un burócrata.

"Mañana será un poco distinto", les dijo Pete a los gemelos. "Michelle será su objetivo, pero esta vez irá disfrazada. Su misión será identificarla y seguirla hasta su destino. No sé si les dije que es buena con los disfraces".

"¿Va a tomar la píldora de la invisibilidad, no?", preguntó Brian.

"Ésa es su misión", aclaró Alexander.

"¿Nos vas a dar anteojos mágicos para que veamos a través del maquillaje?"

"No lo haría si los tuviera, y no los tengo".

"Vaya amigo", observó fríamente Dominic.

A las once de la mañana llegó la hora de revisar el objetivo. Convenientemente ubicado a un cuarto de milla al norte de la Ruta Nacional 29, el Fashion Square de Charlottesville era un centro de compras mediano que vivía mayormente de una clientela de altos ingresos compuesta de los habitantes locales más adinerados y los estudiantes de la cercana universidad de Virginia. En un extremo estaba la tienda JC- Penney, al otro Sears y entre los dos las tiendas Belk para damas y caballeros. Inesperadamente, no había un patio de comidas; el que hizo el reconocimiento no fue cuidadoso. Una decepción que no los sorprendió. Los equipos de avanzada de la organización solían estar compuestos de meros voluntarios que no se tomaban sus misiones muy en serio. Pero, observó Mustafá mientras seguía su camino, ello no sería un problema.

Desde un patio central irradiaban los cuatro corredores principales de la construcción. Incluso había un puesto informativo donde se entregaban diagramas del centro comercial que mostraban dónde quedaba cada negocio. Mustafá le echó una mirada a uno. Sus ojos vieron una estrella de David que se destacaba en las páginas. ¿Una sinagoga aquí" ¿Era posible? Siguió su camino esperando a medias que lo fuera.

Pero no era así. Se trataba de la oficina de seguridad del centro comercial, donde había un empleado uniformado con camisa azul claro y pantalones azul oscuro. El hombre no llevaba pistola al cinto. Eso era bueno. Sí tenía un teléfono, con el cual indudablemente llamaría a la policía local. Así que este hombre negro tendría que ser el primero. Una vez que decidió eso, Mustafá volvió sobre sus pasos, pasó por los baños y por la máquina expendedora de Coca-Cola y giró a la derecha, alejándose de los locales para hombres.

Se dio cuenta de que era un excelente objetivo. Sólo tres entradas campo de fuego despejado desde el patio central. Los locales individuales eran casi todos rectangulares y tenían accesos abiertos a los corredores. Al día siguiente, más o menos a esa hora, estarían mucho más atestados. Estimó que tenía ante sí unas doscientas personas, y aunque durante todo el camino había pensado que querría matar a unos mil cualquier número que sobrepasara los doscientos sería una considerable victoria. Había todo tipo de negocios y, a diferencia de los centros de compras sauditas, hombres y mujeres hacían sus compras en el mismo lugar. Muchos niños también. Cuatro de los locales figuraban como especializados en niños, ¡hasta había uno de Disney! No había contado con ello, y poder atacar uno de los iconos más amados por los estadounidenses sería muy dulce.

Rafi apareció a su lado. "¿Y?"

"Podría ser un objetivo mayor, pero es casi perfecto para nosotros. Todo en un solo nivel", dijo Mustafá.

"Como siempre, Alá es generoso", dijo Rafi sin poder ocultar su entusiasmo.

La gente circulaba. Muchas mujeres jóvenes llevaban a sus pequeños en carritos; vio que se los podía arrendar en un puesto ubicado junto a la peluquería.

Tenía que comprar algo. Lo obtuvo en un Radio Shack que estaba junto a una Joyería Zales. Cuatro radios portátiles y baterías, que pagó en efectivo, a cambio del cual recibió una breve conferencia acerca del funcionamiento de las radios. En síntesis, podría haber sido mejor desde el punto de vista teórico, pero no se suponía que actuaran en una atareada calle de ciudad. Además en la calle habría policías con armas que no los dejarían llevar a cabo su tarea. De modo que, como siempre ocurre en la vida, había que comparar lo amargo con lo dulce, y allí tenían mucho dulce para saborear. Los cuatro compraron pretzels en Aunt Anne y regresaron al auto, pasando frente a JCPenney. La planificación formal se llevarfa adelante en sus habitaciones del motel, con más café y donuts.

La tarea oficial de Jerry Rounds era encabezar la planificación estratégica del lado blanco del Campus. Desempeñaba bastante bien esa tarea,podrfa haber sido un verdadero lobo en Wall Street, de no haber elegido seguir la carrera de oficial de inteligencia de la Fuerza Aérea cuando terminó sus estudios en la Universidad de Pennsylvania. El servicio incluso había pagado su título de Master en la Wharton School of Bussiness antes de hacerlo coronel. Ello le había suministrado un inesperado título de master que colgar en la pared, lo que a su vez le daba una soberbia excusa para estar en el negocio bursátil. Incluso, éste era motivo de diversión para ese ex jefe de análisis de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, que se había desempeñado en el edificio del cuartel general de la Agencia de Inteligencia de Defensa, en la Base de la Fuerza Aérea Bolling en Washington. Allí había terminado por darse cuenta de que ser un especialista sin rango -nunca había llevado las alas plateadas de piloto de la USAF- no compensaba su estatus de ciudadano de segunda en un servicio totalmente dominado por quienes volaban, aun cuando él era más inteligente que veinte de ellos juntos. Incorporarse al Campus había ensanchado sus horizontes en muchos aspectos.

"¿Qué hay, Jerry?", preguntó Hendley.

"La gente de Meade y del otro lado del río está muy interesada en algo", replicó Rounds alcanzándole unos papeles.

El ex senador leyó la transcripción del tráfico durante aproximadamente un minuto y luego la devolvió. En un instante, supo que ya había visto casi todo antes. "¿Y?"

"Que esta vez puede que no se equivoquen, jefe. He estado atento al trasfondo de esto. La cosa es que tenemos una combinación de disminución de los mensajes de jugadores conocidos combinadas con esto. Me pasé mi vida en la CIA buscando coincidencias. Esta lo es".

"Bien, ¿qué están haciendo con eso?"

"A partir de hoy, aumentará un poco la seguridad en los aeropuertos. El FBI pondrá gente en las puertas de partida".

"¿Aún no salió nada en la TV?"

"Bueno, tal vez los muchachos de Seguridad Territorial se hayan vuelto más inteligentes en lo que hace a la difusión. Es contraproducente. La forma de agarrar una rata no es gritándole. Es mostrándole lo que quiere ver y después rompiéndole el maldito cuello".

O haciendo que un gato le salte encima cuando menos se lo espere. pensó Hendley, aunque no lo dijo. Pero eso era más difícil de llevar a cabo.

En cambio preguntó: "¿Alguna idea de qué podemos hacer?"

"Por ahora no. Es como cuando avanza un frente de tormenta. Puede que contenga lluvias y granizo, pero no existe una forma práctica de detenerlo".

"¿Jerry ¿cuán buenos son nuestros datos con respecto a la gente de planificación, los que dan las órdenes?"

"Algunos son muy buenos. Pero son sobre la gente que transmite las órdenes, no sobre quienes las originan".

"¿Y si les ocurriera algo?"

Rounds asintió de inmediato. "Así se habla, jefe. En ese caso, los peces realmente gordos tal vez se asomaran. Especialmente si no saben que se acerca una tormenta".

"Por ahora ¿cuál es la mayor amenaza?"

"El FBI piensa en autos-bomba, o tal vez en alguien con un abrigo de C-4, como en Israel. Es posible, pero desde el punto de vista operativo, no estoy seguro", Rounds se sentó en la silla que se le ofrecía, "una cosa es darle a un tipo de éstos un paquete de explosivos y ponerlo dentro de un autobús para que llegue a destino pero eso, aplicado a nuestras circunstancias, se complica un poco, Hay que traer al tipo aquí, equiparlo -lo cual implica disponer de explosivos, lo cual es otra complicación-, luego hacer que se familiarice con el objetivo, luego llevarlo allí. y luego, se espera que el que va a poner la bomba mantenga su motivación muy lejos de su red de apoyo, muchas cosas pueden salir mal y es por eso que las operaciones negras se hacen de la forma más simple que se pueda, ¿Para qué hacer cosas complicadas que pueden acarrear problemas?"

"Jerry, ¿cuántos objetivos duros tenemos?", preguntó Hendley,

"¿En total? Unos seis, De ésos, cuatro son objetivos reales, indudables",

"¿Me puedes suministrar ubicaciones y perfiles?"

"Cuando quieras".

"El lunes", No tenía sentido pensarlo durante el fin de semana, Tenía planeados dos días de cabalgatas, tenía derecho a un par de días libres cada tanto,

"Entendido, jefe", Rounds se puso de pie y se dirigió a la puerta, Allí se detuvo y se volvió, "Oh, hay un tipo en Morgan and Steel, departamento de bonos, es un delincuente, juega fuerte con dinero de los clientes, unos ciento cincuenta", esto significaba cíento cincuenta millones de dinero ajeno,

"¿Alguien se dio cuenta?"

"No, yo soy el único que lo identificó, lo conocí hace un par de meses en Nueva York y algo en él me pareció raro, de modo que intervine su computadora personal. ¿Quieres ver sus notas?"

"No es nuestro trabajo, Jerry"

"Lo sé, interrumpí nuestros negocios con él para estar seguro de que no jodería con nuestros fondos, pero creo que ya sabe que es hora de partir, tal vez un viaje al otro lado del charco, pasaje de ida, alguien debería echarle una mirada, ¿Tal vez Gus Wemer?"

"Lo pensaré, gracias por la puesta al día",

"Entendido", Y Rounds siguió su camino.

"De modo que intentamos acercamos a ella sin que se dé cuenta, ¿no?",preguntó Brian.

"Ésa es la misión", asintió Peter.

"¿Cuán cerca?"

"Lo más que puedas".

"¿Tanto como para meterle un tiro en la nuca?", preguntó el infante de Marina.

"Tanto como para ver sus aros", Alexander decidió que ésa era la forma más educada de decirlo. Además, era precisa, dado que la señora Peters llevaba el cabello bastante largo.

"Así que, ¿no pegarle un tiro en la cabeza sino cortarle el cuello?", continuó Brian.

"Mira, Brian, dilo como quieras. Lo suficientemente cerca como para tocarla, ¿de acuerdo?"

"De acuerdo, sólo para asegurarme de que lo entiendo", dijo Brian. "¿Llevamos nuestra riñonera?"

"Sí", respondió Alexander, aunque no era necesario. Brian estaba siendo un problema otra vez. ¿Quién ha oído hablar de infantes de marina con problemas de conciencia?

"Nos hará más conspicuos", objetó Dominic.

"Disimúlenlo de alguna manera. Sean creativos", sugirió el oficial de entrenamiento con tono ligeramente irritado.

"¿Cuándo sabremos exactamente para qué es todo esto?", preguntó Brian.

"Pronto".

"Siempre dices lo mismo, tio".

"Mira, puedes regresar a Carolina del Norte cuando quiera".

"Lo he pensado", le dijo Brian.

"Mañana es viernes. Píénsalo durante el fin de semana, ¿de acuerdo?"

"De acuerdo". Brian retrocedió. El tono del diálogo se había vuelto un poco más áspero de lo que quería. Era hora de retroceder. No le disgustaba nada Pete. Era el no saber, y lo poco que le gustaba lo que parecía ser. Lastimar mujeres no entraba en su credo. Tampoco niños, que había sido precisamente lo que había hecho que su hermano estallara -no es que eso le pareciera mal a Brian. Se preguntó por un momento si él hubiera hecho lo mismo y se dijo a sí mismo que por una niña, sí claro, pero no estaba muy seguro. Cuando terminó la cena, los gemelos se encargaron de lavar los platos y luego se instalaron frente al televisor a beber unos tragos y ver el History Channel.

Un poco más al norte la situación de Jack Ryan Jr. era parecida. Bebía ron con coca y pasaba una y otra vez del History al History International, con alguna pasada por Biografía, donde daban un programa de dos horas sobre Josef Stalin. Ese individuo, pensó Junior, era un hijo de puta bien frío. Forzar a uno de sus allegados a firmar la orden de prisión para su propia esposa. Mierda. ¿Pero cómo era que esa persona de aspecto poco impresionante ejercía tal poder sobre sus propios pares? ¿Qué era ese poder que ejercía sobre los demás? ¿De dónde provenía? ¿Cómo lo mantuvo? El padre de Jack era un hombre de considerable poder, pero nunca había dominado a la gente de forma siquiera parecida a ésa. Probablemente, nunca se le había ocurrido hacerlo, ni tampoco matar gente por, en última instancia, pura diversión ¿Qué personas eran así? ¿Aún existían?

Bueno, debían de existir. Si algo no cambiaba nunca en el mundo, era la naturaleza humana. Aún existía gente cruel y brutal. "Tal vez la sociedad ya no los incitaba a serlo, como, digamos, en el Imperio Romano. Los juegos con gladiadores habían condicionado a la gente para que aceptara y aun disfrutara del espectáculo de la muerte violenta, y la oscura verdad del asunto era que si a Jack le hubieran dado acceso a una máquina del tiempo, podría haber -habría- ido al Anfiteatro Flavio a verlos, sólo por una vez. Pero eso era curiosidad humana, no sed de sangre. Sólo una ocasión de ganar conocimiento histórico, de ver y leer una cultura vinculada a la suya, pero diferente. Tal vez incluso vomitara ante el espectáculo…, o tal vez no. Tal vez su curiosidad fuera lo suficientemente fuerte. Pero lo que era seguro era que si fuera allí, iría con un amigo. Por ejemplo, la Beretta.45 que Mike Brenna le enseñó a disparar. Se preguntó cuántos otros estarían dispuestos a hacer el viaje. Probablemente unos cuantos. Hombres. No muteres. Las mujeres necesitarían de mucho condicionamiento social para mirar eso. ¿y los hombres? Los hombres se criaban viendo películas como Silverado y Salvando al Soldado Ryan. Los hombres querían saber cómo se desempeñarían en situaciones así. De modo que no, la naturaleza humana no cambiaba. La sociedad tendía a aplastar a los crueles, y como el hombre era una criatura dotada de raciocinio, la mayor parte de las personas evitaba el comportamiento que la podía llevar a la cárcel o al cadalso. De modo que el hombre podía aprender con el tiempo, pero los impulsos básicos no, de modo que uno alimentaba a esas feas bestezuelas con fantasías, libros y películas y sueños, pensamientos que atravesaban la conciencia cuando uno se iba a dormir. Tal vez los policías lo pasaran mejor. Ellos podían dar rienda suelta a su bestezuela cuando lidiaban con quienes se pasaban de la raya. Probablemente fuera satisfactorio, pues se alimentaba a la bestia y se protegía a la sociedad al mismo tiempo.

Pero si la bestia aún vivía en los corazones de los hombres, en alguna parte debía de haber hombres que usarían sus talentos -no tanto para controlada como para ponerla a su servicio, para usarla como herramienta en su busca personal del poder. Esos hombres eran Los Malos. Los que no lograban su cometido se llamaban sociópatas. Los que lo lograban se llamaban… presidentes.

¿A dónde conducía todo esto?, se preguntó Jack Jr. A fin de cuentas, sólo era un muchacho, aunque lo negara, y aunque para la ley fuera un hombre hecho y derecho. ¿Un hombre hecho ya no crecía? ¿Dejaba de hacerse preguntas? ¿Dejaba de buscar información o -según él consideraba- la verdad?

Pero una vez que tenías la verdad, ¿qué demonios hacías con ella? Aún no lo sabía. Tal vez sólo fuese una cosa más para aprender. Sin duda, tenía la misma necesidad de aprendizaje de su padre, si no, ¿por qué estaba viendo ese programa en lugar de alguna estúpida comedia de situaciones? Tal vez debiera comprarse algún libro que tratase de Stalin y Hitler. Los historiadores se lo pasaban revisando viejos archivos. El problema era que aplicaban sus ideas personales a lo que encontraban.

Probablemente necesitara un psicólogo para que lo ayudara a ver las cosas en perspectiva. Ellos también tenían prejuicios ideológicos, pero al menos su forma de pensar tenía una pátina de profesionalismo. A Junior le incomodaba irse a dormir cada noche con pensamientos sin resolver y verdades sin encontrar. Pero suponía que de eso se trataba lo que llamamos la vida.

Todos oraban. Quedamente. Abdulá musitaba lo que leía en su Corán. Mustafá recorrfa ese mismo libro en la intimidad de su mente; no todo, por supuesto, sólo las partes vinculadas a su misión del día siguiente. Ser valientes, recordar su Santa Misión, llevarla adelante sin piedad. La piedad era cosa de Alá.

¿Y si sobrevivimos?, se preguntó, y el pensamiento lo sorprendió. Claro que tenían un plan para esa eventualidad. Iban otra vez hacia al oeste, intentaban regresar a México de alguna manera, y de allí volaban de regreso a casa, donde sus camaradas los recibirían alborozados. En realidad, no creía que ello ocurriera, pero la esperanza es algo que nadie deja por completo de lado y por más atractivo que fuese el paraíso, la vida en la tierra era lo único que realmente conocía.

También ese pensamiento lo sobresaltó. ¿Acababa de dudar de su Fe? No exactamente. Sólo un pensamiento pasajero. No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su profeta, recitó en su mente, expresando la Shahada, que era el cimiento mismo del Islam. No, no podía negar su Fe ahora. Su Fe lo había hecho atravesar el mundo hasta llegar al lugar donde tendría lugar su martirio. Su Fe había criado y nutrido su vida, desde la infancia, desde la ira de su padre hasta la tierra misma de los infieles que escupían sobre el Islam y nutrían a los israelíes, para allí ofrecer su vida en testimonio de su Fe. Y morir, probablemente. Casi con certeza, a no ser que Alá quisiera otra cosa. Porque todo está escrito por la Mano Misma de Alá…

El despertador sonó justo antes de las seis. Brian llamó a la puerta de su hermano.

"Arriba, agente federal. Que el día se va".

"¿Estás seguro?", observó Dominic desde el extremo del pasillo. "iTe gané, Aldo!" Era la primera vez que eso ocurría.

"Entonces pongámonos en movimiento, Enzo", respondió Brian, y salieron juntos. Una hora y cuarto después: estaban juntos ante la mesa del desayuno.

"Es un buen día para estar vivo", observó Brian con su primer sorbo de café.

"El cuerpo de infantes de marina te debe de haber lavado el cerebro, hermano", observó Dominic, mientras sorbía su café.

"No, es que las endocrinas hacen su trabajo. Así se miente a sí mismo el cuerpo humano".

"Con la edad, se pasa", les dijo Alexander. "¿Están listos para su pequeño ejercicio de campo?"

"Sí, sargento mayor", repuso Brian con una sonrisa. "Listos para eliminar a Michelle para la hora del almuerzo".

"Sólo si la pueden rastrear sin que ella lo note".

"Sería más fácil en el bosque, sabes. Estoy entrenado para esa actividad en particular".

"Brian, ¿qué crees que hemos estado haciendo todo este tiempo?", inquirió suavemente Pete.

"Ah, ¿de eso se trataba?"

"Primero consíguete zapatillas nuevas", aconsejó Dominic.

"Sí, lo sé. Éstas están prácticamente muertas". La lona de la parte superior se estaba separando de la suela de goma y las suelas mismas estaban prácticamente deshechas. Odiaba desprenderse de ellas. Había corrido muchas millas con esas zapatillas y uno puede sentirse sentimental con cosas así, lo cual suele ser motivo de enfado para una esposa.

"Iremos temprano al centro de compras. Hay un Foot Locker al lado de donde alquilan cochecitos de bebé", le recordó Dom a su hermano.

"Sí, lo sé. Bien, Pete, ¿algún consejo con respecto a Michelle?", preguntó Brian. "Sabes, antes de partir a una misión se estila dar instrucciones previas"-

"Está bien que lo pregunte, capitán. Sugiero que la busquen en Victoria's Secret, justo frente a The Gap. Si se acercan lo suficiente sin que los vea, ganan. Si ella pronuncia su nombre cuando están a más de tres metros de distancia, perdieron".

"Eso no es estrictamente justo", seilaló Dominic. "Ella sabe qué aspecto tenemos, en particular altura y peso. Un verdadero malo no contaría con esa información. Se puede fingir ser más, pero no menos alto".

"Y además, mis tobillos no soportan los tacones altos", agregó Brian.

"De todas formas, con tus piernas no te quedarían bien, Aldo", se burló Alexander. "Alguien dijo que sería un trabajo fácil?"

Lo único que no nos dijeron es de qué se trata el maldito trabajo, pensó Brian. En cambio, dijo: "Está bien, improvisamos, nos adaptamos, vencemos".

"¿Quién eres ahora, Harry el Sucio?", preguntó Dominic mientras terminaba su McMuffin.

"En el Cuerpo, es el civil que más nos gusta, hermano. Probablemente habría sido un buen sargento artillero".

"Especialmente con su Smith.44"

"Un poco ruidosa para arma de mano. Dura para la mano, también. Tal vez la excepción sea la Auto-Mag. ¿Alguna vez disparaste con una de ésas?"

"No, pero empuñé una en el gabinete de armas en Quantico. Debería incluir un acoplado para transportarla, pero apostaría a que hace buenos agujeros".

"Sí, pero si quieres ocultada, más te vale ser Hulk Hogan".

"Ya lo creo, Aldo". En el aspecto práctico, sus riñoneras no ocultaban mucho sus armas, sólo hacía que fueran más fáciles de llevar. Cualquier policía se daría cuenta de lo que eran al primer vistazo, aunque pocos civiles las reconocerían. Ambos hermanos llevaban una pistola cargada y un cargador adicional en las riñoneras, cuando las usaban. Pete quería que lo hicieran así de modo que les fuese más dificil rastrear a Michelle Peters sin que lo notara. Bueno, algo así era de esperar en un oficial de entrenamiento, ¿verdad?

A cinco millas de allí, comenzaba el mismo día en el Holiday Inn Express. Ese día, a diferencia de los anteriores, todos desenrollaron sus alfombras de oración y, al unísono, dijeron su Salat matutino por lo que creían sería la última vez. Sólo les llevó unos minutos y luego todos hicieron sus abluciones, para purificarse para la tarea que llevarían a cabo. Zuhayr incluso se tomó el tiempo para retocarse la barba, hasta dejada exactamente como querría llevada por toda la eternidad. Satisfecho, se vistió.

Sólo cuando estuvieron completamente preparados se dieron cuenta de que faltaban horas para que llegase el momento. Abdulá fue al Dunkin'Donuts a buscar el desayuno y el café, y esta vez regresó incluso con un diario, que circuló por ambas habitaciones mientras los hombres bebían su café y fumaban sus cigarrillos.

Para sus enemigos, eran fanáticos, pero seguían siendo humanos y la tensión del momento era desagradable y no hacía más que aumentar. El café no hacía más que inundar sus mentes de cafeína, haciendo que las manos les temblaran y sus ojos se fijaran en las noticias de la televisión. Cada pocos segundos miraban sus relojes, deseando en vano que las manecillas dieran la vuelta al dial más rápido, y bebían más café.

"Ahora nos estamos entusiasmando ¿verdad?", le preguntó Jack a Tony en el Campus. Hizo un gesto hacia su computadora. "Qué ves allí que yo no vea, compadre?"

Wills se hamacó en su silla. "Una combinación de cosas. Quizá sea real. Quizá sea sólo una coincidencia. Quizá sea una deducción de las mentes de analistas profesionales. ¿Sabes cómo se hace para saber qué es en realidad?"

"¿Esperar una semana, volver a mirar y constatar si realmente ocurrió algo?"

Esto hizo reír a Tony Wills. "Junior, estás aprendiendo a ser espía. Dios, he visto más predicciones equivocadas en el negocio de la inteligencia que las que se hacen en las carreras de caballos en Pimlico. Sabes, a no ser que sepas, no sabes, pero a la gente del medio no le gusta pensar así.

"Recuerdo que, cuando era niño, papá a veces tenía un humor de perros…"

"Estuvo en la CIA durante la guerra fría. Los jefes siempre pedían predicciones que nadie estaba en condiciones de hacer, al menos no si la idea era que significaran algo. Habitualmente, tu padre era el que decía, 'esperen y verán', y eso realmente los enfurecía, pero, sabes, solía tener razón y nunca hubo desastres mientras él estaba de guardia".

"¿Llegaré a ser así de bueno?"

"Eso es esperar mucho, chico, pero nunca se sabe. Tienes la suerte de estar aquí. Al menos, el Senador sabe qué significa 'no sé' Significa que su gente le dice la verdad y que sabemos que no somos Dios".

"Sí, recuerdo eso de la Casa Blanca. Siempre me impresionó cuánta gente en Washington creía serlo".

Dominic conducía. Eran unas agradables tres o cuatro millas colina abajo hasta la ciudad.

"Victoria's Secret? ¿y si la sorprendemos comprándose un camisón?", se preguntó Brian.

"Sólo podemos soñar", dijo Dominic, girando a la izquierda en la calle Rio. "Llegamos temprano. ¿Compramos tus zapatillas antes?"

"Buena idea. Estaciona junto a la sección de hombres de tiendas Belk".

"Entendido, capitán".

"¿Ya es hora?", preguntó Rafi. Era la tercera vez que lo hacía en el transcurso de la última media hora.

Mustafá miró su reloj: 11:48. Faltaba poco. Asintió.

"Amigos míos, preparen sus cosas".

No cargaron las armas, sino que las metieron en bolsas de compras. Armadas, eran demasiado abultadas y obvias. Cada hombre tenía doce cargadores con treinta tiros cada uno, encintados de a pares. Cada arma tenía un gran silenciador listo para atornillar al cañón. El propósito de éstos no era tanto silenciar como controlar. Recordó lo que Juan le dijo en Nuevo México. Estas armas tendían a saltar y errarle al blanco hacia la derecha y arriba. Pero él y sus amigos ya habían repasado el tema de las armas y todos sabían cómo disparar, ya las habían disparado cuando se las entregaron, de modo que sabían qué esperar. Además, se dirigían a lo que los soldados estadounidenses llamaban "un medio rico en objetivos".

Zuhayr y Abdulá llevaron su equipo de viaje y lo guardaron en el maletero de su Ford alquilado. Tras pensarlo, Mustafá decidió poner allí también las armas, de modo que los cuatro, cada uno con su bolsa de compras, salieron del auto y pusieron sus bolsas en el suelo junto al maletero. Una vez hecho esto, Mustafá subió al auto, llevándose, sin pensarlo, la llave de su habitación en el bolsillo. El trayecto no era largo. El objetivo estaba a la vista.

El estacionamiento tenía los puntos de entrada habituales. Escogió la entrada noroeste, cerca de la sección para hombres de Belk's, cerca de la cual podían estacionar. Allí, apagó el motor y rezó su última plegaria de la mañana. Los otros tres hicieron lo mismo, salieron y caminaron hacia la parte trasera del vehículo. Mustafá abrió el maletero. Estaban a menos de cincuenta metros de la puerta. Estrictamente hablando, no tenía mucho sentido ocultarse, pero Mustafá recordó el puesto de seguridad. La forma de demorar la respuesta policial era comenzando por allí. De modo que les indicó que mantuvieran las armas en sus bolsas de compras, y con éstas pendiendo de sus manos izquierdas, entraron.

Era viernes, un día de compras menos activo que el sábado, pero lo suficientemente atestado para que les sirviera. Entraron, pasando LensCrafter, donde había mucha gente, la mayoría posiblemente escapara ilesa, lo cual era una pena, pero aún tenían por delante el área principal de compras.

Brian y Dominic estaban en Foot Locker, pero Brian no encontró allí nada que le gustara, El Stride Rite que quedaba alIado sólo era para niños, de modo que los gemelos siguieron camino y giraron a la derecha, Sin duda, American Eagle Dutfitters tendría algo, tal vez de cuero y caña alta, para proteger los tobillos,

Doblando a la izquierda, Mustafá pasó una juguetería y varias tiendas de ropa de camino al Patio Central. Sus ojos barrían rápidamente el área. Había tal vez unas cien personas en su campo de visión inmediata y a juzgar por los KB Toys, los negocios estarían bien llenos. Pasó el Sunglass Hut y dobló a la izquierda, en busca de la oficina de seguridad. Estaba convenientemente ubicada, tan sólo a pasos de los baños. Los cuatro entraron juntos en los baños para hombres.

Unas pocas personas los habían notado -cuatro hombres de apariencia igualmente exótica eran un espectáculo inusual- pero un centro comercial estadounidense es lo más parecido que existe a un zoológico para humanos, y hacía falta mucho para que las personas notaran algo fuera de lo común, por no hablar de peligroso.

En los baños, sacaron las armas de las bolsas y las armaron.Corrieron los cerrojos. Insertaron los cargadores en las culatas. Cada uno de ellos deslizó los cinco pares de cargadores suplementarios en los bolsillos de sus pantalones. Dos atornillaron los largos silenciadores a los caños. Mustafá y Rafi no, pues, tras breve reflexión, decidieron que preferían oír el ruido,

"¿Estamos listos?",les preguntó su jefe. Afirmaron con una inclinación de cabeza. "Entonces, comeremos cordero juntos en el paraíso. A sus puestos.

Cuando yo dispare, disparen".

Brian se estaba probando unos botines de cuero de caña baja. No eran iguales a los que usaba en el Cuerpo de Infantes de Marina, pero se los veía y sentía cómodos, y le iban como si fuesen de medida.

"Nada mal"ESe los pongo en una caja?", preguntó la joven empleada.

Aldo pensó por un momento y decidió: "No, empezaré a ablandados ahora", Le entregó sus poco recomendables Nike, que ella metió en la caja de los botines y fue hasta la caja para pagarle su compra.

Mustafá miraba su reloj. Calculaba que en dos minutos sus amigos estarían en sus puestos.

Ahora, Rafi, Zuhayr y Abdulá entraban en el ambiente central, manteniendo las armas bajas y, asombrosamente, sin ser casi notados por quienes hacían compras e iban atentos a sus propios asuntos. Cuando el segundero llegó a las doce, Mustafá respiró hondo, salió de los baños y giró a la izquierda.

El guardia de seguridad estaba sentado tras un mostrador que le llegaba al pecho, leyendo una revista, cuando vio una sombra que se proyectaba sobre el mostrador. Alzó los ojos y vio a un hombre de cutis trigueño.

"Puedo ayudado, señor?", preguntó amablemente. No tuvo tiempo de reaccionar.

La respuesta fue un grito de Alahu Akbar! Luego, se alzó la Ingram. Mustafá sólo apretó el gatillo durante un segundo, pero en ese segundo, un total de nueve balas entró en el pecho del negro. El impacto de las nueve balas lo empujó medio paso hacia atrás y cayó muerto al suelo embaldosado.

"¿Qué demonios fue eso?", le preguntó instantáneamente Brian a su hermano -la única persona que tenía cerca- cuando todas las cabezas se volvieron hacia la izquierda.

Rafi estaba a sólo siete metros y medio adelante y a la derecha cuando oyó los disparos y supo que debía comenzar. Se dejó caer en una posición semiacuclillada y alzó su Ingriun. Se volvió hacia la tienda de Victoria's Secret, a la derecha. Sólo mirar semejantes ropas de puta garantizaba que las mujeres que estaban allí eran inmorales. Tal vez, pensó, alguna lo serviría en el paraíso. Simplemente apuntó y apretó el gatillo.

El sonido fue ensordecedor, como una colosal serie de explosiones. Tres mujeres fueron impactadas al instante y cayeron. Otras se quedaron inmóviles por un segundo, sin hacer nada, sus ojos abiertos de par en par por la conmoción y la incredulidad.

En cuanto a Rafi, quedó desagradablemente sorprendido por el hecho de que la mitad de sus disparos no le había dado a nada. El arma, mal balanceada, había saltado en su mano, rociando el techo. El cerrojo se cerró sobre la cámara vacía. Miró sorprendido, luego eyectó el primer cargador y lo invirtió, insertándolo en su lugar de una palmada mientras buscaba nuevos blancos. Ahora, todos corrían, de modo que se llevó la Ingram al hombro.

"iMierda!", dijo Brian. Su mente gritó: ¿qué demonios ocurre?

"Totalmente de acuerdo, Aldo". Dominic hizo girar su riñonera hasta tenerla en el frente y tiró del cordón que abría el doble cierre. Un segundo después, su Smith & Wesson estaba en sus manos. "iCúbreme!", le ordenó a su hermano. El que disparaba con la pistola ametralladora estaba apenas a seis metros de allí, al otro lado de un kiosco de joyería, de espaldas a él, pero no estaban en Dodge City y aquí no había ninguna regla con respecto a dispararles de frente a los delincuentes.

Dominic se hincó sobre una rodilla y, levantando la automática con las dos manos, disparó dos punta hueca de diez milímetros al centro de la espalda del hombre y un tercero al centro de la parte posterior de la cabeza. Su objetivo se desplomó de inmediato y, a juzgar por la explosión roja que produjo el tercer disparo, no iba a hacer mucho más. El agente del FBI saltó hacia el cuerpo exánime y alejó la ametralladora de un puntapié. Notó inmediatamente qué era y vio que el cuerpo tenía cargadores suplementarios en el bolsillo. Lo primero que pensó fue ¡Oh, mierda! Entonces, oyó el crepitante rugido de otros disparos a su derecha.

"iHay más, Enzo!", dijo Brian, quien estaba al lado de su hermano, con su Beretta en la derecha. "Este está listo. ¿Alguna idea?"

"iSígueme y cúbreme!"

Mustafá quedó frente a una joyería barata. Había seis mujeres a la vista, a ambos lados del mostrador. Bajó su arma hasta la altura de su cadera y disparó, vaciando en ellas su primer cargador y sintiendo la momentánea satisfacción de verlas caer. Cuando el arma dejó de disparar, eyectó el cargador vacío y lo invirtió para cargarlo, corriendo al mismo tiempo el cerrojo.

Ambos gemelos se incorporaron y comenzaron a desplazarse hacia el oeste, no rápida, pero tampoco lentamente, con Dominic abriendo camino y Brian dos pasos más atrás, ambos mirando sobre todo al lugar de donde provenían los ruidos. El entrenamiento de Brian regresó a su conciencia, inundándola. Cuando sea posible, manténganse a cubierto o escondidos. Ubiquen al enemigo y enfréntenlo.

En ese momento, una figura salió de frente a Kay Jewelers y cruzó de izquierda a derecha, empuñando una metralleta, con la que roció de balas otra joyería, a su derecha. El centro comercial era ahora una cacofonía de gritos y disparos y la gente corría ciegamente hacia las salidas, en vez de mirar de dónde provenía el peligro. Muchos de ésos cayeron, mujeres sobre todo. Y algunos niños.

De algún modo, los hermanos no percibían esto. De hecho, apenas si veían a las víctimas. Simplemente no había tiempo para eso y estaban totalmente imbuidos de lo que les había enseñado su entrenamiento. Su primer objetivo fue el que estaba de pie rociando la joyería.

"Voy por la derecha", dijo Brian, lanzándose en esa dirección con la cabeza baja pero sin dejar de mirar en dirección a su objetivo.

Brian estuvo a punto de morir. Zuhayr estaba de pie frente a Claire's Boutique, sobre la que acababa de vaciar un cargador completo. De pronto, no sabía hacia dónde seguir su camino. Giró a la izquierda y vio a un hombre con una pistola en la mano. Cuidadosamente, se llevó su arma al hombro y apretó el gatillo…

partieron dos disparos inútiles, después nada. Su primer cargador se había agotado, y tardó dos o tres segundos en darse cuenta de lo ocurrido. Luego, lo eyectó y lo invirtió, encajándolo en el vientre de su pistola ametralladora y volviendo a alzar la vista…

pero el hombre ya no estaba allí. ¿Dónde había ido? Ya sin blancos a los que disparar, volvió sobre sus pasos y entró pausadamente en la sección mujeres de Belk's.

Brian estaba acuclillado tras el puesto de Sungiass Hut, atisbando hacia la derecha.

Ahí moviéndose hacia la izquierda. Empuñó su Beretta con la derecha y disparó un tiro…

que le erró a la cabeza por un pelo cuando el hombre se agachó.

"iMierda!" Brian se puso de pie y tomó la pistola con las dos manos. Apuntó durante una fracción de segundo y disparó cuatro veces. Los cuatro tiros dieron en el tórax, bajo los hombros.

Mustafá oyó el ruido pero no sintió los impactos. Estaba lleno de adrenalina y en esos casos el cuerpo simplemente no siente el dolor. Un segundo después, tosió sangre, cosa que lo sorprendió completamente. Pero no tanto como lo que ocurrió cuando quiso girar a la izquierda y su cuerpo no le obedeció. Su asombro sólo duró uno o dos segundos hasta que…

Dominic quedó frente al otro, que estaba con su arma alzada, apuntando. Disparó otra vez, apuntando, como le enseñaron, al centro del bulto, con su Smith, que, en posición de disparo individual, ladró dos veces. Apuntó tan bien que su primera bala impactó en el arma de su objetivo…

La Ingram saltó en las manos de Mustafá. Apenas si consiguió retenerla, pero luego vio quién lo había atacado, le apuntó cuidadosamente y apretó el gatillo -pero nada ocurrió. Miró y vio un agujero de bala en el costado de acero de la Ingram, donde debía haber estado el cerrojo. Tardó uno o dos segundos más en darse cuenta de que ahora estaba desarmado. Pero su enemigo aún estaba ahí y corrió hacia él con la esperanza de, al menos, emplear su arma como maza.

Dominic estaba atónito. Había visto que al menos uno de sus disparos alcanzaba al sujeto en el pecho y que el otro le rompía el arma. Por algún motivo, no volvió a disparar, en lugar de eso, le pegó en la cara al bastardo con su Smith y avanzó hacia el lugar desde donde se oían mas disparos.

Mustafá sintió que se le aflojaban las piernas. El golpe en la cara dolía, pero los cinco balazos no. Trató de volverse otra vez, pero su pierna izquierda no sostenía su peso y cayó, girando para caer de espaldas, sintiendo que respirar era muy difícil. Trató de sentarse o de rodar, pero, como sus piernas, el costado izquierdo de su cuerpo no le respondió.

"Van dos caídos", dijo Brian. "¿Y ahora qué?"

Había menos gritos, aunque no mucho. Pero los disparos continuaban, aunque sonaban de otra manera…

Abdulá bendijo al destino por haberle hecho poner el silenciador en su arma. Sus disparos eran mucho más precisos de lo esperado.

Estaba en el negocio musical Sam Goody, que estaba colmado de estudiantes. Además, no tenía salida posterior, pues estaba muy cerca de la entrada principal del oeste. Abdulá entró en la tienda luciendo una amplia sonrisa mientras disparaba sin dejar de andar. Los rostros que vio lucían expresiones de incredulidad -y por un momento, pensó, divertido, que justamente los estaba matando porque eran infieles que no creían. Vació rápidamente su primer cargador y el hecho es que el silenciador le permitió que la mitad de sus disparos diesen en el blanco. Hombres y mujeres – niños y niñas – gritaron y quedaron inmóviles, mirando, durante unos preciosos, letales segundos, hasta que comenzaron a huir. Pero a menos de diez metros, darles en la espalda era igualmente fácil y, de todas formas, no tenían a dónde huir. Simplemente se quedó donde estaba, barriendo el ambiente con sus disparos, dejando que los blancos se pusieran por su propia cuenta en la línea de fuego. Algunos corrieron al otro lado de las estanterías de CDs, tratando de escapar por la puerta principal. A éstos les disparó cuando pasaban a apenas dos metros de él. En segundos ya había vaciado su primer par de cargadores. Lo descartó, sacó otro del bolsillo de sus pantalones, lo encajó en su lugar y corrió el cerrojo. Pero al fondo del local había un espejo y allí vio…

"iDios, otro!", dijo Dominic.

"De acuerdo". Brian corrió como una flecha hasta el otro lado de la entrada y tomó posición contra la pared, alzando su Beretta. De esa forma, quedaba en el mismo pasillo que el terrorista, pero esto no beneficiaba a alguien acostumbrado a tirar con la derecha, por más bueno que fuera. Debía elegir entre disparar con la izquierda -algo que no practicaba tanto como debiera- o exponer su cuerpo al fuego de respuesta. Pero algo en su mente de infante de marina dijo ¡a la mierda! y dio un paso a la izquierda, sosteniendo su pistola con las dos manos.

Abdulá lo vio y sonrió, llevándose su arma al hombro -o intentando hacerla.

Aldo disparó dos tiros bien apuntados al pecho del sujeto, no vio ningún efecto, y entonces vació el cargador. Más de doce balas entraron en el cuerpo del hombre…

Abdulá las sintió todas y su cuerpo se sacudió con cada impacto. Trató de disparar su arma, pero todos sus disparos fallaron y luego ya no pudo controlar su cuerpo.

Brian eyectó el cargador vacío y sacó el otro de su riñonera, encajándolo en su lugar y bajando el seguro lateral de su arma. Ahora, estaba en piloto automático. iEl hijo de puta aún se movía! Había que ocuparse de eso. Se acercó al cuerpo yacente, alejó la metralleta de un puntapié y le tiró uno en la parte posterior de la cabeza. El cráneo estalló, esparciendo sangre y sesos por el suelo.

"iPor Dios, Aldo!", dijo Dominic acercándose a su hermano.

"iA la mierda con eso! Hay al menos otro de ellos por ahí. Me queda sólo un cargador, Enzo".

"A mí también, hermano".

Asombrosamente, la mayor parte de las personas que yacían en el, suelo, incluso los que habían sido alcanzados, estaban vivos. Había tanta sangre en el suelo que parecía como si hubiese llovido del cielo. Pero ambos hermanos estaban demasiado electrizados por la acción para que lo que veían les repugnara. Regresaron al centro comercial y se dirigieron hacia el este.

Allí, la masacre era igualmente terrible. Había charcos de sangre por todos lados. Se oían gritos y gemidos. Brian pasó junto a una niñita de unos tres años, parada junto al cuerpo de su madre, agitando los brazos como un pajarito. No había tiempo, no había maldito tiempo para ocuparse de ella. Deseó tener junto a él a Pete Randall. Era un buen infante de marina. Pero incluso el segundo oficial Randall hubiera quedado abrumado por el horror.

Se seguía oyendo el tableteo de una metralleta silenciada. Provenía de la sección de mujeres de Belk's, a la izquierda. No muy lejos, a juzgar por el sonido. El sonido del fuego de automática es característico. Ninguna otra cosa suena de esa forma. Se dividieron y cada uno de ellos fue por un lado del breve pasillo que, pasando frente a Coffee Beanery y Bostonian Shoes, llevaba a la siguiente área de combate.

Lo primero que contenía el primer piso de Belk's era la sección perfumes y maquillaje. Había seis mujeres caídas en perfumes, otras tres en maquillaje. Estaba claro que algunas estaban muertas. Otras estaban obviamente vivas. Algunas pidieron auxilio, pero no había tiempo para eso. Los gemelos se volvieron a separar. El ruido se había detenido. Había sonado desde delante de ellos y a la izquierda, pero ya no estaba allí. ¿El terrorista había huido? ¿Se había quedado sin municiones?

Había vainas servidas por todo el piso; ambos notaron que eran de bronce, 9 milfmetros. Dominic vio que el tipo se había divertido aquí. Casi todos los espejos que revestían los pilares internos del edificio en esta sección estaban hechos añicos por los disparos. Su ojo entrenado estimó que el terrorista había entrado por la puerta principal, acribillado a las primeras personas con que se topó -todas mujeres- y luego había vuelto sobre sus pasos y girado a la izquierda, probablemente dirigiéndose a donde vio más posibles blancos. Posiblemente fuese uno solo, le dijo su mente a Brian.

Bien ¿a qué nos enfrentamos?, se preguntó Dominic. ¿Cómo va a reaccionar? ¿Cómo piensa?

Para Brian era más simple: ¿Dónde estás, hijo de puta? Para el infante de marina, sólo se trataba de un enemigo armado. No una persona, no un ser humano, ni siquiera un cerebro pensante, sólo un blanco que tenía un arma.

Zuhayr experimentó una abrupta disminución de su excitación. Nunca se había sentido tan excitado en su vida. Sólo había tenido unas pocas mujeres en su vida, y sin duda había matado a más aquí que las que se había cogido… pero para él, aquí y ahora, la sensación era la misma.

Y eso le pareció muy satisfactorio. No había oído los disparos anteriores, ni uno solo. Apenas si había oído sus propios tiros, tan concentrado estaba en hacer su trabajo. Y había hecho un buen trabajo. Sus expresiones cuando lo vieron a él y su ametralladora… y su expresión cuando los alcanzaron las balas… ése había sido un agradable espectáculo. Pero ahora sólo le quedaban dos pares de cargadores. Uno estaba en el arma, el otro, en su bolsillo.

Curioso, pensó, que ahora pudiera oír el relativo silencio. No había mujeres con vida cerca de él. Bueno… al menos ninguna ilesa. Algunas de las que habían sido alcanzadas aún emitían sonidos. Algunas hasta intentaban alejarse, arrastrándose…

Zuhayr sabía que no debía permitirlo. Se dirigió hacia una de ellas. una mujer de cabello oscuro que llevaba unos provocativos pantalones rojos.

Brian le silbó a su hermano y sefialó.Allí estaba, más o menos un metro setenta y cinco de altura, pantalones color caqui, chaqueta de cazador de tono similar, a cincuenta metros de ellos. Un disparo fácil para un fusil, como para hacerlo en un tenderete en un parque de diversiones, pero no tan fácil para su Beretta, por buen tirador que fuera.

Dominic asintió y comenzó a dirigirse en esa dirección, sin dejar de mirar hacia uno y otro lado.

"Lo lamento, mujer", dijo Zuhayr en inglés. "Pero no temas, te envío a ver a Alá. Me servirás en el paraíso". Y trató de meterle un tiro en la espalda. Pero eso no es fácil con una Ingram. En cambio, le disparó tres tiros desde una distancia de un metro.

Brian vio lo ocurrido y algo se desencajó en él. El infante de marina se puso de pie y apuntó con las dos manos. "iHijo de puta!", gritó, disparando lo más rápido que podía sin perder puntería, desde un distancia unos treinta metros. Disparó un total de catorce tiros, casi vaciando el arma, y lo notable es que algunos dieron en el blanco. De hecho, tres, uno de los cuales alcanzó al sujeto en el vientre y en el medio del pecho.

El primero dolió. Zuhayr sintió el impacto como hubiera podido sentir un puntapié en los testículos. Sus brazos cayeron, como para cubrirse y protegerse de más heridas. Aún tenía su arma en la mano y combatió el dolor para volver a alzarla mientras veía cómo el hombre se aproximaba a él.

Brian no olvidó todo. De hecho, muchas cosas regresaron a su conciencia. Tenía que recordar las lecciones aprendidas en Quantico -y en Mganistán- si quería dormir en su cama esa noche. De modo que avanzó por un camino indirecto, protegiéndose con las mesas exhibidoras rectangulares, manteniendo sus ojos sobre su objetivo y confiando en que Enzo miraría alrededor. El también miraba. Su blanco ya no controlaba su arma. Miraba directo hacia él, su cara extrañamente temerosa pero… ¿sonriente? ¿Qué demonios?

Ahora caminó directo hacia el hijo de puta.

Zuhayr, por su parte, dejó de luchar contra el inmenso peso de su arma y se irguió tanto como pudo, mirando a los ojos de quien lo estaba por matar. "Alahu Akbar", dijo.

"Sí, claro", le respondió Brian antes de meterle un tiro en la frente. – Espero que el infierno te guste". Luego se agachó a recoger la Ingram y se la colgó al hombro.

"Descárgala y déjala, Aldo", ordenó Dominic. Brian lo obedeció.

"Dios mío, espero que alguien llame al 911", observó.

"Bien, sígueme al piso de arriba", dijo Dominic.

"¿Qué? ¿Por qué?"

"¿Y si hay cuatro más?" La pregunta con que respondió Dominic sacudió a Brian como un puñetazo en la boca.

"De acuerdo, hermano".

A ambos les pareció increíble que la escalera mecánica siguiese funcionando, pero igual subieron por allí, acuclillados y sin dejar de mirar en todas direcciones. Había mujeres por todas partes, todas lejos de la escalera.

"iFBI!" se identificó Dominic. "¿Están todos bien?"

"Sí, fue la respuesta múltiple, independiente y equívoca que llegó desde distintos puntos.

La identidad profesional de Enzo tomó las riendas de la situación. "Bien, la situación está bajo control. La policía no tardará en llegar. Hasta entonces quédense donde están".

Los gemelos fueron desde la parte superior de la escalera mecánica de ascenso hasta la parte superior de la que llevaba al piso de abajo. De inmediato se notaba que los pistoleros no habían llegado allí.

El descenso fue más horrible que lo que las palabras puedan expresar.Aquí también había charcos de sangre en una línea recta que iba desde el perfume hasta los bolsos, y las afortunadas que sólo habían resultado heridas gritaban pidiendo ayuda. Pero, una vez más, los gemelos tenían cosas más importantes que hacer. Dominic condujo a su hermano hacia el vestíbulo central. Giró a la izquierda para verificar al primero de los que habían abatido.

No había duda de que éste estaba muerto. Su última bala de diez milfmetros había estallado en su ojo derecho.

Eso significaba que sólo quedaba uno, si es que aún estaba vivo.

Lo estaba, a pesar de todos los impactos recibidos. Mustafá intentaba moverse, pero sus músculos no tenían sangre ni oxígeno y no obedecían las órdenes que les transmitfa el sistema nervioso central. Se encontró mirando hacia arriba, como en un sueño, según le pareció.

"¿Tiene nombre?", preguntó uno de ellos.

Dominic sólo esperaba a medias que le respondiera. Estaba claro que el hombre estaba muriéndose, y rápido. Se volvió, en busca de su hermano. "iEh, Aldo!", llamó, pero nadie le respondió.

Brian estaba en Legends, un negocio de articulos de deportes, echando una rápida mirada. Encontró lo que buscaba y lo llevó de vuelta al vestíbulo del centro de compras.

Allí, Dominic seguía hablándole al caído, pero sin obtener mucha respuesta."Eh, moraco",dijo Brian. Se hincó en la sangre junto al terrorista moribundo.

Mustafá miró, desconcertado. Sabía que se acercaba la muerte, y, si bien no podía decirse que eso lo alegrara, al menos su mente tenía la satisfacción de haber cumplido con su deber para con la Fe y la Ley de Alá.

Brian tomó las manos del terrorista y se las cruzó sobre el pecho. "Quiero que te lleves esto contigo al infierno. Es cuero de cerdo, imbécil, hecha con el cuero de un verdadero puerco de Iowa". Y Brian mantuvo sus manos sobre la pelota de fútbol mientras miraba a los ojos al hijo de puta.

Los ojos se abrieron al darse cuenta de lo que ocurría, horrorizados ante la transgresión. Quiso que sus brazos se movieran, pero las manos del infiel se lo impidieron.

"Sí, así es. Soy Iblis en persona y vienes a mi casa". Brian sonrió hasta que la vida abandonó los ojos del otro.

"¿Y eso?"

"Después te explico", respondió Brian. "Vamos".

Regresaron a donde todo comenzó. Había muchas mujeres en el suelo, la mayor parte de ellas moviéndose un poco. Todas sangraban, algunas mucho. "Encuentra una farmacia. Necesito vendas, y asegúrate de que alguien haya llamado al 911".

"Bien". Dominic corrió en busca de lo pedido, mientras Brian se hincaba junto a una mujer de unos treinta años herida en el pecho. Como casi todo infante de marina y como todo oficial de infantería de marina, sabía los rudimentos de los primeros auxilios. Primero verificó las vías respiratorias. Bien, respiraba. Sangraba por dos orificios de bala en la parte superior izquierda del pecho. Había un poco de espuma rosada en sus labios. Herida en el pulmón, pero no grave. "¿Puede oírme?"

Asintió con la cabeza y habló con voz ronca: "si'.

"Bien, va a estar bien. Sé que duele, pero va a estar bien".

"¿Quién es usted?"

"Brian Caruso, señora. Infantería de Marina de los Estados Unidos. Estará bien. Ahora debo ir a ayudar a los demás".

"No, no… yo. Lo tomó del brazo.

"Señora, hay personas con heridas más graves que la suya. Va a estar bien". Y se liberó.

El siguiente era un caso grave. Un niño de unos cinco años con tres tiros en la espalda, sangrando a mares. Brian lo dio vuelta. Los ojos estaban abiertos.

"¿Cómo te llamas, hijo?"

"David", respondió con sorprendente claridad.

"Bueno, David, te vamos a curar. ¿Dónde está tu mamá?"

"No lo sé". Como niño que era, estaba preocupado por su madre, más por ella que por él mismo.

"Bien, yo me ocuparé de ella, pero antes déjame que te cure a ti, ¿de acuerdo?" Alzó los ojos y vio a Dominic que regresaba.

"No hay farmacia, hermano", casi gritó Dominic.

"iTrae lo que sea, camisetas, cualquier cosa!", le ordenó Brian. y Dominic fue corriendo a la tienda donde Brian se había comprado las botas. Salió un segundo después, con los brazos cargados de camisetas estampadas con distintos motivos.

Y en ese momento, llegó el primer policía, con su automática reglamentaria empuñada con las dos manos.

"iPolicía!", gritó.

"iVenga aquí, maldita sea!", rugió Brian en respuesta. El oficial llegó en unos diez segundos. "Enfunde esa pistola, oficial. No quedan malos", le dijo Brian en tono más medido. "Necesitamos todas las ambulancias de la ciudad y que le adviertan al hospital que un importante número de heridos va para allí. ¿Tiene un botiquín de primeros auxilios en su auto?" Quién es usted?", preguntó el policía sin enfundar su arma.

"FBI", respondió Dominic desde detrás del policía, exhibiendo su credencial en la mano izquierda. "Se terminó el tiroteo, pero hay muchos heridos. Llame a todos. Llame a la oficina local del FBI ya todos los demás. iPonga a funcionar esa radio, oficial, y hágalo ya!"

Como casi todos los policías de los Estados Unidos, el oficial Steve Barlow tenía un radiotransmisor portátil Motorola, con un micrófono abrochado a la hombrera de su camisa de uniforme, y con ésta emitió una frenética llamada de pedido de refuerzos y asistencia médica.

Brian regresó su atención al niñito que tenía en brazos. En esos momentos, David Prentiss era lo único que existía en el mundo para el capitán Brian Caruso. Pero todo el daño era interno. El chico tenía varias heridas aspirantes en el pecho, y eso no era bueno.

"Bueno, David, tomémonoslo con mucha calma. ¿Cuánto duele?"

"Mucho", respondió el niñito tras media respiración. Su rostro se estaba poniendo pálido.

Brian lo alzó y lo puso sobre el mostrador de la Piercing Pagoda, y luego se dio cuenta de que allí podía haber algo que sirviera -pero sólo encontró bolas de algodón. Metió dos de éstas en cada uno de los tres agujeros de la espalda del niño, luego lo puso boca arriba. Pero el niño sangraba internamente. Sangraba tanto por dentro que sus pulmones no tardarían en dejar de funcionar y se desmayaría y moriría de asfixia si antes nadie le aspiraba el pecho desde fuera mecánicamente, y Brian no podía hacerlo.

"iDios mío!" Quien habló era nada menos que Michelle Peters, tomando la mano de una niña de diez años, cuyo rostro estaba todo lo demudado que puede estar el rostro de un niño.

"Michelle, si sabes algo de primeros auxilios, escoge a alguien y ponte a trabajar", ordenó Brian.

Pero ella no sabía de eso. Tomó un puñado de bolas de algodón del puesto de perforar orejas y siguió camino, confundida.

"Eh, David ¿sabes quién soy?", preguntó Brian.

"No", contestó el niño, con un poco de curiosidad abriéndose paso a través del dolor de su pecho.

"Soy un infante de marina. ¿Sabes qué es eso?"

"¿Una especie de soldado?"

Brian se dio cuenta de que el niño estaba muriendo en sus brazos. Por favor Dios, que no muera, que este niñito no muera.

"No, somos mejores que los soldados. Ser infante de marina es lo mejor que puede hacer un hombre. Tal vez cuando seas grande, puedas ser un infante de marina como yo. ¿Qué te parece?"

"¿Y matar a los malos?", preguntó David Prentiss.

"Ya lo creo que sí, Dave". "Genial", pensó David, y cerró los ojos.

"¿David? No te vayas, David. Dave, vuelve a abrir los ojos. Tenemos que hablar un poco más: Suavemente, volvió a depositar el cuerpecito sobre el mostrador y buscó el pulso en la carótida.

Pero ya no habla pulso.

"Mierda, oh, mierda" musitó Brian. La adrenalina se evaporó de su torrente sanguíneo. Su cuerpo se sintió vacío, sus músculos laxos.

Llegaron los primeros bomberos, que usaban sus chaquetas antillama color caqui y llevaban cajas de algo que deblan ser insumos médicos. Uno de ellos tomó el mando, dirigiendo a sus hombres a distintos puntos. Dos se dirigieron a donde estaba Brian. El primero tomó el cuerpo de sus brazos. y lo miró por un instante, luego lo depositó en el suelo y siguió su camino sin decir palabra, dejando allí a Brian, con la sangre de un niño en su camisa.

Enzo estaba allí cerca, sólo parado y mirando, ahora que los profesionales – sobre todo bomberos voluntarios, en realidad, pero así y todo, eficientes- tomaban control del área. Juntos, caminaron hasta la salida mas próxima y salieron al claro aire del mediodía. Todo el episodio había durado menos de diez minutos.

Como en el combate real, pensó Brian. Una vida -no, muchas vidas, habían llegado a su prematuro fin en lo que, en términos relativos, era apenas un parpadeo del tiempo. Su pistola estaba otra vez en su riñonera. El cargador vacío posiblemente había quedado en Sam Goody. Lo que acababa de experimentar era lo más parecido a ser Dorothy, arrebatada por un tornado en Kansas. Pero no había emergido en la Tierra de Oz. Aún estaba en Virginia central, y había muchos muertos y heridos detrás de él.

"¿Quienes son ustedes?", era un capitán de la policía.

Dominic alzó su identificación del FBI y, por el momento, eso bastó.

"¿Qué ocurrió?"

"Al parecer, terroristas. Cuatro. Entraron y se pusieron a disparar, están todos muertos. Les dimos a los cuatro", le dijo Dominic.

"¿Está herido?", le preguntó el capitán a Brian señalando su camisa ensangrentada.

Aldo meneó la cabeza. "Ni un rasguño. Capitán, hay muchos civiles heridos ahí dentro".

"¿Que hacían allí?", preguntó el capitán.

"Comprábamos zapatillas", dijo Brian con amargura.

"A la mierda, observó el capitán de policía, mirando a la entrada del centro de compras, quedándose inmóvil sólo porque tenía miedo de ver lo que había adentro. "¿Alguna idea?"

"Disponga un perímetro", dijo Dominic. "Verifique todas las patentes de los autos. Verifique si los malos llevan algún tipo de identificación. Conoce la rutina, ¿no? ¿Quién es el agente especial a cargo local?"

"Aquí sólo tenemos un agente residente. La oficina importante cercana es la de Richmond. Ya los llamé. El AFC es un tipo llamado Milis".

"¿Jimmy Milis? Lo conozco. Bien, el Buró deberá enviar a unos cuantos hombres. Lo mejor que puede hacer es preservar la escena del crimen, esperar, sacar a los heridos. Ahí dentro hay un jodido desastre, capitán".

"Lo creo. Bien, ya regreso".

Dominic esperó a que el capitán de policía entrase, luego le dio con el codo a su hermano y juntos se dirigieron a su Mercedes. El auto de policía ubicado en la entrada del estacionamiento -dos uniformados, uno armado con escopeta- vio la identificación del FBI y les permitió pasar. Diez minutos mas tarde, estaban de vuelta en la casa.

"¿Qué ocurre?", preguntó Alexander desde la cocina. "La radio dijo…"

"Pete, sabes, esas dudas que yo tenía, dijo Brian.

"Sí, pero…"

"Puedes olvidarlas, Pete. Para siempre y en toda circunstancia", anunció Brian.