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El domingo es un día de descanso para la mayor parte de las personas y también lo era, en general, para el Campus, con excepción del personal de seguridad. Gerry Hendley creía. que probablemente Dios no se equivocara, y que las actividades de siete días corridos fueran contraproducentes, aunque aumentaran en un 16,67 por ciento de la productividad semanal de los individuos. También embotaban el cerebro al negarle la posibilidad de hacer ejercicios libremente o de no hacer nada.
Pero claro que hoy las cosas eran distintas. Hoy planificarían por primera vez auténticas operaciones negras.El Campus había estado en actividad durante un poco más de diecinueve meses, y ese tiempo se había dedicado, sobre todo, a establecer su fachada como empresa dedicada a las finanzas y al arbitraje de divisas. Las cabezas de departamento habían tomado varias veces los trenes Acela, que los llevaban y traían de Nueva York para encontrarse con sus pares del mundo blanco y aunque en su momento éste pareció un sistema lento, al verlo en retrospectiva, la forma en que se habían hecho de una reputación en la comunidad financiera había sido extremadamente veloz. Claro que casi nunca le daban a conocer al mundo los verdaderos resultados que obtenían especulando sobre divisas y unas pocas y cuidadosamente elegidas emisiones de títulos, incluso negocios sobre compañías que ni siquiera sabían que su valor iba en aumento. El objetivo general había sido construir la fachada, pero como el Campus debía autofinanciarse, también debía generar ingresos reales.Durante la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses habían poblado organizaciones clandestinas con abogados, mientras que los británicos habían empleado banqueros. Ambos habían demostrado ser eficaces a la hora de joder a la gente… y de matarla. Debía de tener algo que ver con la visión del mundo que tenían, pensó Hendley mientras bebía su café.
Contempló a los demás: Jerry Rounds, su jefe de Planificación Estratégica; Sam Granger, su jefe de operaciones. Aun antes de que el edificio se terminase de construir, los tres se habían reunido para hablar de la forma que tenía el mundo y de cuál sería la mejor manera de limar un poco sus aristas. También estaba su jefe de análisis Rick Bells, quien pasaba sus jornadas de trabajo cerniendo el material que les llegaba de la NSA y la CIA y tratando de darle un sentido a esa inundación de información inconexa, ayudado, por supuesto, por los treinta y cinco mil analistas con que contaban Langley, Fort Meade y todos esos sitios. Como a todo analista de alto rango, le gustaba participar en el área operativa y aquí podía hacerlo, dado que el Campus era demasiado pequeño como para resultar avasallado por su propia jerarquía. Hendley y él se preocupaban de que esto no ocurriera, y ambos se aseguraban que nadie se pusiera a construir imperios.
Por lo que sabían, no había otra institución como la suya en el mundo. y había sido dispuesta de tal modo de que podía ser borrada del mapa en cuestión de dos o tres meses. Como Hendley Associates no convocaba a inversores externos, su perfil público era lo suficientemente bajo como para que el radar nunca diese con sus intrigas y, de todas formas, la comunidad a la que pertenecían no era muy amiga de la publicidad. Era fácil esconderse en una especialidad en que todos lo hacían, y en la que ningún participante denunciaba al otro, a no ser que tuviera un muy buen motivo para hacerlo, y el Campus no jodía a nadie. Al menos no en asuntos de dinero.
"Bien", comenzó Hendley, "estamos listos?"
"Sí, dijo Rounds, incluyendo a Granger en la afirmación. Sam asintió levemente con la cabeza y sonrió.
"Estamos listos", anunció Granger oficialmente. "Nuestros dos muchachos han recibido su espaldarazo de una forma que nunca previmos".
"Y bien que lo recibieron", asintió Bell. "y el muchacho Ryan identificó un buen primer objetivo, este tipo Sali. Lo ocurrido el viernes generó mucho tráfico de mensajes. Revelan a muchos participantes. Muchos de ellos son comedidos o aspirantes, pero aun si eliminamos a alguno de éstos por error, nadie va a llorar. Tengo los cuatro primeros seleccionados. Así que Sam, ¿tienes un plan para ellos?"
Davis respondió. "Vamos a hacer una selección por las malas. Eliminamos a uno o dos, y vemos cómo reaccionan los demás, si es que reaccionan, y continuamos con la acción a partir de ahí. Concuerdo en que el señor Sali parece un buen candidato a primer blanco. La pregunta es: ¿su eliminación será abierta o encubierta?"
"Explícate", ordenó Hendley.
"Bueno, una cosa es que lo encuentren muerto en la calle. Si desaparece con el dinero de su papá y deja una nota diciendo que quiere dejar de hacer lo que está haciendo y se retira, es otra", explicó Sam.
"¿Secuestro? Es peligroso". La policía metropolitana de Londres tenía un porcentaje de éxitos cercano al ciento por ciento en casos de secuestro. Era un juego peligroso, especialmente por tratarse de una primera operación.
"Bueno, podemos contratar un actor, vestirlo con la ropa adecuada, hacer que vuele hasta el aeropuerto Kennedy en Nueva York y que luego desaparezca. De hecho, hacemos desaparecer el cuerpo y nos quedamos con el dinero. ¿A cuánto tiene acceso, Rick?"
"¿Aceso directo? Bueno, más de trescientos millones de dólares".
"Nos vendrían bien como fondos corporativos", especuló Sam. "Y no perjudicaría demasiado a su papá, ¿verdad?"
"¿El total del dinero de su padre? Más de tres mil millones", respondió BelI. "No le gustará perderlos, pero tampoco lo llevaría a la quiebra. Y dada su opinión sobre su hijo, hasta podría suministramos una buena fachada para nuestra operación", especuló.
"No es que lo recomiende como curso de acción, pero es una alternativa", resumió Granger.
Claro que ya lo habían hablado. Era una jugada demasiado obvia como para que la pasaran por alto. Y trescientos millones de dólares quedarían bien en una cuenta del Campus, por ejemplo en las Bahamas o Liechtenstein. Se podía esconder dinero en cualquier lugar que tuviese líneas de teléfono. A fin de cuentas, se trataba de electrones, no de lingotes de oro.
A Hendley le sorprendió que Sam sacara el tema tan rápido. Tal vez quisiera ver cómo reaccionaban sus colegas. Evidentemente, la idea de quitarle la vida a Sali no los conmovía demasiado, pero robarle como parte de la misma operación era una cosa muy distinta. La conclusión de Gerry fue que la conciencia humana era algo muy curioso.
"Dejemos eso de lado por el momento. ¿Cuán difícil será el operativo?", preguntó Hendley.
"¿Con lo que nos dio Rick Pastemak? Juego de niños, siempre que nuestros hombres no cometan errores muy graves. Lo peor que puede pasar es que parezca un asalto que salió mal", les dijo Granger.
"¿Y si a nuestro hombre se le cae el bolígrafo?"
"Es un bolígrafo. Escribe. Pasará la inspección de cualquier policía del mundo", repuso Granger con confianza. Metió la mano en el bolsillo y les pasó la muestra para que la vieran. "No está cargada", les aseguró.
Ya todos estaban en antecedentes. En apariencia, era un bolígrafo caro, bañado en oro, adornado con obsidiana. Al apretar el pulsador y girar el capuchón, la punta del bolígrafo era reemplazada por una hipodérmica de contenido letal. En quince a veinte segundos, paralizaba a la víctima, en tres minutos la mataba irremisiblemente y casi sin dejar rastros. Cada uno de los ejecutivos, al examinar el bolígrafo, tocó la punta de la hipodérmica y simuló clavada con un movimiento de arriba abajo, menos Rounds, quien la esgrimió cómo si fuera una diminuta espada.
"Sería bueno ensayada descargada", observó quedamente.
"Algún voluntario para hacer de víctima?", preguntó Granger. Nadie se ofreció. No lo sorprendió el ambiente que reinaba. Era hora de detenerse y reflexionar, el estado de ánimo que siente alguien cuando firma una póliza de seguro de vida, un producto que sólo valdrá cuando uno esté muerto, lo cual tiende a quitarle gracia al momento.
"Correcto". Granger asintió con la cabeza y regresó a su tono serio. "Hacemos que vigilen al objetivo, elijan la ocasión y operen".
"¿Y esperen para ver si resultó?", preguntó retóricamente Rounds.
"Así es. Luego, pueden dirigirse a su siguiente objetivo. Toda la operación no debe tomar más de una semana. Luego, de vuelta a casa y a esperar las consecuencias. Si alguien mete la mano en su dinero después de que él esté muerto, lo más probable es que nos demos cuenta, ¿no?"
"Deberíamos", confirmó Bell. "y si alguien la toma prestada, sabremos a dónde va".
"Excelente", observó Granger. Al fin y al cabo, en eso consistía una "selección por las malas".
No permanecerían allí mucho tiempo, pensaron ambos gemelos. Estaban alojados en habitaciones contiguas en el Holiday Inn local y esta tarde de domingo, ambos miraban la tele acompañados por un invitado.
"¿Cómo está tu mamá?", preguntó Jack.
"Bien, trabajando mucho con las escuelas locales -las parroquiales. Es como si fuese asistente de las maestras, sólo que no enseña. Papá trabaja en un nuevo proyecto -al parecer, Boeing considera construir un nuevo transporte supersónico. Papá dice que lo más probable es que nunca lo construyan, a no ser que Washington ponga un montón de dinero, pero como la gente que trabajó en Concorde está pensando en esos términos, Boeing prefiere que sus propios ingenieros se mantengan ocupados. Airbus los pone un poco nerviosos y no quiere que los tomen desprevenidos si los franceses comienzan a ponerse ambiciosos.
"¿Qué tal el Cuerpo?", le preguntó Jack a Brian.
"El Cuerpo es el Cuerpo, primito. Sigue su camino, se mantiene preparado para la próxima guerra que le toque".
"Papá se preocupó cuando fuiste a Mganistán".
"Fue bastante emocionante. Los afganos son duros, y no son tontos, pero no están muy bien entrenados. Así que cuando chocábamos, salíamos ganando nosotros. Si veíamos que las cosas se nos complicaban, pedíamos apoyo aéreo y normalmente eso resolvía la situación".
"¿Cuántos?"
"Cuántos matamos? Algunos. No los suficientes, pero sí algunos. Primero entraron los Boinas Verdes, y eso les enseñó a los afganos que el enfrentamiento abierto no les convenía. Más que nada, hacíamos persecución y reconocimiento, identificación de objetivos para la fuerza aérea. Llevábamos un tipo de la CIA y un destacamento de señales de inteligencia. Los malos usaban sus radios un poco demasiado. Cuando las interceptábamos, nos acercábamos hasta estar a más o menos una milla de ellos y echábamos una mirada, y si lo que veíamos era interesante, llamábamos a la fuerza aérea y levantábamos campamento. Daba miedo mirar lo que ocurría después", resumió Brian.
"Te creo". Jack abrió una lata de cerveza.
"Así que este tal Sali, el que tiene la amiga, Rosalie Parker", dijo Dominic. Como la mayor parte de los policías tenía buena memoria para los nombres. "¿Dices que festejó cuando se enteró de lo del viernes?"
"Sí, dijo Jack, "le pareció genial".
"¿Y con quién celebraba?"
"Con unos amiguitos con los que se comunica por correo electrónico. Los ingleses tienen intervenido su teléfono y los e-mails… bueno, como les dije no puedo hablar de eso. Los sistemas telefónicos europeos no son para nada tan seguros como la gente cree, digo, todos hablan de intervenir teléfonos y esas cosas, pero los policías de allí hacen cosas que aquí no podemos. En especial los ingleses, usan las intervenciones para rastrear a los tipos del IRA. Al parecer, lo demás países de Europa tienen aún más libertad de acción".
"Es así, le aseguró Dominic. "En la academia, escuchamos a algunos de ellos en el programa nacional de academias -es algo así como un doctorado para policías. Cuando se tomaban unos tragos, hablaban de esas cosas. ¿De modo que a Sali le gustó lo que hicieron esos hijos de puta, eh?"
"Parecía que su equipo había ganado la supercopa", explicó Jack.
"¿Y los financia?", preguntó Brian.
"Así es".
"Interesante", fue el único comentario de Brian a la respuesta.
Podría haberse quedado una noche más, pero. tenía cosas que hacer por la mañana, de modo que regresaba a Londres en su Aston Martin Vanquish, color negro Bowland. El interior era gris oscuro, y el motor de doce cilindros hecho a mano desplegaba casi todos sus 460 caballos de fuerza mientras se dirigía al este por la M4 a ciento sesenta kilómetros por hora. En cierto modo, su auto era más satisfactorio que el sexo. Era una pena no tener a Rosalie allí pero -le echó una mirada a su acompañante- Mandy era agradable para entibiar la cama, aunque un poco delgada para su gusto. Debería engordar un poco, pero la moda europea no lo permitía. Los necios que dictaminaban el cánon del cuerpo femenino probablemente fuesen pederastas que querían que parecieran muchachos. Locura, pensó Sali, pura locura.
Pero Mandy disfrutaba del auto, más que Rosalie. Lamentablemente Rosalie le temía a la velocidad, no confiaba tanto como habría debido en sus habilidades como conductor. Esperaba poder llevarse su auto a su país. Claro que lo enviaría por avión. Su hermano también tenía un auto veloz, pero el vendedor le había dicho que este cohete de cuatro ruedas iba a más de trescientos kilómetros por hora, y en el reino tenía buenas rutas, largas y llanas. Era cierto que uno de sus primos volaba los aviones Tornado de la fuerza aérea saudita, pero este auto era suyo y ésa era una gran diferencia. Desgraciadamente, la policía inglesa no le permitía probarlo a fondo -una multa más, y los muy aguafiestas le quitarían su carné de conductor- pero en su país no tendría ese problema. y tras ver qué podía hacer realmente el auto, lo metería otra vez en un avión y se lo traería a Gatwick, y lo usaría para excitar a las mujeres, lo cual era casi tan bueno como conducirlo. Ciertamente le había causado ese efecto a Mandy. Debía comprarle una bonita cartera de Vuitton y enviársela mañana a su apartamento. No venía mal ser generoso con las mujeres y Rosalie debía enterarse de que tenía competencia.
Entró en la ciudad a toda la velocidad que el tránsito y la policía le permitían, pasó como una exhalación frente a Harrods, por el túnel para vehículos y por la casa del duque de Wellington antes de girar a la derecha en la calle Curzon y a la izquierda en Berkeley Square. Con un destello de luces, le indicó al hombre a quien le pagaba por mantener su espacio de estacíonamiento que sacase su auto, y se detuvo exactamente frente a su casa de tres pisos y fachada de piedra arenisca. Con buenos modales europeos, salió del auto y le abrió la puerta a Mandy, escoltándola galantemente escalinata arriba hasta la gran puerta de entrada de roble, que sonriendo, mantuvo abierta para que entrara. A fin de cuentas, en pocos minutos ella abriría una puerta aún más agradable para él.
"El pequeño hijo de puta regresó", observó Ernest, tomando nota del horario exacto en su anotador. Los dos oficiales del Servicio de Seguridad estaban en una camioneta cubierta de British Telecom estacionada a cincuenta metros de allí. Llevaban allí unas dos horas. El joven demente saudita conducía como si fuese la reencarnación de Jimmy Clark.
"Supongo que su fin de semana fue mejor que el nuestro", asintió Peter. Luego, se volvió a pulsar los botones que activaban los distintos sistemas de radioescucha en el interior de la casa de estilo georgiano. Incluían tres cámaras cuyas cintas eran renovadas cada tres días por un equipo de penetración. "Es un hijo de puta vigoroso".
"Probablemente use Viagra", pensó Ernest en voz alta que tenía un matiz de envidia.
"Hay que reconocer los méritos del adversario, mi querido Ernie. Le costará dos semanas de tu paga. Y por lo que va a recibir, bien puede estar agradecida".
"Puto", observó Ernest agriamente.
"Es delgada, pero no tanto, amigo". Peter lanzó una carcajada. Sabían cuánto cobraba Mandy Davis y, como todos los hombres, se preguntaban exactamente qué haría para ganarse su paga, despreciándola al mismo tiempo. Como eran oficiales de contrainteligencia no tenían el grado de comprensión que un veterano agente de policía podía haber mostrado para con una mujer carente de educación que trataba de ganarse la vida como podía. Setecientas cincuenta libras por una visita vespertina, dos mil por toda la noche. Nadie había averiguado cuánto cobraba por el fin de semana completo.
Ambos se pusieron los auriculares para cerciorarse de que los micrófonos funcionaran, cambiando de canal para escuchar lo que ocurría en las distintas habitaciones de la casa.
"Es un puerco impaciente", observó Ernest. "¿Crees que ella se quedará toda la noche?"
"Espero que no, Ernie. Si se va, él irá al maldito teléfono y nos enteraremos de algo útil respecto a ese hijo de puta".
"Moro de mierda", musitó Ernest, ante la aprobación de su compañero. Ambos encontraban que Mandy era más bonita que Rosalie. Digna de un ministro de gobierno.
No se equivocaban. Mandy Davis salió a las 10:23 de la mañana, se detuvo en la puerta para un último beso y una sonrisa como para conmover el corazón de cualquier hombre, luego caminó calle abajo por Berkeley Street hacia Piccadilly donde, en vez de girar a la izquierda en el drugstore Boots y entrar en la estación de trenes subterráneos de la esquina de Piccadilly y Sratton, tomó un taxi que la llevó al centro, a New Scotland Yard. Allí transmitiría su informe a un amigable joven detective al que encontraba muy atractivo, aunque era demasiado hábil en su oficio como para mezclar los negocios con el placer. Uda era un cliente vigoroso y generoso, pero si alguien se hacía ilusiones con respecto a la relación que los unía era él, no ella.
Los números aparecieron en el registro LED y fueron grabados, junto a la hora en que fueron discados en sus computadoras laptop; tenían dos, y al menos una más en Thames House. Cada uno de los teléfonos de Sali tenía asignado un dispositivo que registraba cada llamada que hacía. Otro dispositivo similar hacía lo mismo con las llamadas entrantes, mientras que tres grabadores grababan cada palabra que decía. Esta era una llamada internacional a un teléfono celular.
"Llama a su amigo Moharnmed", observó Peter. "Me pregunto de qué hablarán".
"Te apuesto que, al menos durante diez minutos, de su aventura del fin de semana". "Sí, le gusta hablar", asintió Peter.
"Es demasiado delgada, pero es una consumada ramera, amigo mío. Las infieles tienen sus cosas buenas, le aseguró Salí a su colega.Tanto a ella como a Rosalie él realmente les gustaba. Siempre se daba cuenta de si era así.
"Me alegro de oírlo, Uda", dijo pacientemente Mohammed desde París. "Ahora, hablemos de trabajo".
"Como quieras, amigo mío".
"La operación de Estados Unidos salió bien".
"Sí, vi. ¿Cuántos en total?"
"Ochenta y tres muertos y ciento cuarenta y tres heridos. Podrían haber sido más, pero uno de los equipos cometió un error. Pero lo importante es el eco en los noticiarios. En la TV no hubo más que noticias sobre los ataques de nuestros santos mártires".
"Esto es maravilloso. Un gran golpe para Alá".
"Sí, claro. Ahora necesito que transfieras dinero a mi cuenta".
"¿Cuánto?"
"Por el momento, con cien mil libras inglesas bastará".
"Podré hacerlo mañana a las diez". De hecho, podía hacerlo una o dos horas antes, pero planeaba dormir hasta tarde. Mandy lo había cansado. Ahora, yacía en la cama, bebiendo vino francés y fumando un cigarrillo, mirando la televisión sin demasiado interés. Quería ver Sky News a la hora en punto. "¿Eso es todo?"
"Sí, por ahora".
"Así se hará", le dijo a Mohammed.
"Excelente. Buenas noches, Uda".
"Espera, tengo una pregunta…"
"No ahora. Debemos ser cautelosos", advirtió Mohammed. Usar un teléfono celular tenía ciertos peligros.
"Como quieras, buenas noches". y ambos apagaron sus respectivos teléfonos.
"El pub de Somerset era muy agradable, el Blue Boar", dijo Mandy. "La comida era buena. La noche del viernes, Uda comió pavo y se bebió dos pintas. Anoche cenamos en un restaurante que queda frente al hotel. El tomó un chateaubriand y yo lenguado a la Dover. El sábado por la tarde fuimos a hacer compras por un rato. En realidad, él no quería salir mucho, más bien quería quedarse en cama". El detective buen mozo lo grababa todo, además de tomar notas, al igual que otro policía. La actitud de ambos era tan clínica como la de ella.
"Habló de algo? ¿De las noticias en la tele o en los periódicos?"
"Miraba todos los noticiarios. Pero no decía nada. Dije que era atroz, todas esas muertes, pero no hizo más que gruñir. Puede ser totalmente desalmado,aunque siempre es amable conmigo. Hasta ahora,no hemos tenido ni un sí ni un no", les dijo, acariciándolos con sus ojos azules. A los policías se les hacía difícil mantener su profesionalismo. Parecía una modelo, aunque no era lo suficientemente alta, pues medía menos de un metro sesenta. Tenía una apariencia dulce a la que debía de sacarle buen provecho. Pero su corazón era puro hielo. Era triste, pero no les concernía.
"Hizo alguna llamada de teléfono?"
Meneó la cabeza. "Ni una. Este fin de semana no llevó su celular. Me dijo que era todo mío y que no debería compartido con nadie este fin de semana. Es la primera vez que eso ocurre. Fuera de eso, fue lo de siempre". Se le ocurrió otra cosa. "También se baña más a menudo. Lo hice ducharse los dos días y ni siquiera se quejó. Bueno, lo ayudé, porque me metí en la ducha con él". Les dedicó una sonrisa coqueta. Así llegaron al fin de su entrevista.
"Gracias, señorita Davis. Como de costumbre, ha sido usted muy útil".
"Sólo aporto mi grano de arena. ¿Creen que es un terrorista o algo así?", preguntó.
"No. Si usted estuviera en peligro, sería debidamente advertida".
Mandy metió la mano en su bolso de Louis Vuitton y sacó un cuchillo con una hoja de veinticinco centímetros de largo. No era legal que llevase escondida una cosa como ésa, pero, dado su oficio, necesitaba un amigo confiable que la acompañara, y los detectives lo comprendían. Supusieron que sabría usarlo adecuadamente. "Me sé cuidar sola", les dijo tranquilizadoramentea ambos. "Pero Uda no es así. En realidad, es un hombre muy gentil. Esa es una cosa que se aprende en mi oficio. A dar- se cuenta de cómo son las personas..A no ser que se trate de un actor increíblemente bueno, no es del tipo peligroso. Juega con dinero, no con armas".
Los policías tomaron la afirmación con seriedad. Tenía razón. Si algo sabía hacer una ramera era darse cuenta de cómo eran los hombres. Las que no lo lograban solían morir antes de los veinte años.
Cuando Mandy se hubo retirado en taxi a su casa, los dos detectives de la División Especial escribieron lo que les dijo y lo enviaron como correo electrónico a Thames House, donde se convirtió en otro aporte al legajo del Servicio de Seguridad sobre el joven árabe.
Brian y Dominic llegaron al Campus a las ocho en punto de la mañana. Sus flamantes pases de seguridad les permitían tomar el ascensor hasta el útimo piso, donde esperaron, bebiendo café, hasta que llegó Gerry Hendley. Los gemelos, en particular Brian, adoptaron la posición de firmes.
"Buenos días", les dijo el ex senador al pasar, luego se detuvo. "Creo que antes que nada deben hablar con Sam Granger. Rick Pastemak.estará por aquí en tomo a las nueve y cuarto, creo. Sam debe de estar por llegar en cualquier momento. Ahora debo ir a mi despacho, ¿de acuerdo?"
"Sí, señor", dijo Brian. Después de todo, el café no era nada malo.
Dos minutos después, Granger salió del ascensor. "Hola, muchachos. Síganme". Así lo hicieron.
La oficina de Granger no era tan grande como la de Hendley, pero tampoco era el cuchitril de un novicio. Indicó las dos sillas para visitantes y colgó su chaqueta.
"Cuándo estarán listos para una misión?"
"¿Hoy mismo le parece conveniente?", respondió Dominic.
Granger respondió con una sonrisa, pero las personas demasiado entusiastas lo preocupaban. Por otra parte, hacía tres días, ese entusiasmo no había sido una mala cosa.
"¿Hay un plan?", preguntó Brian.
"Sí. Lo elaboramos el fin de semana" -Granger comenzó con el concepto operacional: selección por las malas.
"Suena lógico", observó Brian. "¿Dónde será?"
"Probablemente en la calle. No les voy a decir como hacer la. misión. Les diré qué resultado queremos. Cómo, lo decidirán ustedes. Ahora bien, tenemos una buena bitácora de los movimientos y costumbres de su primer blanco. Sólo es cuestión de identificarlo y hacer el trabajo". Hacer el trabajo, pensó Dominic. Parece algo sacado de El Padrino.
"¿Quién es y por qué lo haremos?"
"Se llama Uda bm Sali, tiene veintiséis años, vive en Londres".
Los gemelos intercambiaron una mirada de diversión. "Tendría que haberlo sabido", dijo Dominic. "Jack nos contó sobre él. Es el pequeño cerdo que maneja el dinero y a quien le gustan las rameras, ¿verdad?"
Granger abrió el sobre color castaño que había tomado al entrar y se lo entregó. "Fotos de Sali y sus dos amigas. Ubicación y fotos de sus casas en Londres. Aquí hay una de él en su auto".
"Aston Martin", observó Dominic. "Bonita máquina".
"Trabaja en el distrito financiero. Tiene una oficina en el edificio de seguros Lloyd's". Más fotos. "Una complicación. Habitualmente lo siguen. El Servicio de Seguridad -MIS- lo mantiene vigilado, pero el tipo que le tienen asignado es un novato y sólo es uno. De modo que tengan eso en cuenta al hacer el operativo".
"¿No usaremos pistola, no?", preguntó Brian.
"No, tenemos algo mejor. No hace ruido, es bonito y discreto. Ya lo verán cuando llegue Rick Pasternak. Nada de armas de fuego en esta misión. A los países europeos no les gustan mucho las armas y hacerlo a mano limpia es demasiado peligroso. La idea es que sólo parezca que sufrió un ataque cardíaco".
"¿Residuo?", preguntó Dominic.
"Pregúntale sobre eso a Rick. Te dirá todo lo que quieras saber".
"¿Qué usaremos para administrar la droga?"
"Una de éstas". Granger abrió el cajón de su escritorio y sacó el bolígrafo azul inocuo. Se lo alcanzó y les explicó su funcionamiento.
"Genial", observó Brian. "¿De modo que sólo es cuestión de pincharle el culo?"
"Exactamente. Transfiere siete miligramos de la droga -se llama succinylcolina- y con ello ya está prácticamente hecho el trabajo. El sujeto se desploma, en pocos minutos está muerto cerebralmente y en menos de diez, muerto del todo".
"¿Y si recibe atención médica? ¿Si justo hay una ambulancia en la calle?"
"Rick dice que la única forma en la que se salvaría sería si estuviese en un quirófano con un médico a su lado".
"Por mí, perfecto". Brian tomó la foto de su primer objetivo, mirándola, pero sólo viendo, en realidad a David Prentiss. "Mala suerte, compadre".
"Veo que nuestro amigo pasó un fin de semana agradable", le dijo Jack a su computadora. El informe del día incluía una foto de la señorita Mandy Davis, además de una transcripción de su entrevista con la División Especial de la Policía Metropolitana. "Es hermosa".
"También cara", observó Wills desde su terminal.
"¿Cuánto le queda a Sali?", preguntó Jack.
"Jack, es mejor no especular sobre eso", advirtió Wills.
"Es que quienes harán el trabajo, demonios, Tony, son primos míos".
"No sé mucho acerca de eso, ni quiero averiguarlo. Cuanto menos sepamos, a menos problemas nos vemos expuestos. Punto", enfatizó.
"Si tú lo dices, amigo", respondió Jack. "Pero la compasión que podría haber sentido por este infeliz se extinguió el día que se puso a vitorear y a financiar a gente armada. Hay líneas que no deben ser cruzadas'
"Sí, Jack, las hay. y debes cuidarte de no cruzarlas tú".
Jack Ryan Jr. pensó eso durante un segundo. ¿Quería convertirse en asesino? Probablemente no, pero había personas a las que era necesario matar y Uda bm Sali se había pasado a esa categoría. Si sus primos lo eliminaran, no harían más que la obra del Señor -o la obra de su país, lo cual, según su crianza, era más o menos lo mismo.
"¿Así de rápido, Doc?", preguntó Dominic.
Pastemak asintió. "Así de rápido".
"¿Así de confiable?", preguntó Brian.
"Cinco miligramos bastan. Este bolfgrafo inyecta siete. Si alguien sobrevive, será por un milagro. Desgraciadamente, será un fin muy desagradable, pero no podemos evitarlo. Digo, podríamos usar toxina de botulismo -es una neurotoxina muy veloz- pero deja residuos en la sangre que un examen toxicológico post mortem puede revelar. La succinylcolina se metaboliza muy rápido. Detectarla sería otro milagro, a no ser que el patólogo supiera exactamente qué buscar, lo cual es poco probable'
"Otra vez pregunto: ¿cuán rápido?"
"Veinte a treinta segundos, según cuánto se aproximen a un vaso sanguíneo importante, luego, el agente produce parálisis total. No podrá ni parpadear. No podrá mover el diafragma, de modo que no respirará, y el aire no llegará a los pulmones. El corazón continuará latiendo, pero como será el órgano que consuma más oxígeno, entrará en isquemia en cuestión de segundos -significa que, privado de oxígeno, el tejido cardíaco morirá de anoxia. El dolor será monstruoso. Por lo general, el cuerpo tiene una reserva de oxígeno. Cuánto, depende del estado físico -los obesos tienen menos que los esbeltos. Como sea, el corazón será lo primero. Tratará de seguir latiendo, pero eso no hará más que empeorar el dolor. La muerte cerebral ocurrirá en los siguientes tres a seis minutos. Hasta ese momento, podrá oír, pero no ver".
"¿Por qué no?"
"Es probable que los párpados se cierren. Estamos hablando de parálisis total. De modo que estará allí tirado, sintiendo un dolor enorme, sin poder moverse, con su corazón tratando de bombear sangre carente de oxígeno hasta que las células de su cerebro mueran de anoxia. Una vez ocurrido eso, es teóricamente posible mantener el cuerpo con vida – las células musculares son las que más sobreviven sin oxígeno- pero el cerebro no funcionará más. De acuerdo, no es tan seguro como una bala en. el cerebro, pero no hace ruido y casi no deja evidencia. Cuando mueren las células cardíacas, generan el tipo de enzimas que se detectan cuando hay un ataque al corazón. De modo que cuando a los patólogos les toque hacer su autopsia probablemente piensen "ataque al corazón" o "convulsión neurológica" -puede provocarla un tumor cerebral y tal vez examinen el cerebro a ver si encuentran uno. Pero en cuanto regrese el análisis de sangre, el examen de enzimas dirá 'ataque cardíaco' y con eso el asunto quedará definitivamente zanjado. La succinylcolina no aparecerá en el análisis de sangre, pues se metaboliza aun después de la muerte. Tendrán entre sus manos un ataque masivo al corazón inesperado, y ésos ocurren a diario. Analizarán su sangre en busca de colesterol y otros factores de riesgo, pero nada cambiará el hecho de que estará muerto a raíz de algo que nunca sabrán".
"Dios", susurró Dominic. "Doc, ¿cómo demonios se metió en esto?"
"Mi hermano menor era vicepresidente de Cantor Fitzgerald", fue lo único que dijo.
"De modo que debemos andar con cuidado con estos bolígrafos, ¿no?", preguntó Brian. El motivo del doctor le parecía suficiente.
"Yo lo haría", le aconsejó Pastemak.