Jack Junior fue el primero en enterarse. Mientras comenzaba su café con bollos, encendió la computadora, navegando primero al tráfico de mensajes entre CIA y NSA, donde, primero en la lista, había un alerta de prioridad-FLASH para que NSA prestara especial atención a "asociados conocidos" de Uda bm Salí, quien, decía la CIA que habían reportado los británicos, había caído muerto en el centro de Londres, evidentemente a consecuencia de un ataque al corazón. El tráfico FLASH del servicio de seguridad, incluido en el CIA-grama, afirmaba en tersa prosa inglesa que se había desplomado ante los ojos de su agente de vigilancia, había sido llevado urgentemente por una ambulancia al Guy's Hospital, donde "había sido imposible revivido". El MIS informaba que en esos momentos el cuerpo estaba siendo sometido a una autopsia.
En Londres, el detective de la División Especial Bert Willow llamó al apartamento de Rosalie Parker.
"Hola". Tenía una voz encantadora, musical.
"Rosalie, habla el detective Willow. Tenemos que verte en el Yard lo antes posible".
"Lo siento pero estoy ocupada. De un momento a otro llegará un cliente. Tomará unas dos horas. Puedo ir inmediatamente después de eso. ¿Está bien?"
Al otro lado de la línea, el detective respiró hondo, pero no, no era tan urgente. Si Salí había muerto a causa del empleo de drogas – la causa más probable que se les había ocurrido a él y a sus colegas- no las había obtenido de Rosalie, quien no era adicta ni proveedora. No era estúpida para tratarse de una muchacha que se había educado más que nada en colegios del Estado. Su trabajo era demasiado lucrativo como para que se tomara ese riesgo. Según su legajo, a veces hasta iba a la iglesia. "Muy bien", le dijo Bert. Sentía curiosidad por ver cómo se tomaría la novedad, pero no esperaba que de ella surgiera ningún indicio importante. "Excelente. Adio-oós", dijo ella antes de cortar.
En el Guy's Hospital, el cadáver ya estaba en el laboratorio de análisis post mortem. Para cuando llegó el patólogo jefe de turno, el cuerpo ya había sido desvestido y yacía boca arriba sobre una mesa de acero inoxidable. El patólogo era Sir Percival Nutter, un distinguido médico académico de sesenta años de edad, director del Departamento de Patología del hospital. Sus técnicos ya habían extraído 0,1 litro de sangre para analizar. Era mucho, pero iban a hacer todos los análisis conocidos.
"Muy bien, tiene el cuerpo de un sujeto de sexo masculino de aproximadamente veinticinco años de edad -busca su identificación así ponemos las fechas exactas, María", le dijo al micrófono que pendía del techo, que llevaba a un grabador de cinta. "¿Peso?", la pregunta iba dirigida directamente a un residente novato.
"Setenta y seis punto seis kilogramos. Ciento ochenta y un centímetros de largo", respondió el flamante médico.
"La inspección visual no revela marcas distintivas en el cuerpo, lo cual sugiere un incidente cardiovascular o neurológico. ¿Qué prisa tenemos con esto, Richard? El cuerpo aún está tibio". Sin tatuajes, etcétera. Los labios estaban ligeramente azulados. Por supuesto que sus comentarios no oficiales serían eliminados de la cinta, pero es que un cuerpo aún tibio era algo muy fuera de lo común.
"A solicitud de la policía, señor. Al parecer cayó muerto en la calle mientras lo observaba un agente de policía". No era exactamente cierto, pero sí lo suficiente.
"¿Vio marcas de agujas?", preguntó Sir Percy.
"No, señor, ni rastros".
"De modo que ¿qué opinas, muchacho?"
Richard Gregory, el nuevo médico, que cumplía su primer turno en tología, encogió los hombros dentro de su equipo quirúrgico color verde. "Por lo que dice la policía, por la forma en que cayó, suena como un posible ataque cardíaco masivo o alguna suerte de convulsión, a no ser que sea inducido por drogas. Parece demasiado saludable para que sea así y no hay grupos de pinchazos que sugieran drogas".
"Muy joven para un infarto fatal", dijo el médico de más edad. Para él, el cuerpo podría haber sido un trozo de carne en el mercado o un ciervo recién cazado en Escocia, no lo que quedaba de un ser humano que estaba vivo hacía -¿cuánto?- dos o tres horas atrás. Qué mala suerte para el pobre tipo. Tenía un aspecto vagamente levantino. La piel de las manos, lisa y sin marcas, no sugería trabajo manual, aunque parecía en un estado físico razonablemente bueno. Los ojos eran de un castaño tan oscuro como para parecer negros a la distancia. Buenos dientes, no mucho trabajo de dentista. En términos generales, un joven que parecía cuidar bien de sí mismo. Curioso. ¿Tal vez un defecto cardíaco congénito? Para saberlo, deberían abrirle el pecho. A Nutter no le incomodaba hacerlo -sólo era un aspecto rutinario de su trabajo, y hacía tiempo había aprendido a olvidar la inmensa tristeza asociada con él- pero por tratarse de un cuerpo tan joven, le pareció una pérdida de tiempo, aunque tal vez la causa de la muerte fuese lo suficientemente misteriosa como para tener un interés intelectual, tal vez incluso para escribir un artículo para The Lancet, algo que había hecho muchas veces en el transcurso de los últimos treinta y seis años. Y de paso, la forma en que diseccionaba a los muertos había salvado a cientos o aun miles de personas vivientes, y de hecho era el motivo por el que había escogido patología. Además, no hacía falta hablar mucho con los pacientes.
Por el momento, esperaría que los resultados de los exámenes toxicológicos de sangre salieran del laboratorio de serología. Al menos, orientaría su operación.
Brian y Dominic regresaron a su hotel en taxi. Una vez allí, Brian encendió su laptop y se conectó. El breve mensaje de correo electrónico que envió fue codificado y despachado automáticamente en unos cuatro minutos. Supuso que el Campus reaccionaría aproximadamente en una hora, siempre que nadie se asustara, lo cual era poco probable. Granger parecía un tipo capaz de hacer esa misión él mismo. Su experiencia en el Cuerpo le había enseñado a reconocer por la mirada quiénes eran duros. John Wayne había jugado al fútbol en el equipo de la universidad del sur de California. Audie Murphy, rechazado por un agente de reclutamiento de la infantería de marina -para eterna verguenza del Cuerpo- había parecido un nulo perdido en la calle, pero había matado a más de trescientos hombres por mano propia. El también tenía ojos fríos cuando lo provocaban.
De pronto, los Caruso se sentían sorprendentemente solos.
Acababan de asesinar a un hombre a quien no conocían y con quien ninguno de los dos había hablado ni una palabra. Todo había parecido lógico y sensato en el Campus, pero ahora ése parecía un lugar muy distante, tanto física como espiritualmente. Pero el hombre a quien mataron había financiado a los seres que apretaron el gatillo en Charlottesville, matando mujeres y niños sin piedad y, al facilitar ese acto de barbarie, se había hecho culpable ante la ley y la moral. Así que no era como si hubieran matado al hermano menor de la Madre Teresa cuando iba camino a misa.
Era más duro para Brian que para Dominic, quien se dirigió al mini-bar y tomó una lata de cerveza. Se la arrojó a su hermano.
"¡Ya sé!", dijo Brian. "Se lo merecía. Es sólo que, bueno, no es como Mganistán, ¿sabes?"
"Sí, esta vez logramos hacerle a él lo que él quiso hacerte a ti. No es nuestra culpa si era un mal tipo. No es nuestra culpa si el tiroteo del centro comercial le pareció casi tan agradable como irse a la cama con una fulana. Sí que se lo merecía. Tal vez no le disparó a nadie, pero compró las armas, ¿sabes?", preguntó Dominic en el tono más razonable que pudo.
"No voy a prender una vela en su memoria. Pero… maldita sea, no se supone que debamos actuar de esa forma en un mundo civilizado".
"¿Qué mundo civilizado, hermanito? Liquidamos a un tipo que era importante mandar a hablar con Dios. Si El quiere perdonarlo, es asunto Suyo. Sabes, hay quien cree que todos los que usan uniforme son asesinos mercenarios. Asesinos de bebés, cosas de ésas".
"Bueno, ésas son idioteces", chasqueó impaciente Brian. "Lo que me da miedo es, ¿y si nos volvemos iguales a ellos?"
"Bueno, siempre podemos negamos a hacer un trabajo, ¿verdad? Y nos dijeron que en cada ocasión nos explicarían los motivos. No seremos como ellos, Aldo. A mí no me ocurrirá. A ti tampoco. Así que hagamos lo que tenemos que hacer, ¿de acuerdo?"
"Si tú lo dices". Brian tomó un largo trago de su cerveza y extrajo el bolígrafo dorado de su bolsillo. Debía recargarlo. En menos de tres minutos, el dispositivo estaba listo otra vez para entrar en acción. Luego lo hizo girar para convertirlo otra vez en instrumento de escritura y lo volvió a guardar en el bolsillo de su abrigo. "Estaré bien, Enzo. No se supone que uno se sienta bien después de matar a un tipo en la calle. Y aún me pregunto si no sería lógico simplemente arrestarlo e interrogarlo".
"Los ingleses tienen reglas de derechos civiles como las nuestras. Si pide un abogado -y sabes que lo habrán instruido para que lo haga- los policías, igual que en nuestro país, no le pueden preguntar ni la hora. No tiene más que sonreír y mantener la boca cerrada. Es uno de los problemas de la civilización. Tiene sentido cuando se trata con delincuentes, pero estos tipos no son delincuentes. Se trata,de una forma de guerra, no de delito callejero. El problema es ése, y mal puedes amenazar a un tipo que desea morir en cumplimiento del deber. Sólo puedes detenerlo y detener a una persona así significa que debes detener los latidos de su corazón".
Otro largo trago de cerveza. "Sí, Enzo, estoy bien. Me pregunto quién será nuestro próximo objetivo".
"Dales una hora para que lo digieran. ¿Salimos a dar un paseo?"
"Buena idea". Brian se puso de pie y menos de un minuto más tarde estaban en la calle otra vez.
Era un poco demasiado obvio. La camioneta de British Telecom se estaba yendo, pero el Aston Martin seguía en su lugar habitual. Se preguntó si los británicos pondrían un equipo clandestino en la casa para registrarla a fondo en busca de cosas interesantes, pero el auto deportivo negro seguía allí, y siempre sexy.
"¿Te gustaría comprártelo cuando se rematen los bienes del difunto?", preguntó Brian.
"No podría usarlo en casa. El volante está del otro lado", señaló Dominic. Pero su hermano tenía razón. Era un crimen que semejante auto se desperdiciara. Berkeley Square no estaba mal, pero apenas si alcanzaba para que los niños gatearan por el césped y tomaran un poco de aire y sol. Probablemente la casa también fuese vendida, y se pagaría bien. Los abogados se ocuparían de esas cosas, tomando una porción para sí antes de devolverle lo que quedara a la familia, o lo más parecido a ésta que pudiera tener una víbora como Sali. "¿Tienes hambre?"
"Podría comer algo", concedió Brian. De modo que anduvieron un poco más. Se dirigieron a Piccadilly, donde encontraron un sitio llamado Preí A Manger, que servía sándwiches y refrescos. Tras ausentarse del hotel durante cuarenta minutos, regresaron allí y Brian volvió a encender su computadora.
El mensaje del Campus decía: MISIÓN CUMPLIDA CONFIRMADO POR FUENTES LOCALES. MISION LIMPIA. proseguía: ASIENTOS CONFIRMADOS VUELO BA0943 PARTIDA HEATHROW MANANA 07:55 LLEGADA A MUNICH 10:45. BILLETES EN MOSTRADOR. Seguía una página de detalle que terminaba con un FIN.
"De acuerdo", observó Brian. "Tenemos otro trabajo".
"¿Tan pronto?", a Dominic lo asombró la eficiencia del Campus.
A Brian no. "No nos pagan para que hagamos turismo, hermano':
"Sabes, debemos sacar a los gemelos de allí cuanto antes", observó Tony Davis.
"Si mantienen su fachada, no es necesario", dijo Hendley.
"Si alguien los reconociera por un motivo u otro… sería mejor que no estuvieran allí. No se puede interrogar a un fantasma", señaló Davis. "Si la policía no tiene nada que rastrear, tendrá menos aún en qué pensar. Puede estudiar la lista de pasajeros de un determinado vuelo, pero si los nombres que buscan -suponiendo que estén a la busca de nombres- desarrollan sus actividades normales, no tienen más que una pared en blanco, donde no cuelga nada que se parezca a una evidencia. Mejor aún, si el rostro que pueden o no haber visto se evapora, entonces no tienen absolutamente nada, y lo más probable es que lo clasifiquen como testimonio de un testigo que, de todas formas, no era de fiar". Generalmente, no se sabe que los organismos policíacos consideran que los testimonios oculares son la menos confiable de todas las formas de evidencia criminal. Sus informes son demasiado volátiles y demasiado poco confiables como para ser útiles ante un tribunal.
"¿Y?", preguntó Sir Percival.
"Marcado aumento de CPK-MB y troponina, y el laboratorio dice que su colesterol era de doscientos trece", dijo el doctor Gregory. "Alto para una persona de esa edad. Ni rastros de droga alguna, ni siquiera aspirina. De modo que tenemos evidencia enzimática de un episodio coronario, y eso es todo por el momento':
"Bien, tendremos que abrirle el pecho", observó el doctor Nutter, "pero de todas formas había que hacerlo. Aun si el colesterol está alto, es joven para una obstrucción cardiovascular de gran escala, ¿no te parece?"
"Si tuviera que apostar señor, yo diría que se trató de intervalo QT prolongado o arritmia". Ambos dejaban poca evidencia post mortem, y éstas en un sentido negativo, desgraciadamente, pues ambas eran uniformemente fatales.
"Correcto". Gregory parecía un brillante joven graduado de la academia médica y, como todos ellos, excesivamente entusiasta. "Ahí vamos", anunció Nutter, cogiendo el gran bisturí de cortar piel. Luego emplearían los cortacostillas. Pero estaba bastante seguro de lo que encontraría. El pobre desgraciado había muerto de falla cardíaca, causada por un súbito -e inexplicado- ataque de arritmia cardíaca. Pero fuera cual hubiese sido la causa, había sido tan letal como un tiro en el cerebro. "¿No hay más resultados del análisis toxicológico?"
"No señor, absolutamente nada". Gregory le enseñó la hoja impresa por cqmputadora. Fuera de las marcas de referencia en el papel, estaba casi por completo en blanco. y ése fue el fin del asunto.
Era como escuchar un partido de la Copa Mundial por la radio, pero sin el locutor que rellenaba el relato con toques de color. Alguien del Servicio de Seguridad estaba ansioso por que la CIA se enterase de qué ocurría con ese sujeto por el cual Langley claramente sentía algún interés, de modo que todo fragmento de información que llegaba a sus manos era inmediatamente transmitido a la CIA, y de allí a Fort Meade, que barría las ondas del éter en busca de cualquier eco interesante que se produjera en la comunidad terrorista del mundo. Al parecer, el sistema de noticias de ésta no era tan eficaz como habían esperado sus enemigos.
"Hola detective Willow", dijo Rosalie Parker con su acostumbrada sonrisa de quiero-que-me-cojas. Que se ganara la vida haciendo el amor, no significaba que no le gustara. Entró como una exhalación, luciendo su distintivo de visitante y se sentó al otro lado del escritorio. "Bien, ¿qué puedo hacer por ustedes?"
"Malas noticias, señorita Parker". Bert Willow era formal y educado, aun con las putas. "Su amigo Uda bm Sali está muerto".
"¿Qué?' sus ojos se abrieron de par en par con la conmoción. "¿Qué ocurrió?"
"No estamos seguros. Cayó muerto en la calle, frente a esta oficina. Al parecer, tuvo un ataque cardíaco".
"¿Realmente?" Rosalie se sorprendió. "Pero parecía muy saludable. Nunca dio indicios de tener ningún problema. Digo, anoche mismo…"
"Sí, lo vi en el legajo", respondió Willow. "¿Sabe si usaba algún tipo de drogas?"
"No, nunca. Ocasionalmente bebía, pero nunca mucho".
A Willow le pareció que ella estaba conmocionada y muy sorprendida, pero no había ni rastros de lágrimas en sus ojos. No, para ella Uda había sido un cliente, una fuente de ingresos y poco más. El pobre desgraciado seguramente no opinaba así. Doblemente infortunado para él. Pero eso no le concernía a Willow, ¿no,?
"¿Algo fuera de lo habitual en su último encuentro?", preguntó el policía.
"No, en realidad, no. Estaba muy caliente, pero, sabe, hace unos años, se me murió un cliente en plena acción. Por así decido, vino y se fue. Fue horrible, no una cosa como para olvidada fácilmente, de modo que desde entonces estoy atenta a ese tipo de cosas. Quiero decir, nunca dejaría que uno se me muriera. No soy una salvaje, sabe. Tengo corazón", le aseguró al policía.
En cambio, tu amigo Salí ya no tiene corazón, pensó Willow, aunque no lo dijo. "Entiendo. ¿Así que anoche estaba totalmente normal?"
"Por completo. Ni un indicio de que pasara algo fuera de lo común". Se detuvo un momento, para no aparecer tan tranquila. Sería mejor si pareciera que lo lamentaba, no fuera que el policía la creyera un robot sin sentimientos. "Es una noticia terrible. Era tan generoso, siempre educado. Es muy triste".
"También para usted", dijo compasivamente Willow. A fin de cuentas, acababa de perder una importante fuente de ingresos.
"Oh. Sí, oh sí, también para mí, querido", dijo dándose cuenta finalmente del alcance de lo ocurrido. Pero ni siquiera intentó engañar al detective con lágrimas. Pérdida de tiempo. Se daría cuenta en seguida. Una pena lo de Salí. Extrañaría los regalos. Pero sin duda seguiría siendo recomendada por sus clientes. Su mundo no había terminado. Sólo el de él. Y eso era una pena para él -y un poco para ella, pero nada de lo que no se pudiera recuperar.
"Sefiorita Parker, ¿alguna vez se refirió él a sus actividades profesionales?"
"Más que nada hablaba de bienes inmuebles, sabe, comprar y vender casas elegantes. Una vez me llevó a una casa en el West End, dijo que quería mi opinión respecto de si hacía falta pintarla, pero creo que sólo trataba de mostrarme lo importante que era".
"¿Conoció a alguno de sus amigos?"
"No a muchos, tres, quizá cuatro, creo. Todos árabes, todos de aproximadamente su edad, tal vez de hasta cinco años mayores que él, como máximo. Todos me miraron con atención, pero no hice negocios con ninguno. Me sorprendió. Los árabes suelen ser unos hijos de puta lujuriosos, pero pagan bien. ¿Cree que pueda haber estado metido en algo ilegal?", preguntó con delicadeza.
"Es una posibilidad", concedió Wills.
"Nunca vi ni un indicio de eso, cariño. Si jugaba con chicos malos, lo hacía donde yo no lo veía. Me encantaría ayudar, pero no tengo nada para decir". Al detective le pareció sincera, pero se recordó que, en materia de engaños, una puta como ésa podía sobrepasar a una gran actriz como Judith Anderson.
"Bueno, gracias por venir. Si recuerda algo -lo que sea-, llámeme".
"Así lo haré, querido". Se puso de pie y sonrió todo el camino hasta la puerta. Agradable tipo, este detective Willow. Lástima que fuese demasiado cara para él.
Bert Willow ya estaba en su computadora, mecanografiando su informe de contacto. La señorita Parker realmente parecía una muchacha agradable, instruida y muy encantadora. Parte de eso sin duda correspondía a su máscara para hacer negocios, pero tal vez hubiera una parte genuina. De ser así, esperaba que diera con otro tipo de trabajo antes de resultar totalmente destruida. Willow era un romántico, y, eso, algún día, podía llegar a provocar su caída. Lo sabía pero no tenía intención, como ella, de cambiar su ser por su trabajo. Quince minutos más tarde, envió su informe por correo electrónico a Thames House y luego lo imprimió para el legajo de Sali, que, en el curso de los acontecimientos, iría dar a los casos cerrados de Legajos Centrales, de donde probablemente no volviera a salir.
"Te lo dije", le dijo Jack a su compañero de oficina.
"Bueno, entonces puedes palmear tu propia espalda", respondió Wills "Así que, ¿cuál es la historia? ¿o la leo en los documentos?"
"Uda bm Salí cayó muerto de un aparente ataque al corazón. Su agente de vigilancia del Servicio de Seguridad no vio nada raro, sólo cómo caía en la calle. ¡Zas!, ya no habrá más fondos de Uda para los chicos malos".
"¿Cómo te hace sentir?", preguntó Wills.
"Por mí, está perfectamente bien, Tony.Jugó con quien no debía, donde no debía. Fin de la historia", dijo fríamente el joven Ryan. Me pregunto cómo lo hicieron, se dijo en un tono más quedo. "¿Crees que nuestra gente le habrá dado una mano?"
"No es nuestro departamento. Les suministramos información a los otros. Lo que hacen con ella cuando la tienen no es algo sobre lo que debamos especular".
"A la orden, señor". Después de semejante comienzo, lo que quedaba del día sería bastante aburrido.
Mohammed recibió la noticia mediante su computadora -mejor dicho, recibió un mensaje en código que le indicaba que debía comunicarse con un intermediario llamado Ayrnan Ghailiani, cuyo número de teléfono celular sabía de memoria. Para hacerlo, salió a dar un paseo. Había que cuidarse de los teléfonos de los hoteles. Una vez que estuvo en la calle, se sentó en un banco, con anotador y bolígrafo en la mano.
"Ayrnan, aquí Moharnmed. ¿Qué ocurre?"
"Uda murió", replicó el intermediario, ligeramente agitado.
"¿Cómo?", preguntó Mohammed.
"No estamos seguros. Se desplomó cerca de su oficina, lo llevaron al hospital más próximo. Allí murió".
"¿No lo arrestaron, no lo mataron los judíos?"
"No, no hay informes de que haya sido así.
"De modo que fue una muerte natural".
"Por el momento, así parece".
Me pregunto si hizo la transferencia antes de dejar este mundo, pensó Mohammed.
"Entiendo". Claro que no era así, pero debía llenar el silencio de alguna manera. "Hay alguna sospecha de que pueda tratarse de un crimen?"
"Por el momento, no. Pero cuando uno de los nuestros muere, uno siempre…"
"Lo sé, Ayma. Uno siempre sospecha. ¿Su padre sabe?"
"Por él me enteré".
Su padre seguramente esté feliz de deshacerse de ese inútil, pensó Mohammed. "¿A quién tenemos para que verifique la causa de la muerte?"
"Ajmed Mohamed Hamed Alí vive en Londres. Tal vez mediante un abogado…"
"Buena idea. Encárgate de que así se haga". Una pausa. "¿Alguien se lo ha dicho al Emir?"
"No, no creo".
"Encárgate". Era un tema menor, pero así y todo, se suponía que debía estar al tanto de todo.
"Lo haré", prometió Ayman.
"Muy bien. Eso es todo, entonces". Y Mohammed apagó su celular. Estaba de regreso en Viena. Le gustaba esa ciudad. Para empezar, en una ocasión allí se habían encargado de los judíos, cosa que a muchos vieneses no parecía afligirlos demasiado. Además, era un buen lugar en que tener dinero. Había buenos restaurantes atendidos por personas que conocen la importancia de servir bien a sus superiores. La antigua ciudad imperial tenía mucha historia cultural que apreciar cuando estaba con ánimo de turista, lo que ocurría más a menudo que lo que uno imaginaría. Mohammed había descubierto que a menudo pensaba mejor cuando contemplaba algo sin relación con su trabajo. Hoy, tal vez un museo de arte. Por el momento, dejaría que Ayman se encargara del tedioso trabajo de rutina. Un abogado de Londres hurgaría en busca de información vinculada a la muerte de Uda y, como buen mercenario que sería, los haría saber de cualquier anormalidad. Pero a veces las personas simplemente morían. Las acciones de Alá no siempre eran fáciles de entender y nunca podían ser previstas.
Tal vez no tan aburrido. NSA envió unos mensajes más después de la hora de la comida. Jack hizo algunos cálculos mentales y decidió que al otro lado del charco atardecía. Los expertos en electrónica de los carabinieri -la policía federal italiana, que vestía uniformes muy coquetos- habían interceptado algunas comunicaciones, que enviaron a la embajada estadounidense en Roma y que de allí habían salido directamente por satélite a Fort Belvoir -principal enlace de comunicaciones de la costa este. Alguien llamado Mohammed había conversado con alguien llamado Ayman -sabían esto por la conversación grabada, que también había mencionado la muerte de Uda bm Sali, lo cual causó un "bingo" electrónico en varias computadoras, que llamó la atención de algún analista de inteligencia de señales e hizo que la embajada transmitiera la información de inmediato.
"¿Alguien se lo dijo a Emir? ¿Quién demonios es Emir?", preguntó Jack.
"Es un título nobiliario, como duque o una cosa de ésas", respondió Wills.
"¿Cuál es el contexto?"
"Aquí", dijo Jack tendiéndole una hoja impresa.
"Parece interesante". Wills se volvió y buscó EMIR en su computadora, obteniendo sólo una referencia. "Según esto, es un nombre que apareció hace aproximadamente un año en una escucha telefónica, contexto incierto, nada significativo desde entonces. La Agencia cree que puede tratarse de un código para designar a un operador de nivel intermedio de su organización".
"En este contexto, me parece que es más que eso", pensó Jack en voz alta.
"Tal vez", concedió Tom. "Hay muchos de estos tipos a los que aún no conocemos. Langley probablemente lo atribuiría a alguien en una posición de supervisión", concluyó sin mucha confianza.
"¿Hay alguien aquí que hable árabe?"
"Hay dos tipos que aprendieron el idioma en la Universidad de Monterrey, pero no tenemos expertos en la cultura".
"Creo que vale la pena profundizar esto".
"Escríbelo, y veamos qué piensan. Langley tiene una cantidad de analistas interpretativos, algunos muy buenos".
"Hasta donde sabemos, Mohammed es el más importante de esa banda. Aquí está hablando de alguien que es superior a él. Debemos verificar quién es", dijo el joven Ryan con la mayor autoridad que pudo.
En cuanto a Wills, sabía que su compañero tenía razón. También, acababa de identificar en forma implícita el mayor problema del negocio de la inteligencia. Demasiado datos, demasiado poco tiempo para analizarlos. La mejor jugada sería fingir una pregunta de la CIA a la NSA y de la NSA a la CIA, en busca de algunas opiniones sobre este asunto en particular. Pero tenían que tener cuidado con eso. Se hacían millones de pedidos de datos, varias veces al día, y, debido a ese volumen, a nadie se le ocurría verificar la autenticidad de cada uno, pues a fin de cuentas, el enlace de comunicaciones era seguro, ¿verdad? Pero requerir los servicios de los analistas bien podía resultar en una llamada telefónica, lo cual requería tanto un número como una persona que atendiese el teléfono. Eso podía conducir a una filtración y las filtraciones eran lo único que el Campus no se podía permitir. De modo que las preguntas de esta naturaleza iban al piso superior. Tal vez dos veces al año. El Campus era un parásito en el cuerpo de la comunidad de inteligencia. No se suponía que tales criaturas tuviesen una boca para hablar, sino sólo para chupar sangre.
"Escribe tus ideas para Rick Bell, y él las discutirá con el senador", aconsejó Wills.
"Qué bien", gruñó Jack. Aún no había aprendido a ser paciente. Más importante, aún no había aprendido lo que es una burocracia. Hasta el Campus la tenía. Lo curioso es que si él hubiese sido un analista de nivel intermedio en Lanlgey, no habría necesitado más que tomar el teléfono, discar un número y hablar con la persona adecuada para suministrarle una opinión autorizada o lo más parecido a eso que hubiera. Pero esto no era Langley. De hecho, la CIA era muy buena para obtener y procesar información. Lo que no lograban resolver era cómo hacer algo efectivo con ésta. Jack escribió su solicitud y sus razones para hacerla, preguntándose qué resultaría de ello.
El Emir se tomó la noticia con calma. Uda había sido un subalterno útil, pero no importante. Tenía muchas fuentes de dinero para su operación. Era alto para ser árabe, no particularmente buen mozo, con nariz semita y piel cetrina. Su familia era distinguida y muy rica, aunque sus hermanos -eran nueve- controlaban la mayor parte de la fortuna familiar. Su casa en Riad era amplia y confortable, pero no era un palacio. Esos eran para la familia real, cuyos abundantes principitos se pavoneaban como si cada uno de ellos fuese rey en su tierra y protector de los Santos Lugares. Despreciaba en silencio a la familia real, a cuyos integrantes conocía bien, pero sus emociones estaban bien sepultadas dentro de su alma.
En su juventud, había sido más demostrativo. Se había vuelto al Islam al comienzo de su adolescencia, inspirado por un imán muy conservador, cuyas enseñanzas con el tiempo le causaron problemas, pero que había inspirado a toda una camada de seguidores e hijos espirituales. El Emir era simplemente el más inteligente de todos éstos. El también había voceado sus opiniones, con el resultado de que fue enviado a Inglaterra para educarse -en realidad, para alejado del país- pero en Inglaterra, además de aprender cómo era el mundo, había conocido una cosa totalmente novedosa. La libertad de palabra y de expresión. En Londres, ésta se practicaba sobre todo en Hyde Park Comer, una tradición de libre expresión que tenía una antigüedad de siglos, una suerte de válvula de escape para la población británica, que, como toda válvula de seguridad, meramente ventila los pensamientos problemáticos, que se dispersan en el aire en vez de echar raíz. En América, el equivalente eran los medios de prensa radicalizados. Pero lo que lo impactó tanto como si hubiera visto una nave llegada de Marte era que la gente pudiera cuestionar al gobierno en los términos que quería. Se había criado en una de las última monarquías absolutas del mundo, donde hasta la tierra del país pertenecía al rey y la ley era lo que el monarca reinante decía que era -ligada, si no explícitamente, sí en esencia al Corán y a la Sharia, la tradición legal islámica, que se remontaba al mismísimo profeta. El Islam no tenía Papa ni una auténtica jerarquía filosófica según la entienden otras religiones, por lo tanto tampoco un cánon de aplicación generalmente aceptado. Los chiitas y los sunnitas peleaban a menudo -siempre- respecto de ese tema, y aun dentro del Islam sunnita, los wahabíes -principal secta del reino- adherían a una muy severa versión del credo. Pero para el Emir esta aparente debilidad del Islam era su atributo más útil. Sólo le hacía falta convertir algunos musulmanes individuales a su sistema de creencias particular, lo cual era notablemente fácil, ya que no había que salir en busca de esas personas. Se hacían notar hasta el punto en que andaban voceando sus identidades.
Y la mayor parte de ellos eran personas educadas en Europa o en los Estados Unidos, donde su origen extranjero los hacía segregarse para poder contar con un cómodo lugar donde tener una identidad propia, de modo que construían sobre un cimiento de discriminación que había llevado a muchos de ellos a una ética revolucionaria. Ello era particularmente útil, dado que, en el ínterin, habían adquirido un conocimiento de la cultura del enemigo que era vital para herir los puntos más vulnerables de éste. Las conversiones religiosas de estos individuos habían sido, por así decido, inevitables. Una vez hecho esto, sólo era cuestión de identificar sus objetos de odio -es decir, las personas a quienes hacían responsables de su descontento juvenil- y decidir cómo eliminar a sus enemigos autogenerados, de a uno o mediante grandes golpes efectistas, atractivos para su sentido de lo teatral, más que para su escasa comprensión de lo real.
Y cuando triunfasen, el Emir, como lo llamaban sus seguidores, sería el nuevo mahdí, el árbitro final del movimiento islámico mundial. Pensaba lidiar con las disputas intrarreligiosas (por ejemplo, sunnitas contra chiítas) mediante una fatwa o pronunciamiento religioso de amplios alcances que llamara a la tolerancia. Ello les parecería admirable incluso a sus enemigos. Al fin y al cabo ¿no había una centena o más de sectas cristianas que habían prácticamente terminado con sus disputas internas? Hasta podía reservarse la posibilidad de ser tolerante hacia los judíos, aunque debía ahorrarse esa jugada para sus últimos años, una vez que ya estuviese establecido en la sede de su poder, probablemente un palacio de adecuada humildad en las afueras de la ciudad de La Meca. La humildad era una virtud útil para la cabeza de un movimiento religioso, pues como había afirmado el pagano Tucídides, antes incluso del Profeta, entre todas las manifestaciones de poder, la que más impresiona a los hombres es la mesura.
Ése era su mayor desafío, lo que quería lograr. Requeriría tiempo y paciencia, y su éxito no estaba garantizado. Era una pena que tuviera que valerse de fanáticos, cada uno de los cuales tenía su propio cerebro y sus propias y decididas opiniones. Era concebible que tales personas se rebelaran y pretendieran reemplazado con conceptos religiosos propios. Tal vez hasta creyeran en sus propias ideas -tal vez eran verdaderos fanáticos, como lo fue el propio profeta Mahoma, pero Mahoma, la bendición y la paz sean con él, había sido el más honorable de los hombres, y había combatido buena y honorablemente contra los paganos idólatras, mientras que sus esfuerzos se dirigían en particular a la comunidad de los Creyentes. ¿Era él, entonces, un hombre honorable? Una pregunta difícil. ¿Pero no necesitaba el Islam ser incorporado al mundo moderno, salir de la prisión de lo antiguo? ¿Quería Alá que quienes creían en El permanecieran para siempre en el siglo VII? Ciertamente no. Alguna vez, el Islam fue el centro de la erudición humana, una religión evolucionada y estudiosa que, desgraciadamente, había perdido el rumbo de la mano del gran Jan, y luego había sido oprimida por los infieles de Occidente. El Emir creía en el Santo Corán y en las enseñanzas de los imanes, pero no era ciego al mundo que lo rodeaba. Tampoco lo era a los hechos de la existencia humana. Quienes tenían poder, lo guardaban celosamente, y eso poco tenía que ver con la religión, porque el poder era una droga en sí mismo. y la gente necesitaba algo -o mejór alguien- para seguir si es que quería evolucionar. La libertad, según la idea europea y estadounidense, era demasiado caótica -también había aprendido eso en Hyde Park Comer. Tenía que haber orden. y él era el adecuado para proveerlo.
De modo que Uda bm Sali había muerto, pensó tomando un sorbo de jugo. Gran desgracia para Uda, pero una irritación menor para la Organización. La Organización tenía acceso, si no a un mar de dinero, a una cantidad de confortables lagos, uno de los cuales era el que Uda administraba. Su vaso de jugo de naranja cayó al suelo, pero afortunadamente no manchó la alfombra. Eso no requería que él hiciese nada, ni siquiera que diera una orden.
"Ajmed, es una noticia triste, pero no es de gran importancia para nosotros. No haremos nada".
"Se hará como usted diga", respondió respetuosamente Ajmed Musa Matwali. Apagó su teléfono. Era un teléfono donado, comprado de un ladrón callejero con el exclusivo propósito de hacer esa llamada, y lo arrojó a las aguas del Tiber desde el puente Sant'Angelo. Era la medida de seguridad canónica para hablar con el gran comandante de la organización, cuya identidad sólo conocían unos pocos, todos ellos creyentes muy devotos. En los niveles superiores, la seguridad era estricta. Todos habían estudiado manuales para oficiales de inteligencia. El mejor había sido uno que le compraron a un ex oficial de la KGB, quien murió tras venderlo, porque así estaba escrito. Sus reglas eran simples y claras y ellos no se desviaban ni un ápice de ellas. Otros se habían descuidado y su imprudencia les costó cara. La ex Unión Soviética había sido un enemigo odiado, pero sus esbirros no eran tontos. Sólo infieles. Los Estados Unidos, el Gran Satán, le habían hecho un gran favor al mundo al destruir esa nación monstruosa. Claro que sólo lo habían hecho en propio beneficio, pero también eso estaba escrito por la Mano de Dios, pues había resultado favorable para los creyentes y ¿qué hombre podía hacer mejores planes que Alá?