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El vuelo a Munich fue como una seda. La aduana alemana era formal pero eficiente y un taxi Mercedes Benz los llevó al hotel Bayerischer.
Su próximo sujeto era alguien llamado Anas Alí Atef, supuestamente de nacionalidad egipcia, con título de ingeniero civil, profesión que no ejercía. Aproximadamente un metro setenta y siete de altura, unos sesenta y cinco kilos de peso, rasurado. Cabello negro, ojos castaño oscuro, supuestamente hábil en combate sin armas y bueno con la pistola, si es que tenía una. Se suponía que se trataba de un correo enemigo, que también se dedicaba a reclutar nuevos talentos, uno de los cuales, por cierto, había resultado abatido en Des Moines, Iowa. Tenían una dirección y una foto en sus laptops. Andaba en un Audi TI color gris buque de guerra. Hasta tenían el número de matrícula. El problema era que vivía con una alemana llamada Trudl Heinzl, de quien supuestamente estaba enamorado. También había una foto de ella. No era exactamente una modelo de Victorias Secret, pero tampoco estaba nada mal- cabello castaño, ojos azules, uno setenta, unos cincuenta y cuatro kilos. Bonita sonrisa. Una pena, pensó Dominic, que su gusto en materia de hombres fuese cuestionable, pero ése no era su problema.
Anas concurría regularmente a una de las pocas mezquitas de Munich, convenientemente ubicada a pocas cuadras del edificio de apartamentos donde vivía. Tras registrarse en el hotel y cambiarse de ropa, Dominic y Brian tomaron un taxi hasta ese vecindario y dieron con una muy buena Gasthaus -café y parrilla- con mesas al aire libre desde donde se podía vigilar la zona.
"¿Todos los europeos se sientan a comer en la acera?"se preguntó Brian.
"Probablemente sea más fácil que ir al zoológico", dijo Dominic.
El edificio de apartamentos tenía cuatro pisos y era un cubo de cemento, pintado de blanco, con techo plano pero que recordaba extrañamente al de un granero. Tenía un aspecto notablemente limpio, como si en Alemania lo normal fuera que todo estuviese tan limpio como un quirófano de la clínica Mayo, pero eso no tenía nada de objetable. Hasta los autos eran más limpios aquí que en los Estados Unidos.
"Was dar es sein?'; preguntó un camarero.
"Zwei Dunkelbieren, bitte", replicó Dominic empleando aproximadamente un tercio del alemán que recordaba de la escuela secundaria. El resto de sus conocimientos tenían que ver con cómo llegar al Herrenzimmer, una palabra que es útil conocer en todos los idiomas.
"¿Norteamericano, no?", dijo el camarero.
"¿Tan malo es mi acento?", preguntó Dominic con una débil sonrisa.
"No habla con acento bávaro. Su ropa tiene un aspecto estadounidense", respondió el camarero con la certeza de quien dice que el cielo es azul.
"Bien, entonces, tráiganos dos vasos de cerveza negra, por favor".
"Dos Kulmbachers, sofort" respondió el hombre, y se apresuró a entrar.
"Creo que acabamos de aprender una pequeña lección, Enzo", observó Brian.
"Adquirir vestimentas locales en cuanto podamos. Todo el mundo tiene ojos", asintió Dominic. "¿Tienes hambre?"
"Podría comer algo".
"Veamos si tienen un menú en inglés".
"Ésa debe de ser la mezquita que usa nuestro amigo, allí, una cuadra calle abajo ¿ves?", dijo Brian señalando discretamente.
"Así que te parece que pasará por aquí".
"Creo que es de esperar, hermanito".
"Y no tenemos un plazo para esto, ¿verdad?"
"Según nos dijeron, nunca nos dirán 'cómo' hay que hacerla si no 'qué' hay que hacer", le recordó Brian a su hermano.
"Bien", observó Enzo cuando llegó la cerveza. El camarero parecía tan eficiente como cualquiera podía haber deseado. "Danke sehr. ¿Tiene un menú en inglés?"
"Ciertamente, señor", y extrajo uno como por arte de magia del bolsillo de su delantal.
"Muy bien, y gracias, caballero".
"Debe de haber ido a la universidad de camareros", dijo Brian mientras el hombre se alejaba. "Pero espera a ver Italia. Cuando estuve en Florencia, creí que los desgraciados me leían la mente. Probablemente tuviese un doctorado en cómo ser camarero".
"No hay un estacionamiento interno en ese edificio. Posiblemente utilice en la parte trasera", dijo Dominic volviendo al tema.
"¿El Audi TI es bueno, Enzo?"
"Es un auto alemán. Aquí hacen buenas máquinas, hombre. El Audi no será un Mercedes, pero tampoco es un Yugo. Creo que nunca vi uno fuera de las páginas de Motor Trend. Pero sé qué aspecto tiene, con curvas, elegante, se nota que va rápido. Tiene que ser así, con las autopistas que tienen aquí. Dicen que conducir en Alemania puede ser como correr el Indy 500. No imagino a un alemán al volante de un auto lento".
"Te creo". Brian escudriñó el menú. Claro que los nombres de los platos estaban en alemán, pero tenía subtítulos en inglés. Parecía traducido más bien para ingleses que para estadounidenses. Aún había bases de la OTAN aquí, tal vez para protegerlos de los franceses más bien que de los rusos, pensó Dominic con una risita. Aunque, históricamente, los alemanes no necesitaban mucha ayuda en ese sentido.
"Qué comerán, mein Herrn?', dijo el camarero reapareciendo junto a ellos como por arte de magia.
"Antes que nada, ¿cómo se llama usted?", preguntó Dominic.
"Emil. Ich he/sse Emil:'
"Gracias. Comeré sauerbraten con ensalada de papas".
Le tocaba a Brian. "y yo comeré bratwurst. ¿Le puedo hacer una pregunta?"
"Claro", respondió Emil.
"¿Eso es una mezquita?", preguntó Brian, señalándola.
"Así es".
"¿No es raro?", continuó Brian.
"Tenemos muchos trabajadores inmigrantes turcos en Alemania, y son musulmanes. No comen sauerbraten ni beben cerveza. No se llevan bien con los alemanes, pero, ¿qué se puede hacer?", el camarero se encogió de hombros con apenas una punta de desagrado.
"Gracias, Emil", dijo Brian, y Emil se apresuró a regresar adentro.
"¿Qué significa eso?", preguntó Dominic.
"No les gustan mucho, pero no saben qué hacer con ellos y, son, como nosotros, una democracia, así que tienen que ser educados con ellos. Al alemán promedio no le gustan muchos estos trabajadores invitados:
pero tampoco representan un verdadero problema, sólo alguna que otra gresca. Según me dicen, más que nada riñas de tabernas. Así que supongo que los turcos han aprendido a beber cerveza".
"¿Cómo lo sabes?", preguntó Dominic, sorprendido.
"Hay un contingente alemán en Mganistán. Nuestros campamentos eran vecinos y hablé con los oficiales".
"¿Eran buenos?"
"Eran alemanes, hermanito, y esos tipos eran profesionales, no reclutas. Sí, son muy buenos", le aseguró Aldo. "Era un equipo de reconocimiento. Su entrenamiento físico es tan duro como el nuestro, conocen bien la montaña y saben bien lo básico. Nuestros suboficiales y los suyos se llevaban estupendamente, intercambiaban gorras e insignias. Traían cerveza como parte de sus equipos y raciones, de modo que a mis hombres les caían bien. Sabes, su cerveza es muy buena".
"Igual que en Inglaterra. La cerveza es como una religión en Europa, y todos van a la iglesia".
Luego, Emil apareció con la comida -Mittagessen- que también les pareció muy buena. Pero no dejaban de mirar el edificio de apartamentos.
"Esta ensalada de papas es de lo mejor, Aldo", observó Dominic entre un bocado y otro. "Nunca comí nada así. Tiene mucho vinagre y azúcar, se siente crujiente en el paladar".
"La buena comida no sólo es italiana".
"Cuando regresemos a casa, tenemos que encontrar un buen restaurante alemán".
"De acuerdo. Enzo, mira, mira".
No era su objetivo, sino la compañera de éste, Trudl Heinz. Salía del edificio, idéntica a la foto que tenían en sus computadoras. Lo suficientemente bonita como para que cualquier hombre se volviera brevemente a mirarla, aunque no era ninguna estrella de cine. Su cabello había sido rubio, cosa que al parecer había cambiado en mitad de la adolescencia. Buenas piernas, bonita figura. Lástima que se hubiese enganchado con un terrorista. Tal vez él se hubiera unido a ella como parte de su fachada, lo cual, para él, era un beneficio suplementario. A no ser que fuesen una pareja platónica, lo cual no parecía probable. Ambos estadounidenses se preguntaron cómo la trataría, aunque era difícil saber algo así sólo viéndola pasar. Cruzó la calle, pero no se detuvo en la mezquita. De modo que por el momento no se dirigía allí.
"Estaba pensando… si va a la iglesia, le podemos dar el pinchazo cuando salga. Habrá mucha gente anónima, ¿no?", pensó Brian en voz alta.
"No es mala idea. Hoy veremos cuán creyente es él y cómo es la gente que va a la mezquita".
"Sin duda, así lo haremos", replicó Dominic. "Primero, terminemos aquí y vayamos a buscar una vestimenta más adecuada".
"Entendido", dijo Brian. Miró la hora: las dos de la tarde. Ocho de la mañana en casa. Sólo una hora de avión desde Londres, de modo que no podían hablar seriamente de jet lag.
Jack llegó más temprano que de costumbre, pues lo que suponía que se trataba de una operación en marcha en Europa había excitado su interés, y se preguntaba qué novedades habría aportado el tráfico de mensajes.
Resultó ser relativamente rutinario, y contenía algunos ítems adicionales sobre la muerte de Sali. El MIS le había reportado a Langley que la muerte había sido causada por un ataque cardíaco, probablemente originado por una arritmia fatal. Así decía en el informe oficial de la autopsia, y el cuerpo había sido entregado a una firma de abogados que representaban a la familia. Se estaban haciendo los arreglos necesarios para repatriarlo a Arabia Saudita. Su apartamento había sido registrado por un "equipo negro" de la inteligencia inglesa, que no había hallado nada de interés. Ni siquiera en su computadora personal, cuyo disco duro había sido copiado. Los datos allí contenidos estaban siendo examinados de a uno por los expertos en electrónica, quienes producirían un informe a su debido tiempo. Como Jack bien sabía, eso podía significar mucho tiempo. Técnicamente, era posible descubrir cosas escondidas en una computadora, pero, en teoría, uno también podía desmontar las pirámides de Gizeh piedra por piedra a ver si había algo oculto debajo de ellas. Si Sali había sido realmente astuto como para ocultar cosas en escondrijos que sólo él conocía o en un código cuya clave sólo tenía él… bueno, sería difícil. ¿Había sido así de astuto? Probablemente no, pensó Jack, pero la única forma de saberlo era investigándolo, y por eso era que la gente investigaba. Sin duda, llevaría al menos un mes. Un mes, si el pequeño hijo de puta era bueno con las claves y códigos. Pero el solo hecho de encontrar cosas ocultas revelaría que realmente era un jugador, no un aficionado, y sólo entonces se le asignaría un equipo del cuartel general. Pero nadie podría descubrir qué se había llevado en el interior de su cabeza al morir.
"Eh, Jack", saludó Wills, entrando.
"Buenos días, Tony".
"Veo que estás ocupado. ¿Qué hay sobre nuestro difunto amigo?"
"No mucho. Probablemente hoy repatrien sus restos, y el patólogo dijo que se trató de un ataque cardíaco. Así que nuestra gente quedó limpia".
"El Islam requiere que se disponga rápido del cadáver, y en una tumba sin marcas. De modo que una vez que el cuerpo parta, se puede considerar que se fue para siempre. No habrá exhumación para detectar indicios de drogas ni nada así".
"De modo que sí lo hicimos nosotros. ¿Qué empleamos?", preguntó Ryan.
"Jack, no sé ni quiero saber qué podemos haber tenido que ver con esta muerte prematura. Tampoco quiero averiguarlo. Tampoco debieras querer saberlo tú, ¿de acuerdo?"
"Tony, ¿cómo demonios puedes dedicarte a este trabajo sin sentir curiosidad?", preguntó Jack Jr.
"Aprendes qué no es bueno saber y aprendes a no especular sobre esas cosas", explicó Wills.
"Mmm, Jack reaccionó con duda. Claro, pensó, pero yo soy demasiado joven para pensar así. Tony hacía bien su trabajo, pero estaba en una caja. Como Sali, pensó Tony, pero no era un buen lugar en que estar. Además, sí lo matamos nosotros, pensó. No sabía exactamente cómo. Le podía preguntar a su mamá qué drogas o sustancias químicas podían haber tenido ese resultado, pero no, en realidad no podía hacerlo. Sin ninguna duda se lo contaría a su padre y por supuesto que Jack padre querría saber por qué su hijo hacía esa pregunta y hasta adivinaría la respuesta. De modo que eso estaba fuera de la cuestión. Completamente.
Una vez estudiado el tráfico oficial del gobierno sobre la muerte de Sali, Jack comenzó a buscar otros materiales al respecto que la NSA y otras fuentes interesadas hubiesen interceptado.
Ya no había referencias al Emir en el tráfico diario. Eso había aparecido y desaparecido, y la única referencia previa era la que Tony había encontrado. En forma similar, su solicitud de una investigación más a fondo de los registros de señales de Fort Meade y Langley no había sido aprobada por el piso superior, lo cual era una decepción pero no una sorpresa. Hasta el Campus tenía sus límites. Entendía que la gente del piso superior no estuviera dispuesta a arriesgarse a que alguien se preguntara por qué a alguien se le ocurría hacer tal pedido y que, al no obtener respuesta, investigara más a fondo. Pero había miles de solicitudes como ésa circulando a diario y una más no podía despertar especial interés ¿o sí? Sin embargo, decidió no preguntar. No tenía sentido ser identificado como un causante de problemas en una etapa tan temprana de su carrera. Pero sí instruyó a su computadora para que escudriñara todo el tráfico nuevo en busca de la palabra "Emir" y, si ésta aparecía, tendría un buen sustento para formular su solicitud otra vez,si es que había otra vez. En cualquier caso, para él, la palabra se refería a una persona en particular, aunque la única referencia al respecto que tuviera la CIA era que "probablemente se tratara de una broma interna". Esta opinión la formulaba un analista jefe en Langley, lo cual pesaba mucho en esa comunidad, y, por lo tanto, también en ésta. Se suponía que el Campus estaba consagrado a corregir los errores y/o fallas de la CIA, pero como no contaban con tanto personal como ésta, tenían que dar por buenas muchas de las ideas que se originaban en esa agencia supuestamente defectuosa. Nada de esto era muy lógico, pero a él nadie le había preguntado nada cuando Hendley instaló este lugar, así que tenía que dar por supuesto que sus jefes sabían lo que hacían. Pero como le había dicho Mike Brennan, refiriéndose al trabajo policial, dar cosas por sentadas era la madre de todos los errores. También era un adagio bien conocido en el FBI. Todos cometían errores, y el tamaño del error era directamente proporcional a la jerarquía del hombre que lo cometía. Pero a los jefes no les gustaba que les recordasen esa verdad universal. En realidad, a nadie le gustaba.
Adquirieron ropa de confección. En general, no eran distintas de lo que se podía haber comprado en América, pero las sutiles diferencias individuales se sumaban y daban como resultado un aspecto totalmente distinto. Compraron zapatos que hicieran juego con el resto de la indumentaria y, tras cambiarse en el hotel, salieron a la calle otra vez.
Consideraron que tenían aprobada esa materia cuando una alemana detuvo a Brian en la calle para preguntarle cómo llegar a la Hauptbanhoff, a lo que Brian debió responder en inglés que era nuevo -allí, lo que hizo que la señora se retirase con una sonrisa de embarazo y le repitiera la pregunta a otra persona.
"Quiere decir la estación central de ferrocarriles", explicó Dominic.
"¿Y por qué no toma un taxi?", preguntó Brian.
"Vivimos en un mundo imperfecto, Aldo, pero ahora debes parecer un buen alemán. Si alguien te pregunta algo, debes responder Ich bin fremd Significa 'soy extranjero', y te sacará del paso. y probablemente le repitan la pregunta en mejor inglés que el que puedas oír en Nueva York":
"iEh, mira!" Brian señaló los Arcos Dorados de McDonald's, una visión aún más consoladora que las barras y estrellas que llameaban en el consulado de los Estados Unidos, aunque ninguno de ellos sentía deseos de comer allí. La comida local era demasiado buena para eso. Al atardecer, estaban de regreso en el hotel Bayerischer, simplemente disfrutando de ésta.
"Bien, están en Munich, y ya ubicaron el domicilio y la mezquita del objetivo, pero no a él mismo", le informó Granger a Hendley. "En cambio, sí vieron a su amiga".
"¿Va todo bien, entonces?", preguntó el senador.
"No hay quejas. A nuestro amigo no lo vigila la policía alemana. Su servicio de contraespionaje sabe quién es, pero no tienen nada contra él. Han tenido problemas con algunos de sus musulmanes locales, pero este tipo aún no ha aparecido en su radar. y Langley no ha insistido para que así sea. En este momento, no mantienen muy buenas relaciones con Alemania".
"Eso es bueno y es malo".
"Así es", asintió Granger. "No nos pueden dar mucha información, pero no debemos preocupamos por engañar a un agente de vigilancia. Los alemanes son raros. Si uno no hace nada malo y todo está in Ordnung, se está relativamente a salvo. Si te pasas de la raya, te pueden hacer pasar un muy mal rato. Históricamente, tienen buenos policías y malos espías. Tanto los soviéticos como la Stasi tenían totalmente penetradas sus agencias de espionaje, y todavía tienen que sobreponerse a eso".
"¿Hacen operaciones clandestinas?"
"En realidad no. Su cultura es demasiado legalista para ello. Crían gente honesta que juega siguiendo las reglas y eso es inhibitorio para las operaciones especiales; las que intentan a menudo fracasan estrepitosamente. Sabes, apuesto a que el ciudadano alemán promedio paga todos sus impuestos y además puntualmente".
"Sus banqueros saben jugar el juego internacional", objetó Hendley.
"Bueno, tal vez eso se deba a que los banqueros internacionales realmente no reconozcan el concepto de tener un país al que se es leal", respondió Granger, con ligera burla.
"Lenin dijo en una ocasión que el único país que un capitalista reconoce es el terreno sobre el que está parado cuando hace un negocio. Algunos son asi', concedió Hendley. "Ah, sí, ¿viste esto?" Le alcanzó la solicitud del piso inferior de que hurgaran en busca de alguien llamado "el Emir".
El director de operaciones escudriñó la hoja antes de devolverla. "No sustenta muy bien su pedido".
Hendley asintió. "Lo sé. Por eso lo denegué. Pero… pero, sabes, hizo palpitar sus instintos y tuvo la suficiente cabeza como para formular una pregunta".
"Y es un muchacho inteligente".
"Lo es. Por eso hice que Rick le asignara a Wills como compañero de oficina y oficial de entrenamiento. Tony es brillante, pero no se sale demasiado del cauce. Así, Jack aprenderá el oficio y también cuáles son sus limitaciones. Veremos cuántas ganas le dan de sobrepasarlas. Si sigue con nosotros, puede llegar a hacer carrera".
"¿Crees que tenga el potencial de su padre?", se preguntó Granger. Jack padre había sido un maestro de espías antes de pasar a cosas mayores.
"Sí, creo que puede llegar a ser como él con el tiempo. Como sea, esto de 'Emir' me parece una idea fundamentalmente buena de su parte. No sabemos mucho con respecto a cómo opera el enemigo. Es un proceso darwiniano, Sam. Los malos aprenden de quienes los precedieron y mejoran a costa de nosotros. No van a asomarse para que les metamos una bomba inteligente por el culo. No tratarán de ser astros de la televisión. Eso tal vez sea bueno para el ego, pero es fatal. Una manada de gacelas no va hacia donde están los leones".
"Así es", asintió Granger, pensando cómo su propio antepasado se había enfrentado a obstinados indígenas en el Noveno Regimiento de Caballería de los Estados Unidos. Algunas cosas no cambiaban mucho. "Gerry, el problema es que sólo podemos especular sobre su modelo organizativo. y especular no es saber".
"Bien, dime entonces qué es lo que crees", ordenó Hendley.
"Al menos dos capas antes de la cabeza: ¿se trata de un hombre o de un comité? No lo sabemos y no podemos saberlo ahora. Y los que aprietan el gatillo. De ésos, podemos atrapar todos los que queramos, pero es como cortar el césped. Lo cortas, crece, lo vuelves a cortar, y así hasta el infinito. Si quieres matar una serpiente, lo mejor que puedes hacer es cortarle la cabeza. De acuerdo, eso ya lo sabemos. El asunto es encontrar la cabeza porque es una cabeza virtual. Quienquiera que sea, dondequiera que se encuentre, operando en forma muy parecida a la nuestra, Gerry. Por eso estamos haciendo esta selección por las malas, para ver qué obtenemos. Y tenemos todas nuestras tropas analíticas buscando eso, aquí, en Langley, y en Meade".
Un suspiro fatigado. "Sí, Sam, lo sé. Y tal vez obtengamos algo. Pero es dificil vivir de paciencia. Lo más probable es que en este momento el enemigo esté tendido al sol, contento de habernos hecho daño al matar a todas esas mujeres y niños…"
"A nadie le gusta eso, Gerry, pero hasta Dios se tomó siete días para hacer el mundo ¿recuerdas?"
"¿Me estás sermoneando?", preguntó Hendley, entornando los ojos.
"Bueno, lo de ojo por ojo me parece bastante bueno, compadre, pero encontrar el ojo lleva su tiempo. Debemos ser pacientes".
"Sabes, cuando Jack padre y yo hablamos de que se necesitaba un sitio como éste, fui tan tonto como para pensar que podríamos resolver los problemas más rápido si contabamos con la autoridad como para hacerlo".
"Seremos más rápidos que lo que nunca pueda ser el gobierno, pero no somos El agente de CIPOL. Mira, el aspecto operativo acaba de comenzar. Sólo hemos actuado una vez. Tenemos que hacerlo otras tres veces antes de poder esperar una verdadera respuesta del otro bando. Paciencia, Gerry".
"Sí, claro". No agregó que los husos horarios tampoco ayudaban mucho.
"Sabes, hay otra cosa".
"¿Qué, Jack?", preguntó Wills.
"Sería mejor si supiésemos qué operaciones se están desarrollando. Nos permitiría enfocar un poco más eficientemente nuestra pesquisa de datos".
"Lo que hacemos se llama 'compartimentalizar'
"No, se llama mierda", replicó Jack. "Si estamos en el equipo, podemos ayudar. Elementos que pueden parecer aislados tienen otro aspecto cuando uno conoce el contexto. Tony, se supone que todo este edificio es un compartimiento, ¿verdad? Subdividirlo como lo hacen en Langley no ayuda a que se realice el trabajo, ¿o me equivoco?"
"Entiendo lo que quieres decir, pero el sistema no funciona así.
"De acuerdo, sabía que lo dirías, pero, ¿cómo demonios componemos lo que funciona mal en la CIA si no hacemos más que repetir exactamente lo que ellos hacen?", preguntó Jack.
Y no había una respuesta inmediata para esa pregunta, ¿verdad? pensó Wills. Simplemente no la había, y este chico estaba entendiendo el juego demasiado rápido. ¿Qué demonios había aprendido en la Casa Blanca? Para empezar, hacía muchas preguntas. Y prestaba atención a todas las respuestas. Y hasta pensaba en ellas.
"Detesto decir esto, Jack, pero sólo soy tu oficial de entrenamiento, no el Gran Jefe de este equipo".
"Sí, lo sé. Lo lamento. Supongo que es que estoy acostumbrado a como mi papá hacía que las cosas ocurrieran – o al menos así me parecía a mí. Sé que no a él, al menos no siempre". Esto era doblemente así, dado que su madre era cirujana y estaba acostumbrada a hacer las cosas a su tiempo, que generalmente era en este mismo instante. Era difícil tomar decisiones sentado ante un terminal, lección que probablemente su padre había tenido que aprender en su momento, cuando los Estados Unidos vivían en la mira de un enemigo realmente serio. Los terroristas podían hacer doler, pero no le podían causar un verdadero daño estructural a los Estados Unidos, aunque una vez lo habían intentado en Denver. Estos tipos eran más parecidos a enjambres de insectos que a vampiros…
Pero los mosquitos podían transmitir la fiebre amarilla, ¿verdad?
Al sur de Munich, en la ciudad portuaria de Pireo, un contenedor fue alzado de un barco por una grúa y bajado hasta el acoplado de un camión. Una vez que el contenedor estuvo firmemente emplazado, el camión y su acoplado dejaron el puerto y, sin entrar en Atenas, se dirigieron a las montañas de Grecia, al norte. El remito de carga decía que iba a Viena, un largo camino sin altos por buenas rutas, a entregar una carga de café de Colombia. Al personal de seguridad del puerto no se le ocurrió registrarlo, pues la documentación de desembarque estaba en regla y pasó sin problemas los lectores de códigos de barras. Ya había hombres reuniéndose para ocuparse de esa parte de la carga que no estaba hecha para ser mezclada con agua caliente ni con crema. Hacía falta mucha mano de obra para fraccionar una tonelada de cocaína en paquetes de a dosis, pero contaban con un depósito de una planta recientemente adquirido donde hacerlo, desde donde partirían de a uno a distintos puntos de Europa, aprovechando la ausencia de fronteras internas que reinaba desde el establecimiento de la Unión Europea. Con esta carga, la palabra empeñada por un socio estaba siendo cumplida, y una ventaja psicológica era retribuida con una ganancia monetaria… El procedimiento continuó toda la noche, mientras los europeos -incluso aquellos que harían uso de parte de esa carga en cuanto dieran con un vendedor callejero que se la vendiera- dormían el sueño de los justos.
Vieron a su objetivo a las nueve y media de la mañana siguiente. Tomaban perezosamente el desayuno en una Gasthaus ubicada a media cuadra de la que empleaba a su amigo Emil, cuando vieron a Anas Aif Atef caminando con aire decidido por la calle pasar a menos de seis metros de donde ellos desayunaban con Strudel y café junto a unos veinte alemanes. Atef no notó que lo vigilaban: sus ojos miraban hacia adelante y no escudriñaban discretamente la zona, como lo habría hecho un agente entrenado. Era evidente que aquí se sentía a salvo. Eso era bueno.
"Ahí va nuestro amigo", dijo Brian, quien fue el primero en verlo. Como en el caso de Sali, no tenía un letrero luminoso en la cabeza para señalado, pero era idéntico a la foto y había salido del edificio que correspondía. Su bigote hacía que fuera difícil cometer un error de identificación. Iba razonablemente bien vestido. A no ser por su piel y su mostacho, podría haber pasado por un alemán. En la esquina subió a un autobús que se dirigía hacia el este.
"¿Alguna especulación?", le preguntó Dominic a su hermano.
"Se fue a tomar el desayuno con un amigo o a planificar la caída del Occidente infiel. Realmente, no tenemos forma de saberlo".
"Sí, sería bueno contar con una verdadera cobertura, pero no estamos investigando, ¿verdad? Este sujeto reclutó al menos a uno de los asesinos. Tiene ganado su lugar en la lista de los que pierden, Aldo".
"De acuerdo, hermanito", asintió Brian. Su conversión era total. Para él, Aní Atef no era más que un rostro, y un trasero que pinchar con su bolígrafo mágico. Más allá de eso, era alguien con quien Dios tendría que hablar en su momento, jurisdicción que no les concernía a ninguno de los dos por el momento.
"Si fuese una operación del Buró, en este momento tendríamos un equipo en el apartamento, al menos para echarle una mirada a su computadora".
Brian asintió. "Ahora qué?"
"Vemos si va a la iglesia, y de ser así, vemos qué posibilidades hay de pincharlo a la entrada o a la salida".
"¿No te parece que esto va un poco demasiado rápido?", se preguntó en voz alta Brian.
"Supongo que podríamos quedamos en el hotel aciéndonos la paja, pero es malo para la muñeca, ¿sabes?"
"Sí, tienes razón".
Terminaron el desayuno y dejaron dinero en la mesa, pero no una propina excesiva. Eso los hubiera marcado como estadounidenses.
El autobús no era tan confortable como su auto, pero en última instancia era más conveniente, pues no había que encontrar dónde estacionar. Las ciudades europeas no habían sido diseñadas para el automóvil. Por supuesto que tampoco El Cairo y los atascos de tránsito que allí se producían eran increíbles -aun peores que los de aquí- pero al menos Alemania tenía un buen sistema de transporte público. Los trenes eran extraordinarios. La calidad de las líneas impresionaba a ese hombre que había estudiado ingeniería durante algunos años -sólo algunos? se preguntó, parecía toda una vida. Los alemanes eran un pueblo extraño. Distantes y formales, se creían muy superiores a los demás. Miraban con desprecio a los árabes -y de hecho, también a la mayoría de los demás europeos- y sólo habían abierto sus puertas a los extranjeros porque así lo dictaminaban sus leyes internas, impuestas hacía sesenta años, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, por los estadounidenses. Pero como los obligaron, lo hicieron, en general sin protestar demasiado, pues ese pueblo de locos respetaba las leyes como si éstas fuesen escritas por la mismísima mano de Dios. Eran el pueblo más dócil que conocía,pero bajo esa docilidad subyacía una capacidad para la violencia -la violencia organizada- casi sin parangón en el mundo. En el pasado reciente habían tomado la decisión de eliminar a los judíos. Incluso habían convertido sus campos de exterminio en museos, pero museos cuyas piezas y artefactos aún funcionaban, como si estuviesen listos para volver a actuar. Era una pena que no tuviesen la voluntad política de ponerlos en marcha otra vez.
Los judíos habían humillado a su país en cuatro ocasiones, y en una de ellas habían matado a su hermano mayor Ibrahim, cuando éste iba al volante de un tanque soviético T-62. No recordaba a Ibrahim. Era demasiado joven en ese entonces, y sólo tenía una fotografía para saber que aspecto tenía, pero su madre aún lloraba por él. Murió tratando de completar la tarea que comenzaron los alemanes, pero fracasó al morir a causa del disparo de un tanque de batalla estadounidense M6OAI en la hatalla de la Granja China. Los estadounidenses eran quienes protegían a los judíos. Los Estados Unidos eran gobernados por sus judíos. Por ello proveían de armas a sus enemigos, les suministraban información de inteligencia, y amaban matar árabes.
Pero que los alemanes hubieran fracasado en su misión no había doblegado su arrogancia. Sólo la había reorientado. Lo notaba en el autobús, en las breves miradas de soslayo, la forma en que las ancianas se alejaban de él unos pasos. Probablemente alguien limpiaría con desinfectante la barra de la que se tomaba, refunfuñó Anas para sí. Por el Profeta, eran gente desagradable.
El viaje tomó exactamente siete minutos hasta su destino en Dom Strasse. A partir de allí, sólo le quedaba una cuadra por andar. En ese trayecto, volvió a ver las miradas, los ojos llenos de hostilidad o, aun peor, los ojos que registraban su presencia y simplemente miraban hacia otro lado, como quien mira a un perro vagabundo. Habría sido agradable llevar a cabo alguna acción en Alemania -aquí, en Munich- pero tenía órdenes precisas.
Su destino era un café. Fa'ad Rahman Yasin ya estaba allí, vestido informalmente, como un trabajador. Había muchos parecidos a él en el café.
"Salaam aleikum", saludó Atef. La paz sea contigo.
"Aleikum salaam", respondió Fa'ad. "La pastelería es muy buena aquí"
"Si", asintió Atef, hablando quedamente en árabe."¿Qué hay de nuevo, amigo mío?"
"Nuestra gente está contenta con lo de la semana pasada. Hemos logrado conmover gravemente a los estadounidenses", dijo Fa'ad.
"No lo suficiente como para que repudien a los israelíes. Aman más a los judíos que a sus propios hijos. Recuerda lo que te digo. y nos golpearán".
"Cómo?", preguntó Fa'ad. "Sí, golpearán a aquellos que sus agencias de espías ya conozcan, pero eso sólo irritará a los creyentes y traerá más gente a nuestra causa. No, no conocen nuestra organización. Ni siquiera saben cómo se llama". Esto era así porque no tenía nombre. "Organización" no era más que una palabra descriptiva para su asociación de creyentes.
"Espero que tengas razón. ¿y hay más órdenes?"
"Te has desempeñado bien -tres de los hombres que escogiste eligieron el martirio en los Estados Unidos".
"¿Tres?" Atif se sintió agradablemente sorprendido. "Confío en que habrán muerto bien".
"Murieron en el Santo Nombre de Alá, y con eso debería alcanzar. Así que ¿tienes más reclutas para nosotros?"
Atef sorbió su café. "Aún no, pero hay dos que están casi listos. Ya sabes que no es fácil. Hasta los fieles más creyentes quieren gozar de los frutos de una buena vida". Este era, claro, su caso.
"Te has desempeñado bien, Anas. Es mejor estar bien seguro a exigir demasiado. Tómate tu tiempo. Sé paciente".
"¿Cuán paciente?", quiso saber Atef.
"Tenemos más planes para los Estados Unidos, les haremos doler aún más. Esta vez, fueron cientos. La próxima, serán miles", prometió Fa'ad, los ojos relucientes.
"Exactamente ¿cómo?", preguntó Atef. Podría haber sido -debería haber sido- oficial de planificación. Su entrenamiento como ingeniero lo hacía ideal para tales cosas. ¿Acaso no lo sabían? Había gente en la organización que pensaba con los cojones, no con el cerebro.
"Eso no puedo decírtelo, amigo mío". Dijo Fa'ad Rahman Yasin. Porque no lo sabía, pero no lo dijo. Sus superiores de la organización no confiaban en él, lo cual, de haberlo sabido, lo habría indignado.
Al mismo tiempo, Atef pensaba porque probablemente el hijo de puta no lo sepa.
"Se acerca la hora de la oración, amigo mío", dijo Anas Aní Atef tras consultar su reloj. "Ven conmigo. Mi mezquita está a sólo diez minutos de aquí. Estaba por ser la hora del Salat. Era una prueba para ver si su colega era un verdadero creyente.
"Como digas". Ambos se pusieron de pie y caminaron hasta la parada del autobús que, quince minutos más tarde, se detuvo a una cuadra de la mezquita.
"Atención, Aldo", dijo Dominic. Había dado un paseo por el vecindario, sólo para darse una idea de cómo era, pero allí iba su amigo, caminando calle abajo con lo que debía ser un amigo de él.
"Me pregunto quien será el moraco número dos", dijo Brian.
"Nadie que conozcamos, y además no podemos trabajar por cuenta propia", respondió Dominic. Su objetivo estaba a unos treinta metros, caminando directamente hacia ellos, probablemente dirigiéndose a la mezquita, que habían dejado unos cincuenta metros atrás. "¿Qué te parece?
"Cancelemos, será mejor atraparlo a la salida".
"De acuerdo". y ambos se volvieron a la izquierda para mirar la vidriera de un sombrerero. Lo oyeron -casi sintieron- pasar junto a ellos "¿Cuánto crees que tardará?"
"No tengo ni idea. Hace un par de meses que no voy a la iglesia".
"Qué bien", gruñó Brian. "Mi propio hermano es un apóstata".
Dominic sofocó una carcajada. "Siempre fuiste el monaguillo de la familia".
Y en efecto, Atef y su amigo entraron. Era la hora de la oración diaria, el Salat, el segundo de los Cinco Pilares del Islam. Se inclinarían e hincarían en dirección a La Meca, musitando ciertas frases del Santo Corán y reafirmando así su fe. Al entrar, se quitaron el calzado, y vieron, para sorpresa de Yasin, que la mezquita tenía cierta influencia alemana. En la pared del atrio había cubículos individuales para el calzado, numerados para evitar confusiones… o robos. Esto habría sido muy raro en un país musulmán, pues las penas islámicas para el robo eran muy severas, y hacerla en la Propia Casa de Alá hubiese sido una deliberada ofensa a Dios Mismo. Luego, ingresaron en el recinto de la mezquita propiamente dicha, y allí se inclinaron ante Alá.
No les llevó mucho tiempo y reafirmar sus creencias religiosas produjo una suerte de refresco en el alma de Ated. Luego, finalizaron. Su amigo y él regresaron al atrio, recogieron sus zapatos y salieron a la calle.
No fueron los primeros en salir, y los dos estadounidenses ya los esperaban. Ahora, sería cuestión de ver hacia dónde irían. Dominic vigilaba la calle, atento a la presencia de algún agente de inteligencia o de la policía, pero no vio a ninguno. Contaba con que su objetivo se dirigiría hacia su apartamento. Brian fue en dirección opuesta. Parecía que unas cuarenta personas se habían congregado para orar. Al salir, se dispersaron en todas direcciones, solos o en grupos. Dos se pusieron al volante de sendos taxis -que, presumiblemente, les pertenecían- y partieron en busca de pasajeros. Esta categoría no incluía a sus correligionarios, que probablemente fueran en su mayoría modestos trabajadores que caminaban o tomaban transporte público. Ello no los hacía antipáticos a los ojos de los gemelos, quienes se acercaban, ni muy rápida ni muy obviamente. Entonces, el objetivo y su compañero salieron.
Giraron a la izquierda, directamente hacia Dominic, que estaba a treinta metros de ellos.
Desde donde estaba, Brian veía todo. Dominic sacó el bolígrafo dorado del bolsillo interior de su chaqueta de corte alemán, girando furtivamente la punta para armarlo, luego teniéndolo en su mano como para acuchillar de arriba abajo. Fue al encuentro de su presa…
Fue un espectáculo de perversa belleza. A sólo seis pies de distancia, Dominic pareció tropezar con algo y cayó directamente sobre Atef. Brian ni siquiera vio el pinchazo. Atef y su hermano cayeron, y la caída seguramente enmascaró la sensación del pinchazo. El amigo de Atef ayudó a ambos a incorporarse. Dominic se disculpó y siguió su camino, mientras Brian continuó siguiendo al blanco. No había visto el fin de Sali, de modo que esto le provocaba una tétrica curiosidad. El sujeto caminó unos quince metros más y se paró en seco. Debe de haber dicho algo, pues su amigo se volvió como para hacerle una pregunta, justo a tiempo para ver cómo caía Atef. Estiró un brazo como para protegerse el rostro del impacto, pero luego todo su cuerpo quedó exangüe.
El otro estaba claramente atónito por lo que veía. Se inclinó a ver qué ocurría, primero desconcertado, luego preocupado, finalmente en pánico, dando vuelta el cuerpo y hablándole a gritos a su compañero. En ese momento, Brian pasó junto a ellos. El rostro de Atef era inmóvil e inexpresivo como el de un muñeco. Su cerebro funcionaba, pero no podía abrir los ojos. Brian se quedó allí aproximadamente un minuto, luego se alejó, pero haciéndole señas a un alemán que pasaba de que prestara asistencia, cosa que el otro hizo, extrayendo un teléfono celular del bolsillo y marcando un número. Probablemente estuviera llamando a una ambulancia. Brian caminó hasta la siguiente esquina y se volvió a observar, controlando su reloj. La ambulancia llegó en seis minutos y medio. Los alemanes estaban realmente bien organizados. El bombero enfermero verificó si había pulso y alzó la vista con sorpresa primero, alarma después. Su compañero sacó una caja del vehículo y, mientras Brian miraba, entubaron a Atef y le suministraron oxígeno. Evidentemente, los dos bomberos estaban bien entrenados y claramente estaban repitiendo un proceso que habían ensayado muchas veces y que probablemente habían empleado otras muchas en la calle. Ante la emergencia, no metieron a Atef en la ambulancia, sino que le dieron el mejor tratamiento posible allí donde estaba.
Brian vio en su reloj que llevaba diez minutos caído. Atef ya había muerto cerebralmente y nada podrían hacer por él. El oficial de infantes de marina giró a la izquierda y caminó hasta la siguiente esquina, donde tomó un taxi, chapurreando el nombre del hotel que, de todas formas, el conductor supo interpretar. Cuando llegó, Dominic estaba en el vestíbulo. Juntos, se dirigieron al bar.
Lo bueno de matar a un tipo que recién salía de la iglesia era que tenían la razonable certeza de no haberlo enviado al infierno. Al menos, eso aligeraría un poco sus conciencias. La cerveza también ayudaba.