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CAPÍTULO 20 El sonido de la caza

Las 14:26 de Munich equivalían a las 8:26 del horario estándar Este en el Campus. Sam Granger llegó temprano a su oficina, preguntándose si tendría algún mensaje de correo electrónico. Los gemelos trabajaban rápido. No tanto como para ser imprudentes, pero ciertamente estaban haciendo uso de la tecnología con que se los había equipado, y no malgastaban ni el tiempo ni el dinero del Campus cuando operaban. Ya tenía el objetivo número tres para enviarles por Internet, por supuesto que codificado. A diferencia de lo ocurrido con Sali en Londres, esta vez no podía contar con una noticia "oficial" con respecto a esta muerte por parte del servicio de inteligencia alemán, el Bundesnachrichtensdienst, que se había ocupado poco de Anas Alí Atef. En todo caso, sería un caso para la policía de la ciudad de Munich, más probablemente para el forense local – un ataque cardíaco más en un país en el que demasiadas personas fumaban y comían alimentos grasoso.

El mensaje de correo electrónico, originado en la computadora de Dominic, llegó a los 8:43. Reportaba el exitoso golpe en considerable detalle, casi como si se tratara de un reporte investigativo oficial del FBI. El hecho de que Atef estuviese acompañado de un amigo probablemente fuese favorable. Que uno de los suyos hubiera sido testigo de la muerte probablemente significara que la muerte del sujeto no despertaría sospechas. El Campus haría cuanto pudiera por obtener el informe oficial del fin de Atef, simplemente para asegurarse, aunque ello no sería fácil.

En el piso inferior, Ryan y Wills no sabían nada al respecto, por supuesto. Jack estaba inmerso en su diaria rutina de examinar el tráfico interno de mensajes de los servicios estadounidenses -lo que le llevaba más de una hora- y después, examinar el tráfico de mensajes vía Internet de direcciones electrónicas de sospechosos de terrorismo. La abrumadora mayoría de éstos era tan rutinaria que podían haberse tratado de comunicaciones entre esposo y esposa respecto de qué compra hacer en Safeway de regreso a casa desde el trabajo. Algunos de estos e-mails podían haberse tratado de mensajes significativos codificados, pero no había forma de saberlo sin un programa o una clave. Al menos un terrorista había usado "tiempo caluroso" para referirse a la presencia de severa vigilancia en algún punto de interés, pero los mensajes en cuestión habían sido enviados en julio cuando el clima realmente era demasiado cálido para resultar agradable. Y ese mensaje había sido copiado por el FBI e inicialmente el Buró no le había concedido importancia. Pero hubo un nuevo mensaje que pareció saltar de la pantalla hacia sus ojos.

"Eh, Tony, no te pierdas éste, compañero".

Quien recibía el mensaje era su viejo amigo Só[email protected], y el contenido reconfirmaba su identidad como nexo para mensaje de los terroristas: ATEF HA MUERTO. MURIO ANTE MIS OJOS AQUÍ EN MUNICH. SE LLAMO A UNA AMBULANCIA y LO ATENDIERON EN LA ACERA MISMA PERO MURIÓ EN EL HOSPITAL DE UN ATAQUE CARDÍACO. ESPERO INSTRUCCIONES. FA'AD. Su dirección era [email protected], y era nueva para Jack.

"¿Honeybear?", observó Wills con una risita. "Ese 'oso mielero' debe de andar buscando mujeres en la web".

"Muy bien, será que se dedica al cibersexo. Tony, si acabamos de eliminar a un tipo llamado Atef en Alemania, aquí está la confirmación de lo ocurrido, además de un nuevo blanco que rastrear". Ryan regresó a su terminal y utilizó el ratón para verificar fuentes. "Mira, la NSA también lo escogió. Tal vez crean que es un posible jugador".

"Vaya si te gusta usar la imaginación", observó un impasible Wills.

"iDe ninguna manera, qué joder!", por una vez, Jack se enfadó realmente. Empezaba a comprender por qué su padre a menudo se había indignado ante la información de inteligencia que llegaba a la Oficina Oval. "Maldita sea, Tony, ¿cuánto más claras tienen que ser las cosas?"

Wills respiró hondo y habló con su habitual calma. "Tranquilízate, Jack. Este es un informe único, originado en una única fuente, respecto de algo que puede o no haber ocurrido. No se dan las cosas por hechas hasta que no son confirmadas por una fuente conocida. Esta identidad Honeybear puede ser muchas cosas, pocas de las cuales nos sirven para dictaminar si el tipo es bueno o malo.

Por su parte, Jack se preguntaba si estaría siendo puesto a prueba – iotra vez!- por su oficial entrenador. "De acuerdo, veámoslo paso a paso. MoHa cincuenta y seis es una fuente que consideramos tiene una alta posibilidad de ser un jugador, probablemente un oficial de operaciones del enemigo. Desde que estoy aquí que barremos Internet en su busca, ¿verdad? De modo que barremos el éter y aparece este mensaje en su casilla de correo en momentos en que nosotros -nosotros- tenemos un equipo de eliminación en campaña. A no ser que me digas que Uda bm Sali sufrió un infarto de miocardio en el centro de Londres mientras fantaseaba acerca de su puta favorita, y al Servicio de Seguridad británico le pareció un episodio altamente interesante, porque un sospechoso de banquero terrorista no cae muerto en la calle a diario. ¿Me olvido de algo?"

Wills sonrió. "No está mal como presentación. Un poco escasa en lo que hace a la evidencia, pero bien organizada. ¿De modo que te parece que debo transmitirla al piso superior?"

"No, Tony. Creo que deberías transmitirla urgentemente al piso superior", dijo Ryan, tragándose la furia. Respira hondo y cuenta hasta diez.

"Entonces así lo haré".

Cinco minutos después, Wills entraba en la oficina de Rick Bell. Le entregó dos hojas de papel.

"Rick ¿tenemos un equipo en acción en Alemania?", preguntó Wills. La respuesta no lo sorprendió en lo más mínimo.

"¿Por qué lo preguntas?" La cara de póquer de Bell habría impresionado a una estatua de mármol.

"Lee", sugirió Wills.

"Vaya", reaccionó el jefe de análisis. "¿Quien pescó este pescado del océano electrónico?"

"Adivina", sugirió Tony.

"El chico no se desempeña mal". Bell miró atentamente a su interlocutor. "¿Cuánto crees que sospeche?"

"No te quepa duda de que en Langley ya estaría poniendo nerviosos a muchos".

"¿Y a ti?"

"Digamos que sí, replicó Wills. "Sabe usar bien la imaginación".

Esta vez, Bell hizo una mueca. "Bueno, no es exactamente la competición de salto en largo en las olimpíadas".

"Rick, Jack suma uno más uno más o menos a la velocidad en que una computadora diferencia uno de cero. Tiene razón, ¿verdad?"

Bell se tomó uno o dos segundos antes de responder. "¿Tú que crees?"

"Creo que sin duda eliminaron a este tipo Sali y que probablemente ésta sea la misión número dos. ¿Cómo lo hacen?"

"Realmente no debes saberlo. No es tan limpio como parece", respondió Bell. "Este tal Atef era un reclutador. Envió al menos un tipo a Des Moines".

"Como razón, alcanza", opinó Wills.

"Lo mismo opina Sam. Le pasaré esto. ¿Más datos?"

"Este tipo MoHa debe ser examinado más de cerca. Tal vez podamos dar con él", dijo Wills.

"¿Tienes idea de dónde está?"

"Parece que en Italia, pero vive mucha gente en la bota. Muchas ciudades grandes con muchas cuevas para ratas. Ubicación central. Servicio aéreo en todas partes. Y últimamente los terroristas la han dejado en paz, así que no se ocupan mucho de ellos".

"Lo mismo ocurre en Alemania, Francia, y el resto de Europa Central".

Wills asintió. "Así parece. Son los siguientes en la lista, pero no parecen conscientes de que es así. Entierran la cabeza como el avestruz, Rick".

"Es cierto", asintió Bell. "Entonces ¿qué hacemos con tu alumno?"

"¿Ryan? Buena pregunta. No hay duda de que aprende rápido. Es particularmente bueno para hacer conexiones", pensó Wills en voz alta. "Deduce mucho -a veces demasiado- pero, así y todo, no es malo que un analista lo haga".

"¿Cuál es su grado en este momento?"

"B plus, tal vez un A bajo, pero sólo porque es nuevo. No es tan bueno como yo, pero yo me dedico a esto desde antes de que él naciera. Va a hacer carrera, Rick. Llegará lejos".

"¿Tan bueno es?", preguntó Bell. Tony Wills tenía fama de analista cuidadoso y moderado, además de estar entre los mejores que hubiera producido Langley, a pesar de su actitud de empleado rutinario.

Wills asintió. "Así de bueno". También era escrupulosamente veraz. Ese era su carácter natural, y se podía permitir ejercerlo. El Campus pagaba mucho mejor que cualquier agencia del gobiemo. Sus hijos ya eran todos adultos -el menor cursaba el último año de física en la Universidad de Maryland y, una vez que se graduara, Betty y él podían considerar el siguiente gran paso en la vida, aunque a Wills le gustaba su trabajo y no tenía planes para abandonado en lo inmediato. "Pero no le digas que te lo dije".

"¿Es arrogante?"

"No, no sería justo decido. Pero no quiero que empiece a creer ya que sabe todo".

"Ningún tonto piensa como él piensa", dijo Bell.

"Si'. Wills se puso de pie. "Pero para qué correr riesgos?"

Wills se fue, pero Bill aún no sabía qué hacer con el joven Ryan. Bueno, era algo para tratar con el senador.

"Próxima parada, Viena", le informó Dominic a su hermano. "Tenemos otro objetivo".

"¿Nunca te preguntaste cuán regular será este trabajo?", se preguntó Brian en voz alta.

Su hermano rió. "Hermano, hay suficientes delincuentes en los Estados Unidos como para mantenemos ocupados durante el resto de nuestros días".

"Sí, sería un ahorro despedir a todos los jueces y jurados".

"Yo no soy Harry el Sucio; soldadito".

"Ni yo soy Chesty Puller: ¿Cómo llegamos allí? ¿Avión, tren, tal vez auto?"

"Conducir sería divertido", dijo Dominic. "Me pregunto si podríamos alquilar un Porsche…"

"Buena idea", gruñó Brian. "Bueno, desconéctate así puedo descargar el legajo, ¿de acuerdo?"

"Claro. Iré a ver qué puede hacer por nosotros el conserje".

"¿Ésta es toda la confirmación con que contamos?", preguntó Hendley.

"Correcto", asintió Granger. "Pero coincide exactamente con el informe de nuestro equipo".

"Van demasiado rápido. ¿Qué ocurre si el enemigo piensa, ¿dos ataques cardíacos en menos de una semana? ¿Qué ocurriría?"

"Gerry, recuerda que la naturaleza de esta misión es seleccionar por las malas. Queremos que el otro bando se ponga un poco nervioso, pero su arrogancia no tardará en regresar y le adjudicarán lo ocurrido al azar. Si esto fuera la tele o las películas, creerían que la CIA está jugando duro, pero no es una película, y la CIA no juega así. Tal vez el Mossad, pero ya desconfían de los israelíes. Eh -una luz se encendió en su cerebro ¿y si ellos fueron los que eliminaron al tipo del Mossad en Roma?"

"No te pago para que especules, Sam".

"Es una posibilidad", insistió Granger.

"También pudiera ser que la mafia mató al pobre infeliz porque lo confundió con un mañoso que no pagó sus deudas. Pero no apostaría por eso".

"Sí, sefior". Granger regresó a su oficina.

En ese momento, Mohammed Hasan al-Din trabajaba en su computadora mientras bebía café en el hotel Excelsior de Roma. Lo de Atef era una mala noticia. Era -había sido- un buen reclutador, con la mezcla exacta de inteligencia, verosimilitud y compromiso como para persuadir a otros de que se unieran a la causa. El mismo había querido entrar en acción, tomar vidas y ser un Santo Mártir, pero aunque quizá lo hubiera hecho bien, un hombre que sabía reclutar valía más que uno dispuesto a sacrificar su vida. Se trataba de aritmética básica, algo que un ingeniero graduado como Atef debería haber entendido. ¿Qué era lo que le había ocurrido? ¿Un hermano muerto por los israelíes en 1973, no? Era mucho tiempo como para mantener vivo el rencor, aún para un hombre de su organización, pero no un caso único. Pero ahora Atef estaba en el paraíso con su hermano. Eso era bueno para él pero malo para la organización. Estaba escrito, pensó Mohammed para consolarse, y así debía ocurrir, pero la lucha continuaría hasta que muriera el último enemigo.

Tenía un par de teléfonos donados sobre la cama, teléfonos que podía emplear sin miedo a ser escuchado. ¿Debía llamar al Emir para hablar de lo ocurrido? Valía la pena tomado en cuenta. El de Anas Alí Atef había sido el segundo ataque cardíaco en menos de una semana,y en ambos casos se había tratado de hombres muy jóvenes, lo cual era extraño, muy inusual desde el punto de vista estadístico. Fa'ad había estado junto a Anas cuando ocurrió, de modo que no había sido baleado o envenenado por un oficial de inteligencia israelí -Mohammed pensó que un judío los habría matado a ambos-, y la presencia de un testigo ocular en el lugar del hecho hacía difícil sospechar que se hubiera tratado de un homicidio. En cuanto al otro, bueno, Uda era un putero, y difícilmente fuera el primer hombre en morir por tal debilidad. De modo que a fin de cuentas debía tratarse de una coincidencia poco probable y por lo tanto no se justificaba llamar al Emir. Sin embargo, tomó nota de los dos incidentes en su computadora, encriptó lo escrito y apagó. Sentía deseos de dar un paseo. Era un agradable día en Roma. Cálido para tratarse de Europa, pero eso para él era lo deseable. Calle arriba había un agradable restaurante al aire libre, cuya comida italiana era apenas de calidad promedio, pero el promedio de aquí era superior al de muchos buenos restaurantes del mundo. Era como para pensar que todas las mujeres italianas serían obesas, pero no, algunas de ellas sufrían de la enfermedad femenina occidental de la delgadez, algunas al punto de que parecían niños de Africa occidental. Muchachos más que mujeres maduras y experimentadas. Era triste. Pero en lugar de comer, cruzó la Vía Veneto para extraer mil euros de un cajero automático. El euro había simplificado mucho el viajar por Europa, gracias a Alá. Aún no se equiparaba al dólar norteamericano en términos de estabilidad, pero, con un poco de suerte, ello pronto sería así, lo cual haría que viajar fuera aún más fácil.

Era difícil no amar Roma. Era una ubicación cómoda, de carácter internacional, estaba llena de extranjeros y tenía una hospitalaria población local, que se inclinaba y esforzaba a cambio de dinero, como buenos campesinos que eran. Buena ciudad para las mujeres, con la posibilidad de hacer compras que en Riad no eran siquiera imaginables. Su madre inglesa había amado Roma, y el porqué era obvio. Buena comida, buen vino, y un maravilloso ambiente histórico anterior al mismísmo Profeta, que la paz y las bendiciones fueran con él. Muchos habían muerto aquí a manos de los césares,masacrados para diversión pública en el anfiteatro Flavio, o matados porque habían desagradado al emperador de una u otra forma.Durante la época imperial posiblemente las calles hubieran sido muy pacíficas. Qué mejor manera de garantizar eso que aplicando la ley implacablemente? Aun los débiles podían reconocer el precio de comportarse mal. Así era también en su tierra natal, y esperaba que así siguiera siendo cuando se libraran de la familia real matándola o forzándola a exiliarse en Inglaterra o Suiza, donde la gente con dinero y nobleza era tratada lo suficientemente bien como para que pasara su vida en la indolencia y la comodidad. Cualquiera de estas alternativas era aceptable para Mohammed y sus colegas. Mientras ya no gobernaran, llenos de corrupción, inclinándose ante los infieles y cambiándoles petróleo por dinero, gobernando al pueblo como si fuesen hijos del propio Mahoma. Eso se terminaría. Su odio hacia los Estados Unidos era menor que el que sentía por los gobernantes de su propio país… Pero los Estados Unidos eran su principal objetivo debido al poder que éstos empleaban para sí o a través de otros para alcanzar sus objetivos imperiales. Los Estados Unidos amenazaban todo lo que él amaba. Eran un país descreído, patrocinador y protector de los judíos. Habían invadido su país y tenían tropas y armas allí, con el indudable objetivo de sojuzgar todo el Islam, rigiendo las vidas de mil millones de fieles en nombre de sus propios y estrechos intereses: Castigar a los Estados Unidos se había convertido en su obsesión. Ni siquiera los israelíes eran blancos igualmente atractivos. Aunque los judíos eran crueles, no eran más que los ejecutores de los designios de los estadounidenses, vasallos que obedecían las órdenes de sus amos a cambio de dinero y armas sin siquiera darse cuenta de cuán cínicamente estaban siendo usados. Los chiítas iraníes tenían razón. Los Estados Unidos eran el Gran Satán, Iblis mismo, tan poderoso que era difícil asestarle un golpe definitivo, pero así y todo vulnerable, como lo es el mal ante las virtuosas fuerzas de Alá y los creyentes.

El conserje del hotel Bayerischer se había excedido, pensó Dominic, al conseguirles un Porsche 911 en cuyo maletero frontal apenas si había lugar para su equipaje, y eso metiéndolo a la fuerza. Pero estaba bien y era aun mejor que alquilar un Mercedes de motor pequeño. El 911 tenía cojones. Brian se ocuparía de los mapas mientras cruzaran los Alpes en dirección sudeste en su camino a Viena. Que estaban yendo al sur para matar a alguien no importaba por el momento. Servían a su país, que es lo máximo que se puede exigir en materia de lealtad.

"¿Necesito un casco?", preguntó Brian mientras entraba, lo cual, en el caso de ese auto, significaba prácticamente sentarse en la acera.

"No si yo conduzco, Aldo. Vamos, hermanito, es hora de ponemos en marcha".

El auto estaba pintado de un horrible tono azul, pero el tanque estaba lleno y el motor de seis cilindros estaba a punto. A los alemanes ciertamente les gustaba que las cosas estuviesen in Ordnung. Brian fue indicando cómo salir de Munich y tomar la Autobahn hacia el sudeste, a Viena y, una vez en la autopista, Enzo decidió ver qué velocidad alcanzaba realmente el Porsche.

"Crees que puedan necesitar algún apoyo?", le preguntó Hendleya Granger, quien acababa de entrar en su oficina.

"¿A qué te refieres?", respondió Sam. Claro que Hendley hablaba de los hermanos Caruso.

"Digo que no cuentan con demasiado apoyo de inteligencia", señaló el ex senador.

"Bueno, nunca pensamos en eso, ¿verdad?"

"Exactamente". Hendley se reclinó en su silla. "En cierto sentido, están operando desnudos. Ninguno de los dos tiene mucha experiencia en materia de inteligencia. ¿y si matan a la persona equivocada? Creo que es poco probable que los atrapen al hacerlo, pero tampoco ayudaría mucho a su moral. Recuerdo a un tipo de la mafia que estaba, creo, en la Penitenciaría Federal de Atlanta. Mató a un pobre desgraciado, pues creyó que lo estaba por matar a él, pero resulta que se equivocó, y enloqueció.

Ése fue el origen de nuestra primera intervención importante en la mafia y de la primera vez que supimos de qué forma está organizada, ¿lo recuerdas?"

"Ah, sí, era un soldado de la mafia llamado Joe Valachi, pero era un delincuente, ¿recuerdas?"

"y Brian y Dominic son buenos tipos. De modo que en su caso la culpa puede llegar a golpearlos aún más fuerte. Tal vez darles respaldo de inteligencia sea buena idea".

A Granger lo sorprendió la sugerencia. "Entiendo que necesitemos mejor evaluación de inteligencia, y admito que eso de la 'oficina virtual' tiene ciertas limitaciones. No tienen a quién hacerle preguntas, pero si las tuvieran, siempre nos pueden pedir consejo vía correo electrónico…"

"Y no lo han hecho", señaló Hendley.

"Gerry, sólo han cumplido con dos etapas de esta misión. Aún no es momento de asustarse, ¿sabes? Se trata de dos jóvenes oficiales muy inteligentes y muy aptos. Por eso los escogimos. Saben cómo pensar por cuenta propia y precisamente eso es lo que necesitamos de nuestro personal de operaciones".

"No sólo estamos dando cosas por sentadas. Estamos dando cosas por sentadas y proyectándolas al futuro. ¿Te parece una buena idea?" Hendley había aprendido a seguir las ideas hasta sus últimas consecuencias en el Capitolio y lo hacía con letal eficacia.

"Dar las cosas por sentadas siempre es malo. Lo sé, Gerry. Pero también lo son las complicaciones. ¿Cómo sabemos que los enviaremos al hombre adecuado? ¿y si no hacemos más que agregar un nivel de incertidumbre? ¿Eso es lo que queremos?" Hendley, pensó Granger, sufría de la más mortal de las enfermedades de los congresistas. Era demasiado fácil supervisar las cosas hasta matarlas.

"Lo que digo es que es buena idea contar con alguien allí que piense un poco distinto, que enfoque de otra manera los datos que enviamos. Los muchachos Caruso son muy buenos. Lo sé. Pero no tienen experiencia. Lo importante es que allí haya otro cerebro para ver de otra manera los hechos y la situación".

Granger sintió que había sido arrinconado. "De acuerdo, veo la lógica de eso, pero es un nivel de complicación que no necesitamos".

"De acuerdo, míralo así: ¿qué ocurre si ven algo para lo que no están preparados? En ese caso, necesitarán una segunda opinión -o como quieras llamarla- de los datos en cuestión. Ello hará que sea más difícil para ambos cometer errores sobre el terreno. Lo único que me preocupa es que si cometen un error, y si ese error es fatal para algún pobre desgraciado, ese error afectará sus futuras misiones. Culpa, remordimiento, y tal vez se pongan a hablar ¿entiendes? ¿Podemos descartar esa posibilidad por completo?"

"No, tal vez no del todo, pero también significa que sumamos un factor a la ecuación que puede decir 'no', cuando lo correcto tal vez sea 'sí'. Cualquiera puede decir no. y no necesariamente tendrá razón. Se puede ser demasiado precavido".

"No lo creo".

"Bien. ¿A quién quieres enviar?", preguntó Granger.

"Pensémoslo. Podría ser -debería ser alguien a quien conozcan y de quien se fíen, se interrumpió.

Hendley había puesto nervioso a su jefe de operaciones. Se le había metido una idea en la cabeza, y Hendley sabía muy bien que él era el jefe del Campus y que en este edificio su palabra era la ley y que no había a quién apelar. De modo que si Granger debía seleccionar un candidato para ese presunto trabajo, debía tratarse de alguien que no arruinase las cosas.

La Autobahn era una obra de ingeniería soberbia, hasta brillante. Dominic se preguntaba quién la habría instalado. Luego se le ocurrió que parecía llevar allí mucho tiempo. y unía Alemania con Austria… tal vez el propio Hitler la hubiese mandado construir. ¿No era como para reírse? Como sea, allí no había límite de velocidad y el motor de seis cilindros del Porsche ronroneaba como un tigre al acecho de carne fresca. y los conductores alemanes eran asombrosamente educados. Uno no tenía más que hacer señales de luces, y se hacían a un lado como si hubieran recibido una orden del cielo. Definitivamente distinto de los Estados Unidos, donde alguna anciana en un vetusto Pinto ocupaba el carril izquierdo porque era zurda y porque le gustaba demorar a los dementes que conducían Corvettes. Ni las salinas de Bonneville eran tan divertidas como esto.

En cuanto a Brian, hacía lo que podía por no encogerse de miedo. Cada tanto cerraba los ojos, recordando cómo volaba a ras de tierra con la fuerza de reconocimiento de los infantes de marina por los desfiladeros de la Sierra Nevada, a menudo en helicópteros CH-46 que tenían más años que él. No había muerto así. Probablemente, tampoco fuera a morir ahora y, como oficial de infantes de marina no tenía permitido demostrar miedo ni debilidad. Y era excitante. Parecido a andar en la montaña rusa sin colocar la barra de seguridad. Pero veía que Enzo se divertía como nunca, y se consolaba con el hecho de que sí llevaba puesto el cinturón de seguridad, y que ese pequefio auto alemán posiblemente hubiera sido diseñado por el mismo equipo que había construido el tanque Tiger. Pasar las montañas era lo más temible, y cuando entraron en la región de las granjas, la tierra se hizo más llana y la ruta más recta, gracias a Dios.

Dominic cantaba, horriblemente, canciones de La novicia rebelde.

"Si cantas así en la iglesia, Dios te fulminará", le advirtió Brian, buscando el mapa urbano para ingresar en Wien, que era como los ciudadanos vieneses llamaban a su ciudad.

Y las calles de la ciudad eran un laberinto. La capital de Austria -Osterreich- era anterior a las legiones romanas y ni una calle tenía un tramo recto más largo que el necesario para que una legión desfilase frente a su tribunus militaris el día del cumpleaños del emperador. El mapa indicaba que había rutas de circunvalación internas y externas que probablemente coincidieran con el trazado de las murallas medievales de la ciudad -los turcos habían llegado hasta aquí más de una vez con la esperanza de sumar Austria a su imperio, pero estos elementos de historia militar no habían formado parte de la lista oficial de lecturas del Cuerpo de Infantería de Marina. Era un país mayoritariamente católico, pues la reinante casa de Habsburgo lo había sido, lo cual no había impedido que los austríacos exterminasen a su destacada y próspera minoría judía una vez que Hitler incorporó Austria a su Gran Reich Alemán. Ello había ocurrido después del plebiscito del Anschluss en 1938. Hitler había nacido aquí, no en Alemania como se suponía generalmente, y los austríacos habían respondido a su lealtad con lealtad, volviéndose más… nazis que el propio Hitler. Eso, al menos era lo que informaba la historia oficial, que no era la que adoptaron los austríacos. Era el único país donde La novicia rebelde no fue un éxito de taquilla, tal vez porque no era una película que dejaba bien parado al partido nazi.

Asi y todo, Viena parecía lo que era, una ex ciudad imperial con amplios bulevares bordeados de árboles, arquitectura clásica y ciudadanos de aspecto notablemente cuidado. Con su mapa, Brian llegó hasta el hotel Imperial en el Kartner Ring, un edificio que parecía ser un anexo del conocido palacio de Schonbrunn.

"Hay que admitir que nos alojan en buenos lugares, Aldo", observó Dominic.

El interior era aún más impresionante, con molduras de yeso dorado; cada uno de cuyos segmentos parecía instalado por maestros artesanos importados de la Florencia del Renacimiento. El vestíbulo no era espacioso; pero era imposible no ver el mostrador de la recepción, atendido por empleados cuyas vestimentas eran tan llamativas como el uniforme de gala de los infantes de marina.

"Buenos días", los saludó el conserje. "¿Su nombre es Caruso?"

"Así es", dijo Dominic, sorprendido por esa exhibición de poderes telepáticos por parte del conserje. "Usted debe de tener una reserva para mi hermano y para mí".

"Sí, señor", dijo el conserje con entusiasta subordinación. Su inglés podía haber sido aprendido en Harvard. "Dos habitaciones contiguas sobre la calle".

"Excelente". Dominic extrajo su tarjeta negra de American Express y se la alcanzó.

"Gracias".

"Hay mensajes para nosotros?"

"No, señor", le aseguró el conserje.

"¿Puede encargarse de nuestro auto su personal? Es alquilado. Aún no sabemos si lo conservaremos".

"Por supuesto, señor".

"Gracias. ¿Podemos ver nuestras habitaciones?"

"Sí, ustedes están en el primer piso… disculpe, en el segundo piso, como se dice en los Estados Unidos. Franz", llamó.

El inglés del botones era igualmente bueno."Por aquí, por favor, señores". No tomaron el ascensor, sino que subieron por una amplia escalinata alfombrada de rojo,directamente en dirección a un retrato de cuerpo entero de un personaje que parecía tremendamente importante con su uniforme militar blanco y sus bien peinadas patillas que se unían a sus mostachos.

"¿Ése quién es?", le preguntó Dominic al botones.

"El emperador Francisco José, señor. Estuvo en la inauguración del hotel en el siglo XIX".

"Ah". Eso explicaba la actitud del personal, pero sobrepasar la elegancia de ese lugar era difícil. Más bien imposible.

Cinco minutos más tarde estaban instalados en sus aposentos. Brian entró en la habitación de su hermano. "Oye, ni el Nivel Residencial de la Casa Blanca es así de bueno".

"¿Tú crees?", preguntó Dominic.

"Amigo, lo sé. Estuve allí y lo conozco. El tío Jack me llevó cuando me ascendieron -no, en realidad fue cuando me aprobaron, en la Escuela Básica. Mierda, qué lugar. Me pregunto cuánto costará".

"No te hagas problema, lo pago con tarjeta, y nuestro amigo está aquí cerca en el Bristol. Tiene su interés cazar hijos de puta ricos, ¿no te parece?" Con eso, volvieron al trabajo. Dominic extrajo su laptop del bolso. El Imperial estaba acostumbrado a clientes que usaban computadoras, y la instalación era de veras eficiente. Por el momento, abrió el archivo más reciente. Antes, sólo le había echado un vistazo. Ahora, se tomó el tiempo de leer cada palabra.

Granger lo estaba pensando. Gerry quería alguien que cuidara a los gemelos, y parecía estar empeñado en que fuera así. Había muchos hombres buenos en el departamento de inteligencia que comandaba Rick Bell, pero como eran ex oficiales de inteligencia de la CIA y de otras organizaciones así, tenían demasiada edad para ser buenos compañeros para los gemelos Caruso, que eran jóvenes. No hubiera parecido bien que personas de veintitantos años hubieran andado por Europa con alguien de cincuenta y tantos. De modo que sería mejor alguien más joven. No había muchos de ésos, pero sí uno…

Descolgó el teléfono.

Fa'ad estaba a sólo dos cuadras de allí, en el tercer piso del Bristol Hotel, un alojamiento muy famoso y de muy alto nivel, conocido sobre todo por su buena comida y su cercanía a la ópera estatal, que se alzaba al otro lado de la calle y estaba consagrada a la memoria de Wolfgang Amadeus Mozart, quien había sido músico de la corte de los Habsburgo antes de su temprana muerte en Viena. Pero a Fa'ad esta historia no le interesaba en lo más mínimo. Su obsesión era la actualidad. Ver morir a Anas Alí Atef ante sus ojos lo había conmovido profundamente. No se trataba de la muerte de infieles, de algo que uno puede ver por TV con una callada sonrisa. Estuvo allí, vio cómo la vida abandonaba invisiblemente el cuerpo de su amigo, vio a los paramédicos alemanes luchando en vano por salvarlo -claramente haciendo todo lo que podían por alguien a quien seguramente despreciaban. Eso fue una sorpresa. Y sí, eran alemanes que no hacían más que cumplir con su tarea, pero la habían cumplido con obstinada decisión y luego habían llevado a toda velocidad a su camarada al hospital más cercano, donde probablemente los médicos alemanes hubieran hecho los mismos esfuerzos vanos. Un doctor lo había ido a buscar a la sala de espera para transmitirle con tristeza las novedades, diciendo innecesariamente que habían hecho todo lo posible y que parecía tratarse de un ataque cardíaco total y que llevarían a cabo análisis para cerciorarse de que ésa hubiera sido realmente la causa de la muerte, finalmente pidiendo información sobre los familiares, si es que los había, y preguntando quién se haría cargo del cuerpo una vez que finalizaran la autopsia. Fa'ad hizo los arreglos que pudo, y luego abordó un tren con rumbo a Viena, donde, sentado solo en un compartimiento de primera clase, trató de digerir lo ocurrido.

Estaba haciendo su informe para la organización. Mohammed Hasán al-Din era su contacto con ella. Probablemente estuviese en Roma en ese momento, aunque Fa'ad Rahman Yasin no estaba muy seguro de que fuese así. No hacía falta estar seguro. Con la dirección de Internet, incierta como era, alcanzaba. Sólo que era triste que un camarada joven, vigoroso y valioso como ése cayera muerto en.la calle. Si eso servía de algo, sólo Alá lo sabía -pero Alá tenía Su Plan para todo y no siempre se trataba de algo que los hombres debieran conocer. Fa'ad tomó una botellita de coñac del minibar y tomó directamente del pico en vez de servirse en una de las copitas que se alineaban sobre el mueble. Aun si era pecado, ayudaba a tranquilizar los nervios y, como sea, nunca lo hacía en público. Qué maldita mala suerte. Echó otro vistazo al minibar. Quedaban dos coñacs y, para después, varias botellitas de whisky escocés, bebida favorita en Arabia Saudita, Shar'ia o no.

"¿Tienes tu pasaporte?", le preguntó Granger en cuanto se sentaron.

"Sí, claro. ¿Por qué?", preguntó Ryan.

"Te vas a Austria. El avión sale esta noche de Dulles. Aquí está tu billete". El director de operaciones lo arrojó sobre el escritorio.

"¿Para qué?"

"Tienes una reserva en el hotel Imperial. Allí contactarás a Brian y Dominic Caruso para mantenerlos informados de las novedades en el área de inteligencia. Puedes usar tu cuenta habitual de correo electrónico, y tu laptop cuenta con la necesaria tecnología de encripción".

¿Qué demonios?, se preguntó Jack "Discúlpeme, señor Granger. ¿Podemos rebobinar un poco? ¿Exactamente de qué se trata esto?"

"Apuesto a que tu padre se hizo esa misma pregunta en una o dos ocasiones". Granger se las compuso para dibujar una sonrisa capaz de enfriar el hielo de una bebida. "Gerry opina., que los gemelos necesitan apoyo en el área de inteligencia. De modo que se te ha destinado a suministrar dicho apoyo, una suerte de consultor sobre el terreno. No significa que vayas a hacer nada más que estar atento a las novedades de inteligencia desde tu oficina virtual. Te has desempeñado bien en ese aspecto. Tienes buen olfato para rastrear cosas en la web, -mucho más que Dom y Brian. Que estés con ellos puede ser útil. Ese es el porqué. Puedes rechazar la misión, pero si yo fuera tú, la aceptaría. ¿De acuerdo?"

"¿Cuándo parte el vuelo?"

"Lo dice en tu pasaje".

Jack miró. "Diablos, deberé apurarme".

"Apúrate, pues. Un auto te llevará a Dulles. En marcha".

"Sí, señor", replicó Jack poniéndose de pie. Era bueno que viniese a buscarlo un auto. No le gustaba la idea de dejar su Hummer en el estacionamiento del Dulles. Los ladrones solían enamorarse de esa máquina. "Y ¿quién está autorizado para saber de esto?"

"Rick Bells le informará a Wills. Fuera de eso, nadie, repito, nadie".

"Está claro, señor. Muy bien. Me voy". En el sobre del pasaje había también una tarjeta negra de American Express. Al menos el viaje sería con gastos a cargo de la empresa. ¿Cuántas cosas de éstas tendría el Campus en los cajones de sus escritorios?, se preguntó. Pero sin lugar a dudas, con ésta le alcanzaba y sobraba por el momento.

"¿y esto?", le preguntó Dominic a su computadora. "Aldo, mañana por la tarde tendremos compañía".

"¿Quién?", preguntó Brian.

"No lo dice. Dice que no hagamos nada hasta que no llegue ese enlace"

"¿Quién se creen que somos? ¿El Pescadito Luis del libro infantil? No es culpa nuestra si esos tipos se pusieron solos en nuestras manos. ¿Para qué andar con vueltas?"

"Es gente que viene del gobierno. Cuando ven demasiada eficiencia se asustan", pensó Dominic en voz alta. "¿Cenamos, hermanito?"

"Muy bien, podemos ver cómo les sale el vitelio milanesa ¿Crees que tendrán vinos pasables aquí?"

"Sólo hay una forma de saberlo, Aldo". Dominic escogió una de las corbatas que llevaba en la maleta. El comedor del hotel parecía tan formal como la vieja casa del tío Jack.