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Era una nueva aventura para Jack por dos razones. Nunca había estado antes en Austria. y sin duda que jamás había actuado como agente de enlace con un equipo de eliminación, y mientras que la idea de acabar con las vidas de la gente que disfrutaba matando estadounidenses había parecido muy buena desde su escritorio en West Odenton, Maryland, en el asiento 3A de un Airbus 330, a diez mil metros sobre el océano Atlántico parecía un asunto harto incierto. Bueno, Granger le había dicho que no debería matar a nadie. Y eso le parecía muy bien a Jack. Aún sabía cómo disparar con pistola -iba regularmente a disparar a la galería de tiro del Servicio Secreto en el centro de Washington o a veces, cuando Mike Brennan estaba ahí, a la academia que tenían en Beltville, Maryland. Pero Brian y Dominic no estaban baleando a nadie, ¿verdad? Al menos no según el informe del MIS que había llegado a su computadora. Ataque cardíaco. ¿Cómo demonios se simulaba un ataque cardíaco tan bien como para que un patólogo mordiera el anzuelo? Les tendría que preguntar. Presumiblemente, estaba autorizado para ello.
Como sea, la comida era mejor que la habitual basura que sirven las líneas aéreas, y ni siquiera éstas pueden arruinar la bebida mientras aún está en la botella. Una vez que hubo ingerido suficiente cantidad de alcohol, el sueño llegó fácilmente, y el asiento de primera clase era de los viejos, no de los nuevos, que tienen cientos de partes, todas incómodas. Como de costumbre, aproximadamente la mitad de los pasajeros se quedaron toda la noche despiertos viendo la película. 'Cada persona lidiaba como mejor podía con el shock del viaje, como invariablemente lo llamaba su padre. La manera de Jack era dormir.
La wiener schnitzel era excelente, como también lo eran los vinos locales.
"Quienquiera que hizo esto, debe hablar con el abuelo", afirmó Dominic tras el último bocado. "Tal vez sepa algo que al abuelito le conviene aprender".
"Lo más probable es que sea italiano o algo así, hermanito". Brian terminó la copa de excelente vino blanco local recomendado por el camarero. Unos quince segundos más tarde, el camarero lo notó y volvió a llenar la copa antes de desaparecer otra vez. "Vaya, uno podría acostumbrarse a comer aquí. Es mejor que la cantina del Cuerpo de Infantes de Marina".
"Con un poco de suerte, no tendrás que volver a comer esa mierda".
"Si continuamos con este trabajo, así será", respondió Aldo, dudoso. Estaban prácticamente solos, aislados en un reservado de un ángulo.
"Bien ¿qué sabemos del nuevo objetivo?"
"Supuestamente es un correo. Memoriza los mensajes que no van vía Internet. Sería útil hacerle unas preguntas, pero la misión no es ésa. Tenemos una descripción física, pero, esta vez, ni una foto. Eso es un poco preocupante. No parece muy importante. Eso también es preocupante".
"Sí, te entiendo. Debe de haber hecho enfadar a alguien. Mala suerte". Sus escrúpulos de conciencia pertenecían al pasado, pero lo que realmente quería era echarle el guante a alguien de más jerarquía. Y la ausencia de identificación fotográfica era ciertamente preocupante. Deberían andarse con cuidado. No debían eliminar a otro por error.
"Bueno, no lo pusieron en la lista por cantar demasiado fuerte en la iglesia ¿sabes?"
"Ni es sobrino del Papa", completó Brian. "Te entiendo, compañero". Miró su reloj. "A dormir, hermanito. Tenemos que ver quién viene mañana. ¿Cómo se supone que lo contactemos?"
"El mensaje decía que él nos contactaría a nosotros. Demonios, hasta es posible que también él se aloje aquí.
"El Campus tiene ideas curiosas sobre la seguridad ¿verdad?"
"Sí, no es como en las películas". Dominic rió quedamente. Indicó que le trajeran la cuenta. Se saltearían el postre. En un lugar como éste, podía resultar letal. Cinco minutos más tarde, estaban en sus camas.
"¿Te crees listo, no?", le preguntó Hendley a Granger. Ambos hablaban por los teléfonos seguros que tenían en sus respectivas casas.
"Gerry, me dijiste que enviara a inteligencia, ¿no? ¿A quién más podemos me dicen qué inteligente es el muchacho, una situación activa".
Alguien hábil en sacar del equipo de Bueno, pongámoslo.
Todos a prueba en el área de Rick.
"Pero es un novato", protestó Hendley.
"¿No lo son los gemelos?", respondió Granger. Te pesqué. De ahora en más déjame manejar mi área a mi modo, pensó con la mayor intensidad que pudo. "Gerry, no se va a ensuciar las manos, y esto probablemente lo haga mejor analista. Es pariente de ellos. Lo conocen. Los conoce. Confiarán en él y creerán lo que diga, y Tony Wills dice que es el mejor analista joven y brillante que haya visto desde que dejó Langley. De modo que es perfecto para la misión ¿verdad?"
"Es un principiante". Pero Hendley sabía que estaba perdiendo la partida.
"Todos lo son, Gerry. Si hubiese disponible gente con experiencia en este campo, ya la habríamos contratado".
"Si esto fracasa…
"Yo pago las consecuencias. Lo sé. Ahora, ¿me dejas seguir viendo la TV?.
"Nos vemos mañana, dijo Hendley.
"Buenas noches, compadre"
Honeybear navegaba por Internet, chateando con alguien llamado Elsa K 69, quien decía que tenía veintitrés años, ciento sesenta centímetros de altura, pesaba cincuenta y cuatro kilos, tenía medidas decentes pero no excepcionales, cabello castaño, ojos azules y una mente audaz e inventiva. También era buena dactilógrafa. De hecho, aunque Fa'ad no tenía forma de saberlo, era un hombre de cincuenta años, medio borracho y muy solo. Chateaban en inglés. La "muchacha" dijo que era secretaria en Londres. Era una ciudad que el contador austríaco conocía bien.
"Ella" era lo suficientemente real para Fa'ad, quien pronto fondo en la perversa fantasía. Ni se acercaba al placer proporcionar una verdadera mujer, pero Fa'ad era cauteloso a satisfacer sus pasiones en Europa. No había forma de saber si se metió a que podía la hora de la mujer a quien uno le pagaba era una agente del Mossad, quien estaría tan feliz de cortársela como de que se la metiera. No le temía mucho a la muerte, pero como todos, le temía al dolor. En todo caso, la fantasía se prolongó durante casi media hora, lo cual lo dejó suficientemente saciado como para anotar su alias en caso de que "ella" apareciese otra vez. No sabía que el contador tirolés hizo una anotación similar en su computadora antes de retirarse a su solitaria y fría cama.
Cuando Jack despertó, las persianas estaban altas, revelando el gris purpúreo de las montañas que estaban a unos seis mil metros por debajo de ellos. Según su reloj, estaba a bordo desde hacía unas ocho horas, durante seis de las cuales había dormido. No estaba mal. Sentía un leve dolor de cabeza como consecuencia del vino, pero el café que tomó para despabilarse estaba bueno, y también la pastelería, y la combinación de ambos casi lo despertó del todo para el momento en que el vuelo 94 se preparó a aterrizar.
El aeropuerto era más bien pequeño para tratarse del punto de entrada oficial, en un país soberano, pero Austria tenía más o menos la población de la ciudad de Nueva York, que tenía tres aeropuertos. La aeronave tocó tierra y el capitán les dio la bienvenida a su patria, diciéndoles que la hora local eran las 9:05 AM. De modo que tendría que lidiar con un día de intenso jet lag, pero con un poco de suerte estaría casi bien al día siguiente.
Pasó rápidamente por migraciones -el vuelo sólo iba lleno a medias-, recuperó su equipaje y salió en busca de un taxi.
"Hotel Imperial, por favor".
"¿Dónde?", preguntó el conductor.
"Hotel Imperial", repitió Ryan.
El conductor pensó durante un momento. "Ach, so, Hotel Imperial, ja?"
"Das ist richtig", le aseguró Junior y se reclinó a disfrutar del trayecto. Tenía cien euros, lo cual supuso que alcanzaría, a no ser que el conductor hubiese estudiado en la escuela de taxis de Nueva York. En cualquier caso, habría cajeros automáticos en la calle.
El viaje duró media hora de lucha con el tránsito de la hora pico. A una o dos cuadras del hotel, pasó frente a una concesionaria Ferrari, lo que era nuevo para él -hasta entonces, sólo había visto Ferraris en la TV y se preguntó, como todo joven, cómo sería conducir uno.
El personal del hotel lo recibió como a un príncipe y lo condujo a una suite en el cuarto piso que parecía realmente muy apetecible. Inmediatamente pidió el desayuno y deshizo las maletas. Luego recordó por qué estaba allí y, tomando el teléfono, pidió que lo comunicaran con la habitación de Dominic Caruso.
"¿Hola?", era Brian. Dom estaba bajo la ducha de grifos dorados.
"Eh, primo, soy Jack", oyó.
"Jack quién… espera un minuto, ¿Jack?"
"Estoy en el piso superior, infante de marina. Llegué hace una hora. Suban y hablemos".
"Bien. Dame diez minutos", dijo Brian, dirigiéndose al baño. "Enzo, no vas a creer quién está aquí.
"¿Quién?"
"Que sea una sorpresa, hombre". Brian volvió a la sala de estar, y hojeó el International Herald Tribune, que no sabía si lo hacía llorar o vomitar.
"No lo puedo creer", dijo Dominic cuando se abrió la puerta.
"Imagina cómo será verlo desde mi lado", respondió Jack. "Pasen".
"¿Es buena la comida de este motelucho, no?", observó Brian, siguiendo a su hermano.
"En realidad, prefiero el Holiday Inn Express. Es que necesito un doctorado para mi currículum vitae, ¿sabes?" Jack rió y les indicó las sillas. "Tengo café".
"Lo preparan bien aquí. Veo que has descubierto las medialunas". Dominic se sirvió una taza y tomó uná medialuna. "Por qué demonios te enviaron a ti?"
"Supongo que es porque ambos me conocen". Junior untó de manteca su segunda medialuna "Hagamos esto: dejen que termine el desayuno y vamos andando hasta la concesionaria de Ferrari mientras hablamos.
¿Les gusta Viena?"
"Llegamos ayer por la tarde, Jack", le informó Dominic.
"No lo sabía. Sí deduje que les había ido bien en Londres".
"No estuvo mal. Te contaremos luego".
"Bien". Jack continuó su desayuno y Brian regresó a su International Trib. "En casa siguen agitados con los atentados. Me tuve que sacar los zapatos en el aeropuerto. Afortunadamente, llevaba medias limpias. Al parecer, están tratando de ver si alguien quiere abandonar el país de prisa".
"Sí, fue muy malo, amigo", observó Dominic. "¿Conoces a alguien que haya resultado alcanzado?"
"Gracias a Dios, no. Ni siquiera papá conocía a nadie, con todos los que conoce del área de inversiones. ¿y ustedes?"
Brian lo miró de una forma extraña. "No, nadie que conozcamos". Esperaba que el alma de David Prentiss no se ofendiera.
Jack terminó la última medialuna. "Denme tiempo a ducharme y luego háganme la visita guiada".
Brian terminó de leer el periódico y sintonizó la CNN -la única emisora estadounidense disponible en el Imperial para ver las noticias de las cinco en punto en Nueva York. La última víctima había sido enterrada el día anterior, y los reporteros les preguntaban a sus deudos qué sentían ante la pérdida. iQué pregunta imbécil!, se dijo furioso el infante de marina. Se suponía que revolver el cuchillo en la herida era lo que hacían los malos. Y los políticos se despachaban sobre qué deben hacer los Estados Unidos.
Bueno, pensó Brian, nosotros lo estamos haciendo por ustedes. Pero si llegaran a enterarse, lo más probable era que ensuciasen sus calzoncillos de seda. Pero hizo que se sintiese un poco mejor por lo que había hecho.
A alguien le tocaba devolver los golpes, y ésa era su tarea ahora.
En el Bristol, Fa'ad recién despertaba. También él pidió café y pastelería. Debía encontrarse con otro correo al día siguiente para recibir un mensaje que, a su vez, debía transmitir. La Organización operaba con grandes medidas de seguridad para sus comunicaciones importantes. Los mensajes realmente serios se transmitían verbalmente. Los correos sólo conocían a sus contactos inmediatos, de modo que estaban organizados en células de a tres, otra lección que les enseñó el finado oficial de la KGB. El correo entrante era Mahmoud Mohammed Fadhil, quien llegaría de Pakistán. El sistema podía ser quebrado, pero sólo mediante una larga y laboriosa investigación policial, que era fácilmente frustrada con que sólo un hombre desapareciera de la línea. El problema era que la inesperada desaparición de uno de los integrantes de la célula podía hacer que el mensaje nunca llegara a destino, pero esto aún no había ocurrido, y no parecía que fuera a ocurrir. La vida de Fa'ad no era mala. Viajaba mucho, se alojaba sólo en hoteles de primera y, en términos generales, estaba muy cómodo. A veces, esto le hacía sentir culpa. Otros hacían cosas peligrosas y admirables, pero al aceptar el trabajo se le había dicho que la organización no podía funcionar sin él y sus once camaradas, lo cual fue bueno para su moral. También lo fue el saber que su función, aunque muy importante, era bien segura. Recibía mensajes y los transmitía, a menudo a los operativos mismos, todos los cuales lo trataban con gran respeto, como si él fuese el origen de las instrucciones, y él no los sacaba de su error. Así que en dos días recibiría más órdenes que transferir a su colega geográficamente más cercano -Ibrahim Salih al Adel, que tenía su base en París- o a un operativo a quien hasta ahora no conocía. Hoy se enteraría, establecería las comunicaciones que hicieran falta y actuaría según lo indicaran las circunstancias. Su trabajo podía ser aburrido y excitante al mismo tiempo, y los confortables horarios y la ausencia de riesgo, le hacían fácil considerarse a sí mismo -a veces se lo permitía- un héroe del movimiento.
Caminaron hacia el este por el Kartner Ring, que casi de inmediato doblaba en dirección nordeste y cambiaba su nombre a Schubertring. La con cesionaria de Ferrari estaba del lado norte.
"Y ¿cómo va eso, amigos?", preguntó Jack una vez que estuvieron al aire libre y que el ruido del tránsito imposibilitó cualquier posibilidad de escucha electrónica.
"Dos eliminados. Falta uno, aquí en Viena, luego a otro lugar, donde sea. Imaginé que estarías al tanto", dijo Dominic.
Jack meneó la cabeza.
"No. Nadie me informó".
"¿Por qué te enviaron?", quien preguntaba era Brian.
"Se supone que debo darles una segunda opinión, creo. Darles apoyo en el aspecto de inteligencia y ser una suerte de consultor. Como sea, eso es lo que me dijo Granger. Sé qué ocurrió en Londres. Tenemos mucho material interno de los ingleses -en forma indirecta, claro. Están convencidos de que se trató de un ataque cardíaco. De lo de Munich, no sé mucho. ¿Me puedes contar?"
Dominic respondió. "Lo pesqué a la salida de la iglesia. Cayó en la acera. Llegó la ambulancia. Los paramédicos lo asistieron y lo llevaron al hospital. No sé más".
"Murió. Nos enteramos por una comunicación interceptada. Alguien que se hace llamar 'Honeybear' en la web vio caer a su compañero y se lo informó a un tipo cuyo alias es Cincuenta y seis MoHa, que creemos que está en algún lugar de Italia. El tipo de Munich -se llamaba Atef era reclutador y correo. Sabemos que reclutó a uno de los participantes en el atentado de la semana pasada. De modo que puedes tener la certeza de que se ganó su lugar en la lista de blancos".
"Lo sabemos. Nos lo dijeron", dijo Brian.
"¿Exactamente cómo están haciéndolo?"
"Con esto". Dominic sacó su bolígrafo dorado del bolsillo de su chaqueta. "Girando el cañón cambias la punta por una hipodérmica y se la clavas, preferentemente en el culo. Les inyecta una droga llamada succinylcolina, y eso les arruina el resto del día. La droga se metaboliza en el torrente sanguíneo aun después de la muerte y es difícil de detectar, a no ser que el patólogo sea un genio y además tenga suerte".
"¿Los paraliza?"
"Sí. Se desploman y no pueden respirar. La droga tarda en actuar unos treinta segundos, caen y, después de eso, es una mera cuestión mecánica. Parece un ataque cardíaco después, y lo parece también en los análisis. Es perfecto para lo que hacemos".
"Al diablo", dijo Jack. "Así que estuvieron en Charlottesville, ¿verdad?"
"Sí, respondió Brian. "No fue agradable. Un niño murió en mis brazos, Jack. Fue muy duro.
"Bueno, dispararon bien".
"No eran muy inteligentes", evaluó Dominic. "No más que cualquier delincuente común. Sin entrenamiento. No verificaron la retaguardia. Supongo que habrán creído que, al tener armas automáticas, no lo necesitarían. Se enteraron de que no era así. De todas formas, tuvimos suerte… ia la mierda!", observó al ver las Ferraris.
"iQué bien! Son bonitas", asintió Jack. Hasta Brian quedó impresionado.
"Ésa es la vieja", les dijo Dominic. "575M, doce cilindros en v, más de quinientos caballos de fuerza, seis cambios, doscientos veinte mil dólares. Pero la buena es la Ferrari Enzo. Esa sí que es una bomba, amigos. Hasta le pusieron mi nombre. Allí, al fondo".
"¿Cuánto?", preguntó Junior.
"Más de seiscientos mil verdes. Pero si quieres algo más potente, tendrás que recurrir a Lockheed Burbank". Y, en efecto, el auto tenía dos aberturas de ventilación en el morro que parecían las turbinas de un avión a chorro. En conjunto, la máquina parecía el transporte personal del tipo rico de Luke Skywalker.
"Sigue sabiendo de autos, ¿eh?", observó Jack. Seguramente un avión a chorro privado consumiera menos combustible"pero el auto era de una elegante belleza.
"Preferiría dormir con Ferrari que con Grace Kelly", resopló Brian. Por supuesto que sus prioridades eran más convencionales.
"Amigo, puedes pasar más tiempo arriba de un auto que arriba de una chica". Era una versión de qué es la eficiencia. "Bueno, apuesto a que esa belleza va bien rápido".
"Podrías conseguir una licencia de piloto privado", sugirió Jack.
Dominic meneó la cabeza. "No. Demasiado peligroso".
"Hijo de puta". Jack estuvo a punto de lanzar una carcajada, "¿ten comparación con lo que están haciendo?"
"Junior, a eso estoy acostumbrado, ¿sabes?"
"Si tú lo dices". Jack meneó la cabeza. Seguro que eran bonitos autos. Le gustaba su Hummer. Podía conducir en la nieve y si llegaba a chocar en la ruta, llevaría las de ganar y si no era exactamente un auto deportivo, ¿qué le importaba? Pero el niñito que vivía en él comprendía la expresión del rostro de su primo. Si Maureen D'Hara hubiese nacido auto, tal vez se pareciera a uno de éstos. El rojo de la carrocería habría combinado bien con su cabello. Dominic se babeó durante unos diez minutos más y siguieron su camino.
"De modo que, ¿sabemos todo acerca de nuestro objetivo excepto qué aspecto tiene?", preguntó Brian a la media cuadra.
"Correcto", dijo Jack. "Pero cuántos árabes puede haber en el Bristol?"
"En Londres hay muchos. Lo difícil será identificado. Hacer la tarea en la acera misma no debería ser difícil". Y, al mirar alrededor, parecía lógico que así fuera. El tránsito no era tan intenso como en Nueva York o en Londres, pero lo mismo ocurría en Kansas City al caer la noche, y hacer el trabajo en pleno día tenía sus atractivos. "Supongo que lo que hay que hacer es acechar la entrada principal y las entradas secundarias que haya. ¿Puedes ver si es posible obtener algo más del Campus?"
Jack miró su reloj e hizo un cálculo mental. "En unas dos horas estarán abriendo".
"Entonces, verifica tu correo electrónico", le dijo Dominic. "Nosotros daremos una vuelta a ver si reconocemos al candidato".
"De acuerdo". Cruzaron la calle y regresaron al Imperial. Una vez en su habitación, Jack se tiró en la cama y se echó un sueñecito.
Fa'ad pensó que no tenía nada que hacer en lo inmediato, de modo que bien podía salir a dar una vuelta. Viena tenías muchas cosas para ver y aún no las había agotado todas. De modo que se vistió formalmente, como un hombre de negocios, y salió a la calle.
"Bingo, Aldo". Dominic tenía memoria de policía para las caras y casi habían tropezado con ésta.
"No es…"
"Sí. El amigo de Atef, el de Munich. ¿A que es nuestro muchacho?"
"Si apostara, perdería, hermanito". Dominic catalogó al objetivo. Aspecto muy árabe, estatura mediana, aproximadamente uno ochenta, delgado, unos sesenta y siete kilos, cabellos negros, ojos castaños, nariz ligeramente semita, viste bien y caro, como hombre de negocios, camina con decisión y confianza. Se acercaron hasta unos tres metros de él, cuidando de no mirarlo fijo, ni siquiera a través de sus anteojos de sol. Te pesqué, cabrón. Fueran quienes fueran estas personas, no sabían nada respecto de cómo ocultarse en un lugar público. Anduvieron hasta la esquina.
"Caramba, eso fue fácil", observó Brian. "¿Ahora qué?"
"Dejamos que Jack verifique con la central y nos mantenemos en calma, Aldo".
"Entendido, hermanito". Se cercioró inconscientemente de que llevaba el bolígrafo dorado, como podría haber mirado si llevaba su Beretta automática M9 en el cinturón de haber estado en combate y vistiendo uniforme. Se sentía como un león invisible junto a una manada de antílopes en los campos de Kenya. Había pocas cosas mejores que ésa. Podía escoger a cuál mataría y comería sin que el pobre desgraciado se diera cuenta ni por un momento de que lo estaba acechando. Así actúan ellos. Se preguntó si los colegas de ese tipo apreciarían la ironía de que sus propias tácticas se usaran contra ellos. Los estadounidenses no estaban condicionados para actuar así, pero en fin, todos esos cuentos sobre duelos a pistola en la calle principal al mediodía eran un invento de Hollywood. Los leones no arriesgaban la vida y, como le enseñaron en el entrenamiento básico, si uno se metía en una pelea pareja, era que no había planificado bien las cosas. Pelear limpio estaba bien para los juegos olímpicos, pero aquí no se trataba de eso. Ningún cazador va hacia un león haciendo ruido y blandiendo una espada. Hace lo sensato: se cubre tras un árbol y le dispara con fusil desde unos doscientos metros de distancia. Hasta los integrantes de la tribu masai de Kenya, para quienes matar un león marca el pasaje a la virilidad, tenían la sensatez de hacerla con una unidad o escuadra de diez hombres, no todos adolescentes, para asegurarse de que lo que llevaran de vuelta a su aldea fuera el rabo del león. No se trataba de ser valiente, sino de ser efectivo. Dedicarse a esto ya era, de por sí, bastante peligroso. Había que hacer lo posible por eliminar todo elemento de riesgo innecesario de la ecuación. Era un negocio, no un deporte. "¿Lo atrapamos en la calle?"
"Ya sabemos que eso funciona, Aldo. No me imagino que pudiéramos hacerla en el vestíbulo del hotel".
"De acuerdo, Enzo, ¿y ahora qué hacemos?"
"Juguemos a los turistas. La ópera parece impresionante. Echémosle un vistazo… Allí dice que dan La Valquiria de Wagner. Nunca la vi".
"Yo nunca vi una ópera en mi vida. Supongo que algún día debo hacerla, es parte del alma italiana, ¿no?"
"Ah sí, yo tengo mucha alma, pero lo que me gusta es Verdi".
"Y una mierda. ¿Cuándo fuiste a la ópera?"
"Tengo algunos de los compactos", respondió Dominic con una sonrisa. La Casa de la Opera del Estado resultó ser un magnífico ejemplo de arquitectura imperial, construida como para que Dios Mismo fuese a una función, armada de escarlata y oro. Fueran cuales hayan sido sus fallas, la Casa de Habsburgo había tenido un gusto impresionante. Dominic consideró brevemente la posibilidad de echar una mirada a las iglesias de la ciudad, pero llegó a la conclusión de que no sería apropiado, dada la razón por la cual estaban allí. Pasearon durante unas dos horas, luego regresaron al hotel, a la habitación de Jack.
"Nada nuevo de la central", les dijo Jack.
"No hay problema. Lo vimos. Es un viejo amigo de Munich", informó Brian. Entraron en el baño y abrieron los grifos, lo cual produciría la suficiente cantidad de ruido blanco como para incomodar a cualquier micrófono que hubiera ahí. "Es un compadre del señor Atef. Estaba allí cuando lo eliminamos en Munich".
"¿Cómo pueden estar seguros?"
"No podemos tener una seguridad de ciento por ciento, pero, ¿cuántas posibilidades de que haya estado en ambas ciudades por casualidad y justamente en este hotel?"
"Una certeza del ciento por ciento es mejor", objetó Jack.
"De acuerdo, pero cuando las posibIlidades son de mil contra uno, pones el dinero en la mesa y tiras los dados", respondió Dominic. "Según las reglas del Buró, se trata al menos de un asociado conocido, alguien a quien le haríamos algunas preguntas. De modo que probablemente no esté reuniendo contribuciones para la Cruz Roja, ¿sabes?" El agente se detuvo. "De acuerdo, no es perfecto, pero es lo mejor que tenemos y creo que vale la pena seguir adelante".
Para Jack, había llegado el momento de ver hasta dónde llegaba. ¿Tenía autoridad como para autorizar o desautorizar la misión? Granger no se lo había dicho. Era el apoyo de inteligencia para los gemelos. Pero ¿qué significa exactamente eso? Qué bueno. Era un trabajo sin definición y sin atribución de autoridad. No parecía demasiado lógico. Recordó que su padre dijo una vez que la gente de los cuarteles generales no debía dar segundas opiniones sobre lo que decidían las tropas sobre el terreno, porque las tropas tenían ojos y supuestamente estaban entrenadas para pensar por cuenta propia. Pero en este caso, su propio entrenamiento probablemente era al menos tan bueno como el de los gemelos. Pero no había visto la cara del supuesto objetivo y ellos sí. Si decía que no, ellos podían a su vez decirle dónde podía meterse su opinión y, como no tenía poder para imponerla, de todas maneras harían lo que quisieran y él quedaría descolocado, preguntándose quién había tenido razón. De pronto, el trabajo de agente de inteligencia parecía altamente impredecible, y se sentía atascado en una ciénaga, sin un helicóptero que lo sacase del apuro.
"Bueno, muchachos, es su misión". Esto le pareció a Jack una solución cobarde, más aún cuando agregó, "aún me sentiría más tranquilo si estuviésemos ciento por ciento seguros".
"También yo. Pero, como dije, mil a uno es suficientemente seguro como para hacer la apuesta. ¿Aldo?"
Brian lo pensó y asintió. "Por mí, sigamos adelante. Parecía muy preocupado por su amigo de Munich. Si es buen tipo, tiene amigos raros. Hagámoslo".
"De acuerdo", dijo Jack, aceptando lo inevitable. "¿Cuándo?"
"En cuanto se pueda", respondió Brian. Su hermano y él discutirían los aspectos tácticos más adelante, pero Jack no quería enterarse de eso.
Estaba de suerte, decidió Fa'ad a las 10:14 de esa noche. Recibió un mensaje instantáneo de Elsa K 69, quien evidentemente guardaba un buen recuerdo de él.
¿QUÉ HACEMOS ESTA NOCHE? le preguntó.
ESTUVE PENSANDO. IMAGINA QUE ESTAMOS EN UN CAMPO DE
CONCENTRACIÓN. YO SOY UNA]UDIA YTÚ ERES EL KOMMANDANT… NO
QUIERO MORIR CON LOS DEMÁS, ASÍ QUE TE OFREZCO PLACER A
CAMBIO DE MI VIDA… propuso "ella".
A él no se le podría haber ocurrido una fantasía más placentera. ADELANTE, COMIENZA, tipeó.
Así continuaron un rato hasta qué: POR FAVOR, POR FAVOR, NO SOY AUSTRÍACA, SOY UNA ESTUDIANTE ESTADOUNIDENSE ATRAPADA POR LA GUERRA…
Cada vez mejor. ¿AH, SÍ? HE OÍDO HABLAR MUCHO DE LO PUTAS QUE SON LAS JUDÍAS ESTADOUNIDENSES…
Continuaron así durante casi una hora. Finalmente, la envió al gas de todas formas. A fin de cuentas, ¿para qué sirven los judíos?
Como era de esperar, Ryan no podía dormir. Su cuerpo aún no se había aclimatado al cambio de husos horarios, a pesar de la razonable cantidad de horas que durmió en el avión. No podía entender cómo hacían las tripulaciones de vuelo, aunque sospechaba que siempre estaban sincronizadas con el lugar en que vivían, y pasaban por alto los lugares a donde les tocaba estar. Pero para hacer eso, hay que estar en constante movimiento, y ése no era su caso. De modo que decidió conectar su computadora y dedicarse a recorrer el Islam con el Google. El único musulmán que conocía era el príncipe Alí de Arabia Saudita y él no era un chiflado. Hasta se llevaba bien con la tímida hermana menor de Jack, Katie, que estaba fascinada por su barba bien recortada. Logró descargar el texto del Corán y comenzó a leerlo. El libro sagrado tenía cuarenta y dos suras, divididas en versos, como la Biblia. Claro que rara vez la miraba ni mucho menos leía, pues, como católico, esperaba que los sacerdotes le contaran las partes importantes, y le ahorraran todo el trabajo de leer quién engendró a quién -tal vez eso hubiera sido interesante y hasta divertido en su momento, pero no lo era ahora, a no ser que uno fuese un aficionado a la genealogía, que no era precisamente un tema de conversación de sobremesa para la familia Ryan. Además, todos sabían que todo irlandés desciende de un ladrón de caballos que huyó de su país para evitar que los malvados invasores ingleses lo ahorcaran. Eso había dado origen a toda una colección de guerras, una de las cuales había estado a punto de evitar su propio nacimiento en Annapolis.
Tardó unos diez minutos en darse cuenta de que el Corán era una copia literal de todo lo escrito por los profetas judíos, inspirados por Dios, claro, pues ellos mismos decían que así era. Lo mismo decía este Mahoma. Supuestamente, Dios le había hablado y él hizo de secretario ejecutivo y anotó todo. Fra una pena que todos estos sujetos no hubieran tenido una videocámara y un grabador de cinta, pero así eran las cosas y, según le explicó un cura en Georgetown, la fe era la fe y o creías como se suponía que debías creer o no creías en absoluto.
Claro que Jack sí creía en Dios. Su madre y su padre le habían enseñado los fundamentos y enviado a colegios católicos, donde había aprendido las oraciones y las reglas y había tomado la primera Comunión, había hecho su Confesión -ahora llamada "Reconciliación" en la más gentil y amable iglesia de Roma- y tomado la Confirmación. Pero hacía tiempo que no entraba en una iglesia. No era que estuviese contra la Iglesia, sólo que había crecido, y tal vez no ir fuese una (estúpida) manera de mostrarles a papá y mamá que ahora podía decidir por su cuenta y que ellos ya no podían darle órdenes.
Notó que en las aproximadamente cincuenta páginas que había leído por encima no decía nada acerca de matar inocentes para disfrutar de los favores de las mujeres que se contaran entre ellos en el paraíso. El castigo al suicidio era muy similar al que había explicado la hermana Frances Mary en segundo grado. El suicidio era un pecado mortal que realmente era mejor evitar, porque después de cometerlo no había forma de ir a confesarse para limpiárselo del alma. El Islam decía que la fe era buena, pero que no era una cosa que sólo debía pensarse. También debía vivirse. Perfectamente de acuerdo con lo que enseñaban los católicos.
Al cabo de noventa minutos, se dio cuenta -y era una conclusión bastante obvia- que el terrorismo tenía tanto que ver con la religión musulmana como con el catolicismo y el protestantismo de los irlandeses. Adolf Hitler, decían sus biógrafos, se había considerado católico hasta el momento de suicidarse -evidentemente, no había conocido a la hermana Frances Mary, si no, lo hubiera pensado dos veces. Pero estaba loco. De modo que, si es que entendía bien lo leído, Mahoma probablemente habría estado contra los terroristas. Fue un hombre decente y honorable. Sin embargo, no todos sus seguidores eran así, y con ésos debían lidiar los gemelos y él.
Cualquier religión podía ser tergiversada por una banda de locos, pensó, con un bostezo, y al Islam le había tocado esa suerte.
"Debo leer más de esto", se dijo camino a la cama. "Debo hacerlo".
Fa'ad despertó a las ocho y media. Hoy se reuniría con Mahmoud, en el drugstore ubicado calle abajo. Desde ahí tomarían un taxi que los llevara a algún sito -probablemente un museo- para la transferencia misma del mensaje, y allí se enteraría de qué debía ocurrir y que debía hacer él para que así fuera. Realmente era una lástima no tener residencia propia. Los hoteles eran confortables, en particular por su servicio de lavandería, pero estaba llegando al límite de su tolerancia.
Llegó el desayuno. Agradeció al camarero y le dio una propina de dos euros antes de leer el periódico que venía en la mesita rodante. No parecía ocurrir nada importante. Se acercaban las elecciones en Austria, y cada uno de los partidos en pugna se dedicaba a ensuciar entusiastamente a su oponente, como ocurría habitualmente en el juego político de Europa. En su país natal las cosas eran mucho más predecibles, y más fáciles de entender. A las nueve de la mañana encendió el televisor y se encontró mirando el reloj con creciente frecuencia. Estas citas siempre lo ponían ansioso. ¿y si el Mossad lo hubiera identificado? La respuesta era evidente. Lo matarían como quien aplasta un insecto.
Afuera, Dominic y Brian paseaban, casi sin rumbo o al menos así le habría parecido a un observador casual. El problema era que había unos cuantos de éstos. Había un kiosco de revistas frente al hotel, y un portero a las puertas del Bristol. Dominic pensó reclinarse contra un farol y leer el diario, pero en la academia del FBI le habían dicho que nunca hiciera eso, pues hasta los espías habían visto las películas en que los actores lo hacían. De modo que, fuese eso profesional o no, realista o no, ahora todo el mundo estaba condicionado para desconfiar de alguien que, apoyado en un farol, leyera el diario. Seguir un tipo al aire libre sin que te viera era juego de niños comparado con esperar a que apareciese. Suspiró y siguió andando.
Brian pensaba algo similar. Pensaba en cuánto ayudaría un cigarrrillo en un momento así. En las películas, te daba algo que hacer, como a Begart con sus clavos de ataúd sin filtro. Mala suerte, Bogie, pensó Brian. El cáncer debía de ser una fea enfermedad. No es que él les estuviese suministrando exactamente el elixir de la vida a sus objetivos, pero al menos no duraban meses. En pocos minutos, se apagaba el cerebro. Además, se lo merecían por uno u otro motivo. Tal vez no todos estuviesen de acuerdo con eso, pero había que cuidarse a la hora de hacerse enemigos. No todos ellos serían ovejas inermes e indefensas, y era difícil precaverse de las sorpresas. La sorpresa es el mejor elemento con que se puede contar en el campo de batalla. Si sorprendías al enemigo, éste ni siquiera podía responder, y de eso exactamente se trataba, porque esto no era personal, sino cuestión de negocios. Como un novillo en el matadero, entraba en una pequeña habitación y aun si alzaba la vista y viera al tipo del martillo neumático, al instante siguiente se encontraría en el cielo vacuno, donde la hierba siempre era verde, el agua dulce y no había lobos…
Te estás distrayendo, Aldo, pensó Brian. Cualquier lado de la calle le serviría. De modo que cruzó y se dirigió al cajero automático ubicado frente al Bristol, sacó su tarjeta y pulsó el código de acceso, lo que le valió una recompensa de quinientos euros. Miró el reloj: 10:53. ¿Cuándo saldría el pájaro? ¿Se lo habrían perdido?
El tránsito había disminuido en intensidad. Los autobuses rojos pasaban rugiendo. Aquí las personas se ocupaban de lo suyo. Andaban sin mirar a los lados, a no ser que estuvieran a la busca de algo en especial. No establecían contacto ocular con los desconocidos, no sentían el impulso de saludar a nadie. Evidentemente, los desconocidos debían seguir siéndolo. Aquí se notaba aún más que en Munich cuán in Drdnung estaba esta gente. Lo más probablemente era que en sus casas se pudiera comer directamente del suelo.
Dominic se había posicionado al otro lado de la calle, cubriendo el camino a la ópera. El sujeto sólo podía ir en dos direcciones: a la derecha o a la izquierda. Podía cruzar, o no, la calle. No había más opciones, a no ser que un auto viniera a buscarlo, en cuyo caso la misión no se podría realizar. Pero mañana sería otro día. Su reloj,marcaba las 10:56. Debía cuidarse de no mirar demasiado la entrada del hotel. Hacer esto lo hacía sentir vulnerable…
Ahí, ibingo!, estaba el sujeto, vestido con un traje azul a finas rayas y una corbata rojo oscuro, como quien va a una importante reunión de negocios. Dominic también lo vio y decidió aproximarse desde el noroeste. Brian esperó hasta ver qué haría su hermano…
Fa'ad decidió jugarle un truco a su amigo. Sólo para cambiar la rutina, lo abordaría desde el otro lado de la calle, de modo que cruzó a mitad de cuadra, esquivando el tránsito. De pequeño, disfrutaba entrando en el corral donde se encerraba a los caballos de su padre para esquivarlos. Claro que los caballos eran lo suficientemente inteligentes como para no chocar innecesariamente con nada, lo cual no parecía ser el caso de algunos de los autos que subían por Kartner Ring. De todas formas, llegó ileso al otro lado.
La calle frente al hotel tenía un aspecto inusual, con una mano estrecha semejante a un acceso privado, una estrecha banda de césped, luego la calle misma con sus autos y autobuses, luego otra banda de césped y finalmente otra mano estrecha correspondiente a la acera de enfrente. El objetivo cruzó rápidamente y avanzó hacia el oeste, en dirección al hotel. Brian se posicionó tres metros por detrás de él, sacó su bolígrafo e hizo girar el cañón para que la punta de la hipodérmica reemplazara a la de escribir, controlando visualmente que todo estuviera listo.
Max Weber era un conductor de tranvía que llevaba veintitrés años trabajando para la autoridad de tránsito metropolitana. Conducía su tranvía de ida y de vuelta dieciocho veces al día, a cambio de lo cual recibía un razonable salario. Ahora se dirigía al norte, alejándose de Schwartzenberg Platz, girando a la izquierda donde la calle cambiaba su nombre de Rennweg a Schwartzenberg Platz para entrar por la izquierda al Kartner Ring. El semáforo le dio paso y sus ojos se dirigieron al lujoso Hotel Imperial, donde se alojaban todos los extranjeros ricos y los diplomáticos. Luego, sus ojos regresaron a la calle. Los tranvías no podían ser desviados, y mantenerse fuera de su camino era responsabilidad de los automovilistas. No es que fuera muy rápido, apenas a más de cuarenta kilómetros por hora, aun al final de la línea. No era un trabajo exigente en lo intelectual, pero lo hacía a conciencia y de acuerdo al manual. Sonó la campana. Alguien debía descender en la esquina de Kartner y Wiedner Hauptstrasse.
Allí. Allí estaba Mahmoud. Miraba para el otro lado. Bien, pensó Fa'ad, tal vez podría sorprender a su colega y divertirse jugándole una broma. Se detuvo en la acera y escudriñó el estrecho pasaje antes de cruzar la calle.
Bueno, moraco, pensó Brian acercándose sólo tres pasos y…
Ay, pensó Fa'ad. Fue una leve punzada de dolor en el trasero. La ignoró y continuó andando, abriendo un camino en el tránsito de la calle. Se acercaba un tranvía, pero aún estaba demasiado lejos para ser motivo de preocupación. Nadie se acercaba por la derecha, así que…
Brian siguió andando. Pensó que iría al kiosco de revistas. Sería un buen punto para volverse y mirar mientras adquiría alguna publicación.
Weber vio al idiota que se disponía a cruzar corriendo las vías. ¿No sabían esos idiotas que sólo se debía cruzar en el Ecke, donde él se detendría ante la luz roja como todo el mundo? Eso se lo enseñaban a los niñitos de Kindergarten. Había gente que creía que su tiempo era más valioso que el oro, como si fuesen el mismo Franz Josef, resucitado tras estar muerto cien años. No varió la velocidad. Idiota o no, habría cruzado la vía para el momento en que…
Fa'ad sintió que su pierna derecha cedía. ¿Qué ocurría? Luego la izquierda, y comenzó a caer sin saber por qué -y luego comenzaron a ocurrir otras cosas, demasiado rápido como para que las entendiera y, como si se viese desde afuera, se vio cayendo -iy se aproximaba un tranvía!
Max reaccionó un poco tarde. Apenas podía creer lo que veían sus ojos. Pero era innegable. Pisó el freno, pero el idiota estaba a sólo veinte metros de él y… lieber Gott! El tranvía tenía un par de barras que corrían horizontalmente bajo su trompa para evitar exactamente lo que estaba ocurriendo, pero hacía semanas que nadie las verificaba y Fa'ad era esbelto -tanto que sus pies se deslizaron por debajo de las barras de seguridad, y empujaron su cuerpo verticalmente y hacia un costado Max sintió el horrible doble salto de su paso por encima del cuerpo del hombre. Alguien llamaría una ambulancia, pero harían mejor en llamar a un sacerdote. El pobre desgraciado nunca llegaría a donde iba tan de prisa, pretendiendo ahorrar tiempo a costa de su vida. ildiota!
Al otro lado de la calle, Mahmoud se volvió justo a tiempo para ver cómo moría su amigo. Sus ojos imaginaron más bien que vieron cómo el tranvía saltaba, como para intentar evitar a Fa'ad, y en ese instante, su mundo cambió y el de Fa'ad concluyó para siempre.
"Dios mío", pensó Brian desde una distancia de veinte metros, con una revista en sus manos. El pobre hijo de puta no había vivido lo suficiente como para morir de resultas del veneno. Vio que Enzo había cruzado la calle, tal vez con la idea de dar un pinchazo él si el blanco llegara al otro lado, pero la succinylcolina había funcionado como debía. Sólo que había escogido un lugar especialmente malo para desplomarse. O bueno, dependiendo del punto de vista. En el drugstore había un tipo de aspecto árabe cuyo rostro mostraba aún más horror que el de los ciudadanos que lo rodeaban. Había muchos gritos y manos que tapaban bocas, pues sin duda que no era un espectáculo agradable, aunque el tranvía se había detenido exactamente arriba del cuerpo.
"Alguien tendrá que lavar la calle", dijo quedamente Dominic. "Buen trabajo, Aldo".
"Bueno, creo que el juez de Alemania Oriental me daría un cinco punto seis. Vamos".
"Entendido, hermanito".
Y fueron hacia la derecha, pasando la tabaquería, rumbo a Schwartzenberg Platz.
A sus espaldas se oían algunos gritos de mujeres, mientras que los hombres lo tomaban con menos alharaca, en muchos casos alejándose. El portero del Imperial entró en el hotel a convocar una ambulancia y al Feuerwehr. Tardaron unos diez minutos en llegar. Los bomberos fueron los primeros en llegar y para ellos, el tétrico espectáculo fue inmediato y decisivo. Al parecer, había perdido toda la sangre de su cuerpo, y no había forma de salvarlo. También llegó la policía, y un capitán de policía, que venía de su destacamento de la cercana Friedrichstrasse, le indicó a Max Weber que hiciera retroceder su tranvía. Esto hizo que mucho -y poco- quedara a la vista. El cuerpo había quedado dividido en cuatro trozos irregulares, como si lo hubiese desgarrado un depredador prehistórico. La ambulancia se detuvo cerca de la mitad de la calle, mientras la policía de tránsito les indicaba a los autos que siguiesen su camino. Pero los conductores y los pasajeros se tomaban su tiempo para mirar la carnicería: la mitad miraba con siniestra fascinación, mientras que la otra mitad alejaba la vista con horror y repugnancia. Hasta habían llegado algunos reporteros con sus cámaras y anotadores y Minicams para los de la tele.
Necesitaron tres bolsas para colocar los restos. Un inspector de la autoridad de tránsito llegó a entrevistar al conductor, quien, por supuesto, ya estaba bajo custodia de la policía. Retirar el cadáver, inspeccionar el tranvía y despejar la calle llevó cerca de una hora. De hecho, todo fue hecho con considerable eficiencia y para las 12:30 todo estaba otra vez in ordenung.
Menos para Mahmoud Mohammed Fahdil, quien se fue a su hotel y encendió su computadora para enviarle un mensaje de correo electrónico a Moharnmed Hassan al-Din, quien estaba en Roma, pidiendo instrucciones.
En ese momento, Dominic estaba en su propia computadora, redactando un e-mail informando al Campus de su tarea del día y pidiendo instrucciones para la próxima misión.