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CAPÍTULO 22 La escalinata de la Plaza España

"Estás bromeando", dijo Jack.

"Dios, concédeme un adversario estúpido", respondió Brian. "Ésa es la oración que nos enseñaron en el entrenamiento básico. El problema es que, tarde o temprano, aprenden a ser más inteligentes".

"Como los delincuentes", asintió Dominic. "El problema con el trabajo policial es que por lo general pescamos a los estúpidos. Ni siquiera se oye hablar acerca de los inteligentes. Por eso tardamos tanto en vencer a la mafia y realmente no son tan astutos. Pero sí, es un proceso darwiniano y de alguna forma los estamos ayudando a que desarrollen el cerebro".

"¿Alguna noticia de casa?", preguntó Brian.

"Mira la hora que es. No llegarán hasta dentro de una hora", explicó Jack. "¿Así que el tipo realmente resultó atropellado?"

Brian asintió. Había caído y había sido atropellado como el animal oficial del estado de Mississippi, un perro aplastado en la ruta. "Por un tranvía. Lo bueno es que cuando se detuvo tapó el amasijo". Mala suerte, don Moraco.

No había ni una milla hasta el Krankenhaus St. Elizabet sobre la Invalidenstrasse, donde la ambulancia llevó lo que quedaba de Fa'ad. Habían avisado que llegaban, de modo que no fue particularmente sorprendente que los esperaran tres bolsas de goma. Estas fueron debidamente puestas sobre la mesa de disección -no tenía sentido enviado a la sección de ingreso de cadáveres, pues la causa de muerte era tan obvia que resultaba de una lúgubre comicidad. Lo único difícil sería recuperar sangre para el examen toxicológico. El cuerpo había resultado tan destrozado que había quedado casi sin sangre, pero había la suficiente en los órganos internos -sobre todo el bazo y el cerebro- como para extraer un poco con una jeringa y enviarla al laboratorio, que buscaría indicios de narcóticos y alcohol. La única otra cosa que una autopsia podía haber buscado era una pierna rota, pero la pasada del tranvía sobre el cuerpo -habían sacado su nombre e identidad de su billetera y la policía estaba verificando los hoteles para ver si había dejado un pasaporte de modo de poder notificar a la correspondiente embajada- significaba que hasta una rodilla fracturada sería imposible de detectar. Ambas piernas habían sido totalmente aplastadas en cuestión de segundos. Lo sorprendente era que la expresión del rostro era plácida. Hubieran sido de esperar ojos abiertos y una mueca de dolor, pero lo cierto es que ni siquiera la muerte traumática tiene reglas invariables, como sabía el patólogo. Tenía poco sentido hacer una investigación a fondo. Tal vez si hubiera sido baleado pudieran dar con una herida de bala, pero no había razón para sospechar que eso hubiese ocurrido. La policía ya había hablado con diecisiete testigos oculares que habían estado a treinta metros o menos del incidente. En fin, que, para el caso, el informe de patología podría tánto haber sido un formulario impreso como un documento oficial firmado.

"Demonios", observó Granger. "¿Cómo demonios lo hicieron?" Tomó el teléfono. "¿Gerry? Baja. Cayó el número tres. Tienes que ver el informe". Colgó y pensó en voz alta. "Bien, ¿dónde los enviamos ahora?"

Esa decisión se tomó en otro piso. Tony Wills estaba copiando todos los mensajes para Ryan, y el que estaba a la cabeza de la lista, lo impresionó por su sangrienta brevedad. Tomó el teléfono para hablar con Rick Bell.

Para nadie fue un golpe tan duro como para Max Weber. Le tomó media hora sobreponerse al shock y el rechazo iniciál. Vomitó mientras que sus ojos repetían la imagen del cuerpo cayendo por debajo de su campo visual, y revivía el horrible doble salto del tranvía. No fue culpa suya, se dijo. Ese idiota, Das Idiot cayó justo frente a él, como lo hubiera hecho un borracho, aunque era demasiado temprano para que el hombre hubiese tomado mucha cerveza. Ya había tenido accidentes, más que nada roces con los paragolpes de automóviles que giraban sin aviso frente a él. Pero nunca había visto, y casi no había oído hablar de accidentes fatales con un tranvía. Había matado a un hombre. El, Max Weber, había quitado una vida. No había sido culpa suya, se repitió aproximadamente una vez por minuto durante las siguiente dos horas. Su supervisor le dio el resto del día franco, y se fue a su casa en su Audi, deteniéndose en una Gastahaus a una cuadra de su casa, porque ése no era un día para beber solo.

Jack revisaba su material diario del Campus, acompañado por Dom y Brian, con quienes había compartido una comida tardía y unas cervezas. Era tráfico de rutina, mensajes de correo electrónico de y a personas de quienes se sospechaba que estaban en el juego, la mayor parte de quienes eran pacíficos habitantes de distintos países que una o dos veces habían escrito palabras mágicas que habían activado el sistema Echelon de Fort Meade. Entre ellos había uno parecido a los demás, sólo que iba dirigido a jjçjjaeufQcoffl,net.

"Eh, amigos, parece que nuestro amigo se estaba por encontrar con otro correo. Este le escribe a nuestro viejo amigo Cincuenta y seis MoHa y solicita instrucciones".

"¿Ah sí?" Dominic se acercó a echar un vistazo. "Qué nos dice?"

"Sólo tengo un alias de Internet, está en AOL: [email protected]. Si MoHa le responde, tal vez nos enteremos de algo. Creemos que es un oficial de operaciones de los malos. La NSA le sigue el rastro desde hace unos seis meses. Los mensajes están codificados, pero los podemos descifrar y los leemos casi todos".

"¿Cuán rápido le responderán?", se preguntó Dominci.

"Depende de don MoHa", dijo Jack. "Sólo podemos esperar".

"Entendido", dijo Brian desde su asiento junto a la ventana.

"Veo que Jack no los demoró", observó Hendley.

"¿Creíste que lo haría?, vamos, Gerry, te dije que no sería así, dijo Granger, quien, en voz baja, ya le había dado gracias a Dios. "Como sea, ahora quieren instrucciones".

"Tu plan era eliminar a cuatro objetivos, y bien, ¿quién es el número cuatro?", preguntó el senador.

Ahora le tocó a Granger ser humilde. "Aún no estoy seguro. A decir verdad, no esperaba que actuaran con tanta eficiencia. Tenía la esperanza de que estas operaciones generasen un blanco de oportunidad, pero todavía nadie asomó la cabeza. Tengo algunos candidatos. Déjame repasarlos esta tarde". Sonó su teléfono. "Claro, ven, Rick". Colgó. "Rick Bell dice que tiene algo interesante". Menos de dos minutos después, se abrió la puerta. "Oh, hola Gerry. Qué bueno que te encuentro aquí. Sam"

– Bell volvió la cabeza- "acaba de llegar esto". Le alcanzó una impresión en borrador de un mensaje de correo electrónico. Granger escudriñó la hoja. "Conocemos a este tipo…"Ya lo creo. Es oficial de operaciones de nuestros amigos. Imaginábamos que tiene base en Roma. Bueno, es así. Como todo burócrata -en particular los de alta jerarquía- a Bell le gustaba autocongratularse. Granger le alcanzó la hoja a Hendley. "Muy bien, Gerry, aquí tenemos al número cuatro". ' "No me gusta lo fortuito". "A mí tampoco me gustan las coincidencias, Gerry, pero cuando ganas la lotería, no devuelves el dinero", dijo Granger, pensando que el entrenador Darrell tenía la razón: la suerte no sale en busca de los torpes. "Rick: ¿vale la pena quitar de en medio a este fulano?" "Por supuesto que sí, confirmó Bell con entusiasmo. "No sabemos mucho acerca de él, pero todo lo que sabemos es malo. Está en el área operativa, de eso estamos ciento por ciento seguros, Gerry. Y siento que es lo adecuado. Uno de sus hombres ve como otro cae, lo informa y éste responde de inmediato. Sabes, si alguna vez llego a conocer al tipo que inventó el programa Echelon, creo que tendré que invitarlo a una cerveza". "Selección por las malas", observó Granger con decidida autocongratulación. "Demonios, sabía que funcionaría. Si uno sacude un nido de avispas, es imposible que no salgan algunas". "Mientras no te piquen, advirtió Hendley. "Bien, ¿y ahora qué?" "Démosles el visto bueno antes de que el zorro se meta en la cueva", fue la instantánea réplica de Granger. "Si conseguimos atrapar a éste, es probable que realmente demos con algo valioso". Hendley volvió la cabeza. "¿Rick?" "Por mí, de acuerdo. Misión en marcha", dijo. "De acuerdo, entonces misión en marcha", asintió Hendley. "Da la orden".

Lo bueno de las comunicaciones electrónicas era que no tardaban mucho. De hecho, Jack ya tenía en su poder la parte relevante.

"Bueno, amigos, el nombre de Cincuenta y seis MoHa es Mohammed – no es una gran noticia, se trata del nombre más común del mundo y dice que está en Roma, en el hotel Excelsior sobre la Via Vittorio Veneto, número uno dos cinco".

"Oí hablar de ese lugar", dijo Brian. "Es caro, muy bonito. Parece que a nuestros amigos les gusta alojarse bien".

"Se registró con el nombre de Nigel Hawkins. Un nombre tremendamente inglés. ¿Será ciudadano británico?"

"¿Con un nombre como Mohammed?", se preguntó Dominic en voz alta.

"Podría tratarse de un nombre falso, Enzo", replicó Jack, sin dejar que Dominic siguiera especulando. "Sin una fotografía, no podemos adivinar cuál será su origen. Está bien, tiene un celular, pero Mahmoud -es quien vio caer al pájaro esta mañana- debería saber cuál es". Jack se detuvo. "Me pregunto por qué no lo telefoneó. Mmm… Bueno, la policía italiana nos envió material originado en escuchas electrónicas. Tal vez estén vigilando las transmisiones por aire y nuestro amigo se cuide.

"Suena lógico, pero… ¿por qué envía cosas a través de Internet?"

"Cree que es segura. La NSA ha descifrado muchos de los sistemas públicos de encripción. Quienes los comercializan no lo saben, pero los muchachos de Fort Meade son muy buenos en esa área. Una vez que lo descifras, queda descifrado y el otro nunca se enterará de que es así. De hecho, desconocía el verdadero motivo de esto. La verdad era que los programadores habían sido persuadidos de insertar accesos ocultos en los sistemas, por patriotismo, por dinero, o, a menudo, por ambas cosas. SóMoHa empleaba el más caro de tales programas, cuyos manuales proclamaban con orgullo que nadie podía descifrarlos debido a que contenían un algoritmo exclusivo desarrollado por ellos. Claro que no decían cómo funcionaba, sino que se limitaban a afirmar que se trataba de un proceso de encriptación de 256 bits, lo cual estaba destinado a impresionar a los clientes con la magnitud de la cifra. Lo que los manuales no decían era que el ingeniero de software que lo generó había trabajado alguna vez en Fort Meade -ése era el motivo por el cual lo contrataron y tenía bien presente el juramento prestado en esa ocasión, además del millón de dólares libre de impuestos que recibió para reforzar su patriotismo. Ese dinero había pagado parte de su casa en las colinas del condado Mann. De modo que el mercado de bienes inmuebles californianos estaba en cierto modo al servicio de la seguridad de los Estados Unidos de América.

"¿De modo que podemos leer su correo electrónico?", preguntó Dominic.

"Una parte", confirmó Jack. "El Campus copia la mayor parte de lo que la NSA obtiene en Fort Meade, y cuando lo envían a la CIA para ser analizado, también lo interceptamos. Es menos complicado de lo que parece".

En cuestión de segundos, Dominic comprendió muchas cosas. "Joder susurró mirando al alto techo de la suite de Jack. "Ahora entiendo. Una pausa. "Basta dé cerveza, Aldo. Nos vamos a Roma". Brian asintió.

"¿No caben tres en el auto, verdad?", preguntó Jack.

"No, Junior, es un 911".

"Bien, me tomo un avión a Roma". Jack se dirigió al teléfono y se comunicó con la recepción. Diez minutos más tarde, tenía una reserva en un 737 de Alitalia, que partía dentro de una hora y media con destino al aeropuerto internacional Leonardo da Vinci. Se preguntó si debía cambiarse las medias. Si había algo en la vida que detestaba era sacarse los zapatos en un aeropuerto. Pocos minutos después, su equipaje estaba hecho, y partía, deteniéndose sólo el tiempo necesario para agradecerle al conserje. Un taxi Mercedes lo llevó al aeropuerto.

Dominic y Brian apenas si habían deshecho sus maletas y en diez minutos estuvieron listos para partir. Dom llamó al botones mientras Brian iba al kiosco de revistas a comprar mapas forrados en plástico para cubrir su trayecto hacia el sudoeste. Consideraron que con eso y los euros que había sacado del cajero ya tenían todo lo necesario, siempre que Enzo no los hiciera caer por un precipicio. El Porsche de feo tono azul llegó a la puerta del hotel, y el portero metió las maletas a la fuerza en el pequeño maletero frontal. Dos minutos más tarde, estaban en camino, y Brian estudiaba los mapas en busca del camino más corto hasta la Sudautobahn.

Jack subió al Boeing tras soportar la humillación que actualmente era parte del costo global de volar en líneas comerciales -era más que suficiente para que recordara con nostalgia al Air Force One, aunque también recordó la velocidad con que se acostumbró al confort y la atención, y que sólo cuando debió renunciar a ellos se enteró de lo que debía soportar el común de la gente, lo cual fue como estrellarse contra una pared de ladrillos. Por el momento, debía ocuparse de reservar hotel. ¿Cómo se hacía eso desde un avión? Había un teléfono adosado a su asiento de primera clase, de modo que, ayudado por su tarjeta negra, hizo su primer intento de conquistar los teléfonos europeos, ¿Qué hotel? ¿Por qué no el Excelsior? Se comunicó con la conserjería al segundo intento y se enteró de que sí, tenían varias habitaciones disponibles, Reservó una pequeña suite y, sintiéndose muy satisfecho de sí mismo, aceptó un vaso de vino blanco toscano de la amistosa azafata, estaba aprendiendo que aun una vida frenética podía ser satisfactoria si uno sabía cuál sería el siguiente paso y, por el momento, su horizonte se encontraba siempre a un paso de distancia.

Los ingenieros de caminos alemanes les debían de haber enseñado todo lo que sabían a los austríacos, pensó Dominic, O tal vez todos los que eran inteligentes leían el mismo libro, como fuera, la ruta no era muy diferente de las cintas de concreto que atraviesan los Estados Unidos, aunque las señales eran tan distintas que resultaban incomprensibles, ante todo porque prácticamente las únicas palabras que contenían eran nombres de ciudades, y hasta éstos eran extranjeros, calculó que un número negro sobre fondo blanco dentro de un círculo rojo era el límite de velocidad, pero estaba en kilómetros, de los cuales entraban tres y un poco más en dos millas. y los límites de velocidad austríacos no eran tan generosos como los de Alemania. Tal vez no tuvieran suficientes médicos para atender a todos los accidentados, pero, aún en el ascenso a las colinas, las curvas estaban debidamente peraltadas y el arcén daba suficiente espacio de maniobra en caso de que alguien confundiera seriamente la derecha con la izquierda, el Porsche tenía un control de velocidad de crucero, y lo fijó cinco puntos por encima del límite permitido, sólo para tener la satisfacción de ir un poco demasiado rápido, No tenía la certeza de que su credencial del FBI lo salvara de una multa aquí como ocurría en los Estados Unidos,

"¿Cuánto falta, Aldo?", le preguntó a su copiloto.

"Pareciera que son unos mil kilómetros desde donde estamos, digamos que faltan unas diez horas"

"Demonios, apenas lo suficiente como para calentar el motor. Necesitaremos cargar combustible dentro de unas dos horas. ¿Cómo estás de fondos?"

"Setecientos dólares de juego del Monopolio. Gracias a Dios, éstos también sirven para Italia. Con las viejas liras, uno se volvía loco haciendo cálculos. El tránsito no está mal", observó Brian.

"No, Y son educados", asintió Dominic. "¿Los mapas son buenos?"

"Sí, mucho. Necesitaremos uno de Roma".

"De acuerdo, no creo que sea difícil conseguido". y Dominic le agradeció a Dios que le hubiera dado un hermano que sabía leer mapas. "Cuando paremos a cargar combustible, podemos comer algo".

"De acuerdo, hermanito". Brian alzó la vista hacia las montañas que se veían a distancia -no había forma de saber cuán lejos estaban, pero deben haber sido un espectáculo imponente en la época en que la gente se desplazaba a pie o a caballo. Deben de haber sido mucho más pacientes que el hombre moderno, o tal vez simplemente eran menos sensatos. Por el momento, el asiento era confortable y su hermano no conducía como un demente total.

Los italianos resultaron ser buenos pilotos de avión además de ser buenos al volante de un auto de carreras. El piloto prácticamente besó la pista y el aterrizaje fue tan bienvenido como de costumbre. Había volado demasiado para que lo pusiera tan nervioso como le ocurría a su padre en un momento, pero, como la mayor parte de la gente, se sentía más a salvo caminando o rodando sobre algo que pudiera ver. Aquí también había taxis Mercedes, así como un conductor que hablaba un inglés aceptable y sabía cómo llegar al hotel.

Las autopistas se parecen en todas partes y, por un momento, Jack se preguntó dónde demonios estaba. La tierra que rodeaba el aeropuerto tenía un aspecto agrícola, pero la inclinación de los techos no era igual a la de su país. Evidentemente, aquí no nevaba mucho. Estaban cerca del fin de la primavera, y aunque hacía suficiente calor como para usar una camisa de manga corta, éste no era opresivo. Había estado una vez en Italia, acompañando a su padre en una misión oficial -creía recordar que se trataba de algún tipo de reunión económica- pero siempre desplazándose en un auto de la embajada. El papel de príncipe era divertido, pero no es la forma de aprender a recorrer caminos, de modo que lo único que recordaba eran los sitios donde había estado. No tenía ni idea de cómo había llegado a ninguno de ellos. Esta era la ciudad de César, y de muchas otras personas a quienes la historia recordaba, por cosas buenas y malas. Más que nada malas, porque así es la historia, y era por eso, recordó, que él estaba ahí. Realmente era un buen recordatorio de que él no era el árbitro de lo bueno y lo malo que ocurría en el mundo, sino simplemente un individuo que trabajaba para su país a escondidas, de modo que la responsabilidad de sus decisiones no recaía completamente sobre sus espaldas. Ser Presidente, como lo fue su padre durante algo más de cuatro años, no puede haber sido divertido, a pesar del poder y la importancia del cargo. El poder acarreaba una responsabilidad directamente proporcional a su magnitud y, si uno tenía conciencia, debía de ser muy difícil ejercerlo. Claro que era consolador pensar que uno hacía cosas que muchos consideraban necesarias. Y, se recordó Jack, siempre podía decir no, y aunque ello podía acarrear consecuencias, nunca serían demasiado severas. Al menos, no tan severas como lo que estaban haciendo sus primos y él.

Via Vittorio Veneto tenía aire de estar dedicada a los negocios más que a los turistas. Los árboles que la flanqueaban tenían un aspecto mustio. Soprendentemente, el hotel no era un edificio alto. Tampoco tenía una entrada lujosa. Jack le pagó al conductor y entró junto al valet que le llevaba las maletas. El interior estaba completamente enmaderado, y el personal era todo lo amable que podía ser. Tal vez se tratara de un deporte olímpico en el que todos los europeos buscaran destacarse, pero, como sea, alguien lo condujo hasta su habitación. Había aire acondicionado, y el aire fresco de la suite era realmente agradable.

"Disculpe ¿cómo se llama usted?", le preguntó al botones.

"Stefano", respondió el hombre.

"Sabe si aquí se aloja un señor Hawkins, Nigel Hawkins?"

"¿El inglés? Sí, está a tres puertas de aquí, sobre este mismo pasillo. ¿Es amigo suyo?"

"No, de mi hermano. Por favor, no le diga nada. Quiero darle una sorpresa", sugirió Jack entregándole un billete de veinte euros al botones.

"Por supuesto, signore".

"Muy bien. Gracias".

"Prego", respondio Stefano, y regresó a la recepción.

Jack se dijo que lo que acababa de hacer seguramente iba contra todas las reglas operativas, pero ya que no tenían una foto del pájaro, tenían que lograr hacerse una idea del aspecto que tenía.

"Tiene una llamada", comenzó a decir en voz baja el teléfono de Brian, repitiendo la advertencia tres veces, hasta que su propietario lo extrajo del bolsillo de su chaqueta.

"Hola". Se preguntó quién sería el que llamaba.

"Aldo, soy Jack. Estoy en el hotel, en el Excelsior. ¿Quieren que trate de reservarles una habitación aquí? Es muy bueno. Creo que les gustará".

"Espera". Puso el teléfono en su regazo. "No me vas a creer dónde se alojó Junior".

"Estás bromeando", respondió Dominic.

"No. Quiere saber si nos reserva una habitación. ¿Qué le digo?"

"Humm, Una rápida reflexión. "Bueno, es nuestro apoyo de inteligencia, ¿no?"

"Me suena un poco demasiado obvio, pero si tú lo dices volvió a tomar el teléfono. "Jack, afirmativo, compañero".

"Muy bien. De acuerdo, me encargo. A no ser que yo les telefonee para decirles que no lo hagan, los espero aquí.

"Entendido, Jack. Nos vemos".

"Adiós", oyó Brian antes de cortar la comunicación. "Sabes, Enzo, no estoy muy seguro de que ésta sea una idea inteligente".

"Está ahí. Está sobre el terreno y tiene ojos. Siempre podemos retroceder si tenemos que hacerlo".

"Bien, entonces. El mapa dice que en unas cinco millas llegaremos a un túnel". El reloj del tablero marcaba las 4:05. Iban a un buen promedio, pero se dirigían directamente hacia una montaña que se alzaba inmediatamente a continuación de la ciudad o pueblo de Badgastein. Para pasarla necesitaban o un túnel o un gran equipo de cabras.

Jack encendió su computadora. Tardó diez minutos en comprender cómo conectarse por teléfono, pero finalmente lo logró, y cuando lo hizo, se encontró con que su casilla de correo electrónico rebosaba de bits y bytes dirigidos a él. Había una felicitación de Granger por la misión completada en Viena, aunque él nada había tenido que ver con eso. Pero a continuación venía una evaluación de Bell y Wills sobre SóMoHa. Era casi toda decepcionante. Cincuenta y seis era un agente de operaciones enemigo. Hacía cosas o las planeaba, y una de las cosas que probablemente había hecho o planificado había resultado en que muchos fueran asesinados en cuatro centros de compras allá en casa, de modo que al hijo de puta había que organizarle un encuentro con Dios. No especificaba cuál había sido su papel, cómo había sido entrenado, cuán capaz era ni si iba armado o no, información con la cual le habría gustado contar, pero tras leer los mensajes descifrados, volvió a encriptarlos y los guardó en carpeta ACCION para repasarlos con Brian y Dom.

El túnel parecía algo sacado de un juego de video. Seguía hasta el infinito, pero al menos no estaba colmado de automóviles en llamas, como había ocurrido pocos años atrás en el túnel del Mont Blanc que une Francia con Suiza. Tras un lapso que pareció eterno, salieron del otro lado. A partir de ahí, todo parecía ir cuesta abajo.

"Estación de servicio en breve", informó Brian. Y efectivamente, media milla después, vieron un signo de ELF, donde detendrían el Porsche para cargar combustible.

"Por fin. Me vendría bien estirarme y mear". La estación de servicio era muy limpia comparada con las de los Estados Unidos, y las comidas eran distintas, sin los Burger King o Roy Rogers que uno se encontraba en Virginia -como sea, las cañerías del baño de hombres estaban in ordnung- y la gasolina se vendía por litro, lo cual disfrazaba el precio hasta que Dominic hizo cálculos mentales: "Al diablo, lo que cobran por el combustible!"

"Paga la empresa, amigo", dijo Brian consoladoramente, arrojándole un paquete de bizcochos. "Vamos, Enzo. Italia nos espera".

"De acuerdo". El motor de seis cilindros despertó con un ronroneo, y regresaron a la ruta.

"Es bueno estirar las piernas", observó Dominic, acelerando el motor.

"Sí, viene bien", asintió Brian. "Faltan cuatrocientas cincuenta millas, según mis cálculos".

"Un paseo. Digamos que seis horas si el tránsito ayuda". Se ajustó los anteojos de sol y sacudió los hombros. "Alojarse en el mismo lugar que el objetivo, qué idea".

"Estuve pensándolo. No sabe de nuestra existencia, tal vez ni siquiera sabe que está siendo vigilado. Piénsalo: dos ataques cardíacos, uno frente a un testigo; y un accidente de tránsito, también frente a un testigo que él conoce. Es muy mala suerte, pero nada sugiere abiertamente que se trate de acciones hostiles, ¿no?"

"Si yo fuera él, estaría un poco nervioso", pensó Dominic en voz alta.

"Como él es él, creo que probablemente ya lo está. Si nos ve en el hotel, para él no seremos más que dos caras de infieles, hombre. A no ser que también nos vea en otro sitio, seguimos ocultos, no nos destacamos. No hay reglas que digan que debe ser difícil hacerlo".

"Espero que no te equivoques, Aldo. Como susto, lo ocurrido en el centro comercial me basta por ahora".

"Lo mismo digo, hermanito". Ésta no era la región más alta de los Alpes. Eso estaba hacia el norte y el oeste, pero el trayecto que seguían también habría sido duro para las piernas de haber tenido que hacerla a pie, como lo hacían las legiones romanas, las cuales considerarían que los pavimentados caminos del imperio eran una bendición. Probablemente fueran mejores que ir por el barro, en particular si se tomaba en cuenta que cargaban una mochila que pesaba prácticamente lo mismo que la que sus infantes de marina cargaban en Mganistán. En su época, las legiones eran duras, probablemente no muy diferentes de los tipos que hoy hacían el mismo trabajo vestidos de uniforme camuflado. Pero en ese entonces, tenían una forma más directa de lidiar con el enemigo. Mataban a sus familias, amigos, vecinos y hasta perros, y, aún más importante, se sabía que actuarían así. No era precisamente lo más práctico para hacer en la era de la CNN y, la verdad sea dicha, habrían sido poquísimos los infantes de marina que habrían tolerado participar en una carnicería generalizada. Pescarlos de a uno era otra cosa, mientras se tuviese la certeza de no estar matando civiles inocentes. Eso era para el otro bando. Era una pena que no saliesen al campo de batalla a pelear como hombres, pero además de ser crueles, los terroristas eran prácticos. No tiene sentido comprometerse en un combate en que no sólo se tiene la certeza de perder, sino de ser masacrados como ovejas en un corral. Pero si fueran hombres de veras, reunirían fuerzas y las entrenarían y equiparían antes de lanzarlas a la acción, en lugar de escurrirse como ratas que muerden bebés en sus cunas. Hasta la guerra tenía reglas, que habían sido fijadas porque había cosas peores que la guerra, cosas que estaban estrictamente prohibidas para quienes vestían uniforme. No se lastimaba deliberadamente a los no combatientes, y se procuraba no hacerlo accidentalmente. Los infantes de marina estaban invirtiendo mucho tiempo, dinero y esfuerzos en aprender combate urbano y lo más difícil era evitar a los civiles, mujeres con niños en carritos -aun sabiendo que algunas de esas mujeres tenían armas escondidas junto a su hijito y que les encantaría ver la espalda de un infante de marina de los Estados Unidos, digamos que a dos o tres metros de distancia, como para asegurarse de alcanzado con un disparo. Jugar siguiendo las reglas tenía limitaciones. Pero para Brian, ésa era cosa del pasado. No, él y su hermano jugaban el juego con las reglas del enemigo, y mientras el enemigo no lo supiera, llevarían las de ganar. ¿Cuántas vidas habrían salvado al eliminar a un banquero, un reclutador y un correo? El problema era que no había forma de saberlo. Era una teoría de lo complejo aplicada a la vida real y era imposible conocer resultados a priori. Tampoco podían saber cuánto bien hacían y qué vidas estarían salvando cuando eliminaran a este hijo de puta de SóMoHa. Pero no poder cuantificarlo no significaba que no fuera real, como ese asesino de niños que su hermano había despachado en Alabama. Estaban haciendo el trabajo del Señor, aun si el Señor no era contador.

Trabajando en el campo del Señor, pensó Brian. Ciertamente, estos prados alpinos eran lo suficientemente verdes y hermosos como para serlo, pensó, buscando al cabrero solitario. Ddalaiiii-oohhh…

"¿Que está dónde?", preguntó Hendley.

"El Excelsior", contestó Rick Bell. "Dice que está a pocas puertas de distancia de nuestro amigo".

"Creo que ese muchacho necesita algunos consejos con respecto a cómo se opera sobre el terreno", observó Granger sombríamente.

"Piénsalo bien", sugirió Bel!. "El enemigo no sabe nada. Jack o los gemelos lo preocuparán tanto como el tipo que viene a retirar su ropa sucia. No tienen nombres, hechos, organizaciones hostiles -demonios, ni siquiera están seguros de que alguien esté detrás de ellos".

"Pero no es forma de operar", insistió Granger. "Si ven a Jack…"

"¿Qué ocurriría?", preguntó Beli "Sí, ya sé que sólo soy un analista de inteligencia, no un agente de operaciones, pero de todas maneras la lógica es la misma. No saben y no pueden saber nada sobre el Campus. Aun si Cincuenta y Seis MoHa se está poniendo nervioso, se tratará de ansiedad difusa y, demonios, de todas formas ese estado debe formar considerable parte de su vida habitual. Pero no se puede ser un agente y tenerle miedo a cualquiera. Siempre que nuestra gente se mantenga como parte del fondo, no hay de que preocuparse -a no ser que hagan algo realmente estúpido, y estos chicos, por lo que veo, no cometen ese tipo de estupideces".

Mientras duró el diálogo, Hendley, sentado en su silla, paseaba sus ojos de uno a otro. Así que así debía ser el trabajo de "M" en las películas de James Bond. Ser el jefe tenía cosas buenas, pero también momentos de tensión. Sí, claro que tenía ese indulto presidencial sin fecha en la caja fuerte, pero ello no significaba que quisiera usarlo. Ello lo convertiría en un paria aún más marginado que lo que ya era, y hasta el día de su muerte, los periodistas lo acosarían, lo cual no era su idea de la diversión…

"Mientras no finjan ser el personal de servicio y lo maten en su habitación del hotel", pensó Gerry en voz alta.

"Eh, si fuesen así de estúpidos, ya estarían en una prisión alemana", señaló Granger.

El ingreso en Italia no fue más formal que pasar de Tennessee a Virginia, lo cual era uno de los beneficios de la Unión Europea. La primera ciudad europea era Villaco -cuyos habitantes, según los demás italianos, tenían un aspecto más alemán que siciliano- y se dirigieron al sudoeste por la A23. Aún les quedaba bastante para aprender sobre interconexiones, pensó Dominic, pero estos caminos eran mucho mejores que aquellos en que se corrían las famosas Mille Miglia, la carrera de autos deportivos de la década de 1950, que fue cancelada porque demasiados espectadores resultaban muertos cuando la veían desde el costado de caminos rurales. El paisaje aquí era idéntico al de Austria, y las granjas también eran muy similares. En conjunto, era un bonito paisaje, con cierto parecido a Tennessee oriental o Virginia occidental, con ondulantes colinas y vacas que probablemente fueran ordeñadas dos veces al día para alimentar a los niños de ambos lados de la frontera. Luego venía Udine, luego Mestre, luego otro cambio de autopista, la A4 hasta Padua, desde ahí una hora por la A13 hasta Bolonia. Los Apeninos se alzaban a la izquierda, y el infante de marina que habitaba en Brian se estremeció ante su carácter de campo de batalla. Pero su estómago comenzó a gruñir otra vez.

"Sabes, Enzo, cada una de las ciudades que pasamos tiene al menos un buen restaurante con buena pasta, quesos caseros, ternera guisada, la mejor bodega del mundo…"

"Yo también tengo hambre, Brian. y sí, estamos rodeados de buena cocina italiana. Desgraciadamente, tenemos una misión que cumplir".

"Sólo espero que el hijo de puta valga lo que nos estamos perdiendo, hermano".

"No nos corresponde cuestionar, hermano", afirmó Dominic.

"Sí, pero te puedes meter la otra mitad de esa frase en el culo".

Dominic rió. Tampoco él estaba contento. La comida de Munich y Viena era buena, pero estaban en medio del lugar donde la buena comida fue inventada. El propio Napoleón había viajado acompañado de un chef italiano durante sus campañas y la mayor parte de la cocina francesa moderna descendía de ese hombre, del mismo modo que todos los caballos de carrera descendían directamente del padrillo árabe Eclipse. Y él ni siquiera sabía el nombre del cocinero en cuestión. Una pena, pensó pasando a un tractor con acoplado cuyo conductor posiblemente conociese los mejores restaurantes locales. Mierda.

Conducían con las luces encendidas -era obligatorio en Italia y la Polizia Stradale, que no era conocida por su clemencia, se encargaba de hacer cumplir la ley- a una velocidad constante de 150 kilómetros -para ellos, uno poco más de noventa millas- por hora y el Porsche respondía maravillosamente. El rendimiento del millaje sobrepasaba los veinticinco- suponía Dominic. El cálculo de kilómetros y litros a millas y galones era más de lo que podía hacer mientras se mantenía concentrado en la ruta. En Bolonia, tomaron la Al y cotinuaron con rumbo sur hacia Florencia, la ciudad donde se había originado la familia Caruso. El camino hacia el oeste cortaba las montañas y era una bella pieza de ingeniería.

No entrar en Florencia fue muy duro. Brian conocía un excelente restaurante cerca del Ponte Vecchio, propiedad de unos primos lejanos, donde el vino era buonissimo y la comida digna de un rey, pero sólo faltaban dos horas para llegar a Roma. Recordó haber ido allí en una ocasión con su equipo verde de fajina y su cinturón reglamentario y, claro que los italianos habían demostrado que, como todos los pueblos civilizados, sentían simpatía por los infantes de marina de los Estados Unidos. Había detestado tener que tomar el tren de regreso a Roma y desde allí a Nápoles y a su barco, pero no era dueño de su tiempo.

Y tampoco lo era ahora. Más montañas mientras proseguían su camino hacia el sur, pero también cada vez más indicadores que proclamaban ROMA y eso era bueno.

Jack comió en el comedor del Excelsior, donde la comida era todo lo que esperaba, y el personal lo trató como a un integrante de la familia que regresara a casa tras una larga ausencia. Lo único que no le gustaba era que aquí casi todos fumaban. Bueno, tal vez, en Italia no se supiera de los riesgos que corrían los fumadores pasivos. El se había criado oyendo hablar del tema a su madre -quien a menudo dedicaba sus observaciones a su padre, quien siempre luchaba por dejar el vicio de una vez por todas, sin nunca lograrlo. Se tomó su tiempo con la cena. Sólo la ensalada no tenía nada excepcional. Ni siquiera los italianos podían cambiar la lechuga, aunque los aderezos eran fantásticos. Había tomado una mesa en un ángulo, de modo de poder ver todo el salón. Los otros clientes tenían un aspecto tan común como él. Todos iban bien vestidos. La guía de servicios para el huésped que encontró en su habitación no decía que la corbata fuese obligatoria, pero él dio por sentado que así sería, y, además, Italia era la capital mundial de la elegancia. Si hubiera tiempo, esperaba comprarse un traje. Había unas treinta o cuarenta personas en el comedor. Jack descontó los que iban acompañados de sus esposas. Así que buscaba a alguien de unos treinta años, que comiera solo, que estuviese registrado como Nigel Hawkins. Le quedaron tres posibles candidatos. Decidió centrarse en gente que no tuviera rasgos árabes, lo cual le eliminó a uno de los sospechosos. ¿y ahora qué debía hacer? ¿Se suponía que debía hacer algo? ¿Qué riesgo podía correr si no se identificaba como oficial de inteligencia?

Pero… ¿por qué correr riesgos?, se preguntó. ¿Por qué no tomárselo con calma?

Y, con ese pensamiento, dio un paso atrás, al menos mentalmente. Sería mejor identificar al sujeto de otra manera.

Roma realmente era una excelente ciudad, se dijo Mohammed Hasan al-Din. Cada tanto, pensaba en la posibilidad de alquilar un apartamento o incluso una casa. Hasta podía arrendar una en el barrio judío; en esa parte de la ciudad había buenos restaurantes kosher donde uno podía pedir cualquier cosa con confianza. Una vez, hasta fue a ver un apartamento sobre Piazza Campo dei Fiori, pero aunque el precio -aun el precio para turistas- no era excesivo, la idea de estar atado a un vecindario le dio miedo. En su profesión, más valía mantenerse en movimiento. El enemigo no podía atacar lo que no podía. Matar al judío Greengold había sido demasiado peligroso -el Emir mismo lo había reprendido por haberse tomado ese entretenimiento personal, diciéndole que nunca volviera a hacer algo así. ¿y si la Mossad le hubiera sacado una foto? ¿De qué le serviría él a la Organización si fuera así?, le había preguntado el furioso Emir y sus allegados sabían que el Emir tenía un temperamento volcánico.

De modo que eso se había acabado. Ni siquiera llevaba la navaja consigo, aunque sí la conservaba en un lugar de honor en su neceser, de donde cada tanto la sacaba para mirar la sangre judía que manchaba la hoja plegable. De modo que, por ahora, cuando vivía en Roma se alojaba aquí. La próxima vez -después de regresar a su país- se alojaría en otro, tal vez ése tan bonito junto a la Fontana de Trevi, ubicación más adecuada para sus actividades y la comida. Es que la comida italiana era más que excelente, para su gusto mejor que los sencillos platos de su país natal. El cordero era bueno, pero no tanto si se lo comía a diario, y aquí, la gente no miraba como si uno fuese un infiel si uno bebía un sorbito de vino. Se preguntó si su tocaýo Mahoma había sabido lo que hacía cuando autorizó a los fieles a beber alcohol destilado de miel o si simplemente ignoraba que existía el hidromiel. Lo había probado cuando estudiaba en la universidad de Cambridge, llegando a la conclusión de que sólo alguien que tuviera la desesperada necesidad de emborracharse lo probaría, por no hablar de pasar una noche bebiéndolo. De modo que Mahoma no era perfecto. Tampoco él lo era, pensó el terrorista. Hacía algunas cosas duras por la Fe, de modo que tenía permiso para desviarse ligeramente de la verdadera senda. Al fin y al cabo, si uno debía vivir entre ratas, más valía tener bigotes. El camarero vino a retirar los platos, y él decidió saltearse el postre. Tenía que mantenerse esbelto si pretendía preservar su fachada de hombre de negocios inglés y que le entraran sus trajes Brioni. De modo que dejó la mesa y salió hacia el vestíbulo.

Ryan consideró la posibilidad de tomarse una copa en el bar antes de irse a dormir, pero decidió no hacerlo y salió. Ya había alguien esperando el ascensor. El otro entró antes que él, y sus miradas se cruzaron fugazmente cuando Brian quiso pulsar el botón del tercer piso, que ya estaba iluminado. De modo que este inglés -parecía inglés- bien vestido estaba en su mismo piso…

¿no era eso interesante?

La ascensión sólo duró unos segundos.

El Excelsior no es alto pero sí ancho, y el camino era largo, y el hombre del ascensor iba en la dirección correcta. Ryan demoró su paso para seguido desde más lejos, y, tal como esperaba, el otro pasó de largo la habitación de Jack y siguió andando una… dos… y a la tercera puerta se detuvo y se volvió. Giró para mirar a Ryan, preguntándose tal vez si no lo estaría siguiendo. Pero Jack se detuvo, sacó su llave y, mirando al hombre, le dijo en esa voz casual que un desconocido usa para hablar con otro desconocido y que todo hombre conoce, "Buenas noches".

"Igualmente, señor", fue la respuesta en educado inglés inglés.

Jack entró en su habitación; pensando que ya conocía ese acento… era el de los diplomáticos británicos que había conocido en la Casa Blanca o cuando iba a Londres con su padre. Era el acento de alguien de alta cuna, o que pretendía comprarse una cuando llegara a ahorrar las suficientes esterlinas como para fingir ser un par del Reino. Tenía la piel blanca y sonrosada de los ingleses, y el acento de clase alta… y estaba registrado bajo el nombre de Nigel Hawkins.

"Y tengo uno de tus e-mails, amiguito", le susurró Jack a la alfombra. "Hijo de puta".

Les llevó casi una hora atravesar las calles de Roma, ciudad cuyos padres y madres tal vez no hayan estado casados y que ciertamente no sabían ni mierda acerca de cómo se planifica una ciudad, pensó Brian mientras se esforzaba por entender cómo llegar a Via Vittorio Veneto. Finalmente, supuso que estaban cerca cuando pasaron por lo que alguna vez tal vez hubiera sido una puerta abierta en los muros que la ciudad alzó para mantener fuera a Aníbal Barca, pero tras girar primero a la derecha y después a la izquierda, se dieron cuenta de que en Roma las calles, aunque mantengan su nombre, no siempre corren rectas, lo que los obligó a trazar un círculo en Palazzo Margherita para desde allí retomar hasta llegar al Excelsior, donde Dominic decidió que ya había conducido lo suficiente para unos cuantos días. A los tres minutos de llegar, sus maletas y ellos estaban frente a la conserjería.

"Tiene un mensaje. Debe llamar al signor Ryan cuando llegue. Sus habitaciones están junto a la de él", les dijo el conserje, y luego le hizo señas al botones, quien los acompañó hasta el ascensor.

"Un largo viaje, hombre", dijo Brian, recostándose contra las paredes enmaderadas.

"Ya lo creo", asintió Dominic.

"Sé que te gustan los autos rápidos y las mujeres rápidas, pero para la próxima, ¿por qué no vamos por avión? Tal vez tengas suerte con alguna azafata".

"Tonto soldadito". Bostezó.

"Por aquí, signori", sugirió el botones, indicando el camino.

"Dónde está quien dejó el mensaje en conserjería?"

"¿El signor Ryan? Ahí", señaló el botones.

"Muy conveniente", pensó Dominic en voz alta, hasta que recordó otra cosa. Se instaló en su habitación, dejó que el botones abriera la puerta que conectaba con la habitación de Brian y le dio una generosa propina. Luego, sacó el papel con el mensaje del bolsillo y llamó.

"¿Hola?"

"Estamos en la habitación de al lado, campeón. ¿Qué hay de nuevo?"

"¿Dos habitaciones?"

"Así es".

"Adivina a quién tienes al lado".

"Dímelo".

"Un inglés, un tal Mr. Nigel Hawkins", le dijo Jack a su primo, y esperó a que pasara el momento de sorpresa. "Hablemos".

"Ven aquí".

Sólo llevó el tiempo necesario para que Jack se pusiera sus mocasines.

"¿Disfrutaron el viaje?", preguntó Jack.

Dominic había servido su vino del minibar en una copa. Ya no le quedaba mucho. "Fue largo".

"¿Condujiste tú todo el trayecto?"

"Quería llegar vivo, amigo".

"Pavo", gruñó Brian. "Cree que conducir un porsche es como tener relaciones sexuales, sólo que mejor".

"Lo es si tienes la técnica adecuada, pero hasta el sexo puede ser cansador. Bien". Dominic dejó su vaso. "¿Dijiste que…?"

"Sí, exactamente aquí. Jack señaló la pared y se llevó la mano a los ojos.

Lo vi. Los otros asintieron con la cabeza. "Bueno, amigos, descansen. Los llamo mañana y hablamos de nuestra cita. ¿De acuerdo?"

"Muy de acuerdo", asintió Brian. "Despiértanos en torno a las nueve, ¿te parece?"

"Claro que sí. Nos vemos" y Jack se dirigió a la puerta. Poco después, estaba frente a su computadora. Y entonces se dio cuenta. El no era el único que tenía computadora aquí, ¿verdad? Eso podía ser valioso…

Las ocho de la mañana llegaron demasiado rápido. Mohamed ya estaba en pie y lleno de bríos, verificando su correo electrónico en su computadora. Mahmoud también estaba en Roma, pues había llegado la noche anterior, y cerca del tope de la lista en la casilla de SóMoHa había un mensaje de GadflyO97 solicitando un punto de encuentro. Mohamed lo pensó durante un momento, y decidió ejercitar su sentido del humor.

RISTORANTE GIOVANNI, PIAZZA SPAGNA, replicó: 13:30. SÉ CUIDADOSO CON TU RUTINA. Con lo cual quería decir que empleara medidas de contravigilancia. No había una razón concreta para sospechar que había una jugada sucia detrás del fallecimiento de tres agentes de campo, pero no había llegado a los treinta y un años de edad en la profesión de inteligencia siendo estúpido. Se consideraba capaz de distinguir lo inofensivo de lo peligroso. Seis semanas atrás, había atrapado a David Greengold porque el judío no había percibido el truco de la "falsa bandera" ni siquiera cuando éste lo mordió en el culo -bueno, en la nuca, pensó Mohamed recordando el momento con una leve sonrisa. Tal vez debiera comenzar a llevar otra vez la navaja, sólo para que le trajera buena suerte. Muchos de los que se dedicaban a ese oficio creían en la suerte, como ocurre entre deportistas o atletas. Tal vez el Emir tenía razón. Matar al oficial del Mossad había sido un riesgo gratuito e innecesario, pues implicaba la posibilidad de atraerse enemigos. La organización ya tenía demasiados, aunque los enemigos no supieran quién y qué era la organización. Era mejor que para los infieles sólo fueran una sombra… una sombra en una habitación oscura, invisible y desconocida. Sus colegas odiaban al Mossad -pero lo odiaban porque lo temían. Los judíos eran formidables. Eran crueles e inagotablemente astutos. Y nadie podía saber cuánto sabían, con qué traidores árabes comprados con dinero estadounidense para objetivos judíos contaban. No había ni indicios de traición en la organización, pero recordó las palabras de Yuriy, el oficial ruso de la KGB: sólo te puede traicionar aquel en quien confías. Probablemente había sido un error matar tan rápido al ruso. Era un experimentado oficial de campo que había operado en los Estados Unidos y en Europa durante la mayor parte de su carrera y probablemente su repertorio de historias, cada una de las cuales era una lección a aprender, había sido inagotable. Mohamed recordaba haber hablado con él y quedar impresionado por la amplitud de su experiencia y su juicio. Era bueno tener instinto, pero el instinto a veces era idéntico a la enfermedad mental en su flagrante paranoia. Yuriy les había explicado en considerable detalle cómo juzgar a las personas, y cómo distinguir a un profesional de un civil inofensivo. Podría haberles contado muchas más cosas, de no haber sido por la bala de 9 milímetros que recibió en la nuca. Eso también había sido una violación de las estrictas y admirables leyes de hospitalidad del profeta. Quien come de tu sal aunque sea un infiel, estará a salvo en tu casa. Bueno, quien vióló esa regla fue el Emir, arguyendo poco convincentemente que, dado que se trataba de un ateo, estaba fuera de la ley.

Pero de todas formas había aprendido algunas lecciones. Todos sus mensajes de correo electrónico estaban encriptados con el mejor programa disponible, ingresados de a uno en su propia computadora y, por lo tanto, imposibles de leer para nadie que no fuera él mismo. De modo que sus comunicaciones eran seguras. Apenas si parecía árabe. No tenía acento árabe. En todos los hoteles donde se alojaba sabían que bebía alcohol y en lugares como ésos sabían que los musulmanes no beben. De modo que debía estar completamente a salvo. Bueno, sí, el Mossad debía saber que alguien parecido a él había matado a ese cerdo de Greengold, pero no creía que le hubieran tomado una foto, y a no ser que lo hubiera traicionado el hombre a quien le pagó para que engañara al judío, no tenían ni idea de quién era ni dónde estaba él. Yuriy le había advertido que uno no puede saber todo siempre, pero también era cierto que mostrarse demasiado paranoico podía poner sobre alerta a alguien que lo vigilase por casualidad acerca de quién era él, porque había trucos que sólo emplearía un oficial de inteligencia profesional -y si se lo observaba con la suficiente atención, se notaban. Era como una gran rueda que siempre girara y siempre regresara al mismo punto, que nunca se quedaba quieta, pero que tampoco se desviaba de su camino. Una gran rueda… y él sólo era un engranaje, e ignoraba si su función era ayudada a que fuera más rápido o demorada.

"Ah". Descartó esa reflexión. Él era más que un engranaje. Era uno de los motores. Tal vez no un motor grande, pero sí importante, porque si bien la gran rueda podía continuar moviéndose sin él, nunca se movería tan rápido y con tanta seguridad como ahora. Y, Dios mediante, la mantendría en movimiento hasta que aplastase a sus enemigos, los enemigos del Emir y los enemigos de Alá Mismo.

De modo que despachó su mensaje a GadflyO97 y pidió que le trajeran café.

Rick Bell había dispuesto que hubiera equipos en las computadoras durante las veinticuatro horas. Era extraño que el Campus no lo hubiera hecho desde el primer día, pero ahora lo hacía. El Campus aprendía sobre la marcha, como les ocurría a todos los demás en ambos bandos. En ese momento, era el turno de Tony Wills, quien se había hecho cargo de la tarea para aprovechar la diferencia de seis horas entre Europa central y la costa este de los Estados Unidos. Era un buen operador de computadoras, y descargó el mensaje de 56 a 097 cinco minutos después de que hubiera sido enviado y se lo reenvió de inmediato a Jack.

Ello requirió menos segundos de lo que toma pensarlo. Bien, conocían a su objetivo y sabían donde estaría, y con eso alcanzaba. Jack descolgó el teléfono.

"Estás despierto", oyó Brian.

"Ahora sí, gruñó en respuesta. "Qué ocurre?"

"Ven a tomar un café. Trae a Dominic".

"A la orden, señor". Cortó la comunicación.

"Fspero que tengas un buen motivo", dijo Dominic. Sus ojos parecían el agujero que hace una meada en la nieve.

"Si quieres remontarte con las águilas por la mañana, no puedes revolcarte con los cerdos por la noche, compadre. Tranquilo. Ya viene el café".

"Gracias. ¿Qué ocurre?"

Jack fue a su computadora y señaló el monitor. Ambos se inclinaron a leer.

"¿Quién es ése?", preguntó Dominic, refiriéndose a GadflyD97.

"También él llegó de Viena ayer".

¿Sería el que estaba al otro lado de la calle?, se preguntó Brian y luego: ¿Me vio la cara?

"Bien, creo que podemos asistir a la cita", dijo Brian mirando a Dominic, quien le respondió alzando el pulgar.

El café llegó a los pocos minutos. Jack sirvió, pero a todos les pareció arenoso, de estilo turco, aunque mucho peor que el que bebían los turcos. Aun así, era mejor que no beber café. No adrede hablaban. Conocían lo suficiente del oficio como para no hablar en una habitación que no había sido registrada en busca de micrófonos ocultos, para lo cual ni tenían los equipos necesarios y de haberlos tenido no habrían sabido cómo usarlos.

Jack bebió su café a toda prisa y se metió en la ducha. Allí había un cordón rojo, evidentemente para tirar de él si uno sufría un ataque cardíaco, pero se sentía razonablemente bien, de modo que no lo usó. No estaba tan seguro de Dominic, quien parecía un vómito de gato en la alfombra. En su caso, la ducha hizo maravillas y salió de ella afeitado y frotado hasta quedar rosado, listo para la acción.

"La comida de aquí es buena, pero no estoy muy seguro del café", anunció.

"No estás seguro. Por favor, estoy seguro de que el café es mejor en Cuba", dijo Brian. "El café que sirven en la cantina de la infantería de marina es mejor que éste".

"Nadie es perfecto, Aldo", observó Dominic. Pero tampoco a él le gustaba.

"Así que, ¿digamos, una media hora?", preguntó Jack. Necesitaba unos tres minutos más para prepararse.

"Si no, envía una ambulancia", dijo Enzo dirigiéndose hacia la puerta y esperando que los dioses de la ducha mostrasen misericordia. No era justo, pensó. Se suponía que beber, no conducir, producía resaca.

Pero treinta minutos después, los tres estaban en la recepción, prolijamente vestidos, con anteojos oscuros para protegerse del radiante sol italiano que relucía afuera. Dominic le preguntó cómo llegar al portero, quien le sefialó la Via Sistina, que los llevó directamente a la iglesia de Trinita dei Monti, y al otro lado de la calle, la escalinata bajaba unos veinticinco metros -había un ascensor perteneciente a la estación de tren subterráneo que estaba aún más abajo, pero caminar colina abajo no era una tarea demasiado exigente. Los tres concordaron en que Roma tenía tantas iglesias como kioscos de golosinas Nueva York. El descenso fue agradable. De hecho, toda la escena habría sido maravillosamente romántica si hubieran llevado del brazo a la muchacha adecuada. El arquitecto Francesco de Sanctis había diseñado la escalinata para que se amoldase a la ladera de la colina, y allí tenía lugar el desfile de modas anual Donna sotto le Stelle. Al pie de la escalera había una fuente que representaba un bote de mármol, construida en conmemoración de una gran inundación, ocasión en la que una nave de piedra no resultaría muy útil. La plaza era la intersección de dos calles, y derivaba su nombre de la embajada de España ante la Santa Sede, que se alzaba allí. El campo de juego, por así decirlo, no era muy grande -era más pequeño que, por 'ejemplo, Times Square- pero zumbaba de actividad y tránsito vehicular, además de suficientes peatones como para hacer que cruzar fuera difícil.

El Ristorante Giovanni se alzaba del lado oeste, en un edificio de aspecto poco llamativo, de ladrillo pintado de amarillo crema, con una gran área para comer afuera a la sombra de un toldo. Dentro, había un bar en el cual cada parroquiano tenía un cigarrillo encendido. Entre éstos, había un oficial de policía bebiéndose una taza de café. Dominic y Brian entraron y echaron un vistazo, barriendo el área con la mirada antes de volver a salir.

"Faltan tres horas, amigos", observó Brian. "¿Ahora qué hacemos?"

"¿A qué hora queremos estar otra vez aquí?", preguntó Jack.

Dominic miró su reloj. "Se supone que nuestro amigo estará por aquí en torno a la una y media. Diría que nos sentemos a almorzar a eso de las doce cuarenta y cinco y esperemos a ver qué ocurre. Jack, ¿puedes identificar visualmente al sujeto?"

"Sin problemas", les aseguró Junior.

"Entonces, tenemos que dar vueltas durante unas dos horas. Estuve aquí hace un par de años. Hay buenos lugares donde hacer compras".

"¿Esa tienda es Brioni?", preguntó Jack, señalando.

"Así parece", respondió Brian. "No vendrá mal para nuestra fachada que hagamos unas compras".

"Entonces hagámoslas". Nunca había tenido un traje italiano. Tenía varios, ingleses, del número 10 de Savile Row en Londres. ¿Por qué no intentar aquí? Esta profesión de espía era absurda, reflexionó. Estaban aquí para matar a un terrorista, pero antes se comprarían ropa. Ni siquiera las mujeres harían eso… a no ser que se tratara de zapatos.

De hecho, había tiendas de todo tipo en la Vía del Babuino -vaya nombre- y Jack se tomó el tiempo de echarles un vistazo a varias. Realmente Italia era la capital mundial de la moda, y se probó una chaqueta ligera de seda gris que parecía hecha a medida para él por un sastre magistral, comprándola de inmediato por ochocientos euros. Luego debió llevarla al hombro dentro de una bolsa de plástico, pero ¿no era ésa una excelente fachada? ¿Qué agente secreto se entorpecería con una carga tan poco adecuada?

Mohammed Hassan dejó el hotel a las 12:15, siguiendo el mismo trayecto que los gemelos y Jack. Lo conocía bien. Había recorrido ese mismo camino cuando mató a Greengold, reflexión que lo consoló. Era un bonito día de sol, con temperatura cercana a los treinta grados, un día tibio, pero no caluroso. Un buen día para turistas estadounidenses. Cristianos. Los judíos estadounidenses iban a Israel, para escupirles a los árabes. Aquí sólo había infieles cristianos, tomando fotos y comprando ropa. Bueno, también él compraba aquí sus trajes. Había una tienda Brioni al lado de la Plaza España. El vendedor, Antonio, siempre era muy amable, para sacarle mejor el dinero. Pero Mohammed también venía de una cultura de comerciantes, y sabía que ése no era motivo para despreciar a nadie.

Era la hora de comer, y el Ristorante Giovanni era tan bueno como cualquier restaurante de Roma, de hecho, uno de los mejores. Su camarero favorito lo reconoció, y lo guió hasta su mesa favorita, a la derecha, bajo el toldo.

"Ése es nuestro amigo", les dijo Jack, señalando con su copa. Los tres estadounidenses observaron al camarero que llevaba a la mesa una botella de agua Pellegrino y un vaso con hielo. No se veía mucho hielo en Europa, donde la gente lo consideraba algo más apropiado para esquiar o patinar, pero evidentemente a 56 le gustaba el agua fría. Jack era el mejor ubicado para mirar en su dirección. "Me pregunto qué le gustará comer".

"Se supone que la última comida del condenado debe ser buena", notó Dominic. Claro que ello no había ocurrido con ese hijo de puta de Alabama. De todas formas, seguramente tenía mal gusto. Luego se preguntó qué servirían de comer en el infierno. "Se supone que su invitado llega a la una y media, ¿no?"

"Correcto. Cincuenta y seis le dijo que tuviera cuidado en su rutina. Ello puede querer decir que esté atento a si lo siguen".

"¿Crees que estará preocupado por nosotros?", se preguntó Brian.

"Bueno", observó Jack, "es que últimamente tienen bastante mala suerte"

"Es como para preguntarse qué estará pensando", dijo Dominic. Se reclinó en su silla y se estiró echándole una mirada al sujeto. Hacía un poco de calor como para vestir chaqueta y corbata, pero, se suponía que debían parecer hombres de negocios, no turistas. Ahora, se preguntaba si realmente era una buena fachada. Había que tener en cuenta la temperatura. ¿Transpiraba debido a la misión o a la temperatura ambiente? No había estado demasiado tenso en Roma, Munich ni Viena, ¿verdad? No, no en esas ocasiones. Pero aquí había más gente -no, en Londres había habido más, ¿verdad?

Hay buenas y malas casualidades. En ese momento, ocurrió una de las malas. Un camarero que llevaba una bandeja con copas de Chianti tropezó con los grandes pies de una señora de Chicago que había ido a Roma a conocer sus raíces. La bandeja no cayó sobre la mesa, pero las copas fueron a dar a los regazos de los gemelos. Debido al calor, ambos vestían trajes de color claro y…

"ioh, mierda!", exclamó Dominic. Sus pantalones color arena de Brooks Brothers estaban como si alguien le hubiese disparado un escopetazo en la ingle. Brian quedó aún más manchado.

El camarero quedó horrorizado. "¡Scusate, scusate, signori!", jadeó. Pero nada se podía hacer. Comenzó a parlotear acerca de enviar la ropa a la tintorería. Dom y Brian se miraron uno al otro. Ahora, llamaban tanto la atención como si llevaran la marca de Caín.

"No hay problema", dijo Dominic en inglés. No recordaba ninguna palabrota en italiano. "No es la muerte de nadie". Las servilletas no servirían de mucho. Tal vez una buena tintorería, y seguramente el Excelsior tendría una a mano. Unas pocas personas miraron lo ocurrido, con horror o diversión, de modo que su rostro estaba tan marcado como sus ropas. Cuando el avergonzado camarero se retiró, el agente del FBI preguntó, "bien, ¿ahora qué?"

"No sé qué decir", respondió Brian. "El azar no ha jugado a nuestro favor, capitán Kirk".

"Muchas gracias, Spock", gruñó Dominic.

"Eh, yo aún estoy aquí, ¿se acuerdan?", les dijo Jack.

"Junior, no puedes, comenzó a decir Brian, pero Jack lo interrumpió.

"Por qué demonios no?", preguntó quedamente. "¿Es muy difícil?"

"No estás entrenado", le dijo Dominic.

"No es jugar al golf en el torneo de maestros, ¿verdad?"

"Bueno, dijo Brian.

"¿o es?", preguntó Jack.

Dominic extrajo el bolígrafo del bolsillo y se lo alcanzó.

"Giro el cañón y se lo clavo en el culo, ¿verdad?"

"Está lista para funcionar", confirmó Enzo. "Pero por el amor de Dios, ten cuidado".

Ya eran la 1:21. Mohammed Hasan terminó su copa de agua y se sirvió otra. Mahmoud pronto llegaría. ¿Por qué arriesgarse a interrumpir una cita importante? Encogiéndose de hombros para sus adentros, se puso de pie y se dirigió al baño de caballeros, del cual tenía un agradable recuerdo.

"¿Estás seguro de que quieres hacerlo?", preguntó Brian.

"Es un tipo malo, ¿verdad? ¿Cuánto tarda en actuar esto?"

"Unos treinta segundos, Jack. Usa la cabeza. Si no te sientes seguro, retrocede y déjalo irse", le dijo Dominic. "Esto no es un juego, amigo".

"De acuerdo". Qué demonios, papá hizo esto una o dos veces, se dijo. Sólo para asegurarse, tropezó con un camarero y le preguntó dónde quedaba el baño. El camarero se lo señaló y Jack fue en esa dirección.

Era una simple puerta de madera con un cartel simbólico, no palabras, pues la clientela de Giovanni era internacional. ¿y si hay más de uno ahí dentro?, se preguntó.

En ese caso, cancelas, estúpido.

De acuerdo…

Entró y había alguien más, secándose las manos. Pero salió en seguida y Ryan quedó solo con SóMoHa, quien se estaba abrochando la bragueta y volviéndose para salir. Jack sacó el bolígrafo del bolsillo interno de su chaqueta y giró el cañón, haciendo salir la punta de iridio de la jeringa. Resistió el poco inteligente impulso de probar con el dedo si pinchaba, se deslizó por detrás del extranjero bien vestido y, tal como le habían indicado, bajó la mano y le acertó en medio de la nalga izquierda. Esperaba oír la descarga del cartucho de gas, pero no fue así.

Mohamed Hasan al-Din dio un brinco al sentir el súbito dolor y se volvió, viendo lo que parecía un joven de aspecto normal… un momento, había visto ese rostro en el hotel…

"Oh, te pido disculpas, compadre".

La forma en que lo dijo encendió una luz de alarma en su conciencia. Era un estadounidense y lo había empujado y había sentido un pinchazo en las nalgas y…

y aquí era donde había matado al judío y…

"¿Quién eres?"

Jack había contado unos quince segundos, y sintió cómo la furia crecía en él.

"Soy quien te acaba de matar, Cincuenta y seis MoHa". El rostro del hombre cambió, adoptando la expresión de una fiera peligrosa. Su mano fue al bolsillo y salió armada de una navaja y, de pronto, ya nada fue divertido.

Instintivamente, Jack retrocedió de un brinco. El rostro del terrorista era la imagen misma de la muerte. Abrió la navaja y se concentró en la garganta de Jack. Alzó el arma, dio medio paso hacia adelante y…

La navaja se le cayó de la mano… miró asombrado su mano; luego volvió a alzar la vista…

mejor dicho, lo intentó. Su cabeza no se movía. Sus piernas quedaron sin fuerza. Se desplomó. Sus rodillas rebotaron dolorosamente contra las baldosas. Cayó de cara, volviéndose hacia la izquierda al hacerlo. Sus ojos seguían abiertos y ahora estaba boca arriba, mirando a la placa de metal pegada a la parte inferior del mingitorio, de donde Greengold había tratado de recuperar su paquete y…

"Saludos de los Estados Unidos, cincuenta y seis MoHa. Jodiste con quien no debías. Espero que te guste el infierno, compadre". Su visión periférica vio que la forma se movía hacia la puerta, también cómo aumentaba y decrecía la luz cuando la puerta se abrió y se cerró.

Ryan se detuvo y decidió regresar. El tipo tenía un cuchillo en la mano. Tomó su pañuelo y le quitó el cuchillo, deslizándolo bajo el cuerpo. Mejor tocar lo menos posible, pensó. Mejor no… otra idea entró en su mente. Metió la mano en los bolsillos de 56 y encontró lo que buscaba. Luego, salió. Lo increíble era que sentía un fuerte deseo de orinar, así que caminó rápido para sentirlo con menos intensidad. Segundos después, estaba otra vez en la mesa.

"Todo salió bien", les dijo a los gemelos. "Me parece que tendrán que regresar al hotel, ¿no? Debo hacer algo. Vamos", ordenó.

Dominic dejó suficientes euros en la mesa como para cubrir la cuenta y la propina. El camarero torpe hizo ademán de seguirlos, ofreciéndose a pagar la limpieza de sus ropas, pero Brian, con una sonrisa, le hizo señas de que no se preocupara, y cruzaron la Plaza España andando. Allí tomaron el ascensor hasta la iglesia y luego caminaron calle abajo hasta el hotel. Unos ocho minutos después, estaban de regreso en el Excelsior, y los gemelos se sentían bastante estúpidos con su ropa manchada.

El conserje lo notó y les preguntó si necesitaban una tintorería.

"Si', replicó Brian, "puede mandamos alguien a la habitación?"

"Por supuesto, signore. En cinco minutos".

Supusieron que no habría micrófonos en el ascensor. "¿Y?", preguntó Dominic.

"Lo hice, y obtuve esto", dijo Jack, mostrando una llave de habitación igual a la de ellos.

"¿Para qué?"

"Tiene una computadora, ¿recuerdas?"

"Ah, sí.

Cuando entraron en la habitación de MoHa se encontraron con que ya la habían limpiado. Jack pasó por su propia habitación y llevó su laptop y su unidad de disco externa FireWire. Tenía diez gigabytes de espacio de almacenamiento, e imaginó que podría copiar todo allí. En la habitación de la víctima, lo conectó a la laptop Dell de Mohammed Hasan.

No había tiempo para sutilezas; su computadora y la del árabe usaban el mismo sistema operativo, e hizo una transferencia global de los contenidos de ésta a su unidad FireWire. Le llevó seis minutos y, tras limpiar todo con su pañuelo salió de la habitación y también limpió el picaporte. Salió a tiempo para ver a un empleado que se llevaba el traje manchado de vino de Dominic.

"¿Y bien?", preguntó Dominic.

"Hecho. En casa tal vez les interese esto", dijo alzando su FireDrive.

"Bien pensado, hombre. ¿y ahora?"

"Ahora tengo que volver a casa, amigo. Envíen un mensaje de correo electrónico a la base, ¿de acuerdo?"

"Entendido, Junior".

Jack hizo su equipaje y telefoneó al conserje, quien lo informó de que había un vuelo de British Airways que salía desde el aeopuerto Leonardo da Vinci hacia Londres donde conectaba con otro servicio al Dulles en D.C., pero debía darse prisa. Así lo hizo y, noventa minutos más tarde, el avión, llevándolo en el asiento 2A, despegaba.

Mahmoud estaba allí cuando llegó la policía. Reconoció el rostro de su colega cuando lo vio pasar en una camilla que salía del baño de hombres, y quedó atónito. Lo que no sabía era que la policía había tomado la navaja y notado que tenía manchas de sangre. La enviarían a analizar a su laboratorio, que tenía un equipo para hacer pruebas de ADN, cuyo personal había sido entrenado por la Policía Metropolitana de Londres, líderes mundiales en analizar evidencias de ADN. Sin nadie a quién reportarse, Mahmoud regresó a su hotel y reservó un pasaje para el día siguiente en un vuelo a Dubai de Emirate Airways. Debía informarle de la desgracia de hoy a alguien, tal vez al propio Emir, a quien no conocía más que por su terrible reputación. Había visto la muerte de un colega y el cadáver de otro. ¿Qué horrenda desgracia era ésa? Reflexionó sobre esto acompañado de un vino. Sin duda, Alá el Misericordioso le perdonaría esa transgresión. Había visto demasiado en demasiado poco tiempo.

Jack Junior se sintió ligeramente turbado durante el vuelo a Heathrow. Necesitaba hablar con alguien, pero para eso faltaba mucho, de modo que se zampó dos botellitas de whisky escocés antes de aterrizar en Inglaterra. Bebió dos más en la sección delantera del 777 que lo llevaba a Dulles. No sólo había matado a alguien, sino que se había burlado de él mientras moría. No era algo bueno, pero tampoco algo como para pedirle perdón a Dios, ¿verdad? La unidad Fire Wire contenía tres gigabytes de la laptop Dell de 56. ¿Exactamente qué diría allí? Podía haberla conectado a su propia máquina y comenzado a explorar, pero no, ésa era tarea para un verdadero experto en computación. Habían matado a cuatro personas que habían atacado a los Estados Unidos, y los Estados Unidos habían respondido, en el terreno de su enemigo y con las reglas de éste. Lo bueno era que el enemigo no tenía forma de saber cuál era el felino que lo acechaba en la jungla. Apenas si se habían encontrado con sus dientes. Ahora les tocaría enfrentarse a su cerebro.