174274.fb2 Los dientes del tigre - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 5

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CAPÍTULO 3 Archivos grises

Una de las ventajas con que contaba Hendley era que buena parte de sus recursos humanos eran externos. No debía pagarles, darles techo ni comida. Los gastos generales eran pagados por los contribuyentes sin saberlo y, de hecho, los "gastos generales" mismos no sabían que lo eran. La reciente evolución del mundo del terrorismo internacional había hecho que las dos principales agencias de inteligencia de los Estados Unidos, la CIA y la NSA colaboraran más estrechamente que en el pasado y como estaban a una incómoda hora de automóvil una de otra – sortear el sector norte de la circunvalación de DC puede ser como conducir por la playa de estacionamiento de un centro de compras la víspera de Navidad- la mayor parte de sus comunicaciones se efectuaba a través de un enlace de microondas que iba desde el punto más alto del cuartel general de la NSA hasta el punto más alto del de la CIA. Nadie se había dado cuenta de que esta línea pasaba por encima del techo de Hendley Associates. y en realidad, no debería haber importado, dado que el enlace de microondas estaba codificado. Así debía ser porque las microondas se filtran de su línea de transmisión por diversas razones técnicas. Se puede recurrir a las leyes de la física, pero no alterarlas según las propias necesidades.

El ancho de banda del canal de microondas era inmenso, gracias a algoritmos de compresión muy semejantes a los empleados en redes de computadoras personales. La Biblia completa se hubiera podido transmitir de un edificio a otro en cuestión de segundos. El enlace estaba en permanente funcionamiento y la mayor parte del tiempo transmitía disparates y caracteres aleatorios, de modo de confundir a cualquiera que intentara descifrar el código -lo cual, de todas formas, era imposible, por tratarse del código TAPDANCE. Al menos así decían los cerebros de la NSA. El sistema dependía de CD-ROMS que venían con transcripciones absolutamente aleatorias, y a no ser que uno diese con una clave para desencriptar el ruido atmosférico de radiofrecuencias, no había forma de violarlo. Pero cada día un integrante del destacamento de guardias de Hendley, acompañado de dos de sus colegas -todos ellos seleccionados al azar en la fuerza de guardias- conducía hasta Ford Meade para recoger los discos de encriptación de la semana. Estos estaban insertados en una unidad de discos conectada a la máquina codificadora y una vez que cada uno de ellos era expulsado por ésta tras su uso, era llevado manualmente a un horno de microondas para ser destruido bajo la mirada de los tres guardias, que llevaban años de servicio entrenados para no hacer preguntas.

Este laborioso procedimiento le daba a Hendley acceso a todas las actividades de las dos agencias, ya que, por tratarse de agencias gubernamentales, escribían todo, desde la paga a agentes clandestinos al costo de la carne con que se confeccionaban los platos de la cafetería.

Mucha -o la mayor parte- de esa información no le interesaba al equipo de Hendley, pero casi toda se almacenaba en medios de alta densidad, desde donde se podía acceder a ella por medio de una computadora madre Sun Microsystems que tenía suficiente capacidad como para administrar todo el país, de ser necesario. Ello le permitía al equipo de Hendley echar una mirada al material generado por los servicios de inteligencia, así como a los análisis de alto nivel realizado por los expertos de una miríada de áreas, que luego eran enviados a otros para que los comentasen y generasen nuevos análisis. La NSA tendía a hacer este trabajo mejor que la CIA, o al menos así le parecía al principal analista de Hendley, pero muchas cabezas pensando en el mismo problema a veces daban con un buen resultado -a no ser que el análisis se hiciera tan bizantino que llegara a paralizar la acción, problema que se suele dar en la comunidad de inteligencia. Junto al flamante Departamento de Seguridad Territorial- para cuya autorización parlamentaria, Hendley, de haber estado en funciones, habría votado "no" -la CIA y la NSA recibían los análisis del FBI. A menudo, ello no generaba más que otra capa de complejidad burocrática, pero la verdad era que los agentes del FBI tenían un enfoque ligeramente distinto del procesamiento de inteligencia cruda. Pensaban en términos de construir un caso penal para ser presentado ante un tribunal, lo cual, pensándolo bien, era bueno.

Cada agencia tenía su forma de pensar. El Buró Federal de Investigaciones estaba compuesto de policías que pensaban en determinada dirección. La Agencia Central de Inteligencia tenía una inclinación muy distinta y tenía el poder -que a veces empleaba- de tomar alguna medida activa, aunque ello era raro. En cuanto a la Agencia Nacional de Información, sólo obtenía información, la analizaba y la transmitía a los demás -lo que éstos hicieran con ella no le concernía.

El jefe de Análisis/Inteligencia de Hendley era Jerome Rounds. Sus amigos lo llamaban Jerry y tenía un doctorado en psicología de la universidad de Pennsylvania. Había trabajado en la Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado antes de trasladarse a Kidder, Peabody, como analista de otra clase a cambio de pagos de otra clase. Antes de eso, el senador Hendley en persona lo había seleccionado durante un almuerzo en Nueva York. Rounds se había hecho fama en la agencia de Bolsa de ser el vidente del establecimiento, pero aunque había ganado una importante cantidad de dinero, encontraba que la importancia que uno le adjudicaba a éste disminuía una vez que estaban pagos la educación de los niños y el velero. Estaba harto de Wall Street y estaba listo para la propuesta de trabajo que Hendley le había hecho cuatro años atrás. Sus tareas incluían el leer las mentes de otros analistas internacionales, cosa que había aprendido a hacer en Nueva York. Trabajaba en estrecha colaboración con Sam Granger, quien encabezaba el arbitraje de divisas del Campus y también el Departamento de Operaciones.

Era casi la hora de cierre cuando Jerry Rounds entró en la oficina de Sam. La tarea de Jerry y su equipo de treinta colaboradores consistía en revisar todas las transcripciones de la NSA y la CIA. Todos debían estar capacitados para lectura veloz y debían tener buen olfato. Rounds era el sabueso del establecimiento.

"Mira esto", dijo, poniendo una hoja de papel sobre el escritorio de Hendley y sentándose.

"El Mossad perdió un… jefe de estación. Mmm… ¿Cómo ocurrió?"

"Los policías locales creen que se trató de un robo. Apuñalado, falta la billetera, no hay señales de lucha. Está claro que no iba armado".

"En un lugar civilizado como Roma ¿por qué preocuparse?", observó Granger. Pero ahora se preocuparían, al menos por un tiempo. "Cómo nos enteramos?"

"Salió en los diarios locales que a un funcionario de la Embajada Israelí lo mataron cuando estaba meando. El jefe de estación de la Agencia lo identificó como espía. Hay personas en Langley dando vueltas y vueltas tratando de entender qué pasó, pero lo más probable es que terminen por remitirse a la navaja de Occam y acepten la versión de la policía local. Muerto. Sin billetera. Un robo en el cual al ladrón se le fue un poco la mano".

"Crees que los israelíes acepten esa versión?"

"Sí, el día que sirvan cerdo asado en una recepción en la embajada. La puñalada entró entre la primera y la segunda vértebra. Un delincuente callejero más bien cortaría la garganta, pero un profesional sabe que eso es sucio y ruidoso. Los carabinieri están trabajando en el caso, pero no parece que tengan ni por dónde empezar, a no ser que alguien que haya estado en el restaurante tenga una excelente memoria. No apostaría por que eso fuera a ocurrir".

"Entonces, ¿qué significa?"

Round se reclinó en la silla: "Cuál fue la última vez que el jefe de estación de algún servicio resultó asesinado?"

"Hacía mucho que no ocurría. La Agencia perdió uno en Grecia -fue un grupo terrorista local. Algún idiota identificó al jefe de estación a uno de los suyos, abandonó el país, saltó el muro, ahora estará allí bebiendo vodka y sintiéndose solo, me imagino. Hace unos años, los ingleses perdieron un tipo en Yemen Se detuvo. "Tienes razón. No se gana mucho matando al jefe de estación. Una vez que averiguas quién es, lo vigilas, te enteras de quiénes son sus contactos y oficiales a cargo. Si lo matas, no ganas recursos sino que los pierdes. ¿Crees que tal vez haya sido un terrorista que le está enviando un mensaje a Israel?"

"O que tal vez haya sacado del medio una amenaza que Es pareció especialmente desagradable. Al fin y al cabo, el pobre tipo era israelí ¿no? Funcionario de la embajada. Tal vez eso haya sido suficiente. Pero cuando un espía – especialmente uno de alto rango- cae, uno no da por sentado que se haya tratado de un accidente ¿no?"

"AIguna posibilidad de que el Mossad nos pida ayuda?" Pero Granger sabía que no sería así. El Mossad era como ese niño del arenero que nunca jamás le prestaba sus juguetes a nadie. Sólo pedirían ayuda si A) estaban desesperados o B) convencidos de que alguien Es podía dar algo que nunca obtendrían por su cuenta. En esos casos, actuaban como el hijo pródigo cuando regresó a casa.

"No confirman que este individuo -se llamaba Greengold- fuera Mossad. Eso podría ser demasiado útil para la policía italiana, podría incluso llevar a que interviniese su contrainteligencia, pero si se ha dicho, no hay evidencia de que Langley lo sepa".

Pero Granger sabía que Langley no lo vería en esos términos. Jerry era de la misma opinión. Se le veía en los ojos. La CIA no lo interpretaba en esos términos porque el negocio de la inteligencia se había vuelto muy civilizado. No se mataba a los recursos del otro, porque hacerlo no era buen negocio. Podía matar a los tuyos y si uno se ponía a hacer una guerra de guerrilla en las calles de una ciudad del extranjero, no estaba el trabajo requerido. El trabajo era enviar información al gobierno, no hacer muescas en la culata de la pistola. De modo que los carabinieri pensarían en términos de delito callejero porque la persona de cualquier diplomático era inviolable para las fuerzas de cualquier otro país, lo protegían los tratados internacionales y una tradición tan antigua como el imperio persa de Jerjes.

"Bien Jerry, tú eres quien tiene olfato entrenado", observó Sam "¿Qué opinas?"

"Creo que puede haber un agente peligroso suelto. Este individuo del Mossad está en un elegante restaurante romano, comiendo y tomando una deliciosa copa de vino. Tal vez esté recogiendo algo en una estafeta, al restaurante se puede llegar andando desde la embajada, aunque es un poco lejos para comer siempre allí, a no ser que a este Greengold le gustara hacer jogging, para lo cual no hubiera sido el horario adecuado. De modo que, a no ser que realmente tuviese debilidad por la cocina del Giovanni, con seguridad se trató de una estafeta o de un encuentro de algún tipo. A mí me parece un asesinato deliberado, hecho por un experto. La víctima quedó instantáneamente incapacitada. No tuvo forma de resistir. Esa es la forma de eliminar un espía -nunca sabes cuán bueno puede ser para defenderse, pero si yo fuera árabe, para mí un tipo del Mossad sería una pesadilla. No me arriesgaría. No usó pistola, de modo que no dejó ningún tipo de evidencia física ni bala ni vaina servida. Se lleva la billetera para que parezca un robo, pero mata a un rezident del Mossad, y probablemente al hacerlo envíe un mensaje. No es que le disguste el Mossad, pero para él matar a su gente es tan fácil como bajarse la bragueta".

"¿Estás por escribir un libro sobre el tema, Jerry?", preguntó Sam con ligereza. El analista jefe había tomado sólo un pequeño hecho de información dura y con él creaba un culebrón completo.

Rounds sólo se tocó la nariz y sonrió. "Desde cuándo crees en las coincidencias? Huelo algo aquí'.

"¿Qué opina Langley?"

"Hasta ahora, nada. Se lo han asignado a la delegación Europa meridional para que lo evalúe. Imagino que tendremos resultados más o menos en una semana y no dirán mucho. Conozco al tipo a cargo de esa delegación".

"¿Es estúpido?"

Rounds meneó la cabeza. "No, eso no sería justo. Es bastante inteligente, pero no se arriesga. Tampoco es particularmente creativo. Apuesto a que esto no llega ni al séptimo piso".

Un nuevo director de la CIA había remplazado a Ed Foley, quien se había retirado y, se decía, estaba dedicado a escribir su libro del género "yo estuve allí junto a su esposa, Mary Pat. En su momento, habían sido muy buenos, pero el nuevo director de contrainteligencia era un juez políticamente atractivo a quien el presidente Kealty apoyaba. No hacía nada sin aprobación del Presidente, lo cual significaba que todo debía pasar por la miniburocracia del equipo del Consejo Nacional de Seguridad de la Casa Blanca, que tenía tantas filtraciones como el Titanic, lo que lo convertía en amado de la prensa. El Directorio de Operaciones aún crecía y aún entrenaba nuevos oficiales de campo en La Granja en Tldewater, Virginia, y el nuevo director de operaciones no era nada malo -el Congreso había insistido en que se tratara de alguien que conociera los aspectos prácticos, lo que le causó poca gracia a Kealty- pero sabia cómo tratar con el Congreso. Tal vez el Directorio de Operaciones se estuviese recuperando razonablemente bien, pero no haría nada claramente malo bajo la actual administración. Nada que enfadase al Congreso. Nada que hiciese que los enemigos de la comunidad de inteligencia alzasen sus voces para denunciar nada fuera de sus habituales fantasías históricas acerca de cómo la CIA provocó Pearl Harbor y el terremoto de San Francisco.

"Así que te parece que nada surgirá de esto, ¿eh?", preguntó Granger, conociendo la respuesta de antemano.

"El Mossad echará una mirada, Es dirá a sus hombres que se mantengan alerta, lo cual funcionará por uno o dos meses, hasta que la mayor- parte de ellos se relaje y regrese a sus rutinas habituales. Lo mismo que ocurre en cualquier otro servicio. Más que nada, los israelíes tratarán de averiguar cómo lo identificaron. Es difícil especular al respecto la información con que contamos. Lo más probable es que se trate de algo simple. Suele serlo. Tal vez reclutó a quien no tenía que reclutar y resultó mordido, tal vez alguien descifró el código -por ejemplo, un empleado de códigos de la embajada los entregó a cambio de dinero-, tal vez alguien habló con quien no tenía que hablar en alguna recepción. Las posibilidades son muchas, Sam. Basta con un pequeño error para que alguien resulte muerto y hasta los mejores podemos cometer errores".

"Es como para ponerlo en el manual de qué hacer y qué no en las calles". Claro que él había estado en las calles, pero aún más en bibliotecas y Bancos, hurgando entre información tan árida que hace que el polvo parezca húmedo, encontrando cada tanto alguna yeta de diamante. Siempre había mantenido una fachada y se había adherido a ella hasta que le pareció tan real como la fecha de su nacimiento.

"A no ser que otro espía resulte muerto en las calles de algún lugar", observó Rounds. "Si es así, sabremos sin dudas que hay un agente peligroso suelto".

El vuelo de Avianca proveniente de México llegó a Cartagena cinco minutos antes de lo previsto. Había ido al aeropuerto de Heathrow en Londres con Austrian Air y luego un vuelo de British Airways lo llevó a ciudad de México, donde tomó un vuelo de la línea bandera de Colombia hasta ese país. Era un vuelo Boeing estadounidense, pero la seguridad del transporte aéreo no era un tema que lo preocupara. Había peligros mucho más serios en el mundo. Una vez que llegó al hotel, abrió su maleta para recuperar su agenda, salió y se dirigió a un teléfono público.

"Por favor, dígale a Pablo que llegó Miguel. Gracias". De allí se dirigió a una cantina a tomar un trago. La cerveza local no era mala, pensó Mohammed. Beberla iba contra sus principios religiosos, pero no debía hacerse notar y aquí todos bebían alcohol. Tras pasar allí quince minutos, regresó andando a su hotel, fijándose dos veces en si lo seguían sin lograr ver a nadie. Así que si lo seguían, quienes lo hacían eran expertos y de eso no podía defenderse, no al menos en una ciudad extranjera donde todos hablaban castellano y nadie sabía en qué dirección quedaba La Meca. Trabajaba con un pasaporte británico en el que decía que su nombre era Nigel Hawkins de Londres. Realmente había un apartamento en la dirección que figuraba en el documento. Ello lo protegería incluso de un control policial de rutina, pero una fachada no podía mantenerse para siempre y si había problemas… había problemas. No se podía vivir siempre con miedo a lo desconocido. Hacías tus planes, tomabas las precauciones necesarias y luego jugabas el juego.

Era interesante. España era una gran vieja enemiga del Islam y estos países estaban compuestos mayoritariamente por descendientes de españoles. Pero había gente en esos países que detestaban a los Estados Unidos casi tanto como él sólo casi porque los Estados Unidos eran la fuente de los vastos ingresos que recibían a cambio de su cocaína… del mismo modo que los Estados Unidos eran la fuente de los vastos ingresos que recibía su país natal a cambio de su petróleo. Su propia fortuna personal equivalía a muchos cientos de millones de dólares estadounidenses, depositados en Bancos de todo el mundo, Suiza, Liechtenstein y, más recientemente, las Bahamas. Podía permitirse un avión privado pero así hubiese sido fácil de identificar y también, lo sabía, de derribar sobre el mar. Mohammed despreciaba a los Estados Unidos pero era consciente de su poder. Demasiados buenos hombres se habían ido inesperadamente al paraíso por olvidarlo. No podía decirse que ése fuera un mal destino, pero sus responsabilidades pertenecían al mundo de los vivos, no al de los muertos.

"Eh, capitán".

Brian Caruso se volvió y vio a James Hardesty. Aún no eran las siete de la mañana. Acababa de conducir a su pequeña compañía de infantes de marina en su carrera de cinco kilómetros y su rutina matinal de ejercicios y, como todos sus hombres, había transpirado abundantemente. Tras enviar a los hombres a ducharse, regresaba al cuartel cuando vio a Hardesty. Pero antes de que pudiera decir nada, una voz más conocida lo llamó.

"¿Capitán?" Caruso se volvió y vio al sargento artillero Sullivan, su principal suboficial.

"Sí, sargento. Los hombres parecían en buen estado esta mañana". "Sí, señor. No nos hizo trabajar demasiado duro. Se lo agradezco, señor, observó el suboficial.

"¿Cómo se desempeñó el cabo Ward?" Ése era el motivo por el cual Brian no los había hecho trabajar tan duro. Ward decía que estaba listo para la acción, pero aún se recuperaba de graves heridas.

Jadea un poco, pero no cedió. El infante Randallo está controlando de cerca. Sabe, no es tan malo para tratarse de un calamar", concedió el sargento. Los infantes de marina solían ser deferentes para con sus colegas de la armada, especialmente aquellos lo suficientemente duros como para integrarse en su Fuerza de Reconocimiento.

"Tarde o temprano, los SEAL lo invitarán a Coronado".

"Sin duda, capitán, y cuando eso ocurra, tendremos que adiestrar otro calamar".

"¿Qué necesita, sargento?", preguntó Caruso.

"Señor… oh, está aquí. Hola, señor Hardesty. Acabo de enterarme de que vino a ver al jefe. Discúlpeme, capitán".

"No hay problema. Nos vemos en una hora".

"A la orden, señor". Sullivan hizo una airosa venia y regresó a las barracas.

"Buen suboficial", pensó Hardesty en voz alta.

"Cosa seria", dijo Caruso. "Los tipos como él llevan adelante al Cuerpo. A los tipos como yo, sólo nos toleran".

"¿Desayunamos, capitán?"

"Seguro, pero antes déjeme ducharme".

"¿Cuál es la agenda del día?"

"Hoy hay una clase de comunicaciones, para asegurarse de que todos sepamos cómo se solicitan soporte aéreo y de artillería".

"¿No lo saben?", preguntó con sorpresa Hardesty.

"¿vio que antes de cualquier partido, los equipos de béisbol practican con el bate, bajo las instrucciones de un entrenador de bateo? Pero ya saben cómo se batea, ¿no?"

"Entiendo". La razón por la cual ese tipo de trabajo se llamaba fundamental era porque lo era. Y esos infantes de marina, al igual que los beisbolistas, no le pondrían reparos a la práctica en forma diaria. Una vez que uno conocía la realidad del combate se daba cuenta de la importancia de los fundamentos.

El alojamiento de Caruso estaba cerca. Hardesty se sirvió café y tomó un diario mientras el joven oficial se duchaba. El café era bueno para ser obra de un soltero.

Como de costumbre, el diario no le dijo nada que no supiera ya, con excepción de algunos resultados deportivos, pero las historietas siempre tenían alguna gracia.

"¿Listo para el desayuno?", preguntó un limpio Caruso.

"¿Qué tal se come aquí?", Hardesty se puso de pie.

"Bueno, no es fácil equivocarse al preparar el desayuno, ¿no?"

"Es cierto. Vamos, capitán". Fueron hasta el comedor en el Mercedes C de Caruso. Para alivio de Hardesty, el automóvil dejaba claro que Caruso era soltero.

"No esperaba verlo tan pronto", dijo Caruso desde detrás del volante.

"¿Ni volver a verme nunca?", preguntó en tono de broma el ex oficial de las Fuerzas especiales.

"Sí, así es, señor".

"Pasó el examen".

Eso lo hizo volver la cabeza. "¿Qué examen, señor?"

"No creo que usted lo haya notado", observó Hardesty con una risita.

"Bueno, señor, esta mañana usted ha logrado confundirme", lo cual, suponía Caruso, era parte del plan del día.

"Un viejo dicho afirma: si no estás confundido, es que no estás bien informado".

"Suena un poco ominoso", dijo el capitán Caruso, doblando a la derecha para entrar en el estacionamiento.

"Podría serlo". Descendió del auto y siguió al oficial al comedor.

Era una gran construcción de una planta colmada de infantes de marina hambrientos. La cola de la cafetería tenía filas de bandejas con los componentes habituales del desayuno estadounidense, desde copos escarchados hasta tocino y huevos, y hasta…

"Puede probar los bageis, pero no son muy buenos, señor", advirtió Caruso mientras tomaba dos muffins ingleses y auténtica manteca. Claramente, era demasiado joven como para preocuparse del colesterol y las otras dificultades que surgen con el correr de los años. Hardesty tomó una caja de Cheerios, pues, muy a su pesar, él si estaba envejeciendo, leche descremada y endulzante de bajas calorías. Los jarros de café eran grandes y las mesas permitían un sorprendente grado de anonimato, aunque debía de haber unas cuatrocientas personas allí, de todos los rangos del escalafón que va de cabo a coronel. Su anfitrión lo condujo hasta una mesa ocupada por jóvenes sargentos.

"Bien, señor Hardesty, ¿qué puedo hacer por usted?"

"Para empezar, entiendo que tiene acceso de seguridad hasta el grado secreto máximo, ¿verdad?"

"Sí, señor. Algunos materiales clasificados, pero que a usted no le conciernen en modo alguno".

"Es probable", concedió Hardesty. "Pero bueno, lo que estamos por discutir es un poco más reservado que eso. No puede repetirle esto a nadie en absoluto. ¿Está claro?"

"Sí, señor. Se trata de códigos. Entiendo". De hecho, no entendía, pensó Hardesty. Eso iba más allá de códigos, pero esa explicación debería esperar a otro encuentro. "Por favor, prosiga, señor".

"Usted ha sido notado por gente bastante importante como candidato destacado para una organización muy… muy especial, tanto que no existe. Estoy seguro de que ha oído hablar de cosas así en películas o que ha leído acerca de ellas en libros. Pero esto es bien real, hijo. Estoy aquí para ofrecerle un puesto en esa organización".

"señor, soy oficial de infantes de marina y eso me basta".

"No interferirá con su carrera de infante de marina. De hecho, su ascenso a mayor acaba de ser aprobado. Recibirá la carta con esa información la próxima semana. Así que, como sea, deberá dejar su actual destino. Si sigue en la infantería de marina, será enviado al cuartel general del cuerpo el mes que viene, a trabajar en la división de inteligencia/operaciones especiales. También le concederán la Estrella de Plata por su desempeño en Afganistán".

"¿Y mis hombres? Los postulé a ellos para condecoraciones. Era característico de ese joven que eso fuera lo que lo preocupaba, pensó Hardesty.

"Todos fueron aceptados. Ahora, usted podrá regresar al Cuerpo cuando quiera. Su rutina de ascensos y destinos no sufrirá por esto".

"¿Cómo hace para manejar eso?"

"Tenemos amigos en altos puestos", explicó Hardesty. "De hecho, usted también los tiene. Se le continuará pagando a través del Cuerpo. Tal vez deba hacer nuevos arreglos bancarios, pero eso es asunto de rutina".

"¿De qué se trata este nuevo destino?", preguntó Caruso.

"Se trata de servir a su país. Hacer cosas necesarias para la seguridad nacional, pero hacerlas en forma algo irregular".

"¿Hacer exactamente qué?"

"No se lo puedo decir aquí y ahora". "¿No podría ser más misterioso, señor Hardesty? Tal vez comience a entender de qué está hablando y se arruinaría la sorpresa".

"No hago las reglas", replicó.

"¿La Agencia, no?"

"No exactamente, pero ya se enterará. Lo que necesito ahora es un sí o un no. Puede dejar esta organización en cualquier momento si no le agrada", prometió. "Pero éste no es el lugar adecuado para una explicación más detallada".

"¿Para cuándo debo haber tomado mi decisión?"

"Antes de terminar su tocino con huevos".

La respuesta hizo que Caruso dejara su muftin. "¿No es una broma, no?" Su origen italiano lo había hecho blanco de unas cuantas bromas.

"No, capitán, no lo es".

Mantuvo su tono deliberadamente libre de todo indicio de amenaza. Las personas como Caruso, por más valientes que fueran, a menudo contemplaban lo desconocido -o mejor dicho lo desconocido e incomprensible- con cierto grado de desconfianza. Su profesión ya era peligrosa de por sí, y ninguna persona inteligente va alegremente en busca del peligro. Generalmente, tienen un enfoque razonado del riesgo, basado en evaluar si su entrenamiento y experiencia son adecuados a la tarea en cuestión. Por eso, Hardesty cuidó muy bien de aclararle a Caruso que la matriz de la infantería de marina siempre estaría allí para recibirlo de vuelta. Esto era casi cierto, y ello bastaba para sus propósitos, aunque tal vez no para los del joven oficial.

"¿Cómo es su vida amorosa, capitán?"

La pregunta lo sorprendió, pero fue veraz. "Sin compromiso. Salgo con algunas chicas, pero nada serio por el momento. ¿Es eso motivo de preocupación?" ¿Cuán peligroso era esto, se preguntó?

"Sólo desde el punto de vista de la seguridad. La mayor parte de los hombres no puede ocultarles nada a sus esposas". Pero las amigas eran otro asunto totalmente diferente.

"Bien, ¿cuán peligroso será este trabajo?"

"No mucho", mintió Hardesty, aunque no tan hábilmente como para tener éxito.

"Sabe, mis planes son permanecer en el Cuerpo, al menos el tiempo suficiente para llegar a teniente coronel".

"Quien lo evaluó en el cuartel general de la infantería de marina cree que es suficientemente bueno para llegar a coronel alguna vez, a no ser que cometa algún error por el camino. Nadie cree que esto sea probable, pero les ha pasado a muchos hombres buenos". Hardesty terminó sus Cheerios y dedicó su atención al café.

"Es bueno saber que tengo un ángel guardián por ahí arriba", observó secamente Caruso.

"Como dije, usted ha sido notado. El Cuerpo de infantería de marina es bueno para identificar a quienes tienen talento y ayudarlos a progresar".

"Otras personas también… me han identificado, quiero decir".

"Correcto, capitán. Pero no hago más que ofrecerle una oportunidad. Deberá demostrar si es bueno sobre la marcha". El desafío estaba bien pensado. A los hombres jóvenes y capaces Es costaba evitarlos. Hardesty supo que lo tenía.

El camino de Birmingham a Washington se hizo largo. Dominic Caruso lo hizo en una sola jornada larga porque no le gustaban los moteles baratos, pero ni siquiera haber partido con su auto a las cinco de la mañana lo hizo más corto. Conducía un Mercedes blanco cuatro puertas tipo C, muy similar al de su hermano, y llevaba mucho equipaje. Habían estado a punto de detenerlo dos veces, pero en ambas ocasiones, la policía respondió favorablemente a sus credenciales del FBI -las "credes", las llamaba la gente del Buró- y siguió su camino sin más trámite que un amigable saludo. La hermandad entre las agencias policiales e investigativas se extendía al menos hasta pasar por alto las violaciones a los topes de velocidad. Llegó a Arlington, Virginia, a las diez de la noche, donde dejó que un botones descargara su equipaje y tomó el ascensor hasta el tercer piso. El bar de la habitación tenía media botella de vino blanco de razonable calidad, que se tomó tras la imprescindible ducha. El vino y la aburrida TV lo ayudaron a dormir. Dejó indicado que lo despertaran a las siete y se durmió con ayuda de HBD.

"Buen día", dijo Gerry Hendley a las 8:45 de la mañana siguiente. "¿Café?"

"Gracias, señor". Jack se sirvió una taza y tomó asiento. "Gracias por llamarme".

"Bueno, miramos tus antecedentes académicos. Te desempeñaste bien en Georgetown".

"Con lo que cuesta, más vale prestar atención y además, no fue tan difícil". John Patrick Ryan, Jr. sorbió su café, preguntándose cómo continuaría.

"Estamos dispuestos a discutir la posibilidad de un trabajo de nivel de principiante", le dijo directamente el ex senador. Siempre le gustó ir al grano, lo cual era una de las razones por las cuales él y el padre de su visitante se llevaban tan bien.

"¿Haciendo exactamente qué?", preguntó Jack mientras su mirada se iluminaba.

"¿Qué sabes de Hendley Associates?"

"Solo lo que ya le dije".

"Bien, nada de lo que te diré ahora puede ser repetido en lugar alguno. En ninguno. ¿Está claro?"

"Sí, señor". Y en ese momento, así de rápido, todo quedó bien claro. Lo que había supuesto era cierto. Bueno.

"Tu padre era uno de mis amigos más íntimos. Digo 'era' porque ya no nos podemos ver más y es raro que hablemos. Cuando eso ocurre es porque él llama aquí. La gente como tu papá nunca se retira -al menos, nunca del todo. Tu padre fue uno de los mejores agentes de inteligencia que nunca haya existido. Hizo cosas que nunca serán escritas -al menos en papel del gobierno- y que probablemente nunca serán escritas en ningún lugar. En este caso, 'nunca' significa unos cincuenta años. Tu padre está escribiendo sus memorias. Hace dos versiones. Una para publicar en unos pocos años, otra que no verá la luz hasta dentro de un par de generaciones. Sólo se publicará tras su muerte. Esas son sus órdenes".

A Jack lo golpeó duro la noticia de que su padre estaba tomando medidas para después de muerto. Su papá -muerto? Era difícil de aceptar, a no ser en un sentido lejano e intelectual. "De acuerdo", logró decir… ¿Mamá sabe acerca de esto?"

"Probablemente… no, casi seguro que no. Algunas de esas cosas no están registradas siquiera en Langley. A veces el gobierno hace cosas que no confía al papel. Tu padre tenía el talento de estar siempre en medio de cosas como ésas".

"¿Y usted?", preguntó Junior.

Hendley se reclinó y adoptó un tono filosófico. "El problema es que, haga uno lo que haga, siempre habrá alguien a quien no le guste. Es como una broma. Por más divertida que sea, siempre ofenderá a alguien. Pero en los altos niveles, cuando alguien se siente ofendido, no viene a decírtelo en la cara, sino que va a llorarle a algún representante de la prensa, y el asunto se hace público, en general acompañado de un tono de profunda desaprobación. En la mayor parte de los casos, se trata de gente que busca hacer carrera a toda costa -ascender apuñalando por la espalda a tus superiores. Pero también ocurre porque a quienes están en altos cargos les gusta hacer política según lo que ellos creen que es el bien y el mal. Eso se llama ego. El problema es que todos tenemos distintas ideas respecto de lo que está bien y lo que está mal. Algunas de esas ideas son sencillamente delirantes.

"Por ejemplo, nuestro actual Presidente. En el guardarropa del Senado Ed me dijo una vez que se oponía de tal modo a la pena capital que ni siquiera podría haber ejecutado a Adolf Hitler. Ya había tomado unos tragos tiende a ponerse comunicativo después de unos tragos y la triste realidad es que a veces bebe en exceso. Cuando me dijo esto, hice una broma al respecto. Le dije que no lo dijera en un discurso -el voto judío es importante y poderoso y podían percibirlo más bien como un grave insulto que como una expresión de elevados principios. En abstracto, muchos se oponen a la pena capital. Está bien, los respeto, aunque no estoy de acuerdo. Pero el problema con esa posición es que no se puede tratar en forma definitiva con quienes dañan a los demás -a veces seriamente- sin violar los propios principios, y hay gente que, por conciencia o por sensibilidad política, no puede hacerlo. Aunque la lamentable realidad es que el debido curso de la ley no siempre es efectivo, sobre todo de fronteras afuera, a veces de fronteras adentro.

"¿Y cómo afecta esto a los Estados Unidos? La CIA no mata gente, jamás. Al menos no desde la década de 1950. Eisenhower usó a la CIA con mucha habilidad. De hecho, ejercía el poder con tanta habilidad que mucha gente no se daba cuenta de lo que ocurría y creía que era aburrido porque no seguía haciendo la danza de guerra frente a las cámaras. Pero el asunto es que el mundo de entonces era distinto. La Segunda Guerra Mundial era historia reciente, y la idea de matar mucha gente -aun civiles inocentes- era familiar, sobre todo debido a las campañas de bombardeo": aclaró Hendley. "Simplemente, era el precio por ejercer el poder".

"¿Y Castro?"

"Esa fue cosa del presidente John Kennedy y de su hermano Robert. Estaban enloquecidos por matar a Castro. La mayor parte de la gente cree que era por la vergüenza que pasaron en la Bahía Cochinos. Personalmente, creo que fue por leer demasiadas novelas de James Bond. Por ese entonces, asesinar gente era glamoroso. Hoy lo llamamos sociopatía", observó agriamente Hendley. "El problema era que, primero, es mucho más entretenido leer acerca de esas cosas que hacerlas y, segundo, no son cosas fáciles de hacer sin personal altamente calificado y entrenado. Bueno, supongo que al fin se dieron cuenta. Cuando se hizo público, de alguna manera se minimizó la participación de la familia Kennedy y la CIA pagó el precio por hacer mal lo que el Presidente en funciones les ordenó hacer. La Orden Ejecutiva del presidente Ford terminó con todo eso. Así que ahora la CIA no mata gente deliberadamente".

"¿Y John Clark?", preguntó Jack, recordando la mirada de ese personaje.

"Es una suerte de aberración. Sí, ha matado gente más de una vez, pero siempre cuidó de hacerlo sólo cuando era tácticamente necesario y oportuno. Langley se permite que sus hombres se defiendan y él siempre lograba que fuera necesario defenderse. Me reuní con Clark un par de veces. Pero más que nada, conozco su fama. Pero es una aberración. Ahora que se retiró, tal vez escriba un libro. Pero aun si lo hace, la verdadera historia no estará allí. Clark, como tu papá, sigue las reglas. A veces las dobla pero, que yo sepa, nunca las rompió, bueno, no al menos al servicio del gobierno", se corrigió Hendley. El y Jack Ryan padre hablaron largamente acerca de John Clark en una ocasión, y eran las únicas personas en el mundo que sabían la historia completa.

"Una vez le dije a papá que no me gustaría hacer enfadar a Clark".

Hendley sonrió. "Ya lo creo, pero también les podrías confiar a Clark las vidas de tus hijos. La última vez que nos vimos, me preguntaste por Clark. Ahora, te puedo contestar: si fuera más joven, estaría aquí", dijo Hendley como quien revela algo.

"Me acaba de decir algo", dijo Jack de inmediato.

"Lo sé. ¿Puedes soportarlo?"

"¿Lo de matar gente?"

"No dije exactamente eso, ¿o sí?"

Jack Jr. puso su taza sobre la mesa. "Ahora sé por qué papá dice que usted es astuto".

"Puedes soportar saber que tu padre quitó algunas vidas en su momento?"

"Lo sé. Ocurrió la noche en que nací. Es prácticamente una leyenda de familia. Los periodistas lo explotaron a fondo cuando papá era Presidente. Lo repetían una y otra vez, parecía que se tratara de lepra. La diferencia es que la lepra es curable".

"Lo sé. En una película es emocionante, pero en la vida real, la gente se asusta si debe hacerlo. El problema con el mundo real es que a veces -no a menudo, pero sí a veces- es necesario hacer esa clase de cosas, como le tocó a tu papá… en más de una ocasión, Jack. Nunca dudó. Creo que hasta le provocó pesadillas. Pero cuando debió hacerlo, lo hizo. Por eso estás vivo. Por eso muchos otros están vivos".

"Sé lo del submarino. Eso es bastante público, pero…"

"Hay más que eso. Tu padre nunca fue en busca de problemas, pero cuando éstos lo encontraron a él. Como te dije, hizo lo que debía hacer".

"Recuerdo que las personas que atacaron a papá y mamá -me refiero a la noche en que nací- fueron ejecutados. Le pregunté a mamá. Ella no es muy amiga de ejecutar a la gente. En este caso, no pareció importarle mucho, tampoco es que le gustara, pero supongo que se puede decir que entendió la lógica de la situación, papá -sabe, tampoco le gustó, en realidad, pero no es que haya derramado ni una lágrima",

"Tu padre tenía una pistola apoyada en la cabeza de ese tipo -me refiero al jefe- pero no disparó. No era necesario, de modo que se contuvo. Si yo hubiese estado en su lugar, bueno, no sé. Era una elección difícil, pero tu padre tomó la decisión correcta y tenía buenos motivos para no hacerlo",

"Así me dijo el señor Clark. Un día le pregunté acerca de lo ocurrido, Me respondió que la policía estaba allí, de modo que, ¿por qué hacerlo? Pero nunca lo creí del todo, es un tipo muy duro, también le pregunté a Mike Brennan, dijo que era impresionante que un civil se hubiese contenido, pero él no habría matado al tipo, Supongo que es cuestión de entrenamiento",

"No estoy seguro de lo de Clark. Él no es un asesino. No mata por diversión ni por dinero, tal vez le habría perdonado la vida, pero no, un policía entrenado nunca haría nada así. ¿Qué crees que habrías hecho tú?"

"No se sabe hasta que uno no está en esa situación", respondió Jack. "Me lo he preguntado una o dos veces, creo que papá actuó bien".

Hendley asintió, "Tienes razón. También manejó bien el resto del asunto, En cuanto al tipo del barco, ése al que le agujereó la cabeza, tuvo que hacerlo para sobrevivir, y cuando ésa es la elección sólo hay un curso de acción posible",

"Entonces, ¿qué hace exactamente Hendley Associates?"

"Recogemos información de inteligencia y actuamos en consecuencia", "Pero no son parte del gobierno", objetó Jack,

"No, técnicamente no lo somos. Hacemos lo que hay que hacer cuando las agencias del gobierno no están en condiciones de hacerlo".

"Eso ocurre muy a menudo?"

"No mucho", respondió Hendley en tono casual. "Pero eso puede cambiar, O no. Es difícil saberlo en este momento",

"¿Cuántas veces…?"

"No necesitas saberlo", dijo Hendley alzando las cejas.

"De acuerdo. ¿Qué sabe papá acerca de este lugar?"

"Fue él quien me convenció de que lo organizara".

"Ah y finalmente entendió todo, Hendley se había despedido de su carrera política para servir a su país de una forma que nunca sería reconocida, nunca recibiría recompensa. Caramba. ¿Tendría su propio padre cojones como para hacer algo así? "¿y si de alguna manera se ven envueltos en problemas…?"

"En una caja fuerte de mi abogado personal hay cien indultos presidenciales, los cuales cubren todos y cada uno de los actos ilegales que podrían haberse cometido en las fechas comprendidas entre aquellas que mi secretaria mecanografiará para llenar los espacios blancos, firmadas por tu padre una semana antes de dejar su cargo".

"¿Eso es legal?"

"Lo suficiente", replicó Hendley. "El Fiscal General de tu padre, Pat Martín, dijo que serviría, aunque si llegara a hacerse público sería dinamita".

"¿Dinamita? Más bien diría que caería como una bomba nuclear sobre el Capitolio", pensó Jack en voz alta. En realidad, se quedaba corto.

"Por eso aquí nos andamos con cuidado. No puedo incitar a la gente a hacer cosas que la pueden llevar a la cárcel".

"Nunca más les darían acceso al crédito".

"Veo que tienes el sentido del humor de tu padre".

"Bueno señor, es mi padre, ¿no? Lo transmite, igual que los ojos azules o el cabello negro".

Sus antecedentes académicos demostraban que tenía inteligencia. Hendley se dio cuenta de que tenía la misma naturaleza inquisitiva, la misma habilidad para separar lo accesorio de lo esencial. ¿Tenía las agallas de su padre…? Ojalá nunca llegara el momento de averiguado. Pero ni siquiera los mejores de sus hombres podían predecir el futuro, a no ser que se tratase de las fluctuaciones del mercado de cambios -y eso porque hacían trampa. Sólo había una actividad ilegal por la cual podía ser sancionado pero, no, eso nunca ocurriría ¿verdad?

"Bien, ya es hora de que conozcas a Rick Bell. Él y Jerry Rounds se encargan de los análisis".

"¿Los he conocido antes?"

"No. Tampoco tu padre. Ése es uno de los problemas de la comunidad de inteligencia. Creció demasiado. Hay demasiada gente… las organizaciones no hacen más que tropezar consigo mismas. Si uno tiene a los cien mejores jugadores profesionales de fútbol en un solo equipo, el equipo se auto destruirá por los enfrentamientos internos. Todo hombre nació con un ego, y cada uno de ellos es como un gato de cola larga en una habitación llena de mecedoras. Nadie se opone demasiado, porque nadie supone que las cosas deban ser muy eficaces en el gobierno. La gente se asustaría si fuera así. Por eso estamos aquí. Vamos. La oficina de Jerry está por aquí".

"¿Charlottesville?", preguntó Dominic. "Creí…

"Desde la época del director Hoover, el Buró ha tenido una casa segura aquí. Técnicamente, no le pertenece al FBI. Aquí guardamos los Archivos Grises".

"Ah". Había oído eso de un viejo instructor en la Academia. Los Archivos Grises -quienes no pertenecían al Buró ni siquiera conocían el término- eran, se suponía, los archivos de Hoover sobre figuras políticas, toda suerte de irregularidades personales, que los políticos coleccionaban como otros coleccionan sellos y monedas. Aunque supuestamente fueron destruidos cuando Hoover murió en 1972, en realidad se los trasladó a Charlottesville, Virginia, a una gran casa segura ubicada en la cima de una colina al otro lado del suave valle del Monticello de Tom Jefferson, sobre la universidad de Virginia. La vieja casa de plantación estaba construida sobre una amplia bodega que, durante los últimos cincuenta años había albergado algo más valioso que vinos. Era el más negro de los secretos del Buró y sólo lo conocía un puñado de personas, que no necesariamente incluía al director del FBI de turno, sino que era controlado por los más confiables agentes de carrera. Los legajos, al menos los políticos, jamás eran consultados. Por ejemplo, no era necesario revelar que a ese senador que comenzó su carrera bajo la presidencia de Truman le gustaban las menores de edad. Como sea, llevaba muerto mucho tiempo, y también su abortista. Pero el miedo a esos archivos, que, se suponía, eran constantemente actualizados, explicaba por qué rara vez el Congreso atacaba al FBI. Un archivista realmente bueno, ayudado por una memoria computarizada, podría haber deducido su existencia a partir de sutiles ausencias en los voluminosos archivos del Buró, pero se habría tratado de una hazaña hercúlea. Además, los secretos contenidos en los Archivos Blancos escondidos en una antigua mina de carbón de Virginia Occidental eran mucho más jugosos, habría dicho un historiador.

"Vamos a licenciarlo del Buró", dijo Wemer.

"¿Qué?", preguntó Dominic Caruso, "¿Por qué?" La conmoción casi lo hizo caer de su silla.

"Dominic, hay una unidad especial que quiere hablar con usted. Continuará empleado aquí. Ellos le explicarán de qué se trata. Recuerde que dije 'licenciar', no 'dar de baja'. Continuaremos pagándole. Seguirá en los registros, como Agente Especial en misión especial de investigación antiterrorista, directamente a las órdenes de mi oficina. Continuará recibiendo los ascensos y aumentos de salario normales. Esta información es secreta, agente Caruso", continuó Werner. "No puede discutirla con nadie más que conmigo. ¿Está claro?"

"Sí, señor, pero no puedo decir que entienda".

"Lo entenderá en su momento. Continuará investigando actividades criminales y posiblemente también deba entrar en acción. Si su nueva misión no le agrada, me lo puede decir, y será reasignado a una nueva división de campo con tareas más convencionales. Pero, repito, no puede discutir esta misión con nadie más que conmigo. Si le preguntan, sigue siendo un Agente Especial del FBI pero no puede discutir su trabajo con nadie. No será vulnerable a acciones adversas de ninguna índole en tanto haga correctamente su trabajo. Verá que la vigilancia es menor que aquella a la que está acostumbrado. Pero siempre deberá responderle a alguien".

"Señor, sigue sin quedarme muy claro", observó el agente especial Caruso.

"Usted llevará a cabo una tarea de la mayor importancia nacional, básicamente antiterrorismo. Será peligroso. La comunidad terrorista no es civilizada".

"Entonces, ¿será una misión clandestina?"

Wemer asintió. "Correcto".

"¿Y se maneja desde esta oficina?"

"Más o menos". Wemer eludió la pregunta, pero asintió con la cabeza.

"¿Y puedo salirme cuando quiera?"

"Correcto".

"Bien, señor. Haré la prueba. ¿Qué hago ahora?"

Wemer escribió algo en un anotador y le pasó la hoja. "Vaya a estación. Dígales que quiere ver a Gerry".

"¿Ahora mismo, señor?"

"Si no tiene otra cosa que hacer".

Sí, señor". Caruso se puso de pie, estrechó la mano de su jefe y partió. Al menos, el camino hacia los potreros de Virginia era agradable.