174274.fb2 Los dientes del tigre - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 7

Los dientes del tigre - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 7

CAPÍTULO 5 Alianzas

Mohammed tomó el primer vuelo de Avianca a Ciudad de México y allí esperó el British Airways 242 a Londres. Se sentía a salvo en los aeropuertos, donde todo era anónimo. Tenía que cuidarse con la comida, pues México era una nación de infieles, pero la sala de espera de primera clase lo protegía de esa barbarie cultural y los muchos policías armados cuidaban de que gente parecida al propio Mohammed no interrumpiera lo que pudiera haber de placentero allí. De modo que escogió un asiento arrinconado, lejos de las ventanas y leyó un libro que había adquirido en uno de los negocios, tratando de no aburrirse mortalmente. Nunca leía el Corán en un lugar así, ni tampoco nada acerca de Medio Oriente, no fuera a ser que alguien le hiciera alguna pregunta. No, tenía que vivir su fachada como cualquier otro agente de inteligencia profesional, si no quería correr el riesgo de terminar como Greengold, el judío de Roma. Mohammed era cuidadoso hasta cuando iba al baño, pues alguien podía hacerlo víctima de su mismo truco.

Ni siquiera usaba su laptop, aunque no le faltaba ocasión de hacerlo. Le parecía mejor sentarse sin hacer nada. En veinticuatro horas estaría otra vez en el continente europeo. Pensó que pasaba la mayor parte de su tiempo en el aire. No tenía hogar, sólo una serie de casas seguras, poco confiables en realidad. Arabia Saudita estaba cerrada para él y lo había estado durante los últimos cinco años. Afganistán era un lugar igualmente prohibido. Era curioso que los únicos sitios donde podía encontrar algo parecido a la seguridad fueran los países cristianos de Europa. que los musulmanes habían intentado conquistar en vano tantas veces. Esos países eran casi suicidas en su apertura a los extranjeros y uno podía desaparecer en ellos sin demasiada dificultad, en realidad, prácticamente ninguna si se tenía dinero. Era gente tan abiertamente autodestructiva, tan temerosa de ofender a quienes preferirían verlos muertos a ellos y a sus niños y a toda su cultura destruida. Una visión agradable, pensó Mohammed, pero no vivía en un sueño. Más bien trabajaba por un sueño. La lucha se prolongaría más allá de su vida. Triste, tal vez, pero cierto. Pero era mejor servir a una causa que a intereses personales. De ésos, ya había demasiados en el mundo.

Se preguntó qué estarían diciendo y pensando sus presuntos aliados acerca de la reunión del día anterior. Sin duda, no eran verdaderos aliados. Sí, claro que compartían enemigos, pero eso no es lo que define a una alianza. Facilitarían -tal vez- las cosas, pero nada más que eso. Sus hombres no ayudarían a los suyos en ninguna empresa seria. A lo largo de la historia ha quedado demostrado que los mercenarios no son soldados realmente efectivos. Para combatir efectivamente, hay que creer. Sólo un creyente arriesga su vida, porque el creyente no teme a nada. Tiene a Alá de su lado. ¿Qué había, pues, que temer? Sólo una cosa, reconoció. El fracaso. Fracasar no era una opción. Los obstáculos entre él y el éxito eran cosas con las cuales lidiar en la forma más conveniente. Sólo cosas. No personas. No almas. Moharnmed sacó un cigarrillo del bolsillo y lo encendió. Al menos en ese sentido, México era un país civilizado, aunque prefirió no especular con respecto a qué hubiera dicho el Profeta sobre el tabaco.

"Es más fácil en un auto, no, Enzo?", le dijo burlonamente Brian a su hermano cuando atravesaron la línea de llegada. La carrera de tres millas no era gran cosa, pero para Dominic, quien acababa de pasar por la máxima puntuación de la evaluación de aptitud física para el FBI, había sido un poco larga.

"Mira, pavo", jadeó Dominic, "yo debo correr más rápido que los sospechosos que persigo".

"En Afganistán te habrían matado". Ahora, Brian corría hacia atrás, para observar mejor cómo se esforzaba su hermano.

"Es probable", admitió Dominic. "Pero no hay afganos que asalten Bancos en Alabama y Nueva Jersey'. Dominic nunca había tenido nada que envidiarle a su hermano en materia de estado atlético, pero era evidente que la infantería de marina entrenaba más duro que el FBI. ¿Pero qué tal sería con la pistola? Al menos, habían terminado y caminó hacia atrás hasta la casa.

"Pasamos?", le preguntó Brian a Alexander en cuanto entró.

"Tranquilos, los dos. Ésta no es la Escuela de Rangers, muchachos. No pretendemos que compitan en las olimpiadas, pero, en acción, poder escapar rápido siempre viene bien".

"En Quantico, el sargento Honey siempre nos decía eso", asintió Brian.

"Quién?", preguntó Dominic.

"Nicholas Honey, sargento maestro artillero del Cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos y sí, es probable que le hicieran muchas bromas por su nombre, pero no creo que nadie se las pudiera hacer más de una vez. Era uno de los instructores de la Escuela Básica", dijo Brian tomando una toalla y arrojándosela a su hermano. "Es un infante de marina muy duro. Pero decía que escapar es la principal habilidad que debe tener un infante".

"La pusiste en práctica?", preguntó Dominic.

"Sólo estuve en combate en una ocasión, que se prolongó durante unos dos meses. Lo que más hacíamos era mirar cabras montesas que sufrían ataques al corazón de lo empinadas que son esas jodidas montañas".

"Tan malo es?"

"Peor", intervino Alexander. "Pero combatir en la guerra es para muchachos, no para adultos sensatos. Piensa, agente Caruso, que cuando uno va allí, además de todo debe cargar con unos treinta kilos de equipo".

"Debe de ser divertido", le dijo Dominic a su hermano, no sin respeto.

"Mucho. Bien, Pete, ¿qué otras cosas agradables tenemos planeadas para hoy?"

"Antes, dúchense", aconsejó Alexander. Ahora que tenía la certeza de que ambos estaban en un estado físico razonable -si bien no había dudado de que sería así- y, de todas maneras, eso no era tan importante, a pesar de lo que había dicho- podían dedicarse a los asuntos duros. Los asuntos importantes.

"El dólar va a caer", le dijo Jack a su nuevo jefe.

"¿Cuánto?"

"Apenas un arañazo. Los alemanes van a devaluar el dólar contra el euro, por valor de unos quinientos millones".

"¿Es mucho?", 'preguntó Sam Granger.

"¿Me lo preguntas a mí?", respondió Jack.

"Así es. Debes tener una opinión. No importa si aciertas, pero debe tener sentido".

Jack Ryan. entregó los textos de las comunicaciones interceptadas. "Este tal Dieter habla con su par francés. Habla como si se tratara de una transacción de rutina, pero el traductor dice que hay cierta agresividad en su voz. Hablo un poco de alemán, pero no tanto como para detectar esos matices", le dijo el joven Ryan a su jefe. "No puedo decir que entienda por qué los alemanes y los franceses habían de estar en alguna conspiración contra nosotros".

"Es conveniente para los actuales intereses alemanes estar en buenos términos con los franceses. Como sea, no percibo una alianza bilateral a largo plazo. Fundamentalmente, los franceses temen a los alemanes y los alemanes desprecian a los franceses. Pero los franceses tienen ambiciones imperiales, mejor dicho, siempre las han tenido. Mira cómo es su relación con los Estados Unidos. Parece que fueran una hermana y un hermano de unos doce años de edad. Se aman, pero no se llevan bien. Alemania y Francia, es similar, pero más complejo. Los franceses acostumbraban patearles el culo, pero luego los alemanes se organizaron y los que patearon el culo fueron ellos, y los dos países tienen mucha memoria. Esa es la maldición de Europa. Tienen una larga historia de litigios y Es cuesta olvidarla".

"Y eso qué tiene que ver con esto?", preguntó el joven Ryan.

"En forma directa, absolutamente nada, pero sí como trasfondo. Tal vez el banquero alemán quiere aproximarse al otro para alguna jugada futura. Tal vez el francés quiere hacerle creer que se están aproximando, para que el Banco central francés gane algún punto en Berlín. Este es un juego extraño. Si le pegas demasiado duro a tu adversario, no querrá jugar más contigo y, además, hay que procurar no hacerse enemigos. A fin de cuentas, es como un juego de póquer entre vecinos. Si te va demasiado bien, te haces enemigos, y no será tan divertido vivir ahí por- que nadie querrá ir a jugar a tu casa. Si eres el menos inteligente de la mesa, los demás se unirán contra ti de la forma más amable que puedan y te desplumarán -no tanto por hacerte daño, sino para sentirse inteligentes. Así que lo que ocurre es que nadie juega al total de su capacidad, y la cosa se mantiene relativamente amistosa. Allí todos saben que lo único que hace falta para desatar una crisis nacional de liquidez es una huelga general y cuando eso ocurre, uno necesita amigos. Olvidé decírtelo, las cabezas de los Bancos centrales consideran que el resto de los habitantes del continente son campesinos. Esto puede incluir a los jefes de Estado".

"ELY nosotros?"

"Los estadounidenses? Ah sí. Mal nacidos, mal educados -pero muy afortunados- campesinos".

"Con grandes pistolas?", preguntó el joven Jack.

"Sí, a los aristócratas siempre los ponen nerviosos los campesinos armados", asintió Granger, ahogando una carcajada. "Allí todavía creen en la mierda esa de. las clases. No se dan cuenta de lo malo que es eso para manejarse en el mercado, porque resulta que los tipos importantes rara vez tienen ideas nuevas. Pero ése no es nuestro problema".

Oderint dum metuant, pensó Jack. Era una de las pocas cosas que recordaba del latín. Se suponía que había sido el lema personal del emperador Cayo Calígula:

Mientras me teman, que me odien. ¿La civilización no había progresado más allá de eso en los últimos dos milenios?

"Cuál es nuestro problema?", preguntó.

Granger meneó la cabeza. "No es eso lo que quise decir. No Es gustamos mucho -en realidad nunca Es gustamos- pero al mismo tiempo no pueden vivir sin nosotros. Algunos de ellos comienzan a creer que, con la muerte de la Unión Soviética, pueden prescindir de nosotros, pero si realmente lo intentaran, la realidad Es mordería el culo tan fuerte que se lo haría sangrar. No hay que confundir lo que piensa la aristocracia con lo que piensa el pueblo. Ese es el problema que tienen. Creen que la gente sigue su ejemplo, pero no es así. Siguen a sus billeteras, y el tipo promedio de la calle se las arreglará solo, si tiene suficiente tiempo para pensar las cosas".

"Así que el Campus no hace más que ganar dinero a partir de las fantasías de estos banqueros?"

"Así es. Sabes, detesto los culebrones. ¿Sabes por qué?" Le respondió una mirada de incomprensión" Jack, porque reflejan la realidad con tanta precisión. La vida real, aun a este nivel, está llena de mentiras mezquinas y de egos. No es el amor lo que hace girar al mundo. Ni siquiera el dinero. Es la mentira".

"Eh, he oído cosas cínicas, pero…

"Granger lo interrumpió alzando la manó. "Cinismo no. Es la naturaleza humana. Lo único que no ha cambiado en diez mil años de historia. Me pregunto si cambiará alguna vez. Claro que también hay cosas buenas en la naturaleza humana:

nobleza, caridad, auto sacrificio, en algunos casos incluso el coraje y el amor. El amor cuenta. Mucho. Pero junto a él vienen la envidia, la concupiscencia, la codicia, los siete pecados capitales. Tal vez Jesús sabía de qué hablaba ¿no?"

"Esto es filosofía o teología?", creí que se suponía que esto era el negocio de la inteligencia, pensó el joven Ryan.

"Cumplo cincuenta la semana que viene. Viejo demasiado pronto, inteligente demasiado tarde. Un vaquero dijo eso hace como cien años". Granger sonrió. "El problema es que cuando uno se da cuenta de que es así, ya se es demasiado viejo para hacer algo al respecto".

"Y qué haría, fundar una nueva religión?"

Granger lanzó una carcajada mientras llenaba de nuevo su taza de café de su máquina Gevalia personal. "No, las zarzas de mi vecindario no arden. El problema de pensar cosas profundas es que uno debe seguir cortando el césped y llevando la comida a casa. Y, en tu caso, proteger a tu país".

"Entonces, ¿qué hacemos con lo del alemán?"

Granger le echó otra mirada al texto interceptado y pensó durante un segundo.

"Por ahora, nada, pero recordemos que Dieter ha ganado uno o dos puntos con Claude, y que puede querer cobrárselos en unos seis meses. El euro todavía es demasiado reciente para que puedan saber cómo se desempeñará. Los franceses creen que el centro financiero de Europa se desplazará a París. Los alemanes, que irá a Berlín. De hecho, irá al país que tenga la economía más fuerte y la fuerza de trabajo más eficiente. No será Francia. Tienen muy buenos ingenieros, pero la población no está tan bien organizada como la alemana. Si debiera apostar, apostaría por Berlín".

"Eso no Es gustará a los franceses".

"No te quepa duda, Jack. No te quepa duda", repitió Granger. "Pero bueno, los franceses tienen armas nucleares y los alemanes no, al menos por ahora".

"Habla en serio?", preguntó el joven Ryan.

Una sonrisa. "No".

"Nos enseñaron algo de eso en Quantico", dijo Dominic. Estaban en un centro de compras mediano, que prosperaba sobre todo gracias a los estudiantes de la cercana Universidad de Virginia.

"Qué decían?", preguntó Brian.

"No te quedes en el mismo lugar con respecto al sujeto. Trata de alterar tu aspecto -anteojos de sol, cosas así. Pelucas, si las hay. Chaquetas reversibles. No lo mires fijo, pero no desvíes la mirada si te mira. Mucho mejor si hay más de un agente por objetivo. Un solo hombre no puede seguir a alguien durante mucho tiempo sin ser detectado. Un sospechoso entrenado es difícil de seguir aun en condiciones ideales. Por eso las delegaciones grandes tienen los GEVs, Grupos especiales de Vigilancia. Son empleados del FBI, pero no prestan juramento ni llevan armas. Algunos los llaman los Irregulares de Baker Street, como los de Sherlock Holmes. Parecen cualquier cosa menos un policía, gente de la calle -vagabundos- trabajadores vestidos con overoles. Pueden estar sucios. Pueden ser mendigos. Conocí algunos una vez en la Delegación de Campo de Nueva York, trabajan en CD y CIE -crimen organizado y contrainteligencia exterior-. Son profesionales, pero nunca has visto profesionales tan atípicos como ésos".

"EA los que trabajan duro Es gusta eso?", le preguntó Brian a su hermano. "Digo, vigilar".

"Nunca lo hice, pero por lo que cuentan, requiere muchos recursos humanos, unos diez o quince hombres por sujeto, más autos, aviones -y así y todo, un experto puede engañarlos a todos. Especialmente los rusos. Esos desgraciados están bien entrenados".

"Así que, ¿qué demonios se supone que hagamos?", preguntó el capitán Caruso.

"Solo aprender lo fundamental", le dijo Alexander. "Ven esa mujer la de suéter rojo?"

"Cabello largo oscuro?", preguntó Brian.

"Ésa", confirmó Peter. "Determinen qué compra, qué auto tiene y dónde vive".

"Nosotros dos solos?", preguntó Dominic. "No pide mucho, ¿no?"

"¿Es dije que era un trabajo fácil?", preguntó Alexander en tono inocente. les dio dos radiotransmisores. "Los auriculares van dentro de la oreja, los micrófonos se abrochan en el cuello de las camisas. Tienen un alcance de unos tres kilómetros. Ambos tienen las llaves de sus autos". Y con estas palabras, partió a comprarse unos calzoncillos en una tienda Eddie Bauer.

"Bienvenido a la mierda, Enzo", dijo Brian.

"Al menos nos dijo qué tenemos que hacer".

"Te alcanzó con eso?"

El objetivo entró en una tienda Ann Taylor. Se dirigieron hacia allí, deteniéndose a comprarse un café grande cada uno en Starbucks como disfraz de ambientación.

"No tires la taza", le dijo Dominic a su hermano.

"Por qué?", preguntó Brian.

"Por si necesitaras mear. La perversidad del mundo gusta de intervenir en planes cuidadosamente trazados como éste. Es una lección práctica de una clase en la academia".

Brian no dijo nada, pero le pareció que era una medida razonable. Se colocaron las radios, cerciorándose de que funcionaran bien.

"Aldo a Enzo, cambio", llamó Brian por el canal 6.

"Te copio, hermano. Abandonemos la vigilancia visual, pero mantengámonos a la vista uno del otro, ¿de acuerdo?"

"Buena idea. De acuerdo, voy hacia la tienda".

"Diez-cuatro. Para ti, entendido, hermano". Dominic se volvió para ver cómo partía su hermano. Luego se sentó a sorber su café y observar al objetivo, nunca directamente, sino con un ángulo lateral de unos veinte grados.

"Qué hace?", preguntó Aldo.

"Parece que elige una blusa". El objetivo tenía unos treinta años, cabello castaño largo hasta los hombros y era razonablemente atractiva. Llevaba un anillo de casada, sin diamantes y una cadena barata dorada en el cuello, probablemente comprada en el Wal-Mart al otro lado de la calle. Llevaba una blusa color durazno. Pantalones, no falda, negros, zapatos "sensatos" sin taco. Un bolso más bien grande. No parecía demasiado alerta a lo que la rodeaba, lo cual era bueno. Parecía estar sola. Finalmente escogió qué blusa quería, al parecer una de seda blanca, la pagó con una tarjeta de crédito y salió de Ann Taylor.

"El objetivo se mueve, Aldo".

A setenta metros de allí, la cabeza de Brian se asomó y se volvió directamente hacia su hermano. "Háblame, Enzo".

Dominic alzó su taza, como si fuese a tomar un sorbo. "Giró a la izquierda, va en tu dirección. Me puedes relevar en aproximadamente un minuto".

"Diez-cuatro, Enzo".

Habían estacionado sus automóviles a uno y otro lado del centro de compras. Eso resultó favorable, pues el objetivo giró a la derecha y salió por la puerta que daba al estacionamiento.

"Aldo, acércate hasta donde veas su patente", ordenó Dominic.

"Léeme el número de su patente y describe el auto. Voy al mío".

"De acuerdo, entendido, hermano".

Dominic no corrió hasta su auto, sólo caminó lo más rápido que pudo sin llamar la atención. Entró, lo puso en marcha y abrió las ventanillas.

"Enzo a Aldo, cambio".

"Bien, conduce una camioneta Volvo color verde oscuro, patente de Virginia, Whisky Kilo Romeo Seis Oso Nueve. Sola en el auto, lo pone en marcha, se dirige al norte. Voy a mi auto".

"Entendido. Enzo la sigue". Llegó a las tiendas Sears que componían el extremo este del centro de compras tan rápido como se lo permitió el tránsito y buscó su celular en el bolsillo de su chaqueta. y llamó a información para que le suministraran el número de teléfono de la delegación Charlottesville del FBI, que la compañía discó por él mediante el pago de cincuenta centavos adicionales.

"Operaciones, éste es el agente especial Dominic Caruso. Mi número de crede es seis cinco ocho dos uno. Necesito ya los datos correspondientes a la patente Whisky Kilo Romeo Seis Oso Nueve".

Quien estaba al otro lado de la línea ingresó el número de su credencial en una computadora y verificó la identidad de Dominic.

– Qué hace tan lejos de Birmingham, señor Caruso?"

"No tengo tiempo para eso. Por favor, los datos".

"Entendido, de acuerdo, un Volvo, verde, del año pasado, registrado a nombre de Edward y Michelle Peters, domicilio seis Riding Hood Court, Charlottesville. Eso queda justo antes de los límites de la ciudad al oeste. ¿Necesita apoyo?"

"Negativo. Gracias, puedo manejarlo desde aquí. Caruso fuera". Apagó su celular y le envió la dirección por radio a su hermano. Ambos ingresaron la dirección al mismo tiempo en sus computadoras de ruta.

"Esto es trampa", observó Brian con una sonrisa.

"Los buenos no hacen trampa, Aldo. Sólo cumplen con su misión. Okey. Estoy viendo al objetivo. Va hacia el oeste por Shady Branch Road. ¿Dónde estás?"

"A unos quinientos detrás de ti… ¡Mierda! Semáforo rojo".

– Bien, espera a que cambie. Al parecer, va a su casa y sabemos dónde es". Dominic se acercó hasta quedar a cien metros de su objetivo, del que sólo lo separaba una camioneta. Había hecho esa tarea pocas veces antes, y se sorprendió al ver lo tenso que estaba.

"PREPÁRESE PARA DOBLAR A LA IZQUIERDA DENTRO DE CIENTO CINCUENTA METROS", le dijo la computadora.

"Gracias, querida", gruñó Dominic.

Y entonces el Volvo giró en la esquina sugerida por la computadora. Así, a fin de cuentas, no iba tan mal. Dominic respiró hondo y se tranquilizó un poco.

"Bien, Brian, parece que va a su casa. Sólo sígueme", dijo por radio.

"Entendido, te sigo. ¿Alguna idea de quién es esta fulana?"

"Michelle Peters, según el registro de automotores:' El Volvo giró a la izquierda, luego a la derecha, a un callejón sin salida, donde se metió en la entrada que llevaba a un garaje para dos autos adosado a un casa mediana de dos plantas con marcos de puertas y ventanas de aluminio blanco. Estacionó su auto a unos cien metros de allí y sorbió su café. Brian llegó unos treinta segundos después y se detuvo media cuadra más allá.

"Ves el auto?", preguntó Dominic.

"Afirmativo, Enzo". El infante de marina calló un instante. "ay ahora qué hacemos?"

"Entran a tomar un café conmigo", sugirió una voz femenina. "Soy la fulana del Volvo", aclaró la voz.

"Oh, mierda", musitó Dominic fuera del alcance del micrófono. Salió de su Mercedes y le indicó a su hermano que lo imitara.

Los hermanos Caruso, juntos, se dirigieron al 6 de Riding Hood Court. La puerta se abrió para recibirlos.

"Estaba todo arreglado", dijo quedamente Dominic. "Me lo tendría que haber imaginado desde el principio".

"Sí. Quedamos como idiotas", dijo Brian.

"En realidad no", dijo la señora Peters desde la puerta. "Pero obtener mi dirección del registro de automotores sí que fue hacer trampa".

"Nadie nos dijo que hubiera reglas, señora", le dijo Dominic.

"No las hay, al menos no siempre, y no en esta actividad".

"De modo que estuvo oyendo la radio todo el tiempo?", preguntó Brian.

Asintió mientras los hacía pasar a la cocina. "Así es. Las radios están encriptadas. Nadie más sabía de qué hablaban. ¿Cómo les gusta el café, muchachos?"

"¿Así que nos vio desde el principio?", preguntó Dominic.

"En realidad, no. No usé las radios para hacer trampa -bueno, no mucho". Tenía una sonrisa cautivante que ayudaba a aminorar los golpes que propinaba a los egos de sus visitantes. "Eres Enzo, no?"

"Sí, señora".

"Estabas un poco demasiado cerca, pero sólo un objetivo muy atento lo hubiera notado, dado el poco tiempo que transcurrió. La marca del auto te ayudó. Hay muchos de estos pequeños Benz por aquí. Pero el mejor vehículo hubiese sido una camioneta pick-up, bien sucia. Muchos de los palurdos nunca la lavan y muchos de los académicos de la universidad han adoptado la misma costumbre, como para no desentonar. Para la Interestatal 64, bueno, sería mejor un avión y un inodoro portátil. La vigilancia discreta puede llegar a ser la más dura tarea de este negocio. Ahora lo saben".

Se abrió la puerta y entró Pete Alexander. "Cómo estuvieron?", le preguntó a Michel.

"Yo les daría una B".

Súbitamente, a Brian le pareció una puntuación generosa.

"Y olvida lo que te dije. Telefonear al FBI para que te dieran mis datos del registro de automotores fue bien astuto".

"¿No fue hacer trampa?", preguntó Brian.

Alexander le respondió. "La única regla es cumplir con la misión sin correr riesgos. En el Campus, no damos puntos por hacer las cosas con estilo".

"Sólo contamos las bajas", confirmó la señora Peters, para evidente incomodidad de Alexander.

Eso bastó para que el estómago de Brian se contrajera un poco. "Eh, amigos, ya se que ya lo pregunté pero ¿exactamente para qué estamos entrenando?" Dominic también se acercó para oír mejor la respuesta.

"Paciencia, amigos", advirtió Pete.

"De acuerdo". Dominic asintió para demostrar obediencia. "Por esta vez". Pero no por mucho más es lo que no necesitó agregar:

"¿No van a sacar provecho de esta situación?", preguntó Jack a la hora de cerrar.

"Podríamos, pero realmente no vale la pena. En el mejor de los casos sacaríamos un par de cientos de miles, probablemente no tanto. Pero estuvo bien cómo lo detectaste", concedió Granger.

"¿Cuántos mensajes de esta índole pasan por aquí a la semana?"

"Uno o dos, cuatro si es una semana de mucha actividad".

"¿Y cuántas veces actúan a partir de esa información?"

"Una de cada cinco. Lo hacemos con cuidado, pero así y todo, siempre está el riesgo de que nos descubran. Si los europeos se dieran cuenta de que adivinamos muy seguido, se pondrían a mirar qué hacemos nosotros -probablemente investigaran a su propia gente en busca de una filtración humana. Así es como piensan allí. Les dan mucha importancia a las teorías conspirativas, porque ésa es la forma en que ellos actúan. Pero la forma en que juegan habitualmente desmiente esas teorías".

"Qué más estudian aquí?"

"A partir de la próxima semana, tendrás acceso a las cuentas seguras -la gente las llama cuentas numeradas porque supuestamente se identifican mediante códigos numéricos. Ahora, debido a la tecnología digital, se trata más bien de códigos alfabéticos. Probablemente obtuvieron la idea de la comunidad de inteligencia. A menudo contratan agentes de inteligencia para que se ocupen de la seguridad -pero no a los buenos. Los buenos ni se acercan al negocio de administración de fondos, más que nada por esnobismo. No es suficientemente importante para un agente de alta graduación", explicó Granger.

"Esas cuentas 'seguras' ¿identifican a sus propietarios?", preguntó Jack.

"No siempre. A veces se hace todo a través de palabras clave, aunque algunos Bancos tienen ayudas-memoria internos a los que podemos acceder. Claro que no siempre, y los banqueros nunca especulan con información interna de sus clientes -al menos no en una forma que quede registrada. Estoy seguro de que intercambian información cuando se reúnen a comer, pero, sabes, a muchos de ellos no les importa de dónde viene el dinero. Judíos muertos en Auschwitz, algún capo mafia de Brooklyn -el dinero siempre es dinero.

"Pero si ustedes le pasaran esa información al FBI…"

"No podemos, porque es ilegal y no lo hacemos porque de esa forma perderíamos la forma de rastrear a esos desgraciados y a su dinero. En el aspecto legal, hay más de una jurisdicción y para algunos de los países europeos, bueno, los Bancos son una forma de ganar mucho dinero y ningún gobierno jamás cede a ninguna fuente de ingresos fiscal. En su propio patio, el perro no muerde a nadie. Si muerde a algún vecino, no es problema de ellos".

"Me pregunto qué piensa papá de eso".

"Apostaría a que nada bueno", opinó Granger.

"Seguramente no", asintió Jack. "De modo que rastrean las cuentas seguras para seguir a los malos y a su dinero?"

"Ésa es la idea. Es mucho más difícil de lo que puedas imaginar, pero cuando se obtienen resultados, son grandes".

"¿Así que seré un sabueso?"

"Así es. Si resultas bueno".

En ese momento, Mohammed estaba casi directamente por encima de sus cabezas. La Gran Ruta Circular de Ciudad de México a Londres posaba lo suficientemente cerca de Washington DC como para que desde casi doce mil metros de altura pudiera ver la capital estadounidense que se extendía como un mapa. Ahora, si él integrara el Departamento de Martirio, podría haber subido la escalera de caracol hasta el nivel superior, matado al equipo de vuelo con una pistola y lanzado el avión en la zambullida…, pero eso ya había sido hecho y ahora el acceso a la cabina estaba protegido y bien podía haber habido allí un policía armado que le arruinara la diversión. Peor aún, un soldado armado vestido de civil. Mohammed no respetaba mucho a los oficiales de policía, pero había aprendido por las malas a no subestimar a los soldados de Occidente. De todos modos, no integraba el Departamento de Martirio, aunque sí admiraba a esos Santos Guerreros. Su capacidad de obtener información hacía que fuese demasiado valioso como para desperdiciarse con un noble gesto como ése. Eso era bueno y era malo, pero, bueno o malo, era un hecho. y él vivía en un mundo de hechos. Conocería a Alá y entraría en el paraíso en el momento escrito por la Mano de Dios en el Libro de Dios. Por el momento, debía aguardar otras seis horas y media en su asiento.

"¿Más vino, señor?", preguntó la sonrosada azafata. Buena recompensa para encontrársela en el paraíso…

"Ah, sí, gracias", respondió en su mejor inglés de Cambridge. Iba contra el Islam, pero no beber habría resultado sospechoso, pensó una vez más, y su misión era demasiado importante como para hacerla peligrar. O al menos, así se solía decir a sí mismo Mohammed, con un pequeño escrúpulo de conciencia. No tardó en finalizar su copa y luego reclinó el asiento. Tal vez el vino fuese contra las leyes del Islam, pero sin duda ayudaba a dormir.

"Michelle dice que los gemelos son competentes para tratarse de principiantes", le dijo Rick Bell a su jefe.

"¿El ejercicio de seguimiento?", preguntó Hendley.

"Si". No necesitaba decir que un buen ejercicio de entrenamiento hubiera requerido de ocho a diez automóviles, dos aviones, y un total de veinte agentes, pero el Campus no tenía nada ni parecido a tales recursos. En cambio, sí tenía más margen para lidiar con sus sujetos, hecho que tenía ventajas y desventajas. "A Alexander parecen gustarle. Dice que son bastante despiertos, y que tienen agilidad mental".

"Es bueno saberlo ¿Alguna otra novedad?"

"Rick Pasternak dice que tiene algo nuevo".

"¿De qué se trata?", preguntó Gerry.

"Es una variante de la succinylcolina, una versión sintética del curare, bloquea los músculos esqueléticos en forma casi inmediata. Uno se desploma y no puede respirar. Dice que sería una muerte atroz, como si le clavaran a uno una bayoneta en el pecho".

"Detectable?", preguntó Hendley.

"Ésa es la buena noticia. Las esterasas del cuerpo descomponen la droga rápidamente en acetilcolina, de modo que probablemente sea indetectable, a no ser que el objetivo muera dentro de un centro médico de primera línea que cuente con un patólogo muy alerta que esté a la busca de algo fuera de lo común. Los rusos ya lo experimentaron -créase o no, ya en la década de 1970. Buscaban aplicaciones de combate, pero resultó poco práctico. Es sorprendente que la KGB no lo haya empleado. Parecería un infarto masivo de miocardio, aun si se practicara una autopsia una hora después".

"¿Cómo la obtuvo?"

"Un colega ruso lo visitó en Columbia. Resultó que era judío, y Rick lo hizo hablar. Habló lo suficiente como para que Rick desarrollase un sistema de aplicación en su laboratorio. En este momento lo está perfeccionando"

"Sabes, me sorprende que a la mafia nunca se le haya ocurrido. Quieres matar a alguien, contrata un médico".

"A la mayor parte de ellos no les gusta violar su juramento". Pero la mayor parte de ellos no tenía un hermano en la financiera Cantor Fitzgerald que hubiese caído desde un piso noventa y siete cierta mañana de martes de septiembre.

"¿Esta variante es mejor que la que ya tenemos?"

"Mejor que ninguna otra, Gerry. Dice que es casi ciento por ciento confiable si se la emplea en forma correcta".

"¿Es cara?"

Bell meneó la cabeza. "En absoluto".

"¿Ha sido experimentada y realmente funciona?"

"Rick dice que mató seis perros -todos grandes- con suma facilidad".

"De acuerdo, aprobado".

"Comprendido, jefe. Deberíamos tenerla en dos semanas".

"¿Qué sucede ahí fuera?"

"No lo sabemos", admitió Bell, bajando la mirada. "Uno de esos tipos de Langley dice en sus memos que tal vez les causamos suficiente daño como para demorarlos, si es que no para detenerlos, pero me pone nervioso leer cosas como ésa. Es como esa mierda de "no hay techo para este mercado", que se dice antes de un derrumbe financiero. Hubris ante Nemesis. Fort Meade no puede rastrearlos en la web, pero eso tal vez sólo signifique que se están volviendo un poco más astutos. Hay muy buenos programas de encriptación en el mercado y hay dos que la NSA aún no ha descifrado, al menos no en forma confiable. Le dedican un par de horas al día a tratar de resolverlo con sus megacomputadoras. Como siempre dices, Gerry, los programadores más inteligentes ya no trabajan para el Tío Sam…"

"…desarrollan juegos de computadora", concluyó Hendley. El gobierno nunca había pagado lo suficiente como para atraer a los mejores -y eso no cambiaría nunca. "Así, que, sólo tenemos una corazonada".

Rick asintió. "Hasta que estén muertos, enterrados y con una estaca clavada en el corazón me seguirán preocupando".

– "Es un poco difícil atraparlos a todos, Rick".

"Ya lo creo". Ni siquiera su doctor Muerte personal en la Universidad de Columbia podía cambiar eso.