174274.fb2 Los dientes del tigre - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

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CAPÍTULO 7 Tránsito

Comenzó en el Líbano, con un vuelo a Chipre. De allí, un vuelo de KLM al aeropuerto de Sclúphol en Holanda, y de ahí a París. En Francia, los dieciséis hombres pasaron la noche en diferentes hoteles, tomándose el tiempo de recorrer las calles, practicar su inglés -finalmente no había tenido mucho sentido hacerles aprender francés- y lidiar con una población local que podría haber sido más amistosa. Según el punto de vista de ellos, lo bueno era que ciertas ciudadanas francesas se esmeraban en hablar razonable inglés y se mostraban muy solícitas -a cambio de una tarifa.

Ellos tenían un aspecto más bien común, algo menos de treinta años, afeitados, de altura y contextura medianas, mejor vestidos que la mayor parte de la gente. Todos ocultaban bien su incomodidad, aunque lanzaban furtivas miradas de soslayo a los policías que se cruzaban -sabían que no debían llamar la atención de los policías uniformados. La policía francesa tenía fama de metódica, lo cual no agradaba a estos visitantes. Viajaban con pasaportes qataríes, los cuales eran relativamente seguros, pero ni siquiera un pasaporte emitido por el propio ministro de Relaciones Exteriores de Francia habría resistido un escrutinio intenso. De modo que mantenían su perfil bajo. Se los había entrenado para no mirar mucho a los lados, ser corteses y hacer el esfuerzo de sonreír a la gente con que trataban. Afortunadamente para ellos, era la temporada turística en Francia y París estaba atestado de personas que, como ellos, hablaba poco francés, para diversión y desprecio de los parisinos, que, de todas formas, aceptaban su dinero.

El desayuno del día siguiente no concluyó con revelaciones explosivas, lo que tampoco ocurrió en la comidas. Los hermanos Caroso escucharon las lecciones de Pete Alexander, haciendo cuanto podían para no dormirse, pues las lecciones parecían más bien obviedades.

"¿Les parece aburrido?", preguntó Pete a la hora de comer.

"Bueno, no hace temblar la tierra", respondió Brian tras unos segundos.

"Verás que no lo será cuando estés en las calles de una ciudad extranjera, digamos en el mercado, buscando a un sospechoso en una multitud de miles de personas. Lo importante es hacerse invisible. Trabajaremos en eso esta tarde. ¿Tienes alguna experiencia al respecto, Dominic?"

"En realidad, no. Sólo lo básico. No mirar directamente al sujeto. Prendas reversibles. Diferentes corbatas, si uno está en un ambiente en que se deba llevarlas, y se depende de otros para cambiar de apariencia. Pero donde vamos no tendremos el apoyo para vigilancia discreta que nos suministra el Buró, ¿verdad?"

"Desde ya que no. De modo que se mantendrán a distancia hasta el momento de actuar. Entonces, se moverán lo más rápido que sea posible…"

"ay eliminamos al tipo?"

"Aún te incomoda eso?"

"Aún no renuncié, Pete. Por ahora, digamos que me preocupa".

Alexander asintió. "Es justo. Preferimos gente que sepa pensar, y sabemos que pensar acarrea sus condenas propias".

"Supongo que ésa debe de ser la forma de ver esto. ¿y si el tipo que se supone que debemos sacar de en medio resulta ser inofensivo?", preguntó el infante de marina.

"Entonces se retiran y se reportan en la base. Existe la posibilidad teórica de que una misión sea errónea, pero hasta donde yo sé, ello nunca ocurrió".

"¿Nunca?"

"Nunca, ni una vez", le aseguró Alexander.

"La perfección me pone nervioso".

"Tratamos de ser cuidadosos".

"¿Cuáles son las reglas? De acuerdo, tal vez no necesito saber -por ahora- quién nos envía a matar a alguien, pero, sabe, me gustaría saber cuales son los criterios para firmarle la sentencia de muerte a un tipo".

"Se tratará de alguien que, directa o indirectamente, haya provocado la muerte de ciudadanos estadounidenses, o está directamente involucrado en planes para hacerlo. No apuntamos a la gente que canta demasiado fuerte en la iglesia o tarda en devolver libros a la biblioteca".

"Habla de terroristas, ¿no?"

"Sr.', respondió Pete simplemente".

"Por qué no arrestarlos?", preguntó Brian.

"Como tú hiciste en Afganistán?"

"Eso era distinto", protestó el infante de marina.

"¿En qué?", preguntó Pete.

"Bueno, para empezar, éramos combatientes uniformados en operaciones y bajo las órdenes de una autoridad de mando legalmente constituida".

"Tú actuaste por iniciativa propia, ¿no?"

"Se supone que los oficiales deben usar la cabeza. Sin embargo, las órdenes generales para mi misión provenían de la cadena de mandos".

"ay no las cuestionaste?"

"No. A no ser que estés loco, no haces eso".

"ay qué ocurre cuando no hacer algo es la locura?", preguntó Pete. "Qué ocurre si se te presenta la oportunidad de hacer algo contra personas que planean hacer algo muy destructivo?"

"Para eso están la CIA y el FBI".

"Pero cuando por una u otra razón no pueden cumplir con su tarea ¿qué ocurre? ¿Dejas que los malos sigan adelante con sus planes y luego te encargas de ellos? Eso puede costar caro",le dijo Alexander. "Nuestra tarea es hacer lo que se debe cuando los métodos convencionales no alcanzan para cumplir la misión".

"Con qué frecuencia?" Éste era Dominic, que buscaba proteger a su hermano.

"Cada vez más".

"Cuántas eliminaciones han hecho?", preguntó Brian.

"No necesitas saberlo".

"Oh, me encantaría oír eso", observó Dominic con una sonrisa.

"Paciencia, muchachos, todavía no están en el club", Es dijo Pete, esperando que fueran lo suficientemente inteligentes como para no objetar ese punto.

"De acuerdo, Pete': dijo Brian tras pensar por un momento. "Ambos dimos nuestra palabra de que las cosas de que nos enteremos mientras estemos aquí, aquí quedan. Muy bien. Lo que ocurre es que asesinar gente a sangre fría no es exactamente lo que me entrenaron para hacer, ¿sabes?"

"No se supone que debas disfrutarlo. En Afganistán, ¿alguna vez le disparaste al que estuviese mirando para otro lado?"

"Dos", admitió Brian. "Pero el campo de batalla no son los Juegos Olímpicos", protestó a medias.

"Tampoco lo es el resto del mundo, Aldo". La expresión del rostro del infante de Marina decía ahí me pillaste. "Es un mundo imperfecto, amigos. Si quieren hacerlo perfecto, adelante, ya se ha intentando antes. En lo que a mí respecta, me basta con hacerlo más seguro y predecible. Imaginen que alguien hubiese sacado de en medio a Hitler en 1934 o a Lenin, en Suiza, en 1915. El mundo habría sido mejor, ¿verdad? O tal vez malo de otra forma. Pero no nos dedicamos a ese negocio. Lo nuestro no es el asesinato político. Nuestra presa son los pequeños tiburones que matan inocentes en formas que eluden los procedimientos convencionales para detenerlos. No es el mejor sistema. Lo sé. Todos lo sabemos. Pero es algo, y vamos a probar si funciona. No puede ser mucho peor que lo que ya tenemos ¿no?"

Durante este discurso, los ojos de Dominic no se despegaron del rostro de Pete. Es acababa de decir algo que tal vez no había tenido intención de decir. El Campus aún no tenía asesinos. Serían los primeros. Debía de haber muchas esperanzas centradas en ellos. Eso implicaba mucha responsabilidad. Pero tenía sentido. Estaba claro que Alexander no Es enseñaba a partir de su propia experiencia en el mundo real. Se suponía que un oficial de entrenamiento era alguien que había llevado a cabo lo que enseñaba. Por eso, la mayor parte de los instructores de la academia del FBI eran agentes con experiencia de campo. Podían explicar cómo era estar allí. Pete sólo Es podía decir qué hacer. Pero entonces ¿por qué los habían escogido a él y a Aldo?

"Entiendo lo que quieres decir, Pete", dijo Dominic. "Aún no me voy".

"Tampoco yo", le dijo Brian a su oficial de entrenamiento. "Sólo quiero saber cuáles son las reglas".

Pete no Es dijo que irían haciendo las reglas sobre la marcha. No tardarían en darse cuenta solos de que era así.

Los aeropuertos son iguales en todo el mundo. Como estaban entrenados para demostrar buenos modales, todos despacharon su equipaje, esperaron en las salas de espera adecuadas, fumaron sus cigarrillos en los lugares autorizados y leyeron los libros que adquirieron en los kioscos del aeropuerto. O fingieron que lo hacían. Una vez llegados a la altura de crucero, comieron sus comidas de avión y casi todos ellos durmieron su siesta de avión. Casi todos iban sentados en los últimos asientos de la fila y cuando alguno se movía, pensaban a cuáles de sus compañeros de asiento volverían a encontrar en los próximos días o semanas, o cuanto fuera que tardaran en tener todos los detalles a punto. Todos ellos esperaban conocer pronto a Alá y recoger las recompensas ganadas combatiendo por la Santa Causa. A los más intelectuales Es daba por pensar que hasta Mahoma, las bendiciones y la paz fueran con él, no había descrito con gran precisión la naturaleza del paraíso. Se lo había explicado a personas que no conocían los aviones de pasajeros a reacción, los automóviles ni las computadoras. ¿Cuál era, entonces, su verdadera naturaleza? Debía ser tan maravilloso que desafiaba toda descripción, pero así y todo, era un misterio, y ellos lo descubrirían. Ese pensamiento tenía algo excitante, una suerte de expectativa demasiado sublime para discutirla con los demás. Un misterio, pero un misterio infinitamente deseable. y si, como consecuencia de lo que harían, otros debían ir también a reunirse con Alá, bueno, eso también estaba escrito en el Gran Libro del Destino. Por el momento, todos dormitaban, dormían el sueño de los justos, el sueño de los futuros Santos Mártires. Leche, miel y vírgenes.

Jack descubrió que había algo misterioso en Sali. El legajo de la CIA hasta especificaba el largo de su pene en la sección "Seso y Sexo".Las putas británicas afirmaban que era de tamaño absolutamente promedio, pero de aplicación inusualmente vigorosa -y que dejaba buenas propinas, lo cual lo hacía atractivo a sus sensibilidades comerciales. Pero, a diferencia de la mayor parte de los hombres, no hablaba mucho de sí mismo. Más que nada, hablaba de la lluvia y el frío de Londres y alababa a su ocasional compañera, halagando así su vanidad. Que regalara cada tanto un lindo bolso -Louis Vuitton, casi siempre les agradaba a sus chicas habituales, dos de las cuales informaban a Thames House, nueva sede del Servicio Secreto y el Servicio de Seguridad Británico. Jack se preguntó si recibirían su paga por servicios prestados por parte de Sali y del gobierno de Su Majestad. Probablemente era buen negocio para las chicas, aunque seguramente Thames House no regalaría zapatos ni bolsos.

"Sí, Jack", Wills alzó la mirada de su pantalla. "Cómo sabemos que este Sali es de los malos?"

"No estamos seguros. No hasta que haga algo o interceptemos una conversación entre él y alguien que no nos gusta".

"Así sólo lo estoy verificando".

"Correcto. Vas a hacer muchos trabajos así. ¿Alguna intuición sobre el tipo?"

"Es un hijo de puta lascivo".

"Por si no lo habías notado, es difícil ser rico y soltero".

Jack parpadeó. Tal vez se lo había buscado. "De acuerdo, pero a mí ni se me ocurre pagar, y él paga mucho".

"Qué más?", preguntó Wills.

"No habla mucho que digamos".

“¿so qué te dice de él?"

Ryan se reclinó en su silla para pensar. Tampoco él Es hablaba mucho a sus amigas, al menos no de su nuevo trabajo. En cuanto uno decía "administración financiera", la mayor parte de las mujeres tendía a amodorrarse como reflejo de defensa. ¿Significaba algo? Tal vez Sali simplemente no era hablador. Tal vez era lo suficientemente seguro de sí mismo como para no necesitar impresionar a sus amigas más que con su dinero -siempre usaba efectivo, nunca tarjeta de crédito. ¿y por qué? para que su familia no se enterara? Bueno, tampoco Jack Es contaba a mamá y papá de su vida amorosa. De hecho, era raro que llevara una amiga al hogar de la familia. Su madre tendía a espantarlas. Curiosamente su padre no. La doctora Ryan impresionaba a las mujeres con su poder. y mientras que a la mayor parte de las jóvenes Es parecía admirable, a otras Es parecía terriblemente intimidante. Su padre dejaba muy de lado todo lo que tenía que ver con el poder y los invitados sólo veían a un caballero amable y bonachón, esbelto y de cabello gris. Más que nada su padre le gustaba jugar a la pelota con su hijo en el césped que daba la Bahía de Chesapeake, tal vez porque así recordaba momentos en que la vida era más simple. Para eso tenía a Kyle. La menor de los Ryan aún estaba en la escuela primaria y pasaba por la etapa de hacer furtivas preguntas acerca de Santa Claus, pero sólo cuando mami y papi no estaban allí. Siempre había un chico en la clase que quería que todos se enterasen de lo que él ya sabía -siempre había uno así- y Katie ya sabía la verdad. Aún le gustaba jugar con sus muñecas Barbie, pero sabía que su mamá y su papá las compraban en Toys R Os en Glen Burnie y que eran ellos los que armaban la escenografía navideña, actividad que su padre adoraba, por más que refunfuñara al hacerla. Cuando uno dejaba de creer en Santa Claus, la vida entera comenzaba a rodar cuesta abajo…

"Sólo nos dice que no le gusta hablar. Nada más", dijo Jack tras reflexionar por un momento. "No se supone que debamos transformar deducciones en hechos, ¿verdad?"

"Correcto. Muchas personas no piensan así, pero no aquí. Dar las cosas por sentadas es la madre de todos los errores. El psiquiatra de Langley se especializa en interpretar. Es bueno, pero hay que aprender a distinguir entre la especulación y los hechos. Bien, cuéntame acerca del señor Sali", ordenó Wills.

"Es lascivo y no habla mucho. Especula en forma muy conservadora con el dinero de su familia".

"Hay algo que haga pensar que es malo?"

"No, pero vale la pena vigilarlo por su religiosidad, aunque no diría que es extremista en ese aspecto. Aquí faltan elementos. No se jacta, no es exhibicionista como suele serio una persona rica de su edad. ¿Quién comenzó a investigarlo?"

"Los ingleses. Hubo algo en este tipo que excitó el interés de sus analistas en jefe. Luego Langley echó una mirada y comenzó su propio legajo. Luego, se interceptó una conversación entre él y otro tipo que tiene un legajo en Langley. La conversación no trató de nada importante, pero existió", explicó Wills. "Y, sabes, es más fácil abrir un legajo que cerrarlo. Su teléfono celular está codificado en las computadoras de la NSA, de modo que escuchan cada vez que lo enciende. Creo que vale la pena mantenerlo bajo observación, pero no estoy seguro de por qué deba ser así. En este negocio, uno aprende a confiar en los instintos, Jack. De modo que te nombro experto residente en este joven".

"¿Y debo investigar qué hace con su dinero…?"

"Así es. Sabes, no hace falta mucho para financiar una banda de terroristas -al menos no para las cifras que maneja él. Un millón de dólares es mucho dinero para esa gente. Viven al día y sus gastos de mantenimiento no son muchos. Así que debes vigilar los márgenes. Lo más posible es que trate de ocultar lo que hace bajo el ala de sus transacciones grandes".

"No soy contador", señaló Jack. Su padre se había graduado de contador hacía tiempo, pero nunca había ejercido, ni siquiera para llenar sus propias planillas fiscales. Tenía un estudio de abogados que lo hacía.

"¿Sabes aritmética?"

"Sí, claro".

"Bueno, agrégale una nariz". Oh, qué bien, pensó John Patrick Ryan Jr. Luego recordó que en las verdaderas operaciones de inteligencia no se trataba de dispararles a los malos y luego irse a la cama con la heroína de la película. Eso ocurría en las películas. Este era el mundo real.

"Tanta prisa tiene nuestro amigo?", preguntó Ernesto, muy sorprendido.

"Así parece. Últimamente, los norteamericanos los vienen castigando muy duro. Supongo que quieren recordarles a sus enemigos que aún pueden morder. Tal vez sea cuestión de honor para ellos", especuló Pablo. A su amigo no le costaría entender eso.

"Así que, ¿qué hacemos ahora?"

"Una vez que estén instalados en Ciudad de México, combinamos para que sean transportados a Estados Unidos y, supongo, nos ocupamos de que obtengan armas".

"¿Complicaciones?"

"Si los norteamericanos tienen infiltrados en nuestra organización, podrían tener alguna advertencia, además de rumores de nuestro compromiso. Pero ya hemos tomado eso en cuenta".

Sí, reflexionó Ernesto, pero eso había sido desde lejos. Ahora, se oían los golpes en la puerta y había que pensar otra vez. Pero no podía volver atrás en un acuerdo. Eso era cuestión de honor y de negocios. Estaban preparando un embarque inicial de cocaína para la Unión Europea. Prometía ser un mercado de considerable importancia.

"Cuánta gente viene?"

"Catorce, dice. No tienen arma alguna".

"Qué crees que necesitarán?"

"Con automáticas livianas alcanzará, además de pistolas, claro", dijo Pablo. "Tenemos un proveedor en México que puede manejarlo por menos de diez mil dólares. Con otros diez mil, hacen llegar las armas a su destino final en los Estados Unidos. Así se evitan complicaciones en el cruce".

"Bueno, hagámoslo así. ¿Irás a México tú mismo?"

Pablo asintió. "Mañana por la mañana. Coordinaré con ellos y los coyotes el primer movimiento".

"Sé cuidadoso", señaló Ernesto. Sus sugerencias eran potentes como una bomba. Pablo corría algunos riesgos, pero sus servicios eran muy importantes para el Cartel. Sería difícil reemplazarlo.

"Por supuesto, jefe. Necesito evaluar cuán confiable es esta gente, ya que nos van a asistir en Europa".

"Sí, es necesario", asintió Ernesto, con fatiga. Como en casi todos los acuerdos, cuando llegaba el momento de llevarlos a cabo, surgían las dudas. Pero no era una anciana. Nunca había temido actuar con decisión.

El Airbus llegó al fin de la pista. Los pasajeros de primera fueron los primeros en bajar. Siguiendo las flechas coloreadas pintadas en el piso, llegaron a migraciones y aduana, donde Es aseguraron a los burócratas de uniforme que no tenían nada que declarar, se Es sellaron debidamente sus pasaportes y fueron a recoger su equipaje.

El jefe del grupo se llamaba Mustafá. Aunque era saudita de nacimiento, iba completamente afeitado, lo cual no le gustaba, si bien dejaba a la vista una piel que parecía gustarle a las mujeres. El y un colega de nombre Abdulá fueron juntos a recoger las maletas y luego salieron a donde se suponía que los esperaban los automóviles que lo recogerían. Esta sería la primera prueba de la eficiencia de sus nuevos socios del hemisferio occidental. y efectivamente, había alguien con un rectángulo de cartulina donde decía "MIGUEL" en letras de molde. Ese era el nombre en código de Mustafá para esta operación y se adelantó a estrechar la mano del hombre. Este no dijo nada, pero hizo un gesto de que lo siguieran. Afuera, los esperaba una minivan Plymouth color café. Pusieron las maletas atrás y los pasajeros se acomodaron en el asiento del medio. Hacía calor en Ciudad de México y el aire era el más sucio de los que nunca hubieran conocido. Lo que debía haber sido un hermoso día quedaba arruinado por un velo gris que cubría la ciudad – contaminación atmosférica, pensó Mustafá.

En el camino al hotel, el chofer continuó en silencio. 'Esto los impresionó favorablemente. Si no hay nada que decir, hay que quedarse callado.

Como era de esperar, el hotel era bueno. Mustafá se registró con la falsa tarjeta Visa que había enviado anticipadamente por fax y cinco minutos después, su amigo y él estaban en una espaciosa habitación del quinto piso. Buscaron micrófonos ocultos en los lugares más obvios antes de hablar.

"Pensé que ese maldito vuelo nunca terminaría", refunfuño Abdulá, buscando agua embotellada en el minibar. Es habían indicado que tuviesen cuidado con el agua corriente.

"Lo mismo me ocurrió a mí. ¿Qué tal dormiste?"

"No muy bien. Creí que lo bueno del alcohol es que te deja inconsciente".

"A algunos, no a todos", le dijo Mustafá a su amigo. "Para eso hay otras drogas".

"Ésas son abominables a los ojos de Dios", observó Abdulá, "a no ser que las suministre un médico".

"Ahora tenemos amigos que no piensan así".

"Infieles", casi escupió Abdulá.

"FI enemigo de nuestro enemigo es nuestro amigo". Abdulá abrió una botella de Fvian. "No. Se puede confiar en un verdadero amigo. ¿Podemos acaso confiar en estos hombres?"

"Sólo cuanto debamos", concedió Mustafá. Mohammed había sido cuidadoso al instruirlos para esa misión. Sus nuevos aliados los ayudarían sólo por conveniencia, porque también ellos querían dañar al Gran Satán. Por ahora, bastaba con eso. Algún día, esos aliados se convertirían en enemigos y deberían lidiar con ellos. Pero ese día aún no había llegado. Ahogó un bostezo. Era hora de descansar. Mañana sería un día atareado.

Jack vivía en un condominio en Baltimore, a pocas cuadras de Oriole Park en Candem Yards, para el cual tenía billetes para la temporada, pero que esta noche estaba a oscuras, pues los Orioles estaban en Toronto. Como no era buen cocinero, comió afuera, como acostumbraba, aunque esta vez no tenía una amiga que lo acompañase, lo cual, muy a su pesar, también era lo habitual. Terminó de comer y se dirigió a su casa, encendió el televisor, cambió de idea y fue a su computadora y se conectó para ver si tenía correo y para navegar por la web. Allí fue cuando se hizo un recordatorio mental. Salí también vivía solo, y aunque a veces lo acompañaban putas, ello no ocurría cada noche. ¿Qué hacía todas las noches? ¿Se conectaba con su computadora? Muchos lo hacían. ¿Los británicos tendrían intervenida su línea de teléfono? Seguramente. Pero el legajo de Salí no decía nada acerca de su correo electrónico… ¿por qué? Valía la pena verificarlo.

"Qué piensas, Aldo?", le preguntó Dominic a su hermano. Transmitían un partido de béisbol por ESPN, Mariners -que iban perdiendo- contra Yankees.

"No estoy seguro de que me guste la idea de pegarle un tiro a un pobre tipo por la calle, hermano".

"ay si sabes que es malo?"

"ay qué pasa si matas a otro porque conduce un auto igualo sus bigotes se parecen? ¿Qué si deja mujer e hijos? Eso me convertiría en un jodido asesino, un asesino a sueldo, por cierto, Sabes, no es la clase de cosa que nos enseñaron en entrenamiento básico",

"Pero qué ocurre si sabes que es malo?", preguntó el agente del FBI.

"Eh, Enzo, tampoco fui entrenado para un caso así'.

"Lo sé, pero ésta es otra situación. Si sé que el tipo es un terrorista, y sé que no puedo arrestarlo, y sé que tiene más planes, creo que podría hacerlo",

"En las montañas, en Afganistán, nuestra información no siempre era irreprochable. Seguro, aprendí a jugarme el culo, pero el mío, no el de otro pobre infeliz".

"La gente contra la que peleabas ahí ¿a quién habían matado?"

"Eh, eran parte de una organización que está en guerra con los Estados Unidos de Norteamérica. Probablemente no eran boy scouts, Pero nunca vi evidencia directa de que esto fuese así'.

"ay si la hubieses visto?", preguntó Dominic.

"No fue así'.

"Eres afortunado", dijo Dominic, recordando a la niñita cuya garganta había sido cortada de oreja a oreja. Un adagio legal afirmaba que los casos duros hacen que la ley sea dura, pero los libros no podían prever todo lo que la gente era capaz de hacer. A veces, la tinta negra sobre papel blanco era algo un poco demasiado seco para el mundo real. Pero, de los dos, el apasionado siempre fue él. Brian siempre había sido un poco más frío, como el Fonzie de Happy Days. Gemelos, sí, pero algo distintos. Dominic era más parecido a su padre, italiano y apasionado. Brian había resultado más parecido a su madre, más frío, como consecuencia de un clima que también lo era, Para alguien que los viera desde fuera, esas diferencias no parecían poca cosa, pero para los gemelos eran frecuente motivo de bromas y chanzas. "Cuando lo ves, Brian, cuando lo tienes ante tus ojos, te dispara, hermano. Te enciende un fuego por dentro",

"Eh, estuve allí, hice lo que había que hacer, lo viví, ¿sabes? Maté cinco hombres yo mismo. Pero era trabajo, no era personal. Trataron de emboscamos, pero no habían leído bien el manual y empleé fuego y maniobras para engañarlos, hacerlos salir y matarlos, tal como me enseñaron. No es mi culpa si eran ineficaces. Se podrían haber rendido, pero prefirieron tirotearse. Eligieron mal, pero 'un hombre debe hacer lo que le parece mejor". Su película favorita era Hondo, de John Wayne.

"Eh, Aldo, no digo que seas un mariquita".

"Sé lo que dices pero, sabes, no quiero llegar a ser como ellos, ¿de acuerdo?"

"Esta misión no se trata de eso, hermano. Yo también tengo mis dudas, pero voy a continuar con esto hasta ver cómo resulta. Podemos irnos en cuanto queramos".

"Supongo".

En la pantalla, Derek Jeter se dobló en dos. Para los lanzadores, él era un terrorista.

Al otro lado de la casa, Peter Alexander hablaba a Columbia, Maryland, por un teléfono seguro.

"Cómo vamos?", preguntó Sam Granger del otro lado de la línea.

Peter tomó un sorbo de jerez. "Son buenos chicos. Ambos tienen dudas. El infante de marina las expresa abiertamente, y el del FBI mantiene la boca cerrada, pero de a poco las ruedas van girando".

"Cuán serio es esto?"

"Es difícil saberlo. Mira, Sam, siempre supimos que el entrenamiento sería lo más difícil. Pocos estadounidenses aspiran a ser asesinos profesionales, al menos no los que nosotros necesitamos para esto".

"Había un tipo en la Agencia que hubiera sido ideal."

"Pero es demasiado viejo y lo sabes", contestó Alexander de inmediato. "Además, tiene un trabajo adecuado a su edad en Gales, al otro lado del charco, y parece encontrarse cómodo allí'.

"Si sólo…"

"Si tu tía tuviera pelotas, sería tu tío", señaló Pete. "Seleccionar candidatos es tu trabajo. Entrenarlos es el mío. Estos dos tienen cerebro y tienen habilidades. Lo difícil es el temperamento. Estoy trabajando ese aspecto. Sé paciente".

"En las películas es mucho más fácil".

"En las películas todos son psicópatas fronterizos. ¿Quieres a ésos como empleados?"

"Supongo que no". Había muchos psicópatas. Todo departamento de policía importante conocía varios, y mataban gente a cambio de sumas modestas o de pequeñas cantidades de drogas. El problema con esa gente era que no era buena para seguir órdenes, ni muy inteligente. ¿Dónde estaba esa chica Nikita ahora que la necesitaban?

"De modo que debemos lidiar con gente buena, confiable, con cerebro. y la gente así piensa, y lo que piensa no siempre se puede predecir, ¿no? Es bueno contar con un tipo con conciencia, pero cada tanto se preguntará si lo que hace está bien. ¿Por qué tuviste que enviar dos católicos? Ya los judíos son un problema. Nacen con culpa. Pero los católicos la aprenden en la escuela".

"Gracias, Santidad': respondió Granger.

"Sam, siempre supimos que esto no sería fácil. Caray, me envías a un infante de marina y a un FBI, podrían haber sido un par de niños exploradores, ¿no?"

"De acuerdo, Pete, es tu trabajo. ¿Tienes idea del tiempo que llevará esto? El trabajo se va apilando", observó Granger.

"En más o menos un mes sabré si cuento con ellos o no. Deberán saber por qué además de quién, pero siempre te dije que sería así.

"Es cierto", admitió Granger. Realmente, era tanto más fácil en las películas. Bastaba con buscar "asesinos a sueldo" en las Paginas Amarillas. Al principio, habían pensando en contratar ex oficiales de la KGB. Todos eran expertos y todos querían dinero -la tarifa de mercado era de menos de veinticinco mil dólares por muerte, poco dinero- pero tipos así sin duda informarían al Centro Moscú con la esperanza de que los volvieran a contratar, y de esa forma, el Campus sería conocido por la comunidad "negra" global. No podían permitir que eso ocurriera.

"¿Y los nuevos juguetes?: preguntó Pete. Tarde o temprano, debería entrenar a los gemelos en el empleo de las herramientas del oficio”.

"Me dicen que en dos semanas".

"Tanto? Demonios, Sam, las propuse hace nueve meses".

"No son cosas que se compran en la sucursal local de Westem Auto. Deben ser manufacturadas desde cero. Sabes, gente hábil para hacer piezas mecánicas que viva en lugares remotos, gente que no haga preguntas".

"Es dije, busquen a la gente para esto en la Fuerza Aérea. No paran de crear pequeños e ingeniosos dispositivos". Por ejemplo, grabadores que quepan en un encendedor de cigarrillos. Eso sí que probablemente era inspirado por las películas. y en lo que respecta a las cosas realmente buenas, el gobierno casi nunca disponía de la gente adecuada en su plantel, por lo cual debía disponer de contratistas civiles que tomaban el dinero, hacían el trabajo y mantenían la boca cerrada porque querían más contratos de ésos.

"Están trabajando en ello, Pete. Dos semanas".

"Entendido. Hasta ese momento, tengo todas las pistolas con silenciador que pueda necesitar. Ambos responden bien al entrenamiento de rastreo y vigilancia. Ayuda que tengan un aspecto tan común".

"Así que, a fin de cuentas ¿las cosas andan bien?", preguntó Granger.

"A no ser por eso de la conciencia, si".

"De acuerdo, mantenme informado".

"Así lo haré".

"Nos vemos".

Alexander colgó. Malditas conciencias pensó. Sería bueno tener robots. pero alguien notaría si viese a Robotín andando por la calle. y no podían permitirse eso. O tal vez el Hombre Invisible, pero en la historia de H. G. Wells, la droga que lo hacía transparente también lo volvía loco y esta operación ya era suficientemente loca, ¿no? Se bebió el jerez que le quedaba y, tras pensarlo, volvió a llenar su copa.