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– Me estás tomando el pelo.
Gwen me miró desde el otro lado de la mesa de la cocina. Mientras yo se lo contaba todo, ella se había estado toqueteando el cabello, y ahora tenía varios mechones rubios en punta. Parecía desconcertada y acusadora al mismo tiempo. Tenía los ojos muy abiertos, como un búho.
– No.
– Creo que al final me voy a tomar esa copa.
– ¿Tinto o blanco?
– ¿Whisky?
– Que sea whisky.
– Entonces, durante todo este tiempo…
– Sí.
– Y les dijiste que eras…
– Tú. Sí.
Le serví un generoso vaso de whisky, solo y sin hielo. Dio un gran sorbo y se le empañaron los ojos. Yo me serví otro y sentí su rastro de fuego en la garganta.
– ¿Y no te han pillado?
– No. Hasta ahora.
– Y ahora a esa mujer, a Frances…
– La han asesinado.
– Joder.
– Pues sí.
– Joder, joder, joder.
– ¿No vas a decir nada más que joder?
– No sé. ¿Qué quieres que diga?
– Podrías pegarme un grito. ¿No estás enfadada?
– ¿Enfadada?
Se quedó pensativa mientras daba largos tragos a la copa; la apuró con tanto ahínco que pude percibir el movimiento de su garganta. Ya casi no le quedaba bebida.
– Por haber suplantado tu identidad, por haberte mentido sobre lo que me traía entre manos, por no confiar en ti, por ser tan idiota, por…
– Vale, vale, ya he captado la idea. Oye, ponme otro. -Me tendió el vaso-. No estoy exactamente enfadada, Ellie. No acabo de comprenderlo. Has utilizado mi nombre, te has colado en la empresa de esa pobre señora, has entrado en ordenadores ajenos como si fueras una espía o algo así para descubrir… ¿qué?
– Algo. Lo que fuera. De lo contrario, creía que me iba a volver loca. Y la verdad es que algo descubrí. Me enteré de que el marido de Frances tenía una aventura con Milena y de que había otro hombre, que había pasado con ella la noche en que yo creía que estaba con Greg. También llegó a mis manos el menú con la nota amorosa, aunque resultó ser falsa.
– ¿Eh?
– Que no era para Greg.
– No puedo asimilar todo esto de golpe. O sea, que a esa mujer, a Frances… la han matado.
Asentí mientras intentaba que la imagen de los ojos abiertos y fijos de Frances no volviera a apoderarse de mí.
– Eso es.
– ¿Y supones que ese asesinato guarda alguna relación con lo de Greg?
– No tengo ni idea. Debe de estar relacionado con Milena. Aunque Frances también tenía un amante, pero seguramente eso sea irrelevante. Estoy hecha un lío. No dejan de aparecer engaños por todas partes.
– ¿Corres peligro?
– ¿Yo?
– O yo -aventuró Gwen.
– No, creo que no, pero voy a hablar con la policía. Voy a aclararlo todo.
– ¿Quién más lo sabe?
Noté que el rubor me subía por el cuello y se extendía por mi rostro.
– Un tipo que se llama Johnny.
– ¿Y quién es?
– Una especie de chef.
– ¿Y qué más?
– Fue amante de Milena, uno de tantos.
– ¿Y cómo descubrió que tú no eras yo?
– Me localizó y vino aquí cuando se enteró de lo de Frances. Creo que debería contarte un detalle que he omitido. No es que sea especialmente importante, pero nos hemos liado. Me he acostado con él. Dos veces.
– Ah.
– ¿Qué quieres decir con ese «ah»?
– Cuántos secretos.
Eché más whisky en su vaso y en el mío.
– Me siento bastante aliviada ahora que te lo he contado -confesé después de un momento de silencio.
Gwen abrió la boca para decir algo, pero en ese momento llamaron a la puerta con mucha fuerza. La cabeza me daba vueltas mientras recorría el pasillo para abrir.
Me encontré con Joe, arrebujado en un grueso abrigo y con una amplia sonrisa en el rostro, al que el frío había conferido una tonalidad rosada.
– Te he traído un aparato para hacer remo -me anunció-. Casi no me cabía en el coche.
– ¿Por qué?
– He pensado que te vendría bien, para que hagas ejercicio durante los meses de invierno. No lo he comprado, me lo ha dado un cliente.
Yo no quería un aparato para hacer remo. Y después de nuestro último encuentro, tampoco quería ver a Joe.
– También quería disculparme por… bueno, por lo que pasó. ¿No me vas a invitar a pasar?
– Está Gwen.
El entró de todos modos y se dirigió a la cocina mientras saludaba a Gwen.
– ¡Hola, Joe! -respondió ella.
– Habéis estado bebiendo -observó él, muy animado.
– Tú habrías hecho lo mismo de haber estado en mi lugar.
– ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
Se deshizo del abrigo y lo dejó colgado en el respaldo de una silla.
Puede que Gwen no se enfadara, pero Joe sí. Se puso furioso; se mostró perplejo y dolido. Sus ojos azules echaban chispas y los labios se le quedaron blancos. Dejó el vaso en la mesa con gran estrépito, el whisky se derramó por todas partes y me dijo que había sido pero que muy idiota y además que por qué coño no le había contado en qué andaba metida. ¿Acaso no entendía que Alison y él querían cuidarme? Para él, Greg había sido como un hijo, y yo era como una hija.
– Pero ¿en qué lío te has metido, joder? -exclamó-. ¿Qué coño pretendías?
– No lo sé. Pero no tengo por qué explicártelo.
– Estás mal porque tu marido ha muerto, ¿y qué haces? ¿Lloras y guardas el luto? No. ¿Pones tu vida en orden? No. ¿Hablas del tema con tus amigos? No. ¿Vas a ver a un terapeuta? No.
– Bueno, he estado yendo…
– Te comportas como si fueras más lista que nadie y te entretienes con unas teorías conspirativas de tres al cuarto… Es increíble, Dios mío. ¿De qué te ha servido? Greg sigue muerto. Murió en ese coche junto a esa mujer tan dada a mantener relaciones con hombres casados. ¿Has descubierto alguna trama oscura?
– No.
– Y ahora ha muerto otra persona. ¿Qué vas a hacer al respecto?
Apoyó la cabeza en ambas manos y respiró profundamente.
– No necesito ayuda. Voy a ir a la policía.
– ¿Todavía no has ido?
– No.
– Te llevaré en coche.
Gwen se levantó y se apoyó con las dos manos en la mesa para no perder el equilibrio.
– Por Dios, tú no puedes conducir -exclamó Joe-. ¿Se puede saber por qué no has ido aún a ver a la policía, Ellie?
– Tenía miedo y estaba aturdida. Ya sé que tendría que haber ido. Es todo muy complicado.
Él se recostó en la silla. Parecía completamente roto, como si se hubiera quedado sin ganas de luchar.
– No sé qué significa todo esto -declaré-. Primero Greg y Milena, después Frances.
– A lo mejor no significa nada; sólo es un galimatías incomprensible.
– Joe, estoy agotada. -Que él estuviera ahí, tan enfadado y asumiendo el papel de padre, me hizo sentirme más joven y más tonta. Se me llenaron los ojos de lágrimas-. A lo mejor por eso no he ido todavía: estoy agotada de tanto pensar.
– Ay, Ell. -Joe se levantó, se acuclilló a mi lado y tomó mis manos entre las suyas-. Cómo no vas a estar cansada. Es mejor que esta noche descanses. Ve mañana. Si quieres te llevo yo.
– ¿Lo harás?
– Sí.
El teléfono volvió a sonar; al principió dejé que saltara el contestador, pero al oír la voz de Fergus corrí a cogerlo.
– ¡Fergus! ¿Ha roto aguas?
– No, no te llamo por eso. Es que he visto una noticia por internet. Una cosa rarísima. Sobre la mujer que iba en el coche con Greg. Resulta que su socia…
– Fergus -lo interrumpí-, tengo algo que contarte…
Una vez hube terminado de hablar con un aturdido y tartamudeante Fergus, y una vez Joe se hubo marchado, dejando un enorme aparato de remo en medio del salón, Gwen me preguntó:
– ¿Y por qué pensaste que no podías confiar en mí?
Mi amiga estaba en el sofá, sentada sobre las piernas dobladas, desgarbada y relajada, y se movía con cierta falta de coordinación. Daniel iba a venir a recogerla; el coche se lo llevaría al día siguiente, cuando se le hubiera pasado el efecto del whisky.
Titubeé.
– No lo sé muy bien. Seguramente porque no quería que nadie me dijese que lo que hacía era un error. Sabía que estaba mal, que era una estupidez propia incluso de alguien un poco perturbado, bueno, bastante perturbado, pero no pensaba parar. En cualquier caso, lo siento.
– ¿Y ahora?
– Sinceramente, ahora no tengo ni idea de nada. Pero era simpática.
– ¿La mujer a la que han asesinado?
– Sí, Frances. Procedía de un entorno completamente distinto al mío y en circunstancias normales no la habría conocido: era rica, tenía estilo, ironía y esa reserva típica de los ingleses de buena cuna. A pesar de eso, me caía bien. Se portó bien conmigo. Y no entiendo por qué ha muerto. Tampoco entiendo por qué alguien quiere que yo crea que Greg era el amante de Milena. No entiendo nada.