174286.fb2 Los pecados de nuestros padres - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 15

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13

Creo que en realidad no dormí nada.

Me quité la ropa y me metí en la cama. Cerré los ojos y me introduje rápidamente en el tipo de sueño que puedes tener sin estar completamente dormido, consciente de que es un sueño; mi consciencia quedó a un lado y asistí al sueño como un crítico hastiado en un teatro. Después fueron tomando forma una serie de cosas, y supe que no sería capaz de dormir, y que de todas formas tampoco quería hacerlo.

Entonces le di al grifo de la ducha para que saliera lo más caliente posible, y permanecí junto a la bañera con la puerta cerrada para improvisar un baño de vapor. Durante media hora más o menos estuve intentando extraer todo el agotamiento y el alcohol que había dentro de mí. Después bajé la temperatura del agua lo suficiente como para que se pudiera aguantar. Terminé con un minuto de rocío de agua helada. La verdad es que no sé si es bueno. Supongo que es algo espartano.

Me sequé y me puse un traje limpio. Me senté en la cama y cogí el teléfono. Allegheny tenía el vuelo que yo quería. Salía de LaGuardia a las cinco y cuarenta y cinco y llegaba a mi destino poco después de las siete. Reservé un billete de ida y vuelta, con la fecha de regreso abierta.

El Child's de la Cincuenta y Ocho y la Octava permanece abierto toda la noche. Tomé picadillo de carne de vaca en conserva con huevos y mucho café solo.

Eran cerca de las cinco de la mañana cuando me metí en la parte trasera de un taxi Checker y le dije al conductor que me llevara al aeropuerto.

El vuelo hacía escala en Albany. Por eso tardaba tanto. Aterrizó allí según el horario previsto. Algunas personas se bajaron y otras se subieron, y el piloto retomó el vuelo. Apenas habíamos tenido tiempo de estabilizarnos en la segunda etapa cuando empezamos nuestro descenso. Nos hizo dar unos botes sobre la pista de aterrizaje de Utica, pero no tantos como para quejarse.

– Que tengan un buen día -dijo la azafata-. Tengan cuidado.

Tengan cuidado.

Me daba la impresión de que la gente había estado diciendo esa misma frase en las despedidas durante los últimos años. De repente todo el mundo empezaba a decirlo, como si todo el país se hubiese dado cuenta súbitamente de que el nuestro es un mundo que requiere precaución.

Pensaba tener cuidado. De lo que no estaba tan seguro es de que fuera a tener un buen día.

Cuando llegué al aeropuerto de Utica, eran alrededor de las siete y media. Al poco llamé a Cale Hanniford a su oficina. Nadie contestó.

Probé en su casa y contestó su mujer. Le dije mi nombre y ella me dijo el suyo.

– Señor Scudder -dijo tímidamente-. ¿Está haciendo… algún progreso?

– Van apareciendo cosas -dije.

– Voy a buscar a Cale.

Cuando se puso al teléfono le dije que quería verlo.

– Entiendo. ¿Hay algo que no quiere decir por teléfono?

– Algo así.

– Bien, ¿puede venir a Utica? Para mí sería un trastorno ir a Nueva York a menos que sea absolutamente necesario, pero podría usted volar esta tarde o quizá mañana. No es un vuelo largo.

– Lo sé. Estoy en Utica ahora mismo.

– ¿Ah sí?

– Estoy en una tienda de la cadena Rexall, en la esquina entre Jefferson y Mohawk. Podría pasar a buscarme y nos acercábamos a su oficina.

– Muy bien. ¿En quince minutos?

– Perfecto.

Reconocí su Lincoln y me disponía a cruzar la acera hacia él cuando frenó enfrente de la tienda. Abrí la puerta y me senté a su lado. O bien llevaba traje en casa por costumbre o se había tomado la molestia de ponerse uno para la ocasión. Era un traje azul oscuro, con una raya discreta.

– Debería haberme dicho que iba a venir -dijo-. Podría haber ido a buscarlo al aeropuerto.

– De este modo he tenido la posibilidad de ver algo de su ciudad.

– No es un mal sitio. Probablemente muy tranquilo desde el punto de vista de Nueva York. Aunque eso no es necesariamente algo malo.

– No lo es, no.

– ¿Había estado aquí antes?

– Una vez y fue hace años. La policía local había cogido a alguien que estábamos buscando, por lo que me presenté aquí y me lo llevé a Nueva York. Esa vez hice el viaje en tren.

– ¿Qué tal el vuelo hoy?

– Muy bien.

Se moría de ganas de preguntarme por qué me había presentado ante él así, pero tenía modales. No se habla de negocios a la hora del almuerzo hasta que se ha servido el café, y nosotros no podíamos hablar del nuestro hasta que estuviéramos en su oficina. El almacén de Medicamentos Hanniford estaba en el extremo occidental de la ciudad, y me había recogido justo en el centro. Mantuvimos una pequeña conversación en el trayecto. Él me señalaba cosas que pensaba que podían interesarme, y yo daba muestras de estar ligeramente interesado. Entonces llegamos al almacén. Trabajaban cinco días a la semana y no había ningún otro coche alrededor, solo un par de camiones parados. Aparcó el Lincoln cerca de la zona de carga y descarga y me llevó por una rampa hacia el interior. Luego bajamos caminando hacia su oficina. Encendió la luz, me señaló una silla y se sentó detrás de su mesa.

– Bueno -dijo.

Yo no me sentía cansado. Tendría que haberlo estado, después de pasar la noche anterior sin dormir y bebiendo tanto. Pero no me sentía cansado. Tampoco me sentía muy vivo, pero no cansado.

Dije:

– He venido para informarle. No creo que llegue a saber más sobre su hija de lo que sé, y es todo lo que necesita saber. Podría seguir gastando mi tiempo y su dinero, pero no veo la razón para hacerlo.

– No le ha tomado mucho tiempo.

Su tono era neutral, y me pregunté qué significaría eso. ¿Estaba admirando mi eficiencia o le molestaba que sus dos mil dólares hubieran consumido solo cinco días de mi tiempo?

Dije:

– Me ha llevado el tiempo necesario. No sé si me habría llevado algo menos si usted me lo hubiera contado todo desde el principio. Probablemente no. Aunque me habría facilitado las cosas.

– No le entiendo.

– Puedo entender por qué no lo hizo. Pensaba que yo sabía todo lo que necesitaba saber. Si yo solo hubiera estado buscando hechos puede que hubiera estado en lo cierto, pero yo estaba buscando hechos que pudieran reconstruir una imagen, y me habría ayudado conocer todo lo que había. -Estaba perplejo y me miraba con sus hirsutas y oscuras cejas por encima de la montura de sus gafas. Dije-: La razón de que no le comunicara que iba a venir era que tenía que hacer algunas cosas en Utica. Tomé un vuelo de madrugada hasta aquí, señor Hanniford. He pasado cinco horas enterándome de cosas que usted podría haberme contado hace cinco días.

– ¿Qué tipo de cosas?

– He ido a algunos sitios. Al despacho de estadísticas demográficas del ayuntamiento. A las oficinas del Times-Sentinel. A la comisaría de policía…

– No le he contratado para que ande haciendo preguntas aquí en Utica.

– Usted no me ha contratado, señor Hanniford. Usted se casó con su mujer en… bueno, no creo que sea necesario decirle la fecha. Era el primer matrimonio para los dos.

No dijo nada. Se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa, frente a sí.

– Podía haberme dicho que Wendy era hija ilegítima.

– ¿Por qué? Ni ella misma lo sabía.

– ¿Está seguro de eso?

– Sí.

– Yo no. -Exhalé un suspiro-. Dos marines de EE.UU. murieron en el desembarco de Inchon. Uno de ellos era negro, por lo que lo descarté. El otro se llamaba Robert Blohr. Estaba casado. ¿Lo estaba también el padre de Wendy?

– Sí.

– No estoy intentando levantar heridas, señor Hanniford. Creo que Wendy sabía que era ilegítima. Aunque es posible que no sea importante si lo sabía o no.

Se puso en pie y caminó hacia la ventana. Yo permanecí sentado, preguntándome si Wendy sabía lo de su padre. Apostaría diez contra uno a que sí. Su figura tenía un papel principal en la mitología personal de la chica, y ella había pasado toda su vida buscando una encarnación suya. La ambivalencia de sus sentimientos hacia los hombres parecía derivar de algún conocimiento ajeno a lo que le habían contado Hanniford y su madre.

Se quedó de pie junto a la ventana durante un tiempo. Después se dio la vuelta y se me quedó mirando con aire pensativo.

– Quizá debería habérselo dicho -dijo finalmente-. No lo he ocultado a propósito. Además, he pensado poco en la… ilegitimidad de Wendy. Ha sido un capítulo completamente cerrado durante tanto tiempo que no se me ocurrió mencionarlo.

– Puedo entenderlo.

– Ha dicho que tiene algo de lo que informar -dijo. Volvió a su silla y se sentó-. Adelante, Scudder.

Volví a empezar por indiana. En la escuela universitaria, Wendy no estaba interesada en los chicos de su edad, sino siempre en hombres mayores. Había tenido aventuras con algunos de sus profesores, la mayoría de las cuales probablemente fueran relaciones esporádicas, pero al menos una fue algo más que eso, al menos para él. Había tratado de dejar a su mujer. Esta había ingerido pastillas, tal vez en un auténtico intento de suicidio, o tal vez como estratagema para salvar su matrimonio. Puede que ni ella misma supiera cuál era la verdad.

– En cualquier caso, fue un auténtico escándalo. Todo el campus se enteró, tanto si se reconoció oficialmente como si no. Eso explica por qué Wendy se marchó a tan solo un par de meses de la graduación. No podía quedarse allí.

– Naturalmente que no.

– También explica por qué la escuela no se preocupó demasiado por su desaparición. Eso me extrañaba. Por lo que usted dijo, su actitud fue bastante despreocupada. Evidentemente querían que ustedes supieran que se había marchado, pero no estaban preparados para contarles por qué lo había hecho, aunque sabían que tenía buenas razones para marcharse y no se preocuparon por su bienestar.

– Entiendo.

– Se fue a Nueva York, como usted sabe. Empezó a relacionarse con hombres mayores casi de inmediato. Uno de ellos la llevó a Miami. Podría darle el nombre, pero no es importante. Murió hace un par de años. Sería difícil decir ahora el papel que desempeñó en la vida de Wendy; pero además de llevarla a Miami, le permitió dar su nombre cuando ella quiso alquilar el apartamento. Lo consignó como su jefe y él la respaldó cuando la agencia de alquiler llamó.

– ¿Le pagaba el alquiler?

– Es posible. Si le pagaba todo, o solo parte de su manutención en ese momento, es algo que solamente él podría decirle, y no hay forma de preguntárselo. Si quiere mi opinión, no era el único hombre con el que andaba.

– ¿Había varios hombres en su vida al mismo tiempo?

– Creo que sí. Este hombre en concreto estaba casado y vivía con su familia en una zona residencial de las afueras. Dudo que pudiera haber pasado mucho tiempo con ella aunque ambos lo quisieran. Y tengo la sensación de que ella tenía miedo de implicarse demasiado con un hombre. Debió de afectarle mucho que la mujer del profesor ingiriera las pastillas. Si él hubiera llegado a encapricharse con ella lo suficiente como para dejar a su mujer, probablemente se habría comprometido con él, o al menos eso pensaba. Después de su fracaso se cuidó mucho de no dedicarse demasiado a un solo hombre.

– Así que veía a muchos hombres.

– Sí.

– Y aceptaba dinero de ellos.

– Sí.

– ¿Lo sabe por algo en concreto? ¿O es una conjetura?

– Es un hecho. -Le hablé un poco de Marcia Maisel y de cómo fue enterándose de forma gradual de lo que hacía Wendy para mantenerse. No añadí que Marcia había probado la profesión por si le convenía.

Agachó la cabeza, y algo de almidón asomó por los hombros.

– Entonces los periódicos estaban en lo cierto -dijo-. Era una prostituta.

– Una especie de prostituta.

– ¿Qué quiere decir? Eso es como un embarazo ¿No? O se está embarazada o no se está.

– Creo que es más como la honradez.

– ¿Ah sí?

– Algunas personas son más honradas que otras.

– Siempre he pensado que la honestidad también era inequívoca.

– Puede que sea así. Pero yo pienso que hay diferentes niveles.

– ¿Y hay diferentes niveles de prostitución?

– Yo diría que sí. Wendy no hacía la calle. No tenía un cliente tras otro, no le daba su dinero a un chulo.

– ¿No es eso lo que era Vanderpoel?

– No. Luego le hablo de él. -Cerré un momento los ojos. Los abrí y dije-: No hay manera de saberlo con exactitud, pero dudo que Wendy buscara ser prostituta. Probablemente aceptara dinero de unos cuantos hombres antes de que ella misma estuviera dispuesta a ponerse esa etiqueta.

– No le sigo.

– Digamos que un hombre la sacaba a cenar, la llevaba a casa y se iba a la cama con ella. Al salir por la puerta puede que le ofreciera un billete de veinte dólares. Él diría algo como «me gustaría enviarte un gran ramo de flores o hacerte un regalo, pero ¿por qué no aceptas el dinero y te compras algo que te guste?» Puede que las primeras veces ella intentara no aceptarlo. Pero más tarde aprendería a esperarlo.

– Entiendo.

– Eso sería antes de empezar a recibir llamadas de teléfono de hombres que ella no conocía. A muchos hombres les gusta pasarse entre ellos los números de teléfono de las chicas. Algunas veces se trata de un acto de caridad. Otras piensan que de esta manera mejoran su imagen. «Es una chavala estupenda. No es exactamente una puta, pero pásale después discretamente unos cuantos pavos porque no tiene trabajo, ya sabes, y es muy difícil para una chica conseguir algo en esta ciudad». Así que una mañana te despiertas y te das cuenta de que eres una prostituta, al menos según la definición rigurosa del término, pero para entonces ya es tu forma de ganarte la vida y no te parece tan antinatural. Hasta donde he podido averiguar, nunca pedía dinero. Nunca veía a más de un hombre por noche. Rechazaba las citas si no le gustaba el tipo. Incluso ponía el pretexto de un dolor de cabeza si salía con un hombre a cenar y decidía que no quería acostarse con él. Por lo que, aunque se ganaba la vida así, no lo hacía por dinero.

– ¿Quiere decir que disfrutaba con ello?

– Sin duda lo encontraba aceptable. No estaba en manos de ninguna red de trata de blancas. Podía haber encontrado un trabajo si hubiera querido. Podía haber vuelto a su hogar de Utica, o llamar y pedir dinero. Si está preguntando si era una ninfómana, no conozco la respuesta, pero lo dudo. Creo que se sentía obligada.

– ¿Cómo?

Me levanté y me acerqué a su mesa. Esta era de madera oscura y aparentaba unos cincuenta años de antigüedad. Su superficie estaba ordenada: sobre ella había una agenda en un portador de cuero, una bandeja portapapeles de dos pisos, un pincho guardanotas, y un par de fotos enmarcadas. Me observó mientras cogida las fotos y las miraba. Una mostraba a una mujer de aproximadamente cuarenta años, con la mirada perdida y una tímida sonrisa en su rostro. Me di cuenta al instante de que la expresión no era rara en ella. La otra foto era de Wendy, con su media melena, sus ojos resplandecientes y unos dientes tan brillantes como para salir en un anuncio de dentífrico.

– ¿Cuándo fueron tomadas?

– En la graduación del instituto de enseñanza secundaria.

– ¿Y esta es su mujer?

– Sí. No sé cuándo fue tomada. Hace seis o siete años, supongo.

– No veo ningún parecido.

– No. Wendy se parecía a su padre.

– Blohr.

– Sí. Yo no lo conocí. Me han dicho que se parecía a él. No sabría decirle si es así, pero me han dicho que se parece. Se parecía.

Volví a poner la foto de la señora Hanniford en su sitio sobre la mesa. Estudié los ojos de Wendy. Habíamos llegado a intimar demasiado en estos últimos días, ella y yo. Probablemente sabía más de ella de lo que ella misma hubiera querido que supiera.

– Ha dicho que pensaba que se sentía obligada.

Asentí.

– ¿Por qué?

Volví a poner la foto en su sitio. Observé que trataba de no encontrarse con los ojos de Wendy. No lo logró. Los vio y se estremeció.

Dije:

– No soy psicólogo, psiquiatra, ni nada de eso. Simplemente un hombre que una vez fue poli.

– Ya lo sé.

– Puedo hacer conjeturas. Supongo que nunca pudo dejar de buscar a papá. Quería ser la hija de alguien y ellos lo que querían era follársela. Y eso era lo que ella quería porque eso es lo que era su papá, un hombre que se llevó a su mamá a la cama, la dejó embarazada y después se fue a Corea y nunca más se volvió a saber de él. Era alguien que estaba casado con otra, y eso estaba bien, porque los hombres por quienes ella se sentía atraída siempre estaban casados con otras. Buscar a papá podía ponerse difícil, porque si no eres cautelosa, podrías gustarle demasiado y mamá podría tomar muchas pastillas y sería el momento de marcharse. Por eso era más seguro por todos los lados si papá te daba dinero. Entonces todo tenía una base mercantil y papá no perdería la chaveta por ti y mamá no se tomaría pastillas y podías quedarte dónde estabas, no tendrías que irte. No soy psiquiatra y no sé si es así como funciona en los libros de texto o no. Nunca he leído un libro de texto y no he conocido a Wendy. No he entrado en su vida hasta después de que acabara. He intentado meterme en su vida y sin embargo lo que estoy consiguiendo es meterme en su muerte. ¿Tiene algo para beber?

– ¿Disculpe?

– ¿Tiene algo para beber? Como bourbon.

– Ah sí. Creo que hay alguna que otra botella.

¿Cómo podía no saber si tenía licor por ahí?

– Pues venga.

Su cara sufrió algunos cambios interesantes. Empezó preguntándose quién demonios me pensaba que era yo para pedirle nada, y después se dio cuenta de que era irrelevante, se levantó, se dirigió a una vitrina y abrió una puerta.

– Es un Canadian Club -anunció.

– Está bien.

– Creo que no tengo nada para mezclar.

– Perfecto. Traiga la botella y un vaso. -Y si no tiene un vaso así está bien, señor.

Trajo la botella y un vaso de agua y observó con mirada crítica cómo me servía el güisqui hasta rellenar las dos terceras partes del vaso. Me bebí la mitad y lo puse encima de su mesa. Volví a cogerlo rápidamente porque podía dejar una marca, hice unos gestos dubitativos, él los descifró y me ofreció un par de papeles de notas para que los usara como posavasos.

– ¿Scudder?

– ¿Qué?

– ¿Piensa que un psiquiatra podía haberla ayudado?

– No lo sé. Puede que fuera a uno. No he podido encontrar nada en su apartamento que sugiriera que lo hacía, pero es posible. Creo que se estaba ayudando ella sola.

– ¿Viviendo de esa manera?

– Ajá. Llevaba una vida bastante estable. Puede que desde fuera no lo pareciera, pero creo que lo era. Por eso tuvo a esa chica, Maisel, como compañera de piso. Y por eso conectó con Vanderpoel. Su apartamento transmitía una sensación de gran estabilidad. El mobiliario bien escogido. Un lugar acogedor. Creo que los hombres de su vida representaban una etapa que estaba atravesando, y supongo que lo veía así deliberadamente. Los hombres representaban supervivencia física y emocional para el presente, y pienso que contaba con alcanzar un punto en el que no los necesitara nunca más.

Bebí algo más de güisqui. Era un poco dulce para mi gusto y demasiado suave, pero entraba bastante bien.

Dije:

– En cierto sentido me he enterado de más cosas de Richie Vanderpoel que de Wendy. Una de las personas con las que hablé me dijo que todos los hijos de pastores están locos. No sé si eso es cierto, pero lo que pienso es que la mayoría de ellos deben de haberlo pasado mal. El padre de Richie es un tipo muy nervioso, severo y frío. Dudo que le haya mostrado al chico algo de cariño. La madre de Richie se suicidó cuando él tenía 6 años. No tenía hermanos ni hermanas, solo el chico, su padre y un ama de llaves estirada en una casa parroquial que podría servir como mausoleo. Creció con un sentimiento confuso hacia sus padres. Sus sentimientos en esa área se complementaban con los de Wendy, ambos estaban bastante próximos. Por eso se hacían tanto bien el uno al otro.

– ¿Se hacían bien el uno al otro?

– Sí.

– ¡Por el amor de Dios, si él la mató!

– Se hacían bien el uno al otro. Ella era una mujer a la que él no temía, y él era un hombre al que ella no podía confundir con su padre. Fueron capaces de crear una vida familiar que les daba a ambos una cierta seguridad que no habían tenido antes. Y no había ninguna relación sexual que complicara las cosas.

– ¿No se acostaban?

Sacudí la cabeza.

– Richie era homosexual. Al menos había estado actuando con hombres antes de irse a vivir con su hija. A él no le gustaba mucho, no se sentía cómodo con ello. Wendy le dio la oportunidad de abandonar esa vida. Podía vivir con una mujer sin tener que demostrar su virilidad porque ella no lo quería como un amante. Después de conocerla dejó de hacer la ronda de los bares gays. Y creo que también ella dejó de ver a hombres por las noches. No podría demostrarlo, pero al principio ella salía a cenar varias noches a la semana. La cocina de su apartamento estaba llena de comida cuando la vi. Creo que Richie hacía la cena para los dos todas las noches. Le dije hace unos minutos que pensaba que Wendy estaba liberándose de las cosas. Pienso que estaban haciéndolo los dos juntos. Puede que finalmente hubieran empezado a vivir juntos. Puede que Wendy hubiera dejado de verse con hombres por dinero y hubiera salido a buscar trabajo. Solo es una suposición, eso es todo, pero me atrevería a llevar la suposición un poco más lejos. Pienso que podrían haber llegado a casarse, y puede incluso que hubieran hecho que funcionase.

– Eso es muy hipotético.

– Lo sé.

– Lo dice como si hubieran estado enamorados.

– No sé si estaban enamorados, pero no creo que haya duda de que se querían el uno al otro.

Cogió sus gafas, se las puso y se las volvió a quitar. Me serví más güisqui y tomé un pequeño trago. Se quedó sentado largo rato mirándose las manos. De vez en cuando levantaba la vista hacia las dos fotografías de su escritorio.

Finalmente dijo:

– ¿Entonces por qué la mató?

– No hay forma de contestar a eso. Él no guardaba recuerdos del acto, y toda la escena se mezcló con los recuerdos que tenía de la muerte de su madre. De todas formas, esa no es su pregunta.

– ¿No lo es?

– Naturalmente que no. Lo que quiere saber es en qué medida es usted culpable.

No dijo nada.

– Sucedió algo la última vez que vio a su hija. ¿Quiere hablarme de ello?

No quería, no tenía muchas ganas, y le llevó algunos minutos entrar en calor. Me habló vagamente sobre la clase de hija que había sido, brillante, cálida y cariñosa, y sobre lo mucho que la había querido.

Después dijo:

– Cuando tenía… Es difícil recordarlo, pero creo que debía de tener unos ocho años. Ocho o nueve. Siempre se sentaba en mi regazo y me daba abrazos y… abrazos y besos, y me achuchaba un poquito, y…

Paró un momento. No dije nada.

– Un día, no sé por qué sucedió, pero un día estaba en mi regazo y yo… Oh, Dios.

– Tómese su tiempo.

– Me excité. Me excité físicamente.

– Son cosas que pasan.

– ¿Sí? -Sus ojos parecían dos vidrieras -. No podía… no podía ni pensar en ello. Estaba tan indignado conmigo mismo. La quería como se quiere a una hija, al menos siempre había pensado que era eso lo que sentía por ella, y me encontré reaccionando ante ella sexualmente…

– No soy un experto, señor Hanniford, pero pienso que es una cosa muy natural. Tan solo es una respuesta física. Algunas personas tienen erecciones cuando montan a caballo o van en un tren.

– Esto era algo más.

– Puede ser.

– Lo era, señor Scudder. Estaba aterrado por lo que descubrí de mí mismo. Aterrado por lo que pudiera significar, el daño que pudiera ocasionarle a Wendy. Y por eso tomé una decisión meditada ese día. Dejé de acercarme tanto a ella. -Bajó los ojos-. Me alejé. Limité mi cariño hacia ella, el cariño que le manifestaba. Puede que también el cariño que sentía. Hubo menos abrazos y besos. Estaba decidido a no dar la oportunidad de que se repitiera.

Suspiró y clavó los ojos en los míos.

– ¿Cuánto de todo esto suponía usted, Scudder?

– Algo. Hasta pensé que podía haber llegado más lejos.

– No soy un animal.

– La gente hace cosas que usted no creería. Y no siempre son animales. ¿Qué pasó la última vez que vio a Wendy?

– Nunca he hablado con nadie de esto. ¿Por qué tengo que hacerlo con usted?

– No tiene que hacerlo. Pero quiere hacerlo.

– ¿Ah, sí? -Suspiró de nuevo-. Había venido unos días a casa. Todo era como siempre había sido, pero había algo en ella que era diferente. Supongo que ya habría establecido el patrón de relacionarse con hombres mayores.

– Sí.

– Una noche llegó a casa tarde. Había salido sola. Quizás alguien pasó a buscarla, no lo sé. -Cerró los ojos y se centró en aquella noche-. Estaba despierto cuando llegó a casa. No me había quedado esperándola a propósito. Mi mujer se había ido a dormir temprano y yo quería leer un poco. Wendy llegó a casa alrededor de la una o las dos de la mañana. Había estado bebiendo. No se tambaleaba, pero estaba un poco borracha.

»Vi una cara de ella que no conocía. Ella… me hizo proposiciones.

– ¿Tal cual?

– Me preguntó si quería follar. Dijo… cosas obscenas. Describió los actos que quería realizar conmigo. Intentó cogerme.

– ¿Qué hizo usted?

– Le di una bofetada.

– Entiendo.

– Le dije que estaba borracha, que subiera a su cuarto y se metiera en la cama. No sé si la bofetada la despejó, pero una sombra atravesó su rostro, se apartó y subió las escaleras. No sabía qué hacer. Pensé que quizá debería ir a hablar con ella y decirle que estaba todo bien, que lo olvidáramos todo. Al final no hice nada. Estuve sentado durante otra hora más o menos, y después me fui a la cama. -Levantó la mirada-. Y por la mañana ambos fingimos que no había pasado nada. Ninguno de nosotros volvió a hacer mención del incidente.

Bebí lo que quedaba en el vaso. Ahora todo encajaba, hasta la última parte.

– La razón de que no fuera a hablar con ella… Aborrecía la forma en que había actuado. Estaba disgustado. Pero una parte de mí estaba… excitada.

Asentí.

– No estoy seguro de que confiara en mí mismo lo suficiente como para ir a su cuarto esa noche, Scudder.

– No habría pasado nada.

– ¿Cómo lo sabe?

– Todo el mundo guarda algo malo en su interior. Se trata de algo de lo que no se es consciente y no se puede controlar. Usted era capaz de ver lo que estaba pasando. Eso le hacía capaz de controlarlo.

– Puede ser.

Tras un rato dije:

– No creo que tenga mucha culpa de lo ocurrido. Me parece que todo se había desencadenado ya antes de que usted tuviera la posibilidad de haber hecho algo al respecto. Cuando usted reaccionó físicamente a los roces de Wendy sobre su regazo fue algo muy normal. Ella estaba actuando de una forma seductora, aunque, al mismo tiempo, no estoy seguro de que fuera consciente de ello. Todo cuadra: la competencia con su madre, el intento de encontrar a su papá oculto en el interior de cada hombre mayor que encontrara atractivo. Muchas chicas intentan seducir a profesores, ya sabe, y la mayoría de los profesores aprenden a desalentar esa clase de cosas. Wendy tenía un porcentaje de éxito bastante alto. Evidentemente se le daba muy bien.

– Es gracioso.

– ¿El qué?

– Al principio hacía que pareciera una víctima. Ahora parece ser la mala.

– Todos tenemos algo de ambas cosas.

Ninguno de los dos teníamos mucho que decir de camino al aeropuerto. Parecía más relajado que antes, pero no había manera de saber en qué medida se trataba de una mera fachada. Si le había hecho algún bien, había sido más por lo que le había obligado a contarme que por lo que había descubierto para él. Había sacerdotes y psiquiatras que lo habrían escuchado y probablemente le habrían hecho más bien que yo, pero me había elegido a mí.

En un momento dado dije:

– Sea cual sea la culpa que decida asignarse a sí mismo, tenga en cuenta una cosa. Wendy estaba en proceso de enderezar las cosas. No sé cuánto tiempo le hubiera llevado encontrar un camino más limpio de ganarse la vida, pero dudo que hubiera sido más de un año.

– No puede estar seguro de eso.

– Desde luego no puedo demostrarlo.

– Eso lo empeora todo, ¿no es cierto? Lo vuelve más trágico.

– Lo vuelve más trágico. No sé si eso es mejor o peor.

– ¿Qué? Ah sí, ya entiendo. Es una distinción interesante.

Fui al mostrador de Allegheny. Había un vuelo a Nueva York en una hora, y facturé para ese vuelo. Cuando me volví, Hanniford estaba de pie junto a mí con un cheque en la mano. Le pregunté que para qué era. Dijo que yo no había mencionado más dinero y que no sabía lo que era un pago justo, pero que estaba complacido con el trabajo que había hecho para él y quería darme una bonificación.

Yo tampoco sabía lo que era un pago justo. Pero recordé lo que le había dicho a Lewis Pankow. Cuando alguien te da dinero, acéptalo. Y lo acepté.

No lo desplegué hasta que estaba en el avión. Era por mil dólares. No estoy muy seguro de por qué me lo dio.